Cartas a Lucilio - Carta 12

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​Cartas a Lucilio - Carta 12​ de Séneca
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Nota: Traducción del latín y notas por Antonius Djacnov (2009)

Séneca a su Lucilio saluda,

Por doquiera que me torne, veo las pruebas de mi senectud. Había venido a mi villa suburbana y me quejaba de las expensas provocadas por la persistente degradación del edificio. El administrador me manifestó que los defectos no provenían de negligencia suya alguna: todo lo necesario se hacía, pero la villa estaría ya vetusta. Esa villa había crecido entre mis manos: ¿qué depara para mí el futuro si en tan ruinoso estado están aquellas piedras que mi edad comparten?

Irritado, aproveché la primera ocasión para increparlo: "Es evidente que aquellos plátanos han sido descuidados" - le dije - "No tienen follaje alguno ¡Cuán nudosas, cuán retorcidas sus ramas, cuán tristes y escuálidos sus troncos están! ¡Tal cosa no hubiera sucedido si los hubieres circundado de canteros, si los hubieres regado! Aquel juró por mi genio [1] que todo hacía, que en nada omitía sus cuidados, pero que estaban ya avejentados. Entre nosotros: soy yo mismo quien los había plantado, soy yo mismo, quien por la primera vez hube contemplado su follaje.

Me torné hacia el pórtico: "¿quién es ese decrépito..." - pregunté - "...con razón llevado a la entrada. Ya mira para el otro lado. ¿De dónde lo sacaron? ¿Te delectas acaso en rejuntar los muertos de los otros?" Este respondió: ¿Acaso no me reconoces? Soy yo, Felicio, tu pequeñuelo, tu favorito, a quien solías regalar estatuillas,[2] soy el hijo de tu mayordomo Filostio." "Delira totalmente" - me dije - "¡Helo allí hecho un chicuelo y por añadidura mi preferido! Puede que así sea: ¡por lo pronto ya se le caen los dientes!

Debo eso a mi villa suburbana: que hacia cualquier lado que me tornase, se me apareciera mi senectud. Abracémosla, amémosla, plena es de goces si sabes utilizarla. Exquisitos son los frutos cuando ya se escapan; la niñez alcanza su máximo esplendor cuando concluye; la última copa es para los amantes del vino aquella que en extremo delecta, la que sumerge, la que con su última estocada la ebriedad corona.

Aquello que todo placer tiene de sublime, se difiere hacia el final. Jucundísima es la edad en su declive, si no es abrupto. Incluso aquella que se bambolea ya en el borde del tejado, tiene sus propios placeres. O si se quiere, aquel placer que a todos reemplaza: el de no necesitar ninguno ¡Cuán dulce es la voluptuosidad que se fatiga, incluso la que quedó ya rezagada detrás de uno! "Penoso es " - dices - "tener la muerte delante de tus ojos". Pero ten en cuenta que ésta está tan presente delante de los ojos del anciano como de los del joven: no somos en efecto convocados a ella siguiendo las edades del censo. Por otra parte, nadie es tan viejo que no espere insolente incluso un día más. Un solo día, es todavía una grada suplementaria de la vida.

La vida toda consta de partes y de círculos concéntricos, mayores que circundan los menores. Uno que todo los otros abraza y ciñe - éste abarca desde el nacimiento hasta el postrero día - otro delimita los años de la adolescencia; hay uno que en su ámbito toda la infancia encierra; está luego el año mismo, que contiene en sí todos los momentos de cuya multiplicación la vida se compone; los meses están ceñidos por un círculo más angosto; estrechísima es de los días su ronda, pero esta va del comienzo hacia el fin, de la aurora al ocaso.

Por tal razón Heráclito, cuyo sobrenombre debe a sus obscuras sentencias, [3] "un día" - dijo - "es igual a cualquier otro". Esto se interpretó diversamente. Uno en efecto dijo, que iguales son en horas - y no miente - pues si el día es un período de veinticuatro horas, necesario es que entre ellos sean todos iguales, por cuanto la noche se apropia de lo que el día perdió. Otro dijo que un día es igual a todos los otros por razones de similitud: nada en efecto posee cualquier intervalo de tiempo por largo que fuere que no se encuentre ya en un solo día: luz, noche y, en las alternantes vueltas del mundo, esto constantemente se repite sin que por ello ni se contraiga ni se extienda.

Por tal razón así ha de ordenarse cada día: concluyendo la marcha, consumando y colmando la vida. Pacuvius,[4] quien por uso continuo se apropió de toda Siria, al concluir las libaciones y banquetes funerarios que en su propio honor organizaba, se hacía transportar desde la cena a sus aposentos en medio de los aplausos de sus libertinos convidados quienes al son de instrumentos cantaban ¡βεβιοται! ¡βεβιοται ![5] ¡Ningún día dejaba transcurrir sin enterrarse!

Lo que aquel por pervertida conciencia hacía, hagámoslo nosotros en aras de la buena y entregándonos al sueño, alegres y risueños digamos:

"He vivido y el curso que la fortuna me puso, he recorrido."

Al día siguiente, si Dios agrega un día, recibámoslo con alegría. Felicísimo y seguro dueño de sí mismo es aquel que el día siguiente sin inquietudes espera. Quienquiera dice "he vivido", cotidianamente ya con una ganancia se levanta.

Pero ya debo esta carta terminar. "¿Cómo?" - preguntas - "¿Llegará sin ningún presente para mí?" No temas: algo con ella trae. ¿Por qué "algo" dije? ¡Mucho! ¿Qué en efecto más preclaro que las palabras que le confío para que a ti lleve?

"Malo es en la necesidad vivir, pero no es necesario"

¿Por qué necesidad alguna habría? Accesibles desde todos lados están los caminos hacia la libertad, muchos, cortos, fáciles. Demos a Dios gracias que nadie puede ser encadenado a la vida. Nos es lícito despreciar la necesidad misma.

"Epicuro" - señalas - "dijo tal cosa ¿qué haces apropiándote de frases de otros?" ¡Todo lo que es verdadero es mio! Persevero en prodigarte Epicuro, para que aquellos que por la palabra juran, no en consideración de lo que está dicho sino por quien lo dice, sepan que lo sublime es un bien común.

Que sigas bien.

Notas[editar]

  1. Los romanos creían que a cada persona le era asignada un genio o espíritu protector en el momento de su nacimiento y que lo acompañaba en el curso de su vida
  2. Se trataba de pequeñas estatuillas de terracota o de cerámica denominadas en latín "sigillaria" que se acostumbraba ofrecer, en tanto que presentes durante las celebraciones de las saturnales, que tenían lugar en general a partir del 17 de diciembre.
  3. Heráclito de Efeso, (544 a. C. - 484 a. C), fue un filósofo griego presocrático que se expresaba de manera aforística y enigmática, lo que le valió ya desde tiempos antiguos, el sobrenombre ὁ Σκοτεινός ("el obscuro"). A ello hace alusión Séneca en este pasaje
  4. Pacuvius fue un lugarteniente de Tiberio, que gobernó largo tiempo Siria. También se refiere a él Tácito (Anales, II, LXXIX)
  5. βεβιοται (se pronuncia Bebiotai), en griego antiguo se traduce literalmente "ha vivido", que significa lo mismo que "ya murió".
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