Historia general de la República del Ecuador I: Prólogo

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Cuando hace ya veinte años salió a luz en Lima el Tomo primero del Resumen de la Historia del Ecuador, nos consagramos a su lectura con verdadera ansia, estimulados por el anhelo de saber las cosas de nuestra patria: lo mismo hicimos con cada uno de los cuatro tomos siguientes, devorándolos conforme los iba publicando su respetable autor, ese benemérito de las letras ecuatorianas, el señor doctor don Pedro Fermín Cevallos; pero, confesamos que lo que en el Resumen encontramos en punto a las antiguas razas indígenas ecuatorianas no nos dejó satisfechos; echamos de menos, además, la parte que el elemento religioso no podía menos de tener en nuestra historia, en la que no era posible pasar en silencio la participación que la Iglesia había tenido y la influencia que había ejercido en el descubrimiento, conquista y colonización de estas comarcas.

Con la más viva curiosidad y con el entusiasmo propio de la juventud, nos dedicamos, pues, inmediatamente a la lectura de cuantas obras trataran no sólo del Ecuador sino de todos los pueblos que habían sido antes colonias españolas, a fin de investigar sus antigüedades y adquirir conocimiento cabal de su historia. Pensábamos que era imposible estudiar a fondo la historia del Ecuador, si carecíamos de instrucción en la de los demás pueblos americanos, principalmente aquellos con quienes el Ecuador había tenido estrechas relaciones.

Estas lecturas, estos estudios, estas investigaciones, continuadas pacientemente por algún tiempo, nos proporcionaron un no despreciable caudal de conocimientos relativos a la historia de América y muy especialmente a la del Ecuador en particular. Nuestro primer propósito fue aprovecharnos de esas noticias, para escribir notas o apéndices al Resumen de la Historia del Ecuador; mas, cuando pusimos en orden nuestros apuntes, vimos que eran tantos, que con ellos podíamos formar un libro aparte.

El año de 1878, dimos a luz el Estudio histórico sobre los Cañaris, antiguos pobladores de la provincia del Azuay, como fruto de nuestras investigaciones sobre las razas indígenas o aborígenes del Ecuador. El trabajo que después salió al público con el título de Historia Eclesiástica del Ecuador (Tomo primero), fue sólo un ensayo o muestra de la obra, que, con mayores proporciones y más vasto plan, habíamos emprendido sobre toda la época de la dominación colonial en nuestra tierra. Ese ensayo es imperfecto y tiene no pocos vacíos: nosotros lo conocíamos y estábamos convencidos de ello; pero, a pesar de esas imperfecciones, a pesar de esos vacíos, nos vimos en el caso de publicarlo, para complacer a una persona, a quien profesábamos sincero cariño, respeto profundo y el más entrañable reconocimiento. Esa persona nos estimuló, nos estrechó, a que publicáramos, y hasta nos impuso el precepto de dar a la estampa nuestra Historia Eclesiástica del Ecuador.

Obedecimos, y la literatura patria contó con un libro más, merced al celo o interés del venerable señor Toral, el insigne Obispo de Cuenca, entonces nuestro prelado.

Publicado ese primer tomo, resolvimos no continuar la obra, porque conocíamos que aquí, en el Ecuador, no existían documentos para continuar escribiéndola concienzudamente. Era necesario ver los documentos originales, leerlos y estudiarlos despacio, a la luz de una crítica ilustrada y severa; pero, para realizar semejante estudio, aunque nos sobraba la mejor voluntad, nos faltaban todos los demás recursos. Era necesario, indispensable, viajar a Europa, visitar los archivos españoles, buscar allí los documentos de nuestra historia, y emprender con paciencia la tarea de estudiarlos allá, de copiarlos o siquiera extractarlos personalmente. ¿Cómo poner por obra semejante propósito? Otro prelado, otro obispo ecuatoriano, vino en nuestro auxilio.

Escriba nuestra historia, háganos conocer a nuestros mayores, cuéntenos lo que fue el Ecuador en el tiempo pasado, nos decía el reverendísimo señor arzobispo de Quito, doctor don José Ignacio Ordóñez; y, con su cooperación eficaz y con sus auxilios, tan generosos como oportunos, pudimos realizar nuestro viaje a España, visitar sus riquísimos e inexplotados archivos de documentos americanos, recorrer sus bibliotecas y conferenciar con sus hombres de letras, principalmente con sus doctos americanistas.

Preparada ya la historia, era necesario publicarla: a esto acudió también la solicitud del ilustrísimo Arzobispo de Quito: echó mano el prelado de varios arbitrios, y, a pesar de la escasez de recursos en que se encontraba la curia eclesiástica, hizo venir una imprenta nueva, para que en ella se diera a luz la Historia general del Ecuador, en edición esmerada y elegante. Este libro, si tiene algún mérito, ése más que al autor corresponde, pues, a los dos prelados ecuatorianos.

De todas cuantas cosas hemos escrito y publicado, solamente una ha sido escrita y dada a luz por un propósito deliberado nuestro; en las demás, principalmente en nuestras primeras publicaciones, hemos cedido a insinuaciones para nosotros muy respetables, y a veces hemos obedecido preceptos terminantes, de quien tenía derecho de darnos órdenes y de imponernos deberes. El ilustrísimo señor Toral nos puso la pluma en las manos; y esta pluma, tan tosca y tan mal cortada, le pareció pluma de oro al bondadoso e indulgente prelado. En su lecho de agonía, pocas horas antes de partir de este mundo, todavía se acordó de nosotros y, próximo a gozar de la Verdad Eterna, del Bien Sumo y de la Belleza Inefable, todavía se interesó por las letras ecuatorianas; y, al enviarnos desde su lecho de muerte un obsequio muy significativo, nos estimuló a que continuáramos escribiendo.

Su amor de padre para con nosotros le engañaba, y le hacía reconocer méritos donde en realidad no los había; y esa prenda de familia, esa pluma de oro que nos dejaba en legado, era la expresión, el símbolo más bien de su corazón de oro que de nuestro escaso e insignificante mérito literario. Por esto, si algún nombre hubiéramos de escribir al frente de este libro, ese nombre no sería otro sino el del benemérito y modesto Obispo de Cuenca; y si hubiéramos de poner esta Historia general del Ecuador a la sombra de algún mecenas, ése no sería otro sino el ilustrísimo señor Ordóñez, actual arzobispo de Quito.

Ésta es también la ocasión más oportuna, y éste el lugar más a propósito, para pagar la deuda de reconocimiento que debemos a las demás personas que han cooperado a la publicación de esta obra. Los amigos, que en el Congreso ordinario de 1885, trabajaron para que se nos auxiliara con algunos recursos, venciendo las dificultades en que tropezaba el escrupuloso patriotismo de algunos diputados y senadores, que temían malgastar los fondos públicos y derrocharlos, contribuyendo a la publicación de una Historia general del Ecuador; el docto anticuario ecuatoriano, señor doctor don Pablo Herrera, que siempre nos ha auxiliado con sus consejos, y alentado no sólo con su aprobación sino hasta con sus aplausos; y el distinguido ecuatoriano, señor don Clemente Ballén, para quien no es indiferente nada de cuanto puede contribuir al adelantamiento de su patria: he aquí las personas, a quienes debemos una muy especial manifestación de agradecimiento.

En este lugar se la pagamos gustosos.

La desinteresada actividad, la paciente diligencia con que el señor Ballén ha tomado a pechos todo cuanto podía auxiliarnos para la composición de nuestro libro, era necesario que fuesen conocidas de sus compatriotas. Nosotros agradecemos al amigo y al conciudadano.

Expondremos ahora los estudios e investigaciones, que hemos llevado a cabo para escribir esta obra.

Hemos recorrido todas las provincias de la República, visitando más de una vez los lugares célebres en nuestra historia, y examinando con cuidado los monumentos que aún quedan de los antiguos indios, por arruinados que se hallen o por insignificantes que parezcan. Con la más constante paciencia hemos desempolvado nuestros archivos, los cuales se hallan en un estado de desgreño, de desorden y de abandono tan notable, que hacen casi imposible la investigación y estudio de los documentos.

Como en el Ecuador no existía aún la afición a los estudios arqueológicos, como el cultivo de las ciencias naturales y de observación ha sido tan raro entre nosotros, grandísimos trabajos y gastos increíbles nos han sido necesarios para reunir algunos objetos antiguos y para adquirir obras valiosas, que no son para la exigua fortuna de un eclesiástico, y que en otros países se hallan en las bibliotecas públicas, donde, sin erogaciones enormes de dinero ni graves molestias, pueden leerlas cómodamente los particulares.

Hay en el Ecuador tan poco aprecio por las obras nacionales, que no sólo sin dificultad, sino con gusto se apresuran nuestras gentes a regalar o vender a los extranjeros los objetos de arte antiguos que debían estar custodiados en un museo nacional. ¡Museo nacional de antigüedades ecuatorianas! Parece que nunca lo hemos de tener, según se presenta la marcha de la vida social en nuestra República!... Hemos sabido la existencia de algunas obras de arte dignas de observación; pero, por desgracia, las personas que las poseían no han tenido a bien mostrárnoslas. Muchísimos objetos de éstos han dejado después de existir.

Durante nuestra permanencia en España, practicamos investigaciones de documentos e hicimos estudios en el Archivo de Indias en Sevilla, en los Archivos nacionales de Alcalá de Henares y de Simancas, en la Biblioteca y en el Archivo de la Real Academia de la Historia, en el Depósito Hidrográfico y en muchas otras bibliotecas, así de Madrid, como de varias ciudades importantes de la Península. En el Archivo de Indias estudiamos más de mil legajos de documentos concernientes a nuestra historia, a la del Perú y a la del antiguo virreinato de Bogotá, con las que la nuestra está necesariamente relacionada.

Es tal y tan considerable la abundancia de documentos sobre América que posee España, que nosotros alcanzamos a estudiar doscientos cuatro códices solamente en la Biblioteca Nacional de Madrid; y el Archivo de Indias en Sevilla atesora una riqueza de documentos que excede a toda ponderación.

En todas partes fuimos muy bien recibidos, ni se nos puso obstáculo alguno para nuestros estudios; y en los jefes o directores de los archivos de Sevilla, de Simancas y de Alcalá, tuvimos la fortuna de encontrar unos caballeros tan ilustrados que daban honra al Gobierno español y a la nación cuyos archivos custodiaban. Los americanos regresamos a América convalecidos de la prevención adversa y de la desconfianza con que entramos en España.

Sin el estudio prolijo de los grandes archivos españoles, principalmente del de Indias en Sevilla, creemos que es moralmente imposible escribir la historia general de América y la particular de cada uno de los pueblos, que hoy son repúblicas independientes y que antes fueron colonias españolas.

De España pasamos a Portugal y de Portugal vinimos al Brasil; visitamos después el Uruguay, recorrimos luego la Argentina, y, por fin, en Santiago de Chile y en Lima, continuamos todavía las investigaciones de piezas y documentos relativos a nuestra historia. Deseábamos tocar en el Brasil, para comparar su naturaleza con la naturaleza de nuestras comarcas occidentales, y visitamos Buenos Aires, para conocer su museo de Paleontología zoológica, único en el mundo por la preciosa colección de fósiles de la fauna terciaria y cuaternaria americana.

Mas, a pesar de tantos estudios, de tantos viajes, de tantas investigaciones, todavía estamos convencidos de que nuestra obra no es más que un ensayo imperfecto, lleno de vacíos y, acaso, también no falto de errores. Esta confesión no es una gazmoñería de fingida modestia, sino la manifestación leal, franca y sincera del concepto que nosotros mismos nos hemos formado de nuestro propio trabajo. ¡Sí, lejos de nosotros la vana pretensión de juzgar que nuestra obra sea perfecta, ni mucho menos acabada! Para escribir una Historia general del Ecuador, mucho habría que estudiar todavía...

Si de todas las partes o secciones de nuestro libro estamos poco satisfechos, de la parte relativa a las antiguas razas indígenas estamos descontentos, y la publicamos con positiva desconfianza. La arqueología está todavía intacta o inexplorada, en el Ecuador, y aunque nosotros seamos los iniciadores de esos estudios entre nosotros, no por eso tenemos la jactancia de suponer que nuestras antiguas razas indígenas están ya bien conocidas y estudiadas. ¿Qué estudios de Antropología ecuatoriana se han practicado entre nosotros? ¿Qué investigaciones ha llevado a cabo la Craneología? ¿Dónde los análisis lingüísticos?...

Ahora no nos resta más sino declarar solemnemente que hemos buscado la verdad con ahínco, que la decimos sin temor; que estamos desnudos y libres de toda preocupación, y que anhelamos con esta obra hacer un homenaje a la Providencia Divina, a la virtud de los hombres, y a sus buenas acciones: porque justicia, y justicia severa, imparcial, inexorable, es la que hace la Historia.

Quito, enero de 1890
Federico González Suárez