Brindis por Miguel Grau

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Publicada por "El Heraldo" de Valparaíso el 25 de febrero de 1889.

"El marino argentino Manuel A. Barraza brinda gallardamente por Miguel Grau en una fiesta de marinos argentinos y chilenos”. La anécdota es escrita en “El Heraldo” de la ciudad de Valparaíso el 25 de febrero de 1889 y dice:

“Habíamos guardado silencio acerca de un incidente que ocurrió en el Club Valparaíso, por respeto a nosotros mismos, pero ya que él ha salido de los linderos de la conversación no podemos resistir a transcribir que acerca de ese suceso encontramos en un diario de Santiago: dice “El Independiente”:

Decía pues que el cónsul argentino ofreció una comida a la oficialidad de la cañonera, a la cual no asistieron los jefes de nuestra marina, que habían sido invitados, pero a la cual asistió el Comandante General

En ella se gastaron las mismas cariñosas atenciones, la misma franca cordialidad, la misma fraternidad abierta que siempre han encontrado nuestros huéspedes desde que entraron por primera vez en aguas chilenas, al fondear en Punta Arenas, y que han encontrado después en Talcahuano y en Valparaíso. Cuando se retiraron de la mesa del Cónsul, uno de los presentes propuso ir a vaciar la última copa de champaña al Club Valparaíso, el centro social más escogido tal vez de nuestra ciudad.

Aceptada la invitación, todos se dirigieron al Club, donde los marinos argentinos fueron presentados a los que allí estaban, y donde se les atendió con la misma galantería, mientras se preparaba rápidamente la cena.

Una vez en el comedor, y llenadas las copas de champaña, el caballero propuso vaciarlas en homenaje a un gran guerrero americano que simbolizaba la fraternidad de Chile y la Argentina, y cuyo nombre glorioso, que vivirá siempre en la historia y en el corazón de los dos pueblos, sería perpetuo lazo de unión para ambos: en homenaje al General San Martín.

Como se ve, ningún recuerdo podía ser más cortés ni más oportuno en aquellos momentos en que se festejaba a oficiales de guerra argentinos. Se evocaba una gran figura de una epopeya común a Chile y aquella república, y se colocaba así, en momentos de expansión y de afecto, a chilenos y argentinos a la luz fraternal de una gloria común.

Levantóse para contestar el brindis uno de los marinos argentinos, y pidió una copa por otra figura inmortal de la historia americana, por un héroe legendario, cuya gloria bastaba por sí sola para dar honor a un continente, por un marino que debió alumbrar al mismo océano en la reciente guerra del Pacífico, por uno de esos guerreros sublimes, ante los cuales el sentimiento de la nacionalidad desaparece para dejar sólo en el alma el sentimiento de la admiración.

Todos veían ya brillar en los labios del marino argentino el nombre de Prat, y con la copa levantada esperaban que fuese pronunciado ese nombre augusto y querido, para dar expresión a los sentimientos generosos del entusiasmo y la fraternidad.

Por un héroe eminentemente americano, continuó el marino argentino; por el inmortal marino a quien todos los que seguimos la carrera del mar debemos tomar como ejemplo y como modelo: por Miguel Grau.

Difícil sería pintar la impresión que causaron estas palabras; una bomba que hubiese estallado en medio de la sala no habría producido un movimiento igual de estupor.

Las copas volvieron a caer llenas sobre la mesa, y pasado el primer momento de asombro, que casi no había dejado lugar a indignación, circuló naturalmente por los asientos un aire amenazador, duramente reprimido por el hidalgo sentimiento de encontrarse los ofendidos dentro de su propia casa.

El mismo Comandante argentino quedó sorprendido de la inesperada salida de su oficial, y notando la impresión desastrosa que sus palabras habían producido trató de salvar aquella situación imposible:

“Señores, dijo, mi compañero se ha equivocado sin duda; poco habituado a los nombres, ha confundido seguramente el de Grau con el de Prat; su intención ha sido pedirnos una copa por Arturo Prat”.

La explicación no era excesivamente aceptable; pero el autor del brindis se encargó de poner en claro las cosas:

“No, señores, insistió; he dicho Miguel Grau, y no me he equivocado; mi intención ha sido beber una copa por Miguel Grau”.

Aquello pasó de los límites de lo posible. Con secas y breves palabras de protesta, todos se retiraron de la sala. Era el único camino que quedaba, si no quería darse a esa absurda escena un desenlace sangriento. La cadena de la hospitalidad ató muchos brazos que en otras circunstancias, se habrían levantado como el rayo en pos de la ofensa”.