Barranca abajo: 4

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Barranca abajo de Florencio Sánchez
Acto Tercero
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Acto tercero[editar]

Igual decoración que el acto segundo, más una cama de fierro bajo el alero, junto a la puerta. Es de día. Al levantarse el telón, aparece en escena DON ZOILO encerando un lazo y silbando despacito. Al concluir, lo cuelga del alero. Luego de un pequeño momento, hace mutis por el foro, a tiempo que salen del rancho RUDECINDA y DOLORES??.

Escena I[editar]

Rudecinda y Dolores

RUDECINDA: ¡Ahí se va solo! ¡Andá a hablarle! Le decís las cosas claramente y con firmeza. Verás cómo dice que sí; está muy quebrao ya... ¡Peor sería que nos fuésemos, dejándolo solo en el estao en que se halla!

DOLORES: Es que no me animo; me da no sé qué. ¿Por qué no le hablás vos?

RUDECINDA: Bien sabés que conmigo, ni palabra.

DOLORES: ¿Y Prudencia?

RUDECINDA: ¡Peor todavía! Animate, mujer. Después de todo no te va a castigar. Y como mujer dél que sos, tenés derecho a darle un consejo sobre cosas que son pal bien de todos.

DOLORES: No. De veras. No puedo. Siento vergüenza, miedo, qué sé yo.

RUDECINDA: ¡Jesús!... ¿Te dentra el arrepentimiento y la vergüenza después que todo está hecho? Además, no se trata de un delito.

DOLORES: No me convencés... Prefiero que nos vayamos callaos no más... Como pensamos irnos la otra vez.

RUDECINDA: Se ofenderá más y no quedrá saber después de nada...

DOLORES: ¿Y don Juan Luis no le iba a escribir?...

RUDECINDA: Le escribió, pero el viejo rompió la carta sin leerla. Resolvete, pues.

DOLORES: No... no... y no.

RUDECINDA: ¡Bueno! Se hará como vos decís. Pero después no me echés la culpa si el viejo se empaca. ¡Mirá! Ahí llega Martiniana con el breque. Si te hubieses decidido, ya estaríamos prontas. ¡Pase, pase, comadre!

Escena II[editar]

Los mismos y Martiniana

MARTINIANA: ¡Buen día les dé Dios!

RUDECINDA: ¿Qué es ese lujo, comadre? ¡En coche!

MARTINIANA: Ya me ve. ¡Qué corte! Pasaba el breque vacío cerca de casa, domando esa yunta, y le pedí al pión que me trujiese. [Bajo.] Allá lo vide al viejo a pie, por entre los yuyos. ¿Le hablaron?

RUDECINDA: ¡Qué! ¡Esa pavota no se anima! Nos vamos calladas.

MARTINIANA: Como ustedes quieran. Pero yo, en el caso de ustedes, le hubiese dicho claro las cosas. El viejo, que ya está bastante desconfiao, puede creer que se trata de cosas malas. Cuando íbamos a juir la otra vez, era distinto. Entonces vivía entuavía la finadita Robustiana, Dios la perdone, y era más fácil de convencer.

RUDECINDA: Ya lo estás oyendo, Dolores.

DOLORES: Tendrán ustedes razón... Pero yo no me atrevo a decirle nada...

RUDECINDA: Entonces nos quedamos... a seguir viviendo una vida arrastrada, como los sapos, en la humedad de este rancho, ¡sin tener qué comer casi, ni qué ponernos, ni relaciones, ni nada!

DOLORES: No sé por qué... pero me parece que me anuncia el corazón que eso sería lo mejor. Al fin y al cabo no lo pasamos tan mal... Y tenga los defectos que tenga, mi marido no es un mal hombre.

RUDECINDA: Pero bien sabés que es un maniático. Por necesidad, sería la primera en acetar la miseria... Pero lo hace de gusto, de caprichoso... Don Juan Luis le ofrece trabajo; nos deja seguir viviendo en la estancia como si fuera nuestra. ¿Por qué no quiere? Si no le gustaba que Juan Luis tuviese amores con Prudencia y que Butiérrez me visitase, y que nos divirtiésemos de cuando en cuando... con decirlo, santas pascuas...

MARTINIANA: Claro está... Yo, comadre...

RUDECINDA: Todo fue por hacerle gusto a ese ladiao de Aniceto, que andaba celoso de Prudencia, y por los chismes de la gurisa... Por eso no más. Ahora que se acabó el asunto, no veo por qué ha de seguir porfiando.

DOLORES: Bien; no hablemos más, ¡por favor!... ¡Hagan de mí lo que quieran! Pero no me animo, no me animo a hablarle. [Se va.]

Escena III[editar]

Los mismos menos Dolores

MARTINIANA: últimamente, ni le hablen... Yo decía por decir... Mire, comadre... Vámonos no más. La cosa sería hacerlo retirar hoy de las casas. Vamos a pensar. Si me hubieran avisao temprano, yo le hablo a Butiérrez pa que lo cite como la vez pasada. ¡Estuvo güeno aquello! ¡Lástima que la enfermedá de la gurisa no nos dejó juir! ¡Qué cosa! Si no fuese que se murió la pobrecita, pensaría que lo hizo de gusto. Dios me perdone.

RUDECINDA: Bueno; ¿y cómo haríamos, comadre?

MARTINIANA: No se aflija. Ta tratando con una mujer de recursos... ¡Peresé! ¡Peresé!... ¡Vea, ya sé!... Pucha, si lo que invento yo, ni al diablo se le ocurre. Vaya no más tranquila, comadre, a arreglar sus cositas...

RUDECINDA: ¿Contamos con usted, entonces?

MARTINIANA: ¡Phss! Ni qué hablar. [Rudecinda mutis.]

Escena IV[editar]

Martiniana y Prudencia

MARTINIANA: Güeno. Pitaremos, como dijo un gringo... [Lía un cigarrillo y lo enciende.]

PRUDENCIA: : ¿Qué tal, Martiniana?

MARTINIANA: Aquí andamos, hija... Ya te habrás despedido de toda esta miseria. Mire que se precisa ancheta pa tenerlas tanto tiempo soterradas en semejante madriguera. Fijate, che... ¡La mansión con que te pensaba osequiar ese abombao de Aniceto!... ¿Pensaría que una muchacha decente y educada y acostumbrada a la comodidad, iba a ser feliz entre esos cuatro terrones? ¡Qué abombao! Mejor han hecho su casa aquellos horneritos, en el mojinete... ¡Qué embromar! ¡Che... che!... ¡La cama de la finadita!... ¿Sabés que me dan ganas de pedirla pa mi Nicasia? La mesma que lo hago... Dicen que ese mal se pega... pero con echarle agua hirviendo y dejarla al sol... Ta en muy güen uso y es de las juertes. ¡Ya te armaste, Martiniana... ¡Pobre gurisa!... ¡Quién iba a creer! Y ya hace... ¿cuánto, che? ¡Como veinte días! ¡Dios la tenga en güen sitio a la infeliz! ¡Cómo pasa el tiempo! Che, ¿y era cierto que se casaba pronto con Aniceto?

PRUDENCIA: : Ya lo creo. Aniceto no la quería; ¡qué iba a querer! ¡Pero por adular a tata!...

MARTINIANA: Enfermedad bruta, ¿eh? ¿Qué duró? Ocho días o nueve y se fue en sangre por la boca. [Suspirando.] ¡Ay, pobrecita! ¿Y el viejo sigue callao no más?

PRUDENCIA: : Ni una palabra. Desde que Robustiana se puso mal, hasta ahora no le hemos oído decir esta boca es mía... Conversa con Aniceto, y eso lejos de la casa... y después se pasa el día dando vueltas y silbando despacito.

MARTINIANA: Ha quedao maniático con el golpe. La quería con locura.

Escena V[editar]

Los mismos, Aniceto y Don Zoilo

[ANICETO cruza la escena con algunas herramientas en la mano y va a depositarlas bajo el alero.]

ZOILO: [Que entra un instante después, silbando en la forma indicada, a ANICETO.] ¿Acabó?

ANICETO: Sí, señor...

ZOILO: ¿Quedó juerte la cruz?

ANICETO: Sí, señor... Y alrededor de la verja le planté unas enredaderitas. Va a quedar muy lindo.

ZOILO: Gracias, hijo. [Recomenzando el motivo, tantea el lazo que dejó antes y regresa hacia el barril de agua bebiendo algunos sorbos.]

MARTINIANA: Güen día, Zoilo... Yo venía en el breque a pedirle que las dejara a Dolores y a las muchachas ir a pasar la tarde a casa.

ZOILO: ¿Qué?

MARTINIANA: Ir a casa. Las pobres están tan tristes y solas, que me dio pena...

ZOILO: [Para sí.] ¿Cómo no? Es mucho mejor. [Mutis.]

MARTINIANA: Muchas gracias, don Zoilo. Ya sabía... [Volviéndose.] Che, Pruda, corré y avisales que está arreglao; que vengan no más cuando quieran. [PRUDENCIA vase.]

Escena VI[editar]

Aniceto y Martiniana

ANICETO: ¡Ep! ¡Vieja! En seguidita, pero en seguidita, ¿me oye?, sube en ese breque y se me manda mudar.

MARTINIANA: Pero...

ANICETO: No alcés la voz... [Enseñándole el talero.] ¿Ves esto? ¡Güeno!... ¡Sin chistar!

MARTINIANA: Yo...

ANICETO: ¡Volando he dicho! ¡Ya!... [MARTINIANA se va encogida, bajo la amenaza del talerazo con que la amaga durante un trecho ANICETO.]

Escena VII[editar]

Aniceto y Rudecinda

ANICETO: [Volviéndose.] ¡Son lo último de lo pior! ¡Ovejas locas!

RUDECINDA: ¿Y mi comadre?

ANICETO: Se jue.

RUDECINDA: ¿Cómo? ¡No puede ser!

ANICETO: Yo la espanté.

RUDECINDA: [Queriendo llamarla.] Marti...

ANICETO: [Violento, a la vez.] ¡Cállese! ¡Llame a doña Dolores!

RUDECINDA: [Sorprendida.] ¿Pero qué hay?

ANICETO: Llamelá y sabrá. [RUDECINDA, asomándose a la puerta del rancho, hace señas.]

Escena VIII[editar]

Los mismos y Doña Dolores

DOLORES: ¿Qué pasa?

RUDECINDA: No sé... Aniceto...

DOLORES: ¿Qué querés, hijo?

ANICETO: Digan... ¿No tienen alma ustedes? ¿Qué herejía andan por hacer?

DOLORES: [Confundida.] ¿Nosotras?

ANICETO: Las mismas... ¿No les da ni un poco de lástima ese pobre hombre viejo? ¿Quieren acabar de matarlo?

RUDECINDA: Che... ¿con qué derecho te metés en nuestras cosas? ¿Te dejó enseñada la lección Robustiana?

ANICETO: Con el derecho que tiene todo hombre bueno de evitar una mala acción... Ustedes se quieren dir pa la estancia vieja..., escaparse y abandonarlo cuando más carece de consuelos y de cuidados el infeliz. ¡Qué les precisa darle ese disgusto que lo mataría! Vea, doña Dolores. Usted es una mujer de respeto y no del todo mala. Por favor. Impóngase de una vez... Mande en su casa, resignesé a todo y trate de que padrino Zoilo vuelva a encontrar en la familia el amor y el respeto que le han quitao...

DOLORES: Yo... yo... yo no sé nada, hijo.

RUDECINDA: Dolores hará lo que mejor le cuadre, ¿has oído? Y no precisa consejos de entrometidos.

ANICETO: Callesé. ¡Usted es la pior! La que les tiene regüeltos los sesos a esas dos desgraciadas. Ya tiene edá bastante pa aprender un poco e juicio...

RUDECINDA: ¡Jesús María! ¡Y después quedrán que una no se queje! ¡Si hasta este mulato guacho se permite manosiarla! ¿Qué te has creído, trompeta?

ANICETO: Haga el favor. ¡No grite! ¡Podría oír!

RUDECINDA: Bueno. ¡Que oiga! Si lo tiene que saber después, que lo sepa ahora... Sí, señor... Nos vamos pa la estancia, a lo nuestro... Queremos vivir con la comodidad que Zoilo nos quitó por un puro capricho... ¡A eso!... Y si a él no le gusta, que se muerda. ¡No vamos a estar aquí tres mujeres [ZOILO aparece por detrás del rancho.] dispuestas a sacrificarnos toda la vida por el antojo de un viejo maniático!

ANICETO: ¿Usté qué dice, señora? [A DOÑA DOLORES.]

DOLORES: ¡Ay! ¡No sé! ¡Estoy tan afligida!

ANICETO: Bueno. Si usté no dice nada, yo... yo no voy a permitir que cometan esa picardía.

RUDECINDA: ¿Vas a orejearle... como es tu costumbre? ¡Si no les tenemos miedo... a ninguno de los dos! Andá, contale, decile que...

ANICETO: ¡Ah! Conque ni esa vergüenza les queda... ¡Arrastradas!... Conque se empeñan en matarlo de pena. Pues güeno, lo mataremos entre todos; pero les viá sobar el lomo de una paliza primero, y todavía será poco. ¡Desorejadas! ¡Pa lo que merecen! ¡Desvergonzadas! ¿Qué se han pensao?... ¿Se creen que soy ciego?... ¿Se creen que no sé que la mataron a disgustos a la pobre chiquilina? ¿Se pensaron que no sé que entre la vieja Martiniana y usté [a RUDECINDA] que es otra... bandida, como ella, han hecho que a esa infeliz de Prudencia la perdiera don Juan Luis.

RUDECINDA: ¡Miente!

DOLORES: Virgen de los Desamparados, ¿qué estoy oyendo?

ANICETO: La verdá. Usté es una pobre diablo y no ha visto nada. Por eso el empeño de irse. Pa hacer las cosas más a gusto... ¡ésta con su Butiérrez y la otra con su estanciero!... y como si juese todavía poca infamia, pa tener un hombre honrao y güeno de pantalla de tanta inmundicia. [Pausa. DOLORES llora.] Y ahora, si quieren ustedes, pueden dirse, pueden dirse... pueden dirse... pero se van a tener que dir pasando bajo el mango de este rebenque.

RUDECINDA: [Reaccionando enérgica.] ¡Eh! ¿Quién sos vos? ¡Guacho!

ANICETO: ¿Yo?... [Levanta el talero.]

Escena IX[editar]

Los mismos y Don Zoilo

ZOILO: [Imponente.] ¡Aniceto! [Estupefacción.] Usté no tiene ningún derecho.

ANICETO: Perdone, señor.

RUDECINDA: Es mentira, Zoilo.

ZOILO: [A ANICETO.] Vaya, hijo... Haga dar güelta ese breque que se va...

ANICETO: Ta bien... [Mutis.]

Escena X[editar]

Los mismos, menos Aniceto

[DON ZOILO se aproxima silbando al barril, bebe unos sorbos de agua, que paladea con fruición nerviosa, y se vuelve silbando.]

RUDECINDA: ¿Has visto a ese atrevido insolente? ¡Pura mentira!

ZOILO: [Se sienta.] Sí, eso.

RUDECINDA: [Recobrando confianza.] Debe estar aburrido de tenernos ya.

DOLORES: ¡Zoilo! Zoilo! ¡Perdoname!

ZOILO: [Como dejando caer lentamente las palabras.] ¿Yo? Ustedes son las que deben perdonarme. La culpa es mía. No he sabido tratarlas como se merecían. Con vos fui malo siempre... No te quise. No pude portarme bien en tantos años de vida juntos. No te enseñé tampoco a ser güena, honrada y hacendosa. ¡Y güena madre, sobre todo!

DOLORES: ¡Zoilo! ¡Por favor!

ZOILO: Con vos también, hermana, me porté mal. Nunca te di un güen consejo, empeñao en hacerte desgraciada. Después te derroché tu parte de la herencia, como un perdulario cualquiera. [Pausa.] Mis pobres hijas también fueron víctimas de mis malos ejemplos. Siempre me opuse a la felicidad de Prudencia. Y en cuanto [Con voz apagada por la emoción] , y en cuanto a la otra... a la otra... a aquel angelito del cielo, la maté yo, la maté yo a disgustos. [Oculta la cabeza en la falda del poncho con un hondo sollozo. RUDECINDA se deja caer en un banco, abrumada. Pausa prolongada. DON ZOILO, rehaciéndose, de pie.] Güeno, vayan aprontando no más las cosas pa dirse. Va a llegar el breque.

DOLORES: [Echándose al cuello.] ¡No... no, Zoilo! ¡No nos vamos! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Ahora lo comprendo! Hemos sido unas perversas... unas malas mujeres... Pero perdonános...

ZOILO: [Apartándola con firmeza.] ¡ Salga!... ¡Dejemé!... Vaya a hacer lo que le he dicho...

DOLORES: ¡Por María Santísima! Te lo pido de rodillas... ¡Perdón... perdoncito!... Te prometemos cambiar pa siempre.

ZOILO: ¡No!... ¡No!... ¡Levántese!

DOLORES: Te juro que viá ser una buena esposa... Una buena madre. Una santa. Que volveremos a la buena vida de antes, que todo el tiempo va a ser poco pa quererte y pa cuidarte. ¡Decí que nos perdonas, decí que sí! [Abrazada a sus piernas.]

ZOILO: Salí. ¡Dejame! [La aparta con violencia. DOÑA DOLORES queda de rodillas, llorando sobre los brazos que apoya en el suelo.] Y usté, hermana. Vamos, arriba... ¡Arriba, pues! [RUDECINDA hace un gesto negativo.] ¡Oh!... ¿Aura no les gusta? Vamos a ver... [Se dirige a la puerta del rancho y al llegar se encuentra con PRUDENCIA.] ¡Hija! ¡Usté faltaba! Venga... ¡Abrace a su padre! ¡Así!

Escena XI[editar]

Los mismos y Prudencia

PRUDENCIA: : ¿Pero, pero qué pasa?

ZOILO: Nada, no se asuste. Quiero hacerla feliz. La mando con su hombre, con su... [Entra en el rancho.]

Escena XII[editar]

Los mismos, menos Don Zoilo

PRUDENCIA: : ¡Virgen Santa! ¿Qué ocurre? [Afligida.] ¡Mama! Mamita querida... Levántese. Venga. [Se levanta.] ¿Le pegó? ¡Fue capaz de pegarle!

DOLORES: Hija desgraciada. [La abraza.]

PRUDENCIA: : [Conduciéndola a un banco.] ¿Pero qué será esto, Dios mío? [A RUDECINDA.] ¡Vos, contáme! ¿Tata fue? [RUDECINDA no responde.] ¡Ay, qué desgracia! [Viendo a ZOILO.] ¡Tata, tata! ¿Qué es esto?

Escena XIII[editar]

Los mismos y Don Zoilo

ZOILO: [Tirando algunos atados de ropa.] Que se van... a la estancia vieja... ¡que fue del viejo Zoilo!... ¿No tenían todo pronto pa juir? ¡Pues aura yo les doy permiso pa ser dichosas! [A las tres.] Güeno. Ahí tienen sus ropas... ¡Adiosito! Que sean muy felices.

DOLORES: ¡Zoilo, no!

ZOILO: ¡Está el breque! Que cuando vuelva no las encuentre aquí. [Se va detrás del rancho lentamente.]

Escena XIV[editar]

Dolores, Prudencia, Rudecinda y Martiniana

MARTINIANA: ¡Bien decía yo que no eran más que cosas de ese ladiao de Niceto! ¿Qué? ¿Y esto qué es? ¡Una por un lao... otra por otro... el tendal!... ¡Hum! Me paice que ño rebenque ha dao junción... ¡Eh! ¡Hablen, mujeres! ¿Jue muy juerte la tunda? ¡No hagan caso! Los chirlos suelen hacer bien pa la sangre... Y después, ¡qué dimontres! ¡No se puede dir a pescar sin tener un contratiempo! ¡Quién hubiera creido que ese viejo sotreta le iba a dar a la vejez por castigar mujeres!... Pero digan algo, cristianas. ¿Se han tragao la lengua?

RUDECINDA: [Levantándose.] Callesé, comadre. [Sale ANICETO, y durante toda la escena se mantiene a distancia cruzado de brazos.]

MARTINIANA: ¡Vaya, gracias a Dios que golvió una en sí! A mí me jue a llamar Niceto... ¿Qué hay? ¿Nos vamos o nos quedamos?

RUDECINDA: Sí. Nos vamos... ¡Echadas! ¡Ese guacho de Aniceto la echó a perder! ¡Dolores! ¡Eh! ¡Dolores! ¡Ya basta, mujer!... Tenemos que pensar en irnos... Ya oíste lo que dijo Zoilo.

DOLORES: No. Yo me quedo. Vayan ustedes no más.

RUDECINDA: ¡Qué has de quedar! ¿Sos sorda entonces? Vos, Prudencia... ¿estás vestida? Bueno andando. [A DOLORES.] ¡Vamos, levantate, que las cosas no están pa desmayos! ¡Vaya cargando esos bultos, comadre!

MARTINIANA: Al fin hacen las cosas como Dios manda... [Recoge los atados.]

RUDECINDA: ¡Movete, pues, Dolores!

DOLORES: ¡No! Quiero verlo, hablar con él primero; esto no puede ser.

RUDECINDA: Como pa historias está el otro.

MARTINIANA: Obedezca, doña... con la conciencia a estas horas no se hace nada. Dicen, aunque sea mala comparación, que cuando una vieja se arrepiente, tata Dios se pone triste. Aura que me acuerdo. ¿No me querría dar o vender esta cama de la finadita? Le vendría bien a Nicasia, que tiene que dormir en un catre de guasquillas. Si cabiera en el pescante, la mesma que la cargaba. ¡Linda! Es de las que duran...

RUDECINDA: ¡Sí, mujer! Mañana mismo la mandamos buscar. Verás cómo se le pasa. ¡Qué va a hacer sin nosotras!

MARTINIANA: [A PRUDENCIA.] Comedíte, pues, y ayudame a cargar el equipaje. Es mucho peso pa una mujer vieja. Andá con eso no más. En marcha, como dijo el finao Artigas... [Antes de hacer mutis.] ¡Hasta verte, rancho pobre! [ANICETO las sigue un trecho y se detiene pensativo observándolas.]

Escena XV[editar]

Aniceto y Don Zoilo

[ZOILO aparece por detrás del rancho, observa la escena y avanza despacio hasta arrimarse a ANICETO.]

ZOILO: ¡Hijo!

ANICETO: [Sorprendido.] ¡Eh!

ZOILO: Vaya, acompáñelas un poco... y después repunte las ovejitas pa carniar... ¿eh? ¡Vaya!

ANICETO: [Observándolo fijamente.] ¿Pa carniar?... Bueno... Este... ¿Me empriesta el cuchillo? El mío lo he perdido...

ZOILO: ¿Y cómo? ¿No lo tenés ahí?

ANICETO: Es que... vea... le diré la verdad. Tengo miedo de que haga una locura...

ZOILO: ¡Y de ahí!... Si la hiciera... ¿no tendría razón acaso?... ¿Quién me lo iba a impedir?

ANICETO: ¡Todos! ¡Yo!... ¿Cree acaso que esa chamuchina de gente merece que un hombre güeno se mate por ella?

ZOILO: Yo no me mato por ellos, me mato por mí mesmo.

ANICETO: ¡No, padrino! ¡Calmesé! ¿Qué consigue con desesperarse?

ZOILO: [Alzándose.] Eso es lo mesmo que decirle a un deudo en el velorio: "No llore, amigo; la cosa no tiene remedio." ¡No hay que llorar, canejo!... ¡Si quiere tanto a ese hijo, o ese pariente! Todos somos güenos pa consolar y pa dar consejos. Ninguno pa hacer lo que Dios manda. Y no hablo por vos, hijo. Agarran a un hombre sano, güeno, honrao, trabajador, servicial, lo despojan de todo lo que tiene, de sus bienes amontonaos a juerza de sudor, del cariño de su familia, que es su mejor consuelo, de su honra... ¡canejo!... que es su reliquia; lo agarran, le retiran la consideración, le pierden el respeto, lo manosean, lo pisotean, lo soban, le quitan hasta el apellido... y cuando ese desgraciao, cuando ese viejo Zoilo, cansao, deshecho, inútil pa todo, sin una esperanza, loco de vergüenza y de sufrimientos resuelve acabar de una vez con tanta inmundicia de vida, todos corren a atajarlo. ¡No se mate, que la vida es güena! ¿Güena pa qué?

ANICETO: Yo, padrino...

ZOILO: No lo digo por vos, hijo... Y bien, ya está... No me maté... ¡Toy vivo! Y aura, ¿qué me dan? ¿Me degüelven lo perdido? ¿Mi fortuna, mis hijos, mi honra, mi tranquilidad? [Exclamación.] ¡Ah, no! ¡Demasiado hemos hecho con no dejarte morir! ¡Aura arreglate como podás, viejo Zoilo!...

ANICETO: ¡Así es no más!

ZOILO: [Palmeándole afectuoso.] Entonces, hijo... vaya a repuntar la majadita... como le había encargao. ¡Vaya!... ¡Déjeme tranquilo! No lo hago. Camine a repuntar la majadita.

ANICETO: Así me gusta. Viva... viva.

ZOILO: ¡Amalaya fuese tan fácil vivir como morir!... Por lo demás, ¡algún día tiene que ser!

ANICETO: ¡Oh!... ¡Qué injusticia!

ZOILO: ¿Injusticia? ¡Si lo sabrá el viejo Zoilo! ¡Vaya! No va a pasar nada... le prometo... Tome el cuchillo... vaya a repuntar la majadita... [mutis.]

Escena XVI[editar]

Don Zoilo

ZOILO: [ZOILO lo sigue con la mirada un instante, y volviéndose al barril extrae un jarro de agua y lo bebe con avidez; luego va en dirección al alero y toma el lazo que había colgado y lo estira; prueba si está bien flexible y lo arma, silbando siempre el aire indicado. Colocándose después debajo del palo del mojinete trata de asegurar el lazo, pero al arrojarlo se le enreda en el nido de hornero. Forcejea un momento con fastidio por voltear el nido.]

Las cosas de Dios... ¡Se deshace más fácilmente el nido de un hombre que el nido de un pájaro!

[Reanuda su tarea de amarrar el lazo, hasta que consigue su propósito. Se dispone a ahorcarse. Cuando está seguro de la resistencia de la soga, se vuelve al centro de la escena, bebe más agua, toma un banco y va a colocarlo debajo de la horca.]


TELÓN