A la srta. D.ª Juana Y***

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​A la srta. D.ª Juana Y***​ de Clemente Althaus


Adiós, dulce amiga mía,
mas que mi amiga mi hermana,
que, aunque hace aún breve tiempo
que logré la dicha rara
de conocerte, me debes
tal cariño, amistad tanta,
como si te conociera
desde mi primer infancia;
si bien el cielo sus dones
te concedió tan sin tasa
y en tan alto extremo tal hizo
afable, modesta, casta,
de tan süave prudencia
y agudo ingenio adornada,
que para adorarte siempre
verte una vez sola basta:
omitiendo el verso mío
tu beldad, aunque extremada,
pues le sobra el ser hermosa
a la que prendas y gracias
en sí atesora, que en vano,
por ser tales y ser tantas,
quiere sumar el guarismo
ni ponderar la alabanza.
Adiós, Juana; acaso nunca
torne yo a tu bella España;
tal vez nunca en esta vida,
la crüel fortuna avara
me dará que a verte torne
triste suerte del que viaja.
Mas cierta está que tu imagen,
entre las más gratas grata,
vivirá en mí, vencedora
del tiempo y de la distancia;
y cuando mi planta errante
halle reposo en mi patria,
con mi idolatrada madre
y mis hermanos y hermana,
de ti hablaré muchas veces,
de ti, y de tu madre cara,
que el postrer eterno sueño
duerme ya en la tumba helada.
Y les diré que mil veces
con vosotras largas pláticas
tuve de ellas, y que siempre
por ellas me preguntabais;
que largamente la historia
de mi familia os contaba,
y que tal vez de mi madre
me oísteis las tiernas cartas,
en bello piadoso llanto
las pupilas arrasadas.
¡Cuánto tengo de acordarme
de vosotras! ¡Cuantas, cuántas
veces, al sentir los tiros
de la fortuna contraria,
los desengaños del mundo
y de la envidia la saña,
a lo pasado volviendo
las anhelosas miradas
en busca de algún consuelo
a mi presente desgracia,
habré de acordarme que hubo
dos nobles piadosas damas
que con el triste extranjero
fueron benéficas hadas;
que, indulgentes con mi extraño
genio y condición extraña,
cual madre y hermana pueden,
disimulaban mis faltas;
a quienes mis tristes quejas
debieron preciosa lástima,
y que, si entonces me vieran,
de mis penas apiadadas,
como en un tiempo solían,
afables me consolaran:
una digo, que la otra
es presa ya de la Parca.
Mas perdona, dulce amiga,
si renuevan mis palabras
en tu tierno filial pecho
la triste memoria amarga
de tu antigua compañera
de tu madre idolatrada,
que te dejó con su ausencia
en el mundo solitaria.
si yo que la traté apenas
como un hijo llegué a amarla,
¡Cuánto has de llorar sensible
a madre tan buena y santa,
tú que desde que naciste
nunca de ella te apartaras;
que nunca con dulce esposo
quisiste, aunque codiciada,
partir el inmenso afecto
que en ella sola cifrabas;
que, lejos del mundo vano
y de sus fiestas y galas,
otra fiesta no tenías
que estar con tu madre cara,
para quien ella era todo
y sin ella todo nada!
¡Cuál me quedé, cuando supe
de su muerte inesperada
la noticia que me dieron
cuando con ligera planta,
de abrazaros impaciente,
me acercaba a vuestra estancia!
¡Qué ajeno mi pensamiento
del fatal suceso estaba!
¡Qué alegre día y dichoso
en la sociedad de entrambas
a mi amistad prometía
la lisonjera esperanza!
Pero le pasé ¡cuan triste!
contigo y sin ella, Juana.
Avivose a mi presencia
de tu dolor la honda llaga,
y fueron nuestros saludos
ayes, gemidos y lágrimas,
¡Cuánto te hallaron mis ojos
en breve tiempo cambiada!
¡Cómo tus dolientes quejas
me traspasaban el alma
¡Qué suspiros te salían
de lo hondo de las entrañas!
De consuelo y sufrimiento
voces mi labio no hallaba,
que no pareciesen todas
en tan grande duelo vanas.
Y cuando, variar queriendo
nuestra tristísima plática,
a hablarte empezé del viaje
que he de hacer presto a mi patria,
y te encarecí lo recio
que el paso de la mar vasta
el pensamiento le pinta
a mi enferma salud flaca,
aunque término dichoso
sean del Perú las playas,
y dulce madre me espere
y prendas que adora el alma,
llorosa me respondiste
con voz así entrecortada:
«¡Ojala yo hacer pudiera
»otro largo viaje, para
»volver a ver en la tierra
»viva a mi madre adorada!
»¡Pluguiera a Dios, aunque fuese
»doble, triple la distancia:
»aunque fuese al fin del mundo;
»aunque sola, a pie, descalza,
»enferma y mendiga, hubiera
»de hacer la larga jornada,
»y cuantos fieros trabajos
»puede sufrir la constancia
»fuerza padecer me fuese,
»con tal que a ver la tornara!»
Y cuantos asuntos iba
cambiando piadosa maña
en tu querida difunta
todos así remataban;
como en sabia sinfonía,
una juntamente y varia,
donde en el tema que reina
se convierten y rematan
todos los nuevos concentos
con insensible mudanza;
o como en aquellas tristes
canciones en donde cada
estrofa es fuerza que acabe
con unas mismas palabras.
Ni fue menos triste día
el que contigo pasara,
cuando me brindó tu mesa
tu suave cortés instancia:
¡Ah! ¡qué fiesta tan alegre
la amistad y la confianza
hubieran tenido entonces,
si ella nos acompañara!
Como allá en Madrid un día
en nuestra común morada,
do para su dulce Cádiz
me convidó veces hartas.
¡Ah! ¡qué placenteras tardes!
¡Ah! ¡qué agradables mañanas!
Ah! ¡qué pláticas sabrosas
sin término prolongadas!
Tú de tu madre quisiste
cumplirme el convite, Juana;
pero más valido hubiera
que tal convite excusaras.
Pues ¿cómo, dime, pudimos
tener de manjares gana,
cuando crüeles recuerdos
el pecho nos lastimaban,
viendo el asiento vacío
de nuestra cara Doña Ana?
Pudo nuestro labio apenas
balbucir voces escasas,
pues el dolor nos ponía
un dogal en la garganta;
y, vanos nuestros esfuerzos
para gustarlas, intactas
quitó la afligida sierva
cuantas exquisitas viandas
fueron por tus manos mismas
con esmero preparadas;
y nos levantamos hartos
sólo de tristeza y lágrimas.
¡Ah! si consuelo en el mundo
hay para pena tamaña,
¡Dilatártele no quiera
la clemencia soberana!
Yo se lo pido; o al menos
suave y lentamente vaya
el tiempo desenconando
tan viva profunda llaga;
torne a florecer un día
el abril de tu esperanza;
dete el Señor el esposo
que tú mereces; y en larga
vida apacible y tranquila,
de venturas rodëada,
tan querida esposa y madre
sé, como fuiste hija cara.
Mi dulce esperanza es ésta;
éstas mis más vivas ansias;
y que de mí algunas veces
te acuerdes, y tus plegarias
al cielo devota eleves
para que de mi desgracia
el fiero rigor se temple,
y halle al fin salud y calma.
Mas, si te llegó la nueva
de que fallecí en temprana
edad, a manos de antigua
honda enfermedad extraña,
que mi juventud florida
en odiosa vejez cambia,
de Clemente a la memoria
piadoso llanto derrama,
y de tu difunto amigo,
allá en la noche callada,
cuando por tu madre reces,
reza, Juana, por el alma.


(1859)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)