La fruta del cercado ajeno

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Tradiciones peruanas
Cuarta serie (1894) de Ricardo Palma
La fruta del cercado ajeno


I[editar]

Diga lo que quiera Garcilaso, el delicadísimo poeta toledano; pero tengo para mí que no anduvo muy moral ni en lo verdadero cuando escribió aquellos dos versos, que saben de coro hasta las monjas y los niños de la doctrina:


«Flérida, para mí dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno».


Estos dos versecitos han hecho más víctimas que el cólera morbo; porque nosotros los pícaros hombres, a fuerza de oírlos repetir, nos imaginamos que ha de ser verdad evangélica aquello de que el bien ajeno es manjar apetitoso y del que podemos darnos un atracón sin necesidad de pagar bula. Y en consecuencia, nos echamos por esos trigos a cazar en vedado.

Y también es el caso que las faldas no nos van en zaga a nosotros los barbados, y discurren que, pues lo dijo Garcilaso, ello ha de ser verdad inconcusa, y que habiendo mediado bendición de cura, ya es una muchacha bocado de cardenal por el que hemos de pirrarnos como las moscas por la miel.

Dios supo lo que se hacía cuando, para castigar al poeta por los dos versos escandalosos que la mocedad le inspirara, permitió que lo matasen de una pedrada en el colodrillo, allá por los años de 1536 y cuando apenas frisaba el enamoradizo vate en la que se llama edad de Cristo. Téngalo Dios en la gloria celestial, que, en cuanto a la terrena, vivirá Garcilaso mientras la rica habla castellana tenga apasionados que por su pereza se interesen.

Volviendo a los consabidos versos, digo que la historia está poblada de cuentos en que a los golosos se les convirtió la fruta en rejalgar.

Sin ir muy lejos tuvimos en Lima a todo un virrey (el conde de Nieva) que pagó con la pelleja, en la calle de los Trapitos, su pecaminosa afición a quebrantar el noveno mandamiento, afición nacida en su alma con la lectura de la égloga de Garcilaso.

Por hoy he de contar el triste fin que, por llevarse de dulzainas y marrullerías de poeta, tuvo en el Cuzco un sujeto de más campanillas que el sábado de gloria.

¡Nada! ¡Nada! Me ha venido en antojo desprestigiar al hermano Garcilaso. ¡Qué diantre! Vamos a ver si con la tradición moralizamos un poquito el mundo, que está como para cogido con guante y tenacilla.


II[editar]

Ante omnia, tengo el honor de presentar a ustedes al licenciado Benito Suárez de Carvajal, graduado en Salamanca, y a quien las limeñas sus contemporáneas llamaban el Buen mozo.

Ciertamente que el mote no era robado; pues merecíalo el galán por lo apuesto del talle, lo agraciado del rostro, lo donairoso de la palabra y lo provisto de la escarcela. Era buen mozo a las derechas, sin giba ni maca, y casi, casi me atrevería a aplicarle la redondilla:


«Fortuna no vi ninguna
cual la de ese caballero,
porque lo hizo su ternero
la vaca de la fortuna».


si no me detuviera el escrúpulo de que su vida pública fue de lo más sucio que cabe, y siempre tuve por gran desventura que en la lotería de las almas se aposente una villana y predispuesta al mal en cuerpo gentil y simpático por su belleza.

Diré en compendio que por culpa y ruindad de él mató el virrey Blasco Núñez al factor Illán Suárez de Carvajal que, aunque hermano de Benito, era en cuanto a caballerosidad el reverso de la medalla.

Fue el licenciado quien más se distinguió en los ultrajes inferidos al cadáver del desventurado virrey, hasta el punto de mandar poner la cabeza en la picota, arrancarle pelos de la barba y hacer de ellos un plumerillo para su gorra.

Y por fin, siendo uno de los consejeros más íntimos de Gonzalo Pizarro, cuando vio que la causa de éste iba de capa caída, pasose al campo realista, disculpándose con que lo hacía porque Gonzalo le negó la mano de su sobrina doña Francisca.

Y a propósito de esta hija de Francisco Pizarro, parece que la tal fue en el Perú manzana muy codiciada y moza de mucho gancho; pues, por mi cuenta, pasan de cuatro los novios que tuvo, sujetos todos de lo más principal que hubimos entre los conquistadores, y que por ella se dieron de cintarazos dos de los pretendientes, aunque en puridad de verdad la sangre no llegó al río. Cierto es también que ella dejó a todos con un palmo de narices, porque a lo mejor del berrinche se largó a España en 1551 y se casó con su abuelo, que por tal podía pasar descansadamente su tío Hernando.

Ya ven ustedes por estos ligeros apuntes que el licenciado Benito Suárez de Carvajal, con toda su gallardía y entrada de pueblo, no pasaba de ser un grandísimo pícaro, digno de balancearse en la horca, o de presidio por lo menos.


III[editar]

El presidente La Gasca premió la felonía del licenciado, confiriéndole el importante cargo de corregidor del Cuzco.

Tanto valía hacer al lobo despensero; porque con humos de autoridad y con la vara de la justicia en la mano, echose a retozar y hacer conquistas con tan cumplido éxito, que fortaleza que no se rendía al licenciado por ser buen mozo, ponía bandera de parlamento al corregidor por ser justicia.

Los honrados vecinos del Cuzco vivían escandalizados con las diarias aventuras amorosas de su señoría. No había mujer de regular palmito y pasaporte limpio libre de sus ataques; que para gallo sin traba, todo terreno es cancha.

Era nuestro protagonista del número de los que dicen que la mujer a los quince años es perla de rico oriente; a los veinte, coral primoroso; a los veinticinco, brillante pulimentado; a los treinta, nácar transparente; de los treinta y cinco a los cuarenta, espléndido mosaico; después, arcilla, y a los cincuenta... roca pelada.

Al fin, hallose con la horma de su zapato en una honradísima muchacha que lucía una carita de muy buen ver, recién casada con un bravo mozo andaluz, carpintero de oficio y que no aguantaba moros en la costa. «La gracia del peluquero -dice un refrán- está en sacar rizos de donde no hay pelo».

El corregidor hacía carocas y cucamonas a la chica siempre que la encontraba al paso, y una tarde hablola resueltamente. Ella creyó partirlo por el eje y darle calabazas rotundas con decirle:

-Vuestra señoría toque a otra puerta. Soy casada.

-¡Bah, bah, bah! ¿Me sales con cosas del otro jueves? Me han dicho que era manco el fraile que te casó. Déjate de gazmoñerías, muchacha, y espérame a media noche sin falta.


«La madre que te parió
merecía parir veinte,
y que yo fuera diezmero
y me tocaras en suerte».


Tan grande era la fama de audaz y libertino que el corregidor se había conquistado, que la joven, viendo en peligro su virtud y la honra del carpintero, se puso a temblar como azogada y a encomendarse a todos los santos del calendario.

Acertó a llegar el marido, casualidad que acontece sólo en mis tradiciones, y sorprendiendo la congoja y turbación de su costilla, inquirió la causa, y ella le contó todo de pe a pa.

-¡Cuerno de buey! -exclamó el cofrade de San José-. Me gusta la noticia como si me rayaran las tripas. ¡Hola, hola, señor golilla! ¿Conque vuesa merced quiere hacerme tal que me atasque para pasar por la puerta de la parroquia? ¡Con bueno se las ha el niño! No te atortoles, mujer, y déjalo que venga a media noche para que lleve su tantarantán.


IV[editar]

Habitaba el matrimonio dos cuartos con balconcillo distante seis varas del suelo.

Sonadas las doce, apareció por la esquina el corregidor, embozado en la capa y con el aire cauteloso de quien anda de aventura.

Detúvose bajo el balconcillo, y con la destreza de hombre acostumbrado a escalamientos lanzó sobre la barandilla una escala de cuerdas, y después de asegurarse de que los garfios habían prendido empezó la ascensión.

Había ya el galán alcanzado con las manos a la barandilla, cuando en el momento en que se preparaba a saltar sobre ella, asomó un bulto y en menos de un Dios te guarde le plantó dos soberbios martillazos en las manos.

El corregidor cayó desplomado desde quince pies de altura, y con desdicha tanta, que su cabeza chocó contra una gran piedra de la calle y quedó descalabrado.

Media hora después la ronda recogía el cadáver.

El carpintero se presentó a la justicia que, aunque anduvo con pies de plomo y dando tiempo al tiempo por ser el muerto empingorotada persona, terminó por dejarlo en libertad.

Ahora digan ustedes si hay o no peligro en querer tragarse un hueso cuando es estrecho el pescuezo, o lo que es lo mismo, si no se le tornaron acíbar y prosa vil al señor licenciado don Benito Suárez de Carvajal, corregidor del Cuzco por su majestad don Felipe II, los versos de Garcilaso:


«[...] dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno».