El contrato social: Libro Cuarto: Capítulo IV

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CAPÍTULO IV.
De los comicios romanos.

No ecsisten monumentos bien positivos de los primeros tiempos de Roma; es ademas muy probable que la mayor parte de las cosas que de ellos nos cuentan son fabulosas [1]; y en general la parte mas instructiva de los anales de los pueblos, que es la historia de su fundacion, es la de que mas carecemos. La esperiencia nos enseña todos los dias las causas de las revoluciones de los imperios; pero como ya no se forman mas pueblos, solo podemos esplicar por conjeturas el modo como se han formado.

Las costumbres que encontramos establecidas prueban por lo menos que han tenido un orígen. De las tradiciones que remontan á estos orígenes, las que están apoyadas en grandes autoridades, y confirmadas por razones todavía mas poderosas, deben pasar por las mas cierta. Estas son las máximas que he procurado seguir para buscar de que manera el pueblo mas libre y mas poderoso de la tierra ejercia su poder supremo.

Despues de la fundacion de Roma, la república naciente, esto es, el ejército del fundador, compuesto de Albanos, de Sabinos y de estranjeros, fué dividido en tres clases, que, segun esta division, tomaron el nombre de tribus. Cada una de estas se dividió en diez curias, y cada curia en decurias, á cuyo frente se pusieron gefes llamados curiones y decuriones.

A mas de esto se sacó de cada tribu un cuerpo de cien soldados de á caballo ó caballeros, llamado centuria; por lo que se vé que estas divisiones, poco necesarias en una villa, solo eran por de pronto militares. Mas no parece sino que un instinto de grandeza guiaba la pequeña ciudad de Roma á que de antemano se diera una policía digna de la capital del mundo.

De esta primera division resultó bien pronto un inconveniente; y fué que quedando siempre en el mismo estado la tribu de los Albanos [2] y la de los Sabinos [3], mientras que la de los estranjeros [4] crecia sin cesar con la continua llegada de estos, no tardó esta última en sobrepujar á las otras dos. El remedio que encontró Servio para este peligroso abuso, fué el de mudar la division, y al repartimiento por linages que fué abolido, sustituyó otro sacado de los diferentes parages de la ciudad que cada tribu ocupaba. En vez de tres tribus formó cuatro, cada una de las cuales ocupaba una colina de Roma y tomaba de ella su nombre. Remediando de este modo la desigualdad presente, la supo prevenir tambien para lo venidero; y para que esta division no solamente lo fuese en cuanto á los lugares, si que tambien en cuanto á los hombres, prohibió á los habitantes de un cuartel que pasáran á otro; lo que hizo que no se confundiesen los linajes.

Duplicó asimismo las tres antiguas centurias de caballería, y añadió otras doce, conservando siempre los mismos nombres; medio sencillo y juicioso, por el cual acabó de separar el cuerpo de caballeros del cuerpo del pueblo, sin dar lugar á que este último murmurase.

A estas cuatro tribus urbanas añadió Servio otras quince, llamadas rústicas, porque se compusieron de los habitantes del campo, divididos en otros tantos distritos. Con el tiempo se crearon otras tantas; y estuvo finalmente el pueblo Romano dividido en treinta y cinco tribus, cuyo número duró hasta el fin de la república.

De esta distincion en tribus urbanas y rústicas resultó un efecto digno de ser notado, porque no hay otro ejemplo igual, y porque á él debió Roma tanto la conservacion de sus costumbres como el engrandecimiento de su imperio. Nadie diria sino que las tribus urbanas se arrogaron bien pronto el poder y los honores, y que no tardaron en envilecer á las rústicas: pues sucedió todo lo contrario. Bien sabida es la aficion de los primeros Romanos á la vida campestre; aficion que les vino del sabio fundador de la república, que juntó los trabajos rústicos y militares á la libertad, y desterró, digámoslo asi, á la ciudad las artes, los oficios, la intriga, la fortuna y la esclavitud.

Asi pues, viviendo lo mas ilustre de Roma en el campo y cultivando las tierras, se acostumbraron los Romanos á buscar alli solo el apoyo de la república. Siendo este estado, el de los mas dignos patricios, fué honrado por todos; fué preferida la vida sencilla y laboriosa de los aldeanos á la vida ociosa y poltrona de los vecinos de Roma; y el que tal vez no hubiera sido mas que un desdichado proletario en la ciudad, llegaba á ser, trabajando la tierra, un ciudadano respetado. No sin motivo, decia Varron, nuestros magnánimos mayores establecieron en el campo el semillero de estos hombres robustos y valientes, que los defendian en tiempo de guerra y los alimentaban en tiempo de paz. Plinio afirma que á las tribus del campo se las honraba mucho á causa de los hombres que las componian; mientras que los cobardes á quienes se queria envilecer eran transportados por ignominia á las de la ciudad. Habiendo ido á establecerse en Roma el Sabino Apio Claudio, fué colmado de honores é inscrito en una tribu rústica, que con el tiempo tomó el nombre de su familia. Finalmente todos los libertos entraban en las tribus urbanas, jamás en las rústicas; y en todo el tiempo de la república no hay un solo ejemplar de que alguno de estos libertos hubiese llegado á ser magistrado, á pesar de que todos eran ciudadanos.

Esta máxima era escelente; pero se llevó hasta tal estremo, que produjo por último un cambio, y sin duda alguna un abuso en la policía.

En primer lugar, habiéndose los censores arrogado por largo tiempo el derecho de trasladar arbitrariamente á los ciudadanos de una tribu á otra, permitieron á la mayor parte el hacerse inscribir en la que mas les acomodase; permiso que ciertamente para nada era bueno, y que quitaba uno de los grandes resortes de la censura. Ademas, haciéndose inscribir todos los grandes y todos los poderosos en las tribus del campo, y quedándose los libertos, al adquirir la libertad, con el populacho en las de la ciudad, perdieron generalmente las tribus su lugar y su territorio, y se encontraron mezcladas de tal suerte, que ya no fué posible distinguir los miembros de cada una por medio de los registros; de modo que la idea de la palabra tribu pasó asi de real á personal, ó por mejor decir, llegó á ser casi una quimera.

Sucedió tambien que hallándose las tribus urbanas mas á la mano, fueron á menudo las mas poderosas en los comicios, y vendieron el estado á los que querian comprar los votos de la canalla que las componia.

En cuanto á las curias, habiendo el fundador puesto diez en cada tribu, todo el pueblo romano, encerrado entonces dentro de las murallas de la ciudad, se halló compuesto de treinta curias, cada una de las cuales tenia sus templos, sus dioses, sus oficiales, sus sacerdotes y sus fiestas, llamadas compitalia, semejantes á las paganalia que tuvieron despues las tribus rústicas.

Cuando la nueva division de Servio, aunque este número de treinta no podia repartirse igualmente entre las cuatro tribus, no quiso variarlo; y las curias, independientes de las tribus, vinieron á ser otra division de los habitantes de Roma: pero no se habló de curias ni en las tribus rústicas ni en el pueblo que las componia, porque habiendo llegado á ser las tribus un establecimiento meramente civil, y habiéndose introducido otra policía para el alistamiento de las tropas, las divisiones militares de Rómulo vinieron á ser superfluas. Asi es que aunque todo ciudadano estaba inscrito en una tribu, no por esto lo estaba en una curia.

Hizo ademas Servio una tercera division, que no tenia ninguna relacion con las dos precedentes, y que por sus efectos llegó á ser la mas importante de todas. Distribuyó todo el pueblo romano en seis clases, distinguiéndolas no por el lugar ni por los hombres, sino por los bienes; de modo que las primeras clases se componian de los ricos, las últimas de los pobres, y las intermedias de aquellos que disfrutaban de una mediana fortuna. Estas seis clases se subdividian en otros ciento noventa y tres cuerpos llamados centurias; y estos cuerpos estaban distribuidos de tal suerte, que la primera clase comprendia por sí sola mas de la mitad y la última solo formaba uno. De aqui resultó que la clase menos numerosa en hombres era la mas numerosa en centurias, y que toda la última clase solo era contada por una subdivision, á pesar de contener ella sola mas de la mitad de los habitantes de Roma.

Para que el pueblo no penetrase las consecuencias de esta última forma, procuró Servio darle cierto aire militar: colocó en la segunda clase dos centurias de armeros, y dos de instrumentos bélicos en la cuarta: en todas las clases, á escepcion de la última, separó los jóvenes de los ancianos, esto es, los que estaban obligados á tomar las armas de los que estaban esentos por las leyes á causa de su edad; distincion, que mas bien que la de los bienes, produjo la necesidad de volver á hacer á menudo el censo ó padron: quiso por último que se celebrase la asamblea en el campo de Marte, y que todos los que estuviesen en edad de servir asistiesen á ella armados.

El motivo porque no siguió en la última clase esta misma division de jóvenes y de ancianos, fué porque no se concedia al populacho, de que esta clase se componia, el honor de llevar las armas en defensa de la patria; era necesario tener hogares para conseguir el derecho de defenderlos; y entre estas innumerables tropas de miserables, que componen hoy los brillantes ejércitos de los reyes, quizás no hay un solo hombre, que no hubiese sido despedido con desden de una cohorte romana, cuando los soldados eran los defensores de la libertad.

Sin embargo, aun se distinguieron en la última clase los proletarios de los que se llamaban capite censi. Los primeros, no reducidos del todo á la nada, daban al menos al estado ciudadanos, y algunas veces soldados en los casos mas apurados. Por lo que toca á los que nada absolutamente tenian y que solo podian ser contados por sus cabezas, eran mirados como no ecsistentes; y Mario fué el primero que permitió alistarlos.

Sin decidir aqui si esta tercera division era en sí misma buena ó mala, creo poder asegurar que solo las sencillas costumbres de los primeros Romanos, su desinterés, su aficion á la agricultura y el desprecio con que miraban el comercio y el afan de la ganancia, pudieron hacerla practicable. ¿En donde ecsiste un pueblo moderno, en el cual la voraz codicia, el carácter inquieto, la intriga, las continuas mudanzas, las perpetuas revoluciones de las fortunas, puedan dejar durar veinte años un establecimiento semejante sin trastornar del todo el estado? Tambien se ha de observar con cuidado que las costumbres y la censura, mas fuertes que esta institucion, corrigieron en Roma los defectos de esta, y que hubo rico que se vió relegado á la clase de los pobres por haber hecho demasiada ostentacion de su riqueza.

De todo lo dicho se puede deducir con facilidad el motivo porque casi nunca se hace mencion mas que de cinco clases, aunque en realidad hubiese seis. No dando la sexta ni soldados al ejército ni votantes al campo de Marte [5], y no siendo casi de ningun uso en la república, raras veces era contada por algo.

Estas fueron las diferentes divisiones del pueblo romano. Veamos ahora que efecto producian en las asambleas. Estas asambleas, legítimamente convocadas, se llamaban comicios: regularmente se reunian en la plaza de Roma ó en el campo de Marte, y se dividian en comicios por curias, comicios por centurias y comicios por tribus, segun la forma con que se mandaban convocar. Los comicios por curias fueron instituidos por Rómulo; los comicios por centurias, por Servio; y los por tribus, por los tribunos del pueblo. Ninguna ley recibia la sancion, ningun magistrado era elejido sino en los comicios; y como no habia ningun ciudadano que no estuviese inscrito en una curia, en una centuria ó en una tribu, de aqui es que ningun ciudadano estaba escluido del derecho de votar, y que el pueblo romano era verdaderamente soberano de derecho y de hecho.

Para que los comicios estuviesen legítimamente convocados y lo que se hacia en ellos tuviese fuerza de ley, se requerian tres condiciones: la primera, que el cuerpo ó magistrado que los convocaba estuviese revestido á este fin de la autoridad necesaria; la segunda, que tuviese lugar la asamblea en uno de los dias permitidos por la ley; y la tercera, que los agüeros fuesen favorables.

El motivo del primer reglamento no tiene necesidad de ser esplicado. El segundo es una medida de policía; asi es que no era permitido reunir los comicios en los dias feriados y de mercado, en los cuales los campesinos, que iban á Roma á sus negocios, no tenian tiempo para pasar el dia en la plaza pública. Por el tercero, el senado refrenaba á un pueblo arrogante y bullicioso, y templaba á propósito el ardor de los tribunos sediciosos; pero estos supieron hallar mas de un medio para librarse de esta sujecion.

Las leyes y la eleccion de los gefes no eran los únicos puntos sometidos al juicio de los comicios: habiendo usurpado el pueblo romano las funciones mas importantes del gobierno, puede decirse que se determinaba en sus asambleas la suerte de la Europa. Esta variedad de objetos daba lugar á las diversas formas que tomaban estas asambleas, segun las materias sobre las que se habia de deliberar.

Para formarse un concepto de estas diferentes formas, basta compararlas. Rómulo, instituyendo las curias, se propuso contener al senado por medio del pueblo, y al pueblo por medio del senado, dominandolos á todos igualmente. Por esta forma dió al pueblo toda la autoridad del número para equilibrarla con la del poder y de las riquezas que dejó á los patricios. Pero, siguiendo el espíritu de la monarquía, concedió sin embargo mayores ventajas á los patricios por la influencia de sus clientes en la pluralidad de los votos. Esta admirable institucion de patronos y clientes fué una obra maestra de política y de humanidad, sin la cual el patriciado, tan contrario al espíritu de la república, no hubiera podido subsistir. Roma ha sido la única que ha tenido el honor de dar al mundo este hermoso ejemplo, del cual jamás se siguió abuso alguno y que sin embargo nadie ha seguido.

Habiendo subsistido la misma forma de curias en tiempo de los reyes hasta Servio, y no contandose por lejítimo el reino del último Tarquino, esto hizo distinguir generalmente las leyes reales con el nombre de leges curiatæ.

En tiempo de la república, limitadas siempre las curias á las cuatro tribus urbanas y conteniendo tan solo el populacho de Roma, no podian convenir ni al senado, que estaba á la cabeza de los patricios, ni á los tribunos, que aunque plebeyos, estaban á la cabeza de los ciudadanos pudientes. Por esto cayeron en descrédito, y su envilecimiento llegó á tanto que sus treinta lictores reunidos hacian lo que los comicios por curias debieran haber hecho.

La division por centurias era tan favorable á la aristocracia, que no se puede comprender desde luego como es que el senado no ganaba siempre las votaciones en los comicios de este nombre, en los cuales se elejian los cónsules, los censores y los otros magistrados curules. En efecto, de las ciento noventa y tres centurias que formaban las seis clases del pueblo romano, conteniendo la primera clase noventa y ocho, y contandose los votos por centurias, esta primera clase superaba por sí sola á todas las demas en número de votos. Cuando todas estas centurias estaban de acuerdo, ni aun se continuaba á recoger los votos; lo que habia decidido el número menor pasaba por una decision de la multitud; y se puede decir que en los comicios por centurias se decidian los negocios á pluralidad de escudos mas bien que á pluralidad de votos.

Pero esta escesiva autoridad se moderaba por dos medios: primeramente, hallandose por lo regular los tribunos y siempre un gran número de plebeyos en la clase de los ricos, equilibraban el crédito de los patricios en esta primera clase.

El segundo medio consistia en que, en vez de hacer que las centurias votasen desde el principio segun su orden, lo que hubiera hecho que se empezase siempre por la primera, se sorteaba una, y esta sola [6] procedia á la eleccion; despues de lo cual, todas las centurias convocadas para otro dia segun su puesto, repetian la misma eleccion y por lo regular la confirmaban. De este modo se quitaba al rango la autoridad del ejemplo para darla á la suerte, segun el principio de la democracia.

Otra ventaja resultaba tambien de esta costumbre, y era que los ciudadanos del campo tenian tiempo, entre las dos elecciones, para informarse del mérito del candidato nombrado provisionalmente, á fin de no dar sus votos sin conocimiento de causa. Pero, á pretexto de la prontitud, se logró abolir esta costumbre, y ambas elecciones se hicieron en un mismo dia.

Los comicios por tribus eran propíamente el consejo del pueblo romano. Solo se convocaban por los tribunos, los cuales eran elejidos en dichos comicios y en ellos hacian pasar sus plebiscitos. No solamente el senado carecia de voto en ellos, sino que ni aun tenia el derecho de asistir; y los senadores, obligados á obedecer á unas leyes sobre las cuales no habian podido dar su voto, eran en este particular menos libres que los últimos ciudadanos. Esta injusticia era del todo mal entendida, y por sí sola bastaba para anular los decretos de un cuerpo en el cual no eran admitidos todos sus miembros. Aun cuando todos los patricios hubiesen asistido á estos comicios en virtud del derecho que como ciudadanos tenian; reducidos entonces á la clase de simples particulares, hubiera sido nula su influencia en una forma de votos que se recogian por cabezas, y en los que tanto podia el simple proletario como el príncipe del senado.

Vemos pues que á mas del orden que resultaba de estas diversas distribuciones para recoger los votos de un pueblo tan numeroso, estas distribuciones no se reducian á unas formas indiferentes en sí mismas, sino que cada una tenia efectos relativos á las miras que la hacian preferir.

Sin entrar sobre el particular en mas largos pormenores, resulta de las precedentes aclaraciones que los comicios por tribus eran los mas favorables al gobierno popular, y los comicios por centurias á la aristocracia. En cuanto á los comicios por curias, en los que solo el populacho de Roma formaba la pluralidad, como solo servian para favorecer la tiranía y los malos designios, cayeron necesariamente en descrédito, pues hasta los mismos sediciosos se abstuvieron de un medio que ponia demasiado á las claras sus proyectos. Es muy cierto que toda la magestad del pueblo romano se hallaba tan solo en los comicios por centurias, que eran los únicos completos; en atencion á que en los comicios por curias faltaban las tribus rústicas, y en los comicios por tribus, el senado y los patricios.

En cuanto al modo de recoger los votos, era entre los primeros Romanos tan sencillo como sus costumbres, aunque menos sencillo todavía que en Esparta. Cada cual daba su voto en alta voz, y un escribano lo iba apuntando; la pluralidad de votos en cada tribu determinaba el voto de esta; la pluralidad de votos entre las tribus determinaba el voto del pueblo; y lo mismo era en las curias y en las centurias. Esta costumbre era buena mientras que reinó la honradez entre los ciudadanos, y mientras que cada uno se avergonzó de dar publicamente su voto á un parecer injusto ó á un objeto indigno; pero cuando el pueblo se corrompió y cuando se compraron los votos, convino que se diesen en secreto, para contener á los compradores por la desconfianza, y proporcionar á los bribones el medio de no ser traidores.

Bien sé que Ciceron condena esta mudanza y que á ella atribuye en parte la ruina de la república. Mas, aunque conozco de cuanto peso debe ser en esta materia la autoridad de Ciceron, no puedo ser de su dictámen: al contrario, creo que por no haber hecho muchas mudanzas por este estilo, se aceleró la pérdida del estado. Del mismo modo que no conviene á los enfermos el regímen de los sanos, tampoco se ha de querer gobernar á un pueblo corrompido con las mismas leyes que convienen á un buen pueblo. Nada prueba tanto esta máxima como la duracion de la república de Venecia, cuyo simulacro ecsiste en la actualidad, por la única razon de que sus leyes no convienen sino á hombres malvados.

Distribuyeronse pues á los ciudadanos tablillas, por cuyo medio cada cual podia votar sin que se supiese cual era su parecer: establecieronse tambien nuevas formalidades para recoger las tablillas, para contar los votos, para comparar los números, etc.; lo que no impidió que fuese sospechosa muchas veces la fidelidad de los oficiales encargados de estas funciones [7]. Por último, para impedir la intriga y el tráfico de los votos, se dieron varios edictos, cuya multitud es una prueba de su inutilidad.

Hácia los últimos tiempos era preciso recurrir á menudo á espedientes estraordinarios para suplir la insuficiencia de las leyes: unas veces se suponian prodigios; pero este medio que podia engañar al pueblo, no engañaba á los que le gobernaban: otras veces se convocaba repentinamente una asamblea antes de que los candidatos hubiesen tenido tiempo para intrigar: otras se pasaba toda una sesion en hablar, si se veia que el pueblo corrompido iba á tomar un mal partido. Pero finalmente la ambicion lo eludió todo; y lo que hay de mas increible es que en medio de tantos abusos, este pueblo inmenso, á favor de sus antiguos reglamentos, no dejaba de elejir sus magistrados, de aprobar las leyes, de juzgar las causas, y de despachar los negocios públicos y particulares, casi con tanta facilidad como hubiera podido hacer el mismo senado.

  1. El nombre de Roma, que muchos pretenden que deriva de Rómulo, es griego, y significa fuerza: el nombre de Numa tambien es griego, y significa ley. Que verosimilitud hay de que los dos primeros reyes de esta ciudad hayan tenido de antemano unos nombres tan bien aplicados á sus hechos?
  2. Ramnenses.
  3. Tatienses.
  4. Luceres.
  5. Digo en el campo de Marte porque en él era donde se juntaban los comicios por centurias: en las otras dos formas de reunirse, se juntaba el pueblo en el foro ó en otra parte; y entonces los capite censi tenian tanta influencia y autoridad como los primeros ciudadanos.
  6. Esta centuria, designada asi por la suerte, se llamaba prærogativa, por ser la primera á quien se pedia su voto; y de aquí viene la palabra prerogativa.
  7. Custodes, diribitores, rogatores suffragiorum.