Cuestión de correo

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Bagatelas
Cuestión de correo​
 de Vital Aza

CUESTIÓN DE CORREO

Un joven amigo mío,
que es un poeta llorón,
sufrió de Inés el desvío
yo no sé por qué razón.

Y al ver su negra fortuna,
llorando de amor los daños,
fuese a contar a la luna
sus acerbos desengaños.

–«¡Escucha! ¡Oh, luna adorada!,
el pobre chico decía:–
¡dile por Dios, a mi amada,
lo que siente el alma mía!

¡Dile cuánto es mi sufrir!
¡Dile cuánto es mi dolor!
Y que me voy a morir
si no responde a mi amor.»

Creyó el pobre ¡qué tontuna!
que a Inés se lo contaría,
y hasta la fecha, la luna
no dijo esta boca es mía.

Viendo, con honda aflicción,
que la dama de sus sueños
no daba contestación
a sus amantes empeños,
 
el triste vate ¡oh, locura!
fuese a contar sus amores
al céfiro, que murmura
entre las pintadas flores.

–«Vuela ¡oh, céfiro!, exclamó,
a besar sus blondos rizos,
y dile a mi Inés, que yo
me muero por sus hechizos.

¡Dile que el desdén me mata,
que sufro horrible tortura,
y pide a esa bella ingrata
que calme mi desventura!»

Pero ¡ay! Inés ignoró
de su amante el padecer,
pues el céfiro le oyó
como quien oye llover.

Sin atender a razones,
tercera vez desatina
contando sus aflicciones
a una veloz golondrina.

Y hubo aquello de: –«¡Sus galas
muéstrale a Inés, por favor,
y llévale entre tus alas
el suspiro de mi amor!

¡Vuela a fabricar tu nido
encima de su ventana,
y dile cuánto he sufrido
por ser con mi amor tirana!»

Pero ¡ay, desgraciado amante!
la golondrina ligera,
huyó del pueblo al instante
sin despedirse siquiera.

                 - - -

Triste el poeta quedó,
y en su afán siempre intranquilo,
cien mensajeros buscó
todos por el mismo estilo.

Por fin, un día le hablé
queriendo saber su mal.
–¿Qué tal de amor? –¡No lo sé!
–¿Oyó tus quejas? –¡No tal!

–¿Y aun la quieres? –¡Ya lo ves!
–¡Eres terco y me encocoras!
Si tú deseas que Inés
llegue a saber que la adoras,

escucha bien mis razones,
porque te conviene oírlas,
no des esas comisiones
a quien no sabe cumplirlas.

Cesa en tu necia rutina;
no hagas petición ninguna
a la veloz golondrina,
ni al céfiro, ni a la luna.

Pues yo, francamente, creo
que fuera mucho mejor,
dar ese encargo al correo,
y, si acaso, al aguador.

                 - - -

Mi amigo el consejo oyó,
y poco tiempo después,
a una carta que escribió
grata repuesta dio Inés.

¡Ya pueden cantar albricias!
¡Ya satisfechos están!
Y según ciertas noticias
muy pronto se casarán.

Si él no sigue mi consejo
y no le escribe a su amada,
¡se hubiera muerto de viejo
sin que ella supiese nada!