(12) Inconveniencias de Izcuchaca

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Ayacucho, 09 de Febrero de 1882

Sor. Gral. D. Andrés A. Cáceres:

Mi General y amigo:

Tengo en mi poder sus dos estimables de fechas 30 del pasado y 3 del corriente y enterado de ella, paso a ocuparme de contestarlas.

Del reconocimiento de Ud. a García Calderón, ya sea definitivo o condicional, no puedo decirle más de lo que le he dicho en mis anteriores, tanto oficiales como privadas; mi juicio a este respecto está formado desde que se inauguró en la Magdalena; y aunque U. se empeña en disculpar su patriótica adhesión, yo no la acepto en forma ni manera alguna.

De convicciones firmes, después de fundadas en el estudio y perfecto conocimiento de los acontecimientos que han venido desarrollándose en el país, desde el principio de la guerra hasta el fatal momento en que se inauguró el titulado Gobierno de que me ocupo, cuyos fatales resultados, el porvenir los aclarará y para entonces lo emplazo; en tal concepto, no podrá Ud. jamás hacerme cambiar, y permítame que le ruegue, mi querido amigo, que no vuelva a hablarme de asunto tan enojoso como ingrato para el Perú y sus hombres públicos; y sí, solo permítame que le suplique como su amigo sincero, que en los momentos en el que el hombre consulta con todo su corazón y su conciencia desprendiéndose de toda preocupación apasionada; recuerde todas mis cartas y no culpará al amigo que con franqueza y lealtad le ha hablado de asunto de tan vital importancia para el país como para U.

La responsabilidad que U. pretende hacerme recaer sobre mí en el orden exclusivamente militar, sintiendo su extravío, hijo de la situación que U. sólo se ha creado, y de la que puede salvar como General inteligente y que indudablemente lo es, no temo en manera alguna, pues me ocupo en la actualidad de manifestar al país y al mundo entero, con los infinitos documentos en que abundo, que no es el Coronel Panizo el que tiene responsabilidad alguna, en lo que le ha pasado y viene pasándole al General Cáceres.

El General en Jefe de un Ejército no está autorizado a disponer ad libitum de las fuerzas y elementos de que dispone, sacrificándolos a la superioridad del enemigo solo por una susceptibilidad militar, mal entendida; una batalla o combate se libra cuando se tiene, por lo menos, esperanza de conseguir resultado favorable, más no cuando se tiene la conciencia de que al librarla, como U. hoy pretende, va a perder los elementos de tropa, el honor de sus jefes y oficiales y la seguridad de darle una nueva gloria baratísima al enemigo, perdiendo al país para siempre.

Retirado una vez de la Quebrada, U. no ha debido detenerse sino lo muy necesario hasta llegar a Ayacucho, que es el único objetivo militar y político para U.

La carencia de recursos y la misma ventaja que de la topografía del terreno, teatro de sus operaciones puede Ud. sacar y la gran superioridad que sobre U. tiene el enemigo, todo, todo le prescribe a U., solo o unido a mis fuerzas, la retirada tranquila y serena hasta esta capital.

El arte de la guerra, como U. sabe, amigo mío, tiene como todo arte sus reglas, que no se pueden eludir ni delegar a caprichos ni susceptibilidades, que a la larga cuestan bien caro al que, como U. tiene tan gran responsabilidad en el mando de ese Ejército.

Si U. se ha resuelto a librar combate a Izcuchaca, solo o unido conmigo, lo mismo le pasará; hágalo en buena hora, si le parece, pero de sus resultados, solo U. y nadie más tendrá que responder al país.

Lo que es yo, no puedo marchar a unirme con U. porque, demasiado lo sabe, como se lo he dicho, que no tengo manera de hacerlo, y que hoy se lo dirá también el Coronel Bermúdez; pero aunque tuviera no lo haría, porque no puedo sacrificar honra y elementos en aras de su injustificable obcecación.

Si U. no oye mis reflexiones justas por demás y ajenas de todo otro sentimiento que no sea la salvación del país y de U. mismo, U. solo será responsable ante el Perú y ante su propia conciencia.

Puede usted disponer como quiera de su reputación, pero no de la suerte del país, ni de los elementos y vidas que ese mismo país ha puesto bajo su mando, para emplearlos en su provecho bien entendido. La honra de la bandera no se rifa, como U. pretende hacerlo, preocupado por un espíritu guerrero mal entendido: Nadie puede dudar del valor y abnegación del General Cáceres, y al no librar una batalla tan infinitamente desigual, no colgarán sobre su pecho un “San Benito”, sino pondrán sobre su frente una corona que representa la calma, la serenidad y el talento militar, dotes apreciables en el soldado, que como U., cuando ha sido necesario, ha sabido exponer su existencia en aras de la Patria, derramando su sangre por ella.

El nombrado puente Izcuchaca, no es, ni puede ser jamás una buena posición militar para defensiva de una manera estable; transitoriamente, puede ser útil para defender y proteger una retirada, o como punto de observación y si U. se empeña en sostenerla, pronto encontrará U. su desengaño; para ello debe U. tener en cuenta el gran alcance y superioridad de la artillería enemiga; así como la supremacía de su Ejército con relación al que tiene U. a sus órdenes; lo que no se ocultará a su buen juicio militar.

Ya yo le he dicho a U. mi última palabra por el correo pasado y espero que en el término de la distancia me ordene a quién debo entregarle el mando de este ejército.

Acabo de recibir de Lima noticia del fallecimiento de mi esposa y la gravedad de mi respetable señora madre: parece pues que el infierno se ha desencadenado sobre mí y estoy resuelto a no tomar parte en los acontecimientos que se van desarrollando de una manera tan triste como desgraciada para el Perú.

Como U. sabe, jamás he tomado parte en las injustificables convulsiones políticas, porque ha pasado el país: siempre me ha visto U. del lado del orden y sería imperdonable en mí, que hoy siquiera contribuyendo con mis pequeños servicios a tan desordenada política, que dará por único resultado el total desquiciamiento social. Finalmente teniendo ya en mi poder sus notas, en las que me manifiesta su adhesión al Gobierno creado en la Magdalena, oficial y definitivamente, le ruego envíe a quien deba relevarme a la brevedad posible, a fin de que pueda instaurar el nuevo régimen adoptado por U.

Sin más por ahora, me valgo de esta oportunidad para saludarlo y repetirme una vez más, de Ud. su afectísimo seguro servidor S.S.

Firmado: Arnaldo Panizo.