Elementos de economía política: 74

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Capítulo XIX : Análisis del consumo.[editar]

    • I. Nociones generales sobre el consumo.
    • II. De los consumos privados.
    • III. De la prodigalidad y de la disipación de los capitales.
    • IV. Del lujo.
    • V. De los consumos públicos.

§. IV. Del lujo.[editar]

500. Estas ideas y los principios que hemos sentado en punto a la formación de los capitales permiten ya resolver la famosa cuestión del lujo, sobre la cual se han escrito tantos volúmenes. En efecto, sabido que los valores acumulados son valores gastados lo mismo y mejor que los disipados, ¿qué ventaja puede haber para la clase trabajadora en las disipaciones de los ricos? El lujo hace trabajar a cierta clase de obreros; el ahorro hace trabajar a muchos más. El capital que negamos a nuestros caprichos y a nuestros placeres puede servir para alimentar industrias útiles; la única diferencia consiste en que se multiplica el número de los trabajadores que se ocupan en la reproducción, o bien en crear objetos ajustados a la razón, en vez de multiplicar el de los que trabajan en fruslerías. ¿Podrán decirnos los defensores del hijo por qué motivo la industria del diamantista ha de excitar más vivamente nuestro interés que la del ganadero, por ejemplo, o la del que bate el cobre o el hierro, o la del que cuece el barro, los cuales fabrican alimentos, vestidos, utensilios, etc., para otros productores? ¿No está toda la ventaja de parte de este consumo, productivo por excelencia, y no vale más vestir a tres jornaleros, como dice J. B. Say, que hacer con la misma suma un galón para un lacayo?
501. Sin embargo, hay en todas las cosas un justo medio razonable, y desde luego nos apresuramos a decir que no es conveniente proscribir todas las superfluidades; no debemos privarnos de lo que nos causa placer, siempre que por lo demás no dañemos con ello ni a la salud ni a la prosperidad pública, sino cuando esa satisfacción no equivale a otra, o bien cuando impide un empleo más útil, un gasto mejor entendido. En estas materias, como en todas, el buen juicio del consumidor es árbitro soberano; pero la ciencia, disipando las preocupaciones, descubriendo la naturaleza de las cosas, contribuye a dar al entendimiento del hombre más fuerza y libertad para aplicar ese criterio.
502. Antes de pasar adelante es preciso entendernos bien sobre el significado de la palabra hijo, significado que varía según los lugares, los tiempos y las costumbres, y sobre todo con los progresos de la producción. Hubo un tiempo en que era lujo trasladarse rápidamente de una ciudad a otra en un carruaje suspendido; hoy es una necesidad. Gastos hay que hubieran sido antiguamente ostentosos y extravagantes, y que en el día están al alcance de cualquiera, familia pobre, pero laboriosa.
503. Los progresos de la civilización dan origen a necesidades que los trabajadores deben absolutamente satisfacer y que influyen sobre los rendimientos; con razón o sin ella, esas necesidades pueden ser tales, que, si no se satisfacen, el trabajador tenga que cambiar de profesión. Este aumento de retribuciones y de provechos ocasiona otro en los precios de producción, y éstos a su vez influyen sobre el precio de los productos. El mal no empieza sino en el momento en que, excediendo el precio corriente a la utilidad de los objetos, disminuye el pedido, baja la producción con el consumo, y el país se halla menos próspero (369).
504. Tal es el efecto de la pasión del lujo, de los gastos excesivos y del recargo de las contribuciones. Las modas, las costumbres ocasionan con sus descarríos los mismos males; la riqueza del país tiene tanto que temer de la inmovilidad absoluta como de las instables locuras de la moda.
Aquí se ocurre naturalmente hablar de la influencia de las costumbres cortesanas. Bajo el punto de vista económico, corte vale tanto como fausto y ociosidad, y por consiguiente, exceso de caudales gastados improductivamente, lo que es peor, caudales sacados, casi siempre sin compensación, del bolsillo de los contribuyentes.
505. Ha habido y hay leyes llamadas suntuarias, que se han hecho para proscribir o limitar ciertos consumos, partiendo de un punto de vista religioso, moral o político. Económicamente hablando, estas leyes eran otros tantos errores; el legislador no es más capaz de dirigir el consumo que la producción, y la experiencia prueba que esas leyes han caído en desuso o se han eludido, como acontece con todas las leyes inútiles y nocivas [1]. Un Gobierno que cree saber en este punto más que los particulares, es un insensato; Smith es quien lo dice: «Los reyes y los ministros, añade el ilustre maestro, son los hombres más gastadores de la tierra. Empiecen por moderar su propia prodigalidad antes de ocuparse en la de los demás; si el Estado no se arruina con sus despilfarros, nunca se arruinará con los de sus súbditos [2].» Añadamos que la excepción confirma la regla.
506. Pero una vez admitido el impuesto, nadie puede negar que vale más que recaiga sobre consumos habituales a los más ricos y sobre objetos de una utilidad secundaria, cuidando de moderarle de modo que no aumente los gastos de producción a tal punto, que quede abandonado el consumo y que el impuesto venga a recaer sobre los productos más útiles para el uso de los más pobres (369).
507. Por último, así como ciertas leyes impiden o limitan tal o cual consumo, así otras obligan a consumos de una naturaleza especial; así, por ejemplo, nuestra legislación, tan oscura y embrollada en este punto, obliga a los ciudadanos a pagar a muy alto precio los servicios harto hipotéticos de los letrados y los curiales.

  1. Por mucho tiempo se ha creído que la ley lo puede mandar todo; pero para que no se viole, es preciso que lo que mande sea natural. No ha bastado en España la pena de muerte a impedir la extracción del numerario.
  2. Riqueza de las naciones, lib. II, cap. III.