El sol de Casariche

De Wikisource, la biblioteca libre.
​El sol de Casariche​ de Arturo Reyes


I[editar]

Pepillo el Guitarrista penetró en el hondilón sombrío y taciturno; sombrío y taciturno cruzó por entre las mesas, alrededor de las cuales jugaban al dominó o las cartas los más caracterizados de los de pelo en pecho del barrio, y, sentándose en el ángulo más solitario del establecimiento, gritó con voz juvenil y vibrante, al par que palmoteaba enérgicamente:

-A ver tú, Candelica, un cañero u dos, u los que te dé la repotente gana.

-Malito viée hoy el chavalete -dijo a media voz el Barriles.

-¡Cómo querrás tú que venga, después de lo que le pasa! Que te vieras tú dentro de su elástica y sus calzones y veríamos lo que tú hacías- repúsole, barajando vertiginosamente los naipes, el famosísimo Tulipa.

-Pero ¿qué es lo que le pasa al chaval? -preguntó el Serones, arreglando por palos las cartas que acababa de arrojarle diestramente su compañero.

-¡Pos ni que vinieras del moro!... ¡Veinte en copas!

-¡Y tú por qué no le has arrastrao, guasón!

-Con qué querrás tú que le arrastre. ¡Como no sea con er garabato del pozo!

-Pero ¿se puée saber qué es lo que le pasa a Joseíto?

-Pos lo que le pasa es que la Pinturera y el Zancúo le han jugao una chanaíta de las que están pidiendo a voces una puñalá en un riñón... Eso es, ¡mardita sea tu sangre!... ¿Aónde tenías esa sota de oro?

-En el contrafuerte..., adónde la iba a tener... ¡Valiente tiro!

-¿Y qué mala chanaíta ha sío esa que dices tú que le han jugao al José?

-Pos la chaná ha sío que, como tú sabes, Joseíto estaba loco perdío por la Pinturera, y la Pinturera parecía estar jaciendo mohines por Joseíto... Pos bien: cuando más a gusto estaba el chaval, se viene de Córdoba el Zancúo, y como al Zancúo le gusta la Pinturera desde que andaba a gatas, y como la Pinturera lo que tiée por corazón es un billete de circulación forzoza, y el Zancúo to se le guerve rumbo y tumbagas y calabrote.... pos velay tú..., apenitas el Zancúo jinchó tres veces la pluma y arrastró la cola, la Pinturera le dio la arsoluta a José, y, según parece, esta noche se casa con el otro, y...

-¿Y el chaval se ha cruzao de brazos? -preguntóle interrumpiéndole el Tulipa.

-El chaval le ha pisao tres veces un pie al Zancúo, pero el Zancúo, que, como tos sabemos, es macho, pero que anda tuteándose con los cincuenta, no quiere el hombre andar de toma y daca con uno que entoavía no sabe lo que es pagarle al barbero.

-Y, además, que el Zancúo sabe mu bien que el pairino de Joseíto pudiera darle un acosón, y Dios mos libre de uno de los acosones del viejo.

-¿Y cómo siendo el Naranjero el pairino de José se ha aterminao el otro...?

-Mejor es no averiguarlo ni meterse en esas jonduras... ¡Las cuarenta!

-¡Cómo las cuarenta! ¿Y por qué no serviste de la vira cuando te arrastró el Calzones?

-¿Y cuándo me ha arrastrao a mí el Calzones?

-¿Pos y el seis que te metí y que tú me serviste con bastos?

-¡Eso es mentira lo menos tres veces pares!

-Yo digo más verdá que tú, y que tu padre, y que tu madre y que el Espíritu Santo.

-¡Eso me lo dices tú a mí na más que aquí o en un cuarto de bandera!

-Eso te lo digo yo aquí, y en la luna y en la vía lártea.

-Pero ¿qué es esto, caballeros? ¿No sus da vergüenza de armar más ruío que un pito de carretilla?

Y esto lo dijo llegando de repente junto a los que discutían el señor Francisco el Naranjero, el más viejo y temible de los decanos de la guapeza andaluza.

-Es que estos esaboríos vinieron ar mundo pa grillos reales, señó Francisco- repúsole el Tulipa con acento humilde y en respetuosa actitud.

-Pos vamos a ver si se tiée compostura, y vamos a ver si está aquí mi ahijao- dijo el viejo, entornando los párpados y arrojando a su alrededor una mirada escrutadora.

-Pos allí lo tiene usté -repúsole el Barriles, señalando con el dedo el lugar donde el Guitarrista empezaba a «ponerse de pico» con el segundo cañero.

-Es verdá, chavó. ¡Y qué atareao que está el mozo! Pos jasta ahora, señores, y ya saben ustés..., ¡poco ruío y muchísima compostura!

-¡Camará! Pos di tú que sa menester pa dar contigo tener más orfato que un pachón y más pinreles que un galgo -dijo el señor Francisco, sentándose frente a frente a Joselillo, desabotonándose el chaleco para dar expansión al crecidísimo abdomen y soltando sobre otra silla el amplísimo pavero.

-¡Ah, que es usté, pairino! -exclamó Joseíto, pretendiendo casi inútilmente acoger con una sonrisa al recién llegado.

Éste contempló durante algunos instantes en silencio al chaval como si intentara reproducir su semblante moreno de curvas mejillas, de grandes ojos, de perfil agitanado y de pelo negrísimo, y tras aquellos instantes de silencio preguntóle con acento bronco y de simpáticas vibraciones:

-¿A qué hora piensas tú darle hoy el acosón a Cristóbal el Zancúo?

Joseíto no pudo reprimir un movimiento de sorpresa, y repúsole tras brevísimo silencio y con voz algo turbada:

-Yo no pienso darle acosón ninguno a naide, pairino; bastante tengo yo con el que me han dao a mí, con el que me han desbaratao toíto el lao disquierdo.

-Eso se lo cuentas tú a San Cayetano, pero no a mangue, que sé yo más latín que lo que a ti se te figura. Si te creerás tú que yo no te veo por dentro, si te creerás tú que yo no sé que estás reservando pa úrtima hora to el repique.

-Pos bien: sí, es verdá, yo se lo juré a Dolores, yo le ¡viré que antes que el Zancúo sintiera el calor de su cuerpo, mataba yo al Zancúo o el Zancuo me mataba a mí...

-Sí, si eso ya lo sabía yo -exclamó interrumpiéndole el señor Francisco-. Eso me lo dijo a mí la Pinturera, y por eso es por lo que vengo en busca tuya..., porque la verdá es que sería una guasa que tú lo mataras a él o que él te matara a ti sin que él tenga culpa de naíta de lo que ha pasao.

¿Que él no tiée culpa de na? -preguntó, lleno de asombro,

Joseíto.

-¡De na, de na..., pero que de naíta!

-Pos entonces ¿quién es er que tiée, la culpa de lo que a mí me pasa?

-Pos quién la ha de tener sino yo, yo, Joseíto; yo, que le aconsejé al Zancúo que le tirara el chambel a tu serrana; yo, que he trabajao como un negro pa jecharte a perder tu negocio; yo, que...

-¿Que usté ha jecho eso? ¿Y por qué ha jecho usté eso conmigo?

-Porque eso era pa ti una esgracia mu grande; porque Dolores no te quiere a ti ni quiere al otro ni quiere a nadie; porque la Pinturera tiée por corazón un yunque, porque tú hubieras tenío que arrematar por matarla y porque...

-¿Y quién es usté, ni qué derechos tiée usté ni nunca los ha tenío pa partirme a mí er corazón como me lo ha jecho? -exclamó Joseíto, incorporándose lívido y descompuesto, vibrando todo, con los ojos chispeantes de rabia y agarrando con manos crispadas al señor Curro por la solapa de la chaqueta.

El señor Curro se incorporó lenta, muy lentamente; una tremenda expresión brilló en sus ojos azules, palidecieron sus labios; su actitud pareció presagiar una catástrofe, y agarrando como con tenazas de acero las manos de Joseíto, hízole a éste soltar los bordes de la americana, hízole sentarse de nuevo, y entonces díjole con voz sorda, con voz que no pudo ser oída por ninguno de los que componían la pintoresca parroquia.

-No te mato porque... yo a ti no te pueo matar, porque...

-¿Por qué? -preguntóle, pálido como un muerto, Joseíto.

-Porque tu madre no tiene más amparo que tú en el mundo, y tu madre es ya una probetica vieja y porque yo a tu madre la estimo y porque...

-¿Por qué? Siga usté, pairino, siga usté. ¿Y por qué más?

-Y por lo que a ti no te importa -repúsole el señor Francisco, mirándole con tal expresión de cariño y de reproche que Joseíto sintió como si se le convirtieran en lágrimas su cólera; inclinó la cabeza sobre el brazo en la mesa para ocultar su llanto, y recordó a su madre, no vieja, baldada y encanecida, si no radiante de hermosura como la veía en sus retratos de joven, y recordó también aquella copla maldita que hubo de oír una vez de niño, de muy niño aún, cuando todavía llamaban a su madre el Sol de Casariche, aquella copla que decía:

Sol por mote te pusieron,
y de fijo no se sabe
si por bonita o porque
eres de tos cuando sales.