A José Ayarza

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​A José Ayarza​ de Clemente Althaus
Con motivo de la muerte de la señora doña Dominga Ayarza de Amunategui


Crezca sin tasa el doloroso llanto
que las mejillas férvido te inunda,
y que das a la muerte
de tu madre segunda,
que con inmenso amor supo quererte:
llora, sin tregua llora,
desde que luce el rayo de la aurora
hasta que duerme el día
entre los brazos de la noche fría:
¡que en tan amargos duelos,
en tan hondos pesares,
tener el desgraciado anhelaría
por ojos las estrellas de los cielos
y por llanto las ondas de los mares!
¿Y es posible, posible ¡oh dura suerte!
que la que ayer sentía,
que la que ayer pensaba,
la que ayer os amaba,
hoy tronco sea de materia inerte,
que ni oye la voz nuestra
ni el tacto siente de la usada diestra?
¿Qué fue del pensamiento?
¿Qué se hizo el sentimiento?
¿En dónde está la luz de la mirada?
¿En dónde, en dónde la expresión amante
que animaba el semblante?
¿Dónde el alma sensible, inteligente,
por entre el claro cuerpo contemplada,
como al través de vidrio trasparente?
¿Hay vigorosa mente
que la crüel necesidad comprenda,
de separarnos ¡ay! eternamente
del ser idolatrado
a cuyo dulce lado
fue do la vida la difícil senda
menos áspera y larga;
que con nosotros compartió la carga,
y que por tantos años, día a día,
fue nuestra inseparable compañía?
Eterno adiós ya dijo
al esposo ya hijo;
ya partió a la morada
por los tristes difuntos habitada;
allí duerme en estrecho
oscuro frío lecho
en donde es dura piedra su almohada;
y en donde solamente
su sombra silenciosa
de vez en cuando escuchará su nombre
leído por la voz indiferente
del que fije los ojos en su losa
al visitar el mudo cementerio:
¡Oh destino misérrimo del hombre!
¡Oh de la muerte lóbrego misterio!
Era la vida en vano
de la que lloras un dolor perenne;
que el corazón humano
jamás la muerte en su dolor desea,
y eterno apego a la existencia tiene,
por infeliz que la existencia sea.
Es igual nuestra vida
a una hermosa querida
que con desdén constate nos maltrata,
y más amada cuánto más ingrata.
¡Crüel alternativa! ¡trance fuerte!
O la vida, o la muerte:
la vida despedaza,
crucifica, atormenta sin medida,
y apurar hace del dolor la taza;
la invierte nos arredra e intimida,
y su recuerdo sólo nos espanta,
y erízase el cabello
y se hiela la voz en la garganta:
si es proceloso el mar en que navega
la humana estirpe ciega,
y está de escollos por do quier cubierto,
es más horrible y temeroso el puerto
donde su nave destrozada llega.
Del mortal el destino,
entre la vida y muerte, semejante
es al del navegante
que, náufrago y asido a débil pino,
en medio del mar vasto,
su único asilo y esperanza viera
en islas, de antropófagos manidas,
donde de humanos vientres será pasto,
y que sólo evitara la mar fiera
abordando a sus playas homicidas.
¡Y el que se queda, en tanto
suelta a rienda al llanto
y se queja de Dios y desespera,
y nada ven sus ojos
que no irrite su pena y sus enojos!
La creación entera
de su mismo dolor vestir quisiera:
pero la creación indiferente
su desventura y su dolor no siente;
y, como cada día,
a su infortunio y aflicción ajeno,
derrama el sol sereno
a torrentes la luz y la alegría;
y ríe la floresta,
y ríe el prado ameno,
el dolor insultando con su fiesta;
y leda canta el ave,
y de aromas derraman un tesoro,
con él enriqueciendo el aura pura,
flores de nieve y escarlata y oro;
y en el vasto universo nada sabe
ni de saber se cura
¡cuál es la fuente de tan largo lloro,
cuál el objeto de dolor tan grave!
Así, triste hijo, tu dolor quisiera
que hallasen tus miradas
en todos los semblantes, por doquiera,
las penas que te afligen retratadas:
y yo que te amé siempre con ternura,
y a quien unen contigo
desde tus tiernos días
mas que lazos de deudo los de amigo,
a sentir te acompaño tu amargura
y mezclo con tus lágrimas las mías:
solo y triste consuelo
que darte pueda en tan amargo duelo.
Otra voz a enjugar te invitaría
el llanto acerbo que tu pena vierte
y a distraer dolor tan desmedido:
yo a más pena y más llanto te convido;
y ojalá que muy tarde a poseerte,
muy tarde venga el tenebroso olvido,
que es la segunda muerte.


(1866)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)