Iniciación (DFV)

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Diccionario Filosófico - Tomo VII de Voltaire
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Iniciación

Misterios antiguos[editar]

¿Estará el origen de los misterios antiguos en la misma debilidad que forma entre nosotros las cofradías, y que establecía congregaciones bajo la dirección de los jesuitas? ¿No es esta necesidad de asociación la que formó tantas asambleas secretas de artesanos, de las que casi no nos queda mas que la de los franc-masones? Hasta los mendigos tenían su cofradía, sus misterios y su jerga particular, de la que yo he visto un diccionario impreso en el siglo diez y seis.

Esta inclinación natural a asociarse, a acantonarse, a distinguirse de los demás, y a asegurarse contra ellos, produjo probablemente todas esas bandas particulares, y todas esas iniciaciones misteriosas que hicieron después tanto ruido, y que al fin cayeron en el olvido, donde todo cae con el tiempo.

Perdónenme los dioses cabires, los gerofantes de Samotracia, Isis, Orfeo, y Ceres Eleusina; yo sospecho que sus secretos sagrados no merecían en el fondo mas curiosidad que el interior de un convento de carmelitas o de capuchinos.

Siendo sagrados estos misterios, pronto lo fueron también los participantes; y mientras el número fue pequeño, fue respetado, hasta que al fin se aumentó tanto que no se le tuvo mas consideración que a los barones alemanes cuando se vio el mundo lleno de ellos.

También se pagaba la iniciación como todo nuevo provisto paga su bien venida; pero no era permitida hablar por su dinero. En todos tiempos ha sido un gran crimen revelar el secreto de estas monadas religiosas. Sin duda que este secreto no merecía ser conocido, pues que la asamblea no era una sociedad de filósofos, sino de ignorantes dirigidos por un gerofante. Todos hacían juramento de callar, y siempre ha sido el juramento un lazo sagrado. Aun en el día juran nuestros pobres franc masones no revelar sus misterios. Estos son bien triviales; pero casi nunca se perjura.

Los Atenienses proscribieron a Diágoras, porque había hecho del himno sagrado de Orfeo un objeto de conversación. Aristóteles [1] nos dice, que Esquiles se expuso a ser asesinado, o por lo menos bien apaleado, porque en una de sus piezas dio alguna idea de los mismos misterios en los que casi todo el mundo estaba iniciado entonces.

Parece que Alejandro no hizo mucho caso de estas jocosidades reverenciadas; las que son muy achacosas al desprecio de los héroes; y así reveló el secreto a su madre Olimpias, pero recomendándole no decir nada a nadie. Tanto la superstición encadena hasta a los mismos héroes!

"En la ciudad de Busiris, dice Herodoto, se daban golpes a los hombres y a las mujeres después del sacrificio; pero no es permitido decir adonde." No obstante lo hace entender bastante bien.

En el poema de Claudiano, del rapto de Proserpina me parece que veo una descripción de los misterios de Ceres Eleusina, mucho mas bien que en el libro sexto de la Eneida. Virgilio vivía en tiempo de un príncipe, que a todas sus maldades juntaba la de querer pasar por devoto, que probablemente era también iniciado para imponer al pueblo, y que no hubiera sufrido esta supuesta profanación. Horacio su favorito considera esta revelación como un sacrilegio:


Vetabo qui Cereris sacrum
Vulgarit arcana sub iisdem
Sit trabibus, vel fragilem mecum
Solvat phaselum.


No, entrará, no en mi casa
Quien revele atrevido
De la divina Ceres
Los misterios y ritos.


Además, la sibila de Cumes, y la bajada a los infiernos, imitada de Homero, mas bien que hermoseada, y la hermosa preedición de los destinos de los Césares y del imperio romano, no tienen ninguna conexión con las fábulas de Céres, de Proserpina y de Triptolemo. Y así es muy verosímil que el sexto libro de la Eneida no es una descripción de los misterios. Si lo he dicho en otra parte, [2] me desdigo; pero sostengo que Claudiano los ha revelado con la mayor extensión. Claudiano floreció en un tiempo en que era permitido revelar los misterios de Eleusis y todos los misterios del mundo: vivió en tiempo de Honorio, en la decadencia total de la antigua religión griega y romana, a la que Teodorio I había dado ya un golpe mortal.

entonces no hubiera Horacio temido vivir bajo un mismo techo con uno que revelase los misterios. Claudiano en calidad de poeta era de esta antigua religión, como mas propia que la nueva para la poesía: y pinta las jocosidades de los misterios de Ceres, como se representaron con mucha seriedad en la Grecia hasta el tiempo de Teodosio II. Estos misterios eran una especie de ópera pantomímica, como las que hemos visto muy divertidas, donde se representan todas las diablerías del doctor Fausto, el nacimiento del mundo y el de Arlequín, que ambos a dos salían de un gran huevo a los rayos del sol. El espectáculo era hermoso y debía costar mucho; y no es admirable que los iniciados pagasen los cómicos. Cada uno vive de su oficio.

He aquí como se expresa Claudiano en su estilo hinchado:


Los caballos cual ébano lucientes
Del Dios horrible del oscuro averno
Mis ojos miran ya: la espesa sombra
Disipando del báratro profundo,
Con pujanza inaudita de alma Tellus
El cuerpo rompen, y de Febo dejan
Visitar la mansión caliginosa.
¡He aquí tu negro tálamo, oh infelice
E infausta Proserpina! ... Idos profanos;
No manche vuestro aliento este recinto.
Un divino furor los altos dioses
Por mis venas derraman: se estremecen
Del templo sacrosanto los cimientos;
Y con mugidos hórridos responde
El infierno aterrado: sus antorchas
En ademán feroz y amenazante
Céres ha sacudido. De un día nuevo
La refulgente aurora nos anuncia
De la grata Eleusina la presencia:
Triptolemo la sigue ... ¡Oh, vosotros,
Dragones que a su impulso obedecéis!
Su carro conducid, útil al mundo,
Por el vasto horizonte: del abismo
La eterna noche, huid Hécate bella;
Tú, reina de los tiempos, brilla hermosa;
Y tú, divino Baco, a quien cien pueblos
Adoran bienhechor, aunque vencidos,
Con tu arrogante tirso la alegría
Tráenos en tu halagüeña compañía.


Cada misterio tenia sus ceremonias particulares; pero todos admitían las veladas o vigilias, donde los mozos y las mozas no perdían su tiempo. En parte esto fue lo que al fin desacreditó estas ceremonias nocturnas instituidas para la santificación. En los tiempos de la guerra del Peloponeso se suprimieron estas citas en ceremonia: en Roma se abolieron en la juventud de Cicerón, diez y ocho años antes de su consulado. Estas reuniones eran tan peligrosas, que en la Aulularia de Plauto dice Diconides a Euclion: "Te confieso que en una vigilia de Céres le hice un hijo a tu hija."

Nuestra religión que purificó muchas de las instituciones, de los paganos adoptándolas, santificó el nombre de los iniciados, las fiestas nocturnas, las vigilias que estuvieron mucho tiempo en uso, pero que al fin fue necesario prohibir cuando la policía se introdujo en el gobierno de la Iglesia, que había estado por mucho tiempo abandonado a la piedad de los fieles y a su celo.

La fórmula principal de todos los misterios era en todas partes: "Salid, profanos." también tomaron los cristianos esta fórmula en los primeros siglos. El diácono decía: "Salid catecúmenos, endemoniados, y todos los no iniciados."

Hablando del bautismo de los muertos, dice san Crisóstomo: "Quisiera explicarme con claridad; pero no puedo hacerlo, sino con los iniciados. Se nos pone en un grande embarazo; es menester o ser ininteligible, o publicar los secretos que deben ocultarse."

No se puede designar mas claramente la ley del secreto y de la iniciación. Todo ha variado de tal manera, que si en el día habláis de iniciación a la mayor parte de los sacerdotes y capellanes, no habrá uno que os entienda, excepto los que por casualidad hayan leído este pasaje.

En Minucio Feliz veréis las imputaciones abominables que los paganos hacían a los misterios cristianos. A los iniciados los acusaban de no tratarse de hermanos y hermanas, sino para profanar este sagrado nombre; [3] de que besaban las partes genitales de sus sacerdotes, como se acostumbra todavía con los santones de África; y de que se manchaban con todas las torpezas de que después se ha acusado a los Templarios. Los unos y los otros han sido acusados de que adoraban una cabeza de borrico.

Ya hemos visto que las primeras sociedades cristianas se hacían mutuamente las imputaciones mas infames y mas inconcebibles. El pretexto de estas calumnias recíprocas era el silencio inviolable que cada sociedad guardaba sobre sus misterios. Por esta razón, Cecilio, el acusador de los cristianos, exclama en Minucio Feliz: "¿Por qué ocultan con tanto cuidado lo que hacen, y lo que adoran? La honestidad ama la luz, solamente el crimen busca las tinieblas."

Es indudable que estas acusaciones universalmente esparcidas han atraído mas de una persecución a los cristianos. Luego que la voz pública acusa a una sociedad de hombres, sea esta la que quiera, en vano se averigua la impostura, porque se hace un mérito de la persecución de los acusados.

¿Como se ha de extrañar que se tuviera horror a los cristianos cuando el mismo san Epifanio los carga de las mas execrables imputaciones ? Este santo asegura [4], que los cristianos fibionitas ofrecían a trescientos sesenta y cinco ángeles el semen que derramaban sobre las mozas y sobre los muchachos, y que después de haber llegado setecientas treinta veces a esta torpeza, exclamaban: -Yo soy el cristo.


Según él, estos mismos fibionitas, los gnósticos, y los estratiolistas, hombres y mujeres, derramaban su semen los unos en las manos de los otros, y lo ofrecían a Dios en sus misterios, diciéndole: Os ofrecemos el cuerpo de Jesucristo. [5] En seguida se lo comían diciendo: Este es el cuerpo de Cristo, esta es la pascua. Las mujeres que tenían sus reglas, llenaban también sus manos de ellas, y decían: Esta es la sangre de Cristo.

Los carpocracianos, según el mismo padre de la Iglesia, [6] cometían el pecado de sodomía en sus asambleas, y abusaban de todas las partes del cuerpo de las mujeres, después de lo cual hacían operaciones mágicas.

Los ceriutianos no se abandonaban a estas abominaciones; [7] pero estaban persuadidos a que Jesucristo era hijo de Josef.

Los ebionitas pretendían en su Evangelio, que habiendo querido san Pablo casarse con la hija de Gamaliel, y no habiéndolo conseguido, hecho cristiano en su cólera, y había establecido el cristianismo para vengarse. [8]

Todas estas acusaciones no llegaron al gobierno en un principio. Los Romanos dieron poca atención a las disputas y a las acusaciones mutuas de las pequeñas sociedades de Judíos, de Griegos y de Egipcios, escondidas en el populacho; a la manera que en el día no se ocupa el parlamento de Londres en lo que hacen los memnonistas, los pietistas, los anabaptistas, los milenarios, los morabos, los metodistas, &c. Otros negocios mas importantes llaman su atención, y no dirige sus miradas sobre estas acusaciones secretas, sino hasta que al fin parecen peligrosas por su publicidad.

Con el tiempo llegaron a los oídos del senado, unas veces por los Judíos que eran los enemigos implacables de los cristianos, y otras por los mismos cristianos: y de aquí vino, que a todas las sociedades cristianas se les imputaban los crímenes que se acusaban a algunas. De aquí procedió que sus iniciaciones fueron calumniadas por tanto tiempo. De aquí vinieron las persecuciones con que se vieron afligidas. Estas mismas persecuciones las obligaron a la mayor circunspección; y así se acantonaron y se unieron, y nunca mostraron sus libros a nadie mas que a los iniciados. Ningún magistrado romano, ni ningún emperador tuvo nunca de ellos la menor noticia, como lo hemos probado en otra parte. Por el espacio de tres siglos aumentó la Providencia su número y sus riquezas, hasta que al fin las protegió públicamente Constancio Clore, y su hijo Constantino abrazó su religión.

Sin embargo subsistieron los nombres de iniciados y misterios, y se les ocultaron a los gentiles cuanto se pudo. Respecto a los misterios de los gentiles, estos duraron hasta el tiempo de Teodosio.


  1. Suidas, Atenágoras, Meursius eleus.
  2. Ensayo sobre la poesía épica.
  3. Minut. Felix, pag. 22, edic. en 4º.
  4. San Epifanio, edic. de París 1574, pag. 40.
  5. Pag. 38
  6. Pag. 46 vuelto.
  7. Pag. 49.
  8. Pag. 62 vuelto.