Diego Hurtado de Mendoza (Retrato)

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D. DIEGO HURTADO DE MENDOZA.[editar]

D. DIEGO HURTADO DE MENDOZA.
Nació en Granada en 1503, buen Soldado, mejor Político, discreto Poeta, grande Historiador. Desempeñó las Embajadas de Venecia, Roma, y del Concilio de Trento con tanto honor como émulos. Murió en Abril de 75, pero sus Obras especialmente, la Historia de la Guerra de Granada le hacen inmortal en todas las edades.

A. fines del año de 1503, ó principios del siguiente, nació en Granada D. Diego Hurtado de Mendoza, hijo de D. Iñigo López de Mendoza, uno de los mayores Generales de los Reyes Católicos, segundo Conde de Tendilla, y primer Marques de Mondejar, y de Doña Francisca Pacheco, hija de los Marqueses de Villena. Su talento vivo y penetrante dió muestras desde la niñez de los mas superiores adelantamientos: instruido en la Gramática, y ciertas nociones del Árabe, pasó á Salamanca, y se aplicó á toda lectura, señaladamente á las lenguas Latina y Griega, y á la Filosofía, y Derecho Civil y Canónico.

Su ardor juvenil le conduxo á militar en Italia, donde su esfuerzo, valor y prudencia en la corta edad de veinte años le hicieron distinguir, particularmente en las batallas de Lautrech, Bicoca, Pavía, y sitio de Marsella. No por esto abandonó su genial inclinación á las letras: antes bien aprovechado del armisticio á que precisaba la rigidez del invierno, dexó el descanso de los quarteles por pasar á las Universidades de Bolonia, Padua y Roma, oír á los sabios, é instruirse profundamente en las ciencias de los Nifos, Montesdocas, y otros literatos. El Emperador Cárlos V conoció el apreciable mérito de D. Diego, y se valió de él en los negocios mas arduos de la Monarquía: y si Venecia le admiró en 1538 como un Embaxador digno de tal Príntipe, no le admiró menos toda Europa, reconociéndole por único propagador de la literatura Griega en las obras de S. Basilio, el Nacianceno, S. Cirilo Alexandrino, todo Archimedes, Heron, Appiano, Josefo, y otros.

En esta noble emulación se empleaba, quando el Emperador, conservándole al parecer la Embaxada de Venecia, le confió el Gobierno de Sena en circunstancias que era necesario todo un héroe para tranquilizar el espíritu de división de los Seneses; comisión que desempeñó completamente reuniendo y tranquilizando los ánimos; y que le grangeó el aprecio de la República y la gracia del Cesar, tanto, que le eligió por uno de sus Embaxadores para el Concilio general que á la sazón se convocaba en Trento.

Llegó en 8 de Enero de 1543 á esta Ciudad, donde las máximas de su Obispo el Cardenal Madrucci, y de otros Legados, y las quejas y dilacione en convocar el Congreso, hubieran intimidado á otro qualquiera; pero D. Diego reuniendo su espíritu y eloqüencia, hizo patente la investidura de su carácter, sus amplios poderes, y los justos deseos del Cesar: sosteniendo su autoridad hasta disputar la precedencia de asiento coa Madrucci, resuelto á no cederla sino al Papa, representando al Emperador.

Ni por estos encuentros de política, ni por la gravedad de unas quartanas que estaba padeciendo, se debilitaba su espíritu; antes bien atendía á Venecia y á Sena por descubrir las astucias de algunos zelosos, y mirar por los intereses de su Príncipe. No á todas las Congregaciones del Concilio le permitió asistir la pertinacia de la fiebre; pero baste decir en su elogio, que reconociendo su mérito los Padres y literatos, se dilató un día la Congregación general que precedió á la sesión V, por ser el de correspondencia del mal.

El tratado de Justificatione, que habia de decidirse á fines del mes de Julio, se prorogó por la instrucción que debió á D. Diego D. Martín Pérez de Ayala, en qus descubrió con la mas exacta análisis los errores de los Hereges y Protestantes, ganó al Concilio, y la decisión se dilató hasta el 13 de Enero de 1547. D. Diego solo pudo impedir la traslación del Concilio, que el empeño de los Legados y algunos Padres quería sostener en favor de la guerra del Cesar contra los Protestantes: cosa muy agena de las religiosas intenciones de Cárlos V.

Creado por el Emperador Embaxador en Roma, le recibió esta Corte por Abril de 47 con un triunfo superior á quantos hubo en clase semejante. Paulo III, el Sacro Colegio, los Embaxadores extrangeros, toda Roma admiró la vehemencia, tesón y eloqüencia en las justas pretensiones de D. Diego, así como la ingrata Sena no olvidará la firmeza de quince meses de sitio hasta rendirla con decorosas ventajas hacia el Cesar.

Estas críticas circunstancias, y los negocios del Concilio pedían el mayor cuidado para no separar á D. Diego de la vista de los intereses de Roma. Pero esta Corte se valió del mas frívolo pretexto para conseguir fuese relevado de su Embaxada, siendo el mayor mérito y delito para esto haber conocido de cerca el Embaxador los intereses y política de aquella Corte. Habíase opuesto siempre á la adquisición que el Papa queria hacer del Estado de Milán para Octavio Farnesio. En fin volvió á España en 1554, se mantuvo de Consejero de Estado, sirvió á Felipe II en la jornada de S. Quintín; pero no siendo ya igual su valimiento, se estimó como enorme delito un lance que tuvo de honor, y se le arrestó, y desterró en la edad de 64 años; destierro á la verdad que si fue infeliz para D. Diego por sus desgracias, fue para la España dichoso por su estudio sobre las antigüedades de nuestros Reynos, por las consultas de los sabios, y por el acopio de su biblioteca, en donde llegó á juntar mas de 400 códices Árabes. No se conoció sabio que no anhelase por la correspondencia de D. Diego. Paulo Manucio, Carranza, Zurita y otros muchos son testigos de su latinidad y eloqüencia; pero como en la edad de cerca de 70 años buscaba ya solo la mejor sabiduría, comunicó por último con Santa Teresa de Jesús, y con Fr. Gerónimo Gracian. Vino después á la Corte con licencia del Rey, le ofreció toda su libreria, y lleno de años, de achaques y de méritos falleció en Madrid á pocos días de su arribo de resultas de un pasmo por Abril de 1575 en la edad de 72 años. Dexó a la posteridad un tesoro apreciable en la multitud de sus cartas críticas Latinas y Castellanas; en sus traducciones del Griego y del Árabe; en la agudeza y vivacidad de sus poesias, y sobre todo en la inimitable historia de la guerra de Granada contra los Moriscos: historia en que Salustio y Tácito podrán excederle por antiguos, pero no disputarle el mérito de Historiador en la propiedad, en las sentencias, en la claridad, en el estilo, y en la pureza del lenguage.


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