De un baile: Oda IX

De Wikisource, la biblioteca libre.
​De un baile - Oda IX​ de Juan Meléndez Valdés

Ya torna mayo alegre
con sus serenos días,
y del amor le siguen
los juegos y la risa.

De ramo en ramo cantan
las tiernas avecillas
el regalado fuego
que el seno les agita,

y el céfiro jugando
con mano abre lasciva
el cáliz de las flores
y a besos mil las liba.

Salid, salid, zagalas;
mezclaos a la alegría
común en sueltos bailes
y música festiva.

Venid, que el sol se esconde;
las sombras, más benignas,
dan al pudor un velo
y a amor nueva osadía.

¡Oh, cuál el pecho salta!,
¡cuál en su gozo imita
los tonos y compases
de vuestra voz divina!

Mis plantas y mis ojos
no hay paso que no finjan,
cadena que no formen,
y rueda que no sigan.

Huye veloz burlando
Clori del fino Aminta;
torna, se aparta, corre,
y así al zagal convida.

¡Con qué expresión y juego
de talle y brazos, Silvia,
en amable abandono,
su Palemón esquiva!

De Flora el tierno amante
o la mariposilla,
la fresca hierbezuela
con pie más tardo pisan.

¡Qué ardiente Melibeo
a Celia solicita,
la apremia con halagos,
y en torno de ella gira!

Pero Dorila, ¡oh cielos!,
¿quién vio tan peregrina
gracia?, ¿viveza tanta?
¡Cuál sobre todas brilla!,

¡qué espalda tan airosa!,
¡qué cuello!, ¡qué expresiva
volverle un tanto sabe
si el rostro afable inclina!

¡Ay!, ¡qué voluptuosos
sus pasos!, ¡cómo animan
al más cobarde amante
y al más helado irritan!

Al premio, al dulce premio
parece que le brindan
de amor, cuando le ostentan
un seno que palpita.

¡Cuán dócil es su planta!,
¡qué acorde a la medida
va del compás! Las Gracias
la aplauden y la guían,

y ella, de frescas rosas
la blonda sien ceñida,
su ropa libra al viento,
que un manso soplo agita.

Con timidez donosa
de Cloe simplecilla
por los floridos labios
vaga una afable risa.

A su zagal incauta
con blandas carrerillas
se llega, y vergonzosa
al punto se retira.

Mas ved, ved el delirio
de Anarda en su atrevida
soltura; sus pasiones,
¡cuán bien con él nos pinta!

Sus ojos son centellas,
con cuya llama activa
arde en placer el pecho
de cuantos, ¡ay!, la miran.

Los pies, cual torbellino
de rapidez no vista,
por todas partes vagan
y a Lícidas fatigan.

¡Qué dédalo amoroso!,
¡qué lazo aquel que unidas
las manos con Menalca
formó amorosa Lidia!

¡Cuál andan!, ¡cuál se enredan!,
¡cuán vivamente explican
su fuego en los halagos,
su calma en las delicias!

¡Oh pechos inocentes!,
¡oh unión!, ¡oh paz sencilla,
que huyendo las ciudades
el campo sólo habitas!

¡Ah!, ¡reina entre nosotros
por siempre, amable hija
del cielo, acompañada
del gozo y la alegría!