Enrique IV: Primera parte, Acto III, Escena III

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Enrique IV de William Shakespeare
Primera parte: Acto III, Escena III



ACTO III ESCENA III

EASTCHEAP- Un cuarto en la taberna de la Cabeza del Cerdo.

(Entran Falstaff y Bardolfo)

FALSTAFF.- Bardolfo, ¿no encuentras que he aflojado indignamente después de esta última empresa? ¿No estoy disminuido? ¿No he mermado? Mira, mi piel cuelga sobre mí como el pellejo suelto de una vieja lady; estoy marchito como una manzana de invierno. Bien; quiero arrepentirme y eso súbitamente, mientras estoy aun en estado: pronto va a faltarme el corazón y entonces no tendré ya la fuerza para hacerlo. Si no he olvidado como está hecho el interior de una Iglesia, soy una piltrafa, un rocín de cervecero. ¡El interior de una Iglesia! ¡La compañía, la mala compañía ha sido mi perdición!

BARDOLFO.- Sir John, estáis tan mohíno, que no viviréis mucho tiempo.

FALSTAFF.- Eso, eso es; ven, cántame una canción de burdel, alégrame. Estaba yo tan virtuosamente dotado, cuanto es necesario a un caballero; suficientemente virtuoso; juraba poco; a los dados, jugaba no más de siete veces por semana; a p... no iba más que una vez cada cuarto.., de hora; devolver el dulero prestado, lo hice tres o cuatro veces; vivía bien y en la justa medida.., ¡y ahora llevo una vida fuera de todo orden, fuera de toda medida!

BARDOLFO.- Es porque sois tan gordo, Sir John, que necesitáis estar fuera de toda medida; fuera de toda medida razonable, Sir John.

FALSTAFF.- Reforma tu cara, yo reformaré mi vida. Tú eres nuestro almirante, tú llevas la linterna en la popa... ¡tu nariz! Eres el caballero de la lámpara ardiente.

BARDOLFO.- Vamos, Sir John, mi cara no os hace daño.

FALSTAFF.- No, te lo juro; hago tan buen uso de ella como muchos hombres hacen de una calavera, como un memento mori. Nunca miro tu cara sin pensar en el fuego del infierno y en el rico que vivía en la púrpura y está allí en su túnica, arde que arde. Si hubieras dado un paso en el sendero de la virtud, juraría por tu cara; mi juramento sería: ¡por ese fuego! Pero como estás absolutamente perdido, si no tuvieses la cara inflamada, serías el hijo de la más densa tiniebla. Cuando corrías en la noche, por lo alto de Gadshill para coger mi caballo, si no pensé que era un ignisfatuus o una bola de friego griego, ya no hay dinero que corra. ¡Oh! ¡eres un triunfo perpetuo, un fuego de artificio perenne! Me has ahorrado no menos de mil marcos en antorchas y faroles, andando contigo por la noche, de taberna en taberna, pero la cantidad de vino que me has bebido, me habría bastado para comprarme luces, en la velería más cara de Europa. He mantenido con fuego a esa salamandra durante treinta y dos años consecutivos; ¡el cielo me recompense!

BARDOLFO.- ¡Voto al diablo! ¡Quisiera que mi cara estuviese en tu vientre!

FALSTAFF.- ¡Misericordia! Tendrá un incendio en el corazón.

(Entra la Posadera)

Y bien, seña Partlet, ¿la gallina? ¿Habéis averiguado quien me robó los bolsillos?

POSADERA.- ¿Cómo, Sir John? ¿Qué es lo que pensáis, Sir John? ¿Creéis que tengo ladrones en mi casa? He, buscado, he averiguado, he registrado con mi marido hombre por hombre, mozo por mozo; los criados uno por uno; jamás se ha perdido ni el décimo de un cabello en esta casa.

FALSTAFF.- Mientes, posadera; Bardolfo se ha hecho afeitar y ha perdido más de un cabello. Te juro que me han desvalijado el bolsillo. Vete, eres una mujer vulgar, vete.

POSADERA.- ¿Quién, yo? Te desafio; nadie me ha hablado así hasta ahora en mi casa.

FALSTAFF.- Ve no más, te conozco lo bastante.

POSADERA.- No, Sir John; no me conocéis, Sir John; yo si que os conozco, Sir John; me debéis dinero, Sir John y ahora me buscáis camorra para entretenerme y no pagar. Os he comprado una docena de camisas a vuestro cuerpo.

FALSTAFF.- Lona, grosera lona; se las he dado a unas panaderas para que hagan cedazos con ellas.

POSADERA.- Tan cierto como que soy una verdadera mujer, eran de tela de Holanda a ocho chelines el ana. Debéis aquí además, Sir John, por la mesa, por las bebidas extra y por dinero prestado, veinte y cuatro libras.

FALSTAFF.- Ese (por Bardolfo) tuvo su parte; que os la pague.

POSADERA.- ¿Qué ha de pagar ese, si es un pobrete? No tiene nada.

FALSTAFF.- ¿Cómo, pobre? Mírale la cara; ¿que llamas rico entonces? Has acuñar su nariz, has acuñar sus cachetes. No pagaré un medio. Cómo, ¿me tomáis por un mozalbete? ¿No puedo estar tranquilo en mi posada, sin que me desvalijen el bolsillo? He perdido un anillo de mi abuelo, que valía cuarenta marcos.

POSADERA.- ¡Oh Jesús! ¡He oído al príncipe decirle, no sé cuántas veces, que el anillo era de cobre!

FALSTAFF.- ¡Bah! el príncipe es un imbécil, un rastrero; si estuviese aquí, le azotaría como a un perro, si llegase a repetirlo.

(Entran el Príncipe Enrique y Poins, a paso de marcha; Falstaff va a su encuentro haciendo el gesto de tocar la flauta en su bastón)

FALSTAFF.- ¿Qué tal, chico? ¿Soplan los vientos de ese lado? ¿Debemos marchar todos?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Sí, dos a dos, a la moda de Newgate.

POSADERA.- Milord, por favor, oídme.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Qué dices, mistress Quickly? ¿Cómo va tu marido? Le quiero bien, es un hombre honrado.

POSADERA.- Mi buen señor, oídme.

FALSTAFF.- Déjala, te lo ruego y escúchame.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Qué dices, Jack?

FALSTAFF.- La otra noche me dormí aquí, detrás de la cortina y me robaron los bolsillos; esta casa se ha convertido en un burdel y se roba a mansalva.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Qué has perdido, Jack?

FALSTAFF.- ¿Me lo creerás, Hal? Tres o cuatro billetes de cuarenta libras y un anillo de mi abuelo.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Una baratija, un objeto de ocho peniques a lo sumo.

POSADERA.- Se lo he dicho, milord y le he dicho que así lo había oído decir a Vuestra Gracia y él habló de vos de una manera villana, como un indecente mal hablado que es; agregó que os habría azotado.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Cómo, ¿dijo eso?

POSADERA.- No hay en mí fe, ni verdad, ni sexo, si no lo dijo.

FALSTAFF.- No hay mas fe en ti que en una ciruela cocida, ni más verdad que en un zorro forzado y en cuanto al sexo, la doncella Mariana haría mejor que tú la mujer de un gendarme. ¡Vete de aquí, especie de cosa!

POSADERA.- Cómo, ¿cosa? ¿Qué cosa?

FALSTAFF.- ¿Qué cosa? Pues algo así, como un reclinatorio.

POSADERA.- Yo no soy algo así como un reclinatorio; bueno es que lo sepas, soy la mujer de un hombre de bien; y, puesta a parte tu calidad de hidalgo, eres un bellaco en darme ese nombre.

FALSTAFF.- Puesta a parte tu calidad de mujer, eres una bestia en sostener lo contrario.

POSADERA.- Dime, ¿qué bestia, grandísimo bribón?

FALSTAFF.- ¿Qué bestia? Pues una nutria.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Una nutria, Sir John? ¿Y por qué una nutria?

FALSTAFF.- ¿Porqué? Porque no es ni carne ni pescado; un hombre no sabe por donde tomarla.

POSADERA.- Eres un hombre sin conciencia al decir eso; sabes, como todo hombre sabe, por donde tomarme, canalla.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Dices la verdad, posadera; te difama muy groseramente.

POSADERA.- Lo mismo hace con vos, milord; el otro día decía que le debíais mil libras.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Pillo, ¿te debo yo mil libras?

FALSTAFF.- ¿Mil libras, Hal? ¡Un millón! Tu amor vale más de un millón y tu me debes tu amor.

POSADERA.- Además, milord, os ha llamado imbécil y ha dicho que os iba a dar de palos.

FALSTAFF.- ¿He dicho eso, Bardolfo?

BARDOLFO.- Cierto, Sir John, que lo habéis dicho.

FALSTAFF.- Sí, pero, si él decía que mi anillo era de cobre.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Y lo digo, es de cobre. ¿Te atreves ahora a mantener tu palabra?

FALSTAFF.- Bien sabes, Hal, que como hombre, te me atrevo; pero, como príncipe, te temo, como al rugido del leoncino.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Y porqué no como al del león?

FALSTAFF.- Es el rey mismo quien debe ser temido como el león. ¿Piensas acaso que voy a temerte como temo a tu padre? No, y si lo hago, pido a Dios que se me reviente el cinturón.

PRÍNCIPE ENRIQUE. - Oh, si eso sucediera, ¡como se te caerían las tripas sobre las rodillas! Pero, bribón, no hay sitio en tu panza para la fe, la verdad y la honestidad; está repleta con las tripas y el diafragma. ¡Acusar a una mujer honrada de haberte robado los bolsillos! Hijo de p..., imprudente, tunante hinchado, si había otra cosa en tu bolsillo que cuentas de taberna, direcciones de burdeles y por valor de un sueldo miserable de azúcar candi para facilitarte la pedorrera, si tus bolsillos contenían otras riquezas que esas inmundicias, soy un villano. ¡Y aun te obstinas y no quieres embolsar un desmentido! ¿No tienes vergüenza?

FALSTAFF.- ¿Puedes oírme, Hal? Tu sabes, que en estado de inocencia, Adán pecó; ¿que puede hacer el pobrecito Jack Falstaff, en estos días de corrupción? Bien ves que tengo más carne que cualquier otro hombre; por consiguiente, más fragilidad. ¿Confesáis, pues, que habéis desvalijado mis bolsillos?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Así parece según cuenta la historia.

FALSTAFF.- Posadera, te perdono; ve, prepara pronto el almuerzo; ama a tu marido, vigila la servidumbre, mima a tus huéspedes. Me encontrarás tratable para todo lo puesto en razón; ya lo ves, hago las paces contigo. ¿Todavía? Vamos, te lo ruego, vete.

(Sale la Posadera)

Y ahora, Hal, ¿qué noticias de la Corte? El asunto del robo, ¿que cariz ha tomado?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Oh, mi querido roatsbeef, ¡siempre seré tu buen ángel! Se ha devuelto el dinero.

FALSTAFF.- No me gustan esas restituciones, es una doble tarea.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Nos hemos hecho amigos con mi padre y puedo lo que quiera.

FALSTAFF.- Comienza por robarte la caja real, hazlo sin lavarte las manos.

BARDOLFO.- Hacedlo, milord.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Te he procurado, Jack, un puesto en la infantería.

FALSTAFF.- Lo habría preferido en la caballería. ¿Dónde podré encontrar un hombre que sepa robar como es debido? Lo que es de un ladrón fino, de veintidós años, poco más o menos, me encuentro atrozmente desprovisto. Bueno, Dios sea loado por enviarnos esos rebeldes que solo atacan a la gente virtuosa; los aplaudo y les estoy reconocido.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Bardolfo!

BARDOLFO.- ¿Milord?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Lleva esta carta a lord Juan de Lancaster, a mi hermano Juan; ésta a milord Westmoreland. Vamos, Poins, ¡a caballo, a caballo! Porque tú y yo tenemos que galopar treinta millas antes de comer. Jack, ven a encontrarme mañana en Temple-Hall, a las dos de la tarde; allí sabrás cuál es tu empleo y recibirás dinero y órdenes para la provisión de tus hombres. La tierra arde y Percy está en la cumbre. O ellos o nosotros rodarán por el suelo.

(Salen el Príncipe, Poins y Bardolfo)

FALSTAFF.- ¡Grandes palabras! ¡Magno mundo! Posadera, mi almuerzo. Vamos. Quisiera que esta taberna fuera mi tambor.

(Sale)