El diputado Bernardo O'Higgins en el Congreso de 1811: Prólogo

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El Diputado Bernardo O’Higgins en el Congreso de 1811[editar]

FERNANDO ARRAU COROMINAS[editar]

EDICIONES DE LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO NACIONAL DE CHILE[editar]

Autor
Fernando Arrau Corominas

Editor General
David Vásquez Vargas

Co-Editor
Felipe Rivera Polo

Concepción Visual
Racic Grupo Diseño

Impreso en Chile por Editora Maval Ltda.
Febrero 2009

©Biblioteca del Congreso Nacional de Chile Registro de Propiedad Intelectual No177313 I.S.B.N: 978-956 -7629-07-7


El diputado Bernardo O’Higgins en el Congreso de 1811 / Fernando Arrau, Autor; David Vásquez, Editor; Felipe Rivera, Co-Editor.

Santiago de Chile: Ediciones Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2009.

117 p.

CHILE, CONGRESO NACIONAL – HISTORIA — 1811
O’HIGGINS, BERNARDO — 1778-1842 — BIBLIOGRAFIAS
O’HIGGINS, BERNARDO — 1778-1842 — PENSAMIENTO POLITICO Y SOCIAL

DIA DE LA INDEPENDENCIA (CHILE)

INDICE[editar]


Prólogo 7
Introducción 13
Ideario político del joven Bernardo 23
El Congreso de 1811 53
Bibliografía 113


Primer Congreso Nacional de 1811, que fincionó en el edificio de la Real Audiencia en la Plaza de Armas de Santiago (fuente MHN)

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Al solicitar al Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones de la Biblioteca del Congreso Nacional, la elaboración de una investigación sobre el rol de Bernardo O’Higgins en la creación del Primer Congreso Nacional de 1811 y de su participación como diputado en este primer Parlamento que tuvo Chile, quisimos subrayar la visión profunda del Padre de la Patria, que comprendió que la revolución independentista sólo era posible si se incorporaba en ella al pueblo, se creaban órganos de representación popular y se generaban, al unísono, instituciones que dieran for ma a un nuevo Estado.

Esta investigación es importante porque corresponde a un período poco conocido de la vida del prócer. La vida civil y política de Bernardo O’Higgins, antes que se iniciara la invasión española, en enero de 1813, lo mismo que la actividad agrícola desarrollada por él en su Hacienda de San José de Las Canteras, han quedado ensombrecidas, especialmente en el siglo pasado, por la atención prestada por los especialistas a su participación en las acciones bélicas de la revolución independentista o a su comportamiento como Director Supremo. Es una tendencia normal, tanto respecto del acontecer de una nación como en el orden personal, representarse el pasado bajo la deter minación de ciertas categorías vigentes en la actualidad. Son destacados, entonces, ciertos rasgos o períodos en lugar de otros en la interpretación del tiempo remoto, a veces, en un grado tal que puede sobrepasarse el límite —difícil de determinar, por lo demás— entre lo verdadero y lo falso. Posiblemente, ha influido en este relativo olvido la solución de continuidad generada en el proceso revolucionario nacional por el desastre de Rancagua y el retiro de los protagonistas revolucionarios hacia Mendoza. Valorados historiadores del siglo XX han restado importancia al Congreso de 1811 y a la participación de O’Higgins en él. No ha sucedido lo mismo con aquellos del siglo XIX que han sido los padres de nuestra historiografía.

En un momento fundacional de nuestra realidad como nación, el sepelio de Bernardo O’Higgins Riquelme en el Cementerio General de Santiago, en 1869, el eximio Diego Barros Arana quiso llevar a la importante concurrencia que lo escuchaba a establecer la siguiente distinción:


“O’Higgins no fue solo el más valiente y el más entendido de nuestros guerreros; el glorioso derrotado de Rancagua y de Talcahuano, y el vencedor heroico del Roble y de Chacabuco; el Jefe Supremo del Estado, que con una constancia nunca desmentida y con una inteligencia superior organizó ejércitos y equipó escuadras para ir a ar rojar de toda la América a sus antiguos opresores. ¡No! al lado de esos títulos, a la admiración y al reconocimiento de sus conciudadanos, O’Higgins puede exhibir otros, menos brillantes sin duda, pero que revelan que junto con el alma bien templada del soldado y del patriota poseía la cabeza del estadista y la mirada escrutadora del hombre que, en la dirección de los negocios públicos, se adelanta siempre a las preocupaciones de sus contemporáneos”.


Son estos títulos diferentes de que hablaba Barros Arana, los que se van gestando en el período que nos interesa, por eso es valioso detenerse en él. Ha sido el abogado e historiador Julio Heise quien ha develado el error de parte de la historiografía chilena del siglo pasado al igualar el proceso revolucionario chileno con el del resto de los países hispanoamericanos. En éstos, la emancipación y la lucha por la organización del Estado constituyeron dos etapas diferenciables, en que la segunda, mucho después de la primera, fue alcanzada a través de un largo y doloroso período de anarquía y de cruentas revoluciones. En Chile, en cambio, entre 1810 y 1830, con las dificultades propias de las preocupaciones militares y de la falta de experiencia y de cultura política, se habrían afianzado definitivamente conceptos como soberanía popular, gobierno republicano y representativo y otras nuevas tendencias e ideas que se enfrentaron con la monarquía absoluta. “Las dos décadas de la emancipación —dijo Julio Heise— tuvieron todo el valor de un laborioso aprendizaje político presidido, en gran parte, por D. Ber nardo O’Higgins”.

Este estudio que presentamos se refiere justamente a los dos primeros años de ese laborioso aprendizaje político a que alude Heise, pero también se ocupa de los años anteriores a 1810 cuando, especialmente en las tertulias políticas de Concepción y Santiago, se comenzó a construir el andamiaje de la ideología revolucionaria.

Pero hay otro motivo, quizás más importante para nosotros, que permite calificar de feliz la iniciativa de lanzar esta obra. Este es el vínculo estrecho que se estableció dentro del período en estudio entre el Congreso y nuestro Padre de la Patria. Decimos Congreso y no Cámara de Diputados porque la denominación diputado era usada como participio del verbo (hoy algo anticuado) diputar, que significa “elegido como representante de una colectividad”. Es así como la convocatoria al Congreso Nacional, del 15 de diciembre de 1810, hace sinónimos a representante y diputado: “El Congreso es un cuerpo representante de todos los habitantes de este reino, i, para que esta representación sea la más perfecta posible, elegirán diputados los veinticinco partidos en que se halla dividido”. Lo claro, sin embargo, es que el Primer Congreso Nacional fue un órgano de diputados y sólo con la Constitución de 1822, que promulga el propio Ber nardo O’Higgins como Director Supremo, se crea el Congreso bicameral de diputados y senadores que está fuertemente enraizado en la historia institucional chilena. Como se podrá ver en el cuerpo de la presente publicación, a pesar que la principal misión de la Junta de Gobier no de 1810 era convocar a un Congreso de representantes de todo el reino, ninguno de sus integrantes, ni siquiera el más independentista, Juan Martínez de Rozas, consideraba necesario hacerlo pronto. Bernardo O’Higgins era el único patriota que creía que mientras antes los diputados de cada partido (ciudad) iniciaran el ejercicio de la representación sería mejor para el objetivo independentista. Creía firmemente en la necesidad de formar y culturizar una élite política chilena que estuviera en grado de reemplazar el poder del reino y de sus representantes en América. Por ello, los dos temas en que más insistió el joven O’Higgins de regreso a Chile fueron la libertad de comercio, que cortaba el cordón umbilical con el Reino, y la creación de un Congreso de representantes que “democratizara” los primeros poderes que se instalaban en Chile.

Fue él quién convenció a Juan Martínez de Rozas de convocarlo y ello correspondía a uno de sus principios de derecho público, dado que la idea de la representación de la soberanía nacional a través de un Congreso ya era parte de su cultura política for mada, de una parte, en su relación intelectual con Francisco de Miranda y otros próceres independentistas que conoció en su estadía en Europa y con los cuales tuvo una temprana relación y, mas en general, por el conocimiento que adquirió de las instituciones en la vieja Europa durante su estadía en Inglaterra y en España. Podemos decir, sin duda, que Bernardo O’Higgins debe ser considerado el Padre del Parlamento chileno.

Asimismo, en el breve período en que representó al partido de Los Ángeles, reducido por una enfer medad que lo obligó a períodos de ausencia de las sesiones, mostró su enor me disposición a ser un buen diputado. En la exposición que dirigió el 12 de agosto de 1811 a los vecinos del partido de Los Ángeles, expuso brevemente y en palabras sencillas, como lo entendía:


“Los deberes de fiel diputado de ese partido, la justicia, el corresponder a la confianza de un delicado cargo que V.V. me hicieron el honor de conferir i, más que todo, el procurar el bien i adelantamiento del territorio y habitantes de este noble vecindario, me impelieron a hacer en el Congreso mis gestiones, ya de palabra, ya por representaciones fundadas en el derecho público de los pueblos”.


El párrafo citado corresponde al inicio de la comunicación dirigida a sus representados después de la crisis del 4 de septiembre de 1811, fecha en que con el apoyo de la fuerza militar, comandada por los hermanos Carrera, se hicieron importantes cambios en el primer Congreso Nacional. Bernardo O’Higgins, que fue nombrado por el Congreso para for mar parte de una Junta de gobierno junto a José Miguel Carrera y a José Gaspar Marín, renunció a ella en protesta por la clausura del primer Congreso Nacional en diciembre de ese año, al no compartir un procedimiento que, según él, ponía en tela de juicio dos principios fundamentales: la representación y el respeto a las instituciones.

Este estudio, del cual es autor Fernando Arrau Corominas, funcionario del Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones de la Biblioteca del Cong reso Nacional, a quién agradecemos su arduo y riguroso trabajo, pretende abrir una ventana para otras investigaciones y reflexiones en tor no al rol de O’Higgins como diputado, como político y no sólo como genio militar y Director Supremo. De hecho, hay una extensa, y aún poco estudiada, correspondencia del prócer chileno con sus congéneres independentistas de América Latina que revelan pensamientos profundos sobre la libertad, la representación popular, el rol del mundo indígena, los derechos de los nacientes ciudadanos, el laicismo en la relación del Estado, que muestran un O’Higgins políticamente mas culto, mas avanzado y progresista que lo que hasta ahora la historiografía ha mostrado.

Desde ya, el presente estudio nos per mite un conocimiento más acabado de los primeros años de la emancipación política chilena, de la importante participación de Bernardo O’Higgins en el primer Congreso Nacional y de los antecedentes que la favorecieron.

Nuestra invitación es a seguir trabajando en esta senda, ya que la memoria histórica es un elemento esencial del fortalecimiento y de la legitimidad de las instituciones y de las ideas que las inspiraron en su origen.

Francisco Encina Moriamez Presidente de la Cámara de Diputados

Antonio Leal Labrin

Ex Presidente de la Cámara de Diputados



Bernardo O’Higgins Diputado por Los Ángeles (fuente Ministerio de Relaciones Exteriores)