El Conejo de Peluche

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​El Conejo de Peluche​ (1922) de Margery Williams
traducción de Wikisource
ilustración de William Nicholson

El

Conejo de Peluche
O cómo los juguetes se hacen realidad


Por
Margery Williams


Con Ilustraciones de
William Nicholson



HEINEMANN

Londres 1922


Para Francesco Bianco

de

El Conejo de Peluche

La mañana de Navidad
El

Conejo de Peluche

O Cómo Juguetes se Hacen Reales


H

ABÍA una vez un conejo de peluche, y al principio era realmente espléndido. Era gordo y rechoncho, como debe ser un conejo; su pelaje tenía manchas marrones y blances, tenía bigotes reales y sus orejas estaban revestidas de satín rosado. Una mañana de Navidad, cuando se sentó erguido en la parte superior de la bota de navidad del niño con un ramillete de acebo entre las patas, el efecto era encantador.

Había otras cosas en la bota, nueces y naranjas y un camión de juguete y almendras de chocolate y un ratón mecánico, pero el conejo era por mucho el mejor de todos. Durante al menos dos horas al niño le encantó, a continuación, tías y tíos llegaron a cenar, y hubo un gran murmullo de papel de seda y apertura de regalos, y con la emoción de ver todos los nuevos regalos el conejo de peluche fue olvidado.

Durante mucho tiempo vivió en el armario de juguetes o en el piso del cuarto del niño, y nadie pensó en él. Era naturalmente tímido, y como sólo estaba hecho de peluche, algunos de los juguetes más caros lo despreciaban mucho. Los juguetes mecánicos eran muy superiores y menospreciaban a todos los demás; estaban llenos de ideas modernas y fingían ser reales. El modelo de barco, que había vivido dos temporadas y había perdido la mayor parte de su pintura, entendió su estilo y nunca perdía una oportunidad de referirse a su timbre en términos técnicos. El conejo no podía reclamar ser un modelo de nada, pues no sabía que existieran conejos reales; pensaba que eran todos rellenos de aserrín como él y él sabía que el aserrín era bastante obsoleto y nunca debía ser mencionado en círculos modernos. Incluso Timoteo, el León de madera, que había sido hecho por soldados discapacitados y debería haber tenido puntos de vista más amplios, se vanagloriaba y fingía estar relacionado con el Gobierno. Entre todos ellos el pobre conejo se veía a sí mismo muy insignificante y banal y la única persona que fue amable con él fue el Caballo de Cuero.

Caballo de Tela cuenta su historia

El Caballo de Cuero había vivido ya en el cuarto de niños más que cualquiera de los otros. Era tan viejo que su saco marrón estaba sin pelo en algunas partes mostrando la tela debajo y la mayoría de los pelos de su cola se los habían quitado para hacer cadenas de collares. Era sabio, porque había visto una larga sucesión de juguetes mecánicos llegar a presumir y fanfarronear y romper sus resortes principales y morir, y él sabía sólo eran juguetes y nunca se convertirían en ninguna otra cosa. Porque la magia de los cuartos de niños es muy extraña y maravillosa, y sólo esos juguetes que son viejos y sabios y experimentados como el Caballo de Cuero entienden todo esto.

"¿Qué es REAL?" preguntó el conejo un día, cuando estaban acostados uno junto al otro cerca de lo orilla del cuarto, antes de que Nana llegara a limpiar el cuarto. "¿Significa tener dentro cosas que zumban y un asa extraíble?"

"Real no es cómo estas hecho" dijo el Caballo de Cuero. Es algo que te ocurre. Cuando un niño te ama por mucho tiempo, no solo para jugar, sino que REALMENTE te ama, entonces te haces REAL."

"¿Y eso duele?" preguntó el conejo.

"A veces," dijo el Caballo de Cuero, porque él era siempre sincero. "Cuando eres Real no te importa hacerte daño."

"¿Ocurre todo a la vez, como dar cuerda," preguntó, "o poco a poco?"

"No sucede todo a la vez," dijo el Caballo de Cuero. "Te conviertes. Tarda mucho tiempo. Es por eso que no les suele pasar a las personas débiles, o que tienen bordes afilados, o que deben tenerse con mucho cuidado. Generalmente, para cuando eres Real, has perdido la mayor parte del cabello de tanto amor, y tus ojos cuelgan, y las articulaciones se te han aflojado, y estás muy gastado. Pero estas cosas no importan en absoluto, porque una vez que eres Real no puedes ser feo, excepto para la gente que no entiende."

"Supongo que eres Real?" dijo el conejo. Y entonces deseó no haberlo dicho, pues pensó que el Caballo de Cuero podría ser sensible. Pero el Caballo de Cuero sólo sonrió.

"El tío del niño me hizo Real," dijo. "Fue hace muchos años; pero una vez que eres Real que no puedes ser irreal de nuevo. Dura para siempre."

El conejo suspiró. Pensó que pasaría mucho tiempo antes de que esta magia llamada Real le ocurriera a él. Anhelaba convertirse en Real, saber

lo que se sentía; y sin embargo la idea de crecer gastado y perder sus ojos y bigotes era más bien triste. Él deseaba poder serlo sin que le pasaran estas cosas incómodas a él.

Había una persona llamada Nana que controlaba el cuarto. A veces no notaba los juguetes tirados por el cuarto, y a veces, sin ningún motivo, ella pasaba como un gran viento y los echaba en cajas. Ella llamaba a esto "ordenar", y todos los juguetes lo odiaban, especialmente los de lata. Al conejo no le importaba tanto, porque donde lo arrojaran, siempre aterrizaba suavemente.

Una tarde, cuando el niño iba a la cama, no pudo encontrar su perro de porcelana que siempre dormía con él. Nana tenía prisa, y era demasiada molestia cazar perros de porcelana antes de dormir, así que simplemente buscó alrededor, y viendo que el armario de juguetes estaba abierto, se acercó rápidamente.

"Aquí," dijo, "¡toma tu viejo Conejo! ¡El dormirá contigo!" Y tomó al conejo de una oreja y lo puso en los brazos del chico.

Esa noche y por muchas noches después, el Conejo de Peluche durmió en la cama del niño. Al principio era bastante incómodo, porque el niño lo abrazaba apretando mucho y a veces rodaba sobre él, y a veces lo empujaba tanto bajo la almohada que el Conejo apenas podía respirar. Y también extrañaba las largas horas de luz de luna en el cuarto, cuando la casa estaba silenciosa y sus conversaciones con Caballo de Cuero. Pero muy pronto se acostumbró, porque el niño solía hablar con él y le hacía túneles geniales bajo las sabanas que dijo eran como las madrigueras en las que viven los conejos reales. Y tenían juegos espléndidos juntos, en susurros, cuando Nana se iba a cenar y dejaba una luz prendida sobre el mantel. Y cuando el niño dormía, el conejo se acurrucaba bajo su tibio mentón pequeño y soñaba, con las manos del niño cerradas sobre él toda la noche.

Y así pasaba el tiempo, y el Conejito era muy feliz—tan feliz que nunca notó cómo su hermoso pelaje de peluche se gastaba más y más y su rabo se descosía, y el color rosado de su nariz desaparecía donde el niño lo había besado.

Llegó la primavera, y pasaban largos días en el

Tiempo de primavera
jardín, ya que a donde iba el Niño también iba el Conejo. Paseaban en la carretilla y tenían días de campo en el césped, y hermosas cabañas de cuento construídas para él bajo plantas de frambuesas detrás de las flores. Y una vez, cuando el Niño fue llamado de repente para salir a tomar té, el Conejo quedó en el césped hasta mucho tiempo después de anochecer, y Nana tuvo que ir y buscarlo con una vela porque el Niño no podía dormir a menos que él estuviera allí. Estaba empapado por el rocío y lleno de tierra por las madrigueras que el chico había hecho para él en la cama de flores, y Nana murmuraba mientras lo secaba con una esquina de su delantal.

"Debes tener tu viejo Conejo!" dijo. "¡Imagínate, todo esto por un juguete!"

El Niño se sentó en la cama y extendió sus manos.

"¡Dame mi Conejo!" dijo. "No debes decir eso. No es un juguete. ¡Es REAL!"

Cuando el Conejito oyó eso fue feliz, porque sabía que lo que había dicho Caballo de Cuero era verdad al fin. La magia del cuarto de niños le había ocurrido a él, y ya no era un juguete. Era Real. El Niño mismo lo había dicho.

Esa noche el estaba muy feliz como para dormir y tanto amor movió su corazoncito de aserrín tanto que casi estalla. Y en sus ojos de botón de bota, que hacía tiempo habían perdido su pulido, llegó una mirada de sabiduría y belleza, por lo que incluso Nana lo notó la mañana siguiente cuando lo recogió y dijo, "¡Declaro que este viejo Conejo tiene una expresión de conocimiento!"


¡Ese fue un verano maravilloso!

Cerca de la casa donde vivían había un bosque, y en las largas noches de Junio el Niño le gustaba ir allí después del té para jugar. Llevó al Conejo de Peluche con él, y antes de deambular a recoger flores, o jugar a los bandoleros entre los árboles, siempre le hizo el conejo un pequeño nido en algún lugar entre los helechos, donde estaría muy acogedor, porque él era un niño bondadoso y le gustaba que el conejo estuviera cómodo. Una noche, mientras que el Conejo estaba acostado allí solo, viendo a las hormigas correr de ida y vuelta entre sus patas de terciopelo en la hierba, vio a dos seres extraños salir de los helechos altos cerca de él.

Eran conejos como él, pero muy peludos y nuevos. Debían haber sido muy bien

Dias de Verano

hechos, ya que sus costuras no se veían para nada, y cambiaban de forma de una manera muy extraña cuando se movían; de momento eran largos y delgados y después gordos y rechonchos, en lugar de siempre ser igual como el era. Sus pies eran suavemente acolchados sobre el terreno y se acercaron a él, crispando sus narices, mientras que el Conejo miraba con atención para ver de qué lado estaba su mecanismo, porque él sabía que la gente que saltan generalmente tienen algo que les impulsa. Pero no podía verlo. Evidentemente eran un nuevo tipo de conejo por completo.

Lo miraron fijamente, y el pequeño Conejo miró hacia atrás. Y sus narices se crispaban todo el tiempo.

"¿Por qué no te levantas y juegas con nosotros?" uno de ellos preguntó.

"No tengo ganas," dijo el conejo, poque no quería explicar que no tenía ningún mecanismo.

"¡Ho!" dijo el conejo peludo. "Es tan fácil como cualquier cosa". Y dio un gran salto hacia un lado y se paró en sus patas traseras.

"¡No creo que puedas!" dijo.

"¡Si puedo!" dijo el pequeño Conejo. "¡Puedo saltar más alto que cualquier cosa!" Quiso decir cuando el Niño lo aventaba, pero por supuesto no quería decirlo.

"¿Puedes saltar sobre tus patas traseras?" preguntó el conejo peludo.

Era una pregunta terrible, ¡ya que el Conejo de Peluche no tenía patas traseras en absoluto! Su parte de atrás era de una sola pieza, como una almohadilla. Se sentaba inmóvil entre los helechos y esperaba que otros conejos no se dieran cuenta.

"¡No quiero!" dijo otra vez.

Pero los conejos silvestres tienen ojos muy agudos. Y éste extendió su cuello y miró.

"¡Él no tiene patas traseras!" dijo. "¡Imagina un conejo sin las patas traseras!" Y comenzó a reír.

"¡Tengo!" gritó el pequeño Conejo. "¡Tengo patas traseras! ¡Estoy sentado sobre ellas!"

"¡Entonces estiralas y muéstrame, así!" dijo el conejo salvaje. Y comenzó a moverse como remolino y bailar, hasta que el Conejo estuvo bastante mareado.

"¡No me gusta bailar", dijo. "¡Yo prefiero sentarme sin moverme!"

Pero todo el tiempo anhelaba bailar, porque un curioso nuevo sentimiento cosquilleó a través de él, y sintió que él daría cualquier cosa en el mundo por poder saltar como hacian estos conejos.

El conejo extraño dejó de bailar y se acercó bastante. Llegó tan cerca esta vez que sus largos bigotes rozaron la oreja del Conejo de Peluche, y luego arrugó repentinamente su nariz y aplanó sus orejas y saltó hacia atrás.

"¡Él no huele bien!" exclamó. "¡Él no es un conejo en absoluto! ¡No es real!"

Soy Real!" dijo el pequeño Conejo. "¡Soy Real! ¡El Niño lo dijo!" Y casi comenzó a llorar.

Entonces hubo un sonido de pasos fuertes y el niño pasó corriendo cerca de ellos y con un paso firme y con un destello de rabos blancos los dos extraños conejos desaparecieron.

"¡Regresen a jugar conmigo!" llamó el pequeño Conejo. "¡Oh, vuelvan! ¡ que soy Real!"

Pero no hubo ninguna respuesta, sólo las hormiguitas corrían de ida y vuelta y los helechos se mecían suavemente en donde habían pasado los dos extraños. El Conejo de Peluche se quedó solo.

"¡Oh, amigos!" pensó. "¿Por qué se fueron así? ¿Por qué no se quedaron a hablar conmigo?"

Durante mucho permaneció acostado sin moverse, observando los helechos y con la esperanza de que regresaran. Pero no regresaron y el sol ya se hundía más abajo y las pequeñas polillas blancas se alejaban aleteando, y el Niño llegó y lo llevó a casa.


Pasaron semanas y el pequeño Conejo se hizo muy viejo y gastado, pero el Niño lo amaba mucho. Lo amaba tanto que amaba a sus bigotes, y el forro rosado de sus orejas se volvió gris y sus manchas marrones desvanecieron. Incluso comenzó a perder su forma, y apenas se veía como un conejo, salvo al Niño. Para él siempre era hermoso, y que era todo lo que al pequeño Conejo le importaba. No le preocupaba cómo lo miraban otras personas, porque la magia del cuarto lo había hecho Real, y cuando eres Real que estés gastado no importa.

Y entonces, un día, el Niño se enfermó.

Su rostro estaba muy enrojecido y habló en sueños, y su pequeño cuerpo estaba tan caliente que quemaba el Conejo que estaba acostado junto al niño. Personas extrañas iban y venían en el cuarto y una luz estuvo encendida toda la noche y a través de todo esto él pequeño Conejo de Peluche estuvo allí, oculto de la vista bajo las sabanas, y nunca se movió, porque él

Tiempos de ansiedad
tenía miedo de que si lo encontraron alguien le podría llevar, y sabía que el Niño le necesitaba.

Fue un tiempo largo y cansado, porque el Niño estaba demasiado enfermo para jugar, y al pequeño Conejo le pareció bastante aburrido sin nada que hacer durante todo el día. Pero se acurrucaba con paciencia y esperaba el tiempo que el Niño estaría bien nuevamente, y podrían salir al jardín entre las flores y las mariposas y jugar juegos espléndidos en la espesura de frambuesas como solían hacer. Planeó todo tipo de cosas maravillosas, y mientras el Niño yacía medio dormido se deslizó cerca de la almohada y les susurró en el oído. Actualmente la fiebre cedió y el niño mejoró. Fue capaz de sentarse en la cama y mirar libros de imágenes, mientras que el pequeño Conejo se acurrucaba cerca a su lado. Y un día, le permitieron levantarse y vestirse.

Era una mañana soleada, brillante, y las ventanas estaban totalmente abiertas. Habían llevado al Niño hacia el balcón, envuelto en un chal, y el pequeño Conejo quedó enredado entre la ropa de cama, pensando.

El Niño iría a la playa mañana. Todo estaba arreglado y ahora sólo quedaba acatar las órdenes del doctor. Hablaron sobre todo esto, mientras el pequeño Conejo se encontraba bajo la ropa de cama, con sólo su cabeza asomando y escuchando. La habitación debía ser desinfectada, y todos los libros y juguetes con que el Niño había jugado en la cama debían ser quemados.

"¡Hurrah!" pensó el pequeño Conejo. "¡Mañana iremos a la playa!" El Niño había hablado a menudo del mar, y él quería ver las grandes olas llegando, y los minúsculos cangrejos y los castillos de arena.

Justo entonces Nana lo vio.

"¿Y qué pasa con su viejo Conejito?" preguntó.

"¿Ese?" dijo el médico. "¡Es una masa de gérmenes de fiebre escarlata!—Quemadlo ya. ¿Qué? ¡Tonterías! Conseguidle uno nuevo. ¡No debe tener ese ya más!"

Y así el pequeño Conejo fue puesto en una bolsa con viejos libros de fotografía y un montón de basura y llevadas hasta el final del jardín detrás de la casa de aves de corral. Que era un buen lugar para hacer una fogata, sólo que el jardinero estaba muy ocupado entonces para hacerla. Tenía que excavar papas y recoger chicharos, pero prometió venir muy temprano en la mañana y quemar todo el lote.

Esa noche el Niño durmió en una habitación diferente, y tenía un conejito nuevo para dormir con él. Era un conejito espléndido, todo de felpa blanca con ojos de cristal reales, pero el Niño estaba demasiado emocionado para preocuparse al respecto. Porque mañana iba a la orilla del mar, y eso en sí era una cosa maravillosa de manera que él no podía pensar en ninguna otra cosa.

Y mientras el Niño dormía, soñando con el mar, el Conejito yacía entre los viejos libros de fotos en la esquina detrás de la casa de aves, y se sintió muy solitario. La bolsa había sido dejada sin amarrar, y así moviéndose un poco pudo sacar su cabeza a través de la abertura y mirar afuera. Temblaba un poco, porque estaba acostumbrado a siempre dormir en una cama adecuada, y para ese momento su pelaje era tan delgado y gastado por los abrazos que ya no era ninguna protección para él. Cerca podía ver la espesura de plantas de frambuesas, muy altas y cerradas como una selva tropical, a cuya sombra había jugado con el Niño antaño en las mañanas. Pensó en esas largas horas soleadas en el jardín—lo feliz que eran—y una gran tristeza vino sobre él. Parecía verlos pasar a todos delante de él, cada uno más hermoso que el otro, las chozas de hadas en la cama de flores, las noches tranquilas en el bosque cuando dormía en los helechos y las hormiguitas corrían sobre sus patas; el día maravilloso cuando primero supo que era Real. Pensó en Piel de Caballo, tan sabia y suave, y todo lo que él le había dicho. ¿De qué servía ser amado y perder la belleza y convertirse en Real si todo terminó así? Y una lágrima, una verdadera lágrima, bajo por su nariz de peluche gastada y cayó al suelo.

Y entonces ocurrió algo extraño. De donde había caído la lágrima una flor creció de la tierra, una flor misteriosa, nada como cualquiera que crecía en el jardín. Tenía hojas delgadas de color verde esmeralda y en el centro de las hojas florecía como una copa dorada. Fue tan hermoso que el conejito olvidó el llanto, y se quedó sentado allí observándolo. Y la flor se abrió y de ella salió un hada.

Ella era el hada más hermosa en todo el mundo. Su vestido era de perla y gotas de rocío, tenía flores alrededor de su cuello y en su pelo, y su cara era como la flor más perfecta de todas. Se acercó al conejito y lo cogió en sus brazos y lo besó

El Hada de las Flores
en su nariz de peluche que estaba húmeda por el llanto.

"Conejito", dijo, "no sabes quién soy yo?"

El conejo la miró, y le pareció que había visto su cara antes, pero él no podía pensar donde.

"Yo soy la hada de la magia de los cuartos de niños", dijo." Cuido de todos los juguetes que los niños han amado. Cuando son viejos y gastados y los niños no los necesitan más, entonces vengo y me los llevo lejos conmigo y los convierto en Real."

"¿No era yo Real antes?" preguntó el conejito.

"Fuiste Real al niño," dijo el hada, "porque él te amaba. Ahora serás Real para todos".

Y ella lo tomó y abrazo en sus brazos y voló con él al bosque.

Ya había luz, la Luna había salido. Todo el bosque era hermoso, y las frondas de los helechos brillaban como helada de plata. En un claro abierto entre los troncos los conejos salvajes bailaban con sus sombras sobre la hierba de terciopelo, pero cuando vieron el hada todos dejaron de bailar y se pararon en un círculo a mirarla fijamente.

"Os he traído un amigo de juego," dijo el hada. "¡Sed muy amables con él y enseñadle todo lo que necesita saber de la tierra de los conejos, ya que él va a vivir con vosotros para siempre jamás!"

Y ella besó el conejito nuevamente y lo puso sobre la hierba.

“¡Corre y juega, conejito!”, dijo.

Pero el conejito se quedó sentado muy quieto por un momento sin moverse. Porque cuando vio a todos los conejos salvajes bailando a su alrededor, de repente recordó sus patas traseras, y no quería que vieran que estaba hecho de una sola pieza. No sabía que ese beso del hada le había cambiado por completo. Y podría haber seguido allí sentado mucho tiempo, demasiado tímido para moverse, si no fuera porque algo le picó la nariz, y sin pensar lo que estaba haciendo levantó su dedo de pie trasera para rascarse.

¡Y dio cuenta de que tenía patas traseras! En lugar de su deslucido peluche tenía pelaje marrón, suave y brillante, sus orejas se movían por sí mismas, y sus bigotes eran tan largos que rozaban la hierba. Dio un salto y la alegría de usar

¡Al fin! ¡Al Fin!

las patas traseras era tan grande que se fue brincando sobre el césped, saltando de un lado y girando alrededor como los otros, y se emocionó tanto, que cuando por fin paró para buscar al Hada ella se había ido.

Por fin era un Conejo Real, en casa con los otros conejos.


Pasaron el otoño e invierno, y en la primavera, cuando los días cálidos y soleados se alargaron, el niño salió a jugar en el bosque detrás de su casa. Y mientras estaba costado jugando, dos conejos se deslizaron fuera de los helechos y lo vieron. Uno de ellos era todo marrón, pero el otro tenía extrañas marcas en su piel, como si hacía mucho tiempo hubiera sido pinto, y las manchas todavía se mostraban. Y sobre su pequeña nariz suave y sus ojos negros había algo familiar, por lo que el muchachopensó dentro de sí:

"¡Es igual que mi antiguo conejo, que se perdió cuando tuve fiebre escarlatina!"

Nunca supo que realmente era su propio conejo, que había vuelto a ver al niño que le había ayudado a ser Real.


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