Agricola (Tácito)

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​La vida de Julio Agrícola​ de Publio Cornelio Tácito
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Introducción[editar]

[1] La narración de las hazañas de los hombres ilustres y su manera de vivir a nuestros sucesores, una costumbre que viene de antiguo, es un hábito que ni siquiera en nuestros tiempos tan poco interesados por lo suyo se ha perdido, siempre y cuando un hombre ha vencido y superado con su destacada y noble virtud a ese defecto común a toda gran y pequeña comunidad: la ignorancia y el odio contra los buenos hombres. Sin embargo, entre los antiguos, al igual que era más fácil y se tendía a actuar con dignidad, también los escritores más reconocidos por su habilidad solían redactar encomios que guardaran la memoria de estas virtudes sin parcialidad ni otro deseo que tan solo la buena conciencia[1]. Muchos entonces pensaban que escribir su propia biografía era una demostración de la integridad de sus costumbres antes que de arrogancia y no se consideró que Rutilio o a Escauro fueran poco fiables o sospechosos por hacerlo: ¡hasta tal punto se valoraba tanto la virtud incluso en un tiempo en el cual era fácil que surgiera! Pero ahora, para narrar la vida de un hombre muerto, necesité pedir permiso, cosa que no habría necesitado si lo fuera a acusar: tan severo y hostil es nuestro tiempo contra la virtud.

[2] Hemos leído que, cuando Aruleno Rústico y Herennio Seneción ensalzaron a Peto Trásea y a Prisco Helvidio, fueron condenados a la pena capital y no solo los autores, sino que también sus libros sufrieron esa ira, encomendando la sentencia a los triunviros a quemar en los comicios y el foro este recuerdo de aquellos ilustres caracteres. Creían en verdad los poderosos que en aquel fuego podían arrasar la voz del pueblo romano, la libertad del senado y la conciencia del género humano, después que ya habían expulsado a todos los profesores de filosofía y habían exiliado a cualquier buena arte, para nunca encontrarse así con nada noble. En efecto, hemos demostrado nuestra inmensa capacidad de sufrimiento: igual que la época antigua vio los extremos de la libertad, nosotros hemos vistos los extremos de la esclavitud, comprando toda libertad de expresión a base de delaciones. Y hubiéramos perdido incluso la propia memoria, además de la voz, si hubiéramos sido tan capaces de olvidar como de callar.

[3] Ahora por fin se recobra nuestra espíritu: aunque primero Nerva, en el inicio de un nuevo y dichoso siglo, haya mezclado dos cosas antaño opuestas, como la libertad y el imperio, y después Trajano aumente la fortuna de nuestros tiempos día tras día, a pesar de que no solo nosotros contemplamos la seguridad pública con esperanza y buenos deseos sino que incluso el emperador se ha comprometido de palabra y acción, sin embargo estos remedios son más lentos que la enfermedad que atenaza a la débil naturaleza humana: igual que nuestros cuerpos son lentos en crecer pero rápidos en menguar, también resulta más fácil aplastar la genialidad y las artes antes que recuperarlos, porque nos acaba pareciendo dulce la inactividad y al final acabamos amando la desidia que antes odiábamos. ¿Y por qué es así? Si durante quince años, un espacio de tiempo extenso para un mortal, muchos mueren por muerte natural —y los más hábiles por la crueldad del emperador—, y solamente unos pocos, como dijimos, hemos sobrevivido no solo a los demás sino incluso a nosotros mismos, ahora solamente sabemos movernos en silencio, pues ya hemos perdido la mitad de nuestras vidas a lo largo de todos estos años, mientras los jóvenes llegaban a la vejez y los mayores ya casi al final de nuestras vidas. Sin embargo, no nos arrepentiremos de haber contado, con nuestro estilo rudo y poco pulido, el recuerdo de aquella anterior esclavitud y el testimonio de nuestra buena dicha presente. Este libro, entretanto, está dedicado en honor de mi suegro Agrícola, lo cual recibirá alabanzas o, cuanto menos, será excusado, en tanto que es una demostración de mi cariño hacia él.

Encomio de Agrícola: sus primeros años[editar]

[4] Cneo Julio Agrícola, nacido en la antigua y conocida colonia de Foro Julio[2], tuvo a los dos abuelos con el cargo de procuradores, que formaban parte de la nobleza ecuestre. Su padre, Julio Grecino, senador, fue conocido por su pasión por la oratoria y la filosofía y por estas mismas virtudes se ganó la ira de Calígula, ya que le fue ordenado que acusara a Marco Silano y, como se negó, fue ejecutado. Su madre, Julia Procila, fue una mujer de una pureza extraordinaria: ella lo educó a su lado con gran cariño y él pasó su infancia y adolescencia entregado al cultivo de todas las disciplinas honestas. Además de su naturaleza íntegra y noble, lo mantuvo apartado de caer en la seducción del vicio el hecho de haber tenido como residencia de estudios y maestra a Marsella, un lugar donde se unen, y de manera armoniosa, el refinamiento griego y la frugalidad de las provincias. Guardo en la memoria que él solía contar que se habría entregado con mayor fuerza al estudio de la filosofía, más allá de cuanto se le permite a un romano y a un senador, si la prudencia de su madre no hubiera puesto coto a su espíritu apasionado y ardiente. Y lo cierto es que su descollante y elevado carácter aspiraba a alcanzar la belleza y el aspecto de una gloria sublime con mayor entrega que cautela. Después la razón y la edad habían suavizado su carácter, pero mantuvo, lo cual es extremadamente difícil, la moderación que había aprendido de los filósofos.

[5] Su primer contacto con el ejército tuvo lugar en Britania a las órdenes de Suetonio Paulino, un general eficiente y mesurado, que lo seleccionó para servir a sus órdenes. Agrícola no se comportó de manera inmoral ni perezosa, como esos jóvenes que convierten su servicio militar en un pasatiempo, ni se aprovechó de su inexperiencia o su cargo de tribuno para conseguir permisos o sus caprichos, sino que intentó conocer la provincia, ser conocido en el ejército, aprender de los expertos, seguir a los mejores, no hacer nada por presumir, no rechazar nada por miedo y actuar, al mismo tiempo, con cuidado y entrega. Nunca estuvo más agitada Britania ni pendió tanto de un hilo la situación allí: los veteranos morían asesinados, las colonias eran pasto de las llamas, los ejércitos sufrían emboscadas... la lucha fue primero por sobrevivir y, después, por vencer. Aunque todo esto se realizaba a las órdenes y mando de otro y la mayor gloria por todo y especialmente por haber recuperado la provincia recayó sobre el general, penetró en su carácter el deseo de la gloria militar, una fama poco deseada en aquellos tiempos en los que se miraba con recelo a los que sobresalían y no era menos peligroso tener buena fama que tenerla mala.

[6] De allí volvió a Roma para asumir cargos políticos y contrajo matrimonio con Domicia Decidiana, una mujer de ilustre linaje; un matrimonio que confirió fuerza y honor para el que aspiraba a mayores logros. Vivieron en una admirable concordia gracias a su cariño mutuo y anteponiendo el uno al otro y viceversa, con la excepción de que esto es un motivo para alabar a una buena mujer tanto mayor cuanto es criticable en una mala. Recibió por sorteo la cuestura de la provincia de Asia y a Salvio Ticiano como procónsul: ninguno de los dos lo corrompió, pese a que la provincia era rica y estaba dispuesta para todo tipo de tropelías y el procónsul, que pecaba de avaricioso, tenía la intención de comprar un mutuo encubrimiento de sus malos actos con toda clase de permisos. Allí engendró una hija, para ayuda y consuelo de la familia, pues había perdido poco antes un hijo. Después, en el año que pasó entre su cuestura y tribunado de la plebe y, después, en el año que ejerció como tribuno de la plebe, pasó el tiempo tranquilo y sin ocupaciones, conocedor de que en los tiempos de Nerón la inactividad era una clase de sabiduría. Su pretura siguió el mismo guión y silencio, y no le tocó desempeñar funciones judiciales. Ofreció unos juegos por su cargo a medio camino entre lo razonable y lo lujoso, tan lejos del despilfarro como más próximos a una buena fama. Entonces fue elegido por Galba para inventariar las donaciones a los templos y lo llevó a cabo de manera muy concienzuda, a fin de que la república no sumara algún otro sacrilegio a los que ya había cometido Nerón.

[7] Al año siguiente su espíritu y su familia recibió una dura herida, pues la armada de Otón, mientras erraba saqueando Entimilio —una parte de la Liguria— como si se tratara de una región enemiga, mató a la madre de Agrícola en uno de sus campos y saqueó esos mismos campos y un gran parte de su patrimonio, lo cual motivó esa muerte. Agrícola, que había partido para cumplir con sus deberes filiales, recibió la noticia de que Vespasiano aspiraba al poder y al punto se sumó a su facción. Al principio, Muciano era quien dirigía el principado y la ciudad, ya que Domiciano todavía era joven y se servía del poder de su padre únicamente para su deleite, y él puso a Agrícola, que había estado cumpliendo con entrega su tarea de reclutar levas, al frente de la XX legión, la cual había tardado en prestar el juramente de fidelidad y cuyo legado se comentaba que había tenido un comportamiento desleal: ciertamente era una tarea temible y considerable para un legado consular y el anterior legado, con rango de pretor, no había sido capaz de meterla en vereda, no se sabe si por su carácter o el de sus soldados. Agrícola, elegido sucesor y vengador al mismo tiempo, prefirió actuar con tan gran moderación que pareciera que se había encontrado con unos buenos soldados antes que los había convertido en buenos.

[8] Gobernaba por aquel entonces en Britania Vecio Bolano, para el cual hubiera sido más apropiado un destino más tranquilo que una provincia tan fiera. Agrícola moderó su energía y contuvo su ardor para que no fuera a más, pues sabía seguir órdenes y era experto en combinar lo útil con lo honesto. Poco después, Britania recibió como gobernador a Petilio Cerial: entonces sus virtudes tuvieron espacio para destacar. Al principio, Cerial solamente le asignaba tareas y riesgos, pero poco después también compartía la gloria: muchas veces lo ponía al frente de parte del ejército para ponerlo a prueba y, a veces, de la mayoría del ejército por los buenos resultados que había obtenido. Agrícola nunca ensalzó con alharacas su fama: como un servidor, remitía su buena fortuna al general y guía: de esta forma, con su valentía siguiendo órdenes y su modestia a la hora de hablar quedaba fuera de todo odio, pero no de la gloria.

[9] Al volver de su cargo al frente de aquella legión, el divino Vespasiano lo incluyó en la clase de los patricios y después lo eligió gobernador de la provincia de Aquitania, un destino maravilloso por su importancia y por la esperanza de un consulado, para el cual el emperador lo había designado. Cree la mayoría que los militares carecen de sutileza, porque la ley militar es dura e inflexible, y, como consiguen la mayoría de cosas por la espada, no están ejercitados en las argucias de la política. Agrícola, a pesar de hallarse en un ámbito civil, se desenvolvía con facilidad y ecuanimidad gracias a su natural sentido común y separaba el tiempo de trabajo del ocio: cuando presidía juicios y reuniones políticas, presentaba un aspecto grave, severo y, las más de las veces, se mostraba misericordioso; cuando había cumplido con sus deberes, no mostraba en su apariencia poder alguno. Y no le sucedió, lo cual es muy raro, que su afabilidad disminuyera su prestigio ni su severidad el amor que por él se sentía. Definir su conducta como “entereza” y “moderación” sería un insulto a sus virtudes: ni siquiera hacía gala de sus virtudes para conseguir buena fama, en la que incluso los buenos hombres se deleitan: lejos estaba de competir con sus colegas, lejos de enfrentarse con sus subalternos. Estuvo menos de tres años ocupado en este cargo público cuando fue rápidamente convocado en Roma con vistas a recibir el consulado, bajo la creencia de que le sería asignada la provincia de Britania, no porque lo hubiera pedido en ninguna de sus comparecencias, sino porque parecía ajustado. No siempre se equivocan los rumores: al poco fue en efecto elegido cónsul. Como cónsul, prometió en matrimonio a su hija, la cual tenía ya entonces grandes perspectivas de futuro, conmigo, un joven, y después del consulado la casó. Enseguida le asignaron el gobierno de Britania, con el cargo religioso de pontífice por añadidura.

Excursus sobre Britania: su geografía, sus pueblos, su historia[editar]

[10] Voy a narrar la geografía de Britania y las características de sus pueblos, que ya han sido descritos por muchos otros escritores, sin buscar la comparación con su precisión o talento, sino porque entonces todavía no había sido sometida: así, todo lo que entonces se desconocía, que estos primeros escritores embellecieron con su elocuencia, ahora lo contaremos de manera fiel a la realidad. Britania, la isla más grande de todas las que los romanos tenemos noticia, mira en hacia Germania por el este y hacia Hispania por el oeste; desde la Galia se puede llegar a atisbar su costa sur y sus tierras septentrionales no dan a ninguna otra tierra, sino que reciben el azote de un inmenso e inacabable mar. El aspecto de toda la isla de Britania lo han descrito dos de los autores más elegantes de todos —Livio entre los antiguos, Fabio Rústico entre los modernos— como similar a un escudo alargado o a un hacha de doble hoja. Y en efecto es este su aspecto si dejamos fuera a Caledonia, por lo que ha pasado a ser su descripción más habitual; para los que la recorren hasta el final, hay una enorme y vasta extensión de tierras que llegan hasta unas costas muy lejanas que se van estrechando como en una cuña. Cuando la flota Romana rodeó el litoral de este, el último de los mares, confirmó que Britania era una isla y, al mismas tiempo, descubrió y conquistó unas islas desconocidas hasta aquel momento, las Orcadas. También otearon Tule[3], puesto que hasta aquí llegaban sus órdenes y se acercaba el invierno. Pero cuentan que aquel mar pesado y difícil para remar no se agita ni siquiera por los vientos: a mi juicio, ello se debe a que por aquella región hay una menor cantidad de tierras y montañas, que son la causa y el combustible de las tormentas, y el inmenso peso de un mar sinfín resulta difícil de mover. Sin embargo, no es el objetivo de esta obra inquirir sobre la naturaleza del Océano ni de las mareas: tan solo me gustaría añadir que en ningún lugar el mar domina tanto su entorno, pues mueve a los ríos de un lugar a otro y no crece o baja levemente la marea en la costa, sino que se difunde y fluye tierra adentro y entonces las colinas e incluso las montañas quedan como insertas en su interior.

[11] Por lo demás, poco es lo que se sabe sobre quiénes fueron los primeros mortales en habitar en Britania, ya fueran indígenas, ya fueran inmigrantes, como suele suceder entre los bárbaros. Pero su aspecto físico presenta diversas apariencias y de ahí se extraen diversos razonamientos. Los cabellos rubios y la percha de los habitantes de Caledonia[4] confirman su origen germánico; el rostro colorado de los siluros, el pelo rizado de la mayoría y su ubicación frente a Hispania dan fe de que los antiguos íberos cruzaron el mar y se asentaron en estas regiones; los pueblos más cercanos a los galos son muy semejantes a ellos, ya sea porque todavía pervive la fuerza de su común origen, ya sea porque en unas tierras que se extienden tan lejos las características de esa región les ha dado a sus cuerpos un aspecto concreto. Sin embargo, en general a cualquiera que lo piense le parecerá razonable que los galos hayan ocupado esa isla vecina. Podrías entender su culto religioso como una veneración de lo sobrenatural. Su lengua no difiere mucho; presentan el mismo valor para enfrentarse a los peligros que temor a retirarse cuando ya han llegado; a pesar de todo, los britanos destacan más por su ferocidad, porque todavía no los ha reblandecido una larga paz: pues sabemos que los galos antaño destacaron en la guerra pero, en cuanto penetraron en sus tierras las pereza y la vagancia, perdieron su valentía al igual que su libertad. Esto ya les ha sucedido a los britanos que fueron vencidos hace tiempo, los demás todavía siguen siendo como antes fueron los galos.

[12] Su fuerza militar radica en la infantería; algunos pueblos también combaten con carros: se considera un puesto de mayor honor el de auriga y son sus seguidores[5] quienes combaten. Antiguamente obedecían a un rey, pero actualmente las disputas entre diversos cabecillas los han dividido en facciones y grupos... y no hay nada que nos resulte más útil en nuestros enfrentamientos contra estas poderosas gentes que su incapacidad de ponerse de acuerdo para actuar en conjunto: extraño es que se reúnan dos o tres tribus contra un peligro común: luchan por separado, así pierden todos. El clima es desapacible, con abundantes lluvias y nubes, aunque el frío no es áspero. Sus días duran más que en nuestra latitud; la noche, en el extremo (norte) de Britania es clara y breve, hasta tal punto que es poca la diferencia que puedes reconocer entre el final de un día y el principio de otro. Y si las nubes no lo ocultan, se dice que puedes ver de noche el brillo del sol, cruzando el firmamento sin ponerse ni salir. Ello se debe a que aquellas tierras planas y alejadas no consiguen crear una noche, sino unas débiles sombras y bajo el cielo y las estrellas cae la noche. Su tierra, a excepción de los olivos, la vid y el resto de cultivos acostumbrados a un clima más cálido, es fértil tanto para la agricultura como para la ganadería. El fruto tarda en madurar, pero crece muy rápido y la causa de ambas características es la misma: hay mucha humedad en la tierra y en el aire. Britania alberga minas de oro, plata y otros metales, una recompensa a nuestra victoria. En su océano también crecen perlas, pero pálidas y grises: algunos creen que a sus recolectores les falta pericia, pues en el mar rojo se arrancan vivas y todavía respirando mientras que en Britania se recogen una vez que se han expulsado: yo antes pensaría que la naturaleza carece de perlas suficientes que a nosotros la avaricia.

[13] Los propios britanos cumplen con las levas, tributos y demás requisitos del impero sin dilación, siempre y cuando no se les trate injustamente: esto lo soportan a duras penas, pues aunque ya han sido suficientemente sometidos como para obedecer, todavía no son unos esclavos. Así pues, aunque el divino Julio César, el primer romano en llegar a Britania al frente de un ejército, aterrorizó a los indígenas en una guerra propicia y se apoderó de la costa, puede parecer que antes indicó el camino a sus sucesores que les entregó una provincia. Después siguieron las guerras civiles, cuando los ejércitos de nuestros cabecillas se volvieron contra el estado romano, y con ellas llegó un largo olvido de Britania incluso en épocas de paz. Augusto consideraba este hecho como una política deliberada y Tiberio como una orden; está bastante claro que Calígula había tomado en consideración la invasión de Britiania, si no hubiera sido tan rápido en mudar su voluble carácter y no hubieran fallado estrepitosamente sus ataques contra los germanos. El divino Claudio fue el impulsor del segundo intento y transportó a legiones y auxiliares y encomendó parte de la tarea a Vespasiano, lo que fue el principio de lo que los hados le depararían. Diversas tribus fueron sometidas, algunos reyes fueron capturados y Vespasiano se dio conocer a su destino.

[14] El primero de los legados consulares que asumió el mando fue Aulo Plaucio y, después, Ostorio Escápula: ambos eran eminentes militares y poco a poco la parte más cercana de Britania fue convertida en provincia y se creó en ella una colonia de veteranos. Algunas ciudades le fueron entregadas al rey Cogidumno —él fue nuestro aliado más leal incluso hasta nuestros días—, una antigua y desde luego reconocida costumbre del pueblo romano, la de servirse de los reyes como una herramienta para esclavizar a sus pueblos. Tras ellos, Didio Galo mantuvo los territorios que le habían dejado pero estableció alguna guarniciones más hacia el interior del país, con lo que buscaba el reconocimiento de haber engrandecido su cargo. Veranio siguió a Didio y en aquel mismo año murió. Después de esto, Suetonio Pualino consiguió que la provincia prosperara durante dos años, sometiendo a más pueblos y fortaleciendo las guarniciones. Confiado por estos preparativos, intentó atacar la isla de Mona[6], que suministraba refuerzos a los rebeldes, pero dejó su espalda abierta a la rebelión.

[15] Pues con la ausencia del legado, los britanos perdieron el miedo y empezaron a reflexionar sobre las penurias de su servidumbre, compartieron las afrentas sufridas y se encendieron sus ánimos, mientras se decían que en nada les beneficiaba soportarlo como no fuera para que todavía les exigieran mayores sacrificios como si lo toleraran con facilidad. Decían que antaño habían servido únicamente a un rey, pero que ahora se les había impuesto dos, de los cuales al legado tenían que servir con sangre y al procurador con sus bienes; que tanto su concordia como discordia los perjudicaba y que los centuriones del uno y los esclavos del otro unían a la violencia la injuria: nada quedaba fuera de su capricho ni de su lujuria. Afirmaban que en una guerra es el más fuerte quien puede saquear, pero que ahora sus casas se veían sacadas por cobardes y débiles, que secuestraban a sus hijos y que los obligaban a unirse a sus levas, como si ellos no supieran morir por su patria. !Qué pequeño era el número de soldados —decían— que había cruzado el mar, si contáramos a los britanos por separado! Aseguraban que Germania se había sacudido así el yugo romano, y eso que a ellos los defendía un río y no un mar; para ellos, su patria, sus esposa y sus hijos eran los motivos para ir a la guerra, para los romanos, la avaricia y la ambición. Estaban convencidos de que los romanos se tendrían que marchar, como hizo el divino Julio, en cuanto consiguieran emular a los antepasados, pero no debían atemorizarse por el resultado de un par de combates, pues los desgraciados siempre tienen mayor fuerza y resistencia. Los dioses —afirmaban— ya se habían apiadado de los britanos, quienes mantenían al general romano alejado y ausente en otra isla: ya habían realizado lo más difícil, deliberar: en este tipo de decisiones, es más peligroso atreverse que ser capturado.

[16] Todos los britanos, aguijoneados por estos y otros argumentos de parecida guisa, se lanzaron a la guerra y eligieron a Budica, una mujer de sangre real —pues no les importa el sexo a la hora de asumir el poder— como general. Masacraron a los soldados dispersos por las guarniciones, conquistaron todas las fortalezas e incluso tomaron la propia colonia de veteranos como si fuera la capital de su esclavitud, donde la ira tras su victoria no dejó de lado ninguna clase de crueldad propia de unos bárbaros. Y si no se hubiera enterado Paulino al poco tiempo de la rebelión, se habría perdido toda la Britania. Gracias a la victoria en un combate, restableció la provincia a su anterior sometimiento, si bien muchos se mantuvieron en armas, a los cuales movía su conciencia de haberse rebelado y su particular miedo al legado, miedo de que, a pesar de ser un hombre excelente en el resto de aspectos, se comportara con arrogancia y especial dureza con los vencidos, como si estuviera saldando una cuentas personales. Después fue enviado Petronio Turpiliano como un hombre más flexible, que desconociera los crímenes de los enemigos y por esto mismo más suave con los arrepentidos, pero como no se atrevió a ampliar los territorios que había recibido, le dejó la provincia a Trebelio Máximo. Trebelio era bastante inútil y no realizó ninguna aventura militar, pero mantuvo la provincia con una cierta dulzura en su administración: los bárbaros ya habían aprendido también a ser indulgentes con los vicios y las comodidades y el intervalo entre guerras civiles le otorgó a la indolencia una justa excusa. Sin embargo, padecimos insubordinaciones cuando los ociosos soldados, acostumbrados a los rigores de las campañas, se entregaron a sus placeres. Trebelio, que había evitado su muerte a manos de unos soldados enfurecidos fugándose en medio de la noche, quedó al mando de manera precaria como un hombre poco apropiado y rastrero: como si hubieran firmado un pacto, el ejército por conservar sus vicios, el comandante por su vida, el motín triunfó sin derramarse sangre. Y Vecio Bolano, mientras tenían lugar las guerras civiles, tampoco quiso exaltar los ánimos de los soldados en Britania imponiendo la disciplina: hubo la misma inactividad frente al enemigo, el mismo libertinaje en los campamentos, con la excepción de que Bolano, un noble hombre que no era odiado por haber cometido ninguna mala acción, había conseguido el cariño en vez de autoridad.

[17] Sin embargo, cuando Vespasiano, al igual que el resto del mundo, conquistó también Britania, dispuso de grandes generales, excelentes ejércitos y las esperanzas del enemigo se vieron reducidas. Enseguida Petilio Cerial infundió terror atacando a la tribu de los Brigantes, que se decía que era la más grande de toda la provincia. Hubo muchos combates, a veces no poco encarnizados, pero al final una gran parte de los brigantes fue conquistada, ya por la guerra ya por la victoria. Y desde luego la fama de Cerial habría oscurecido la fama y cuidado de cualquier otro sucesor, pero fue Julio Frontino, un gran hombre, como se necesitaba, el que se puso al frente de Britania y soportó su carga: sometió por la fuerza de las armas a los combativos y valientes pueblos silures y superó espada en mano las dificultades del terreno además del valor de sus habitantes.

Agrícola asume el mando sobre Britania[editar]

[18] Agrícola, llegado a Britania a mitad del verano, se encontró con una provincia en tal estado, con esta situación bélica, en un momento del año en el que los soldados preferían volver a su anterior vagancia, como si a esas alturas del año ya no se pudiera efectuar ninguna expedición militar, y los enemigos aprovechar la oportunidad. La tribu de los ordovicos, no mucho antes de que él llegara a la provincia, había aniquilado un destacamento de caballería casi en su totalidad y, con este inicio, la provincia se había alzado. Para los partidarios de la guerra, era el momento de sentar ejemplo y descubrir el fuste del nuevo legado, cuando Agrícola, a pesar de que ya había pasado el verano, que las unidades estaban desperdigas por la provincia, que los soldados presumían que ese año iba a ser tranquilo —cosa que ralentiza y hace desagradable el inicio de una guerra— y que la mayoría pensaba más bien iba a defender los lugares más sospechosos, decidió ponerse a prueba. Reunió los destacamentos de las legiones y una pequeña fuerza de auxiliares y, como los ordovices no se atrevían a bajar al llano, él mismo se puso al frente de su ejército, para que el resto de sus soldados tuviera un coraje igual al suyo frente a un peligro similar, y organizó el ataque. Casi toda la tribu fue masacrada. Como no era desconocedor de que tenía que continuar con su fama y que, según fueran sus primeras actuaciones, podría aterrorizar al resto de tribus, se hizo a la idea de conquistar la isla de Mona. Sin embargo, como suele suceder en las decisiones improvisadas, le faltaba una flota: la inteligencia y la diligencia del general solventó ese problema. Eligió a un grupo de los mejores auxiliares, que conocían los vados del lugar y estaban habituados a nadar en su patria mientras manejan sus armas y sus caballos, les hizo dejar su impedimenta a un lado y los envió tan repentinamente contra los enemigos que estos, asombrados porque esperaban una flota, unos barcos, un ataque por mar, pensaron que nada les resultaría duro o invencible a quienes así hacían frente a la guerra. Así consiguió que le pidieran la paz y se entregaran los isleños, lo cual redundó en la fama y consideración de Agrícola, porque él, nada más llegar, había preferido afrontar esfuerzos y peligros durante un tiempo que otros gobernadores utilizaban para presumir y hacer ostentación de su nuevo cargo. Además, Agrícola no se sirvió de su buen hacer para envanecerse ni dijo que la represión de un pueblo ya vencido fuera una campaña o una victoria; ni siquiera describía sus hazañas en las cartas de victoria[7], pero merced a ese mismo encubrimiento de su gloria aumentó su propio prestigio a ojos de los demás, que valoraban cómo de grandes podían ser las expectativas de futuro de un hombre que callaba hazañas ya tan grandes.

[19] Después de estas acciones, decidió eliminar todos los motivos para una guerra, pues ya conocía el estado de ánimo de la provincia y había aprendido de las experiencias de los anteriores gobernadores que de poco servían las armas si a las victorias les seguían injusticias. Primero empezó controlándose a sí mismo y a los servidores de su propia casa, lo cual resulta para la mayoría no menos duro que gobernar toda la provincia. Resolvió no llevar a cabo sus asuntos a través de libertos o esclavos del estado ni recibir a un centurión o a unos soldados por sus intereses privados o por recomendaciones y súplicas, sino considerar a los mejores como sus hombres de mayor confianza; conocerlo todo, pero no intentarlo todo. A las pequeñas faltas, les concedía el perdón; a las grandes, ajustaba la severidad, y muchas veces tenía suficiente con el arrepentimiento y no siempre imponía castigos; prefería poner al frente de los cargos y en las administraciones a quienes no iban a cometer ninguna falta antes que condenarlos cuando se equivocaran. Decidió aligerar la recaudación de grano y tributos igualando sus cargas y reduciendo aquellas cosas que había descubierto en una investigación que peor se soportaban del tributo, pues se veían obligados, como si fuera una burla, a tener a su lado los graneros repletos cerrados con llave y comprar grano en el extranjero e inflar sus precios. Les imponían llevar su grano a regiones alejadas y por rodeaos, para que las ciudades que tenían cerca a los campamentos de invierno llevaran su tributo a tierras lejanas e inaccesibles, hasta que lo que resulta en principio disponible para todos se convirtiera en el lucro de unos pocos.

[20] Al conseguir realizar todo esto en su primer año, Agrícola de ilustre nombre a la paz, la cual antes no se temía menos que la guerra por culpa de la despreocupación o la intolerancia de los anteriores gobernadores. Sin embargo, cuando llegó el verano, reunió el ejército y se dejó ver con frecuencia en las marchas, alababa la moderación y exigía más de los rezagados. Elegía él en persona el lugar del campamento, exploraba los bosques y las marismas y entretanto no permitía que los enemigos estuvieran tranquilos sin que se lo devastara todo con repentinas incursiones y, cuando ya estaban bastante atemorizados, los perdonaba y les ofrecía de nuevo la paz. Con estas tácticas, muchas tribus que hasta aquel momento no admitían la superioridad de Roma, depusieron las armas tras entregar rehenes y fueron rodeadas con guarniciones y fuertes, con tan gran mesura y cuidado que ninguna parte de Britania había recibido un trato igual antes.

[21] Pasó el siguiente invierno tomando unas decisiones muy útiles para nuestra supervivencia pues, para que unos hombres desperdigados y ásperos y, por esto mismo, belicosos, se acostumbraran a la tranquilidad y el descanso a través del lujo, empezó a animarlos en privado y ayudarlos en público para que construyeran templos, foros y mansiones, colmando de alabanzas a los que fueran más rápidos y amonestando a los más lentos: así sustituía la obligación por una competición para recibir mayor honras Y así empezó a educar a hijos de sus dirigentes con las enseñanzas liberales y mostró su preferencia por el carácter de los britanos antes que las pasiones los galos, de tal modo que quienes hacía poco rechazaban la lengua romana ahora deseaban ser elocuentes con ella. De hecho, incluso se consideraba un rasgo de distinción adoptar nuestra moda y vestir habitualmente la toga y, poco a poco, se fue cayendo en el gusto por los lujos: los pórticos, los baños o la elegancia de los banquetes. Y así, lo que ellos llamaban “civilización” se convirtió en parte de su servidumbre.

[22] El tercer año de expediciones militares descubrió a nuevas tribus tras haber devastado todos los pueblos hasta el Tánao —el nombre de un estuario[8]—. Los enemigos, atemorizados por esta campaña de miedo, no se atrevieron a atacar a nuestro ejército a pesar de las calamidades que habían sufrido y hubo espacio de sobra para ubicar los fuertes. Los expertos se daban cuenta de que no hubo otro general que supiera elegir la ubicación de los fuertes con más tino que Agrícola, pues ninguno de los fortines fue tomado por la fuerza, se abandonó en una huida o se rindió, pues estaban reforzados con suministros para un año a fin de resistir la duración de un asedio. Así podían pasar allí el invierno sin temor, a pesar de las frecuentes revueltas, y cada guarnición se bastaba para guarecerse a sí misma contra unos enemigos que se veían impotentes y, por eso, se desesperaban, ya que estaban acostumbrados a compensar la mayoría de los daños sufridos en verano con los éxitos del invierno, pero ahora se veían rechazados tanto en invierno como en verano. Agrícola, por su parte, nunca se mostró ávido por arrogarse las hazañas conseguidas a través de otros: ya fuera un centurión, ya fuera un prefecto, todos encontraban en él un testigo fiel de lo sucedido. Según algunos, era demasiado áspero en sus reproches, pero era tan agrio con las malas personas como agradable con las buenas. Además, nunca ocultaba su ira, de tal manera que no debías temer sus silencios: pensaba que era más honrado zaherir que odiar.

[23] El cuarto verano se consumió cimentando su dominio sobre las regiones que había conquistado y, si la valentía del ejército y el renombre de nuestra gloria lo hubiera permitido, habría encontrado en la propia Britania su límite. Pues Clota y Bodotria[9], dos estuarios que se extienden tierra adentro a causa de la fuerza de las mareas de dos mares diferentes, quedan separadas por una estrecha franja de tierra: esa tierra empezó a fortificarla con una línea de fortines y mantenía el control sobre todo lo que quedaba a este lado, por lo que los enemigos se quedaban aislados, como en otra isla.

[24] En el quinto año de sus expediciones, sometió al frente de una flota unos pueblos desconocidos hasta entonces con múltiples combates victoriosos y guareció la parte de Britania que da a Hibernia[10] más por la expectativa de atacar que por miedo, en el caso de que Hibernia, ubicada a medio camino entre Britania e Hispania y estratégica para el dominio del mar gálico, pudiera conectar a su vez Britania con la región más valiosa del imperio de manera muy beneficiosa. Su tamaño, en comparación con Britania, es más pequeño, aunque supera en tamaño a la islas del Mediterráneo. Sus tierras y su clima, el carácter y el aspecto de sus habitantes no se diferencia en mucho de los de Britania; sus entradas y sus fondeaderos se conocían a través del comercio y los mercaderes. Agrícola había acogido a uno de los reyezuelos de esta gente que había sido expulsado por una revuelta en su reino y lo mantenía a su lado bajo la apariencia de amistad para aprovecharlo. Muchas veces le oí decir que con una legión y unos pocos auxiliares se podía conquistar y someter Irlanda y que esto resultaría beneficioso para Britania, si los ejércitos romanos se veían por doquier, como si no se atisbara la libertad en lugar alguno.

[25] Por otro lado, en el verano en el que empezaba con su sexto año en el cargo, después de haber conquistado a las tribus más allá del Bodotria —puesto que se temía un alzamiento generalizado de todas las tribus al otro lado del Bodotria y los peligros de unos caminos repletos de ejércitos enemigos—, decidió explorar sus puertos con la flota. Desde un principio, Agrícola había asumido el control de la flota como una parte de sus fuerzas y esta le seguía ofreciendo un espectáculo grandioso, puesto que llevaba la guerra al mismo tiempo por tierra y por mar y muchas veces en el mismo campamento los soldados de infantería, caballería y marina compartían el rancho y su alegría, ensalzaban sus actos y sus desgracias y comparaban, con esa jactancia propia de los soldados, las profundidades de los bosques y montañas con las tempestades y las corrientes adversas, la victoria sobre el Océano con las tierras y los enemigos. A los britanos también les asombraba la visión de la flota, como habían oído decir a los prisioneros, como si la entrada en su remoto mar les hubiera privado de su último refugio en la derrota.

Descripción de la campaña contra los pueblos de Caledonia[editar]

Entonces los habitantes de Caledonia tomaron las armas tras unos grandes preparativos, aunque mayores a juzgar por los rumores, como suele suceder con lo que se desconoce, y decidieron por su cuenta y riesgo atacar nuestras fortificaciones y habían añadido a su ataque el miedo, como sucede cuando atacas primero. Los cobardes, simulando prudencia, le aconsejaban volver al otro lado del Bodotria y ceder terreno antes que sufrir una derrota, cuando entretanto se supo que los enemigos estaban a punto de atacar con multitud de ejércitos. Para que un enemigo con superior numérica y mejor conocimiento del terreno no los rodeara, Agrícola decidió avanzar tras separar el ejército en tres partes.

[26] Cuando los enemigos conocieron esta decisión, cambiaron de repente de plan y decidieron atacar todos a una a la novena legión, dado que entendían que era la más débil, de noche, y después a matar a los centinelas asaltaron al campamento entre la alarma y la confusión de sus soldados. Ya se combatía dentro del propio campamento cuando Agrícola, que había sabido gracias a sus exploradores el camino que el enemigo había tomado y había seguido sus huellas, ordena que los más rápidos de su caballería e infantería se lancen contra las espaldas de los enemigos en combate y, después, que todas sus tropas metan jaleo; gracias a la proximidad del amanecer, todas las enseñas relucían. De esta manera, los britanos sintieron pavor ante el daño que les podían infringir por partida doble[11], mientras que los soldados de la novena legión recuperaron sus ánimos y, ahora que sabían segura su salvación, luchaban por la gloria: desde el otro costado, se lanzaron también al ataque y el combate que tuvo lugar en los recovecos de la entrada fue cruel, hasta que los enemigos fueron rechazados, atacados por ambos ejércitos, los unos, para ayudar, los otros, para que no pareciera que necesitaban ayuda. Y si los bosques y pantanos no hubieran cubierto la huida de los enemigos, aquella victoria los habría aniquilado.

[27] Al conocer y difundirse esta victoria, el ejército consideraba que nada podía escapar ante su valor y pedía a gritos que se debía irrumpir en Caledonia y llegar por último hasta los confines de Britania abriéndose paso combate tras combate. Y aquellos que antes habían sido “cautos” y “prudentes” tras esta victoria eran los más grandilocuentes. Este es el punto más injusto de las guerras: todos reivindican para sí una parte de las victorias, pero achacan las derrotas a un solo. Los britanos, sin embargo, como no pensaban que los habían superado en valor, sino por la habilidad del general para aprovechar una oportunidad, no depusieron en nada su arrogancia, de tal forma que armaron a sus jóvenes, refugiaron a sus mujeres e hijos en lugares seguros y confirmaron su conjura mediante reuniones y sacrificios conjuntos entre las tribus. Y así ambos bandos, con los ánimos encendidos, se separaron.

[28] Ese mismo verano, una cohorte de los usipos, que había sido reclutada en Germania y transferida a Britania, se atrevió a cometer un crimen mayúsculo pero memorable. Después de asesinar al centurión y a los soldados que se les había asignado y mezclado entre sus manípulos para dirigirlos, instaurar la disciplina y dar ejemplo, tomaron por la fuerza tres galeras tras capturar a sus timoneles. Uno colaboró, pero los otros dos fueron asesinados por resultar sospechosos, y surcaron los fugitivos los mares de manera asombrosa antes de que se difundiera el rumor de sus actos. Después, combatían para robar agua y demás provisiones con muchos britanos que defendían sus posesiones, y la mayoría de veces resultaban vencedores aunque en ocasiones fueron rechazados. Al final, llegaron a causa de su precariedad a tal punto de necesidad que se comieron primero a los más débiles y, después, a los que salían a suertes. Y así rodearon toda Britania aun perdiendo sus naves, por no saber dirigirlas, hasta que los suevos primeros y los frisios[12] después los interceptaron considerándolos unos saqueadores. Y hubo algunos de ellos que se hicieron famosos al descubrirse tan gran aventura después de llegar a nuestra orilla, tras haber sido vendidos en esclavitud o intercambiados por otras mercancías.

[29] Al inicio del siguiente verano, Agrícola recibió un duro golpe en la familia, pues murió el hijo que había tenido un año antes. No soportó su pesar como la mayoría de hombres, que presumen de su fortaleza, ni con los lamentos y la tristeza propia de una mujer, y entre su desolación la guerra le resultaba un alivio. Así pues, envió la flota por delante, para que su presencia causara en muchos lugares un gran terror e incertidumbre y él marchó con su ejército, sin impedimenta, al cual le había incorporado a los britanos más valientes y de fiar por su larga paz, hasta llegar al monte Graupio, donde los enemigos ya se habían asentado. Pues los britanos, a los que no había dejado mella la anterior derrota en combate, como esperaban la venganza o la esclavitud y habían aprendido, al fin, que debían rechazar ese común peligro unidos, habían convocado a las fuerzas militares de todas las tribus mediante embajadas y pactos. En ese momento ya se podía ver a más de treinta mil hombres armados y todavía seguían incorporándose más jóvenes y aquellos mayores que, en una vejez vigorosa y fuerte, eran famosos en la guerra y portaban cada uno sus condecoraciones, cuando, según se dice, Calgaco, un líder que destacaba entre el resto por su valentía y su linaje, se dirigió a aquella multitud allí reunida que pedía el combate:

Discurso de Calgaco a los caledonios[editar]

[30] “Cada vez que contemplo las causas de esta guerra y nuestra necesidad, tengo el convencimiento de que hoy es el día en el que vuestra unión será el inicio de la libertad para toda Britania: pues todos nosotros desconocemos la esclavitud pero sabemos que ninguna tierra, ni siquiera el mar, nos resulta seguro frente a la flota romana que nos acecha. Así pues, las armas y la guerra, que al fuerte le dan honor, incluso al débil le darán seguridad: nuestros anteriores combates, en los que hemos luchado contra los romanos con diversa fortuna, todavía dejan en nuestras manos la esperanza y la salvación, dado que nosotros, los más nobles de toda Britania que vivimos en su corazón, ni hemos visto las costas esclavizadas ni tenemos nuestros ojos contaminados con la dominación extranjera. Lo apartado de estas tierras y la protección de nuestra fama han protegido hasta hoy a nuestras tribus, a nosotros que vivimos en las tierras más alejadas y más libres: ahora los confines de Britania están abiertos y lo desconocido suele considerarse maravilloso, pero ya no hay más pueblos detrás nuestro, nada a excepción de rocas y mareas y hostiles romanos, de cuya soberbia no se podría escapar con halagos y modestia. Son los saqueadores del mundo; ahora que ya han devastado todas las tierras, miran al mar: si el enemigo es rico, son avaros; si es pobre, ambiciosos, porque no los han saciado ni sus conquistas a Oriente ni a Occidente. Son los únicos que desean las tierras ricas y pobres por igual: robar, asesinar, saquear es su definición para ese falso imperio; donde lo arrasan todo, dicen que hacen la paz.

[31] La naturaleza ha querido que, para cada uno de nosotros, sus hijos y sus allegados sean los más queridos: ellos con sus levas nos los roban para hacerles servir en cualquier otro lugar; nuestras mujeres y hermanas, aunque escapen a la lujuria de los enemigos, son mancilladas bajo el nombre de la amistad y la hospitalidad; nuestros bienes y nuestras fortunas se los lleva el tributo, nuestros campos y cosechas, las provisiones de las tropas y nuestros cuerpos y nuestras manos se ajan mientras les servimos talando bosques y desecando marismas entre sus azotes e insultos. Los que nacen esclavos únicamente son vendidos una vez y, además, su amo los alimenta; Britania compra cada día su esclavitud y cada día la alimenta. Y al igual que en una casa el esclavo más nuevo es el objeto de las burlas de los demás esclavos, así nosotros, los nuevos y más prescindibles, estamos condenados a nuestra destrucción en un mundo acostumbrado a la esclavitud. No tenemos ni campos ni metales ni puertos en los que podamos sobrevivir trabajando. Además, la valentía y la fiereza de los conquistados no es del gusto de los conquistadores y nuestras tierras apartadas y alejadas, que nos han mantenido seguros, ahora nos convierten en sospechosos. Así, cobrad ánimos en nuestra situación desesperada: tan querida les es a algunos la gloria como la salvación. Los brigantes, con una mujer al mando, quemaron una colonia, tomaron los campamentos y, si su buena fortuna no los hubiera vuelto estúpidos, habrían podido librarnos del yugo romano: nosotros vamos a la guerra indómitos y enteros, libres y no arrepentidos: demostremos desde el principio del combate qué hombres guardaba Caledonia.

[32] ¿Acaso creéis que los romanos son igual de valientes en la guerra como de avariciosos en la paz? Ellos, ilustres gracias a nuestras disensiones y discordias, convierten los defectos de los enemigos en la gloria de su ejército, el cual aúna los más variopintos pueblos unidos por los éxitos, pero que se deshará ante la adversidad, a no ser que penséis que los galos, germanos y —me avergüenza decirlo— muchos britanos se mantienen a su lado por lealtad y afecto, cuando, aunque ayuden con su sangre a la dominación extranjera, han sido sus enemigos durante mucho más tiempo que sus esclavos. El miedo y el terror son unos débiles lazos de afecto; si se eliminan, los que han dejado de temer empiezan a odiar.

Todos los incentivos para vencer están de nuestro lado: no hay mujeres que animen a los romanos, no tienen padres que les vayan a reprochar la fuga y, para la mayoría, no tienen patria o no es esta. Los dioses nos los han entregado, en cierto modo, atrapados y encadenados: pocos en número, temerosos de todo y observando cuanto les rodea, el cielo, el mar y los bosques, que les resulta desconocido. ¡Que no os cause miedo la vanidad de su apariencia ni el brillo del otro y la plata, que ni ataca ni hiere! En el propio ejército enemigo encontraremos a nuestros aliados: los britanos reconocerán esta causa como suya, los galos recordarán su antigua libertad y los abandonarán el resto de germanos, al igual que hace poco los usipos desertaron. Tras ellos, no queda motivo alguno de temor: los fortines están vacíos, las colonias son de ancianos y entre los que obedecen mal y los mandan injustamente, sus ciudades están sumidas en la disidencia y la discordia. A un lado tenéis a su general, a su ejército; al otro, tributos, minas y el resto de castigos de la esclavitud, las cuales ha llegado la hora de soportar para siempre o vengar en este campo de batalla Cuando vayáis al combate, ¡pensad en vuestros padres y en vuestros hijos!”

Discurso de Agrícola a sus soldados[editar]

[33] Los bárbaros acogieron su discurso con alegría, como es su costumbre, entre cánticos, gritos y una estruendosa algarabía. Ya se podía ver la concentración de hombres y el resplandor de las armas de cada uno de los más valientes en la primera línea; al mismo tiempo, la línea romana se estaba organizando cuando Agrícola, aunque pensaba que sus soldados estaban animados y que apenas podría evitar que subieran a las empalizadas, les dijo:

“Han pasado ya siete años, camaradas, desde que, bajo los auspicios y la virtud del Imperio romano, conquistasteis Britania con vuestra lealtad y vuestro esfuerzo. En tantas expediciones, en tantos combates hizo falta vuestra valentía frente al enemigo o vuestra resistencia y trabajo frente a la propia naturaleza de este lugar: ni yo me he arrepentido de mis soldados ni vosotros de vuestro general. Así pues, ahora que hemos sido los primeros en superar las fronteras de Britania, vosotros de entre todos los ejércitos y yo de entre todos los legados anteriores, tenemos en nuestras manos los últimos rincones de Britania, no de palabra ni de nombre, sino con armas y campamentos: hemos descubierto y sometido Britania. Muchas veces, cuando en una marcha los pantanos, los montes o los ríos os agotaban, les oí preguntar a los más valientes: “¿Cuándo se dejará ver el enemigo, cuando nos vendrá al ataque?” Ahora vienen, los hemos sacado a la fuerza de sus escondrijos: vuestros deseos y valor tienen pista libre para demostrarse: todo resulta fácil para el conquistador y perjudica al conquistado. Pues aunque resulte un motivo de orgullo y de honor realizar tan grandes marchas, evitar los bosques y cruzar los ríos de frente, en una retirada todo lo que hoy es muy beneficioso resulta lo más peligroso: nosotros no conocemos estos lugares igual que los britanos ni sabemos tantos caminos, pero tenemos nuestras fuerzas y nuestras armas, y con ellas lo tenemos todo. Por lo que a mí respecta, sé seguro que una retirada no es segura ni para el ejército ni para su general: por esto, preferiría una muerte noble a una vida deshonrada. En un mismo lugar, tenemos disponibles nuestra salvación y nuestra gloria, y no carecería de gloria morir en el mismo final de la tierra y del mundo.

[34] Si nuestros enemigos fueran nuevos, os podría poner como ejemplo a otros ejércitos. No es necesario: recordad vuestras nobles acciones, preguntadle a vuestra memoria. Estos enemigos son a los que derrotasteis el año pasado con vuestros gritos mientras atacaban por la noche y a traición a una legión; estos son los más huidizos de todos los britanos y, por eso, son los que todavía viven. De la misma manera que los animales más valientes se lanzan contra los cazadores cuando penetran en los bosques y cañadas mientras que los cobardes y débiles los evitan, también los britanos más fuertes ya cayeron primero y quedan ahora los cobardes y miedosos. Por fin los habéis encontrado, no por que hayan plantado cara sino porque los hemos cazado: su desesperación y su miedo extremo han dejado clavadas a sus tropas en este lugar para que consigáis una bella y espectacular victoria. Acabad con las campañas, coronad cincuenta años de dominio con un gran día y demostrad a Roma que nunca se pudo acusar a uno de sus ejércitos de demorar la guerra o causar una rebelión.”

Combate del monte Graupio[editar]

[35] Incluso mientras Agrícola hablaba, el ardor de los soldados era incontenible y al final de su discurso le siguió una inmensa alegría y enseguida corrieron a las armas. Dispuso a sus aguerridas y dispuestas tropas de tal manera que la infantería auxiliar, compuesta por ocho mil soldados, reforzara el centro del ejército, mientras que desplegó a los tres mil jinetes en las alas. Las legiones se situaron ante la empalizada, pues sería enorme el honor de la victoria si se conseguía sin derramar sangre romana, y actuarían de reserva si rechazaban los auxiliares. La formación de los britanos estaba ubicada en los lugares más altos para presentar mejor aspecto y al mismo tiempo causar terror, de tal manera que las primeras unidades estaban desplegadas en la llanura y el resto les seguía detrás en la ladera de una colina, como si se fueran levantando; entre ambos ejércitos, unos carros llenaban el espacio con sus carreras y su estruendo. Entonces Agrícola, que se temía que la gran cantidad de enemigos los superara en los flancos, para que no los rodearan, estiró las líneas a pesar de que estas serían más delgadas y la mayoría le recomendaba que debía llamar a las legiones. Él mantenía sus esperanzas y se mostraba firme ante el peligro, por lo que se bajó del caballo y tomó su lugar a pie entre las tropas.

[36] Los primeros combates se efectuaban a distancia y entonces los britanos, tanto con resistencia como con su habilidad con sus enormes espadas y sus rodelas, evitaban o paraban nuestros proyectiles, mientras que ellos arrojaban una gran cantidad, hasta que Agrícola animó a dos cohortes de batavos y dos de tungros a decidir el asunto cuerpo a cuerpo con sus espadas, una forma de combatir en la que estas tropas veteranas estaban entrenadas pero que a los enemigos, armados con sus grandes espadas y sus rodeles, les resultaba incómoda, pues las espadas de los britanos, que carecen de punta, no permiten la lucha en formación cerrada ni cuerpo a cuerpo. Así pues, cuando los batavos empezaron a intercambiar golpes con los enemigos, a herirlos con sus escudos, a desfigurarles las caras y a empujar hacia las colinas a quienes se habían desplegado en el llano, las otras cohortes se lanzaron también a matar con todas sus fuerzas a los enemigos más cercanos para superar a los batavos y dejaban atrás a muchos medio muertos o incluso indemnes en su afán de vencer. Entretanto, las unidades de caballería, como los carros se habían dado a la fuga, se mezclaron entre los combates de infantería y, aunque eran un nuevo motivo de terror para los enemigos, la densidad de sus formaciones y la irregularidad del terreno les hizo mantener la posición. El combate parecía muy desequilibrado para los nuestros, puesto que incluso mientras se esforzaban por ascender a duras penas la ladera se veían empujados por los cuerpos de los caballos y muchas veces algún carro, que erraba con los caballos desbocados y sin control, en la dirección que el pánico los llevaba, cruzaba nuestras formaciones o chocaba contra ellas.

[37] Y los britanos que se habían situado en la cima de la colina y, como todavía no habían entrado en combate, despreciaban en su vanidad nuestro pequeño número de tropas, empezaron a bajar poco a poco de sus posiciones y habrían rodeado por la retaguardia a nuestros victoriosos soldados si Agrícola, que se temía este movimiento, no hubiera lanzado en su contra cuatro alas de caballería que guardaba como reserva táctica: los dispersaron y pusieron en fuga con tanta agresividad como ferocidad habían mostrado aquellos en su ataque. De esta manera el plan de los britanos se volvió en su contra, pues por orden del general la caballería se alejó del frente enemigo y lo atacó por la espalda. Entonces en llanura se podía ver una escena especialmente dantesca: nuestros soldados perseguían, herían y capturaban a los enemigos para matarlos más tarde en cuanto capturaban a otros: en ese momento, los enemigos actuaban cada uno según su carácter: algunos, armados, se daban a la fuga frente a unos pocos enemigos, mientras que otros, desarmados, se arrojaban contra el enemigo y se entregaban a su muerte. Por todas partes se veían armas, cuerpos, extremidades cortadas y la tierra ensangrentada. A veces, incluso los ya derrotados daban muestras de rabia e incluso de valor, pues una vez que los nuestros se acercaron a los bosques, los enemigos se agruparon y, gracias a su conocimiento del terreno, rodeaban a los primeros de los nuestros que llegaron en su persecución y sin las debidas precauciones. Nuestros soldados entonces habrían recibido algún castigo por su excesiva confianza si Agrícola, que estaba siempre en todas partes, no hubiera ordenado que batieran el bosque, como unos cazadores, a unas cohortes de reserva y con armamento ligero y a una parte de la caballería, sin sus monturas donde el bosque era más espeso y montada donde era más abierto. Por lo demás, los britanos, cuando vieron que nuestro ejército los perseguía manteniendo de nuevo la formación, volvieron a darse a la fuga, pero no en grupos como antes ni mirándose los unos a los otros, sino que ahora cada uno se marchaba por separado y sin buscar a los otros, buscando un refugio lejano e inaccesible. El final de la persecución lo marcó la noche y el hartazgo de nuestras tropas: habían muerto cerca de diez mil enemigos y trescientos sesenta de los nuestros[13], entre ellos Aulo Ático, prefecto de una cohorte, al cual su juvenil ardor y la fiereza de su caballo lo llevaron al medio de un grupo de enemigos.

[38] Aquella noche fue feliz para los vencedores, pues les dejó alegría y botín; los britanos erraban por el campo de batalla mientras arrastraban a los heridos entre el llanto de hombres y mujeres y llamaban a los sanos; abandonaban sus casa y por ira las quemaban en venganza, se refugiaban en algún lugar oscuro y lo dejaban enseguida; intercambiaban algunos planes entre sí y después se separaban, y a veces la apariencia de sus seres queridos les causaba desolación, pero más a menudo los airaba. Está bastante claro que algunos de ellos descargaron su rabia contra sus mujeres e hijos, como si se apiadara de su situación. La llegada del día siguiente mostró ampliamente la cara de la victoria: había un gran silencio por todas partes, las colinas estaban desiertas, lejos se veía el humo de algunas casas incendiadas y los exploradores no se toparon con nadie. Cuando, después de haber mandado los exploradores en todas las direcciones, no se descubrió que existiera con certeza el rastro de una huida organizada ni que los enemigos se estaban reagrupando en ningún lugar —y, ahora que se había acabado el verano, no se podía alargar la guerra—, Agrícola llevó al ejército al territorio de los borestos. Allí tomó algunos rehenes, le ordenó al prefecto de la flota que rodeara Britania y puso a sus órdenes a unas tropas para que le precediera el terror; Agrícola en persona llevó a su infantería y caballería a los cuarteles de invierno en un largo camino, para que la propia demora en la marcha causara terror entre los espíritus de esos nuevos pueblos. Y al mismo tiempo la flota llegó al puerto de Trúculo con buen tiempo y gran renombre, desde donde había vuelto en su totalidad tras haber surcado toda aquella costa de Britania.

Los celos de Domiciano y destitución de Agrícola[editar]

[39] Este desarrollo de la situación, por más que Agrícola se había expresado en sus cartas con humildad, fue recibido por Domiciano, como era su costumbre, con una expresión de alegría pero ansiedad en su corazón. Tenía la conciencia de que su reciente triunfo en Germania era motivo de risa, cuando había comprado a esclavos para darles apariencia y cabellos de cautivos, mientras que ahora se celebraba, entre merecidas alabanzas, una gran —y auténtica— victoria, con tantos enemigos muertos. El hecho de que la fama de un ciudadano privado estuviera por encima de la del príncipe le causaba pavor: en vano había silenciado la dedicación a la vida pública y las honradas artes políticas, si otro conseguía acaparar la gloria militar y, aunque el resto de virtudes las podía aparentar con mayor facilidad, la capacidad militar de un general era propia de un emperador. Tales preocupaciones le agotaban y, consumido —lo que es un signo de su cruel manera de pensar— por estos pensamientos en secreto, decidió que de cara al público dejaría de lado su odio, hasta que la fama de Agrícola perdiera vigor y se marchitara el favor del ejército.

[40] Incluso entonces, pues, Agrícola era el gobernador de Britania, así que ordena que en una sesión del senado se le concedan los ornamentos del triunfo, el honor de una estatua y todo cuanto se da por lograr un triunfo, unido a muchos títulos honoríficos, y que se añada la consideración de destinar Agrícola a Siria, vacía desde la muerte del legado consular Atilio Rufo y reservada para hombres de enjundia. Se creía —ya sea verdad, ya sea una historia inventada y creada de acuerdo al carácter del príncipe— que se le envió a un liberto de entre los servidores más íntimos del emperador con las tablillas en las que se le asignaba Siria a Agrícola, con la orden de que, si estuviera en Britania, se los entregara y que este liberto se encontró con Agrícola en el estrecho del Océano[14] y, sin ni siquiera saludarlo, volvió a Domiciano; mientras, Agrícola le había legado a su sucesor una provincia tranquila y segura. Para que su entrada en la ciudad no resulta llamativa por su fama ni por encontrarse con una multitud en las calles, de noche entró en la ciudad y de noche fue llevado al palacio evitando la bienvenida de sus amigos, tal y como se le había ordenado. Fue recibido con un breve beso y sin ningún mensaje de bienvenida y enseguida se mezcló entre la corte de servidores. Además, para atenuar con otras virtudes su fama militar, que resulta pesada para los civiles, se entregó totalmente a ese tiempo de paz y descanso, vistió recatado, se mostró de trato fácil y afable con sus amigos hasta tal punto que muchos, que tienen por costumbre apreciar a los grandes hombres por su ambición, tras ver y contemplar a Agrícola preguntaban por los motivos de su fama pero pocos la podían explicar.

[41] Durante aquellos días, muchas veces se le acusó en ausencia y en ausencia se le absolvió ante Domiciano. Corría peligro no por algún delito o por la acusación de alguien a quien hubiera perjudicado, sino a causa de un príncipe que se sentía ofendido por sus virtudes y su gloria y por la peor clase de enemigos: los aduladores. Y le llegó al estado el momento en el que no se debería permitir relegar a Agrícola al silencio, cuando tantos ejércitos se habían perdido, por la temeridad o la incapacidad de sus generales, en Moesia, Dacia, Germania y Panonia, tantos soldados, con tantas cohortes, habían sido derrotados y capturados: ya no estaban en riesgo las fronteras del imperio o las orillas de un río, sino los campamentos de invierno e incluso el gobierno de los territorios. Así, según unas derrotas se encadenaban con otras derrotas y cada año destacaba por los funerales y las calamidades, corría de boca en boca el nombre del general Agrícola, comparando todos su fuerza, su resistencia y su carácter curtido en guerras con la inutilidad y el miedo que los demás demostraban. Bastante claro está que estas palabras azotaban las orejas de Domiciano, mientras los más nobles de sus libertos con cariño y lealtad y los más infaustos con maldad y malicia incitaban a un príncipe que siempre había tendido hacia lo peor. Así Agrícola se iba destacando en cabeza para alcanzar la gloria gracias tanto a sus virtudes como a los defectos de los demás.

[42] Ya había llegado el momento del año para echar a suertes el proconsulado en África y en Asia, y tras el reciente asesinato de Cívica ni le faltaba a Agrícola un consejo ni a Domiciano un ejemplo. Se acercaron a Agrícola algunos conocedores de los pensamientos del príncipe para preguntarle si se iría a una provincia; en un principio, alaban la tranquilidad y el tiempo libre, después le ofrecieron sus servicios para conseguir que se aprobaran sus excusas; por último, lo arrastraron ante Domiciano ya no convenciéndolo de manera velada, sino directamente con amenazas. Este, preparado para la farsa y dispuesto a ser arrogante, escuchó primero los ruegos de Agrícola con los que se intentaba excusar y, cuando los aceptó, toleró que le dieran las gracias y no enrojeció ante lo maligno de su favor. Sin embargo, no le ofreció el acostumbrado salario de procónsul y no le dio a Agrícola lo que a algunos él mismo les había concedido, ya fuera por haberse ofendido cuando no se lo había pedido, ya fuera por un cargo de conciencia, para que no pareciera que comparaba lo que se había negado a dar. Es típico de la raza humana odiar a quien te hiere, pero la naturaleza de Domiciano, que tendía hacia la ira y, cuanto más siniestro se tornaba, más inflexible, se sentía herida por la mesura y la prudencia de Agrícola, ya que no reclamaba su fama ni su destino con tozudez ni con una vana gloria de su libertad. Que sepan aquellos que acostumbran a admirar la rebeldía que, incluso bajo un malvado emperador, pueden existir grandes hombres y que también puede ser motivo de alabanza la obediencia y moderación, cuando le acompañan la fuerza y el trabajo, tanto más cuanto la mayoría de hombres consiguieron la fama por una complicada vía, de poco uso para el estado, con una muerte pretenciosa.

Muerte y elogio final de Agrícola[editar]

[43] El final de su vida nos pareció desgraciado, fue triste para sus amigos e incluso no dejó indiferente a los extraños y desconocidos; también el populacho y los trabajadores iban y venían por su casa y por el foro y conversaban en rondos y nadie que hubiera oído de la muerte de Agrícola se alegró o se olvidó enseguida. Aumentaban la pena los constantes rumores de que había sido asesinado con un veneno: me atrevería a confirmar que nosotros no descubrimos nada. Ciertamente, durante toda su enfermedad, vinieron con mayor frecuencia de la habitual en un príncipe que se preocupaba por los demás a través de mensajeros, sus más cercanos libertos y sus médicos de corte, ya fuera por su preocupación, ya fuera para enterarse. Sin embargo, mostró un aspecto abatido en su rostro, libre del odio que le preocupaba en alguien que podría ocultar con más facilidad el odio que el miedo. Era por todos conocido que, cuando se leyó el testamento en el que Agrícola dejaba como coheredero a Domiciano junto con su inmejorable mujer y su cariñosa hija, aquel se alegró como si fuera una honra voluntaria. Tan ciega y corrupta estaba su mente por los halagos y adulaciones que no sabía ver que un buen padre no lo habría designado como heredero si no hubiera sido un mal príncipe.

[44] Agrícola había nacido en el tercer consulado de Calígula en las idus de junio[15], murió a sus 53 años, diez días antes de la kalendas de septiembre cuando fueron cónsules Colega y Prisciano[16]. Si el porvenir quisiera conocer su porte, fue más elegante que formidable; su rostro no era agresivo sino que resultaba agradable. No te costaría pensar que era un buen hombre y, mucho menos, que era un gran hombre. Y él, aunque murió a una edad vigorosa, en la mitad de su vida, por lo que respecta a la gloria tuvo la más longeva de las vidas. Para alguien que, en efecto, se ha colmado con los auténticos bienes, en los que residen las virtudes, y le fueron concedidos el consulado y las insignias triunfales, ¿qué más le podría haber entregado la fortuna? No disfrutaba con las grandes riquezas, aunque no le faltaban y en un grado notable. Como sobrevivieron su mujer e hija, puede parecer incluso dichoso, porque murió con su dignidad inmaculada, su fama en ascenso, sus amigos y allegados a salvo, y evitó los males por venir. Pues al igual que no se le permitió llegar a contemplar al príncipe Trajano, la luz de este nuevo siglo que será el más dichoso, lo que solo a nosotros nos profetizaba con sus augurios y promesa, también el inconmensurable descanso de su rápida muerte le hizo evitar aquellos últimos años en los que Domiciano agotó al estado no ya por intervalos y a ratos, sino de continuo, como de un solo golpe.

[45] No vio Agrícola el asedio del edificio del senado, las propias sesiones del senado clausuradas por las armas y, en esa misma desgracia, tan gran masacre de senadores consulares, tantas mujeres de alta nobleza condenadas al exilio y la huida. Caro Metio pensaba en una victoria, los consejos de Mesalino resonaban en la fortaleza de Alba y Masa Bebio ya era entonces un reo: enseguida nuestras manos llevaron a Helvidio a la prisión; nos deshonró viendo las muertes de Mauricio y Rusticio y nos manchó con la sangre inocente de Senecio. Nerón apartaba sus ojos cuando ordenaba sus maldades y no las miraba; sin embargo, bajo Domiciano, la peor parte de nuestras miserias era verlos y contemplarlos, mientras tomaba nota de nuestros sollozos, mientras enseñaba —aun tomando nota de la lividez de tantos rostros— su cara enrojecida con su crueldad, con la que se guardaba de todo sentimiento de vergüenza. Fuiste afortunado, Agrícola, no solo por tu vida ilustre, sino incluso por lo oportuno de muerte. Como atestiguan quienes presenciaron tus últimas palabras, aceptaste tu destino con entereza y gusto, como si le concedieras al príncipe la inocencia por tu parte. Pero a tu hija y a mí nos causó pena, más que vernos privados de un padre, que no se nos permitiera acompañarte en tu enfermedad, cuidarte cuando te hacía falta y llenarnos con tu mirada y tus abrazos. Habríamos recibido, sin duda, órdenes y consejos que habríamos grabado en nuestro corazón. Tanto tiempos habíamos estado sin tu presencia que ya te habíamos perdido cuatro años antes. No me cabe duda, Agrícola, el mejor de los padres, que con tu estimadísima mujer sentada a tu lado, todo se ajustó a tu dignidad: sin embargo, con pocas lágrimas fuiste lamentado y, en la última luz, quisieron ver tus ojos algo especial.

[46] Si existe algún lugar para los espíritus de hombres nobles, si, como les gusta decir a los sabios, las grandes almas no desaparecen con el cuerpo, ojalá descanses en paz y nos conduzcas a nosotros, tu familia, desde esta añoranza enfermiza y los lamentos de las mujeres a oír la voz de tus virtudes, a las que no es lícito ni llorar ni lamentar. Intentaremos cultivar tu memoria no tanto con la admiración y con infinitas alabanzas sino, si nos lo permite la naturaleza, imitando tus actos: estas son las auténticas honras, este es el deber de los más allegados. Esto es lo que yo aconsejaría a su hija y su mujer: que respeten la memoria de un padre y un marido, que mediten todo cuanto dijo e hizo y que abracen el aspecto y las características de su alma más que del cuerpo, no porque piense que se deben eliminar las imágenes que se hacen en mármol o bronce, sino porque no son más que unas imitaciones, al igual que el aspecto de los hombres, de algo débil y perecedero, mientras que la forma de la mente es eterna, la cual puedes guardar y mostrar no con un arte y un material ajeno sino con tus propias costumbres. Todo lo que hemos amado de Agrícolo, todo cuanto hemos admirado, permanece y permanecerá en los espíritus de los hombres para siempre, el renombre de sus hazañas. A muchos de los antiguos el olvido se los ha llevado por delante, como si no tuvieran gloria ni nobleza; Agrícola, cuya fama se contará y legará a la posteridad, sobrevivirá.


Notas[editar]

  1. Este es un tema bastante habitual en Tácito, que proclama al inicio de sus Anales escribir sine ire et studio: sin odios ni pasiones.
  2. Actual Frejús.
  3. Actual Islandia.
  4. Actual Escocia.
  5. Resulta curioso cómo Tácito traduce al término romano de cliente la relación que se establecía entre un noble britano y sus servidores.
  6. Actual isla de Anglesey, en Gales.
  7. Se deduce por el pasaje que los gobernadores de las provincias tenían unas cartas adornadas de alguna manera con laureles (litterae laureatae) que se remitían a Roma cuando conseguían alguna victoria.
  8. Quizá el actual Fiordo de Tay o de Firth.
  9. Actuales Fiordo de Clyde y Fiordo de Forth.
  10. Actual Irlanda.
  11. Por parte del ejército de Agrícola y de los soldados atacados de la novena.
  12. Pueblos que habitaban en las costas de la actual Holanda.
  13. Teniendo en cuenta las consideraciones que hace al principio de la batalla Tácito sobre el valor de las tropas auxiliares, podemos suponer que esta cifra se refiere únicamente a bajas romanas y no de la totalidad del ejército.
  14. Se refiere al Canal de la Mancha.
  15. 13 de junio del 40.
  16. 23 de agosto del 93.