Enrique IV: Segunda parte, Acto IV, Escena II

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Enrique IV de William Shakespeare
Segunda parte: Acto IV, Escena II



ACTO IV ESCENA II

Otra parte de la selva.

(Entran, de un lado, Mowbray, el Arzobispo, Hastings y otros; del otro, el Príncipe Juan de Lancaster, Westmoreland y oficiales de su séquito.)

PRÍNCIPE JUAN.- Bien venido, primo Mowbray. Buen día, gentil lord Arzobispo y también a vos, lord Hastings y a todos vosotros. Milord de York, erais más grato a la vista cuando vuestro rebaño, reunido por la campana, hacía círculo a vuestro alrededor para oír con reverencia vuestra exposición sobre el sagrado texto, que ahora que os vemos aquí como un hombre de hierro, animando multitud de rebeldes con el ruido del tambor, cambiando la palabra por la espada y la vida por la muerte. El hombre que ocupa el corazón de un monarca y que madura bajo el sol de sus favores, por ligeramente que abuse de la confianza real, cuántas desventuras, ¡ay! puede causar a la sombra de tal grandeza. Así ha sido con vos, lord obispo. ¿Quién no oyó hablar del alto puesto que teníais en los libros de Dios? Erais, para nosotros, el que presidía su parlamento, la imaginada voz de Dios mismo, el verdadero abridor, el intermediario entre la gracia, las santidades del cielo y nuestros rudos trabajos. ¡Oh! ¿Quién no pensará que abusáis de la reverencia de vuestras funciones, empleando la confianza y la gracia del cielo, como un falso favorito hace con el nombre de su príncipe, en actos deshonrosos? Habéis sublevado, con la mentida consagración de Dios, los súbditos de su representante, mi padre; y es a la vez, contra la paz del cielo y contra él, que los habéis amotinado.

ARZOBISPO.- Mi buen lord de Lancaster, no me encuentro aquí contra la paz de vuestro padre; pero, como lo he dicho a milord de Westmoreland, es el desorden de los tiempos y el sentimiento general de un peligro común que nos reúne y nos agrupa en esta forma monstruosa para garantizar nuestra seguridad. He enviado a Vuestra Gracia la enumeración y el detalle de nuestras quejas, los que fueron rechazados con desdén por la Corte, lo que dio origen a esta Hydra, hija de la guerra. Pero sus ojos terribles pueden ser adormecidos por el encanto, concediéndonos nuestros justos y legítimos reclamos y la verdadera obediencia, curada de esta locura, caerá humildemente a los pies de la majestad.

MOWBRAY.- Si no, prontos estamos a tentar la fortuna hasta el último hombre.

HASTINGS.- Y aunque sucumbiéramos aquí, tendremos reemplazantes para renovar la empresa; si fracasan, otros les sucederán y así tomará vida querella se trasmitirá de heredero en heredero, en tanto que en Inglaterra haya generaciones.

PRÍNCIPE JUAN.- Sois muy ligero, Hastings, demasiado ligero, para sondear así la profundidad de los tiempos venideros.

WESTMORELAND.- Quiera Vuestra Gracia contestarles directamente en qué términos acepta sus proposiciones.

PRÍNCIPE JUAN.- Las acepto todas y las apruebo. Juro aquí, por el honor de mi sangre, que los propósitos de mi padre fueron mal entendidos y que algunos de los que están cerca de él, falsearon frecuentemente su voluntad y su autoridad. Milord estos agravios serán prontamente reparados; por mi alma, lo serán. Si os place, devolved vuestras fuerzas a sus condados respectivos, como haremos con las nuestras; y aquí, entre los ejércitos, bebamos juntos amistosamente y abracémonos, para que todos los ojos puedan llevar a sus hogares, el testimonio de nuestro restaurado amor y renovada amistad.

ARZOBISPO.- Tomo vuestra palabra de príncipe por esas satisfacciones.

PRÍNCIPE JUAN.- Os lo doy y mantendré mi palabra; en consecuencia, bebo a la salud de Vuestra Gracia.

HASTINGS.- Id, capitán (a un oficial) y llevad al ejército estas noticias de paz; que las tropas sean pagadas y partan; sé que eso les agradará. Apresúrate, capitán.

(Sale el oficial)

ARZOBISPO.- ¡A vos mi noble lord de Westmoreland!

WESTMORELAND.- Correspondo a Vuestra Gracia. Y, si supierais qué de trabajo me he dado para conseguir esta paz, beberíais de todo corazón; pero mi amor por vos se hará ver en breve más abiertamente.

ARZOBISPO.- No dudo de vos.

WESTMORELAND.- Eso me contenta; ¡salud a milord, mi gentil primo, Mowbray!

MOWBRAY.- Me deseáis salud en el momento oportuno, porque acabo de sentir súbitamente una indisposición.

ARZOBISPO.- Antes de la desgracia, siempre los hombres están alegres, pero la tristeza presagia la felicidad.

WESTMORELAND.- Regocijaos, pues, primo, porque esa súbita tristeza, os permite decir que algo feliz os sucederá mañana.

ARZOBISPO.- Creedme, tengo el humor más que alegre.

MOWBRAY.- Tanto peor, si vuestra máxima es exacta.

(Aclamaciones a lo lejos)

PRÍNCIPE JUAN.- La palabra de paz se ha hecho pública. ¡Oíd como la aclaman!

MOWBRAY.- Esos vítores habrían sido más gozosos después de una victoria.

ARZOBISPO.- La paz es en sí misma una conquista; porque entonces ambos partidos se someten y ninguno de ellos se pierde.

PRÍNCIPE JUAN.- Id, milord y licenciad también nuestro Ejército.

(Sale Westmoreland)

Y si lo permitís, mi buen lord, nuestras tropas desfilarán ante nosotros, a fin de que veamos con qué clase de hombres habríamos tenido que medirnos.

ARZOBISPO.- Id, buen lord Hastings, que antes de desbandarse, desfilen delante de nosotros.

(Sale Hastings)

PRÍNCIPE JUAN.- Espero, milords, que reposaremos juntos esta noche.

(Vuelve Westmoreland)

¿Y bien, primo, porqué permanece inmóvil nuestro ejército?

WESTMORELAND.- Los jefes, habiendo recibido de vos la orden de permanecer, no quieren irse antes que les hayáis hablado.

PRÍNCIPE JUAN.- Conocen sus deberes.

(Vuelve Hastings)

HASTINGS.- Milord, nuestro ejército está ya disperso. Como torillos libres del yugo, se han desbandado al este, oeste, norte y sud; o, como una escuela en licencia, cada uno se precipita a su casa o al sitio de juegos.

WESTMORELAND.- Buena noticia, milord Hastings, por la cual te arresto, traidor, por alta traición. Y vos, lord Arzobispo, y vos, lord Mowbray, os prendo también por traición capital.

MOWBRAY.- ¿Es ése un proceder justo y honorable?

WESTMORELAND.- ¿Vuestro levantamiento lo es?

ARZOBISPO.- ¿Así rompéis la fe jurada?

PRÍNCIPE JUAN.- No te empeñó ninguna; os he prometido corregir los abusos de que os habéis quejado; los que, por mi honor, reformaré con cristiana solicitud. Pero en cuanto a vosotros, rebeldes, gustaréis la recompensa que se debe a la rebelión y a actos como los vuestros. Habéis levantado esas tropas imprudentemente, aturdidamente reunido aquí y dispersado locamente. Que batan nuestros tambores y se persigan las tropas desbandadas. El cielo, no nosotros, ha triunfado sin sangre en este día. Una guardia lleve estos traidores a la muerte, el verdadero lecho donde la traición rinde su último aliento.

(Salen)