La Alpujarra:4

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Lo que fue de Boabdil[editar]

La melancólica esterilidad del callejón de montañas en que entramos luego, parecía imaginada por un autor dramático aficionado a transiciones violentas y contrastados cambios de decoración.

A nuestra izquierda se levantaba una inconmensurable ladera, casi vertical, sin árboles, sin riscos, sin arroyos, sin nieves y sin verdura. Asemejábase, hasta por el color, a una de las caras amarillentas de aquellas inmensas pirámides del Nilo que sirvieron de túmulo a otros reyes.- Era una estribación o antemural del costado de Sierra Nevada, que nos ocultaba la sierra misma, y que se llama el Cerro Maziar.

A la derecha se escalonaban unas terreras y colinas, también sin vegetación de ninguna clase, derivadas de la sierrecilla de Tejeda.

Al frente... nada: las paredes del propio callejón, que culebreaba en ambos sentidos, sin el más breve asomo de horizonte, como el foso de una angulosa fortaleza.

Desde que pasamos del Suspiro del Moro ya no ofrecían interés alguno las contemplaciones retrospectivas...

Nos habíamos trasladado, por lo tanto, a la berlina de la Diligencia, con el afán de ir descubriendo terreno.

Pero como sabíamos que hasta llegar al Padul, distante del Suspiro unos dos o tres kilómetros, sólo hay que ver aquella monótona muralla con que principia el flanco de la Sierra, lanzamos nuestra imaginación en pos de BOABDIL, puesto que llevábamos el mismo camino, a fin de recordar qué fue de él en el amargo epílogo de su vida.



El REY CHICO, que no era chico, sino de gentil estatura y apuesto continente, pero a quien los moros pusieron aquel apodo por alusión a su siempre menguado Reino, fuese a residir a Cobdaa, en el extremo oriental de la Alpujarra, lugarcillo delicioso, que tuvo honores de ciudad mientras fue su corte, y que hoy llaman el Presidio de Andarax sus ciento cincuenta y tantos vecinos.

Lo pactado en las Capitulaciones respecto de él y de su familia, en un Tratado secreto, de diez y seis artículos, que existe en el Archivo Municipal de Granada, y también en el de Simancas, había sido lo siguiente: -LOS REYES CATÓLICOS aseguraban a BOABDIL, a su esposa, a su madre, a ZORAYA (la favorita de su padre) y a los hijos de ésta, todas las huertas, tierras, hazas, molinos, baños y heredamientos que constituían el Patrimonio real, con facultad de venderlos; afianzaban también a BOABDIL la posesión de sus bienes patrimoniales dentro y fuera de Granada, y le cedían por juro de heredad, para sí y sus descendientes (con la tácita condición de vivir en ellas), las tahas (distritos) de Berja, Dalias, Marchena, Boloduy, Lúchar, Andarax, Ugíjar, Órgiva, Jubiles, Ferreira o Ferreirola y Poqueira, (esto es, toda la Alpujarra y un poco más), con todos los pechos y derechos de sus pueblos (menos la fortaleza de Adra); y se obligaban, por último, a darle treinta mil castellanos de oro (unos cuatrocientos cuarenta mil reales).

Vivía, pues, a orillas del Andarax aquel régulo que había sido verdadero Rey; y vivía tranquilo, ya que no dichoso. Rico, espléndido, querido de sus súbditos, habíase consagrado exclusivamente al amor de su esposa, la mansa y hechicera MORAIMA (que tanto elogian los cronistas africanos), y al cuidado del Infantico, cuyos rastros pierden luego las historias.- Su único esparcimiento era la caza de liebres con galgos, o de pájaros con azores, que le hacía extenderse a veces seis y ocho leguas, hasta el término de sus dominios, por los campos de Berja, y de Dalias, y pasar semanas enteras fuera de su casa.

Mas he aquí que los REYES CATÓLICOS juzgaron que la permanencia de BOABDIL en España podría ser inconveniente con el tiempo; y aunque ninguna queja abrigaban de él, ni respecto de sus pasos y conversaciones (que sabían diariamente, por tener comprado a su Ministro ABEN-COMIXA), propusiéronse obligarlo, ya que no podían compelerlo, a emigrar por siempre de nuestra tierra.

A las primeras proposiciones que se le hicieron, en Diciembre del mismo año de 1492, fundadas en argumentos especiosos, para que vendiese sus bienes y se marchase a África, el príncipe islamita se alteró mucho y dio esta sentida respuesta: -«Yo he cedido un Reino para estar en paz, y no he de ir a otro ajeno a estar en cuestiones».



Fácil es adivinar lo que pensaba BOABDIL al expresarse de aquel modo.

Indudablemente tenía ante la vista el ejemplo de lo que acababa de acontecer en África a otro príncipe de su propia sangre, que, como él, cedió un Reino (el de Guadix y Almería) a los REYES CATÓLICOS, a cambio de aquel mismo irrisorio Señorío de la Alpujarra; que, como él, residió algunos meses en aquella misma taha de Andarax (dos años hacía por entonces), y que, como él, viose también muy luego hostigado por sus Altezas para que les vendiese sus bienes y abandonase la tierra de España.

MULEY ABDALÁ EL ZAGAL (pues dicho se está que de tan valeroso e infortunado príncipe se trata) hubo al fin de acceder a ello, y embarcose con todos sus tesoros (año y medio hacía a la sazón), poniendo el rumbo a la costa de Marruecos... Al desembarcar en aquella tierra, la besó, creyendo que le sería más propicia; pero el Califa de Fez, so pretexto de castigar sus rebeldías contra MULEY HACEM y contra BOABDIL, apoderose de él, lo sepultó en una mazmorra, robole todas sus riquezas, e hizo que el verdugo le quemase los ojos.

El ejemplo no podía ser más terrible, y se comprende bien que al sobrino del ZAGAL11 le repugnase la idea de pasar a establecerse a África, a pesar de las muestras de afecto que recibía de todos sus soberanos, y muy particularmente del mismo Califa de Fez.



ABEN-COMIXA continuó, sin embargo (de acuerdo con HERNANDO DE ZAFRA, Secretario de los REYES CATÓLICOS), sembrando mayores recelos, augurios y amenazas en el ánimo de BOABDIL acerca de la suerte que le aguardaba en España; y entonces pidió éste a sus Altezas permiso para ir a Barcelona a exponerles sus temores y sus agravios, así como a rogarles que no se le importunara en su pacífico retiro... Pero los REYES, atentos sobre todo a la razón de Estado cuya , moral sui generis no cae bajo mi jurisdicción, eludieron sutilmente el mandarle licencia, y le dijeron que les enviara en su lugar a su Visir ABEN-COMIXA, que para el caso era lo mismo.

Cayó en la red el antiguo Rey de Granada, y COMIXA partió para Barcelona, donde, sin credenciales ni poderes de su amo, aunque en nombre suyo, y sin que nadie se diese por entendido de aquella concertada informalidad, el pérfido moro otorgó con FERNANDO e ISABEL una Escritura pública, por la que BOABDIL y las princesas les vendían todos sus Estados y bienes patrimoniales en la cantidad de nueve millones de maravedises, obligándose a dejar la tierra de España para no volver más a ella...

Cuando tornó COMIXA a la Alpujarra y dio a entender a BOABDIL lo que había hecho, tratando de demostrarle que le convenía ratificar aquel contrato, el Rey, furioso, tiró del alfanje, y hubiera cortado la cabeza a su fementido consejero, a no interponerse y salvarlo las personas allí presentes.

Pero pasaron días... COMIXA, desde el lugar en que lo tenían resguardado de la cólera de su señor, inventaba mil alarmantes historias de intrigas, asechanzas y maquinaciones de los REYES CATÓLICOS contra BOABDIL, diciendo haberlas descubierto en su viaje a Barcelona; y con esto, y con los sustos naturales de las princesas, y sus lágrimas, y los consejos de toda aquella pequeña corte, que deseaba salir del protectorado de los cristianos, hubo bastante para que el príncipe, fácil y condescendiente de suyo, consintiera al cabo en ratificar la obra de su Ministro.

Quedó, pues, concertado que la familia real musulmana se embarcaría en cuanto terminasen los calores de aquel mismo año de 1493.



Durante los preparativos del viaje, murió de melancolía la excelente MORAIMA, la tierna esposa de BOABDIL...

¡Aciaga estrella la de aquel hombre, efectivamente desventurado! ¡En el momento de partir para un destierro perpetuo, perdía a la dulce compañera de su vida, al único ser que hubiera podido hacerle soportable la expatriación!

El ánimo se detiene contristado a considerar al mísero proscrito, sobre todo en el horrible trance de esconder el cadáver de su esposa en aquella amada y esquiva tierra que él iba a abandonar para siempre... ¡Acaso cavó por sí solo la negra sepultura, en su amante recelo de que llegase a ser descubierta y profanada algún día!...- Ello es que nadie ha sabido jamás dónde fue enterrada MORAIMA, ni ya es de temer que den con ella los anticuarios.

¡Triste BOABDIL! ¡Cómo envidiaría unas veces a la que había compartido con él el trono de Granada, al ver que ella se quedaba al fin en el suelo patrio, refugiada en el seguro asilo del eterno sueño! ¡Cómo la increparía otras, acusándola de egoísmo, ingratitud y abandono! -«¡No has querido seguirme!» -le diría-. «¡Has desertado de la batalla, dejándome solo, enfrente de mi destino!»

Y, a la verdad, la desaparición de MORAIMA en tal instante, más que un inevitable eclipse decretado por la muerte, más que aquella melancólica ausencia de los finados que van a aguardarnos a otro mundo, parecía una cruenta separación en vida; algo tan desesperado y tremendo como las despedidas al pie del cadalso, o como un divorcio no deseado por una de las partes.



Sucedió esto a últimos de Agosto.- En fin, a primeros de octubre, BOABDIL su madre, su hermana, su hijo y algunos amigos y criados, salieron del puerto de Adra, en una carraca de Íñigo de Artieta, mientras que en otra carraca genovesa y dos galeotas iban hasta mil ciento treinta moros más, que huían espontáneamente de la dominación castellana.

Favorables viento y mar a su infortunio, facilitáronles el acceso a la costa de enfrente, y, al otro día, aquellos navegantes, que llevaban al suelo africano los tristes restos del Imperio muslímico-español, tocaron tierra en Caraza, a poca distancia de Melilla.

¡Por allí volvía a entrar en África, al cabo de ochocientos años, desheredada y llorosa, la hueste aventurera de TARIC, después de haber sido señora de casi toda la Península Ibérica!

Sin detenerse en Melilla, pasó BOABDIL a establecerse a Fez, cuyo Califa era su pariente y amigo, y donde vivió treinta y tres años más, muy considerado y querido de aquel soberano y de todos los marroquíes, en un alcázar que hizo construir por el estilo del de la Alhambra.

Es la única particularidad que se sabe de la segunda parte de su vida.

En cambio, se conocen las honrosas circunstancias de su muerte, y la alta manera como pagó la hospitalidad a su deudo y bienhechor.

En 1526, precisamente el mismo año que CARLOS V hacía mención de BOABDIL en la Alhambra granadina, encontráronse a orillas del Guadal-Hawit (río de los Esclavos) las tropas del citado Califa de Fez, MULEY HAMET EL BENIMERIN, y las hordas bárbaras de los dos hermanos JARIFES, que le disputaban el trono, y que por cierto se lo ganaron en aquella jornada, fundando la actual dinastía de Marruecos.

La batalla fue reñidísima, y en ella mandó parte de la vanguardia del ejército de MULEY HAMET un guerrero de encanecida barba y principalísimo porte, el cual hizo prodigios de valor y temeridad, hasta que al cabo hubo de sucumbir al número de los enemigos, muriendo bizarramente con todos los que iban a sus órdenes.

El ensangrentado cadáver de aquel heroico anciano fue uno de los innumerables que arrastraron al mar las aguas del impetuoso río...

Desventurado hasta después de muerto, sus cenizas no durmieron en la tierra.

Era BOABDIL.

[...]

¡Singular coincidencia! -Cuando los agarenos entraron en España, el último Rey godo, D. RODRIGO, cayó herido en las aguas del Guadalete, cuyas ondas arrastraron al mar su cadáver.- Ochocientos trece años después, el último Rey moro de España, BOABDIL, moría de la misma manera, y tenía también por sepultura los abismos del océano.

¡Qué cosas!