El vulgo y el genio

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El vulgo y el genio
de Rafael Barrett


Dice Cuvier que la especie es una «colección de individuos, que se parecen tanto más entre ellos cuanto menos se parecen a todos los otros, y cuya posteridad es indefinidamente fecunda».

Así los hombres forman una especie porque se parecen más entre sí que a otros animales, y porque son indefinidamente fecundos, sobre todo los que no consiguen alimentar a su prole. Dentro de la especie humana, y atendiendo a los rasgos espirituales, no es difícil definir una subespecie o variedad compuesta de aquellos que entre sí se parecen mucho más que a «los otros». Esta variedad es el vulgo, casi universal, y de fecundidad extraordinaria. «Los otros», que cuando tuvieron suerte fueron llamados profetas, héroes, genios, son ejemplares rarísimos, se parecen poco entre sí, y no se reproducen.

La omnipotencia del vulgo es evidente. A él pertenecen casi todos los pobres, casi todos los siervos, casi todos los ignorantes, casi todos los ricos, casi todos los reyes y casi todos los sabios. El vulgo, donde tantos talentos brillan, es la masa ancha, larga y profunda que todo lo llena; es el material humano. Ninguna revolución suprimirá el vulgo. Ningún destino se cumplirá sin él.

En cambio el genio es débil. ¿Qué hace el vulgo? Repetirse; se hizo legión por repetirse. ¿Qué hace el genio? Empezar; camina solo. La muerte ve reaparecer en el vulgo las generaciones que le quita; nada puede contra él, mientras que el genio no tiene hijos ni padres; nace del abismo y en el abismo se hunde. El vulgo queda; el genio pasa.

Paso inexplicado; es un monstruo siempre diverso, inesperado siempre, semilla solitaria de formas desconocidas, caída de otros mundos, al azar de los siglos. Los hombres le han creído descendiente ya de Dios, ya del Diablo; ya le han juzgado malhechor, ya loco. La ciencia de ahora procura igualmente asimilar el genio a la manía y a la degeneración; jamás lo ha contemplado de cerca e ignora que tan distante está del juicio como de la demencia, y de la virtud como del crimen. No sabe todavía que el genio no es humano.

El genio trae lo nuevo, o sea el desorden. Es el intruso de la historia. Mueve los cimientos, agrieta los muros, dispersa las ideas, estorba los intereses. Amenaza la paz del pensamiento y la de los instintos. En su presencia el poderoso teme perder el poderío, y el esclavo, la esclavitud.

El genio es el enemigo común. Se le olfatea, se le descubre y se le caza. Es una bestia mitológica, extraviada en el inmenso corral. A veces hurta una espada, y juega con los pueblos, pero por lo general indefenso y desnudo, pronto se le deshonra, se le encarcela, se le atormenta y se le ejecuta. La especie se defiende. Otras veces el genio oculta su lepra, y nadie la adivina; otras, la disfraza -Dante- y deja que el futuro sospeche. No le es fácil huir, y menos curarse.

Acorralado y difunto, se le devora. Vivo, es el terror, mas su carne muerta suele aprovecharse. Sus restos se vulgarizan, o lo que es igual, se humanizan. No nos nutrimos del genio, cuyo único testigo es él, sino de su cadáver. Doscientos años se rieron a carcajadas del libro más melancólico de la tierra, el Quijote, y de Jesús venimos a parar a Pío X.

Si Galileo nos visitara hoy, tal vez nos contentaríamos con domesticarle. La física es amiga de las armas y del oro, y hemos aprendido a considerarla útil.



Publicado en "El Diario", Asunción, 25 de abril de 1908.