Las mil y una noches Tomo III (Versión para imprimir)

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Autor: Anónimo - Traducción de Vicente Blasco Ibáñez[editar]

TOMO III[editar]

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 292: Cuando llegó la 297ª noche


La segunda historia de las historias de Sindbad el Marino que trata del segundo viaje (continuación)[editar]

Ella dijo:

...Tras de lo cual, desenrollé la tela de mi turbante, como la primera vez, y me la rodeé a la cintura, yendo a situarme debajo del cuarto de carne, que até sólidamente a mi pecho con las dos puntas del turbante.

Permanecí ya algún tiempo en esta posición, cuando súbitamente me sentí llevado por los aires, como una pluma, entre las garras formidables de un rokh y en compañía del cuarto de carne. Y en un abrir y cerrar los ojos me encontré fuera del valle, sobre la cúspide de una montaña, en el nido del rokh, que se dispuso enseguida a despedazar la carne aquella y mi propia carne para sustentar a sus rokhecillos. Pero de pronto se alzó hacia nosotros un estrépito de gritos que asustaron al ave y la obligaron a emprender de nuevo el vuelo, abandonándome. Entonces desaté mis ligaduras y me erguí sobre ambos pies, con huellas de sangre en mis vestidos y en mi rostro.

Vi a la sazón aproximarse al sitio en que yo estaba a un mercader, que se mostró muy contrariado y asombrado al percibirme. Pero advirtiendo que yo no le quería mal y que ni aun me movía, se inclinó sobre el cuarto de carne y lo escudriñó, sin encontrar en él los diamantes que buscaba. Entonces alzó al cielo sus largos brazos y se lamentó, diciendo: "¡Qué desilusión! ¡Estoy perdido! ¡No hay recurso más que en Alah! ¡Me refugio en Alah contra el Maldito, el Malhechor!" Y se golpeó una con otra las palmas de las manos, como señal de una desesperación inmensa.

Al advertir aquello, me acerqué a él y le deseé la paz. Pero él, sin corresponder a mi zalema, me arañó furioso y exclamó: "¿Quién eres? ¿Y de dónde viniste para robarme mi fortuna?" Le respondí: "No temas nada, ¡oh digno mercader! porque no soy ningún ladrón, y tu fortuna en nada ha disminuido. Soy un ser humano y no un genio malhechor, como creías, por lo visto. Soy incluso un hombre honrado entre la gente honrada, y antiguamente, antes de correr aventuras tan extrañas, yo tenía también el oficio de mercader.

En cuanto al motivo de mi venida a este paraje, es una historia asombrosa, que te contaré al punto. ¡Pero de antemano, quiero probarte mis buenas intenciones gratificándote con algunos diamantes recogidos por mí mismo en el fondo de esa cima, que jamás fue sondeada por la vista humana!"

Saqué enseguida de mi cinturón algunos hermosos ejemplares de diamantes, y se los entregué, diciéndole: "¡He aquí una ganancia que no habrías osado esperar en tu vida!"

Entonces el propietario del cuarto de carnero manifestó una alegría inconcebible y me dio muchas gracias, y tras de mil zalemas, me dijo: "¡La bendición está contigo, oh mi señor! ¡Uno solo de estos diamantes bastaría para enriquecerme hasta la más dilatada vejez! ¡Porque en mi vida hube de verlos semejantes ni en la corte de los reyes y sultanes!" Y me dio gracias otra vez, y finalmente llamó a otros mercaderes que allí se hallaban y que se agruparon en torno mío, deseándome la paz y la bienvenida. Y les conté mi rara aventura desde el principio hasta el fin. Pero no sería útil repetirla.

Entonces, vueltos de su asombro los mercaderes, me felicitaron mucho por mi liberación, diciéndome: "¡Por Alah! ¡Tu destino te ha sacado de un abismo del que nadie regresó nunca!" Después, al verme extenuado por la fatiga, el hambre y la sed se apresuraron a darme de comer y beber con abundancia, y me condujeron a una tienda, donde velaron mi sueño, que duró un día entero y una noche.

A la mañana, los mercaderes me llevaron con ellos, en tanto que comenzaba yo a regocijarme de modo intenso por haber escapado a aquellos peligros sin precedentes. Al cabo de un viaje bastante corto, llegamos a una isla muy agradable, donde crecían magníficos árboles de copa tan espesa y amplia, que con facilidad podrían dar sombra a cien hombres. De estos árboles es precisamente de los que se extrae la sustancia blanca, de olor cálido y grato, que se llama alcanfor. A tal fin, se hace una incisión en lo alto del árbol, recogiendo en una cubeta que se pone al pie el jugo que destila, y que al principio parece como gotas de goma, y no es otra cosa que la miel del árbol.

También en aquella isla vi al espantable animal que se llama "karkadann" (rinoceronte) y pace exactamente como pacen las vacas y los búfalos en nuestras praderas. El cuerpo de esa fiera es mayor que el cuerpo del camello; al extremo del morro tiene un cuerno de diez codos de largo y en el cual se halla labrada una cara humana. Es tan sólido este cuerno, que le sirve al karkadann para pelear y vencer al elefante, enganchándole y teniéndole en vilo hasta que muere. Entonces la grasa del elefante muerto va a parar a los ojos del karkadann, cegándole y haciéndole caer. Y desde lo alto de los aires se abate sobre ellos el terrible rokh y los transporta a su nido para alimentar a sus crías.

Vi asimismo en aquella isla diversas clases de búfalos.

Vivimos algún tiempo allí, respirando el aire embalsamado; tuve con ello ocasión de cambiar mis diamantes por más oro y plata de lo que podría contener la cola de un navío. ¡Después nos marchamos de allí; y de isla en isla, y de tierra en tierra, y de ciudad en ciudad, admirando a cada paso la obra del Creador, y haciendo acá y allá algunas ventas, compras y cambios, acabamos por bordear Bassra, país de bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!

Me faltó el tiempo entonces para correr a mi calle y entrar en mi casa, enriquecido con sumas considerables, dinares de oro y hermosos diamantes que no tuve alma para vender. Y he aquí que, tras las efusiones propias del retorno entre mis parientes y amigos; no dejé de comportarme generosamente, repartiendo dádivas a mi alrededor, sin olvidar a nadie.

Luego disfruté alegremente de la vida, comiendo manjares exquisitos, bebiendo licores delicados, vistiéndome con ricos trajes y sin privarme de la sociedad de las personas deliciosas. Así es que todos los días tenía numerosos visitantes notables que, al oír hablar de mis aventuras, me honraban con su presencia para pedirme que les narrara mis viajes y les pusiera al corriente de lo que sucedía en las tierras lejanas. Y yo experimentaba una verdadera satisfacción instruyéndoles acerca de tantas cosas, lo que inducía a todos a felicitarme por haber escapado de tan terribles peligros, maravillándose con mi relato hasta el límite de la maravilla. Y así es como acaba mi segundo viaje.

¡Pero mañana, oh, mis amigos! ...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 293: Pero cuando llegó la 298ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 298ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"Pero mañana, ¡oh mis amigos! os contaré las peripecias de mi tercer viaje, el cual, sin duda, es mucho más interesante y estupefaciente que los dos primeros!"

Luego calló Sindbad. Entonces los esclavos sirvieron de comer y de beber a todos los invitados, que se hallaban prodigiosamente asombrados de cuanto acababan de oír. Después Sindbad el Marino hizo que dieran cien monedas de oro a Sindbad el Cargador, que las admitió, dando muchas gracias, y se marchó invocando sobre la cabeza de su huésped las bendiciones de Alah, y llegó a su casa maravillándose de cuanto acababa de ver y de escuchar.

Por la mañana se levantó el cargador Sindbad, hizo la plegaria matinal y volvió a casa del rico Sindbad, como le indicó éste. Y fui recibido cordialmente y tratado con muchos miramientos, e invitado a tomar parte en el festín del día y en los placeres, que duraron toda la jornada. Tras de lo cual, en medio de sus convidados, atentos y graves, Sindbad el Marino empezó su relato de la manera siguiente:



LA TERCERA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL TERCER VIAJE[editar]

Sabed, ¡oh mis amigos! -¡pero Alah sabe las cosas mejor que la criatura!- que con la deliciosa vida de que yo disfrutaba desde el regreso de mi segundo viaje, acabé por perder completamente, entre las riquezas y el descanso, el recuerdo de los sinsabores sufridos y de los peligros que corrí, aburriéndome a la postre de la inacción monótona de mi existencia en Bagdad. Así es que mi alma deseó con ardor la mudanza y el espectáculo de las cosas de viaje. Y la misma afición al comercio, con su ganancia y su provecho, me tentó otra vez.

En el fondo, siempre la ambición es causa de nuestras desdichas. En breve debía yo comprobarlo del modo más espantoso.

Puse en ejecución inmediatamente mi proyecto, y después de proveerme de ricas mercancías del país, partí de Bagdad para Bassra.

Allí me esperaba un gran navío lleno ya de pasajeros y mercaderes, todos gente de bien, honrada, con buen corazón, hombres de conciencia y capaces de servirle a uno, por lo que se podría vivir con ellos en buenas relaciones. Así es que no dudé en embarcarme en su compañía dentro de aquel navío; y no bien me encontré a bordo, nos hicimos a la vela con la bendición de Alah para nosotros y para nuestra travesía.

Bajo felices auspicios comenzó, en efecto, nuestra navegación. En todos los, lugares que abordábamos hacíamos negocios excelentes, a la vez que nos paseábamos e instruíamos con todas las cosas nuevas que veíamos sin cesar.

Y nada, verdaderamente, faltaba a nuestra dicha, y nos hallábamos en el límite del desahogo y la opulencia.

Un día entre los días, estábamos en alta mar, muy lejos de los países musulmanes, cuando de pronto vimos que el capitán del navío se golpeaba con fuerza el rostro, se mesaba los pelos de la barba, desgarraba sus vestiduras y tiraba al suelo su turbante, después de examinar durante largo tiempo el horizonte.

Luego empezó a lamentarse, a gemir y a lanzar gritos de desesperación.

Al verlo, rodeamos todos al capitán, y le dijimos: "¿Qué pasa, ¡oh capitán!?" Contestó: "Sabed, ¡oh pasajeros de paz! que estamos a merced del viento contrario, y habiéndonos desviado de nuestra ruta, nos hemos lanzado a este mar siniestro. Y para colmar nuestra mala suerte, el Destino hace que toquemos en esa isla que veis delante de vosotros, y de la cual jamás pudo salir con vida nadie que arribara a ella. ¡Esa isla es la Isla de los Monos! ¡Me da el corazón que estamos perdidos sin remedio!"

Todavía no había acabado de explicarse el capitán, cuando vimos que rodeaba al navío una multitud de seres velludos cual monos, y más innumerable que una nube de langostas, en tanto que desde la playa de la isla otros monos, en cantidad incalculable, lanzaban chillidos que nos helaron de estupor. Y no osamos maltratar, atacar, ni siquiera espantar a ninguno de ellos, por miedo a que se abalanzasen todos sobre nosotros y nos matasen hasta el último, vista su superioridad numérica; porque no cabe duda de que la certidumbre de esta superioridad numérica aumenta el valor de quienes la poseen. No quisimos, pues, hacer ningún movimiento, aunque por todos lados nos invadían aquellos monos, que empezaban a apoderarse ya de cuanto nos pertenecía.

Eran muy feos. Eran; incluso, más feos que las cosas más feas que he visto hasta este día de mi vida. ¡Eran peludos y velludos, con ojos amarillos en sus caras negras; tenían poquísima estatura, apenas cuatro palmos, y sus muecas y sus gritos resultaban más horribles que cuanto a tal respecto pudiera imaginarse!

Por lo que afecta a su lenguaje, en vano nos hablaban y nos insultaban chocando las mandíbulas, ya que no lográbamos comprenderles, a pesar de la atención que a tal fin poníamos. No tardamos, por desgracia, en verles ejecutar el más funesto de los proyectos. Treparon por los palos, desplegaron las velas, cortaron con los dientes todas las amarras y acabaron por apoderarse del timón. Entonces, impulsado por el viento, marchó el navío contra la costa, donde encalló. Y los monos apoderáronse de todos nosotros, nos hicieron desembarcar sucesivamente, nos dejaron en la playa, y sin ocuparse más de nosotros para nada embarcaron de nuevo en el navío, al cual consiguieron poner a flote, y desaparecieron todos en él a lo lejos del mar.

Entonces, en el límite de la perplejidad, juzgamos inútil permanecer de tal modo en la playa contemplando el mar, y avanzamos por la isla, donde al fin descubrimos algunos árboles frutales y agua corriente, lo que nos permitió reponer un tanto nuestras fuerzas a fin de retardar lo más posible una muerte que todos creíamos segura.

Mientras seguíamos en aquel estado, nos pareció ver entre los árboles un edificio muy grande que se diría abandonado. Sentimos la tentación de acercarnos a él, y cuando llegamos a alcanzarle, advertimos que era un palacio...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana; y se calló discretamente

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 294: Pero cuando llegó la 299ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 299ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... advertimos que era un palacio de mucha altura, cuadrado, rodeado por sólidas murallas y que tenía una gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta y ningún portero la guardaba, la franqueamos y penetramos enseguida en una inmensa sala tan grande como un patio. Tenía por todo mobiliario la tal sala enormes utensilios de cocina y asadores de una longitud desmesurada; el suelo por toda alfombra, montones de huesos, ya calcinados unos, otros sin quemar aún. Dentro reinaba un olor que perturbó en extremo nuestro olfato. Pero como estábamos extenuados de fatiga y de miedo, nos dejamos caer cuan largos éramos y nos dormimos profundamente.

Ya se había puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso, despertándonos de repente; y vimos descender ante nosotros desde el techo a un ser negro con rostro humano, tan alto como una palmera, y cuyo aspecto era más horrible que el de todos los monos reunidos. Tenía los ojos rojos como dos tizones inflamados, los dientes largos y salientes como los colmillos de un cerdo, una boca enorme, tan grande como el brocal de un pozo, labios que le colgaban sobre el pecho, orejas movibles como las del elefante y que le cubrían los Hombros, y uñas ganchudas cual las garras del león.

A su vista, nos llenamos de terror, y después nos quedamos rígidos como muertos. Pero él fue a sentarse en un banco alto adosado a la pared, y desde allí comenzó a examinarnos en silencio y con toda atención uno a uno. Tras de lo cual se adelantó hacia nosotros, fue derecho a mí, prefiriéndome a los demás mercaderes, tendió la mano y me cogió de la nuca, cual podía cogerse un lío de trapos. Me dio vueltas y vueltas en todas direcciones, palpándome como palparía un carnicero cualquier cabeza de carnero. Pero sin duda no debió encontrarme de su gusto, liquidado por el terror como yo estaba y con la grasa de mi piel disuelta por las fatigas del viaje y la pena. Entonces me dejó, echándome a rodar por el suelo, y se apoderó de mi vecino más próximo y lo manoseó, como me había manoseado a mí, para rechazarle y luego apoderarse del siguiente. De este modo fue cogiendo uno tras de otro a todos los mercaderes, y le tocó ser el último en el turno al capitán del navío.

Aconteció que el capitán era un hombre gordo y lleno de carne, y naturalmente, era el más robusto y sólido de todos los hombres del navío. Así es que el espantoso gigante no dudó en fijarse en él al elegir; le cogió entre sus manos cual un carnicero cogería un cordero, le derribó en tierra le puso un pie en el cuello y le desnucó con un solo golpe. Empuñó entonces uno de los inmensos asadores en cuestión y se lo introdujo por la boca, haciéndolo salir por el ano. Entonces encendió mucha leña en el hogar que había en la sala, puso entre las llamas al capitán ensartado, y comenzó a darle vueltas lentamente hasta que estuvo en sazón. Le retiró del fuego entonces y empezó a trincharle en pedazos, como si se tratara de un pollo, sirviéndose para el caso de sus uñas. Hecho aquello, le devoró en un abrir y cerrar de ojos. Tras de lo cual chupó los huesos, vaciándolos de la medula, y los arrojó en medio del montón que se alzaba en la sala.

Concluida esta comida, el espantoso gigante fue a tenderse en el banco para digerir, y no tardó en dormirse, roncando exactamente igual que un búfalo a quien se degollara o como un asno a quien se incitara a rebuznar. Y así permaneció dormido hasta por la mañana. Le vimos entonces levantarse y alejarse como había llegado, mientras permanecíamos inmóviles de espanto.

Cuando tuvimos la certeza de que había desaparecido, salimos del silencio que guardamos toda la noche, y nos comunicamos mutuamente nuestras reflexiones y empezamos a sollozar y gemir pensando en la suerte que nos esperaba.

Y con tristeza nos decíamos: "Mejor hubiera sido perecer en el mar ahogados o comidos por los monos que ser asados en las brasas. ¡Por Alah, que se trata de una muerte detestable! Pero ¿qué hacer? ¡Ha de ocurrir lo que Alah disponga! ¡No hay recurso más que en Alah el Todopoderoso!"

Abandonamos entonces aquella casa y vagamos por toda la isla en busca de algún escondrijo donde resguardarnos; pero fue en vano, porque la isla era llana y no había en ella cavernas ni nada que nos permitiese sustraernos a la persecución. Así es que, como caía la tarde, nos pareció más prudente volver al palacio.

Pero apenas llegamos, hizo su aparición en medio del ruido atronador el horrible hombre negro, y después del palpamiento y el manoseo, se apoderó de uno de mis compañeros mercaderes, ensartándole enseguida, asándole y haciéndole pasar a su vientre, para tenderse luego en el banco y roncar hasta la mañana como un bruto degollado. Despertóse entonces y se desperezó, gruñendo ferozmente, y se marchó sin ocuparse de nosotros y cual si no nos viera.

Cuando partió, como habíamos tenido tiempo de reflexionar sobre nuestra triste situación, exclamamos todos a la vez: "Vamos a tirarnos al mar para morir ahogados, mejor que perecer asados y devorados. ¡Porque debe ser una muerte terrible!"

Al ir a ejecutar este proyecto, se levantó uno de nosotros y dijo: "¡Escuchadme, compañeros! ¡No creéis que vale quizás más matar al hombre negro antes de que nos extermine?" Entonces levanté a mi vez yo el dedo y dije: "¡Escuchadme, compañeros! ¡Caso de que verdaderamente hayáis resuelto matar al hombre negro, sería preciso antes comenzar por utilizar los trozos de madera de que está cubierta la playa, con objeto de construirnos una balsa en la cual podamos huir de esta isla maldita después de librar a la Creación de tan bárbaro comedor de musulmanes! ¡Bordeamos entonces en cualquier isla donde esperaremos la clemencia del Destino, que nos enviará algún navío para regresar a nuestro país!

De todos modos, aunque naufrague la balsa y nos ahoguemos, habremos evitado que nos asen y no habremos cometido la mala acción de matarnos voluntariamente. ¡Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la Retribución!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 295: Pero cuando llegó la 300ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 300ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

¡...Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la Retribución!" Entonces exclamaron los mercaderes: "¡Por Alah! ¡Es una idea excelente y una acción razonable!"

Al momento nos dirigimos a la playa y construimos la balsa en cuestión, en la cual tuvimos cuidado de poner algunas provisiones, tales como frutas y hierbas comestibles; luego volvimos al palacio para esperar, temblando, la llegada del hombre negro.

Llegó precedido de un ruido atronador, y creímos ver entrar a un enorme perro rabioso. Todavía tuvimos necesidad de presenciar sin un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de nuestros compañeros, a quien escogió por su grasa y buen aspecto, tras del palpamiento y manoseo. Pero cuando el espantoso bruto se durmió y comenzó a roncar de un modo estrepitoso, pensamos en aprovecharnos de su sueño con objeto de hacerle inofensivo para siempre.

Cogimos a tal fin dos de los inmensos asadores de hierro, y los calentamos al fuego hasta que estuvieron al rojo blanco; luego los empuñamos fuertemente por el extremo frío, y como eran muy pesados, llevamos entre varios cada uno. Nos acercamos a él quedamente, y entre todos hundimos a la vez ambos asadores en ambos ojos del horrible hombre negro que dormía, y apretamos con todas nuestras fuerzas para que cegase en absoluto.

Debió sentir seguramente un dolor extremado, porque el grito que lanzó fue tan espantoso, que al oírlo rodamos por el suelo a una distancia respetable. Y saltó él a ciegas, y aullando y corriendo en todos sentidos, intentó coger a alguno de nosotros. Pero habíamos tenido tiempo de evitarlo y echarnos al suelo de bruces a su derecha y a su izquierda, de manera que a cada vez sólo se encontraba con el vacío. Así es que, viendo que no podía realizar su propósito acabó por dirigirse a tientas a la puerta y salió dando gritos espantosos.

Entonces, convencidos de que el gigante ciego moriría por fin en su suplicio, comenzamos a tranquilizarnos, y nos dirigimos al mar con paso lento. Arreglamos un poco mejor la balsa, nos embarcamos en ella, la desamarramos de la orilla, y ya íbamos a remar para alejarnos, cuando vimos al horrible gigante ciego que llegaba corriendo, guiado por una hembra gigante, todavía más horrible y antipática que él.

Llegados que fueron a la playa, lanzaron gritos amedrentadores al ver que nos alejábamos; después cada uno de ellos comenzó a apedrearnos, arrojando a la balsa trozos de peñasco. Por aquel procedimiento consiguieron alcanzarnos con sus proyectiles y ahogar a todos mis compañeros, excepto dos. En cuanto a los tres que salimos con vida, pudimos al fin alejarnos y ponernos fuera del alcance de los peñascos que lanzaban.

Pronto llegamos a alta mar, donde nos vimos a merced del viento y empujados hacia una isla que distaba dos días de aquella en que creímos perecer ensartados y asados. Pudimos encontrar allí frutas, con lo que nos libramos de morir de hambre; luego, como la noche era ya avanzada, trepamos a un gran árbol para dormir en él.

Por la mañana, cuando nos despertamos, lo primero que se presentó ante nuestros ojos asustados fue una terrible serpiente tan gruesa como el árbol en que nos hallábamos, y que clavaba en nosotros sus ojos llameantes y abría una boca tan ancha como un horno. Y de pronto se irguió, y su cabeza nos alcanzó en la copa del árbol. Cogió con sus fauces a uno de mis dos compañeros y lo engulló hasta los hombros, para devorarle por completo casi inmediatamente. Y al punto oímos los huesos del infortunado crujir en el vientre de la serpiente, que bajó del árbol y nos dejó aniquilados de espanto y de dolor.

Y pensamos: "¡Por Alah, este nuevo género de muerte es más detestable que el anterior! La alegría de haber escapado del asador del hombre negro, se convierte en un presentimiento peor aún que cuanto hubiéramos de experimentar! ¡No hay recurso más que en Alah!"

Tuvimos enseguida alientos para bajar del árbol y recoger algunas frutas, que comimos, satisfaciendo nuestra sed con el agua de los arroyos. Tras de lo cual, vagamos por la isla en busca de cualquier abrigo más seguro que el de la precedente noche, y acabamos por encontrar un árbol de una altura prodigiosa. Trepamos a él al hacerse de noche, y ya instalados lo mejor posible, empezábamos a dormirnos, cuando nos despertó un silbido seguido de un rumor de ramas tronchadas, y antes de que tuviésemos tiempo de hacer un movimiento para escapar, la serpiente cogió a mi compañero, que se había encaramado por debajo de mí, y de un solo golpe le devoró hasta las tres cuartas partes. La vi luego enroscarse al árbol, haciendo rechinar los huesos de mi último compañero hasta que terminó de devorarle. Después se retiró, dejándome muerto de miedo.

Continué en el árbol sin moverme hasta por la mañana, y únicamente entonces me decidí a bajar. Mi primer movimiento fue para tirarme al mar con objeto de concluir una vida miserable y llena de alarmas cada vez más terribles; en el camino me paré, porque mi alma, don precioso, no se avenía a tal resolución; y me sugirió una idea a la cual debo el haberme salvado.

Empecé a buscar leña, y encontrándola en seguida, me tendí en tierra y cogí una tabla grande que sujeté a las plantas de mis pies en toda su extensión; cogí luego una segunda tabla que até a mi costado izquierdo, otra a mi costado derecho, la cuarta me la puse en el vientre, y la quinta, más ancha y más larga que las anteriores, la sujeté a mi cabeza. De este modo me encontraba rodeado por una muralla de tablas que oponían en todos sentidos un obstáculo a las fauces de la serpiente. Realizado aquello, permanecí tendido en el suelo, y esperé lo que me reservaba el Destino.

Al hacerse de noche, no dejó de ir la serpiente. En cuanto me vio, arrojose sobre mí dispuesta a sepultarme en su vientre; pero se lo impidieron las tablas. Se puso entonces a dar vueltas a mi alrededor, intentando cogerme por algún lado más accesible; pero no pudo lograr su propósito, a pesar de todos sus esfuerzos, y aunque tiraba de mí en todas direcciones. Así pasó toda la noche haciéndome sufrir, y yo me creía ya muerto y sentía en mi rostro su aliento nauseabundo. Al amanecer me dejó por fin, y se alejó muy furiosa, en el límite de la cólera y de la rabia.

Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 296: Pero cuando llegó la 301ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 301ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo, saqué la mano y me desembaracé de las ligaduras que me ataban a las tablas. Pero había estado en una postura tan incómoda, que en un principio no logré moverme, y durante varias horas creí no poder recobrar el uso de mis miembros. Pero al fin conseguí ponerme en pie, y poco a poco pude andar y pasearme por la isla. Me encaminé hacia el mar, y apenas llegué descubrí en lontananza un navío que bordeaba la isla velozmente a toda vela.

Al verlo me puse a agitar los brazos y gritar como un loco; luego desplegué la tela de mi turbante, y atándola a una rama de árbol, la levanté por encima de mi cabeza y me esforcé en hacer señales para que me advirtiesen desde el navío.

El destino quiso que mis esfuerzos no resultasen inútiles. No tardé, efectivamente, en ver que el navío viraba y se dirigía a tierra; y poco después fui recogido por el capitán y sus hombres.

Una vez a bordo del navío, empezaron por proporcionarme vestidos y ocultar mi desnudez, ya que desde hacía tiempo había yo destrozado mi ropa; luego me ofrecieron manjares para que comiera, lo cual hice con mucho apetito, a causa de mis pasadas privaciones; pero lo que me llegó especialmente al alma fue cierta agua fresca en su punto y deliciosa en verdad, de la que bebí hasta saciarme. Entonces se calmó mi corazón y se tranquilizó mi espíritu, y sentí que el reposo y el bienestar descendían por fin a mi cuerpo extenuado.

Comencé, pues, a vivir de nuevo tras de ver a dos pasos de mí, la muerte, y bendije a Alah por su misericordia, y le di gracias por haber interrumpido mis tribulaciones. Así es que no tardé en reponerme completamente de mis emociones y fatigas, hasta el punto de casi llegar a creer que todas aquellas calamidades habían sido un sueño. Nuestra navegación resultó excelente, y con la venia de Alah el viento nos fue favorable todo el tiempo, y nos hizo tocar felizmente en una isla llamada Salahata, donde debíamos hacer escala, y en cuya rada ordenó anclar el capitán, para permitir a los mercaderes desembarcar y despachar sus asuntos.

Cuando estuvieron en tierra los pasajeros, como era el único a bordo que carecía de mercancías para vender o cambiar, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¡Escucha lo que voy a decirte! Eres un hombre pobre y extranjero, y por ti sabemos cuántas pruebas has sufrido en tu vida. ¡Así, pues, quiero serte de alguna utilidad ahora y ayudarte a regresar a tu país, con el fin de que cuando pienses en mí lo hagas gustoso e invoques para mi persona todas las bendiciones!"

Yo le contesté: "Ciertamente, ¡oh capitán! que no dejaré de hacer votos en tu favor". Y él dijo: "Sabe que hace algunos años vino con nosotros un viajero que se perdió en una isla en que hicimos escala. Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas, ni sabemos si ha muerto o si vive todavía. Como están en el navío depositadas las mercancías que dejó aquel viajero, abrigo la idea de confiártelas para que, mediante un corretaje provisional sobre la ganancia, las vendas en esta isla y me des su importe, a fin de que a mi regreso a Bagdad pueda yo entregarlo a sus parientes o dárselo a él mismo, si consiguió volver a su ciudad".

Y contesté yo: "¡Te soy deudor del bienestar y la obediencia!, ¡oh señor! ¡Y verdaderamente eres acreedor a mi mucha gratitud, ya que quieres proporcionarme una honrada ganancia!"

Entonces el capitán ordenó a los marineros que sacasen de la cala las mercancías y las llevaran a la orilla, para que yo me hiciera cargo de ellas. Después llamó al escriba del navío y le dijo que las contase y las anotase fardo por fardo. Y contestó el escriba: "¿A quién pertenecen estos fardos y a nombre de quién debo inscribirlos?" El capitán respondió: "El propietario de estos fardos se llamaba Sindbad el Marino, Ahora inscríbelos a nombre de ese pobre pasajero y pregúntale cómo se llama".

Al oír aquellas palabras del capitán, me asombré prodigiosamente, y exclamé: "¡Pero si Sindbad el Marino soy yo!" Y mirando atentamente al capitán, reconocí en él al que al comienzo de mi segundo viaje me abandonó en la isla donde me quedé dormido.

Ante descubrimiento tan inesperado, mi emoción llegó a sus últimos límites, y añadí: "¡Oh capitán! ¿No me reconoces? ¡Soy el pobre Sindbad el Marino, oriundo de Bagdad! ¡Escucha mi historia! Acuérdate, ¡oh capitán! de que fui yo quien desembarcó en la isla hace tantos años sin que hubiera vuelto. En efecto, me dormí a la orilla de un arroyo delicioso, después de haber comido, y cuando desperté ya había zarpado el barco. ¡Por cierto que me vieron muchos mercaderes de la montaña de diamantes, y podrían atestiguar que soy yo el propio Sindbad el Marino!"

Aun no había acabado de explicarme, cuando uno de los mercaderes que habían subido por mercaderías a bordo se acercó a mí, me miró atentamente, y en cuanto terminé de hablar, palmoteó sorprendido, y exclamó:

"¡Por Alah! Ninguno me creyó cuando hace tiempo relaté la extraña aventura que me acaeció un día en la montaña de diamantes, donde, según dije, vi a un hombre atado a un cuarto de carnero y transportado desde el valle a la montaña por un pájaro llamado rokh. ¡Pues bien; he aquí aquel hombre! ¡Este mismo es Sindbad el Marino, el hombre generoso que me regaló tan hermosos diamantes!" Y tras de hablar así, el mercader corrió a abrazarme como un hermano ausente que se encuentra de pronto a su hermano.

Entonces me contempló un instante el capitán del navío y en seguida me reconoció también por Sindbad el Marino. Y me tomó en sus brazos como lo hubiera hecho con su hijo, me felicitó por estar con vida todavía, y me dijo: "Por Alah, ¡oh señor! ¡que es asombrosa tu historia y prodigiosa tu aventura! ¡Pero bendito sea Alah, que permitió nos reuniéramos, e hizo que encontraras tus mercancías y tu fortuna!"

Luego dio orden de que llevaran mis mercancías a tierra para que yo las vendiese, aprovechándome de ellas por completo aquella vez. Y, efectivamente, fue enorme la ganancia que me proporcionaron, indemnizándome con mucho de todo el tiempo que había perdido hasta entonces.

Después de lo cual, dejamos la isla Salahata y llegamos al país de Sínd, donde vendimos y compramos igualmente.

En aquellos mares lejanos vi cosas asombrosas y prodigios innumerables, cuyo relato no puedo detallar. Pero, entre otras cosas, vi un pez que tenía el aspecto de una vaca y otro que parecía un asno. Vi también un pájaro que nacía del nácar marino y cuyas crías vivían en la superficie de las aguas, sin volar nunca sobre tierra.

Más tarde continuamos nuestra navegación, con la venia de Alah, y a la postre llegamos a Bassra, donde nos detuvimos pocos días, para entrar por último en Bagdad.

Entonces me dirigí a mi calle, penetré en mi casa, saludé a mis parientes, a mis amigos y a mis antiguos compañeros, e hice muchas dádivas a viudas y a huérfanos. Porque había regresado más rico que nunca, a causa de los últimos negocios hechos al vender mis mercancías.

Pero mañana, si Alah quiere, ¡oh amigos míos! os contaré la historia de mi cuarto viaje, que supera en interés a las tres que acabáis de oír".

Luego Sindbad el Marino, como los anteriores días, hizo que dieran cien monedas de oro a Sindbad el Cargador, invitándole a volver al día siguiente.

No dejó de obedecer el cargador, y volvió al otro día para escuchar lo que había de contar Sindbad el Marino cuando terminase la comida...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 297: Y cuando llegó la 302ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 302ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... para escuchar lo que había de contar Sindbad el Marino cuando terminase la comida.


LA CUARTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL CUARTO VIAJE[editar]

Y dijo Sindbad el Marino:

"Ni las delicias ni los placeres de la vida de Bagdad, ¡oh amigos míos! me hicieron olvidar los viajes. Al contrario, casi no me acordaba de las fatigas sufridas y los peligros corridos. Y el alma pérfida que vivía en mí no dejó de mostrarme lo ventajoso que sería recorrer de nuevo las comarcas de los hombres. Así es que no pude resistirme a sus tentaciones, y abandonando un día la casa y las riquezas, llevé conmigo una gran cantidad de mercaderías de precio, bastante más que las que había llevado en mis últimos viajes, y de Bagdad partí para Bassra, donde me embarqué en un gran navío en compañía de varios notables mercaderes prestigiosamente conocidos.

Al principio fue excelente nuestro viaje por el mar, gracias a la bendición. Fuimos de isla en isla y de tierra en tierra, vendiendo y comprando y realizando beneficios muy apreciables, hasta que un día, en alta mar, hizo anclar el capitán, diciéndonos: "¡Estamos perdidos sin remedio!" Y de improviso un golpe de viento terrible hinchó todo el mar, que se precipitó sobre el navío; haciéndole crujir por todas partes y arrebató a los pasajeros, incluso al capitán, los marineros y yo mismo. Y se hundió todo el mundo, y yo igual que los demás.

Pero, merced a la misericordia, pude encontrar sobre el abismo una tabla del navío, a la que me agarré con manos y pies, y encima de la cual navegamos durante medio día yo y algunos otros mercaderes que lograron asirse conmigo a ella.

Entonces, a fuerza de bregar con pies y manos, ayudados por el viento y la corriente, caímos en la costa de una isla, cual si fuésemos un montón de algas, medio muertos ya de frío y de miedo.

Toda una noche permanecimos sin movernos, aniquilados, en la costa de aquella isla. Pero al día siguiente pudimos levantarnos e internarnos por ella, vislumbrando una casa, hacia la cual nos encaminamos.

Cuando llegamos a ella, vimos que por la puerta de la vivienda salía un grupo de individuos completamente desnudos y negros, quienes se apoderaron de nosotros sin decirnos palabra y nos hicieron penetrar en una vasta sala, donde aparecía un rey sentado en alto trono.

El rey nos ordenó que nos sentáramos, y nos sentamos. Entonces pusieron a nuestro alcance platos llenos de manjares como no los habíamos visto en toda nuestra vida. Sin embargo, su aspecto no excitó mi apetito, al revés de lo que ocurría a mis compañeros, que comieron glotonamente para aplacar el hambre que les torturaba desde que naufragamos. En cuanto a mí, por abstenerme conservo la existencia hasta hoy.

Efectivamente, desde que tomaron los primeros bocados, apoderose de mis compañeros una gula enorme, y estuvieron durante horas y horas devorando cuanto les presentaban, mientras hacían gestos de locos y lanzaban extraordinarios gruñidos de satisfacción.

En tanto que caían en aquel estado mis amigos, los hombres desnudos llevaron un tazón lleno de cierta pomada con la que untaron todo el cuerpo a mis compañeros, resultando asombroso el efecto que hubo de producirles en el vientre. Porque vi que se les dilataba poco a poco en todos sentidos hasta quedar más gordos que un pellejo inflado. Y su apetito aumentó proporcionalmente, y continuaron comiendo sin tregua, mientras yo les miraba asustado al ver que no se llenaba su vientre nunca.

Por lo que a mí respecta, persistí en no tocar aquellos manjares, y me negué a que me untaran con la pomada al ver el efecto que produjo en mis compañeros. Y en verdad que mi sobriedad fue provechosa, porque averigüé que aquellos hombres desnudos comían carne humana, y empleaban diversos medios para cebar a los hombres que caían entre sus manos y hacer de tal suerte más tierna y más jugosa su carne. En cuanto al rey de estos antropófagos, descubrí que era ogro. Todos los días le servían asado un hombre cebado por aquel método; a los demás no les gustaba el asado y comían la carne humana al natural, sin ningún aderezo.

Ante tan triste descubrimiento, mi ansiedad sobre mi suerte y la de mis compañeros no conoció límites cuando advertí enseguida una disminución notable de la inteligencia de mis camaradas, a medida que se hinchaba su vientre y engordaba su individuo. Acabaron por embrutecerse del todo a fuerza de comer, y cuando tuvieron el aspecto de unas bestias buenas para el matadero, se les confió a la vigilancia de un pastor, que a diario les llevaba a pacer en el prado.

En cuanto a mí, por una parte el hambre, y el miedo por otra, hicieron de mi persona la sombra de mí mismo y la carne se me secó encinta del hueso. Así es que, cuando los indígenas de la isla me vieron tan delgado y seco, no se ocuparon ya de mí y me olvidaron enteramente, juzgándome sin duda indigno de servirme asado ni siquiera a la parrilla ante su rey.

Tal falta de vigilancia por parte de aquellos insulares negros y desnudos me permitió un día alejarme de su vivienda y marchar en dirección opuesta a ella. En el camino me encontré al pastor que llevaba a pacer a mis desgraciados compañeros, embrutecidos por culpa de su vientre. Me di prisa a esconderme entre las hierbas altas, andando y corriendo para perderlos de vista, pues su aspecto me producía torturas y tristeza.

Ya se había puesto el sol, y yo no dejaba de andar. Continué camino adelante toda la noche, sin sentir necesidad de dormir, porque me despabilaba el miedo de caer en manos de los negros comedores de carne humana. Y anduve aún durante todo el otro día, y también los seis siguientes, sin perder más que el tiempo necesario para hacer una comida diaria que me permitiese seguir mi carrera en pos de lo desconocido. Y por todo alimento cogía hierbas y me comía las indispensables para no sucumbir de hambre.

Al amanecer el octavo día...

En este momento de su narración. Scherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 298: Pero cuando llegó la 303ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 303ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Al amanecer del octavo día llegué a la orilla opuesta de la isla y me encontré con hombres como yo, blancos y vestidos con trajes, que se ocupaban en quitar granos de pimienta de los árboles de que estaba cubierta aquella región. Cuando me advirtieron, se agruparon en torno mío y me hablaron en mi lengua, el árabe, que no escuchaba yo desde hacía tiempo.

Me preguntaron quién era y de dónde venía. Contesté: "¡Oh buenas gentes, soy un pobre extranjero!" Y les enumeré cuantas desgracias y peligros había experimentado. Mi relato les asombró maravillosamente, y me felicitaron por haber podido escapar de los devoradores de carne humana; me ofrecieron de comer y de beber, me dejaron reposar una hora, y después me llevaron a su barca para presentarme a su rey, cuya residencia se hallaba en otra isla vecina.

La isla en que reinaba este rey tenía por capital una ciudad muy poblada, abundante en todas las cosas de la vida, rica en zocos y en mercaderes cuyas tiendas aparecían provistas de objetos preciosos, cruzadas por calles en que circulaban numerosos jinetes en caballos espléndidos, aunque sin sillas ni estribos. Así es que cuando me presentaron al rey, tras de las zalemas hube de participarle mi asombro por ver cómo los hombres montaban a pelo en los caballos. Y le dije: "¿Por qué motivo, ¡oh mi señor y soberano! no se usa aquí la silla de montar? ¡Es un objeto tan cómodo para ir a caballo! ¡Y, además, aumenta el dominio del jinete!"

Sorprendiose mucho de mis palabras el rey, y me preguntó: "¿Pero en qué consiste una silla de montar? ¡Se trata de una cosa que nunca en nuestra vida vimos!" Yo le dije: "¿Quieres, entonces, que te confeccione una silla, para que puedas comprobar su comodidad y experimentar sus ventajas?" Me contestó: "¡Sin duda!"

Dije que pusiera a mis órdenes un carpintero hábil, y le hice trabajar a mi vista la madera de una silla conforme exactamente a mis indicaciones. Y permanecí junto a él hasta que la terminó. Entonces yo mismo forré la madera de la silla con lana y cuero y acabé guarneciéndola con bordados de oro y borlas de diversos colores. Hice que viniese a mi presencia luego un herrero, al cual le enseñé el arte de confeccionar un bocado y estribos; y ejecutó perfectamente estas cosas, porque no le perdí de vista un instante.

Cuando estuvo todo en condiciones, escogí el caballo más hermoso de las cuadras del rey, y le ensillé y embridé, y le enjaecé espléndidamente, sin olvidarme de ponerle diversos accesorios de adorno, como largas gualdrapas, borlas de seda y oro, penacho y collera azul. Y fui en seguida a presentárselo al rey, que lo esperaba con mucha impaciencia desde hacía algunos días.

Inmediatamente lo montó el rey, y se sintió tan a gusto y le satisfizo tanto la invención, que me probó su contento con regalos suntuosos y grandes prodigalidades.

Cuando el gran visir vio aquella silla y comprobó su superioridad, me rogó que le hiciera una parecida. Y yo accedí gustoso. Entonces todos los notables del reino y los altos dignatarios quisieron asimismo tener una silla, y me hicieron la oportuna demanda. Y tanto me obsequiaron, que en poco tiempo hube de convertirme en el hombre más rico y considerado de la ciudad.

Me había hecho amigo del rey, y un día que fui a verle, según era mi costumbre, se encaró conmigo, y me dijo: "¡Ya sabes, Sindbad, que te quiero mucho! En mi palacio llegaste a ser como de mi familia, y no puedo pasarme sin ti ni soportar la idea de que venga un día en que nos dejes. ¡Deseo, pues, pedirte una cosa sin que me la rehúses!".

Contesté: "¡Ordena, oh rey! ¡Tu poder sobre mí lo consolidaron tus beneficios y la gratitud que te debo por todo el bien que de ti recibí desde mi llagada a este reino!" Contestó él: "Deseo casarte entre nosotros con una mujer bella, bonita, perfecta, rica en oro y en cualidades, con el fin de que ella te decida a permanecer siempre en nuestra ciudad y en mi palacio. ¡Espero, pues, de ti que no rechaces mi ofrecimiento y mis palabras!"

Al oír aquel discurso quedé confundido, bajé la cabeza y no pude responder de tanta timidez como me embargaba. De manera que el rey me preguntó: "¿Por qué no me contestas, hijo mío?"

Yo repliqué: "¡Oh rey del tiempo, tus deseos son los míos y en mí tienes un esclavo!" Al punto envió él a buscar al kadí y a los testigos, y acto seguido diome por esposa a una mujer noble, de alto rango, poderosamente rica, dueña de propiedades edificadas y de tierras, y dotada de gran belleza. Al propio tiempo, me hizo el regalo de un palacio completamente amueblado, con sus esclavos de ambos sexos y un tren de casa verdaderamente regio.

Desde entonces viví en medio de una tranquilidad perfecta y llegué al límite del desahogo y el bienestar. Y de antemano me regocijaba la idea de poder un día escaparme de aquella ciudad y volver a Bagdad con mi esposa; porque la amaba mucho, y ella también me amaba, y nos llevábamos muy bien. Pero cuando el Destino dispone algo, ningún poder humano logra torcer su curso. ¿Y qué criatura puede conocer el porvenir? Aun había yo de comprobar una vez más ¡ay! que todos nuestros proyectos son juegos infantiles ante los designios del Destino.

Un día, por orden de Alah, murió la esposa de mi vecino. Como el tal vecino era amigo mío, fui a verle y traté de consolarle, diciéndole: "¡No te aflijas más de lo permitido, oh vecino! ¡Pronto te indemnizará Alah dándote una esposa más bendita todavía! ¡Prolongue Alah tus días!" Pero mi vecino, asombrado de mis palabras, levantó la cabeza y me dijo: "¿Cómo puedes desearme larga vida, cuando bien sabes que sólo me queda ya una hora de vivir?"

Entonces me asombré a mi vez y le dije: "¿Por qué hablas así, vecino, y a qué vienen semejantes presentimientos? ¡Gracias a Alah, eres robusto y nada te amenaza! ¿Pretendes, pues, matarte por tu propia mano?" Contestó: "¡Ah! Bien veo ahora tu ignorancia acerca de los usos de nuestro país. Sabe, pues, que la costumbre quiere que todo marido vivo sea enterrado vivo con su mujer cuando ella muera, y que toda mujer viva sea enterrada viva con su marido cuando muere él. ¡Es cosa inviolable! ¡Y enseguida debo ser enterrado vivo yo con mi mujer muerta! ¡Aquí ha de cumplir tal ley, establecida por los antepasados, todo el mundo, incluso el rey!"

Al escuchar aquellas palabras, exclamé: "¡Por Alah, qué costumbre tan detestable! ¡Jamás podré conformarme con ella!"

Mientras hablábamos en estos términos, entraron los parientes y amigos de mi vecino y se dedicaron, en efecto, a consolarle por su propia muerte y la de su mujer. Tras de lo cual se procedió a los funerales. Pusieron en un ataúd descubierto el cuerpo de la mujer, después de revestirla con los trajes más hermosos, y adornarla con las más preciosas joyas. Luego se formó el acompañamiento; el marido iba a la cabeza, detrás del ataúd, y todo el mundo, incluso yo, se dirigió al sitio del entierro

Salimos de la ciudad, llegando a una montaña que daba sobre el mar. En cierto paraje vi una especie de pozo inmenso, cuya tapa de piedra levantaron enseguida. Bajaron por allí el ataúd donde yacía la mujer muerta adornada con sus alhajas; luego se apoderaron de mi vecino, que no opuso ninguna resistencia; por medio de una cuerda le bajaron hasta el fondo del pozo, proveyéndole de un cántaro con agua y siete panes. Hecho lo cual taparon el brocal del pozo con las piedras grandes que lo cubrían, y nos volvimos por donde habíamos ido.

Asistí a todo esto en un estado de alarma inconcebible, pensando: "¡La cosa es aún peor que todas cuantas he visto!" Y no bien regresé a palacio, corrí en busca del rey y le dije: "¡Oh señor mío! ¡muchos países recorrí hasta hoy; pero en ninguna parte vi una costumbre tan bárbara como esa de enterrar al marido vivo con su mujer muerta! Por lo tanto, desearía saber, ¡oh rey del tiempo! si el extranjero ha de cumplir también esta ley al morir su esposa".

El rey contestó: "¡Sin duda que se le enterrará con ella!"

Cuando hube oído aquellas palabras, sentí que en el hígado me estallaba la vejiga de la hiel a causa de la pena, salí de allí loco de terror y marché a mi casa, temiendo ya que hubiese muerto mi esposa durante mi ausencia y que se me obligase a sufrir el horroroso suplicio que acababa de presenciar. En vano intenté consolarme diciendo: "¡Tranquilízate, Sindbad! ¡Seguramente morirás tú primero! ¡Por consiguiente, no tendrás que ser enterrado vivo!" Tal consuelo de nada había de servirme, porque poco tiempo después mi mujer cayó enferma, guardó cama algunos días y murió, a pesar de todos los cuidados con que no cesé de rodearla día y noche.

Entonces mi dolor no tuvo límites; porque si realmente resultaba deplorable el hecho de ser devorado por los comedores de carne humana, no lo resultaba menos el de ser enterrado vivo. Cuando vi que el rey iba personalmente a mi casa para darme el pésame por mi entierro, no dudé ya de mi suerte. El soberano quiso hacerme el honor de asistir, acompañado por todos los personajes de la corte, a mi entierro, yendo al lado mío a la cabeza del acompañamiento, detrás del ataúd en que yacía muerta mi esposa, cubierta con sus joyas y adornada con todos sus atavíos.

Cuando estuvimos al pie de la montaña que daba sobre el mar, se abrió el pozo en cuestión, haciendo bajar al fondo del agujero el cuerpo de mi esposa; tras de lo cual, todos los concurrentes se acercaron a mí y me dieron el pésame, despidiéndose. Entonces yo quise intentar que el rey y los concurrentes me dispensaran de aquella prueba, y exclamé llorando: "¡Soy extranjero, y no parece justo que me someta a. vuestra ley! ¡Además, en mi país tengo una esposa que vive e hijos que necesitan de mí!"

Pero en vano hube de gritar y sollozar, porque cogiéronme sin escucharme, me echaron cuerdas por debajo de los brazos, sujetaron a mi cuerpo un cántaro de agua y siete panes, como era costumbre, y me descolgaron hasta el fondo del pozo. Cuando llegué abajo, me dijeron: "¡Desátate, para que nos llevemos las cuerdas!" Pero no quise desligarme y continué con ellas, por si se decidían a subirme de nuevo. Entonces abandonaron las cuerdas, que cayeron sobre mí, taparon otra vez con las grandes piedras el brocal del pozo y se fueron por su camino, sin escuchar mis gritos que movían a piedad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 299: Pero cuando llegó la 304ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 304ª NOCHE


Ella dijo:

... sin escuchar mis gritos que movían a piedad.

A poco me obligó a taparme las narices la hediondez de aquel subterráneo. Pero no me impidió inspeccionar, merced a la escasa luz que descendía de lo alto, aquella gruta mortuoria llena de cadáveres antiguos y recientes. Era muy espaciosa, y se dilataba hasta una distancia que mis ojos no podían sondear. Entonces me tiré al suelo llorando, y exclamé: "¡Bien merecida tienes tu suerte, Sindbad de alma insaciable! Y luego, ¿qué necesidad tenías de casarte en esta ciudad? ¡Ah! ¿Por qué no pereciste en el valle de los diamantes, o por qué no te devoraron los comedores de hombres? ¡Era preferible que te hubiese tragado el mar en uno de tus naufragios y no tendrías que sucumbir ahora a tan espantosa muerte!"

Y al punto comencé a golpearme con fuerza en la cabeza, en el estómago y en todo mi cuerpo. Sin embargo, acosado por el hambre y la sed, no me decidí a dejarme morir de inanición, y desaté de la cuerda los panes y el cántaro de agua, y comí y bebí aunque con prudencia, en previsión de los siguientes días.

De este modo viví durante algunos días, habituándome paulatinamente al olor insoportable de aquella gruta y para dormir me acostaba en un lugar que tuve buen cuidado de limpiar de los huesos que en él aparecían. Pero no podía retrasar más el momento en que se me acabaran el pan y el agua. Y llegó ese momento. Entonces, poseído por la más absoluta desesperación, hice mi acto de fe, y ya iba a cerrar los ojos para aguardar la muerte, cuando vi abrirse por encima de mi cabeza, el agujero del pozo y descender en un ataúd a un hombre muerto, y tras de él su esposa con los siete panes y el cántaro de agua.

Entonces esperé a que los hombres de arriba tapasen de nuevo el brocal, y sin hacer el menor ruido, muy sigilosamente, cogí un gran hueso de muerto y me arrojé de un salto sobre la mujer, rematándola de un golpe en la cabeza; y para cerciorarme de su muerte todavía la propiné un segundo y un tercer golpe con toda mi fuerza. Me apoderé entonces de los siete panes y del agua, con lo que tuve provisiones para algunos días.

Al cabo de ese tiempo, abriose de nuevo el orificio, y esta vez descendieron una mujer muerta y un hombre. Con el objeto de seguir viviendo -¡porque el alma es preciosa!- no dejé de rematar al hombre, robándole sus panes y su agua. Y así continué viviendo durante algún tiempo, matando en cada oportunidad a la persona a quien se enterraba viva y robándole sus provisiones.

Un día entre los días, dormía yo en mi sitio de costumbre, cuando me desperté sobresaltado al oír un ruido insólito. Era cual un resuello humano y un rumor de pasos. Me levanté y cogí el hueso que me servía para rematar a los individuos enterrados vivos, dirigiéndome al lado de donde parecía venir el ruido. Después de dar unos pasos, creí entrever algo que huía resollando con fuerza. Entonces, siempre armado con mi hueso, perseguí mucho tiempo a aquella especie de sombra fugitiva, y continué corriendo en la oscuridad tras ella, y tropezando a cada paso con los huesos de los muertos; pero de pronto creí ver en el fondo de la gruta como una estrella luminosa que tan pronto brillaba como se extinguía.

Proseguí avanzando en la misma dirección, y conforme avanzaba veía aumentar y ensancharse la luz.

Sin embargo, no me atreví a creer que fuese aquello una salida por donde pudiese escaparme, y me dije: "¡Indudablemente debe ser un segundo agujero de este pozo por el que bajan ahora algún cadáver!"

Así que, cuál no sería mi emoción al ver que la sombra fugitiva, que no era otra cosa que un animal, saltaba con ímpetu por aquel agujero. Entonces comprendí que se trataba de una brecha abierta por las fieras para ir a comerse en la gruta los cadáveres. Y salté detrás del animal y me hallé al aire libre bajo el cielo.

Al darme cuenta de la realidad caí de rodillas, y con todo mi corazón di gracias al Altísimo por haberme libertado, y calmé y tranquilicé mi alma.

Miré entonces al cielo, y vi que me encontraba al pie de una montaña junto al mar; y observé que la tal montaña no debía comunicarse de ninguna manera con la ciudad, por lo escarpada e impracticable que era. Efectivamente, intenté ascender por ella, pero en vano. Entonces, para no morirme de hambre, entré en la gruta por la brecha en cuestión y cogí pan y agua; y volví a alimentarme bajo el cielo, verificándolo con bastante mejor apetito que mientras duró mi estancia entre los muertos.

Todos los días continué yendo a la gruta para quitarles los panes y el agua, matando a los que se enterraba vivos. Luego tuve la idea de recoger todas las joyas de los muertos, diamantes, brazaletes, collares, perlas, rubíes, metales cincelados, telas preciosas y cuantos objetos de oro y plata había por allí. Y poco a poco iba transportando mi botín a la orilla del mar, esperando que llegara día en que pudiese salvarme con tales riquezas. Y para que todo estuviese preparado, hice fardos bien envueltos en los trajes de los hombres y mujeres de la gruta.

Estaba yo sentado un día a la orilla del mar, pensando en mis aventuras y en mi actual estado, cuando vi que pasaba un navío por cerca de la montaña. Me levanté en seguida, desarrollé la tela de mi turbante y me puse a agitarla con bruscos ademanes y dando muchos gritos mientras corría por la costa. Gracias a Alah, la gente del navío advirtió mis señales, y destacaron una barca para que fuese a recogerme y transportarme a bordo. Me llevaron con ellos y también se encargaron gustosos de mis fardos.

Cuando estuvimos a bordo, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¿Qué eres y cómo te encontrabas en esa montaña donde nunca vi más que animales salvajes y aves de rapiña, pero no un ser humano, desde que navego por estos parajes? Contesté: "¡Oh, señor mío, soy un pobre mercader extranjero en estas comarcas! Embarqué en un navío enorme que naufragó junto a esta costa; y gracias a mi valor y a mi resistencia, yo solo entre mis compañeros pude salvarme de perecer ahogado y salvé conmigo mis fardos de mercancías, poniéndolos en una tabla grande que me proporcioné cuando el navío viose a merced de las olas. El Destino y mi suerte me arrojaron a esta orilla, y Alah ha querido que no muriese yo de hambre y de sed". Y esto fue lo que dije al capitán, guardándome mucho de decirle la verdad sobre mi matrimonio y mi enterramiento, no fuera que a bordo hubiese alguien de la ciudad donde reinaba la espantosa costumbre de que estuve a punto de ser víctima.

Al acabar mi discurso al capitán, saqué de uno de mis paquetes un hermoso objeto de precio y se lo ofrecí como presente, para que me tuviese consideración durante el viaje. Pero con gran sorpresa por mi parte, dio prueba de un raro desinterés, sin querer aceptar mi obsequio, y me dijo con acento benévolo: "No acostumbro hacerme pagar las buenas acciones. No eres el primero a quien hemos recogido en el mar. A otros náufragos socorrimos, transportándoles a su país, ¡por Alah! y no sólo nos negamos a que nos pagaran, sino que, como carecían de todo, les dimos de comer y de beber y les vestimos, y siempre ¡por Alah! hubimos de proporcionarle lo preciso para subvenir a sus gastos de viaje. ¡Porque el hombre se debe a sus semejantes, por Alah!"

Al escuchar tales palabras, di gracias al capitán e hice votos en su favor, deseándole larga vida, en tanto que él ordenaba desplegar las velas y ponía en marcha al navío.

Durante días y días navegamos en excelentes condiciones, de isla en isla y de mar en mar, mientras yo me pasaba las horas muertas deliciosamente tendido, pensando en mis extrañas aventuras y preguntándome si en realidad había yo experimentado todos aquellos sinsabores o si no eran un sueño. Y al recordar algunas veces mi estancia en la gruta subterránea con mi esposa muerta, creía volverme loco de espanto.

Pero al fin, por obra y gracia de Alah, llegamos con buena salud a Bassra, donde no nos detuvimos más que algunos días, entrando luego en Bagdad.

Entonces, cargado con riquezas infinitas, tomé el camino de mi calle y de mi casa, adonde entré y encontré a mis parientes y a mis amigos; festejaron mi regreso y se regocijaron en extremo, felicitándome por mi salvación. Yo, entonces, guardé con cuidado en los armarios mis tesoros, sin olvidarme de distribuir muchas limosnas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, así como valiosas dádivas entre mis amigos y conocimientos. Y desde entonces no cesé de entregarme a todas las diversiones y a todos los placeres en compañía de personas agradables.

¡Pero cuanto os conté hasta aquí no es nada, verdaderamente, en comparación de lo que me reservo para contároslo mañana, si Alah quiere!"

¡Así habló aquel día Sindbad! Y no dejó de mandar que dieran cien monedas de oro al cargador, invitándole a cenar con él, en compañía asimismo de los notables que se hallaban presentes. Y todo el mundo maravillose de aquello.

En cuanto a Sindbad el Cargador...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 300: Y cuando llegó la 306ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 306ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... En cuanto a Sindbad el Cargador, llegó a su casa, donde soñó toda la noche con el relato asombroso. Y cuando al día siguiente estuvo de vuelta en casa de Sindbad el Marino, todavía se hallaba emocionado a causa del enterramiento de su huésped. Pero como ya habían extendido el mantel, se hizo sitio entre los demás, y comió, y bebió, y bendijo al Bienhechor. Tras de lo cual, en medio del general silencio, escuchó lo que contaba Sindbad el Marino.


LA QUINTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL QUINTO VIAJE[editar]

Dijo Sindbad:

"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del cuarto viaje me dediqué a hacer una vida de alegría, de placeres y de diversiones, y con ello olvidé en seguida mis pasados sufrimientos, y sólo me acordé de las ganancias admirables que me proporcionaron mis aventuras extraordinarias. Así es que no os asombraréis si os digo que no dejé de atender a mi alma, la cual inducíame a nuevos viajes por los países de los hombres.

Me apresté, pues, a seguir aquel impulso, y compré las mercaderías que a mi experiencia parecieron de más fácil salida y de ganancia segura y fructífera; hice que las encajonasen, y partí con ellas para Bassra.

Allí fui a pasearme por el puerto, y vi un navío grande, nuevo completamente, que me gustó mucho y que acto seguido compré para mí solo. Contraté a mi servicio a un buen capitán experimentado y a los necesarios marineros. Después mandé que cargaran las mercaderías mis esclavos, a los cuales mantuve a bordo para que me sirvieran. También acepté en calidad de pasajeros a algunos mercaderes de buen aspecto, que me pagaron honradamente el precio del pasaje. De esta manera, convertido entonces en dueño de un navío, podía ayudar al capitán con mis consejos, merced a la experiencia que adquirí en asuntos marítimos.

Abandonamos Bassra con el corazón confiado y alegre, deseándonos mutuamente todo género de bendiciones. Y nuestra navegación fue muy feliz, favorecida de continuo por un viento propicio y un mar clemente. Y después de haber hecho diversas escalas con objeto de vender y comprar, arribamos un día a una isla completamente deshabitada y desierta, y en la cual se veía como única vivienda una cúpula blanca. Pero al examinar más de cerca aquella cúpula blanca, adiviné que se trataba de un huevo de rokh. Me olvidé de advertirlo a los pasajeros, los cuales, una vez que desembarcaron, no encontraron para entretenerse nada mejor que tirar gruesas piedras a la superficie del huevo; y algunos instantes más tarde sacó del huevo una de sus patas el rokhecillo.

Al verlo, continuaron rompiendo el huevo los mercaderes; luego mataron a la cría del rokh, cortándola en pedazos grandes, y fueron a bordo para contarme la aventura.

Entonces llegué al límite del terror, y exclamé: "¡Estamos perdidos! ¡Enseguida vendrán el padre y la madre del rokh para atacarnos y hacernos perecer! ¡Hay que alejarse, pues, de esta isla lo más de prisa posible!" Y al punto desplegamos las velas y nos pusimos en marcha, ayudados por el viento.

En tanto, los mercaderes ocupábanse en asar los cuartos del rokh; pero no habían empezado a saborearlos, cuando vimos sobre los ojos del sol dos gruesas nubes que lo tapaban completamente. Al hallarse más cerca de nosotros estas nubes, advertimos no eran otra cosa que dos gigantescos rokhs, el padre y la madre del muerto. Y les oímos batir las alas y lanzar graznidos más terribles que el trueno. Y en seguida nos dimos cuenta de que estaban precisamente encima de nuestras cabezas, aunque a una gran altura, sosteniendo cada cual en sus garras una roca enorme, mayor que nuestro navío.

Al verlo no dudamos ya de que la venganza de los rokhs nos perdería. Y de repente uno de los rokhs dejó caer desde lo alto la roca en dirección al navío. Pero el capitán tenía mucha experiencia; maniobró con la barra tan rápidamente, que el navío viró a un lado, y la roca, pasando junto a nosotros, fue a dar en el mar, el cual abrióse de tal modo, que vimos su fondo, y el navío se alzó y bajó y volvió a alzarse espantablemente. Pero quiso nuestro destino que en aquel mismo instante soltase el segundo rokh su piedra, que, sin que pudiésemos evitarlo, fue a caer en la popa, rompiendo el timón en veinte pedazos y hundiendo la mitad del navío. Al golpe, mercaderes y marineros quedaron aplastados o sumergidos. Yo fui de los que se sumergieron.

Pero tanto luché con la muerte, impulsado por el instinto de conservar mi alma preciosa, que pude salir a la superficie del agua. Y por fortuna, logré agarrarme a una tabla de mi destrozado navío.

Al fin conseguí ponerme a horcajadas encima de la tabla, y remando con los pies y ayudado por el viento y la corriente, pude llegar a una isla en el preciso instante en que iba a entregar mi último aliento, pues estaba extenuado de fatiga, hambre y sed. Empecé por tenderme en la playa, donde permanecí aniquilado una hora, hasta que descansaron y se tranquilizaron mi alma y mi corazón. Me levanté entonces y me interné en la isla, con objeto de reconocerla.

No tuve necesidad de caminar mucho para advertir que aquella vez el Destino me había transportado a un jardín tan hermoso, que podría compararse con los jardines del paraíso. Ante mis ojos extáticos aparecían por todas partes árboles de dorados frutos, arroyos cristalinos, pájaros de mil plumajes diferentes y flores arrebatadoras. Por consiguiente, no quise privarme de comer de aquellas frutas, beber de aquella agua y aspirar aquellas flores; y todo lo encontré lo más excelente posible...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 301: Y cuando llegó la 307ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 307ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y todo lo encontré lo más excelente posible. Así es que no me moví del sitio en que me hallaba, y continué reposando de mis fatigas hasta que acabó el día.

Pero cuando llegó la noche y me vi en aquella isla, solo entre los árboles, no pude por menos de tener un miedo atroz, a pesar de la belleza y la paz que me rodeaban; no logré dormirme más que a medias, y durante el sueño me asaltaron pesadillas terribles en medio de aquel silencio y aquella soledad.

Al amanecer me levanté más tranquilo y avancé en mi exploración. De esta suerte pude llegar junto a un estanque donde iba a dar el agua de un manantial, y a la orilla del estanque hallábase sentado, inmóvil, un venerable anciano cubierto con amplio manto hecho de hojas de árbol. Y pensé para mí: "¡También este anciano debe de ser algún náufrago que se refugiara antes que yo en esta isla!".

Me acerqué, pues, a él y le deseé la paz. Me devolvió el saludo, pero solamente por señas y sin pronunciar palabra. Y le pregunté: "¡Oh venerable jeique! ¿a qué se debe tu estancia en este sitio?" Tampoco me contestó; pero movió con aire triste la cabeza, y con la mano me hizo señas que significaban: "¡Te suplico que me cargues a tu espalda y atravieses el arroyo conmigo, porque quisiera coger frutas en la otra orilla!"

Entonces pensé: "¡Ciertamente, Sindbad, que verificarás una buena acción sirviendo así a este anciano!" Me incliné, pues, y me lo cargué sobre los hombros, atrayendo a mi pecho sus piernas, y con sus muslos él me rodeaba el cuello y la cabeza con sus brazos. Y le transporté a la otra orilla del arroyo hasta el lugar que hubo de designarme; luego me incliné nuevamente y le dije: "¡Baja con cuidado, oh venerable jeique!" ¡Pero no se movió! Por el contrario, cada vez apretaba más sus muslos en torno de mi cuello, y se afianzaba a mis hombros con todas sus fuerzas.

Al darme cuenta de ello llegué al límite del asombro y miré con atención sus piernas. Me parecieron negras y velludas, y ásperas como la piel de un búfalo, y me dieron miedo. Así es que, haciendo un esfuerzo inmenso, quise desenlazarme de su abrazo y dejarlo en tierra; pero entonces me apretó él la garganta tan fuertemente, que casi me estranguló y ante mí se oscureció el mundo. Todavía hice un último esfuerzo; pero perdí el conocimiento, casi ya sin respiración, y caí al suelo desvanecido.

Al cabo de algún tiempo volví en mí, observando que, a pesar de mi desvanecimiento, el anciano se mantenía siempre agarrado a mis hombros; sólo había aflojado sus piernas ligeramente para permitir que el aire penetrara en mi garganta.

Cuando me vio respirar, diome dos puntapiés en el estómago para obligarme a que me incorporara de nuevo. El dolor me hizo obedecer, y me erguí sobre mis piernas, mientras él se afianzaba a mi cuello más que nunca. Con la mano me indicó que anduviera por debajo de los árboles y se puso a coger frutas y a comerlas. Y cada vez que me paraba yo contra su voluntad o andaba demasiado de prisa, me daba puntapiés tan violentos que veíame obligado a obedecerle.

Todo aquel día estuvo sobre mis hombros, haciéndome caminar como un animal de carga; y llegada la noche, me obligó a tenderme con él para dormir sujeto siempre a mi cuello. Y a la mañana me despertó de un puntapié en el vientre; obrando como la víspera.

Así permaneció afianzado a mis hombros día y noche sin tregua. Encima de mí hacía todas sus necesidades líquidas y sólidas, y sin piedad me obligaba a marchar, dándome puntapiés y puñetazos.

Jamás había yo sufrido en mi alma tantas humillaciones y en mi cuerpo tan malos tratos como al servicio forzoso de este anciano, más robusto que joven y más despiadado que un arriero. Y ya no sabía yo de qué medio valerme para desembarazarme de él, y deploraba el caritativo impulso que me hizo compadecerle y subirle a mis hombros. Y desde aquel momento me deseé la muerte desde lo más profundo de mi corazón.

Hacía ya mucho tiempo que me veía reducido a tan deplorable estado, cuando un día aquel hombre me obligó a caminar bajo unos árboles de los que colgaban gruesas calabazas, y se me ocurrió la idea de aprovechar aquellas frutas secas para hacer con ellas recipientes. Recogí una gran calabaza seca que había caído del árbol tiempo atrás, la vacié por completo, la limpié, y fui a una vid para cortar racimos de uvas, que exprimí dentro de la calabaza hasta llenarla. La tapé luego cuidadosamente y la puse al sol, dejándola allí varios días, hasta que el zumo de uvas convirtiose en vino puro. Entonces cogí la calabaza y bebí de su contenido la cantidad suficiente para reponer fuerzas y ayudarme a soportar las fatigas de la carga, pero no lo bastante para embriagarme. Al momento me sentí reanimado y alegre hasta tal punto, que por primera vez me puse a hacer piruetas en todos sentidos con mi carga, sin notarla ya, y a bailar cantando por entre los árboles. Incluso hube de dar palmadas para acompañar mi baile, riendo a carcajadas.

Cuando el anciano me vio en aquel estado inusitado y advirtió que mis fuerzas se multiplicaban hasta el extremo de conducirle sin fatiga, me ordenó por señas que le diese la calabaza. Me contrarió bastante la petición, pero le tenía tanto miedo, que no me atreví a negarme; me apresuré, pues, a darle la calabaza de muy mala gana. La tomó en sus manos, la llevó a sus labios, saboreó primero el líquido, para saber a qué atenerse, y como lo encontró agradable, se lo bebió, vaciando la calabaza hasta la última gota y arrojándola después lejos de sí.

Enseguida se hizo sentir en su cerebro el efecto del vino; y como había bebido lo suficiente para embriagarse, no tardó en bailar a su manera en un principio, zarandeándose sobre mis hombros, para aplomarse luego con todos los músculos relajados, venciéndose a derecha e izquierda y sosteniéndose sólo lo preciso para no caerse.

Entonces yo, al sentir que no me oprimía como de costumbre, desanudé de mi cuello sus piernas con un movimiento rápido, y por medio de una contracción de hombros le despedí a alguna distancia, haciéndole rodar por el suelo, en donde quedó sin movimiento. Salté sobre él entonces, y cogiendo de entre los árboles una piedra enorme, le sacudí con ella en la cabeza diversos golpes tan certeros, que le destrocé el cráneo y mezclé su sangre a su carne. ¡Murió! ¡Ojala no haya tenido Alah nunca compasión de su alma!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 302: Y cuando llegó la 308ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 308ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...¡Ojala no haya tenido Alah nunca compasión de su alma!

A la vista de su cadáver, me sentí el alma todavía más aligerada que el cuerpo, y me puse a correr de alegría, y así llegué a la playa, al mismo sitio donde me arrojó el mar cuando el naufragio de mi navío.

Quiso el Destino que precisamente en aquel momento se encontrasen allí unos marineros que desembarcaron de un navío anclado para buscar agua y frutas. Al verme, llegaron al límite del asombro, y me rodearon y me interrogaron después de mutuas zalemas. Y les conté lo que acababa de ocurrirme, cómo había naufragado y cómo estuve reducido al estado de perpetuo animal de carga para el jeique a quien hube de matar.

Estupefactos quedaron los marineros con el relato de mi historia, y exclamaron: "¡Es prodigioso que pudieras librarte de ese jeique, conocido por todos los navegantes con el nombre de Anciano del mar! Tú eres el primero a quien no estranguló, porque siempre ha ahogado entre sus muslos a cuantos tuvo a su servicio. ¡Bendito sea Alah, que te libró de él!"

Después de lo cual, me llevaron a su navío, donde su capitán me recibió cordialmente, y me dio vestidos con qué cubrir mi desnudez; y luego que le hube contado mi aventura, me felicitó por mi salvación, y nos hicimos a la vela.

Tras varios días y varias noches de navegación, entramos en el puerto de una ciudad que tenía casas muy bien construidas junto al mar. Esta ciudad llamábase la Ciudad de los Monos, a causa de la cantidad prodigiosa de monos que habitaban en los árboles de las inmediaciones. Bajé a tierra acompañado por uno de los mercaderes del navío, con el objeto de visitar la ciudad y procurar hacer algún negocio. El mercader con quien entablé amistad me dio un saco de algodón, y me dijo: "Toma este saco, llénale de guijarros y agrégate a los habitantes de la ciudad que salen ahora de sus muros. Imita exactamente lo que les veas hacer. Y así ganarás muy bien tu vida".

Entonces hice lo que él me aconsejaba; llené de guijarros mi saco, y cuando terminé aquel trabajo, vi salir de la ciudad a un tropel de personas, igualmente cargada cada cual con un saco parecido al mío. Mi amigo el mercader me recomendó a ellas cariñosamente, diciéndoles: "Es un hombre pobre y extranjero. ¡Llevadle con vosotros para enseñarle a ganarse aquí la vida! ¡Si le hacéis tal servicio, seréis recompensados pródigamente por el Retribuidor!" Ellos contestaron que escuchaban y obedecían, y me llevaron consigo.

Después de andar durante algún tiempo, llegamos a un valle cubierto de árboles tan altos, que resultaba imposible subir a ellos; y estos árboles estaban poblados por los monos, y sus ramas aparecían cargadas de frutos de corteza dura llamados cocos de Indias.

Nos detuvimos al pie de aquellos árboles, y mis compañeros dejaron en tierra los sacos y pusiéronse a apedrear a los monos, tirándoles piedras. Y yo hice lo que ellos. Entonces, furiosos, los monos nos respondieron tirándonos desde lo alto de los árboles una cantidad enorme de cocos. Y nosotros, procurando resguardarnos, recogíamos aquellos frutos y llenábamos nuestros sacos con ellos.

Una vez llenos los sacos, nos los cargamos de nuevo a hombros, y volvimos a emprender el camino de la ciudad, en la cual un mercader me compró el saco, pagándome en dinero. Y de este modo continué acompañando todos los días a los recolectores de cocos y vendiendo en la ciudad aquellos frutos, y así estuve hasta que poco a poco, a fuerza de acumular lo que ganaba, adquirí una fortuna que engrosó por sí sola después de diversos cambios y compras, y me permitió embarcarme en un navío que salía para el Mar de las Perlas.

Como tuve cuidado de llevar conmigo una cantidad prodigiosa de cocos, no dejé de cambiarlos por mostaza y canela a mi llegada a diversas islas; y después vendí la mostaza y la canela, y con el dinero que gané me fui al Mar de las Perlas, donde contraté buzos por mi cuenta. Fue muy grande mi suerte en la pesca de perlas, pues me permitió realizar en poco tiempo una gran fortuna. Así es que no quise retrasar más el regreso, y después de comprar, para mi uso personal, madera de áloe de la mejor calidad a los indígenas de aquel país descreído, me embarqué en un buque que se hacía a la vela para Bassra, adonde arribé felizmente después de una excelente navegación. Desde allí salí enseguida para Bagdad, y corrí a mi calle y a mi casa, donde me recibieron con grandes manifestaciones de alegría mis parientes y mis amigos.

Como volvía más rico que jamás lo había estado, no dejé de repartir en torno mío el bienestar, haciendo muchas dádivas a los necesitados. Y viví en un reposo perfecto desde el seno de la alegría y los placeres.

Luego, terminada esta historia, Sindbad el Marino, según su costumbre, hizo que entregaran las cien monedas de oro al cargador, que con los demás comensales retirose maravillado, después de cenar. Y al día siguiente, después de un festín tan suntuoso como el de la víspera, Sindbad el Marino habló en los siguientes términos ante la misma asistencia:


LA SEXTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL SEXTO VIAJE[editar]

"Sabed, ¡oh todos vosotros mis amigos, mis compañeros y mis queridos huéspedes! que al regreso de mi quinto viaje estaba yo un día sentado delante de mi puerta tomando el fresco, y he aquí que llegué al límite del asombro cuando vi pasar por la calle unos mercaderes que al parecer volvían de viaje. Al verlos recordé con satisfacción los días de mis retornos, la alegría que experimentaba al encontrar a mis parientes, amigos y antiguos compañeros, la alegría, mayor aún, de volver a ver mi país natal; y este recuerdo incitó a mi alma al viaje y al comercio. Resolví, pues, viajar; compré ricas y valiosas mercaderías a propósito para el comercio por mar, mandé cargar los fardos y partí de la ciudad de Bagdad con dirección a la de Bassra. Allí encontré una gran nave llena de mercaderías y de notables, que llevaban consigo mercancías suntuosas. Hice embarcar mis fardos con los suyos a bordo de aquel navío, y abandonamos en paz la ciudad de Bassra...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

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Capítulo 303: Y cuando llegó la 309ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 309ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y abandonamos en paz la ciudad de Bassra.

No dejamos de navegar de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, vendiendo, comprando y alegrando la vista con el espectáculo de los países de los hombres, viéndonos favorecidos constantemente por una feliz navegación, que aprovechábamos para gozar de la vida. Pero un día entre los días, cuando nos creíamos en completa seguridad, oímos gritos de desesperación. Era nuestro capitán quien los lanzaba. Al mismo tiempo le vimos tirar al suelo el turbante, golpearse el rostro, mesarse las barbas y dejarse caer en mitad del buque, presa de un pesar inconcebible.

Entonces todos los mercaderes y pasajeros le rodeamos, y le preguntamos: "¡Oh, capitán! ¿Qué sucede?". El capitán respondió: "Sabed, buena gente, aquí reunida, que nos hemos extraviado con nuestro navío, y hemos salido del mar en que estábamos para entrar en otro mar cuya derrota no conocemos. Y si Alah no nos depara algo que nos salve de este mar, quedaremos aniquilados cuantos estamos aquí. ¡Por lo tanto, hay que suplicar a Alah el Altísimo que nos saque de este trance!"

Dicho esto, el capitán se levantó y subió al palo mayor, y quiso arreglar las velas; pero de pronto sopló con violencia el viento y echó al navío hacia atrás tan bruscamente, que se rompió el timón cuando estábamos cerca de una alta montaña. Entonces el capitán bajó del palo, y exclamó: "¡No hay fuerza ni recurso más que en Alah el Altísimo y Todopoderoso! ¡Nadie puede detener el Destino! ¡Por Alah! ¡Hemos caído en una perdición espantosa, sin ninguna probabilidad de salvarnos!".

Al oír tales palabras, todos los pasajeros se echaron a llorar por propio impulso, y despidiéndose unos de otros antes de que se acabase la existencia y se perdiera toda esperanza. De pronto el navío se inclinó hacia la montaña, y se estrelló y se dispersó en tablas por todas partes. Y cuantos estaban dentro se sumergieron. Y los mercaderes cayeron al mar. Y unos se ahogaron y otros se agarraron a la montaña consabida y pudieron salvarse. Yo fui de los que pudieron agarrarse a la montaña.

Estaba la tal montaña situada en una isla muy grande, cuyas costas aparecían cubiertas por restos de buques naufragados y de toda clase de residuos. En el sitio en que tomamos tierra, vimos a nuestro alrededor una cantidad prodigiosa de fardos y mercaderías, y objetos valiosos de todas clases arrojados por el mar.

Y yo empecé a andar por en medio de aquellas cosas dispersas y a los pocos pasos llegué a un riachuelo de agua dulce que, al revés de todos los demás ríos, que van a desaguar en el mar, salía de la montaña y se alejaba del mar, para internarse más adelante en una gruta situada al pie de aquella montaña y desaparecer por ella.

Pero había más. Observé que las orillas de aquel río estaban sembradas de piedras, de rubíes, de gemas de todos los colores, de pedrería de todas formas y de metales preciosos. Y todas aquellas piedras preciosas abundaban tanto como los guijarros en el cauce de un río. Así es que todo aquel terreno brillaba y centelleaba con mil reflejos y luces, de manera que los ojos no podían soportar su resplandor.

Noté también que aquella isla contenía la mejor calidad de madera de áloe chino y de áloe comarí.

También había en aquella isla una fuente de ámbar bruto líquido, del color del betún, que manaba como cera derretida por el suelo bajo la acción del sol y salían del mar grandes peces para devorarlo. Y se lo calentaban dentro y lo vomitaban al poco tiempo en la superficie del agua, y entonces se endurecía y cambiaba de naturaleza y de color. Y las olas lo llevaban a la orilla, embalsamándola. En cuanto al ámbar que no tragaban los peces, se derretía bajo la acción de los rayos del sol, y esparcía por toda la isla un olor semejante al del almizcle.

He de deciros asimismo que todas aquellas riquezas no le servían a nadie, puesto que nadie pudo llegar a aquella isla y salir de ella vivo ni muerto. En efecto, todo navío que se acercaba a sus costas estrellábase contra la montaña; y nadie podía subir a la montaña, porque era inaccesible.

De modo que los pasajeros que lograron salvarse del naufragio de nuestra nave, y yo entre ellos, quedamos muy perplejos, y estuvimos en la orilla, asombrados con todas las riquezas que teníamos a la vista, y con la mísera suerte que nos aguardaba en medio de tanta suntuosidad.

Así estuvimos durante bastante rato en la orilla, sin saber qué hacer, y después, como habíamos encontrado algunas provisiones, nos las repartimos con toda equidad. Y mis compañeros, que no estaban acostumbrados a las aventuras, se comieron su parte de una vez o en dos; y no tardaron al cabo de cierto tiempo, variable según la resistencia de cada cual, en sucumbir uno tras otro por falta de alimento. Pero yo supe economizar con prudencia mis víveres y no comí más que una vez al día, aparte de que había encontrado otras provisiones, de las cuales no dije palabra a mis compañeros.

Los primeros que murieron fueron enterrados por los demás después de lavarles y meterles en sudarios confeccionados con las telas recogidas en la orilla. Con las privaciones vino a complicarse una epidemia de dolores de vientre, originada por el clima húmedo del mar. Así es que mis compañeros no tardaron en morir hasta el último, y yo abrí con mis manos la huesa del postrer camarada.

En aquel momento ya me quedaban muy pocas provisiones, a pesar de mi economía y prudencia, y como veía acercarse el momento de la muerte, empecé a llorar por mí, pensando: "¿Por qué no sucumbí antes que mis compañeros, que me hubieran rendido el último tributo, lavándome y sepultándome? ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnipotente!" Y enseguida empecé a morderme las manos de desesperación...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 304: Pero cuando llegó la 310ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 310ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... empecé a morderme las manos con desesperación.

Me decidí entonces a levantarme, y empecé a abrir una fosa profunda, diciendo para mí: "Cuando sienta llegar mi último momento, me arrastraré hasta aquí y me meteré en la fosa, donde moriré. ¡El viento se encargará de acumular poco a poco la arena encima de mi cabeza y llenará el hoyo!" Y mientras verificaba aquel trabajo, me echaba en cara mi falta de inteligencia y mi salida de mi país, después de todo lo que me había ocurrido en mis diferentes viajes, y de lo que había experimentado la primera, y la segunda, y la tercera, y la cuarta, y la quinta vez, siendo cada prueba peor que la anterior.

Y decía para mí: "¡Cuántas veces te arrepentiste para volver a empezar! ¿Qué necesidad tenías de viajar nuevamente? ¿No poseías en Bagdad riquezas bastantes para gastar sin cuenta y sin temor a que se te acabaran nunca los fondos suficientes para dos existencias como la tuya?"

A estos pensamientos sucedió pronto otra reflexión, sugerida por la vista del río. En efecto, pensé: ¡Por Alah! Ese río indudablemente ha de tener un principio y un fin. Desde aquí veo el principio, pero el fin es invisible. No obstante, ese río que se interna así por debajo de la montaña, sin remedio ha de salir al otro lado por algún sitio. De modo que la única idea práctica para escaparme de aquí es construir una embarcación cualquiera, meterme en ella y dejarme llevar por la corriente del agua que entra en la gruta. ¡Si es mi destino, ya encontraré de ese modo el medio de salvarme; si no, moriré ahí dentro, y será menos espantoso que perecer de hambre en esta playa!

Me levanté, pues, algo animado por esta idea, y enseguida me puse a ejecutar mi proyecto. Junté grandes haces de madera de áloe comarí y chino; los até sólidamente con cuerdas; coloqué encima grandes tablones recogidos de la orilla y procedentes de los barcos náufragos, y con todo confeccioné una balsa tan ancha como el río, o mejor dicho algo menos ancha, pero poco.

Terminado este trabajo, cargué la balsa con algunos sacos llenos de rubíes, perlas y toda clase de pedrerías, escogiendo las más gordas, que eran como guijarros, y cogí también algunos fardos de ámbar gris, que elegí muy bueno y libre de impurezas; y no dejé tampoco de llevarme las provisiones que me quedaban. Lo puse todo bien acondicionado sobre la balsa, que cuidé de proveer de dos tablas a guisa de remos, y acabé por embarcarme en ella, confiando en la voluntad de Alah y recordando estos versos del poeta:

¡Amigo, apártate de los lugares en que reine la opresión, y deja que resuene la morada con los gritos de duelo de quienes la construyeron!
¡Encontrarás tierra distinta de tu tierra; pero tu alma es una sola y no encontrarás otra!
¡Y no te aflijas ante los accidentes de las noches, pues por muy grandes que sean las desgracias, siempre tienen un término!
¡Y sabe que aquel cuya muerte fue decretada de antemano en una tierra, no podrá morir en otra!
¡Y en tu desgracia no envíes mensajes a ningún consejero; ningún consejero es mejor que el alma propia!

La balsa fue pues, arrastrada por la corriente bajo la bóveda de la gruta, donde empezó a rozar con aspereza contra las paredes, y tamben mi cabeza recibió varios choques, mientras que yo, espantado por la oscuridad completa en que me vi de pronto, quería ya volver a la playa. Pero no podía retroceder; la fuerte corriente me arrastraba cada vez más adentro y el cauce del río tan pronto se estrechaba como se ensanchaba, en tanto que iban haciéndose más densas las tinieblas a mi alrededor, cansándome muchísimo. Entonces, soltando los remos, que por cierto no me servían para gran cosa, me tumbé boca abajo en la balsa con objeto de no romperme el cráneo contra la bóveda, y no sé cómo, fui insensibilizándome en un profundo sueño.

Debió éste durar un año o más, a juzgar por la pena que lo originó. El caso es que al despertarme me encontré en plena claridad. Abrí los ojos y me encontré tendido en la hierba de una vasta campiña, y mi balsa estaba amarrada junto a un río; y alrededor de mí había indios y abisinios.

Cuando me vieron ya despierto aquellos hombres, se pusieron a hablarme, pero no entendí nada de su idioma y no les pude contestar. Empezaba a creer que era un sueño todo aquello cuando advertí que hacia mí avanzaba un hombre, que me dijo en árabe: "¡La paz contigo!, ¡oh hermano nuestro! ¿Quién eres, de dónde vienes y qué motivo te trajo a este país? Nosotros somos labradores que venimos aquí a regar nuestros campos y plantaciones. Vimos la balsa en que te dormiste y la hemos sujetado y amarrado a la orilla. Después nos aguardamos a que despertaras tú solo, para no asustarte. ¡Cuéntanos ahora qué aventura te condujo a este lugar!"

Pero yo contesté: "¡Por Alah! sobre ti, oh señor ¡dame primeramente de comer, porque tengo hambre, y pregúntame luego cuanto gustes!".

Al oír estas palabras, el hombre se apresuró a traerme alimento, y comí hasta que me encontré harto, y tranquilo, y reanimado. Entonces comprendí que recobraba el alma, y di gracias a Alah por lo ocurrido, y me felicité de haberme librado de aquel río subterráneo. Tras de lo cual conté a quienes me rodeaban todo lo que me aconteció, desde el principio hasta el fin.

Cuando hubieron oído mi relato, quedaron maravillosamente asombrados, y conversaron entre sí, y el que hablaba árabe me explicaba lo que se decían, como también les había hecho comprender mis palabras. Tan admirados estaban, que querían llevarme junto a su rey para que oyera mis aventuras.

Yo consentí inmediatamente, y me llevaron. Y no dejaron tampoco de transportar la balsa como estaba, con sus fardos de ámbar y sus sacos llenos de pedrería.

El rey, al cual le contaron quién era yo, me recibió con mucha cordialidad, y después de recíprocas zalemas me pidió que yo mismo le contase mis aventuras.

Al punto obedecí, y le narré cuanto me había ocurrido, sin omitir nada. Pero no es necesario repetirlo.

Oído mi relato, el rey de aquella isla, que era la de Serendib, llegó al límite del asombro y me felicitó mucho por haber salvado la vida a pesar de tanto peligro corrido. Enseguida quise demostrarle que los viajes me sirvieron de algo, y me apresuré a abrir en su presencia mis sacos y mis fardos.

Entonces el rey, que era muy inteligente en pedrería, admiró mucho mi colección, y yo, por deferencia a él, escogí un ejemplar muy hermoso de cada especie de piedra, como asimismo perlas grandes y pedazos enteros de oro y plata, y se los ofrecí de regalo.

Avínose a aceptarlos, y en cambio me colmó de consideraciones y honores, y me rogó que habitara en su propio palacio. Así lo hice, y desde aquel día llegué a ser amigo del rey y uno de los personajes principales de la isla. Y todos me hacían preguntas acerca de mi país, y yo les contestaba y les interrogaba acerca del suyo, y me respondían.

Así supe que la isla de Serendib tenía ochenta parasangas de longitud y ochenta de anchura; que poseía una montaña que era la más alta del mundo, en cuya cima había vivido nuestro padre Adán cierto tiempo; que encerraba muchas perlas y piedras preciosas, menos bellas, en realidad, que las de mis fardos, y muchos cocoteros...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 305: Pero cuando llegó la 311ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 311ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...y muchos cocoteros.

Un día, el rey de Serendib me interrogó acerca de los asuntos públicos de Bagdad y del modo que tenía de gobernar el califa Harún Al-Raschid. Y yo le conté cuán equitativo y magnánimo era el califa y le hablé extensamente de sus méritos y buenas cualidades. Y el rey de Serendib se maravilló v me dijo: "¡Por Alah! ¡Veo que el califa conoce verdaderamente la cordura y el arte de gobernar su Imperio, y acabas de hacer que le tome gran afecto! ¡De modo que desearía prepararle algún regalo digno de él, y enviárselo contigo!" Yo contesté enseguida: "¡Escucho y obedezco, oh señor! ¡Ten la seguridad de que entregaré fielmente tu regalo al califa, que llegará al límite del encanto! ¡Y al mismo tiempo le diré cuán excelente amigo suyo eres y que puede contar con tu alianza!"

Oídas estas palabras, el rey de Serendib dio algunas órdenes a sus chambelanes que se apresuraron a obedecer. Y he aquí en qué consistía el regalo que me dieron para el califa Harún Al-Raschid.

Primeramente había una gran vasija tallada en un solo rubí de color admirable, que tenía medio pie de altura y un dedo de espesor. Esta vasija, en forma de copa, estaba completamente llena de perlas redondas y blancas, como una avellana cada una. Además, había una alfombra hecha con una enorme piel de serpiente, con escamas grandes como un dinar de oro, que tenía la virtud de curar todas las enfermedades a quienes se acostaban en ella. En tercer lugar había doscientos granos de un alcanfor exquisito, cada cual del tamaño de un alfónsigo. En cuarto lugar había dos colmillos de elefante, de doce codos de largo cada uno y dos de ancho en la base. Y por último había una hermosa joven de Serendib, cubierta de pedrerías.

Al mismo tiempo el rey me entregó una carta para el Emir de los Creyentes, diciéndome: "Discúlpame con el califa de lo poco que vale mi regalo. ¡Y has de decirle lo mucho que le quiero!" Y yo contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y le besé la mano.

Entonces me dijo: "De todos modos, Sindbad, si prefieres quedarte en mi reino, te tendré sobre mi cabeza y mis ojos; y en ese caso enviaré a otro en tu lugar junto al califa de Bagdad". Entonces exclamé: "¡Por Alah! Tu esplendidez es gran esplendidez, y me has colmado de beneficios. ¡Pero precisamente hay un barco que va a salir para Bassra y mucho desearía embarcarme en él para volver a ver a mis parientes, a mis hijos y mi tierra!".

Oído esto, el rey no quiso insistir en que me quedase, y mandó llamar inmediatamente al capitán del barco, así como a los mercaderes que iban a ir conmigo, y me recomendó mucho a ellos, encargándoles que me guardaran toda clase de consideraciones. Pagó el precio de mi pasaje y me regaló muchas preciosidades que conservo todavía, pues no pude decidirme a vender lo que me recuerda al excelente rey de Serendib.

Después de despedirme del rey y de todos los amigos que me hice durante mi estancia en aquella isla tan encantadora, me embarqué en la nave, que en seguida se dio a la vela. Partimos con viento favorable y navegamos de isla en isla y de mar en mar, hasta que, gracias a Alah, llegamos con toda seguridad a Bassra, desde donde me dirigí a Bagdad con mis riquezas y el presente destinado al califa.

De modo que lo primero que hice fue encaminarme al palacio del Emir de los Creyentes; me introdujeron en el salón de recepciones, y besé la tierra entre las manos del califa, entregándole la carta y los presentes, y contándole mi aventura con todos sus detalles.

Cuando el califa acabó de leer la carta del rey de Serendib y examinó los presentes, me preguntó si aquel rey era tan rico y poderoso como lo indicaban su carta y sus regalos. Yo contesté: "¡Oh Emir de los Creyentes! Puedo asegurar que el rey de Serendib no exagera. Además, a su poderío y su riqueza añade un gran sentimiento de justicia, y gobierna sabiamente a su pueblo. Es el único kadí de su reino cuyos habitantes son, por cierto, tan pacíficos que nunca suelen tener litigios. Verdaderamente, el rey es digno de tu amistad, ¡oh Emir de los Creyentes!"

El califa quedó satisfecho de mis palabras, y me dijo: "La carta que acabo de leer y tu discurso me demuestran que el rey de Serendib es un hombre excelente que no ignora los preceptos de la sabiduría y sabe vivir. ¡Dichoso el pueblo gobernado por él!"

Después el califa me regaló un ropón de honor y ricos presentes, y me colmó de preeminencias y prerrogativas, y quiso que escribieran mi historia los escribas más hábiles para conservarla en los archivos del reino.

Y me retiré entonces, y corrí a mi calle y a mi casa, y viví en el seno de las riquezas y los honores, entre mis parientes y amigos, olvidando las pasadas tribulaciones y sin pensar más que en extraer de la existencia cuantos bienes pudiera proporcionarme.

Y tal es mi historia durante el sexto viaje. Pero mañana, ¡oh huéspedes míos! os contaré la historia de mi séptimo viaje, que es más maravilloso y más admirable, y más abundante en prodigios que los otros seis juntos".

Y Sindbad el Marino mandó poner el mantel para el festín y dio de comer a sus huéspedes, incluso a Sindbad el Cargador, a quien mandó entregaran, antes de que se fuera, cien monedas de oro, como los demás días.

Y el cargador se retiró a su casa, maravillado de cuanto acababa de oír. Y al día siguiente hizo su oración de la mañana y volvió al palacio de Sindbad el Marino.

Cuando estuvieron reunidos todos los invitados y comieron, y bebieron, y conversaron, y rieron y oyeron los cantos y la música, se colocaron en corro, graves y silenciosos.

Y habló así Sindbad el Marino:


LA SÉPTIMA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, QUE TRATA DEL SÉPTIMO Y ULTIMO VIAJE[editar]

"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del sexto viaje di resueltamente de lado a toda idea de emprender en lo sucesivo otros, pues aparte de que mi edad me impedía hacer excursiones lejanas, ya no tenía yo deseos de acometer nuevas aventuras, tras de tanto peligro corrido y tanto mal experimentado. Además, había llegado a ser el hombre más rico de Bagdad, y el califa me mandaba llamar con frecuencia para oír de mis labios el relato de las cosas extraordinarias que en mis viajes vi.

Un día que el califa ordenó que me llamaran, según costumbre, me disponía a contarle una, o dos, o tres de mis aventuras, cuando me dijo: "Sindbad, hay que ir a ver al rey de Serendib para llevarle mi contestación y los regalos que le destino.

¡Nadie conoce como tú el camino de esa tierra, cuyo rey se alegrará mucho de volver a verte! ¡Prepárate, pues, a salir hoy mismo, porque no me estaría bien quedar en deuda con el rey de aquella isla, ni sería digno retrasar más la respuesta y el envío!

Ante mi vista se ennegreció el mundo, y llegué al límite de la perplejidad y la sorpresa al oír estas palabras del califa.

Pero logré dominarme, para no caer en su desagrado. Y aunque había hecho voto de no volver a salir de Bagdad, besé la tierra entre las manos del califa y contesté oyendo y obedeciendo. Entonces ordenó que me dieran mil dinares de oro para mis gastos de viaje, y me entregó una carta de su puño y letra y los regalos destinados al rey de Serendib.

Y he aquí en qué consistían los regalos: en primer lugar una magnífica, cama, completa, de terciopelo carmesí, que valía una cantidad enorme de dinares de oro; además había otra cama de otro color, y otra de otro; había también cien trajes de tela fina y bordada de Kufa y Alejandría, y cincuenta de Bagdad. Había una vasija de cornalina blanca, procedente de tiempos muy remotos, en cuyo fondo figuraba un guerrero armado con su arco tirante contra un león. Y había otras muchas cosas que sería prolijo enumerar, y un tronco de caballos de la más pura raza árabe...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 306: Y cuando llegó la 312ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 312ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... un tronco de caballos de la más pura raza árabe.

Entonces me vi obligado a partir, contra mi gusto aquella vez, y me embarqué en una nave que salía de Bassra.

Tanto nos favoreció el destino, que a los dos meses, día tras día, llegamos a Serendib con toda seguridad. Y me apresuré a llevar al rey la carta y los obsequios del Emir de los Creyentes.

Al verme, se alegró y satisfizo el rey, quedando muy complacido de la cortesía del califa. Quiso entonces retenerme a su lado una larga temporada, pero yo no accedí a quedarme más que el tiempo preciso para descansar. Después de lo cual me despedí de él, y colmado de consideraciones y regalos, me apresuré a embarcarme de nuevo para tomar el camino de Bassra, por donde había ido.

Al principio nos fue favorable el viento, y el primer sitio a que arribamos fue una isla llamada la isla de Sin. Y realmente, hasta entonces habíamos estado contentísimos, y durante toda la travesía hablábamos unos con otros, conversando tranquila y agradablemente acerca de mil cosas.

Pero un día, a la semana después de haber dejado la isla, en la cual los mercaderes habían hecho varios cambios y compras, mientras estábamos tendidos tranquilos, como de costumbre, estalló de pronto sobre nuestras cabezas una tormenta terrible y nos inundó una lluvia torrencial. Entonces nos apresuramos a tender tela de cáñamo encima de nuestros fardos y mercancías, para evitar que el agua los estropease, y empezamos a suplicar a Alah que alejase el peligro de nuestro camino.

En tanto permanecíamos en aquella situación, el capitán del buque se levantó, apretose el cinturón a la cintura, se remangó las mangas y la ropa, y después subió al palo mayor, desde el cual estuvo mirando bastante tiempo a derecha e izquierda. Luego bajó con la cara muy amarilla, nos miró con aspecto completamente desesperado, y en silencio empezó a golpearse el rostro y a mesarse las barbas. Entonces corrimos hacia él muy asustados, y le preguntamos: "¿Qué ocurre?" y él contestó: "¡Pedidle a Alah que nos saque del abismo en que hemos caído!

¡O más bien, llorad por todos y despedíos unos de otros! ¡Sabed que la corriente nos ha desviado de nuestro camino, arrojándonos a los confines de los mares del mundo!"

Y después de haber hablado así, el capitán abrió un cajón, y sacó de él un saco de algodón, del cual extrajo polvo que parecía ceniza. Mojó el polvo con un poco de agua, esperó algunos momentos, v se puso luego a aspirar aquel producto.

Después sacó del cajón un libro pequeño, leyó entre dientes algunas páginas, y acabó por decirnos: "Sabed ¡oh pasajeros! que el libro prodigioso acaba de confirmar mis suposiciones. La tierra que se dibuja ante nosotros en lontananza es la tierra conocida con el nombre de Clima de los Reyes. Ahí se encuentra la tumba de nuestro señor Soleimán ben-Daúd. (Salomón hijo de David) ¡Con ambos la plegaria y la paz!

Ahí se crían monstruos y serpientes de espantable catadura. ¡Además, el mar en que nos encontramos está habitado por monstruos marinos que se pueden tragar de un bocado los navíos mayores con cargamento y pasajeros! ¡Ya estáis avisados! ¡Adiós!"

Cuando oímos estas palabras del capitán, quedamos de todo punto estupefactos, y nos preguntábamos qué espantosa catástrofe iría a pasar, cuando de pronto nos sentimos levantados con barco y todo, y después hundidos bruscamente, mientras se alzaba del mar un grito más terrible que el trueno.

Tan espantados quedamos, que dijimos nuestra última oración, y permanecimos inertes como muertos. Y de improviso vimos que sobre el agua revuelta y delante de nosotros avanzaba hacia el barco un monstruo tan alto y tan grande como una montaña, y después otro monstruo mayor, y detrás otro tan enorme como los dos juntos. Este último brincó de pronto por el mar, que se abría como una sima, mostró una boca más profunda que un abismo, y se tragó las tres cuartas partes del barco con cuanto contenía.

Yo tuve el tiempo justo para retroceder hacia lo alto del buque y saltar al mar, mientras el monstruo acababa de tragarse la otra cuarta parte, y desaparecía en las profundidades con sus dos compañeros.

Logré agarrarme a uno de los tablones que habían saltado del barco al darle la dentellada el monstruo marino, y después de mil dificultades pude llegar a una isla que, afortunadamente, estaba cubierta de árboles frutales y regada por un río de agua excelente. Pero noté que la corriente del río era rápida hasta el punto de que el ruido que hacía oíase muy a lo lejos.

Entonces, al recordar cómo me salvé de la muerte en la isla de las pedrerías, concebí la idea de construir una balsa igual a la anterior y dejarme llevar por la corriente. En efecto, a pesar de lo agradable de aquella isla nueva, yo pretendía volver a mi país. Y pensaba: "Si logro salvarme, todo irá bien, y haré voto de no pronunciar siquiera la palabra "viaje", y de pensar en tal cosa durante el resto de mi vida.

En cambio, si perezco en la tentativa, todo irá bien asimismo, porque acabaré definitivamente con peligros y tribulaciones".

Me levanté, pues, inmediatamente, y después de haber comido alguna fruta, recogí muchas ramas grandes, cuya especie ignoraba entonces, aunque luego supe eran de sándalo, de la calidad más estimada por los mercaderes, a causa de su rareza. Después empecé a buscar cuerdas y cordeles, y al principio no los encontré; pero vi en los árboles unas plantas trepadoras y flexibles, muy fuertes, que podían servirme. Corté las que me hicieron falta, y las utilicé para atar entre sí las ramas grandes de sándalo. Preparé de este modo una enorme balsa, en la cual coloqué fruta en abundancia, y me embarqué, diciendo:

"¡Si me salvo, lo habrá querido Alah!"

Apenas subí a la balsa y me hube separado de la orilla, me vi arrastrado con una rapidez espantosa por la corriente, y sentí vértigos, y caí desmayado encima del montón de fruta, exactamente igual que un pollo borracho.

Al recobrar el conocimiento, miré a mí alrededor, y quedé más inmóvil de espanto que nunca, y ensordecido por un ruido como el del trueno. El río no era más que un torrente de espuma hirviente, y más veloz que el viento, que, chocando con estrépito contra las rocas, se lanzaba hacia un precipicio que adivinaba yo más que veía. ¡Indudablemente iba a hacerme pedazos en él, despeñándome sabe quién desde qué altura!

Ante esta idea aterradora, me agarré con todas mis fuerzas a las ramas de la balsa, y cerré los ojos instintivamente para no verme aplastado y destrozado, e invoqué el nombre de Alah antes de morir. Y de pronto, en vez de rodar hasta el abismo, comprendí que la balsa se paraba bruscamente encima del agua, y abrí los ojos un minuto para saber a qué distancia estaba de la muerte, y no fue para verme estrellado contra los peñascos, sino cogido con mi balsa en una inmensa red que unos hombres echaron sobre mí desde la ribera.

De esta suerte me hallé cogido y llevado a tierra, y allí me sacaron medio vivo y medio muerto de entre las mallas de la red, en tanto transportaban a la orilla mi balsa.

Mientras yo permanecía tendido, inerte y tiritando, se adelantó hacia mí un venerable jeique de barbas blancas, que empezó por desearme la bienvenida y por cubrirme con ropa caliente, que me sentó muy bien ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 307: Pero cuando llegó la 313ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 313ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...que me sentó muy bien.

Reanimado ya por las fricciones y el masaje que tuvo la bondad de darme el anciano, pude sentarme, pero sin recobrar todavía el uso de la palabra.

Entonces el anciano me cogió del brazo y me llevó suavemente al hammam, en donde me hizo tomar un baño excelente, que acabó de resistirme el alma; después me hizo aspirar perfumes exquisitos y me los echó por todo el cuerpo, y me llevó a su casa.

Cuando entré en la morada de aquel anciano, toda su familia se alegró mucho de mi llegada, y me recibió con gran cordialidad y demostraciones amistosas. El mismo anciano me hizo sentar en medio del diván de la sala de recepción, y me dio a comer cosas de primer orden, y a beber un agua agradable perfumada con flores. Después quemaron incienso a mí alrededor, y los esclavos me trajeron agua caliente y aromatizada para lavarme las manos, y me presentaron servilletas ribeteadas de seda, para secarme los dedos, las barbas y la boca. Tras de lo cual, el anciano me llevó a una habitación muy bien amueblada, en donde quedé solo, porque se retiró con mucha discreción. Pero dejó a mis órdenes varios esclavos, que de cuando en cuando iban a verme por si necesitaba sus servicios.

Del propio modo me trataron durante tres días, sin que nadie me interrogase ni me dirigiera ninguna pregunta, y no dejaban que careciese de nada, cuidándome con mucho esmero, hasta que recobré completamente las fuerzas, y mi alma y mi corazón se calmaron v refrescaron. Entonces, o sea la mañana del cuarto día, el anciano se sentó a mi lado, y después de las zalemas, me dijo:

"¡Oh huésped, cuánto placer y satisfacción hubo de proporcionarnos tu presencia! ¡Bendito sea Alah, que nos puso en tu camino para salvarte del abismo! ¿Quién eres y de dónde vienes?"

Entonces di muchas gracias al anciano por el favor enorme que me había hecho salvándome la vida y luego dándome de comer excelentemente, y de beber excelentemente, y perfumándome excelentemente, y le dije: "¡Me llamo Sindbad el Marino! ¡Tengo este sobrenombre a consecuencia de mis grandes viajes por mar y de las cosas extraordinarias que me ocurrieron, y que si se escribieran con agujas en el ángulo de un ojo, servirían de lección a los lectores atentos!" Y le conté al anciano mi historia desde el principio hasta el fin, sin omitir detalle.

Quedó prodigiosamente asombrado entonces el jeique, y estuvo una hora sin poder hablar, conmovido por lo que acababa de oír. Luego levantó la cabeza, me reiteró la expresión de su alegría por haberme socorrido, y me dijo:

"¡Ahora, ¡oh huésped mío! si quisieras oír mi consejo, venderías aquí tus mercancías, que valen mucho dinero por su rareza y calidad!"

Al oír las palabras del viejo, llegué al límite del asombro, y no sabiendo lo que quería decir ni de qué mercancías hablaba, pues yo estaba desprovisto de todo, empecé por callarme un rato, y como de ninguna manera quería dejar escapar una ocasión extraordinaria que se presentaba inesperadamente, me hice el enterado, y contesté: "¡Puede que sí!" Entonces el anciano me dijo: "No te preocupes, hijo mío, respecto a tus mercaderías. No tienes más que levantarte y acompañarme al zoco. Yo me encargo de todo lo demás. Si la mercancía, subastada, produce un precio que nos convenga, lo aceptaremos, si no, te haré el favor de conservarla en mi almacén hasta que suba en el mercado. ¡Y en tiempo oportuno podremos sacar un precio más ventajoso!"

Entonces quedé interiormente cada vez más perplejo; pero no lo di a entender, sino que pensé: "¡Ten paciencia, Sindbad, y ya sabrás de qué se trata!" Y dije al anciano: "¡Oh mi venerable tío, escucho y obedezco! ¡Todo lo que tú dispongas me parecerá lleno de bendición! ¡Por mi parte, después de cuanto por mí hiciste, me conformaré con tu voluntad!"

Y me levanté inmediatamente y le acompañé al zoco.

Cuando llegamos al centro del zoco en que se hacía la subasta pública, cuál no sería mi asombro al ver mi balsa transportada allí y rodeada de una multitud de corredores y mercaderes que la miraban con respeto y moviendo la cabeza. Y por todas partes oía exclamaciones de admiración:

"¡Ya Alah! ¡Qué maravillosa calidad de sándalo! ¡En ninguna parte del mundo la hay mejor!" Entonces comprendí cuál era la mercancía consabida, y creí conveniente para la venta tomar un aspecto digno y reservado.

Pero he aquí que enseguida el anciano protector mío, aproximándose al jefe de los corredores, le dijo: "¡Empiece la subasta!"

Y se empezó con el precio de mil dinares por la balsa. Y el jefe corredor exclamó: "A mil dinares la balsa de sándalo, ¡oh compradores!" Entonces gritó el anciano: "¡La compro en dos mil!" Y otro gritó: "¡En tres mil!" Y los mercaderes siguieron subiendo el precio hasta diez mil dinares. Entonces se encaró conmigo el jefe de los corredores y me dijo: "¡Son diez mil; ya no puja nadie!" Y yo dije: "¡No la vendo a ese precio!"

Entonces mi protector se me acercó y me dijo: "¡Hijo mío, el zoco, en estos tiempos, no anda muy próspero, y la mercancía ha perdido algo de su valor! Vale más que aceptes el precio que te ofrecen.

Pero yo, si te parece, voy a pujar otros cien dinares más. ¿Quieres dejármelo en diez mil cien dinares?"

Yo contesté: "¡Por Alah! mi buen tío sólo por ti lo hago para agradecer tus beneficios. ¡Consiento en dejártelo por esa cantidad!"

Oídas estas palabras, el anciano mandó a sus esclavos que transportaran todo el sándalo a sus almacenes de reserva, y me llevó a su casa, en la cual me contó inmediatamente los diez mil cien dinares, y los encerró en una caja sólida cuya llave me entregó, dándome encima las gracias por lo que había hecho en su favor.

Mandó enseguida poner el mantel, y comimos, y bebimos, y charlamos alegremente. Después nos lavamos las manos y la boca, y por fin me dijo: "¡Hijo mío, quiero dirigirte una petición, que deseo mucho aceptes!"

Yo le contesté: "¡Mi buen tío, todo te lo concederé a gusto!" El me dijo: "Ya ves, hijo mío, que he llegado a una edad muy avanzada sin tener hijo varón que pueda heredar un día mis bienes. Pero he de decirte que tengo una hija, muy joven aún, llena de encanto y belleza, que será muy rica cuando yo me muera. Deseo dártela en matrimonio, siempre que consientas en habitar en nuestro país y vivir nuestra vida. Así serás el amo de cuanto poseo y de cuanto dirige mi mano. ¡Y me substituirás en mi autoridad y en la posesión de mis bienes!"

Cuando oí estas palabras del anciano, bajé la cabeza en silencio y permanecí sin decir palabra.

Entonces añadió: "¡Créeme, oh hijo mío, que si me otorgas lo que te pido te atraerá la bendición! ¡Añadiré, Para tranquilizar tu alma, que después de mi muerte podrás regresar a tu tierra, llevándote a tu esposa e hija mía! ¡No te exijo sino que permanezcas aquí el tiempo que me quede de vida!"

Entonces contesté: "¡Por Alah, mi tío el jeique, eres como un padre para mí y ante ti no puedo tener opinión ni tomar otra resolución que la que te convenga! Por cada vez que en mi vida quise ejecutar un proyecto, no hube de sacar más que desgracias y decepciones. ¡Estoy, pues, dispuesto a conformarme con tu voluntad!" Enseguida el anciano, extremadamente contento con mi respuesta, mandó a sus esclavos que fueran a buscar al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 308: Pero cuando llegó la 314ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 314ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar. Y el anciano me casó con su hija, y nos dio un festín enorme, y celebró una boda espléndida. Después me llamó y me llevó junto a su hija, a la cual aún no había visto. Y la encontré perfecta en hermosura y gentileza, en esbeltez de cintura y en proporciones. Además, la vi adornada con suntuosas alhajas, sedas y brocados, joyas y pedrerías, y lo que llevaba encima valía millares y millares de monedas de oro, cuyo importe exacto nadie habría podido calcular.

Y cuando la tuve cerca, me gustó. Y nos enamoramos uno de otro. Y vivimos mucho tiempo juntos, en el colmo de las caricias y la felicidad.

El anciano padre de mi esposa falleció al poco tiempo en la paz y misericordia del Altísimo. Le hicimos unos grandes funerales y lo enterramos. Y yo tomé posesión de todos sus bienes, y sus esclavos y servidores fueron mis esclavos y servidores, bajo mi única autoridad. Además, los mercaderes de la ciudad me nombraron su jefe, en lugar del difunto, y pude estudiar las costumbres de los habitantes de aquella población y su manera de vivir.

En efecto, un día noté con estupefacción que la gente de aquella ciudad experimentaba un cambio anual en primavera; de un día a otro mudaban de forma y aspecto: les brotaban alas de los hombros, y se convertían en volátiles. Podían volar entonces hasta lo más alto de la bóveda aérea, y se aprovechaban de su nuevo estado para volar todos fuera de la ciudad, dejando en ésta a los niños y mujeres, a quienes nunca brotaban alas.

Este descubrimiento me asombró al principio, pero acabé por acostumbrarme a tales cambios periódicos. Sin embargo, llegó un día en que empecé a avergonzarme de ser el único hombre sin alas, viéndome obligado a guardar yo solo la ciudad con las mujeres y niños. Y por mucho que pregunté a los habitantes sobre el medio de que habría de valerme para que me saliesen alas en los hombros, nadie pudo ni quiso contestarme. Y me mortificó bastante no ser más que Sindbad el Marino y no poder añadir a mi sobrenombre la condición de aéreo.

Un día, desesperando de conseguir nunca que me revelaran el secreto del crecimiento de las alas, me dirigí a uno, a quien había hecho muchos favores, y cogiéndole del brazo, le dije: "¡Por Alah sobre ti! Hazme siquiera el favor, por los que te he hecho yo a ti, de dejarme que me cuelgue de tu persona, y vuele contigo a través del aire. ¡Es un viaje que me tienta mucho, y quiero añadir a los que realicé por mar!"

Al principio no quiso prestarme atención; pero a fuerza de súplicas acabé por moverle a que accediera. Tanto me encantó aquello, que ni siquiera me cuidé de avisar a mi mujer ni a mi servidumbre; me colgué de él abrazándole por la cintura, y me llevó por el aire, volando con las alas muy desplegadas.

Nuestra carrera por el aire empezó ascendiendo en línea recta durante un tiempo considerable. Y acabamos por llegar tan arriba en la bóveda celeste, que pude oír distintamente cantar a los ángeles y sus melodías debajo de la cúpula del cielo.

Al oír cantos tan maravillosos, llegué al límite de la emoción religiosa, y exclamé: "¡Loor a Alah en lo profundo del cielo! ¡Bendito y glorificado sea por todas las criaturas!"

Apenas formulé estas palabras, cuando mi portador lanzó un juramento tremendo, y bruscamente, entre el estrépito de un trueno precedido de terrible relámpago, bajó con tal rapidez que me faltaba el aire, y por poco me desmayo, soltándome de él con peligro de caer al abismo insondable. Y en un instante llegamos a la cima de una montaña, en la cual me abandonó mi portador dirigiéndome una mirada infernal, y desapareció, tendiendo el vuelo por lo invisible.

Y quedé completamente solo en aquella montaña desierta, y no sabía dónde estaba, ni por dónde ir para reunirme con mi mujer, y exclamé en el colmo de la perplejidad: "¡No hay recurso ni fuerza más que Alah el Altísimo y Omnipotente! ¡Siempre que me libro de una calamidad caigo en otra peor! ¡En realidad merezco todo lo que me sucede!"

Me senté entonces en un peñasco para reflexionar sobre el medio de librarme del mal presente, cuando de pronto vi adelantar hacia mí a dos muchachos de una belleza maravillosa, que parecían dos lunas.

Cada uno llevaba en la mano un bastón de oro rojo, en el cual se apoyaba al andar. Entonces me levanté rápidamente, fui a su encuentro y les deseé la paz.

Correspondieron con gentileza a mi saludo, lo cual me alentó a dirigirles la palabra, y les dije: "¡Por Alah sobre vosotros!, ¡oh maravillosos jóvenes! ¡Decidme quiénes sois y qué hacéis!" Y me contestaron: "¡Somos adoradores del Dios verdadero!" Y uno de ellos, sin decir más, me hizo seña con la mano en cierta dirección, como invitándome a dirigir mis pasos por aquella parte, me entregó el bastón de oro, y cogiendo de la mano a su hermoso compañero, desapareció de mi vista.

Empuñé entonces el bastón de oro, y no vacilé en seguir el camino que se me había indicado, maravillándome al recordar a aquellos muchachos tan hermosos. Llevaba algún tiempo andando, cuando vi salir súbitamente de detrás de un peñasco una serpiente gigantesca que llevaba en la boca a un hombre, cuyas tres cuartas partes se había ya tragado, y del cual no se veían más que la cabeza y los brazos. Estos se agitaban desesperadamente y la cabeza gritaba:

"¡Oh caminante! ¡Sálvame del furor de esta serpiente y no te arrepentirás de tal acción!" Corrí entonces detrás de la serpiente, y le di con el bastón de oro rojo un golpe tan afortunado, que quedó exánime en aquel momento. Y alargué la mano al hombre trabado y le ayudé a salir del vientre de la serpiente.

Cuando miré mejor la cara del hombre, llegué al límite de la sorpresa al conocer que era el volátil que me había llevado en su viaje aéreo y había acabado por precipitarse conmigo, a riesgo de matarme, desde lo alto de la bóveda del cielo hasta la cumbre de la montaña en la cual me había abandonado, exponiéndome a morir de hambre y sed.

Pero ni siquiera quise demostrar rencor por su mala acción, y me conformé con decirle dulcemente:

"¿Es así como obran los amigos con los amigos?"

El me contestó: "En primer lugar he de darte las gracias por lo que acabas de hacer en mi favor. Pero ignoras que fuiste tú, con tus invocaciones inoportunas pronunciando el Nombre, quien me precipitaste de lo alto contra mi voluntad. ¡El Nombre produce ese efecto en todos nosotros! ¡Por eso no lo pronunciamos jamás!"

Entonces, yo, para que me sacara de aquella montaña, le dije: "¡Perdona y no me riñas; pues, en verdad, yo no podía adivinar las consecuencias funestas de mi homenaje al Nombre! ¡Te prometo no volverlo a pronunciar durante el trayecto, si quieres transportarme ahora a mi casa!"

Entonces el volátil se bajó, me cogió a cuestas, y en un abrir y cerrar de ojos me dejó en la azotea de mi casa y se fue a la suya. Cuando mi mujer me vio bajar de la azotea y entrar en la casa después de tan larga ausencia, comprendió cuanto acababa de ocurrir, y bendijo a Alah que me había salvado una vez más de la perdición. Y tras las efusiones del regreso, me dijo: "Ya no debemos tratarnos con la gente de esta ciudad. ¡Son hermanos de los demonios!"

Y yo le dije: "¿Y cómo vivía tu padre entre ellos?" Ella me contestó: "Mi padre no pertenecía a su casta, ni hacía nada como ellos, ni vivía su vida. De todos modos, si quieres seguir mi consejo, lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 309: Pero cuando llegó la 315ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 315ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto es abandonar esta ciudad impía, no sin haber vendido nuestros bienes, casa y posesiones. Realiza eso lo mejor que puedas, compra buenas mercancías con parte de la cantidad que cobres, y vámonos juntos a Bagdad, tu patria, a ver a tus parientes y amigos, viviendo en paz y seguros, con el respeto debido a Alah el Altísimo".

Entonces contesté oyendo y obedeciendo.

Enseguida empecé a vender lo mejor que pude, pieza por pieza y cada cosa en su tiempo, todos los bienes de mi tío el jeique, padre de mi esposa, ¡difundo a quien Alah haya recibido en su paz y misericordia! Y así realicé en monedas de oro cuanto nos pertenecía, como muebles y propiedades, y gané un ciento por uno.

Después de lo cual me llevé a mi esposa y las mercancías que había cuidado de comprar, fleté por mi cuenta un barco, que con la voluntad de Alah tuvo navegación feliz y fructuosa, de modo que de isla en isla, y de mar en mar, acabamos por llegar con seguridad a Bassra, en donde paramos poco tiempo. Subimos el río y entramos en Bagdad, ciudad de paz.

Me dirigí entonces con mi esposa y mis riquezas hacia mi calle y mi casa, en donde mis parientes nos recibieron con grandes transportes de alegría, y quisieron mucho a mi esposa, la hija del jeique.

Yo me apresuré a poner en orden definitivo mis asuntos, almacené mis magníficas mercaderías, encerré mis riquezas, y pude por fin recibir en paz las felicitaciones de mis parientes y amigos, que calculando el tiempo que estuve ausente, vieron que este séptimo y último viaje mío había durado exactamente veintisiete años desde el principio hasta el fin.

Y les conté con pormenores mis aventuras durante esta larga ausencia, e hice el voto, que cumplo escrupulosamente, como veis, de no emprender en toda mi vida ningún otro viaje ni por mar ni por tierra. Y no dejé de dar gracias al Altísimo que tantas veces, a pesar de mis reincidencias, me libró de tantos peligros y me reintegró entre mi familia y mis amigos".

Cuando Sindbad el Marino terminó de esta suerte su relato entre los convidados silenciosos y maravillados, se volvió hacia Sindbad el Cargador y le dijo:

"Ahora, Sindbad terrestre, considera los trabajos que pasé y las dificultades que vencí, gracias a Alah, y dime si tu suerte de cargador no ha sido mucho más favorable para una vida tranquila que la que me impuso el Destino.

Verdad es que sigues pobre y yo adquirí riquezas incalculables; pero ¿no es verdad también que a cada uno de nosotros se le retribuyó según su esfuerzo?"

Al oír estas palabras, Sindbad el Cargador fue a besar la mano de Sindbad el Marino, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti!, ¡oh mi amo! perdona lo inconveniente de mi canción"

Entonces Sindbad el Marino mandó poner el mantel para sus convidados, y les dio un festín que duró treinta noches. Y después quiso tener a su lado, como mayordomo de su casa, a Sindbad el Cargador. Y ambos vivieron en amistad perfecta y en el límite de la satisfacción, hasta que fue a visitarlos aquella que hace desvanecerse las delicias, rompe las amistades, destruye los palacios y levanta las tumbas, la amarga muerte. ¡Gloria al Eterno, que no muere jamás!

Cuando Schehrazada, la hija del visir, acabó de contar la historia de Sindbad el Marino, sintiose un tanto fatigada, y como veía acercarse la mañana y no quería, por su discreción habitual, abusar del permiso concedido, se calló sonriendo.

Entonces la pequeña Doniazada, que maravillada y con los ojos muy abiertos había oído la historia pasmosa, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a abrazar a su hermana, diciéndole: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡Cuán suaves, y puras, y gratas, y deliciosas para el paladar, y cuán sabrosas en su frescura, son tus palabras! ¡Y qué terrible, y prodigioso, y temerario era Sindbad el Marino!"

Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sí, hermana mía; pero eso no es nada comparado con lo que os contaré a los dos la próxima noche, si vivo todavía por la gracia de Alah y la voluntad del rey!"

Y el rey Schahriar, que había encontrado los viajes de Sindbad mucho más largos que el que él había hecho con su hermano Schahzamán por la pradera al borde del mar, cuando se les apareció el genni cargado con el cajón, se volvió hacia Schehrazada y le dijo:

"¡Verdaderamente, Schehrazada, no sé qué más historias me podrás contar! ¡De todos modos, quiero una que esté repleta de poemas! ¡Ya me la habías prometido, y parece que olvidas que, si difieres más el cumplimiento de tu promesa, tu cabeza irá a juntarse con las cabezas de tus antecesoras!"

Y Schehrazada dijo: "¡Sobre mis ojos! Precisamente la que te reservo, ¡oh rey afortunado! te satisfará por completo, y en verdad que es mucho más agradable que las que has oído. Puedes juzgar por el título, que es: HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD (Esmeralda) Y ALISCHAR, HIJO DE GLORIA.

Entonces el rey Schahriar dijo para sí: "¡No la mataré hasta después!" Y la cogió en brazos y pasó con ella el resto de la noche.

Por la mañana salió y se fue a la sala de justicia. Y el diwán se llenó con la muchedumbre de visires, emires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el último que entró fue el gran visir, padre de Schehrazada, que llevaba debajo del brazo el sudario destinado a su hija, a la cual creía aquella vez muerta de veras; pero el rey no le dijo nada de tal asunto, y siguió juzgando y nombrando para los empleos, y destituyendo, y gobernando, y despachando los asuntos pendientes hasta terminar el día. Luego se levantó el diwán, y el rey volvió a palacio, mientras el gran visir seguía perplejo y en el límite extremo del asombro.

Y cuando fue de noche, el rey penetró en la habitación de Schehrazada e hicieron juntos lo que solían.

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Capítulo 310: Pero cuando llegó la 316ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 316ª NOCHE[editar]

Concluida la cosa entre el rey y Schehrazada, la pequeña Doniazada exclamó desde el lugar en que estaba acurrucada:

"¡Te ruego, hermana, me digas a qué esperar para empezar la historia prometida de la bella Zumurrud y Alischar, hijo de gloria!"

Y contestó Schehrazada sonriendo: "¡No espero más que la venia de este rey bien educado y dotado de buenos modales!" Entonces contestó el rey Schahriar: "¡Concedida!

Y dijo Schehrazada:


HISTORIA DE LA BELLA ZUMURRUD Y ALISCHAR, HIJO DE GLORIA[editar]

Se cuenta que en la antigüedad del tiempo, en lo pasado de la edad y del momento, había en el país del Khorasán un mercader muy rico que se llamaba Gloria, y tenía un hijo llamado Alischar, hermoso como la luna llena.

Y un día el rico mercader Gloria, ya de muy avanzada edad, se sintió atacado de mortal dolencia. Y llamó a su hijo junto a sí y le dijo: "¡Oh hijo mío! Como está muy próximo el término de mi destino, deseo hacerte un encargo". Muy apesadumbrado, dijo Alischar: "¿Y cuál es, ¡oh padre mío!?"

El mercader Gloria le dijo: "He de encargarte que no te crees nunca relaciones ni frecuentes la sociedad, porque el mundo se puede comparar a un herrero: si no te quema con el fuego de la fragua, o no te saca un ojo o los dos con las chispas del yunque, seguramente te ahogará con el humo. Y además, ha dicho el poeta:

¡Ilusión! ¡No creas que, cuando el Destino te traicione, encontrarás amigos de corazón fiel en tu camino negro!
¡Oh soledad! ¡Cara soledad bendita, al que te cultiva enseñas la fuerza del que no se desvía y el arte de no fiarse más que de sí mismo!

"Otro dijo:

¡Si lo examina tu atención, verás que el mundo es nefasto por sus dos caras: una la constituye la hipocresía, y la otra la traición!

"Otro dijo:

¡En futilidades, tonterías y frases absurdas suele consistir el dominio del mundo! ¡Pero si el Destino coloca en tu camino un ser excepcional, trátale con frecuencia sólo para mejorarte!

Cuando el joven Alischar oyó estas palabras de su padre moribundo, contestó: "¡Oh padre mío, te escucho para obedecerte! ¿Qué más me aconsejas?"

Y dijo Gloria el mercader: "Haz bien, si puedes. Y no esperes que te recompensen con la gratitud o un bien parecido. ¡Oh hijo mío! ¡Desgraciadamente, no todos los días hay ocasión de hacer el bien!" Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco! ¿Son esos todos tus encargos?" Gloria el mercader dijo: "No derroches las riquezas que te dejo; sólo te considerarán con arreglo al poder que tengas en la mano. Y ha dicho el poeta:

¡Cuando yo era pobre, no tenía amigos; y ahora pululan a mi puerta y me quitan el apetito!
¡Oh! ¡A cuántos feroces enemigos les domó mi riqueza, y cuántos enemigos tendría si mi riqueza disminuyese!

Después prosiguió el anciano: "No descuides los consejos de la gente de experiencia, ni creas inútil pedir consejo a quien pueda dártelo, pues el poeta ha dicho:

¡Junta tu idea con la idea del consejero, para asegurar mejor el resultado! ¡Cuando quieras mirarte el rostro, te bastará con un espejo, pero si quieres mirar tu oscuro trasero, no podrás verlo sino con la combinación de dos espejos!
"Además, hijo mío, tengo que darte un último consejo: ¡huye del vino! Es causa de todos los males. Te expones a perder la razón y a ser objeto de befa y de desdén.
"Tales son mis encargos en el umbral de la muerte. ¡Oh hijo mío, acuérdate de mis palabras! Sé un hijo excelente, y acompáñete mi bendición toda la vida".

Y tras de hablar así, el anciano mercader Gloria cerró un momento los ojos y se recogió. Luego levantó el índice hasta la altura de los ojos y pronunció su acto de fe. Después de lo cual falleció en la misericordia del Altísimo.

Fue llorado por su hijo y por toda su familia, y le hicieron funerales, a los cuales asistieron los más altos y los más bajos, los más ricos y los más pobres. Y cuando se le enterró, inscribieron estos versos en la losa de su tumba:

¡Nací del polvo, al polvo vuelvo y polvo soy! ¡Nadie sabrá nada de mis sentimientos ni experiencias! ¡Es como si no hubiera vivido nunca!

Hasta aquí en cuanto al mercader Gloria. Ocupémonos ahora de Alischar, hijo de Gloria.

Muerto su padre, siguió Alischar comerciando en la tienda principal del zoco, y cumplió a conciencia los encargos paternales, especialmente en lo que se refería a sus relaciones con los demás. Pero al cabo de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó tentar por jóvenes pérfidos, hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza. Y alternó hasta el frenesí con ellos, y conoció a sus astutas madres y hermanas, hijas de perro. Y se sumergió hasta el cuello en el libertinaje, y nadó en el vino y en el despilfarro, caminando por vía bien opuesta al camino recto. Porque como no estaba a la sazón sano de espíritu, se hacía este menguado razonamiento: "Ya que mi padre me ha dejado todas sus riquezas, me conviene utilizarlas para que no las hereden otros. Y quiero aprovechar el momento y el placer que pasan, pues no he de vivir dos veces".

Y le pareció tan bien este razonamiento, y siguió Alischar juntando con tanta regularidad la noche y el día por sus extremos, sin escatimar ningún exceso, que pronto viose reducido a vender la tienda, la casa, los muebles y hasta la ropa, y no le quedó más que lo que llevaba encima.

Entonces pudo ver claro y evidente cómo había procedido, y cerciorarse de la excelencia de los consejos de su padre Gloria. Todos los amigos a quienes trató con fastuosidad antes y a cuya puerta fue a llamar sucesivamente, encontraron algún motivo para despedirle. Así es que, reducido al límite extremo de la miseria, se vio obligado, un día en que no había comido nada desde la víspera, a salir del miserable khan en que se alojaba, y a mendigar de puerta en puerta por las calles.

De este modo llegó a la plaza del mercado, en la cual vio una gran muchedumbre formando corro. Quiso acercarse para averiguar lo que ocurría, y en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 311: Pero cuando llegó la 317ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 317ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio a una joven esclava blanca, de elegante y delicioso aspecto, con una estatura de cinco palmos, con rosas por mejillas, pechos bien sentados, ¡qué trasero! Sin temor a engañarse, se le podrían aplicar estos versos del poeta:

¡Ha salido sin defecto del molde de la Belleza! ¡Sus proporciones son admirables: ni muy alta ni muy baja; ni muy gruesa ni muy flaca; y redondeces por todas partes!
¡Así es que la misma Belleza se enamoró de su imagen, realzada por el ligero velo que sombreaba sus facciones modestas y altivas a la vez!
¡La luna es su rostro; la rama flexible que ondula, su cintura; y su aliento, el suave perfume del almizcle!
¡Parece formada de perlas líquidas; porque sus miembros son tan lisos, que reflejan la luna de su rostro, y también parecen formados por lunas!
Pero ¿dónde está la lengua que pudiera describir el milagro de claridad que constituye su trasero brillante?

Cuando Alischar dirigió sus miradas a la hermosa joven, quedó extremadamente maravillado, y ya fuese que permaneciera inmóvil de admiración, ya que quisiera olvidar por un momento su miseria con el espectáculo de la belleza, el caso fue que se metió entre la muchedumbre reunida que preparábase a la venta. Y los mercaderes y corredores que por allí se hallaban, e ignoraban aún la ruina del joven, supusieron que había ido a comprar la esclava, pues sabían que era muy rico por la herencia de su padre, el síndico Gloria.

Pero pronto se puso al lado de la esclava el jefe de los corredores, y por encima de las cabezas agrupadas, exclamó: "¡Oh mercaderes, dueños de riquezas, ciudadanos o habitantes libres del desierto, el que abra la puerta de la subasta no ha de incurrir en censura! ¿He aquí ante vosotros la soberana de todas las lunas, la perla de las perlas, la virgen llena de pudor, la noble Zumurrud, incitadora de todos los deseos y jardín de todas las flores! ¡Abrid la subasta!, ¡oh circunstantes! ¡Nadie censurará a quien abra la subasta! ¡He aquí ante vosotros a la soberana de todas las lunas, a la pudorosa virgen Zumurrud, jardín de todas las flores!"

En seguida uno de los mercaderes gritó: "¡Abro la subasta con quinientos dinares!" Otro dijo: "¡Diez más!" Entonces gritó un viejo deforme y asqueroso, de ojos azules y bizcos, que se llamaba Rachideddín: "¡Cien más!" Pero dijo una voz: "¡Cien más todavía!" En aquel momento, el viejo de ojos azules y feos, pujó mucho de pronto, gritando: "¡Mil dinares!"

Entonces los demás compradores encarcelaron su lengua y guardaron silencio. Y el pregonero se volvió hacia el dueño de la esclava joven y le preguntó si le convenía el precio ofrecido por el viejo y si había que cerrar el trato. Y el dueño de la esclava respondió: "¡Conforme! Pero antes tiene que consentir mi esclava también, pues le he jurado no cederla más que al comprador que le guste. Por consiguiente, has de pedirle el consentimiento, ¡oh corredor!" Y el corredor se acercó a la hermosa Zumurrud, y le dijo: "¡Oh soberana de las lunas! ¿Quieres pertenecer a ese venerable anciano, el jeique Rachideddín?"

Al oír estas palabras, la hermosa Zumurrud dirigió una mirada al individuo que le indicaba el corredor, y le encontró tal como acabamos de describirle. Y apartose con un ademán de repugnancia y exclamó: "¿No conoces, ¡oh jefe corredor! lo que decía un poeta viejo, aunque no tan repulsivo como éste? Pues escucha:

Le pedí un beso. Ella me miró. ¡Y su mirada no fue de odio ni de desdén, sino de indiferencia!

¡Sin embargo, sabía que yo era rico y considerado! Pasó y cayeron de un pliegue de su boca estas palabras:

"¡No me agradan las canas; no me gusta poner algodón mojado entre mis labios!"

Al oír estos versos, dijo el corredor a Zumurrud:

"¡Por Alah! ¡Razón tienes para rechazarle! ¡Además, mil dinares no son bastante precio! ¡En mi opinión, vales diez mil!"

Volviose luego hacia la multitud de compradores y preguntó si no deseaba otro a la esclava por el precio ya ofrecido. Entonces se acercó un mercader y dijo: "¡Yo!" Y la hermosa Zumurrud le miró, y vio que no era asqueroso como el viejo Rachideddín, y que sus ojos no eran azules ni bizcos; pero notó que se teñía de colorado la barba, a fin de parecer más joven de lo que era.

Entonces exclamó: "¡Qué vergüenza enrojecer y ennegrecer así la faz de la ancianidad!" E inmediatamente improvisó estos versos:

¡Oh tú que estas enamorado de mi cintura y de mi rostro, no lograrás atraer mis miradas por mucho que te disfraces con colores ajenos!
¡Tiñes de oprobio tus canas, sin lograr ocultar tus defectos!
¡Cambias de barbas como cambias de cara, y te conviertes en tal espantajo, que si te mirase una mujer preñada, abortaría!

Oídos estos versos por el jefe de los corredores, le dijo a Zumurrud: "¡Por Alah! ¡La verdad está contigo!" Pero como no fue aceptada la segunda proposición, se adelantó un tercer mercader y dijo al corredor: "Ofrezco el mismo precio. ¡Pregúntale si me acepta!" Y el corredor interrogó a la hermosa joven, que miró entonces al hombre consabido.

Y vio que era tuerto, y se echó a reír, diciendo: "¿No sabes, ¡oh corredor! las frases del poeta acerca del tuerto? Pues óyelas:

¡Créeme, amigo: no seas nunca compañero de un tuerto, y desconfía de sus embustes y de su falsedad!

¡Tan poco se ganará tratándole, que Alah se cuidó de sacarle un ojo para que inspirara desconfianza!

Entonces el corredor le indicó un cuarto comprador, y le preguntó: "¿Quieres a éste?"

Zumurrud lo examinó, y vio que era un hombrecillo chico, con una barba que le llegaba al ombligo, y dijo en seguida: "En cuanto a ese barbudillo, mira cómo lo describe el poeta:

¡Tienes una barba prodigiosa, que es planta inútil y molesta, triste como una noche de invierno, larga, fría y oscura!"

Cuando el corredor vio que no aceptaba a ninguno de los que espontáneamente brindábanse a comprarla, dijo a Zumurrud: "¡Oh mi señora! mira a todos esos mercaderes y nobles compradores, y dime cuál tiene la suerte de gustarte, para que te ofrezca a él en venta".

Entonces la hermosa joven miró uno por uno con la mayor atención a todos los circunstantes, y acabó por fijar su mirada en Alischar, hijo de Gloria. Y el aspecto del joven la inflamó súbitamente con el amor más violento, porque Alischar, hijo de Gloria, era en verdad de una belleza extraordinaria, y nadie le podía ver sin sentirse inclinado hacia él con ardor. Así es que la joven Zumurrud se apresuró a señalárselo al corredor, y dijo:

"¡Oh corredor! quiero a ese joven de rostro gentil y cintura ondulante, pues lo encuentro delicioso y de sangre simpática, más ligera que la brisa del Norte; y de él dijo el poeta:
¡Oh jovencillo! ¿Cómo te olvidarán los que hayan visto tu belleza?
¡Dejen de mirarte quienes deploran los tormentos con que llenas el corazón!
¡Los que quieran preservarse de tus encantos prodigiosos, cubran con un velo tu hechicera cara!

"Y también de él dijo otro poeta:

¡Oh señor mío, compréndelo! ¿Cómo no amarte? ¿No es esbelta tu cintura y combados tus riñones?
¡Compréndelo!, ¡oh señor mío! ¿No es patrimonio de sabios, de gente exquisita y de espíritus delicados el amor a cosas tales?

"Un tercer poeta ha dicho:

¡Sus mejillas están llenas y lisas; su saliva leche dulce al beberla, es un remedio para las enfermedades; su mirada hace soñar a los prosistas y a los poetas, y sus proporciones dejan perplejos a los arquitectos!

"Otro ha dicho:

¡El licor de sus labios es un vino enervante; su aliento tiene el perfume del ámbar y sus dientes son granos de alcanfor!
¡Por eso Raduán, guardián del Paraíso, le rogó que se fuera, temeroso de que sedujese a las huríes!
¡La gente tosca y de entendimiento torpe deplora sus gestos y su conducta! ¡Como si la luna no fuera bella en todos sus cuartos, como si su marcha no fuera armoniosa en todas las partes del cielo!

"Otro poeta ha dicho también:

¡Por fin consintió en conceder una cita ese cervatillo de cabellera rizada, y de mejillas llenas de rosas y mirada encantadora! ¡Y aquí estoy, puntual, con el corazón alborotado y el mirar anhelante!
¡Me prometió esta cita, cerrando los ojos para decirme que sí! Pero si sus párpados están cerrados, ¿cómo podrán cumplir su promesa?

"Dijo de él otro, por último:

Tengo amigos poco sagaces, que me han preguntado: "¿Cómo puedes querer apasionadamente a un joven cuyas mejillas sombrea ya un bozo tan fuerte?"
Yo les dije: "¡Cuán grande es vuestra ignorancia! ¡Los frutos del jardín del Edén se cogieron en sus hermosas mejillas! ¿Cómo hubieran podido dar esas mejillas tan hermosos frutos si no fueran ya frondosas?"

Maravilladísimo quedó el corredor al advertir tanto talento en esclava tan joven, expresó su asombro al propietario, que le dijo: "Comprendo que te pasmen tanta belleza y tan agudo ingenio. Pero sabe que esta milagrosa adolescente, que avergüenza a los astros y al sol, no se contenta con conocer los poetas más delicados y complicados, ni con ser una constructora de estrofas, sino que además sabe escribir con siete plumas los siete caracteres diferentes, y sus manos son más preciosas que todo un tesoro. Conoce, en efecto, el arte del bordado y de tejer la seda, y toda alfombra o cortinajes que sale de sus manos se tasa en el zoco a cincuenta dinares. Observa también que en ocho días tiene tiempo sobrado para terminar la alfombra más hermosa o el más suntuoso cortinaje. ¡De modo que, sin duda alguna, quien la compre habrá recuperado a los pocos meses su dinero!"

Oídas estas palabras, el corredor levantó los brazos admirado, y exclamó: "¡Oh, dichoso aquel que tenga esta perla en su morada, y la conserve como el tesoro más oculto!"

Y se acercó a Alischar, hijo de Gloria, señalado por la joven, se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 312: Pero cuando llegó la 319ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 319ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego le dijo: "¡En verdad, oh, mi señor! que es mucha tu suerte al poder comprar este tesoro por la centésima parte de su valor, y el Donador no te ha escatimado sus dones. ¡Tráigate, pues, esta joven la felicidad!"

Al oír estas palabras, Alischar bajó la cabeza, y no pudo dejar de reírse interiormente de la ironía del Destino, y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡No tengo con qué comprar un pedazo de pan, y me creen bastante rico para adquirir esta esclava! ¡De todos modos no diré ni que sí ni que no, para no cubrirme de vergüenza delante de todos los mercaderes!"

Y bajó la vista y no dijo palabra.

Como no se movía, Zumurrud le miró para alentarle a la compra; pero él seguía con los ojos bajos sin verla. Entonces ella dijo al corredor: "Cógeme de la mano y llévame junto a él, que quiero hablarle personalmente y determinarle a que me compre, pues he resuelto pertenecer a él sólo, y no a otro". Y el corredor la cogió de la mano y la llevó junto a Alischar, hijo de Gloria.

La joven se quedó de pie, alardeando de su belleza, delante del mozo, y le dijo: "¡Oh amado dueño mío! ¡Oh joven que haces arder mis entrañas! ¿Por qué no ofreces el precio de compra? ¿0 por qué no calculas tú el valor que te parezca más equitativo? ¡Quiero ser tu esclava a cualquier precio!

Alischar levantó la cabeza, meneándola con tristeza, y dijo: "La venta y la compra nunca son obligatorias".

Zumurrud exclamó: "¡Ya veo, oh dueño muy amado! que encuentras muy alto el precio de mil dinares. ¡No ofrezcas más que novecientos, y te pertenezco!" Bajó Alischar la cabeza y nada contestó. Ella dijo: "¡Cómprame entonces por ochocientos!" El bajó la cabeza. Ella añadió: "¡Por setecientos!" Y él bajó otra vez la cabeza. Zumurrud siguió rebajando hasta que le dijo: "¡Sólo por cien dinares!"

Entonces le dijo: "¡Ni siquiera tengo los cien dinares completos!" Ella se echó a reír, y le dijo: "¿Cuánto te falta para reunir la cantidad de cien dinares? Pues si hoy no los tienes todo, ya pagarás otro día lo que falte". El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡Sabe, por fin, que no tengo ni cien dinares ni uno! ¡Por Alah! No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un dracma de plata. De modo que no pierdas más tiempo conmigo y busca otro comprador".

Cuando Zumurrud comprendió que el joven carecía de dinero, le dijo: "¡De todos modos, cierra el trato! ¡Dame la mano, envuélveme en tu manto y pasa un brazo alrededor de mi cintura, que es como sabes, la señal de aceptación!" Alischar, que ya no tenía motivos para negarse, se apresuró entonces a hacer lo que le mandó Zumurrud, y ésta sacó al momento de su faltriquera un bolsillo que le entregó y le dijo: "¡Ahí dentro hay mil dinares; tienes que ofrecer novecientos a mi amo, y conservar los otros cien para nuestras necesidades más apremiantes!" Y enseguida Alischar entregó al mercader los novecientos dinares, y se apresuró a coger a la esclava de la mano y llevársela a su casa.

Cuando llegaron a la casa, Zumurrud se sorprendió al ver que la habitación se reducía a un miserable cuarto, cuyo único moblaje consistía en una mala estera vieja y rota por varias partes. Se apresuró a dar a Alischar otro bolsillo con mil dinares más, y le dijo: "Corre pronto al zoco, para comprar todos los muebles y alfombras que hagan falta, y comida y bebida. ¡Y escoge lo mejor que haya en el zoco! Además, tráeme una gran pieza de seda de Damasco de la mejor clase, de color de granate, y carretes de hilo de oro, y carretes de hilo de plata, y carretes de hilo de seda, de siete colores diferentes. Y no olvides comprar agujas grandes, y también un dedal de oro".

Y Alischar ejecutó en seguida sus órdenes, y llevó todo aquello a Zumurrud. Entonces ella tendió por el suelo las alfombras, arregló los colchones y divanes, lo colocó todo en orden, y puso el mantel, después de haber encendido los candelabros.

Se sentaron entonces ambos, y comieron y bebieron, y se pusieron muy contentos. Tras de lo cual se tendieron en su cama nueva y se satisficieron mutuamente. Y pasaron toda la noche estrechamente enlazados, entre las puras delicias y los más alegres retozos, hasta por la mañana. Y su amor se consolidó con pruebas indudables y se grabó en su corazón de manera indeleble.

Sin perder tiempo, la diligente Zumurrud se puso enseguida a la labor.

Cogió la pieza de seda de Damasco color de granate, y en pocos días hizo con ella un cortinaje, en cuyo contorno representó con arte infinito figuras de aves y animales, y no hubo un animal en el mundo, pequeño ni grande, que no quedara representado en aquella tela. Y la ejecución era tan asombrosa de parecido y de vida, que se diría movíanse los animales de cuatro pies y se creía oír cantar a las aves. En medio de la cortina estaban bordados grandes árboles cargados de fruta y de sombra tan hermosa que con verla se sentía una gran frescura. ¡Y todo aquello fue ejecutado en ocho días, ni más ni menos! ¡Gloria al que da tanta habilidad a los dedos de sus criaturas!

Terminada la cortina, Zumurrud le dio brillo, la planchó, la dobló y se la entregó a Alischar, diciéndole: "Ve a llevarla al zoco y véndesela a cualquier mercader con tienda abierta, y no por menos de cincuenta dinares. Pero guárdate muy bien de cedérsela a cualquier mercader de paso que no sea conocido en el zoco, pues eso sería causa de una cruel separación entre nosotros. Porque tenemos enemigos que nos acechan. ¡Desconfía de los caminantes!"

Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y fue al zoco y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 313: Pero cuando llegó la 320ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 320ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa. Después compró otra vez seda e hilo de oro y plata, en cantidad suficiente para una nueva cortina o alfombra de gusto, y se lo llevó todo a Zumurrud, que volvió a poner manos a la obra, y en otros ocho días ejecutó una cortina más hermosa aún que la anterior, y que también produjo la cantidad de cincuenta dinares. Y durante el espacio de un año vivieron de tal suerte, comiendo, bebiendo y sin carecer de nada ni dejar de satisfacer su mutuo amor, más ardiente cada día.

Un día salió Alischar de la casa, llevando, según su costumbre, un paquete que contenía un tapiz ejecutado por Zumurrud, y emprendió el camino del zoco para presentárselo a los mercaderes por mediación del pregonero, como siempre. Llegado al zoco, se lo entregó al pregonero, que empezó a pregonarlo delante de las tiendas de los mercaderes, cuando acertó a pasar un cristiano, uno de esos individuos que pululan a la entrada de los zocos, asediando a los parroquianos con sus ofrecimientos.

Este cristiano se aproximó al pregonero y a Alischar y les ofreció sesenta dinares por el tapiz, en vez de los cincuenta por que se pregonaba. Pero Alischar, que sentía aversión y desconfianza hacia aquella clase de individuos, y recordaba, además, el encargo de Zumurrud, no quiso vendérselo. Entonces el cristiano aumentó su oferta y acabó por proponer cien dinares, y el pregonero le dijo al oído a Alischar: "¡Verdaderamente, no desaproveches esta excelente ocasión!" Porque el pregonero ya había sido sobornado secretamente por el cristiano con diez dinares. Y maniobró tan bien sobre el espíritu de Alischar, que le decidió a entregar el tapiz al cristiano, mediante la cantidad convenida. Y lo hizo no sin gran aprensión, cobrando los cien dinares, y volvió a emprender el camino de su casa.

Conforme iba andando, al volver una esquina notó que le seguía el cristiano. Se paró y le preguntó: "¿Cristiano, qué tienes que hacer en este barrio en donde no entra la gente de tu clase?" Este dijo: "Perdona ¡oh señor! pero tengo un encargo que hacer al final de esta calleja. ¡Alah te conserve!"

Alischar siguió su camino y llegó a la puerta de su casa. Y allí notó que el cristiano, después de haber dado un rodeo había vuelto por el otro extremo de la calle y llegaba a su puerta al mismo tiempo que él. Y le gritó, lleno de ira: "¡Maldito cristiano! ¿A qué me sigues de esa manera por donde voy?" El otro contestó: "¡Oh, señor mío! ¡Créeme que me encontraste aquí por casualidad! ¡Pero te ruego que me des un trago de agua, y Alah te recompensará, porque la sed me quema interiormente!" Y Alischar pensó: "¡Por Alah! ¡No se dirá que un musulmán se ha negado a dar de beber a un perro sediento! ¡Voy a darle un poco de agua!" Y entró en su casa, cogió un cántaro de agua, e iba a salir para dársela al cristiano, cuando Zumurrud le oyó levantar el pestillo y salió a su encuentro, conmovida por su ausencia prolongada. Y le dijo, besándole: "¿Cómo tardaste tanto en volver hoy? ¿Vendiste al fin el tapiz, y ha sido a un mercader con tienda o a un transeúnte?"

El respondió, visiblemente turbado: "He tardado un poco porque el zoco estaba lleno, pero de todos modos acabé por vendérsela a un mercader". Ella dijo con cierta duda en la voz: "¡Por Alah! Mi corazón no está tranquilo. Pero ¿adónde vas con ese cántaro?" El dijo: "Voy a dar de beber al pregonero del zoco, que me ha acompañado hasta aquí". Pero no la satisfizo esta respuesta, y mientras salía Alischar, recitó muy ansiosa, estos versos del poeta:

¡Oh corazón mío que piensas en el amado; pobre corazón lleno de esperanzas y que crees eterno el beso! ¿No ves que a tu cabecera vela, con los brazos tendidos, la Separadora, y que en la sombra te acecha pérfido el Destino?

Cuando Alischar se dirigía hacia afuera, encontrose con el cristiano, que ya había entrado en el zaguán por la puerta abierta. Al verlo el mundo se ennegreció delante de sus ojos, y exclamó: "¿Qué haces ahí, perro, hijo de perro? ¿Y cómo osaste penetrar en mi casa sin mi permiso?" El otro contestó: "¡Por favor, oh mi señor, perdóname! Cansado de haber andado todo el día y sin poderme tener ya en pie, me vi obligado a pasar el umbral, pues al cabo no hay tanta diferencia entre la puerta y el zaguán. ¡Además, no pido más que el tiempo suficiente para tomar aliento y me voy! ¡No me rechaces, y Alah no te rechazará!"

Y cogió el cántaro que sostenía Alischar muy perplejo, bebió lo necesario y se lo devolvió. Y Alischar se quedó de pie enfrente, esperando que se fuera. Pero pasó una hora, y el cristiano no se movía. Entonces, Alischar, sofocado, le gritó: "¿Quieres marcharte ahora mismo y seguir tu camino?" Pero el cristiano le contestó: "¡Oh señor mío! No serás de aquellos que hacen un beneficio a alguien para obligarle a estar lamentándolo toda la vida, ni de aquellos de quienes dijo el poeta:

¡Se desvaneció la raza generosa de los que, sin contar, llenaban la mano del pobre antes de que se les tendiese!

¡Ahora hay una raza vil de usureros que calculan el interés de un poco de agua prestada al pobre del camino!

"Yo, mi señor, ya he apagado la sed con el agua de tu casa; pero ahora me atormenta de tal manera el hambre, que me contentaría con lo que te haya quedado de la comida, aunque fuera un pedazo de pan seco y una cebolla, nada más". Alischar, cada vez más enfurecido, le gritó: "¡Vaya, vaya! ¡Fuera de aquí! ¡Basta de citas poéticas! ¡No queda nada en la casa!" El otro contestó, sin moverse del sitio: "¡Señor, perdóname! Pero si no hay nada en tu casa, tienes encima los cien dinares que te ha producido el tapiz. Te ruego, pues, por Alah, que vayas al zoco más cercano a comprarme una torta de trigo, para que no se diga que abandoné tu casa sin que se haya partido entre nosotros el pan y la sal".

Cuando Alischar oyó estas palabras, dijo para sí: "No hay duda posible. Este maldito cristiano es un loco y un extravagante. Y lo voy a echar a la calle y a azuzar contra él a los perros vagabundos". Y cuando se preparaba a empujarle afuera, el cristiano, inmóvil, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Es un solo pedazo de pan el que deseo, y una sola cebolla para poder matar el hambre! ¡De modo que no hagas mucho gasto por mí, que sería demasiado! Porque el prudente se contenta con poco; y un pan seco basta para apagar el hambre que tortura al sabio, cuando el mundo no bastaría para saciar el falso apetito del tragón.

Cuando Alischar vio que no le quedaba más remedio que ceder, dijo al cristiano: "¡Voy al zoco a buscar de comer! ¡Espérame aquí sin moverte!" Y salió de la casa después de haber cerrado la puerta, y sacó la llave de la cerradura para metérsela en el bolsillo. Fue apresuradamente al zoco, compró queso asado con miel, pepinos, plátanos, hojaldre y pan recién salido del horno, y se lo trajo todo al cristiano, diciéndole: "¡Come!"

Pero éste se negó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¡Qué generosidad la tuya! ¡Lo que traes basta para alimentar a diez personas! ¡Es demasiado, a menos que quieras honrarme comiendo conmigo!"

Alischar respondió: "Yo estoy harto. ¡Come solo!" El otro exclamó: "¡Oh mi señor, la sabiduría de las naciones nos enseña que el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino...!"

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 314: Pero cuando llegó la 321ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 321ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino." Estas palabras no tenían réplica posible. Alischar no se atrevió a negarse, y se sentó al lado del cristiano, y se puso a comer con él distraídamente. Y el cristiano se aprovechó de la distracción de su huésped para mondar un plátano, partirlo, y deslizar en él con destreza banj puro mezclado con extracto de opio, en dosis suficiente para derribar a un elefante y dormirlo durante un año. Mojó el plátano en la miel blanca, en la cual nadaba el excelente queso asado, y se lo ofreció a Alischar, diciéndole: "¡Oh mi señor! ¡Por la verdad de la fe, acepta de mi mano este suculento plátano que mondé para ti!" Alischar que tenía prisa por acabar, cogió el plátano y se lo tragó.

Apenas había llegado el plátano a su estómago, cayó Alischar al suelo privado de sentido. Entonces el cristiano brincó como un lobo pelado y se precipitó afuera, pues en la calleja de enfrente permanecían en acecho varios hombres con un mulo, y a su cabeza estaba el viejo Rachideddín, el miserable de los ojos azules al cual no había querido pertenecer Zumurrud, y que había jurado poseerla a la fuerza a todo trance. Este Rachideddín no era más que un innoble cristiano, que profesaba exteriormente el islamismo para gozar sus privilegios cerca de los mercaderes, y era el propio hermano del cristiano que acababa de traicionar a Alischar, y que se llamaba Barssum.

Este Barssum corrió, pues, a avisar a su miserable hermano del resultado de su ardid, y los dos, seguidos por sus hombres, penetraron en la casa de Alischar, se precipitaron en la inmediata habitación, alquilada por Alischar para harem de Zumurrud, lanzáronse sobre la hermosa joven, a la cual amordazaron y agarraron para transportarla en un momento a lomos del mulo, que pusieron al galope, a fin de llegar en pocos instantes, sin que nadie les molestara en el camino, a casa del viejo Rachideddin.

El viejo miserable de ojos azules y bizcos mandó entonces llevar a Zumurrud a la estancia más apartada de la casa, y se sentó cerca de ella, después de haberle quitado la mordaza, y le dijo: "Hete aquí ya en mi poder, bella Zumurrud, y no será el bribón de Alischar quien venga ahora a sacarte de mis manos. Empieza, pues, antes de acostarte en mis brazos y de experimentar mi valentía en el combate, por abjurar de tu descreída fe y consentir en ser cristiana, como yo soy cristiano. ¡Por el Mesías y la Virgen! ¡Si no te rindes inmediatamente a mi doble deseo, te someteré a los peores tormentos y te haré más desdichada que una perra!"

Al oír estas palabras del miserable cristiano, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, que rodaron por sus mejillas, y sus labios se estremecieron y exclamó:

"¡Oh malvado de barbas blancas! ¡Por Alah! ¡Podrás hacer que me corten en pedazos, pero no conseguirás que abjure de mi fe; podrás apoderarte de mi cuerpo por la violencia, como el cabrón en celo con la cabra joven, pero no someterás mi espíritu a la impureza compartida!
¡Y Alah sabrá pedirte cuenta de tus ignominias tarde o temprano!"

Cuando el anciano vio que no podía convencerla con palabras, llamó a sus esclavos y les dijo: "¡Echadla al suelo, y sujetadla boca abajo fuertemente!" Y los esclavos la echaron al suelo boca abajo. Entonces aquel miserable cristiano agarró un látigo y empezó a azotarla con crueldad en sus hermosas partes redondeadas, de modo que cada golpe dejaba una larga raya roja en la blancura de las nalgas. Y Zumurrud, a cada golpe que recibía, en vez de debilitarse en la fe exclamaba: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!" Y el otro no dejó de azotarla hasta que no pudo ya levantar el brazo. Entonces mandó a sus esclavos que la llevasen a la cocina con las criadas y que no le dieran de comer ni de beber.

¡Esto en cuanto a ellos dos!

En cuanto a Alischar, quedó tendido sin sentido en el zaguán de su casa hasta el día siguiente.

Entonces volvió en sí y abrió los ojos, disipada ya la embriaguez del banj y desaparecidos de su cabeza los vapores del opio. Se sentó entonces en el suelo, y con todas sus fuerzas llamó: "¡Ya Zumurrud!" Pero no le contestó nadie.

Levantose anhelante y entró en la habitación, que encontró vacía y silenciosa. Se acordó del cristiano importuno, y como también éste había desaparecido, ya no dudó del rapto de su amada Zumurrud.

Entonces se tiró al suelo, dándose golpes en la cabeza y sollozando; después se desgarró los vestidos, y lloró todas las lágrimas de la desolación; y en el límite de la desesperanza, se lanzó fuera de su casa, recogió dos piedras grandes, una con cada mano, y empezó a recorrer enloquecido todas las calles, golpeándose el pecho con las piedras y gritando: "¡Ya Zumurrud, Zumurrud!"

Y los chiquillos le rodearon, corriendo como él y gritando: "¡Un loco, un loco!" Y los conocidos que le encontraban le miraban con lástima y lamentaban la pérdida de su razón, diciendo: "¡Es el hijo de Gloria! ¡Pobre Alischar!"

Y siguió vagando de aquel modo y haciéndose sonar el pecho a guijarrazos, cuando le encontró una buena vieja, que le dijo: "Hijo mío, ¡así goces de la seguridad y la razón! ¿Desde cuándo estás loco?"

Y Alischar le contestó con estos versos:

¡La ausencia de una mujer me hizo perder la razón! ¡Oh vosotras que creéis en mi locura, traedme a la que hubo de causarla, y daréis a mi espíritu la frescura de un díctamo!

Al oír tales versos y al mirar más atentamente a Alischar, la buena anciana comprendió que debía ser un enamorado infeliz, y le dijo: "¡Hijo mío, no temas contarme tus penas y tu infortunio! ¡Acaso me haya puesto Alah en tu senda para ayudarte!" Entonces Alischar le contó su aventura con Barssum el cristiano.

Enterada la buena vieja, estuvo reflexionando una hora, y luego levantó la cabeza y le dijo a Alischar:

"¡Levántate, hijo mío, y ve pronto a comprarme un cesto de buhonero, en el cual colocarás, después de adquirirlos en el zoco, pulseras de cristal de colores, anillos de cobre plateado, pendientes, dijes y otras varias cosas como las que venden las piadosas por las casas a las mujeres. Y yo me pondré el cesto en la cabeza, y recorreré las casas de la ciudad, vendiendo esas cosas a las mujeres. Y así podré hacer averiguaciones que nos orientarán, y si Alah quiere, contribuirán a que encontremos a tu amada Sett Zumurrud! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 315: Y cuando llegó la 322ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 322ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...encontraremos a tu amada Sett Zumurrud". Y Alischar se puso a llorar de alegría. Y después de haber besado la mano a la cena vieja, se apresuró a comprar y entregarle lo que le había indicado.

Entonces la vieja fue a vestirse a su casa. Se tapó la cara con un velo de miel oscuro, se cubrió la cabeza con un pañuelo de cachemira, se envolvió en un velo grande de seda negra, se puso en la cabeza consabida cesta, y cogiendo un bastón para sostener su respetable vejez, empezó a recorrer lentamente los harenes de personajes y mercaderes por los distintos barrios, y no tardó en llegar a la casa del viejo achideddín, el miserable cristiano que pasaba por musulmán, el maldito a quien Alah confunda y abrase en el fuego del infierno y atormente hasta la extinción del tiempo. ¡Amin!

Y llegó precisamente en el momento en que la desventurada joven, arrojada entre las esclavas y criadas de la cocina y dolorida aún de los golpes que había recibido, yacía medio muerta en una mala estera.

Llamó a la puerta la vieja, y una esclava abrió y la saludó amistosamente. Y la vieja le dijo: "Hija mía, tengo cosas bonitas que vender ¿Hay en casa quién las compre?" La criada dijo: "¡Ya lo creo!" la llevó a la cocina, en donde la vieja se sentó con gran compostura, rodeándola en seguida las esclavas. Fue muy benévola en la venta, y les cedió, por precios muy módicos, pulseras, sortijas y pendientes, de modo le se granjeó su confianza y ganó sus simpatías por su lenguaje virtuoso y la dulzura de sus modales.

Pero al volver la cabeza vio a Zumurrud tendida, e interrogó a las esclavas, que le dijeron cuanto sabían. E inmediatamente comprendió que estaba en presencia de la que buscaba. Se acercó a la joven y dijo: "¡Hija mía! ¡Aléjese de ti todo mal! ¡Alah me envía para socorrerte! ¡Eres Zumurrud, la esclava amada de Alischar, hijo de Gloria!" Y la enteró del objeto de su venida, disfrazada de vendedora, le dijo: "Mañana por la noche estate dispuesta a dejarte raptar; asómate a la ventana de la cocina que da a la calle, y cuando veas que alguien, entre la oscuridad, se pone a silbar, ésa será la seña. Responde silbando también, y salta sin temor a la calle. ¡Alischar en persona estará allí y te salvará!" Y Zumurrud besó las manos a la vieja, que se apresuró a salir y enterar a Alischar de lo que acababa de suceder, añadiendo: "Irás allá, al pie de la ventana de la cocina de ese maldito, harás tal v cual cosa".

Entonces Alischar dio mil gracias a la vieja por sus favores, quiso hacerle un regalo; pero no lo aceptó ella y se fue deseándole buen éxito y felicidades, y le dejó recitando versos sobre la amargura de la separación.

A la noche siguiente, Alischar se encaminó a la casa descripta por la buena vieja y acabó por encontrarla. Se sentó al pie de la pared y aguardó a que llegara la hora de silbar. Pero cuando llevaba allí un rato, como había pasado dos noches de insomnio, le venció de pronto el cansancio y se durmió. ¡Glorificado sea el Único, que nunca duerme!

Mientras Alischar permanecía aletargado al pie de la pared, el Destino envió hacia allí, en busca de alguna ganga, a un ladrón entre los ladrones audaces, que, después de dar vuelta a la casa sin encontrar salida, llegó al sitio en que dormía Alischar. Y se inclinó hacia éste, y tentado por la riqueza de su traje, le robó hábilmente el hermoso turbante y el albornoz, y se los puso enseguida. En el mismo momento vio que se abría la ventana y oyó silbar a alguien. Miró, y vio una forma de mujer que le hacía señas y silbaba. Era Zumurrud, que le tomaba por Alischar.

Al ver aquello, el ladrón, aunque sin saber lo que significaba, pensó: "¡Me convendrá contestar!" Y silbó. Enseguida salió Zumurrud por la ventana y saltó a la calle con la ayuda de una cuerda. Y el ladrón que era un mozo robusto, la cogió a cuestas y se alejo con la rapidez de un relámpago. .

Cuando Zumurrud vio que su acompañante tenía tanta fuerza, se asombró mucho, y le dijo: "Amado Alischar, la vieja me había dicho que apenas podías moverte por lo que te habían debilitado la pena y el temor. ¡Pero veo que estás más fuerte que un caballo!" Pero como el ladrón no contestaba y corría con mayor celeridad, Zumurrud le pasó la mano por la cara y se la encontró erizada de pelos más duros que la escoba del hammam, de tal modo que parecía un cerdo que se hubiera tragado una gallina, cuyas plumas se le salieran por la boca.

Al encontrarse con aquello, la joven sintió un terror espantoso, y empezó a darle golpes en la cara, gritando: "¿Quién eres y qué eres?" Y como en aquel momento estaban ya lejos de las casas, en campo raso invadido por la noche y la soledad, el ladrón se detuvo un momento, dejó en el suelo a la joven, y gritó: "¡Soy Djiwán el kurdo, el compañero más terrible de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf!”

"¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche próxima será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente, y te pisaremos el vientre, y nos revolcaremos entre tus muslos, y le haremos dar vueltas a tu capullo hasta por la mañana!”

Cuando Zumurrud oyó semejantes palabras de su raptor comprendió todo lo horrible de su situación, y se echó a llorar, golpeándose el rostro y deplorando el error que la había entregado a aquel bandido perpetrador de violencias y a sus cuarenta compañeros. Y después, viendo que su destino aciago la perseguía y que no podía luchar contra él, se dejó llevar de nuevo por su raptor sin oponer resistencia y se contentó con suspirar: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Me refugio en El! ¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 316: Pero cuando llegó la 323ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 323ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...¡Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él!"

El terrible kurdo Djiwán se echó de nuevo a cuestas a la joven, y siguió corriendo hasta una caverna oculta entre rocas, donde habían establecido su domicilio la gavilla de los cuarenta y su jefe. Arreglaba allí la casa de los ladrones y les preparaba la comida una vieja, que era precisamente la madre del raptor de Zumurrud. Ella fue la que al oír la seña convenida salió a la entrada de la caverna a recibir a su hijo con la capturada. Djiwán entregó la persona de Zumurrud a su madre, y le dijo: "Cuida bien de esta gacela hasta mi regreso, pues voy a buscar a mis compañeros para que la cabalguen conmigo. Pero como no hemos de volver hasta mañana a mediodía, porque tenemos que realizar algunas proezas, te ruego que la alimentes bien, para que pueda soportar nuestras cargas y nuestros asaltos". Y se fue.

Entonces la vieja se acercó a Zumurrud y le dio de beber, y le dijo: "hija mía, ¡qué dichosa serás cuando penetren pronto en tu centro cuarenta mozos robustos, sin contar al jefe, que él solo es tan fuerte como todos los demás juntos! ¡Por Alah! ¡Qué suerte tienes con ser joven y deseable!" Zumurrud no pudo contestar, y envolviéndose la cabeza con el velo, se tendió en el suelo y así permaneció hasta por la mañana.

La noche la había hecho reflexionar, cobró ánimos y dijo para sí: "¿En qué indiferencia condenable caigo al presente? ¿Voy a aguardar sin moverme la llegada de esos cuarenta bandoleros perforadores, que me estropearán al taladrarme y me llenarán como el agua llena un buque hasta hundirlo en el fondo del mar? ¡No, por Alah! ¡Salvaré mi alma y no les entregaré mi cuerpo!"

Y como ya era día claro, se acercó a la vieja, y besándole la mano, le dijo: "Esta noche he descansado bien, mi buena madre, y me siento con muchos ánimos y dispuesta a honrar a mis huéspedes. ¿Qué haremos ahora para pasar el tiempo hasta que lleguen? ¿Quieres, por ejemplo, venir conmigo al sol, y dejar que te despioje y te peine el pelo, buena madre?"

La vieja contestó: "¡Por Alah! ¡Excelente ocurrencia, hija mía, pues desde que estoy en esta caverna no me he podido lavar la cabeza, y sirve ahora de habitación a todas las clases de piojos que se alojan en la cabellera de las personas y en los pelos de los animales! Y cuando anochece, salen de mi cabeza y circulan en tropel por todo mi cuerpo. Y los tengo blancos y negros, grandes y chicos. Hay algunos, hija mía, que tienen un rabo muy largo, y se pasean hacia atrás, y otros de olor más fétido que los follones y los cuescos más hediondos.

Si consigues librarme de esos animales maléficos, tu vida conmigo será muy dichosa". Y salió con Zumurrud fuera de la caverna, y se acurrucó al sol, quitándose el pañuelo que llevaba a la cabeza. Y entonces pudo ver Zumurrud que había allí todas las variedades de piojos conocidas y otras más. Sin perder valor, empezó a quitarlos a puñados y a peinar los cabellos por la raíz con espinas gordas; y cuando no quedó más que una cantidad normal de aquellos piojos, se puso a buscarlos con dedos ágiles y numerosos y a aplastarlos entre dos uñas, según se acostumbraba. Y alisó la cabellera con suavidad, con tanta suavidad, que la vieja se sintió invadida de un modo delicioso por la tranquilidad de su propia piel limpia, y acabó por dormirse profundamente.

Sin perder tiempo, Zumurrud se levantó y corrió a la caverna, en la cual cogió y se puso ropa de hombre; y se rodeó la cabeza con un turbante hermoso, que procedía de un robo hecho por los cuarenta, y salió por allí a escape para dirigirse a un caballo robado también, que por allí pacía con los pies trabados; le puso silla y riendas, saltó encima a horcajadas y salió a galope en línea recta, invocando al Dueño de la salvación.

Galopó sin descanso hasta que anocheció; y al amanecer siguiente reanudó la carrera, sin parar más que alguna que otra vez para descansar, comer alguna raíz y dejar pacer al caballo. Y así prosiguió durante diez días y diez noches.

Por la mañana del undécimo día salió al cabo del desierto que acababa de atravesar y llegó a una verde pradera por donde corrían hermosas aguas y alegraba la vista el espectáculo de frondosos árboles, de umbrías y de rosas y flores que un clima primaveral hacía brotar a millares; allí jugueteaban también aves de la creación y pastaban rebaños de gacelas v de animales muy lindos.

Zumurrud descansó una hora en aquel sitio delicioso, y luego montó de nuevo a caballo, y siguió un camino muy hermoso que corría por entre masas de verdor y llevaba a una gran ciudad cuyos alminares brillaban al sol en lontananza.

Cuando estuvo cerca de los muros y de la puerta de la ciudad vio una muchedumbre inmensa, que al distinguirla empezó a lanzar gritos delirantes de alegría y triunfo, y en seguida salieron de la puerta y fueron a su encuentro emires a caballo y personajes y jefes de soldados, que se prosternaron y besaron la tierra con muestras de sumisión de súbditos a su rey, mientras por todas partes brotaba este clamor inmenso de la multitud delirante: "¡Dé Alah la victoria a nuestro sultán! ¡Traiga tu feliz venida la bendición al pueblo de los musulmanes, oh rey del universo! ¡Consolide Alah tu reinado, oh rey nuestro!" Y al mismo tiempo millares de guerreros a caballo se formaron en dos filas para separar y contener a las masas en el límite del entusiasmo, y un pregonero público, encaramado en un camello ricamente enjaezado, anunciaba al pueblo a toda voz la feliz llegada de su rey.

Pero Zumurrud, disfrazada de caballero, no entendía lo que podía significar todo aquello, y acabó por preguntar a los grandes dignatarios, que habían cogido por cada lado las riendas del caballo: "¿Qué pasa, distinguidos señores, en vuestra ciudad? ¿Y qué me queréis?" Entonces, de entre todos ellos se adelantó un gran chambelán, que, tras de inclinarse hasta el suelo, dijo a Zumurrud:

"El Donador, ¡oh dueño nuestro! ¡No contó sus gracias al otorgárselas! ¡Loor se le dé! ¡Te trae de la mano hasta nosotros para colocarte como nuestro rey sobre el trono de este reino! ¡Loor a El, que nos da un rey tan joven y tan bello, de la noble raza de los hijos de los turcos de rostro brillante! ¡Gloria a El! Porque si nos hubiera enviado algún mendigo o cualquier otra persona de poco más o menos, nos habríamos visto obligados también a aceptarlo por nuestro rey y a rendirle pleitesía y homenaje. Sabe, en efecto...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 317: Y cuando llegó la 324ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 324ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...Sabe, en efecto, que la costumbre de los habitantes de esta ciudad, cuando muere nuestro rey sin dejar hijo varón, es dirigirnos a esta carretera y aguardar la llegada del primer caminante que nos envía el Destino para elegirle como rey y saludarle como a tal. ¡Y hoy hemos tenido la dicha de encontrarte a ti, el más hermoso de los reyes de la tierra y el único de tu siglo y de todos los siglos!"

Y Zumurrud, que era una mujer de seso y de excelentes ideas, no se desconcertó con noticia tan extraordinaria, y dijo al gran chambelán y a los demás dignatarios: "¡Oh vosotros todos, fieles súbditos míos desde ahora, no creáis de todos modos que yo soy algún turco de oscuro nacimiento o hijo de algún plebeyo! ¡Al contrario! ¡Tenéis delante de vosotros a un turco de elevada estirpe que ha huido de su país y de su casa después de haber reñido con su familia, y ha resuelto recorrer el mundo buscando aventuras! ¡Y como precisamente el Destino me hace dar con una ocasión bastante propicia para ver algo nuevo, consiento en ser vuestro rey!"

Y enseguida se puso a la cabeza de la comitiva, y entre las aclamaciones y gritos de júbilo de todo el pueblo, hizo su entrada triunfal en la ciudad.

Al llegar a la puerta principal de palacio, los emires y chambelanes se apearon, y la sostuvieron por debajo de los brazos, y la ayudaron a bajar del caballo, y la llevaron en brazos al gran salón de recepciones; y después de revestirla con los atributos regios, la hicieron sentar en el trono de oro de los antiguos reyes. Y todos juntos se prosternaron y besaron el suelo entre sus manos, pronunciando el juramento de sumisión.

Entonces Zumurrud inauguró su reinado mandando abrir los tesoros regios acumulados durante siglos, y mandó sacar cantidades considerables, que repartió entre los soldados, los pobres y los indigentes. Así es que el pueblo la amó e hizo votos por la duración de su reinado. Y además Zumurrud tampoco se olvidó de regalar gran cantidad de ropas de honor a los dignatarios de palacio, y otorgar mercedes a los emires y chambelanes, así como a sus esposas y a todas las mujeres del harem. Además abolió el cobro de impuestos, los consumos y las contribuciones, y mandó libertar a los presos, y corrigió todos los males. Y de tal modo ganó el afecto de grandes y chicos, que todos la tenían por hombre, y se maravillaron de su continencia y castidad cuando supieron que nunca entraba en el harem ni se acostaba jamás con sus mujeres. En efecto, no quiso tener de noche más servicio particular que el de sus lindos eunucos, que dormían atravesados delante de su puerta.

Lejos de ser dichosa, Zumurrud no hacía más que pensar en su amado Alischar, de quien no tuvo noticias, no obstante todas las investigaciones que mandó hacer secretamente. Y no cesaba de llorar cuando estaba sola, ni de rezar y ayunar para atraer la bendición de Alah sobre Alischar y lograr volverle a ver sano y salvo después de la ausencia. Y así pasó un año y todas las mujeres del palacio levantaban los brazos, desesperadas, y exclamaban: "¡Qué desgracia para nosotras que el rey sea tan devoto y casto!"

Al cabo del año, Zumurrud tuvo una idea y quiso ejecutarla inmediatamente. Mandó llamar a visires y chambelanes, y les ordenó que los arquitectos e ingenieros abrieran un vasto meidán, de una parasanga de ancho y largo, y que construyeran en medio de un magnífico pabellón con cúpula, que había de tapizarse ricamente para colocar un trono, y tantos asientos como dignatarios había en palacio.

Se ejecutaron en muy poco tiempo las órdenes de Zumurrud. Y trazado el meidán, y levantado el pabellón, y dispuestos el trono y los asientos en el orden jerárquico, Zumurrud convocó a todos los grandes de la ciudad y del palacio, y les ofreció un banquete tal, que ningún anciano recordaba de otro parecido. Y al final del festín, Zumurrud se volvió hacia los invitados y les dijo: "¡En adelante, durante todo mi reinado, os convocaré en este pabellón a principios de cada mes, y os sentaréis en vuestros sitios, y convocaré asimismo a todo el pueblo, para que tome parte en el banquete, y coma y beba, y dé gracias al Donador por sus dones!" Y todos le contestaron oyendo y obedeciendo. Y entonces añadió: "¡Los pregoneros públicos llamarán a mi pueblo al festín y les advertirán que será ahorcado quien se niegue a venir!"

Y al principio del mes los pregoneros públicos recorrieron las calles, gritando: "¡Oh vosotros todos, mercaderes y compradores, ricos y pobres, hambrientos y hartos, por orden de nuestro señor el rey, acudid al pabellón del meidán! ¡Comeréis y beberéis y bendeciréis al Bienhechor! ¡Y será ahorcado quien no vaya! ¡Cerrad las tiendas y dejad de vender y comprar! ¡El que se niegue será ahorcado!"

A esta invitación, la muchedumbre acudió y se hacinó en el pabellón, estrujándose en medio del salón unos a otros, mientras el rey permanecía sentado en el trono, y a su alrededor, en los sitios respectivos, aparecían colocados jerárquicamente los grandes y dignatarios. Y todos empezaron a comer toda clase de cosas excelentes, como carneros asados, arroz con manteca, y sobre, todo el excelente manjar llamado "kisek", preparado con trigo pulverizado y leche fermentada. Y mientras comían, el rey los examinaba atentamente uno tras otro, y durante tanto tiempo, que cada cual decía a su vecino: "¡Por Alah! ¡No sé por qué me mira el rey con esa obstinación!" Y entretanto, los grandes y dignatarios no dejaban de alentar a toda aquella gente, diciéndole: "¡Comed sin cortedad y hartaos! ¡El mayor gusto que le podéis dar al rey es demostrarle vuestro apetito!" Y ellos decían: "¡Por Alah! ¡En toda la vida no hemos visto un rey que quisiera tan bien a su pueblo! "

Y entre los glotones que comían con más ardiente voracidad haciendo desaparecer en su garganta fuentes enteras, estaba el miserable cristiano Barssum que durmió a Alischar y raptó a Zumurrud, ayudado por su hermano el viejo Rachideddín. Cuando Barssum acabó de comer la carne y los manjares con manteca o grasa, vio una fuente colocada fuera de su alcance, llena de un admirable arroz con leche cubierto de azúcar fino y canela; atropelló a todos los vecinos y agarró la fuente, que atrajo a sí y colocó debajo de su mano, y cogió un enorme pedazo, que se metió en la boca. Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 318: Pero cuando llegó la 325ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 325ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

..Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo: "¿No te da vergüenza tender la mano hacia lo que está lejos de tu alcance y apoderarte de una fuente tan grande para ti solo? ¿Ignoras que la educación nos enseña a no comer más que lo que tenemos delante?" Y otro añadió: "¡Ojala que ese manjar te pese en la barriga y te trastorne las tripas!" Y otro muy chistoso, gran aficionado al haschich, le dijo: "¡Eh, por Alah! ¡Repartamos! ¡Acerca eso, que tome yo un bocado, o dos o tres!"

Pero Barssum le dirigió una mirada despreciativa, y le gritó con violencia: "¡Ah maldito devorador de haschich! ¡Este noble manjar no se ha hecho para tus mandíbulas! ¡Está destinado al paladar de los emires y gente delicada!"

Y se preparaba a meter otra vez los dedos en la deliciosa pasta, cuando Zumurrud, que lo observaba hacía un rato, lo conoció, y mandó hacia él a cuatro guardias diciéndoles: "¡Id en seguida a apoderaros de ese individuo que come arroz con leche, y traédmelo!" Y los cuatro guardias se precipitaron sobre Barssum, le arrancaron de entre los dedos el bocado que iba a tragar, le echaron de cara contra el suelo y le arrastraron por las piernas hasta delante del rey, entre los espectadores asombrados, que enseguida dejaron de comer, cuchicheando unos junto a otros: "¡Eso es lo que se saca por ser glotón y apoderarse de la comida de los demás!". Y el comedor de haschich dijo a los que le rodeaban: "¡Por Alah! ¡Qué bien he hecho en no comer con él ese excelente arroz con leche! ¡Quién sabe el castigo que le darán!" Y todos empezaron a mirar atentamente lo que iba a ocurrir.

Zumurrud, con los ojos encendidos por dentro, preguntó al hombre: "Dime, hombre de malos ojos azules, ¿cómo te llamas y cuál es el motivo de tu venida a este país?" El miserable cristiano, que se había puesto turbante blanco, privilegio de los musulmanes, dijo: "Oh nuestro señor el rey, me llamo Alí y tengo el oficio de pasamanero. He venido a este país a ejercer mi oficio y a ganarme la vida con el trabajo de mis manos".

Entonces Zumurrud dijo a uno de sus eunucos: "¡Ve pronto a buscar en mi mesa la arena adivinatoria y la pluma de cobre que me sirve para trazar las líneas geománticas!" Y en cuanto se ejecutó su orden, Zumurrud extendió cuidadosamente la arena adivinatoria en la superficie plana de la mesa, y con la pluma de cobre trazó la figura de un mono y algunos renglones de caracteres desconocidos. Después de lo cual recapacitó profundamente un rato, levantó de pronto la cabeza y con voz terrible que fue oída por toda la muchedumbre le gritó al miserable: "¡Oh perro! ¿Cómo te atreves a mentir a los reyes? ¿No eres cristiano y no te llamas Barssum? ¿Y no has venido a este país para buscar una esclava raptada por ti en otro tiempo? ¡Ah perro! ¡Ah maldito! ¡Ahora mismo vas a confesar la verdad que me acaba de revelar tan claramente la arena adivinatoria!"

Aterrado el cristiano al oír estas palabras cayose al suelo juntando las manos, y dijo: "¡Perdón, oh rey del tiempo! ¡No te engañas! ¡En efecto (preservado seas de todo mal), soy un innoble cristiano y vine aquí con la intención de apoderarme de una musulmana a quien rapté y que huyó de nuestra casa!".

Entonces Zumurrud en medio de los murmullos de admiración de todo el pueblo, que decía: "¡Ualah! ¡No hay en el mundo un geomántico lector de arena comparable con nuestro rey!"; llamó al verdugo y a sus ayudantes y les dijo: "Llevaos a ese miserable perro fuera de la ciudad, desolladle vivo, rellenadle con hierba de la peor calidad y volved y clavad la piel en la puerta del meidán!

En cuanto al cadáver, hay que quemarlo con excrementos secos y enterrar en el albañal lo que sobre". Y contestaron oyendo y obedeciendo, y se llevaron al cristiano, y lo ejecutaron según la sentencia, que al pueblo le pareció llena de justicia y cordura.

Los vecinos que habían visto al miserable comer el arroz con leche no pudieron dejar de comunicarse mutuamente sus impresiones. Uno dijo: "¡Ualah! ¡En mi vida volveré a dejarme tentar por ese plato, aunque me gusta en extremo! ¡Trae mala sombra!" Y el comedor de haschich exclamó, agarrándose el vientre porque tenía cólico de terror: "¡Ualah! ¡Mi buen destino me ha librado de tocar a ese maldito arroz con canela!" ¡Y todos juraron no volver a pronunciar ni el nombre del arroz con leche!

A todo esto, entró un hombre de aspecto repulsivo, que se adelantó rápidamente, atropellando a todo el que hallaba a su paso, y viendo todos los sitios ocupados menos alrededor de la fuente del arroz con leche, se acurrucó delante de ella y en medio del espanto general se dispuso a tender la mano para comerlo.

Y Zumurrud enseguida conoció que aquel hombre era su raptor, el terrible Djiwán el kurdo, uno de los cuarenta de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf. El motivo que lo llevaba a la ciudad no era otro que buscar a la joven, cuya fuga le había inspirado un furor espantoso cuando estaba ya preparado a cabalgarla con sus compañeros. Y se había mordido la mano de desesperación y había jurado que la encontraría, aunque estuviera escondida detrás del monte Cáucaso, u oculta como el alfónsigo en la cáscara. Y había salido a buscarla, y había acabado de llegar a la ciudad consabida, y por entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 319: Y cuando llegó la 326ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 326ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran. Sentose, pues, ante la fuente de arroz con leche y metió toda la mano en medio. Y entonces por todas partes le gritaron: "¡Eh! ¿Qué vas a hacer? ¡Ten cuidado! ¡Te van a desollar vivo! ¡No toques a esa fuente, que es de mala sombra!" Pero el hombre les dirigió miradas terribles y les gritó: "¡Callaos vosotros! ¡Quiero comer de este plato y llenarme la barriga! ¡Me gusta el arroz con leche!" Y le dijeron otra vez: "¡Que te ahorcarán y te desollarán!" Y por toda contestación se acercó más a la fuente, en la cual ya había metido la mano, y se inclinó hacia ella. Al verlo el comedor de haschich, que era el que tenía más cerca, se escapó asustado y libre ya de los vapores de haschich, para sentarse más lejos, protestando de que no tenía nada que ver con lo que ocurriera.

Y Djiwán el kurdo, después de haber metido en la fuente la mano negra como la pata del cuervo, la sacó enorme y pesada como el pie de un camello. Redondeó en la palma el prodigioso pedazo que había sacado, hizo con él una bola tan gorda como una cidra, y con un movimiento giratorio se la arrojó al fondo de la garganta, en donde se hundió con el estruendo de un trueno o con el ruido de una cascada en una caverna sonora, hasta el punto de que la cúpula del pabellón resonó con un eco sonoro que hubo de repetir saltando y rebotando. ¡Y fue tal la huella dejada en la masa de donde se sacó el pedazo, que se vio el fondo de la enorme fuente!

Al percibir aquello, el comedor de haschich levantó los brazos y exclamó: "¡Alah nos proteja! ¡Se ha tragado la fuente de un solo bocado! ¡Gracias a Alah que no me creó arroz con leche o canela u otra cosa semejante entre sus manos!" Y añadió: "¡Dejémosle comer a su gusto, pues ya veo que se le dibuja en la frente la imagen del desollado y ahorcado que ha de ser!".

Y se puso más lejos del alcance de la mano del kurdo, gritándole: "¡Así se te pare la digestión y te ahogue, espantoso abismo!" Pero el kurdo, sin hacer caso de lo que decían a su alrededor, metió otra vez los dedos, gordos como estacas, en la masa tierna, que entreabrió con un crujido sordo, y los sacó con una bola como una calabaza en las puntas, y le estaba dando vueltas en la palma antes de tragarla cuando Zumurrud dijo a los guardias: "¡Traedme pronto al del arroz, antes de que se trague el bocado!". Y los guardias saltaron sobre el kurdo, que no los veía por tener la mitad del cuerpo encorvado encima de la fuente. Y le derribaron con agilidad, le ataron las manos a la espalda y le llevaron a presencia del rey, mientras decían los circunstantes: "El se empeñó en perderse. ¡Ya le habíamos aconsejado que se abstuviera de tocar a ese nefasto arroz con leche!"

Cuando le tuvo delante, Zumurrud, le preguntó: "¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué causa te ha impulsado a venir a esta ciudad?" El otro contestó: "Me llamo Othman, y soy jardinero. Respecto al motivo de mi venida, busco un jardín en donde trabajar para comer". Zumurrud exclamó: "¡Que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y cuando tuvo ambos objetos, trazó caracteres y figuras con la pluma en la arena extendida, reflexionó y calculó una hora, después levantó la cabeza y dijo: "¡Desdicha sobre ti, miserable embustero! ¡Mis cálculos sobre la mesa de arena me enteran que en realidad te llamas Djiwán el kurdo, y que tu oficio es el de bandolero, ladrón y asesino! ¡Ah cerdo, hijo de perro y de mil zorras! ¡Confiesa enseguida la verdad o lo harás a golpes!"

Al oír estas palabras del rey -del cual no podía sospechar que fuese la joven robada poco antes por él-, palideció, le temblaron las mandíbulas y los labios se le contrajeron, dejando al descubierto unos dientes que parecían de lobo o de otra alimaña silvestre. Después intentó salvar la cabeza declarando la verdad, y dijo: "¡Cierto es cuanto dices, oh rey! ¡Pero me arrepiento ante ti ahora mismo, y en adelante seguiré el buen camino!" Mas Zumurrud le dijo: "¡Me es imposible dejar vivir en el camino de los musulmanes a una fiera dañina!"

Después ordenó: "¡Que se lo lleven y le desuellen vivo y le rellenen de paja para clavarle a la puerta del pabellón, y sufra su cadáver la misma suerte que el cristiano!"

Cuando el comedor de haschich vio que los guardias se llevaban a aquel hombre, se levantó y se volvió de espaldas a la fuente de arroz, y dijo: "¡Oh arroz con leche, salpicado con azúcar y canela, te vuelvo la espalda, porque no te juzgo, malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi de mi trasero! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 320: Pero cuando llegó la 327ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 327ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...porque no te juzgo malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi de mi trasero. ¡Te escupo encima y abomino de ti!"

Y nada más por lo que a él respecta.

Veamos en cuanto al tercer festín. Como en las dos circunstancias anteriores, los pregoneros vocearon el mismo anuncio, y se hicieron iguales preparativos; y el pueblo se congregó en el pabellón, los guardias se colocaron ordenadamente, y el rey se sentó en el trono. Y todo el mundo se puso a comer, a beber y a regocijarse, y la multitud se amontonaba por todas partes, menos delante de la fuente de arroz con leche, que permanecía intacta en medio del salón, mientras todos los comensales le volvían la espalda. Y de pronto entró un hombre de barbas blancas, se dirigió hacia aquel lado y se sentó para comer, a fin de que no lo ahorcaran. Y Zumurrud le miró, y vio que era el viejo Rachideddín, el miserable cristiano que la había hecho raptar por su hermano Barssum.

Efectivamente; como Rachideddín vio que pasaba un mes sin que volviera su hermano, al cual había enviado en busca de la joven desaparecida, resolvió partir en persona para tratar de dar con ella y el Destino le llevó a aquella ciudad hasta aquel pabellón, delante de la fuente de arroz con leche.

Al reconocer al maldito cristiano, Zumurrud dijo para sí: "¡Por Alah! ¡Este arroz con leche es un manjar bendito, pues me hace encontrar a todos los seres maléficos! Tengo que mandarlo pregonar algún día por toda la ciudad como manjar obligatorio para todos los ciudadanos. ¡Y mandaré ahorcar a quienes no les guste!

Entretanto, voy a emprenderla con ese viejo criminal." Y dijo a los guardias: "¡Traedme al del arroz!" Y los guardias, acostumbrados ya, vieron al hombre, en seguida se precipitaron sobre él y le arrastraron por las barbas a presencia del rey, que le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y por qué has venido aquí?" El contestó: "¡Oh rey afortunado, me llamo Rustem, pero no tengo más profesión que la de pobre, la de derviche!" Zumurrud gritó: "¡Tráiganme la arena y la pluma!" Y se las llevaron. Y después de haber extendido ella la arena y haber trazado figuras y caracteres, estuvo reflexionando una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza y dijo: "¡Mientes delante del rey, maldito! ¡Te llamas Rachideddín, y tu profesión consiste en mandar raptar traidoramente a las mujeres de los musulmanes para encerrarlas en tu casa; en apariencia profesas la fe del Islam, pero en el fondo del corazón eres un miserable cristiano corrompido por los vicios! ¡Confiesa la verdad, o tu cabeza saltará ahora mismo a tus pies!" Y el miserable, aterrado, creyó salvar la cabeza confesando sus crímenes y actos vergonzosos. Entonces Zumurrud dijo a los guardias: "¡Echadle al suelo y dadle mil palos en cada planta de los pies!" Y así se hizo inmediatamente. Entonces dijo Zumurrud: "¡Ahora lleváoslo, desolladle, rellenadle con hierba podrida y clavadle con los otros dos a la entrada del pabellón! ¡Y sufra su cadáver la misma suerte que la de los otros dos perros!" Y en el acto se ejecutó todo.

Después, todo el mundo reanudó la comida, haciéndose lenguas de la sabiduría y ciencia adivinatoria del rey y ponderando su justicia y equidad.

Terminado el festín, el pueblo se fue y la reina Zumurrud volvió a palacio. Pero no era feliz en su intimidad, y decía para sí: "¡Gracias a Alah, que me ha apaciguado el corazón ayudándome a vengarme de quienes me hicieron daño! ¡Pero todo ello no me devuelve a mi amado Alischar! ¡Sin embargo, el Altísimo es al mismo tiempo el Todopoderoso, y puede hacer cuanto quiera en beneficio de quienes le adoran y lo reconocen como único Dios!" Y conmovida al recordar a su amado, derramó abundantes lágrimas toda la noche, y después se encerró con su dolor hasta principios del mes siguiente.

Entonces el pueblo se reunió otra vez para el banquete acostumbrado, y el rey y los dignatarios tomaron asiento, como solían, bajo la cúpula. Y había empezado ya el banquete, y Zumurrud había perdido la esperanza de volver a ver a su amado, y rezaba interiormente esta oración: "¡Oh tú que devolviste a lussuf a su anciano padre Jacob, que curaste las llagas incurables del santo Ayub, abrígame en tu bondad, que vuelva a ver también a mi amado Alischar! ¡Eres el Omnipotente, oh señor del universo! ¡Tú que llevas al buen camino a quienes se descarrían, tú que escuchas todas las voces, y atiendes a todos los votos, y haces que el día suceda a la noche, devuélveme a tu esclavo Alischar!"

Apenas formuló interiormente aquella invocación, entró un joven por la puerta del meidán, y su cintura flexible se plegaba como se balancea la rama del sauce a impulso de la brisa. Era hermoso cual la luz es hermosa, pero parecía delicado y algo fatigado y pálido. Buscó por doquiera un sitio para sentarse y no encontró libre más que el cercano a la fuente del consabido arroz con leche. Y allí se sentó, y le seguían las miradas espantadas de quienes le creían perdido, y ya lo veían desollado y ahorcado.

Y a la primera mirada conoció Zumurrud a Alischar. Y el corazón le empezó a palpitar apresuradamente y le faltó poco para exhalar un grito de júbilo. Pero logró vencer aquel movimiento irreflexivo para no traicionarse a sí misma delante del pueblo. Sin embargo, era presa de intensa emoción, y las entrañas se le agitaban y el corazón le latía cada vez con más fuerza.

Y quiso tranquilizarse por completo antes de llamar a Alischar.

He aquí lo ocurrido a éste. Cuando se despertó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 321: Y cuando llegó la 328ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 328ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Cuando se despertó ya era de día, y los mercaderes empezaban a abrir el zoco. Asombrado Alischar al verse tendido en aquella calle, se llevó la mano a la frente, y vio que había desaparecido el turbante, lo mismo que el albornoz. Entonces empezó a comprender la realidad, y corrió muy alborotado a contar su desventura a la buena vieja, a quien rogó que fuera a averiguar noticias. Ella consintió de grado y salió para volver al cabo de una hora con la cara y la cabellera trastornada, a enterarle de la desaparición de Zumurrud y decirle: "Creo, hijo mío, que ya puedes renunciar a volver a ver a tu amada. ¡En las calamidades, no hay fuerza ni recurso más que en Alah Omnipotente! ¡Todo lo que te ocurre es por culpa tuya!"

Al oír esto, Alischar vio que la luz se convertía en tinieblas en sus ojos, y desesperó de la vida y deseó morir, y se echó a llorar y sollozar en brazos de la buena vieja, hasta que se desmayó. Después, a fuerza de cuidados, recobró el sentido; pero fue para meterse en la cama, presa de una grave enfermedad que le hizo padecer insomnios, y sin duda le habría llevado directamente a la tumba, si la buena anciana no le hubiera querido, cuidado y alentado. Muy enfermo estuvo un año entero, sin que la vieja le dejara un momento; le daba las medicinas y le cocía el alimento, y le hacía respirar los perfumes vivificadores. Y en un estado de debilidad extrema, se dejaba cuidar, y recitaba versos muy tristes sobre la separación, como estos entre otros mil:

¡Acumúlanse las zozobras, se aparta el amor, corren las lágrimas y el corazón arde!
¡El peso del dolor cae sobre una espalda que no puede soportarlo, sobre un corazón extenuado por el deseo de amar, por la pasión sin rumbo y por las continuadas vigilias!
¡Señor! ¿Queda algún medio de ayudarme? ¡Apresúrate a socorrerme, antes de que el último aliento de vida se exhale de un cuerpo agotado!

En tal estado permaneció Alischar sin esperanza de restablecerse, lo mismo que sin esperanza de volver a ver a Zumurrud, y la buena vieja no sabía cómo sacarle de aquel letargo, hasta que un día le dijo: "¡Hijo mío, el modo de volver a encontrar a tu amiga no es seguir lamentándote sin salir de casa! Si quieres hacerme caso, levántate y repón tus fuerzas, y sal a buscarla por las ciudades y comarcas. ¡Nadie sabe por qué camino puede venir la salvación! ' Y no dejó de alentarle de tal manera ni de darle esperanza, hasta que le obligó a levantarse y a entrar en el hammam, en el cual ella misma le bañó, y le hizo tomar sorbetes y comerse un pollo. Y le estuvo cuidando de la misma manera un mes, hasta que le dejó en situación de poder viajar. Entonces Alischar se despidió de la anciana y se puso en camino para buscar a Zumurrud.

Y así fue como acabó por llegar a la ciudad en donde Zumurrud era rey, y por entrar en el pabellón del festín, y sentarse delante de la fuente de arroz con leche salpicado de azúcar y canela.

Como tenía mucha hambre, se levantó las mangas hasta los codos, dijo la fórmula "Bismilah", y se dispuso a comer. Entonces, sus vecinos, compadecidos al ver el peligro a que se exponía, le advirtieron que seguramente le ocurriría alguna desgracia si tenía la mala suerte de tocar aquel manjar. Y como se empeñaba en ello, el comedor de haschich le dijo: "¡Mira que te desollarán y ahorcarán!"

Y Alischar contestó: "¡Bendita sea la muerte que me libre de una vida llena de infortunios! ¡Pero antes probaré este arroz con leche!" Y alargó la mano y empezó a comer con gran apetito. Eso fue todo.

Y Zumurrud, que lo observaba muy conmovida, dijo para sí: "¡Quiero empezar por dejarlo saciar el hambre antes de llamarle!" Y cuando vio que había acabado de comer y que había pronunciado la fórmula ¡Gracias a Alah!", dijo a los guardias: "Id a buscar afablemente a ese joven que está sentado delante de la fuente de arroz con leche, y rogadle con muy buenos modales que venga a hablar conmigo, diciéndole: "¡El rey te llama para hacerte una pregunta y una respuesta, nada más!"

Y los guardias fueron y se inclinaron ante Alischar, y le dijeron: "¡Señor, nuestro rey te llama para hacerte una pregunta y una respuesta, nada más!" Alischar contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se levantó y les acompañó junto al rey.

En tanto, la gente del pueblo hacía entre sí mil conjeturas. Unos decían: "¡Qué desgracia para su juventud! ¡Dios sabe lo que le ocurrirá!" Pero otros contestaban: "Si fueran a hacerle algo malo, el rey no le habría dejado comer hasta hartarse. ¡Le hubiera mandado prender al primer bocado!" Y otros decían: "¡Los guardias no le llevaron arrastrándole por los pies ni por la ropa! ¡Le acompañaron siguiéndole respetuosamente a distancia!"

Entretanto, Alischar se presentaba delante del rey. Allí se inclinó y besó la tierra entre las manos del rey, que le preguntó con voz temblorosa y muy dulce: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso joven!? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué motivo te ha obligado a dejar tu país por estas comarcas lejanas?"

El contestó: "¡Oh rey afortunado! me llamo Alischar, hijo de Gloria, y soy vástago de un mercader en el país de Khorasán. Mi profesión era la de mi padre; pero hace tiempo que las calamidades me hicieron renunciar a ella. En cuanto al motivo de mi venida a este país...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 322: Y cuando llegó la 329ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 329ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... En cuanto al motivo de mi venida a este país ha sido la busca de una persona amada a quien he perdido, y a quien quería más que a mi vida, a mis oídos y a mi alma. ¡Y tal es mi lamentable historia!" Y Alischar, al terminar estas palabras, prorrumpió en llanto, y se puso tan malo, que se desmayó.

Entonces, Zumurrud, en el límite del enternecimiento, mandó a sus dos eunucos que le rociaran la cara con agua de rosas. Y los dos esclavos ejecutaron enseguida la orden, y Alischar volvió en sí al oler el agua de rosas. Entonces Zumurrud dijo: "¡Ahora, que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y cogió la mesa y la pluma, y después de haber trazado renglones y caracteres, reflexionó durante una hora, y dijo con dulzura, pero de modo que todo el pueblo oyera: "¡Oh, Alischar, hijo de Gloria! la arena adivinatoria confirma tus palabras. Dices la verdad. Por eso puedo predecirte que Alah te hará encontrar pronto a tu amada. ¡Apacígüese tu alma y refrésquese tu corazón!" Después levantó la sesión y mandó a los esclavos que condujeran a Alischar al hammam, y después del baño le pusieron un traje del armario regio, y montándole en un caballo de las caballerizas reales se lo volvieran a presentar al anochecer. Y los dos eunucos contestaron oyendo y obedeciendo, y se apresuraron a ejecutar las órdenes del rey.

En cuanto a la gente del pueblo, que había presenciado toda aquella escena y oído las órdenes dadas, se preguntaban unos a otros: "¿Qué oculta causa habrá movido al rey a tratar a ese hermoso joven con tanta consideración y dulzura?" Y otros contestaron: "¡Por Alah! El motivo está bien claro: ¡el muchacho es muy hermoso!" Y otros dijeron: "Hemos previsto lo que iba a pasar sólo con ver al rey dejarle saciar el hambre en aquella fuente de arroz con leche, ¡Ualah! ¡Nunca habíamos oído decir que el arroz con leche pudiera producir semejantes prodigios!"

Y se marcharon, diciendo cada cual lo que le parecía o insinuando una frase picaresca.

Volviendo a Zumurrud, aguardó con una impaciencia indecible que llegase la noche para poder al fin aislarse con el amado de su corazón. De modo que apenas desapareció el sol y los almuédanos llamaron a los creyentes a la oración, Zumurrud se desnudó y se tendió en la cama, sin más ropa que su camisa de seda. Y bajó las cortinas para quedar a oscuras, y mandó a los dos eunucos que hicieran entrar a Alischar, el cual aguardaba en el vestíbulo.

Por lo que respecta a los chambelanes y dignatarios de palacio, ya no dudaron de las intenciones del rey al verle tratar de aquel modo desacostumbrado al hermoso Alischar. Y se dijeron: "Bien claro está que el rey se prendó de ese joven. ¡Y seguramente, después de pasar la noche con él, mañana le nombrará chambelán o general del ejército!"

Eso en cuanto a ellos.

He aquí, por lo que se refiere a Alischar. Cuando estuvo en presencia del rey, besó la tierra entre sus manos, ofreciéndole sus homenajes y votos, y aguardó que le interrogaran. Entonces Zumurrud dijo para sí: "No puedo revelarle de pronto quién soy, pues si me conociera de improviso, se moriría de emoción". Por consiguiente, se volvió hacia él, y le dijo: "¡Oh gentil joven! ¡Ven más cerca de mí! Dime: ¿has estado en el hammam?" El contestó: "¡Sí, oh señor mío!" Ella preguntó: "¿Te has lavado, y refrescado, y perfumado por todas partes?"

El contestó: "¡Sí, oh señor mío!"

Ella preguntó: "¡Seguramente el baño te habrá excitado el apetito, oh Alischar! Al alcance de tu mano, en ese taburete, hay una bandeja llena de pollos y pasteles. ¡Empieza por aplacar el hambre!" Entonces Alischar respondió oyendo y obedeciendo, y comió lo que le hacía falta, y se puso contento. Y Zumurrud le dijo: "¡Ahora debes de tener sed! Ahí en otro segundo taburete, está la bandeja de las bebidas. Bebe cuanto desees y luego acércate a mí".

Y Alischar bebió una taza de cada frasco, y muy tímidamente se acercó a la cama del rey.

Entonces el rey le cogió de la mano, y le dijo: "¡Me gustas mucho, oh joven! ¡Tienes la cara muy linda, y a mí me gustan las caras hermosas! Agáchate y empieza por darme masaje en los pies". Al cabo de un rato, el rey le dijo: "¡Ahora dame masaje en las piernas y en los muslos!". Y Alischar, hijo de Gloria, empezó a dar masajes en las piernas y en los muslos del rey. Y se asombró y maravilló a la vez de encontrarlas suaves y flexibles, y blancas hasta el extremo. Y decía para sí: "¡Ualah! ¡Los muslos de los reyes son muy blancos! ¡Y además no tienen pelos!"

En este momento Zumurrud le dijo: "¡Oh lindo joven de manos tan expertas para el masaje, prolonga los movimientos hasta el ombligo, pasando por el centro!" Pero Alischar se paró de pronto en su masaje, y muy intimidado, dijo: "Dispénsame, señor, pero no sé hacer masaje del cuerpo más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 323: Pero cuando llegó la 330ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 330ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía".

Al oír estas palabras, Zumurrud exclamó con acento muy duro: "¡Cómo! ¿Te atreves a desobedecerme? ¡Por Alah! ¡Como vaciles otra vez, la noche será bien nefasta para tu cabeza! ¡Apresúrate, pues, a inclinarte y a satisfacer mí deseo! ¡Y yo, en cambio, te convertiré en mi amante titular, y te nombraré emir entre los emires, y jefe del ejército entre mis jefes de ejército!" Alischar preguntó: "No comprendo exactamente lo qué quieres ¡oh rey! ¿Qué he de hacer para obedecerte?"

Ella contestó: "¡Desátate el calzón y tiéndete boca abajo!" Alischar exclamó: "¡Se trata de una cosa que no he hecho en mi vida, y si me quieres obligar a cometerla, te pediré cuenta de ello el día de la Resurrección!”. ¡Por lo tanto, déjame salir de aquí y marcharme a mi tierra!"

Pero Zumurrud replicó con tono más furioso: "¡Te ordeno que te quites el calzón y te tiendas boca abajo, si no, inmediatamente mandaré que te corten la cabeza! ¡Ven enseguida, oh joven! y acuéstate conmigo. ¡No te arrepentirás de ello!"

Entonces, desesperado Alischar, no tuvo más remedio que obedecer.

Y se desató el calzón y se echó boca abajo. Enseguida Zumurrud le cogió entre sus brazos, y subiéndose encima de él, se tendió a lo largo sobre la espalda de Alischar.

Cuando Alischar sintió que el rey le pesaba con aquella impetuosidad sobre su espalda, dijo para sí: "¡Va a estropearme sin remedio!" Pero pronto notó encima de él ligeramente algo suave que le acariciaba como seda o terciopelo, algo a la vez tierno y redondo, blando y firme al tacto a la vez, y dijo para sí: "¡Ualah! Este rey tiene una piel preferible a la de todas las mujeres".

Y aguardó el momento temible. Pero al cabo de una hora de estar en aquella postura sin sentir nada espantoso ni perforador, vio que el rey se separaba de pronto de él y se echaba de espaldas a su lado.

Y pensó: "¡Bendito y glorificado sea Alah, que no ha permitido que el zib se enarbolase! ¡Qué habría sido de mí en otro caso!"

Y empezaba a respirar más a gusto, cuando el rey le dijo: "¡Sabe, oh Alischar! que mi zib no acostumbra a encabritarse como no lo acaricien con los dedos. ¡Por lo tanto, tienes que acariciarlo, o eres hombre muerto! ¡Vamos, venga la mano!"

Y tendida de espaldas, Zumurrud le cogió la mano a Alischar, hijo de Gloria, y se la colocó suavemente sobre la redondez de su historia.

Y Alischar, al tocar aquello notó una exuberancia alta como un trono, y gruesa como un pichón, y más caliente que la garganta de un palomo, y más abrasadora que un corazón quemado por la pasión; y aquella exuberancia era lisa y blanca, y suave y amplia.

Y de pronto sintió que al contacto de sus dedos se encabritaba aquello como un mulo pinchado en los hocicos, o como un asno aguijado en mitad del lomo.

Al comprobarlo, Alischar dijo para sí en el límite del asombro: "¡Este rey tiene hendidura! ¡Es la cosa más prodigiosa de todos los prodigios!"

Y alentado por este hallazgo, que le quitaba los últimos escrúpulos, empezó a notar que el zib se le sublevaba hasta el extremo límite de la erección.

¡Y Zumurrud no aguardaba más que aquel momento! Y de pronto se echó a reír de tal modo, que se habría caído de espaldas si no estuviera ya echada. Después le dijo a Alischar: "¿Cómo es que no conoces a tu servidora? ¡Oh mi dueño amado!"

Pero Alischar todavía no lo entendía, y preguntó: "¿Qué servidora ni qué dueño ¡oh rey del tiempo!?" Ella contestó: "¡Oh, Alischar, soy Zumurrud tu esclava! ¿No me conoces en todas estas señas?"

Al oír tales palabras, Alischar miró más atentamente al rey, y conoció a su amada Zumurrud. Y la cogió en brazos y la besó con los mayores transportes de alegría.

Y Zumurrud le preguntó: "¿Opondrás todavía resistencia?"

Y Alischar, por toda respuesta, se echó encima de ella como el león sobre la oveja, y reconociendo el camino; metió el palo del pastor en el saco de provisiones, y echó adelante sin importarle lo estrecho del sendero. Y llegado al término del camino, permaneció largo tiempo tieso y rígido, como portero de aquella puerta e imán de aquel mirab.

Y ella, por su parte, no se separaba ni un dedo de él, y con él se alzaba, y se arrodillaba, y rodaba, y se erguía, y jadeaba, siguiendo el movimiento.

Y al amor respondía el amor, y a un arrebato un segundo arrebato, y diversas caricias y distintos juegos.

Y se contestaban con tales suspiros y gritos, que los dos pequeños eunucos, atraídos por el ruido, levantaron el tapiz para ver si el rey necesitaba sus servicios.

Y ante sus ojos espantados apareció el espectáculo de su rey tendido de espaldas, con el joven cubriéndole íntimamente, en diversas posturas, contestando a ronquidos con ronquidos, a los asaltos con lanzazos, a las incrustaciones con golpes de cincel, y a los movimientos con sacudidas.

Al ver aquello, los dos eunucos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 324: Pero cuando llegó la 331ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 331ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Al ver aquello, los dos eunucos se apresuraron a alejarse silenciosamente, diciendo: "¡La verdad es que esta manera de obrar del rey no es propia de un hombre, sino de una mujer delirante!"

Por la mañana, Zumurrud se puso su traje regio, y mandó reunir en el patio principal de palacio a sus visires, chambelanes, consejeros, emires, jefes de ejército y personajes notables de la ciudad, y les dijo: "Os permito a vosotros todos, mis súbditos fieles, que vayáis hoy mismo a la carretera en que me habéis encontrado y busquéis a alguien a quien nombrar rey en mi lugar. ¡Pues he resuelto abdicar la realeza e irme a vivir al país de ese joven, al cual he elegido por amigo para toda la vida, pues quiero consagrarle todas mis horas, como le he consagrado mi afecto! ¡Uasalam!"

A estas palabras, los circunstantes contestaron oyendo y obedeciendo, y los esclavos se apresuraron rivalizando en celo, a hacer los preparativos de marcha, y llenaron para el camino cajones y cajones de provisiones, de riquezas, de alhajas, de ropas, de cosas suntuosas, de oro y de plata, y las cargaron en mulos y camellos. Y en cuanto estuvo todo dispuesto, Zumurrud y Alischar subieron a un palanquín de terciopelo y brocado colocado en un dromedario, y sin más séquito que los dos eunucos volvieron a Khorasán, la ciudad en que se encontraban su casa y sus parientes. Y llegaron con toda felicidad. Y Alischar, hijo de Gloria, no dejó de repartir grandes limosnas a los pobres, las viudas y los huérfanos, ni de entregar regalos extraordinarios a sus amigos, conocidos y vecinos. Y ambos vivieron muchos años, con muchos hijos que les otorgó el Donador. ¡Y llegaron al límite de las alegrías y felicidades, hasta que los visitó la Destructora de placeres y la Separadora de los amantes! ¡Gloria a Aquel que permanece en su eternidad! ¡Y bendito sea Alah en todas ocasiones!

Pero -prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas ni un momento que esta historia sea más deliciosa que la HISTORIA DE LAS SEIS JÓVENES DE DISTINTOS COLORES. ¡Y si sus versos no son mucho más admirables que los que ya has oído, mándame cortar la cabeza sin demora!

Y dijo Schehrazada:


HISTORIA DE LAS SEIS JOVENES DE DISTINTOS COLORES[editar]

Cuentan que un día entre los días el Emir de los Creyentes El-Mamún tomó asiento en el trono que había en la sala de su palacio, e hizo que se congregaran entre sus manos, además de sus visires, a sus emires y a los principales jefes de su imperio, a todos los poetas y a cuantas gentes de ingenio delicioso se contaban entre sus íntimos. Por cierto que el más íntimo entre los más íntimos reunidos allí era Mohammad El Bassri. Y el califa El-Mamún se encaró con él y le dijo: "¡Oh, Mohammad, tengo deseos de oírte contar alguna historia nunca oída!" El aludido contestó: "¡Fácil es complacerte, oh Emir de los Creyentes! Pero ¿quieres de mí una historia oída con mis orejas, o prefieres el relato de un hecho que yo presenciara y observara con mis ojos?" Y dijo El-Mamún: "¡Me da lo mismo, oh Mohammad! ¡Pero quiero que sea de lo más maravilloso!" Entonces dijo Mohammad El-Bassri

"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que en estos últimos tiempos conocí a un hombre de fortuna considerable, nacido en el Yamán, que dejó su país para venir a habitar en Bagdad, nuestra ciudad, con objeto de llevar en ella una vida agradable y tranquila. Se llamaba Alí El-Yamaní. Y como al cabo de cierto tiempo encontró las costumbres de Bagdad absolutamente de su gusto, hizo venir del Yamán todos sus efectos, así como su harem, compuesto de seis jóvenes esclavas, hermosas cual otras tantas lunas.

La primera de estas jóvenes era blanca, la segunda morena, la tercera gruesa, la cuarta delgada, la quinta rubia y la sexta negra. Y en verdad que las seis alcanzaban el límite de las perfecciones, avalorando su espíritu con el conocimiento de las bellas letras y sobresaliendo en el arte de la danza y de los instrumentos armónicos.

La joven blanca se llamaba...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 325: Y cuando llegó la 332ª noche


Y CUANDO LLEGÓ LA 332ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

La joven blanca se llamaba Cara-de-Luna; la morena se llamaba Llama-de-Hoguera; la gruesa, Luna-Llena; la delgada, Hurí-del-Paraíso; la rubia, Sol-del-Día; la negra, Pupila-del-Ojo.

Un día feliz, Alí El-Yamaní, con la quietud disfrutada por él en la deleitosa Bagdad, y sintiéndose en una disposición de espíritu mejor aún que de ordinario, invitó a sus seis esclavas a un tiempo a ir a la sala de reunión para acompañarle, y a pasar el rato bebiendo, departiendo y cantando con él. Y las seis se le presentaron enseguida, y con toda clase de juegos y diversiones se deleitaron juntos infinitamente.

Cuando la alegría más completa reinó entre ellos, Alí El-Yamaní cogió una copa, la llenó de vino, y volviéndose hacia Cara-de-Luna, le dijo: "¡Oh blanca y amable esclava! ¡Oh Cara-de-Luna! ¡Déjanos oír algunos acordes delicados de tu voz encantadora!" Y la esclava blanca, Cara-de-Luna, cogió un laúd, templó sus sonidos y ejecutó algunos preludios en sordina que hicieron bailar a las piedras y levantarse los brazos. Y después se acompañó el canto con estos versos que hubo de improvisar:

¡Esté lejos o cerca, el amigo que tengo ha impreso para siempre su imagen en mis ojos, y para siempre ha grabado su nombre en mis miembros fieles!
¡Para acariciar su recuerdo, me convierto, por completo en un corazón, y para contemplarle, me convierto completamente en un ojo!

El censor que me reconviene de continuo me ha dicho: "¿Olvidarás por fin ese amor inflamado?" Y yo le digo: "¡Oh censor severo, déjame y vete! ¿No ves que te alucinas pidiéndome lo imposible?"

Al oír estos versos, el dueño de Cara-de-Luna se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a. la joven, que se la bebió. La llenó él por segunda vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava morena, y le dijo: "¡Oh Llama-de-Hoguera, remedio de las almas! ¡Procura, sin besarme, hacerme oír los acentos de tu voz, cantando los versos que te plazcan!" Y Llama-de-Hoguera cogió el laúd y lo templó en otro tono; y preludió con unos tañidos que hacían bailar a las piedras y a los corazones y enseguida cantó:

¡Lo juro por esa cara querida! ¡Te quiero, y a nadie más que a ti querré hasta morir! ¡Y nunca haré traición a tu amor!
¡Oh rostro brillante que la belleza envuelve con sus velos, a los más bellos seres enseñas lo que puede ser una cosa bella!
¡Con tu gentileza has conquistado todos los corazones, pues eres la obra pura salida de manos del Creador!

Al oír estos versos, el dueño de Llama-de-Hoguera se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él entonces otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava gruesa, y le dijo: "¡Oh Luna-Llena, pesada en la superficie, pero de sangre tan simpática y ligera! ¿Quieres cantarnos una canción de hermosos versos claros como tu carne?" Y la joven gruesa cogió el laúd y lo templó, y preludió de tal modo, que hacía vibrar las almas y las duras rocas, y tras de algunos gratos murmullos, cantó con voz pura:

¡Si yo pudiera lograr agradarte, objeto de mi deseo, desafiaría a todo el universo y a su ira, sin aspirar a otro premio que tu sonrisa!
¡Si hacia mi alma que suspira avanzaras con tu altivo paso cimbreante, todos los reyes de la tierra desaparecerían sin que yo me enterase!
¡Si aceptaras mi humilde amor, mi dicha sería pasar a tus pies toda mi vida, oh tú hacia quien convergen los atributos y adornos de la belleza!

Al oír estos versos, el dueño de la gruesa Luna-Llena se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Entonces la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava delgada, y le dijo: "¡Oh esbelta Hurí-del-Paraíso! ¡Ahora te toca a ti proporcionarnos el éxtasis con hermosos cantos!" Y la esbelta joven se inclinó hacia el laúd, como una madre hacia su hijo, y cantó los siguientes versos:

¡Extremado es mi ardor por ti, y lo iguala tu indiferencia! ¿Dónde rige la ley que aconseja sentimientos tan opuestos?
¿En casos de amor, hay un Juez supremo para recurrir a él? ¡Dejaría a ambas partes iguales, dando el exceso de mi ardor al amado, v dándome a mí el exceso de su indiferencia!

Al oír estos versos, el dueño de la delgada y esbelta Hurí-del-Paraíso se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Después de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 326: Y cuando llegó la 333ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 333ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo: "¡Oh Sol-del-Día, cuerpo de ámbar y oro! ¿Quieres bordarnos más versos sobre un delicado motivo de amor?" Y la rubia joven inclinó su cabeza de oro hacia el sonoro instrumento, cerró a medias sus ojos claros como la aurora, preludió con algunos acordes melodiosos, que hicieron vibrar sin esfuerzo las almas y los cuerpos por dentro como por fuera, y tras de haber iniciado los transportes con un principio no muy fuerte, dio a su voz, tesoro de los tesoros, su mayor arranque y cantó:

¡Cuando me presento ante él, el amigo que tengo
Me contempla y asesta a mi corazón
La cortante espada de sus miradas
Y yo le digo a mi pobre corazón atravesado:
¿Por qué no quieres curar tus heridas?
¿Por qué no te guardas de él?

¡Pero mi corazón no me contesta, y cede siempre a la inclinación que le arrastra hacia debajo de los pies del amado!


Al oír estos versos, el dueño de la esclava rubia Sol-del-Día se conmovió de gusto, y después de haber mojado sus labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Tras de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava negra, y le dijo: "¡Oh Pupila-del-Ojo, tan negra en la superficie y tan blanca por dentro! ¡Tú, cuyo cuerpo lleva el color de luto y cuyo rostro cordial causa la dicha de nuestros umbrales, di algunos versos que sean maravillas tan rojas como el sol!"

Entonces la negra Pupila-del-Ojo cogió el laúd y tocó variantes de veinte maneras diferentes. Después de lo cual volvió a la primera música y entonó esta canción que cantaba a menudo, y que había compuesto al modo impar:

¡Ojos míos, dejad correr abundantemente las lágrimas, pues ha sido asesinado mi corazón por el fuego de mi amor!
¡Todo este fuego que me abrasa, toda esta pasión que me consume, se los debo al amigo cruel que me hace languidecer, al cruel que constituye la alegría de mis rivales!
¡Mis censores me reconvienen y me animan a renunciar a las rosas de sus mejillas floridas!
Pero ¿qué voy a hacer si tengo el corazón sensible a las flores y a las rosas?
¡Ahora, he aquí la copa de vino que circula allá lejos!
¡Y los sonidos de la guitarra invitan al placer a nuestras simas, y a la voluptuosidad a nuestros cuerpos!...
¡Pero a mí no me gusta más que su aliento!
¡Mis mejillas ¡ay de mí! están marchitas por el fuego de mis deseos! Pero ¡qué me importa! ¡He aquí las rosas del paraíso: sus mejillas!
¡Qué me importa, puesto que le adoro! ¡A no ser que mi crimen resulte demasiado grande por querer a la criatura!

Al oír estos versos, el dueño de Pupila-del-Ojo se conmovió de gusto, y después de mojar los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió.

Tras de lo cual, las seis se levantaron a un tiempo, y besaron la tierra entre las manos de su amo, y le rogaron que les dijera cuál le había encantado más y qué voz y versos le habían sido más gratos. Y Alí El-Yamaní se vio en el límite de la perplejidad, y estuvo contemplándolas mucho rato, admirando sus hechizos y sus méritos con miradas indecisas, y pensaba en su interior que sus formas y colores eran igualmente admirables.

Y acabó por decidirse a hablar, y dijo:

"¡Loor a Alah, el Distribuidor de gracias y belleza, que me ha dado en vosotras seis mujeres maravillosas, dotadas de todas las perfecciones! Pues bien; declaro que os prefiero a todas por igual, y que no puedo faltar a mi conciencia otorgando a una de vosotras la supremacía. ¡Venid, pues, corderas mías, a besarme todas a un tiempo!"

Al oír estas palabras de su amo, las seis jóvenes se echaron en sus brazos, y durante una hora le hicieron mil caricias, a las que correspondió él.

Y luego las formó en corro ante sí, y les dijo: "No he querido cometer la injusticia de determinar mi elección de una de vosotras, concediéndole la preferencia entre sus compañeras. Pero lo que no he hecho yo, podéis hacerlo vosotras. Todas estáis versadas igualmente en la lectura del Korán y en la literatura; habéis leído los anales de los antiguos y la historia de nuestros padres musulmanes; por último, estáis dotadas de elocuencia y dicción maravillosas. Quiero, pues, que cada cual se prodigue las alabanzas que crea merecer; que realce sus artes y cualidades y rebaje los hechizos de su rival. De modo que la lucha ha de trabarse, por ejemplo, entre dos rivales de colores o formas diferentes, entre la blanca y la negra, la gruesa y la delgada, la rubia y la morena; pero en esa lucha no se han de usar más armas que las máximas hermosas, las citas de sabios, la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 327: Pero cuando llegó la 334ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 334ª NOCHE[editar]

Ella dijo: "... la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán". Y las seis jóvenes contestaron oyendo y obedeciendo, y se aprestaron a la lucha encantadora.

La primera que se levantó fue la esclava Cara-de-Luna, que hizo seña a la negra Pupila-del-Ojo para que se pusiera delante de ella, y enseguida dijo:

"¡Oh, negra! En los libros de los sabios, se dice que habló así la Blancura: ¡Soy una luz esplendorosa! ¡Soy una luna que se alza en el horizonte! ¡Mi color es claro y evidente! Mi frente brilla con el resplandor de la plata. Y mi belleza inspiró al poeta que ha dicho:

¡La blanca de mejillas finas, suaves y pulidas, es una bellísima perla esmeradamente guardada!
¡Es derecha como la letra aleph; la letra mim es su boca; sus cejas son dos nuns al revés y sus miradas son flechas que dispara el arco formidable de sus cejas!
¡Pero si quieres conocer sus mejillas y su cintura, he de decirte: Sus mejillas, pétalos de rosas, flores de arrayán y narcisos. Su cintura, una tierna rama flexible que se balancea con gracia en el jardín, y por la cual se daría todo el jardín y sus vergeles!
"Pero prosigo, ¡oh negra!
"Mi color es el color del día; también es el color de la flor de azahar y de la estrella de la mañana.
"Sabe que Alah el Altísimo, en el Libro venerado, dijo a Musa (¡con él la plegaria y, la paz!), quien tenía la mano cubierta de lepra: "¡Métete la mano en el bolsillo, y cuando la saques la encontrarás blanca, o sea pura e intacta!"
"También está escrito en el Libro de nuestra fe: "¡Los que hayan sabido conservar la cara blanca, es decir, indemne de toda mancha, serán los elegidos por la misericordia de Alah!"
"Por lo tanto, mi color es el rey de los colores, y mi belleza es mi perfección, y mi perfección es mi belleza.
"Los trajes ricos y las hermosas preseas sientan bien siempre a mi color y hacen resaltar más mi esplendor, que subyuga almas y corazones.
"¿No sabes que siempre es blanca la nieve que cae del cielo? ¿Ignoras que los creyentes han preferido la muselina blanca para la tela de sus turbantes?”
"¡Cuántas más cosas admirables podría decirte acerca de mi color! Pero no quiero extenderme más hablando de mis méritos, pues la verdad es evidente por sí misma, como la luz que hiere la mirada. ¡Y además, quiero empezar a criticarlo ahora mismo, ¡oh negra!, color de tinta y de estiércol, limadura de hierro, cara de cuervo, la más nefasta de las aves!
"Empieza por recordar los versos del poeta que hablan de la blanca y la negra:
¿No sabes que el valor de una perla depende de su blancura, y que un saco de carbón apenas cuesta un dracma?
¿No sabes que las cosas blancas son de buen agüero y ostentan la señal del paraíso, mientras las caras negras no son más que pez y alquitrán, destinados a alimentar el fuego del infierno?
"Sabe también que según los anales de los hombres justos, el santo Nuh (Noé) se durmió un día, estando a su lado sus dos hijos Sam (Sem) y Ham (Cam). Y de pronto se levantó una brisa que le arremangó la ropa y le dejó las interioridades al descubierto. Al ver aquello, Ham se echó a reír, y como le divertía el espectáculo -pues Nuh, segundo padre de los hombres, era muy rico en rigideces suntuosas-, no quiso cubrir la desnudez de su padre. Entonces Sam se levantó gravemente, y se apresuró a taparlo todo bajando la ropa. A la sazón despertose el venerable Nuh, y al ver reírse a Ham, le maldijo, y al ver el aspecto serio de Sam, le bendijo.

Y al momento se le puso blanca la cara a Sam, y a Ham se le puso negra. Y desde entonces, Sam (Los pueblos semíticos) fue el tronco del cual nacieron los profetas, los pastores de los pueblos, los sabios y los reyes, y Ham que había huido de la presencia de su padre, fue el tronco del cual nacieron los negros, los sudaneses.

¡Y ya sabes, ¡oh negra! que todos los sabios, y los hombres en general, sustentan la opinión de que no puede haber un sabio en la especie negra ni en los países negros!"

Oídas estas palabras de la esclava blanca, su amo le dijo: "¡Ya puedes callar! ¡Ahora le toca a la negra!"

Entonces, Pupila-del-Ojo, que había permanecido inmóvil, se encaró con Cara-de-Luna, y le dijo:

"¿No conoces, ¡oh blanca ignorante! el pasaje del Korán en que Alah el Altísimo juró por la noche tenebrosa y el día resplandeciente? Pues Alah el Altísimo, en aquel juramento, empezó por mentar la noche y luego el día, lo cual no habría hecho si no prefiriese la noche al día. Y además, el color negro de los cabellos y pelos, ¿no es signo y ornato de juventud, así como el blanco es indicio de vejez y del fin de los goces de la vida? Y si el color negro no fuera el más estimable los colores...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 328: Y cuando llegó la 335ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 335ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

". ..Y si el color negro no fuera el más estimable de los colores, Alah no lo habría hecho tan querido al núcleo de los ojos y del corazón. Por eso son tan verdaderas estas palabras del poeta:

¡Si me gusta tanto su cuerpo de ébano, es porque es joven y encierra un corazón cálido y pupilas de fuego!
¡En cuanto a lo blanco, me horroriza en extremo! ¡Escasas son las veces que me veo obligado a tragar una clara de huevo, o a consolarme, a falta de otra cosa, con carne color de clara de huevo!
¡Pues nunca me veréis experimentar amor extremado por un sudario blanco, o gustar de una cabellera del mismo color!

"Y dijo otro poeta:

¡Si me vuelve loco el exceso de mi amor a esa mujer negra de cuerpo brillante, no lo extrañéis, oh amigos míos!
¡Pues a toda locura, según dicen los médicos, preceden ideas negras!

"Dijo asimismo otro:

¡No me gustan esas mujeres blancas, cuya piel parece cubierta de harina tamizada!
¡La amiga a quien amo es una negra cuyo color es el de la noche y cuya cara es la de la luna! ¡Color y rostro inseparables, pues si no existiese la noche, no habría claridad de luna!
"Y además, ¿cuándo se celebran las reuniones íntimas de los amigos más que de noche? ¿Y cuánta gratitud no deben los enamorados a las tinieblas de la noche, que favorecen sus retozos, les preservan de los indiscretos y les evitan censuras? Y en cambio; ¿qué sentimiento de repulsión no les inspira el día indiscreto, que los molesta y compromete? ¡Sólo esta diferencia debería bastarte, oh blanca!

Pero oye lo que dice el poeta:

¡No me gusta ese muchacho pesado, cuyo color blanco se debe a la grasa que le hincha; me gusta ese joven negro, esbelto y delgado, cuyas carnes son firmes!
¡Pues por naturaleza he preferido siempre como cabalgadura para el torneo de lanza, un garañón nuevo, de finos corvejones, y he dejado a los demás montar en elefantes!

"Y otro dijo:

¡El amigo ha venido a verme esta noche, y nos acostamos juntos deliciosamente! ¡La mañana nos encontró abrazados todavía!
¡Si he de pedir algo al Señor, es que convierta todos mis días en noches, para no separarme nunca del amigo!
"De modo ¡oh blanca! que si hubiera de seguir enumerando los méritos y alabanzas del color negro, faltaría a la sentencia siguiente: "¡Palabras claras y cortas valen más que un discurso largo!"

Pero todavía he de añadir que tus méritos valen bien poco comparados con los míos. ¡Eres blanca, efectivamente, como la lepra es blanca, y fétida, y sofocante! Y si te comparas con la nieve, ¿olvidas que en el infierno no sólo hay fuego, sino que en ciertos sitios la nieve produce un frío terrible que tortura a los réprobos más que la quemadura de la llama? Y al compararme con la tinta, ¿olvidas que con tinta negra se ha escrito el Libro de Alah, y que es negro el almizcle preciado que los reyes se ofrecen entre sí? Por último, y por tu bien, te aconsejo que recuerdes estos versos del poeta:

¿No has notado que el almizcle no sería almizcle si no fuera tan negro, y que el yeso no es despreciable más que por ser blanco?
¡Y en qué estimación se tiene la parte negra del odio mientras se hace poco caso de la blanca!

Cuando llegaba a este punto Pupila-del-Ojo, su amo Alí El-Yamaní, le dijo: "Verdaderamente, ¡oh negra! y tú, esclava blanca, habéis hablado ambas de un modo excelente. ¡Ahora les toca a otras dos!"

Entonces se levantaron la gruesa y la delgada, mientras la blanca y la negra volvían a su sitio. Y aquéllas quedaron de pie una frente a otra, y la gruesa Luna-Llena se dispuso a hablar la primera.

Pero empezó por desnudarse, dejando descubiertas las muñecas, los tobillos, lo brazos y los muslos, y acabó por quedarse casi completamente desnuda, de modo que realzaba las opulencias de su vientre con magníficos pliegues superpuestos, y la redondez de su ombligo umbroso, y la riqueza de sus nalgas considerables. Y no se quedó más que con la camisa fina, cuyo tejido leve y transparente, sin ocultar sus formas redondas, las velaba de manera agradable. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso, y le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 329: Y cuando llegó la 336ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 336ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

.. Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraíso, y le dijo:

"¡Loor a Alah, que me ha creado gruesa, que ha puesto cojines en todas mis esquinas, que ha cuidado de rellenarme la piel con grasa que huele a benjuí de cerca y de lejos, y que, sin embargo, no dejó de darme como añadidura bastantes músculos para que en caso necesario pueda aplicar a mi enemigo un puñetazo que lo convierta en mermelada de membrillo!

"Ahora bien, ¡oh flaca! sabe que los sabios han dicho: "La alegría de la vida y la voluptuosidad consisten en tres cosas: ¡comer carne, montar carne y meter carne en carne!"

"¿Quién podría contemplar mis formas opulentas sin estremecerse de placer? Alah mismo, en el Libro, hace el elogio de la grasa cuando manda inmolar en los sacrificios carneros gordos, o corderos gordos, o terneras gordas.

"Mi cuerpo es un huerto cuyas frutas son: las granadas, mis pechos; los melocotones, mis mejillas; las sandías, mis nalgas.

"¿Cuál fue el pájaro que más echaron de menos en el desierto los Beni-lsrail (hijos de Israel), al huir de Egipto? ¿No era indudablemente la codorniz, de carne jugosa y gorda?

"¿Se ha visto nunca a nadie pararse en casa del carnicero para pedir la carne tísica? ¿Y no da el carnicero a sus mejores parroquianos los pedazos más carnosos?

"Oye, además, ¡oh flaca! lo que dijo el poeta respecto a la mujer gruesa como yo:


¡Mírala andar cuando mueve hacia los dos lados dos odres balanceados, pesados y temibles en su lascivia!
¡Mírala, cuando se sienta, deja impresas, en el sitio que abandona, sus nalgas, como recuerdo de su paso!
¡Mírala bailar cuando con movimientos de caderas hace estremecerse a nuestras almas y caer nuestros corazones a sus pies!
"En cuanto a ti, ¡oh flaca! ¿A qué puedes parecerte, como no sea a un gorrión desplumado? ¿Y no son tus piernas lo mismo que patas de cuervo? ¿Y no se parecen tus muslos al palo del horno? ¿Y no es tu cuerpo seco y duro como el poste de un ahorcado?
"De ti, mujer descarnada, se trata en estos versos del poeta:
¡Líbreme Alah de verme obligado nunca a abrazar a esa mujer flaca ni de servir de frotadero a su pasaje obstruido por guijarros!
¡En cada miembro tiene un asta que choca y se bate con mis huesos, hasta el punto de que me despierto con la piel amoratada y resquebrajada!"

Cuando Alí El-Yamaní oyó estas palabras de la gruesa Luna-Llena, le dijo: "¡Ya te puedes callar! ¡Ahora le toca a Hurí-del-Paraíso!" Entonces la delgada y esbelta joven miró a la gruesa Luna-Llena, sonriendo, y le dijo:

"¡Loor a Alah, que me ha creado dándome la forma de la frágil rama del álamo, la flexibilidad del tallo del ciprés y el balanceo de la azucena!

"Cuando me levanto, soy ligera: cuando me siento, soy gentil; cuando bromeo, soy encantadora; mi aliento es suave y perfumado, porque mi alma es sencilla y pura de todo contacto que manche.

"Nunca he oído ¡oh gorda! que un amante alabe a su amada diciendo: "¡Es enorme como un elefante; es carnosa como alta es una montaña!"

"En cambio, siempre he oído decir al amante para describir a su amada: "Su cintura es delgada, flexible y elegante. ¡Su andar es tan ligero, que sus pasos apenas dejan huellas! Sus juegos y caricias son discretas, y sus besos están llenos de voluptuosidad. Con poca cosa se la alimenta, y le apagan la sed pocas gotas de agua. ¡Es más ágil que el gorrión y más viva que el estornino! ¡Es flexible como el tallo del bambú! Su sonrisa es graciosa y graciosos son sus modales. Para atraerla hacia mí no necesito hacer esfuerzos. Y cuando hacia mí se inclina, inclínase delicadamente; y si se me sienta en las rodillas, no se deja caer con pesadez, sino que se posa como una pluma de ave".

"Sabe, pues, ¡oh gorda! que yo soy la esbelta, la fina, por la cual arden los corazones todos. ¡Soy la que inspiro las pasiones más violentas y vuelvo locos a los hombres más sensatos!

"En fin, yo soy la que comparan con la parra que trepa por la palmera y que se enlaza al tronco con tanta indolencia. Soy la gacela esbelta, de hermosos ojos húmedos y lánguidos. ¡Y tengo bien ganado mi nombre de Hurí!

"En cuanto a ti, ¡oh gorda! déjame decirte las verdades...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 330: Pero cuando llegó la 337ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 337ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...En cuanto a ti ¡oh gorda!, déjame que te diga las verdades.

"Cuando andas ¡oh montón de grasa y carne! lo haces como el pato; cuando comes, como el elefante: insaciable eres en la copulación, y en el reposo, intratable.

"Además, ¿cuál será el hombre de zib bastante largo para llegar a tu cavidad oculta por las montañas de tu vientre y tus muslos?

"Y si tal hombre se encuentra y puede penetrar en ti, enseguida lo rechaza un envite de tu vientre hinchado.

"Parece que no te das cuenta de que, tan gorda como eres, no vales más que para que te vendan en la carnicería.

"Tu alma es tan tosca como tu cuerpo. Tus chanzas son tan pesadas que sofocan. Tus juegos son tan tremendos, que matan. Y tu risa es tan espantosa, que rompe los huesos de la oreja.

"Si tu amante suspira en tus brazos, apenas puedes respirar; si te besa, te encuentra húmeda y pegajosa de sudor.

"Cuando duermes, roncas; cuando velas, resuellas como un búfalo; apenas puedes cambiar de sitio; y cuando descansas, eres un peso para ti misma; pasas la vida moviendo las quijadas como una vaca y regoldando como un camello.

"Cuando orinas, te mojas la ropa; cuando gozas, inundas los divanes; cuando vas al retrete, te metes hasta el cuello; cuando vas a bañarte, no puedes alcanzarte la vulva, que se queda macerada en su jugo y revuelta en su cabellera nunca depilada.

"Si te miran por la parte delantera, pareces un elefante; si te miran de perfil, pareces un camello; si te miran por detrás, pareces un pellejo hinchado.

"En fin, seguramente fue de ti de quien dijo el poeta:

¡Es pesada como la vejiga llena de orines; sus muslos son dos estribaciones de montaña, y al andar mueve el suelo como un terremoto!

¡Si en Occidente suelta un cuesco, resuena en el Oriente todo!"

A estas palabras de Hurí-del-Paraíso, Alí El-Yamaní, su amo, le dijo: "¡En verdad ¡oh Hurí! que tu elocuencia es notoria! ¡Y tu lenguaje ¡oh Luna-Llena! es admirable! Pero ya es hora de que volváis a vuestros sitios, para dejar hablar a la rubia y a la morena".

Entonces Sol-del-Día y Llama-de-Hoguera se levantaron, y se colocaron una enfrente de otra.

Y la joven rubia fue la primera que dijo a su rival:

"¡Soy la rubia descrita largamente en el Korán! Soy la que calificó Alah cuando dijo: "¡El amarillo es el color que alegra las miradas!" De modo que soy el más bello de los colores.

"Mi color es una maravilla, mi belleza es un límite, y mi encanto es un fin. Porque mi color da su valor al oro y su belleza a los astros y al sol.

"Este color embellece las manzanas y los melocotones, y presta su matiz al azafrán. Doy sus tonos a las piedras preciosas y su madurez al trigo.

"Los otoños me deben el oro de su adorno, y la causa de que la tierra esté tan bella con su alfombra de hojas, es el matiz que fijan sobre ella los rayos del sol.

"Pero en cambio, ¡oh morena! cuando tu color se encuentra en un objeto, sirve para despreciarlo. ¡Nada tan vulgar ni tan feo! ¡Mira a los búfalos, los burros, los lobos y los perros: todos son morenos!

"¡Cítame un solo manjar en que se vea con gusto tu color! Ni las flores ni las pedrerías han sido nunca morenas.

"Ni eres blanca, ni eres negra. De modo que no se te pueden aplicar ninguno de los méritos de ambos colores, ni las frases con que se los alaba".

Oídas estas palabras de la rubia, su amo le dijo: "¡Deja ahora hablar a Llama-de-Hoquera!"

Entonces la joven morena hizo brillar en una sonrisa el doble collar de sus dientes -¡perlas!-, y como además de su color de miel tenía formas graciosas, cintura maravillosa, proporciones armoniosas, modales elegantes y cabellera de carbón que bajaba en pesadas trenzas hasta sus nalgas admirables, empezó por realzar sus encantos en un momento de silencio, y después dijo a su rival la rubia:

"¡Loor a Alah, que no me ha hecho ni gorda deforme, ni flaca enfermiza, ni blanca como el yeso, ni negra como el polvo de carbón, ni amarilla como el cólico, sino que ha reunido en mí con arte admirable los colores más delicados y las formas más atractivas.

"Además, todos los poetas han cantado a porfía mis loores en todos los idiomas, y soy la preferida de todos los siglos y de todos los sabios. "Pero sin hacer mi elogio, que harto hecho está, he aquí sólo algunos de los poemas escritos en honor mío:

"Ha dicho un poeta...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 331: Y cuando llegó la 338ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 338ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...Ha dicho un poeta:

¡Las morenas tienen en sí un sentido oculto! ¡Si lo adivinas, tus ojos no se dignarán mirar nunca a las demás mujeres!
¡Las encantadoras saben del arte sutil con todos sus rodeos, y se lo enseñarían hasta al ángel Harut!

Otro ha dicho:

¡Amo a una morena encantadora, cuyo color me hechiza, y cuya cintura es recta como una lanza!
¡Cuántas veces me arrebató la sedosa manchita negra, tan acariciada y tan besada, que adorna su cuello!
¡Por el color de su piel lisa, por el perfume delicioso que exhala, se parece al tallo oloroso del áloe!

Y cuando la noche tiende el velo de las sombras, la morena viene a verme. Y la sujeto junto a mí, hasta que las mismas sombras sean del color de nuestros sueños.

"Pero tú ¡oh amarilla! estás marchita como las hojas de la mulukhia (Liliácea comestible) de mala calidad que se coge en Bab El-Luk y que es fibrosa y dura.

"Tienes el color de la marmita de barro cocido que utiliza el vendedor de cabezas de carnero.

"Tienes el color del ocre y el de la grama.

"Tienes una cara de cobre amarillo, parecido a la fruta del árbol Zakum, que en el infierno da como frutos cráneos diabólicos.

"Y de ti ha dicho el poeta:

¡La suerte me ha dado una mujer de color amarillo tan chillón, que me da dolor de cabeza, y mi corazón y mis ojos se estremecen de malestar!
¡Si mi alma no quiere renunciar a verla por siempre, para castigarme me daré tan grandes golpes en la cara que me arrancaré las muelas!"

Cuando Ali El-Yamaní oyó estas palabras, se estremeció de placer, y se echó a reír de tal modo, que se cayó de espaldas, después de lo cual dijo a las dos jóvenes que se sentaran en sus sitios; y para demostrarles a todas el gusto que le había dado oírlas, les hizo regalos iguales de hermosos vestidos y pedrerías terrestres y marítimas.

Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! prosiguió Mohammad El-Bassri, dirigiéndose al califa El-Mamún, la historia de las seis jóvenes, que ahora siguen viviendo muy a gusto unas con otras en la morada de su amo Alí El-Yamaní en Bagdad, nuestra ciudad".

Extremadamente encantado quedó el califa con esta historia, y preguntó: "Pero ¡oh Mohammad! ¿Sabes siquiera en dónde está la casa del amo de esas jóvenes, y podrías ir a preguntarle si quiere vendérmelas? ¡Si accede, cómpramelas y tráemelas!"

Mohammad contestó: "Puedo decir ¡oh Emir de los Creyentes! que estoy seguro que el amo de estas esclavas no querrá separarse de ellas, porque le tienen enamorado hasta el extremo". Y El-Mamún dijo: "Lleva contigo como precio de cada una diez mil dinares, o sea sesenta mil en total. Los entregarás de mi parte a ese Alí-El-Yamaní y le dirás que deseo sus seis esclavas".

Oídas estas palabras del califa, Mohammad El-Bassri se apresuró a coger la cantidad consabida y fué a buscar al amo de las esclavas, al cual manifestó el deseo del Emir de los Creyentes. Alí El-Yamaní, en el primer impulso, no se atrevió a negarse a la petición del califa, y habiendo cobrado los sesenta mil dinares, entregó las seis esclavas a Mohammad El-Bassri, que las condujo enseguida a presencia de ElMamún.

El califa al verlas, llegó al límite del encanto, tanto por lo vario de sus colores como por sus maneras elegantes, su ingenio cultivado y sus diversos atractivos. Y le dio a cada una en su harem, un sitio escogido, y durante varios días pudo gozar de sus perfecciones y de su hermosura.

A todo esto, el primer amo de las seis, Alí El-Yamaní, sintió pesar sobre sí la soledad, v empezó a lamentar el impulso que le había hecho ceder al deseo del califa. Y un día falto ya de paciencia, envió al califa una carta llena de desesperación, en la cual, entre otras cosas tristes, había los versos siguientes:

¡Llegue mi desesperado saludo a las hermosas de quienes está separada mi alma! ¡Ellas son mis ojos, mis orejas, mi alimento, mi bebida, mi jardín y mi vida!
¡Desde que estoy lejos de ellas, nada distrae mi dolor, y hasta el sueño ha huido de mis párpados!
¿Por qué no las tengo, más celoso que antes, encerradas las seis en mis ojos, y por qué no he bajado mis párpados como tapices encima de ellas?
¡Oh dolor, oh dolor! ¡Preferiría no haber nacido, a caer herido por las flechas -¡sus miradas mortales!- y sacadas de la herida!

Cuando el califa El-Mamún recorrió esta carta, como tenía el alma magnánima, mandó llamar en seguida a las seis jóvenes, les dió a cada una diez mil dinares y vestidos maravillosos y otros regalos admirables, y las mandó devolver a su antiguo amo.

No bien Alí El-Yamaní las vio llegar, más bellas que antes y más ricas y más felices, alcanzó el límite de la alegría, y siguió viviendo con ellas entre delicias y placeres, hasta el día de la última separación.

Pero -prosiguió Schehrazada no creas, ¡oh rey afortunado! que todas las historias que has oído hasta ahora puedan valer de cerca ni de lejos lo que la HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE, que me reservo contarte la noche próxima, si quieres.

Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh, qué amable sería, Schehrazada, si entretanto nos dijeras siquiera las primeras palabras!"

Entonces Schehrazada sonrió y dijo:

"Cuentan que había un rey (¡Alah sólo es rey!) en la ciudad de...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 332: Historia prodigiosa de la Ciudad de Bronce


HISTORIA PRODIGIOSA DE LA CIUDAD DE BRONCE[editar]

Dijo Schehrazada:

Cuentan que en el trono de los califas Omníadas, en Damasco, se sentó un rey (¡sólo Alah es rey!) que se llamaba Abdalmalek ben-Merwán. Le gustaba departir a menudo con los sabios de su reino acerca de nuestro señor Soleimán ben-Daúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes, de su influencia y de su poder ilimitado sobre las fieras de las soledades, los efrits que pueblan el aire y los genios marítimos y subterráneos.

Un día en que el califa, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre antiguo, cuyo contenido era una extraña humareda negra de formas diabólicas, asombrose en extremo y parecía poner en duda la realidad de hechos tan verídicos, hubo de levantarse entre los circunstantes el famoso viajero Taleb ben-Sehl, quien confirmó el relato que acababan de escuchar, y añadió: "En efecto, ¡oh Emir de los Creyentes! esos vasos de cobre no son otros que aquellos donde se encerraron, en tiempos antiguos, a los genios que se rebelaron ante las órdenes de Soleimán, vasos arrojados al fondo del mar mugiente, en los confines del Moghreb, en el África occidental, tras de sellarlos con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos es simplemente el alma condensada de los efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto formidable si llegan a salir al aire libre".

Al oír tales palabras, aumentaron considerablemente la curiosidad y el asombro del califa Abdalmalek, que dijo al Taleb ben-Sehl: "¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos vasos de cobre que encierran efrits convertidos en humo! ¿Crees realizable mi deseo? Si es así, pronto estoy a hacer por mí propio las investigaciones necesarias. Habla". El otro contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! Aquí mismo puedes poseer uno de esos objetos, sin que sea preciso que te muevas y sin fatigas para tu persona venerada. No tienes más que enviar una carta al emir Muza, tu lugarteniente en el país del Moghreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que guarda esos vasos está unida al Moghreb por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie enjuto. ¡Al recibir una carta semejante, el emir Muza no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro amo el califa!"

Estas palabras tuvieron el don de convencer a Abdalmalek, que dijo a 'Taleb en el instante: "¿Y quién mejor que tú ¡oh Taleb! será capaz de ir con celeridad al país del Moghreb, con el fin de llevar esa carta a mi lugarteniente el emir Muza? Te otorgo plenos poderes para que tomes de mi tesoro lo que juzgues necesario para gastos de viaje, y para que lleves cuantos hombres te hagan falta en calidad de escolta. Pero date prisa, ¡oh Taleb!" Y al punto escribió el califa una carta de su puño y letra para el emir Muza, la selló y se la dio a Taleb, que besó la tierra entre las manos del rey, y no bien hizo los preparativos oportunos, partió con toda diligencia hacia el Moghreb, adonde llegó sin contratiempos.

El emir Muza le recibió con júbilo y le guardó todas las consideraciones debidas a un enviado del Emir de los Creyentes; y cuando Taleb le entregó la carta, la cogió, y después de leerla y comprender su sentido, se la llevó a sus labios, luego a su frente y dijo: "¡Escucho v obedezco!" Y enseguida mandó que fuera a su presencia el jeique Abdossamad, hombre que había recorrido todas las regiones habitables de la tierra, y que a la sazón pasaba los días de su vejez anotando cuidadosamente, por fechas, los conocimientos que adquirió en una vida de viajes no interrumpidos. Y cuando presentose el jeique; el emir Muza le saludó con respeto y le dijo: "¡Oh jeique Abdossamad! He aquí que el Emir de los Creyentes me transmite sus órdenes para que vaya en busca de los vasos de cobre antiguos, donde fueron encerrados por nuestro Soleimán ben-Daúd los genios rebeldes. Parece ser que yacen en el fondo de un mar situado al pie de una montaña que debe hallarse en los confines extremos del Moghreb. Por más que desde hace mucho tiempo conozco todo el país, nunca oí hablar de ese mar ni del camino que a él conduce; pero tú, ¡oh jeique Abdossamad! que recorriste el mundo entero, no ignorarás sin duda la existencia de esa montaña y de ese mar.

Reflexionó el jeique una hora de tiempo, y contestó: "¡Oh emir Muza ben-Nossair! No son desconocidos para mi memoria esa montaña y ese mar; pero, a pesar de desearlo, hasta ahora no puedo ir donde se hallan; el camino que allá conduce se hace muy penoso a causa de la falta de agua en las cisternas, y para llegar se necesitan dos años y algunos meses, y más aún para volver, ¡suponiendo que sea posible volver de una comarca cuyos habitantes no dieron nunca la menor señal de su existencia, y viven en una ciudad situada, según dicen; en la propia cima de la montaña consabida, una ciudad en la que no logró penetrar nadie y que se llama la Ciudad de Bronce!"

Y dichas tales palabras, se calló el jeique, reflexionando un momento todavía; y añadió: "Por lo demás, ¡oh emir Muza! no debo ocultarte que ese camino está sembrado de peligros y de cosas espantosas, y que para seguirle hay que cruzar un desierto poblado por efrits y genios, guardianes de aquellas tierras vírgenes de la planta humana desde la antigüedad. Efectivamente, sabe ¡oh Ben-Nossair! que esas comarcas del extremo Occidente africano están vedadas a los hijos de los hombres. Sólo dos de ellos pudieron atravesarlas: Soleimán ben-Daúd, uno, y El-Iskandar de Dos-Cuernos, el otro. ¡Y desde aquellas épocas remotas, nada turba el silencio que reina en tan vastos desiertos! Pero si deseas cumplir las órdenes del califa e intentar, sin otro guía que tu servidor, ese viaje por un país que carece de rutas ciertas, desdeñando obstáculos misteriosos y peligros, manda cargar mil camellos con odres repletos de agua y otros mil camellos con víveres y provisiones; lleva la menos escolta posible, porque ningún poder humano nos preservaría de la cólera de las potencias tenebrosas cuyos dominios vamos a violar, y no conviene que nos indispongamos con ellas alardeando de armas amenazadoras e inútiles. ¡Y cuando esté preparado todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 333: Y cuando llegó la 340ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 340ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...Y cuando esté preparado todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos."

Al oír tales palabras, el emir Muza, gobernador de Moghreb, invocando el nombre de Alah, no quiso tener un momento de vacilación; congregó a los jefes de sus soldados y a los notables del reino, testó ante ellos y nombró como sustituto a su hijo Harún. Tras de lo cual, mandó hacer los preparativos consabidos, no se llevó consigo más que algunos hombres seleccionados de antemano, y en compañía del jeique Abdossamad y de Taleb el enviado del califa, tomó el camino del desierto, seguido por mil camellos cargados con agua y por otros mil cargados con víveres y provisiones.

Durante días y meses marchó la caravana por las llanuras solitarias, sin encontrar por su camino un ser viviente en aquellas inmensidades monótonas cual el mar encalmado. Y de esta suerte continuó el viaje en medio del silencio infinito, hasta que un día advirtieron en lontananza como una nube brillante a ras del horizonte, hacia la que se dirigieron. Y observaron que era un edificio con altas murallas de acero chino, sostenido por cuatro filas de columnas de oro que tenían cuatro mil pasos de circunferencia. La cúpula de aquel palacio era de oro y servía de albergue a millares y millares de cuervos, únicos habitantes que bajo el cielo se veían allá. En la gran muralla donde abríase la puerta principal, de ébano macizo incrustado de oro, aparecía una placa inmensa de metal rojo, la cual dejaba leer estas palabras trazadas en caracteres jónicos, que descifró el jeique Abdossamad y se las tradujo al emir Muza y a sus acompañantes:

¡Entra aquí para saber la historia de los dominadores!

¡Todos pasaron ya! ¡Y apenas tuvieron tiempo para descansar a la sombra de mis torres!

¡Los dispersó la muerte como si fueran sombras! ¡Los disipó la muerte como a la paja el viento!

Con exceso se emocionó el emir Muza al oír las palabras que traducía el venerable Abdossamad, y murmuró: "¡No hay más Dios que Alah!" Luego dijo: "¡Entremos!" Y seguido por sus acompañantes, franqueó los umbrales de la puerta principal y penetró en el palacio.

Entre el vuelo mundo de los pajarracos negros, surgió ante ellos la alta desnudez granítica de una torre cuyo final perdíase de vista, y al pie de la cual se alineaban en redondo cuatro filas de cien sepulcros cada una, rodeando un monumental sarcófago de cristal pulimentado, en torno del cual se leía esta inscripción, grabada en caracteres jónicos realzados por pedrerías:

¡Pasó cual el delirio de las fiebres la embriaguez del triunfo! ¿De cuántos acontecimientos no hube de ser testigo?

¿De qué brillante fama no gocé en mis días de gloria?

¿Cuántas capitales no retemblaron bajo el casco sonoro de mi caballo?

¿Cuántas ciudades no saqueé, entrando en ellas como el simún destructor? ¿Cuántos imperios no destruí, impetuoso como el trueno?

¿Qué de potentados no arrastré a la zaga de mi carro?

¿Qué de leyes no dicté en el universo? ¡Y ya lo veis!

¡La embriaguez de mi triunfo pasó cual el delirio de la fiebre, sin dejar más huella que la que en la arena pueda dejar la espuma!

¡Me sorprendió la muerte, sin que mi poderío la rechazase, ni lograran mis cortesanos defenderme de ella!

Por tanto, viajero, escucha las palabras que jamás mis labios pronunciaron mientras estuve vivo:

¡Conserva tu alma! ¡Goza en paz la calma de la vida, la belleza, que es calma de la vida! ¡Mañana se apoderará de ti la muerte!

Mañana responderá la tierra a quien te llame: "¡Ha muerto!" ¡Y nunca mi celoso seno devolvió a los que guarda para la eternidad!

Al oír estas palabras que traducía el jeique Abdossamad, el emir Muza y sus acompañantes no pudieron por menos de llorar. Y permanecieron largo rato en pie ante el sarcófago y los sepulcros, repitiéndose las palabras fúnebres. Luego se encaminaron a la torre, que se cerraba con una puerta de dos hojas de ébano, sobre la cual se leía esta inscripción, también grabada en caracteres jónicos realzados por pedrerías:

¡En el nombre del Eterno, del Inmutable!

¡En el nombre del Dueño de la furia v del poder!

¡Aprende, viajero que pasas por aquí, a no enorgullecerte de las apariencias, porque su resplandor es engañoso!

¡Aprende con mi ejemplo a no dejarte deslumbrar por ilusiones que te precipitarían en el abismo!

¡Voy a hablarte de mi poderío!

¡En mis cuadras, cuidadas por los reyes que mis armas cautivaron, tenía yo diez mil caballos generosos!

¡En mis estancias reservadas tenía yo como concubinas mil vírgenes escogidas entre aquellas cuyos senos son gloriosos y cuya belleza hace palidecer el brillo de la luna!

¡Diéronme mis esposas una posteridad de mil príncipes reales, valientes cual leones!

¡Poseía inmensos tesoros: y bajo mi dominio se abatían los pueblos y los reyes, desde el Oriente hasta los límites extremos de Occidente, sojuzgados por mis ejércitos invencibles!

¡Y creí eterno mi poderío y afirmada por los siglos de los siglos la duración de mi vida, cuando de pronto se hizo oír la voz que me anunciaba los irrevocables decretos del que no muere!

¡Entonces reflexioné acerca de mi destino!

¡Congregué a mis jinetes y a mis hombres de a pie, que eran millares, armados con sus lanzas y con sus espadas!

Y a presencia de todos ellos hice llevar mis arquillas y los cofres de mis tesoros, y les dije a todos:

"¡Os doy estas riquezas, estos quintales de oro y plata si prolongáis por un día mi vida sobre la tierra!"

¡Pero se mantuvieron con los ojos bajos, y guardaron silencio!

¡Hube de morir a la sazón! ¡Y mi palacio se tornó en asilo de la muerte!

¡Si deseas conocer mi nombre, sabe que me llamé Kusch ben-scheddad ben-Aad el Grande!

Al oír tan sublimes verdades, el emir Muza y sus acompañantes prorrumpieron en sollozos y lloraron largamente. Tras de lo cual penetraron en la torre, y hubieron de recorrer inmensas salas habitadas por el vacío y el silencio. Y acabaron por llegar a una estancia mayor que las otras, con bóveda redondeada en forma de cúpula, y que era única de la torre que tenía algún mueble. El mueble consistía en una colosal mesa de madera de sándalo, tallada maravillosamente, y sobre la cual se destacaba, en hermosos caracteres análogos a los anteriores, esta inscripción:

¡Otrora se sentaron a esta mesa mil reyes tuertos y mil reyes que conservaron bien sus ojos! ¡Ahora son ciegos todos en la tumba!

El asombro del emir Muza hubo de aumentar frente a aquel misterio, y como no pudo dar con la solución, transcribió tales palabras en sus pergaminos; luego, conmovido en extremo, abandonó el palacio y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de la Ciudad de Bronce...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

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Capítulo 334: Pero cuando llegó la 341ª noche


PERO CUANDO LLEGÓ LA 341ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

.. .y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de la Ciudad de Bronce.

Anduvieron uno, dos y tres días, hasta la tarde del tercero. Entonces vieron destacarse a los rayos del rojo sol poniente, erguida sobre un alto pedestal, la silueta de un jinete inmóvil que blandía una lanza de larga punta, semejante a una llama incandescente del mismo color que el astro que ardía en el horizonte.

Cuando estuvieron muy cerca de aquella aparición, advirtieron que el jinete, y su caballo, y el pedestal eran de bronce, y que en el palo de la lanza, por el sitio que iluminaban aún los postreros rayos del astro, aparecían grabadas en caracteres de fuego estas palabras:

¡Audaces viajeros que pudisteis llegar, hasta las tierras vedadas, ya no sabréis volver sobre vuestros pasos!

¡Si os es desconocido el camino de la ciudad, movedme sobre mi pedestal con la fuerza de vuestros brazos, y dirigíos hacia donde yo vuelva el rostro cuando quede otra vez quieto!

Entonces el emir Muza se acercó al jinete y le empujó con la mano. Y súbito, con la rapidez del relámpago, el jinete giró sobre sí mismo y se paró volviendo el rostro en dirección completamente opuesta a la que habían seguido los viajeros. Y el jeique Abdossamad hubo de reconocer que, efectivamente, habíase equivocado y que la nueva ruta era la verdadera.

Al punto volvió sobre sus pasos la caravana, emprendiendo el nuevo camino, y de esta suerte prosiguió el viaje durante días y días, hasta que una noche llegó ante una columna de piedra negra, a la cual estaba encadenado un ser extraño del que no se veía más que medio cuerpo, pues el otro medio aparecía enterrado en el suelo. Aquel busto que surgía de la tierra, diríase un engendro monstruoso arrojado allí por la fuerza de las potencias infernales. Era negro y corpulento como el tronco de una palmera vieja, seca y desprovista de sus palmas. Tenía dos enormes alas negras, y cuatro manos, dos de las cuales semejaban garras de leones. En su cráneo espantoso se agitaba de un modo salvaje una cabellera erizada de crines ásperas, como la cola de un asno silvestre. En las cuencas de sus ojos llameaban dos pupilas rojas, y en la frente, que tenía dobles cuernos de buey, aparecía el agujero de un solo ojo que abríase inmóvil y fijo, lanzando iguales resplandores verdes que la mirada de tigres y panteras.

Al ver a los viajeros, el busto agitó los brazos dando gritos espantosos y haciendo movimientos desesperados como para romper las cadenas que le sujetaban a la columna negra. Y asaltada por un terror extremado, la caravana se detuvo allí sin alientos para avanzar ni retroceder.

Entonces se encaró el emir Muza con el jeique Abdossamad y le preguntó: "¿Puedes ¡oh venerable! decirnos qué significa esto?" El jeique contestó: "¡Por Alah, ¡oh emir! que esto supera a mi entendimiento!" Y dijo el emir Muza: "¡Aproxímate, pues, más a él, e interrógale! ¡Acaso él mismo nos lo aclare!"

Y el jeique Abdossamad no quiso mostrar la menor vacilación, y se acercó al monstruo, gritándole: "¡En nombre del Dueño que tiene en su mano los imperios de lo Visible y de lo Invisible, te conjuro a que me respondas! ¡Dime quién eres, desde cuándo estás ahí y por qué sufres un castigo tan extraño!"

Entonces ladró el busto. Y he aquí las palabras que entendieron luego el emir Muza, el jeique Abdossamad y sus acompañantes. "Soy un efrit de la posteridad de Eblis, padre de los genios. Me llamo Daesch ben-Alaemasch, y estoy encadenado aquí por la Fuerza Invisible hasta la consumación de los siglos.

"Antaño, en este país, gobernado por el rey del mar, existía en calidad de protector de la Ciudad de Bronce un ídolo de ágata roja, del cual yo era guardián y habitante al propio tiempo, porque me aposenté dentro de él; y de todos los pises venían muchedumbres a consultar por conducto mío la suerte y a escuchar los oráculos y las predicciones augurales que hacía yo.

"El rey del Mar, de quien yo mismo era vasallo, tenía bajo su mando supremo al ejército de los genios que se habían rebelado contra Soleimán ben-Daúd; y me había nombrado jefe de ese ejército para el caso de que estallara una guerra entre aquél y el señor formidable de los genios. Y, en efecto, no tardó en estallar tal guerra.

"Tenía el rey del Mar una hija tan hermosa, que la fama de su belleza llegó a oídos de Soleimán, quien deseoso de contarla entre sus esposas, envió un emisario al rey del Mar para pedírsela en matrimonio, a la vez que le instaba a romper la estatua de ágata y a reconocer que no hay más Dios que Alah, y que Soleimán es el profeta de Alah. Y le amenazaba con su enojo y su venganza si no se sometía inmediatamente a sus deseos.

"Entonces congregó el rey del Mar a sus visires y a los jefes de los genios, y les dijo: "Sabed que Soleimán me amenaza con todo género de calamidades para obligarme a que le dé mi hija y rompa la estatua que sirve de vivienda a vuestro jefe Daesch ben-Alaemaseh. ¿Qué opináis acerca de tales amenazas? ¿Debo inclinarme o resistir? "

Los visires contestaron: "¿Y qué tienes que temer del poder de Soleimán, ¡oh rey nuestro!? ¡Nuestras fuerzas son tan formidables como las suyas por lo menos, y sabremos aniquilarlas!"

Luego encaráronse conmigo y me pidieron mi opinión. Dije entonces: "¡Nuestra única respuesta para Soleimán será dar una paliza a su emisario!" Lo cual ejecutose al punto. Y dijimos al emisario: "¡Vuelve ahora para dar cuenta de la aventura a tu amo!"

"Cuando enterose Soleimán del trato inflingido a su emisario, llegó al límite de la indignación, y reunió en seguida todas sus fuerzas disponibles, consistentes en genios, hombres, pájaros y animales. Confió a Assaf ben-Barkhia el mando de los guerreros humanos, y a Domriat, rey de los efrits, el mando de todo el ejército de genios, que ascendía a sesenta millones, y el de los animales y aves de rapiña recolectados en todos los puntos del universo y en las islas y mares de la tierra.

Hecho lo cual, yendo a la cabeza de tan formidable ejército, Soleimán se dispuso a invadir el país de mi soberano el rey del Mar. Y no bien llegó, alineó su ejército en orden de batalla.

"Empezó por formar en dos alas a los animales, colocándolos en líneas de a cuatro, y en los aires apostó a las grandes aves de rapiña, destinadas a servir de centinelas que descubriesen nuestros movimientos, y a arrojarse de pronto sobre los guerreros para herirles y sacarles los ojos. Compuso la vanguardia con el ejército de hombres, y la retaguardia con el ejército de genios; y mantuvo a su diestra a su visir Assaf ben-Barkhia y a su izquierda a Domriat, rey de los efrits del aire. El permaneció en medio, sentado en su trono de pórfido y de oro, que arrastraban cuatro elefantes. Y dió entonces la señal de la batalla.

"De repente hízose oír un clamor que aumentaba con el ruido de carreras al galope y el estrépito tumultuoso de los genios, hombres, aves de rapiña y fieras guerreras; resonaba la corteza terrestre bajo el azote formidable de tantas pisadas, en tanto que retemblaba el aire con el batir de millones de alas, y con las exclamaciones, los gritos y los rugidos.

"Por lo que a mí respecta, se me concedió el mando de la vanguardia del ejército de genios sometidos al rey del Mar. Hice una seña a mis tropas, y a la cabeza de ellas me precipité sobre el tropel de genios enemigos que mandaba el rey Domriat...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 335: Y cuando llegó la 342ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 342ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Hice una seña a mis tropas, y a la cabeza de ellas me precipité sobre el tropel de genios enemigos que mandaba el rey Domriat. E intentaba atacar yo mismo al jefe de los adversarios, cuando le vi convertirse de improviso en una montaña inflamada que empezó a vomitar fuego a torrentes, esforzándose por aniquilarme y ahogarme con los despojos que caían hacia nuestra parte en olas abrasadoras. Pero me defendí y ataqué con encarnizamiento, animando a los míos, y sólo cuando me convencí de que el número de mis enemigos me aplastaría a la postre, di la señal de retirada y me puse en fuga por los aires a fuerza de alas. Pero nos persiguieron por orden de Soleimán, viéndonos por todas partes rodeados de adversarios, genios, hombres, animales y pájaros; y de los nuestros quedaron extenuados unos, aplastados otros por las patas de los cuadrúpedos, y precipitados otros desde lo alto de los aires, después que les sacaron los ojos y les despedazaron la piel. También a mí alcanzáronme en mi fuga, que duró tres meses. Preso y amarrado ya, me condenaron a estar sujeto a esta columna negra hasta la extinción de las edades, mientras que aprisionaron a todos los genios que yo tuve a mis órdenes, los transformaron en humaredas y los encerraron en vasos de cobre, sellados con el sello de Soleimán, que arrojaron al fondo del mar que baña las murallas de la Ciudad de Bronce.

"En cuanto a los hombres que habitan este país, no sé exactamente qué fué de ellos, pues me hallo encadenado desde que se acabó nuestro poderío. ¡Pero si vais a la Ciudad de Bronce, quizás os tropecéis con huellas suyas y lleguéis a saber su historia!"

Cuando acabó de hablar el busto, comenzó a agitarse de un modo frenético para desligarse de la columna. Y temerosos de que lograra libertarse y les obligara a secundar sus esfuerzos, el emir Muza y sus acompañantes no quisieron permanecer más tiempo allí, y se dieron prisa a proseguir su camino hacia la ciudad, cuyas torres y murallas veían ya destacarse en lontananza.

Cuando sólo estuvieron a una ligera distancia de la ciudad, como caía la noche y las cosas tomaban a su alrededor un aspecto hostil, prefirieron esperar al amanecer para acercarse a las puertas; y montaron tiendas donde pasar la noche, porque estaban rendidos de las fatigas del viaje.

Apenas comenzó el alba por Oriente a aclarar las cimas de las montañas, el emir Muza despertó a sus acompañantes, y se puso con ellos en camino para alcanzar una de las puertas de entrada. Entonces vieron erguirse formidables ante ellos, en medio de la claridad matinal, las murallas de bronce, tan lisas, que diríase acababan de salir del molde en que las fundieron. Era tanta su altura, que parecían como una primera cadena de los montes gigantescos que las rodeaban, y en cuyos flancos incrustábanse, cual nacidas allí mismo, con el metal de que se hicieron.

Cuando pudieron salir de la inmovilidad que les produjo aquel espectáculo sorprendente, buscaron con la vista alguna puerta por donde entrar bordeando las murallas, siempre en espera de encontrar la entrada. Pero no vieron entrada ninguna. Y siguieron andando todavía horas y horas, sin ver puerta ni brecha alguna, ni nadie que se dirigiese a la ciudad o saliese de ella. Y a pesar de estar ya muy avanzado el día, no oyeron dentro ni fuera de las murallas el menor rumor, ni tampoco notaron el menor movimiento arriba ni al pie de los muros.

Pero el emir Muza no perdió la esperanza, animando a sus acompañantes para que anduviesen más aún; y caminaron así hasta la noche, y siempre veían desplegarse ante ellos la línea inflexible de murallas de bronce que seguían la carrera del sol por valles y costas, y parecían surgir del propio seno de la tierra.

Entonces el emir Muza ordenó a sus acompañantes que hicieran alto para descansar y comer. Y se sentó con ellos durante algún tiempo, reflexionando acerca de la situación.

Cuando hubo descansado, dijo a sus compañeros que se quedaran allí vigilando el campamento hasta su regreso, y seguido del jeique Abdossamad y de Taleb ben-Sehl, trepó con ellos a una alta montaña con el propósito de inspeccionar los alrededores y reconocer aquella ciudad que no quería dejarse violar por las tentativas humanas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 336: Pero cuando llegó la 343ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 343ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... aquella ciudad que no quería dejarse violar por las tentativas humanas.

Al principio no pudieron distinguir nada en las tinieblas, porque ya la noche había espesado sus sombras sobre la llanura; pero de pronto hízose un vivo resplandor por Oriente, y en la cima de la montaña apareció la luna, iluminando cielo y tierra con un parpadeo de sus ojos. Y a sus plantas desplegose un espectáculo que les contuvo la respiración.

Estaban viendo una ciudad de ensueño.

Bajo el blanco cendal que caía de la altura, en toda la extensión que podía abarcar la mirada fija en los horizontes hundidos en la noche, aparecían dentro del recinto de bronce cúpulas de palacios, terrazas de casas, apacibles jardines, y a la sombra de los macizos brillaban los canales, que iban a morir en un mar de metal, cuyo seno frío reflejaban las luces del cielo. Y el bronce de las murallas, las pedrerías encendidas de las cúpulas, las terrazas cándidas, los canales y el mar entero, así como las sombras proyectadas por Occidente amalgamábanse bajo la brisa nocturna v la luna mágica.

Sin embargo, aquella inmensidad estaba sepultada, como en una tumba, en el universal silencio. Allá dentro no había ni un vestigio de vida humana. Pero he aquí que con un mismo gesto, quieto, destacábanse sobre monumentales zócalos altas figuras de bronce, enormes jinetes tallados en mármol, animales alados que se inmovilizaban en un vuelo estéril; y los únicos seres dotados de movimiento en aquella quietud eran millares de inmensos vampiros que daban vueltas a ras de los edificios bajo el cielo, mientras búhos invisibles turbaban el estático silencio con sus lamentos y sus voces fúnebres en los palacios muertos y las terrazas solitarias.

Cuando saciaron la mirada con aquel espectáculo extraño, el emir Muza y sus compañeros bajaron de la montaña, asombrándose en extremo por no haber advertido en aquella ciudad inmensa la huella de un ser humano vivo. Y ya al pie de los muros de bronce, llegaron a un lugar donde vieron cuatro inscripciones grabadas en caracteres jónicos, y que enseguida descifró y tradujo al emir Muza el jeique Abdossamad.

Decía la primera inscripción:

¡Oh hijo de los hombres, qué vanos son tus cálculos! ¡La muerte está cercana; no hagas cuentas para el porvenir; se trata de un Señor del Universo que dispersa las naciones y los ejércitos, y desde su palacios de vastas magnificencias precipita a los reyes en la estrecha morada de la tumba; y al despertar su alma en la igualdad de la tierra, han de verse reducidos a un montón de ceniza y polvo!

Cuando oyó estas palabras, exclamó el emir Muza: "¡oh sublimes verdades! ¡Oh sueños del alma en la igualdad de la tierra! ¡Qué conmovedor es todo esto!" Y copió al punto en sus pergaminos aquellas frases. Pero ya traducía el jeique la segunda inscripción, que decía:

¡Oh hijo de los hombres! ¿Por qué te ciegas con tus propias manos? ¿Cómo puedes confiar en este vano mundo? ¿No sabes que es un albergue pasajero, una morada transitoria? ¡Di! ¿Dónde están los reyes que cimentaron los imperios? ¿Dónde están los conquistadores, los dueños del Irak, de Ispahán y del Khorassán? ¡Pasaron cual si nunca hubieran existido!

Igualmente copió esta inscripción el emir Muza, y escuchó muy emocionado al jeique, que traducía la tercera:

¡Oh hijo de los hombres! ¡Anegas tu alma en los placeres., y no ves que la muerte se te monta en los hombros espiando tus movimientos! ¡El mundo es como una tela de araña, detrás de cuya fragilidad está acechándote la nada! ¿Adónde fueron a parar los hombres llenos de esperanzas y sus proyectos efímeros? ¡Cambiaron por la tumba los palacios donde habitan búhos ahora!

No pudo el emir Muza contener su emoción y se estuvo largo tiempo llorando con las manos en las sienes, y decía: "¡Oh el misterio del nacimiento y de la muerte! ¿Por qué nacer, si hay que morir? ¿Por qué vivir, si la muerte da el olvido de la vida? ¡Pero sólo Alah conoce los destinos, y nuestro deber es inclinarnos ante El con obediencia muda!"

Hechas estas reflexiones, se encaminó de nuevo al campamento con sus compañeros, y ordenó a sus hombres que al punto pusieran manos a la obra para construir con madera y ramajes una escala larga y sólida, que les permitiese subir a lo alto del muro, con objeto de intentar luego bajar a aquella ciudad sin puertas.

Enseguida dedicáronse a buscar madera y gruesas ramas secas; las mondaron lo mejor que pudieron con sus sables y sus cuchillos; las ataron unas a otras con sus turbantes, sus cinturones, las cuerdas de los camellos, las cinchas y las guarniciones, logrando construir una escala lo suficiente larga para llegar a lo alto de las murallas. Y entonces la tendieron en el sitio más a propósito, sosteniéndola por todos lados con piedras gruesas; e invocando el nombre de Alah, comenzaron a trepar por ella lentamente...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 337: Y cuando llegó la 344ª noche


Y CUANDO LLEGÓ LA 344ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Comenzaron a trepar por ella lentamente, con el emir Muza a la cabeza. Pero quedáronse algunos en la parte baja de los muros para vigilar el campamento y los alrededores.

El emir Muza y sus acompañantes anduvieron durante algún tiempo por lo alto de los muros, y llegaron al fin ante dos torres unidas entre sí por una puerta de bronce, cuyas dos hojas encajaban tan perfectamente, que no se hubiera podido introducir por su intersticio la punta de una aguja. Sobre aquella puerta aparecía grabada en relieve la imagen de un jinete de oro que tenía un brazo extendido y la mano abierta, y en la palma de esta mano había trazado unos caracteres jónicos, que descifró enseguida el jeique Abdossamad y los tradujo del siguiente modo: "Frota la puerta doce veces con el clavo que hay en mi ombligo".

Aunque muy sorprendido de tales palabras, el emir Muza se acercó al jinete y notó que, efectivamente, tenía metido en medio del ombligo un clavo de oro. Echó mano e introdujo y sacó el clavo doce veces. Y a las doce veces que lo hizo, se abrieron las dos hojas de la puerta, dejando ver una escalera de granito rojo que descendía caracoleando. Entonces el emir Muza y sus acompañantes bajaron por los peldaños de esta escalera, la cual les condujo al centro de una sala que daba a ras de una calle en la que se estacionaban guardias armados con arcos y espadas. Y dijo el emir Muza: "¡Vamos a hablarles, antes de que se inquieten con nuestra presencia!"

Acercáronse, pues a estos guardias, unos de los cuales estaban de pie, con el escudo al brazo y el sable desnudo, mientras otros permanecían sentados o tendidos. Y encarándose con el que parecía el jefe, el emir Muza le deseó la paz con afabilidad; pero no se movió el hombre ni le devolvió la zalema; y los demás guardias permanecieron inmóviles igualmente y con los ojos fijos, sin prestar ninguna atención a los que acababan de llegar y como si no les vieran.

Entonces, por si aquellos guardias no entendían el árabe, el emir Muza dijo al jeique Abdossamad: "¡Oh jeique, dirígeles la palabra en cuantas lenguas conozcas!" Y el jeique hubo de hablarles primero en lengua griega; luego, al advertir la inutilidad de su tentativa, les habló en indio, en hebreo, en persa, en etíope y en sudanés; pero ninguno de ellos comprendió una palabra de tales idiomas ni hizo el menor gesto de inteligencia. Entonces dijo el emir Muza: "¡Oh jeique!" Acaso estén ofendidos estos guardias porque no les saludaste al estilo de su país. Conviene, pues, que les hagas zalemas al uso de cuantos países conozcas. Y el venerable Abdossamad hizo al instante todos los ademanes acostumbrados en las zalemas conocidas en los pueblos de cuantas comarcas había recorrido. Pero no se movió ninguno de los guardias, y cada cual permaneció en la misma actitud que al principio.

Al ver aquello, llegó al límite del asombro el emir Muza, y sin querer insistir más dijo a sus acompañantes que le siguieran, y continuó su camino, no sabiendo a qué causa atribuir semejante mutismo. Y se decía el jeique Abdossamad: "¡Por Alah, que nunca vi cosa tan extraordinaria en mis viajes!"

Prosiguieron andando así hasta llegar a la entrada del zoco.

Como encontráronse con las puertas abiertas, penetraron en el interior. El zoco estaba lleno de gentes que vendían y compraban; y por delante de las tiendas se amontonaban maravillosas mercancías. Pero el emir Muza y sus acompañantes notaron que todos los compradores y vendedores, como también cuantos se hallaban en el zoco, habíanse detenido, cual puestos de común acuerdo, en la postura en que se les sorprendieron; y se diría que no esperaban para reanudar sus ocupaciones habituales más que a que se ausentasen los extranjeros. Sin embargo, no parecían prestar la menor atención a la presencia de éstos, y contentábanse con expresar por medio del desprecio y la indiferencia el disgusto que semejante intrusión les producía. Y para hacer aún más significativa tan desdeñosa actitud, reinaba un silencio general al paso de los extraños hasta el punto de que en el inmenso zoco abovedado se oían resonar sus pisadas de caminantes solitarios entre la quietud de su alrededor. Y de esta guisa recorrieron el zoco de los joyeros, el zoco de las sederías, el zoco de los guarnicioneros, el zoco de los pañeros, el de los zapateros remendones y el zoco de los mercaderes de especias y sahumerios, sin encontrar por parte alguna el menor gesto benévolo u hostil, ni la menor sonrisa de bienvenida o burla.

Cuando cruzaron el zoco de los sahumerios, desembocaron en una plaza inmensa, donde deslumbraba la claridad del sol después de acostumbrarse la vista a la dulzura de la luz tamizada de los zocos. Y al fondo, entre columnas de bronce de una altura prodigiosa, que servían de pedestales a enormes pájaros de oro con las alas desplegadas, erguíase un palacio de mármol, flanqueado con torreones de bronce y guardado por una cadena de guardias, cuyas lanzas y espadas despedían de continuo vivos resplandores. Daba acceso a aquel palacio una puerta de oro, por la que entró el emir Muza seguido de sus acompañantes.

Primeramente vieron abrirse a lo largo del edificio una galería sostenida por columnas de pórfido, y que limitaba un patio con pilas de mármoles de colores; y utilizábase como armería esta galería, pues veíanse allí, por doquier, colgadas de las columnas, de las paredes y del techo, armas admirables, maravillas enriquecidas con incrustaciones preciosas, y que procedían de todos los países de la tierra. En torno a la galería se adosaban bancos de ébano de un labrado maravilloso, repujados de plata y oro, y en los que aparecían, sentados o tendidos, guerreros en traje de gala, quienes, por cierto, no hicieron movimiento alguno para impedir el paso a los visitantes, ni para animarles a seguir en su asombrada exploración...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 338: Y cuando llegó la 345ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 345ª NOCHE[editar]

... para impedir el paso a los visitantes ni para animarles a seguir en su asombrada exploración.

Continuaron, pues, por esta galería, cuya parte superior estaba decorada con una cornisa bellísima, y vieron, grabada en letras de oro sobre fondo azul, una inscripción en lengua jónica que contenía preceptos sublimes, y cuya traducción fiel hizo el jeique Abdossamad en esta forma:

¡En el nombre del Inmutable, Soberano de los Destinos! ¡Oh hijo de los hombres, vuelve la cabeza y verás que la muerte se dispone a caer sobre tu alma! ¿Dónde está Adán, padre de los humanos? ¿Dónde está Nuh y su descendencia? ¿Dónde está Nemrod el formidable? ¿Dónde están los reyes, los conquistadores, los Khosroes, los Césares, los Faraones, los emperadores de la India y del Irak, los dueños de Persia y de Arabia e Iscandar el Bicornio? ¿Dónde están los soberanos de la tierra Hamán y Karún, y Scheddad, hijo de Aad, y todos los pertenecientes a la posteridad de Canaán? ¡Por orden del Eterno, abandonaron la tierra para ir a dar cuenta de sus actos el día de la Retribución!”

¡Oh hijo de los hombres, no te entregues al mundo y a sus placeres! ¡Teme al Señor, y sírvele con corazón devoto! ¡Teme a la muerte! ¡La devoción por el Señor y el temor a la muerte son el principio de toda sabiduría! ¡Así cosecharás buenas acciones, con las que te perfumarás el día terrible del Juicio!

Cuando escribieron en sus pergaminos esta inscripción, que les conmovió mucho, franquearon una gran puerta que se abría en medio de la galería, y entraron en una sala, en el centro de la cual había una hermosa pila de mármol transparente, de donde se escapaba un surtidor de agua. Sobre la pila, a manera de techo agradablemente colocado, se alzaba un pabellón cubierto con colgaduras de seda y oro en matices diferentes, combinados con un arte perfecto. Para llegar a aquella pila, el agua se encauzaba por cuatro canalillos trazados en el suelo de la sala con sinuosidades encantadoras, y cada canalillo tenía un lecho de color especial: el primero tenía un lecho de pórfido rosa; el segundo, de topacios; el tercero, de esmeraldas, y el cuarto, de turquesas; de tal modo, que el agua de cada uno se teñía del color de su lecho, y herida por la luz atenuada que filtraban las sedas en la altura, proyectaba sobre los objetos de su alrededor y las paredes de mármol una dulzura de paisaje marino.

Allí franquearon una segunda puerta, y entraron en la segunda sala. La encontraron llena de monedas antiguas de oro y plata, de collares, de alhajas, de perlas, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y tan amontonado estaba todo, que apenas se podía cruzar la sala y circular por ella para penetrar en la tercera.

Aparecía ésta llena de armaduras de metales preciosos, de escudos de oro enriquecidos con pedrerías, de cascos antiguos, de sables de la India, de lanzas, de venablos y de corazas del tiempo de Daúd y de Soleimán; y todas aquellas armas estaban en tan buen estado de conservación, que creeríase habían salido la víspera de entre las manos que las fabricaron.

Entraron luego en la cuarta sala, enteramente ocupada por armarios y estantes de maderas preciosas, donde se alineaban ordenadamente ricos trajes, ropones suntuosos, telas de valor y brocados labrados de un modo admirable. Desde allí se dirigieron a una puerta abierta que les facilitó el acceso a la quinta sala. La cual no contenía entre el suelo y el techo más que vasos y enseres para bebidas, para manjares y para abluciones: tazones de oro y plata, jofainas de cristal de roca, copas de piedras preciosas, bandejas de jade y de ágata de diversos colores.

Cuando hubieron admirado todo aquello, pensaron en volver sobre sus pasos, y he aquí que sintieron la tentación de llevarse un tapiz inmenso de seda y oro que cubría una de las paredes de la sala. Y detrás del tapiz vieron una gran puerta labrada con finas marqueterías de marfil y ébano, y que estaba cerrada con cerrojos macizos, sin la menor huella de cerradura donde meter una llave. Pero el jeique Abdossarnad se puso a estudiar el mecanismo de aquellos cerrojos, y acabó por dar con un resorte oculto, que hubo de ceder a sus esfuerzos. Entonces la puerta giró sobre sí misma y dio a los viajeros libre acceso a una sala milagrosa, abovedada en forma de cúpula y construida con un mármol tan pulido, que parecía un espejo de acero. Por las ventanas de aquella sala, a través de las celosías de esmeraldas y diamantes, filtrábase una claridad que inundaba los objetos con un resplandor imprevisto. En el centro, sostenido por pilastras de oro, sobre cada una de las cuales había un pájaro con plumaje de esmeraldas y pico de rubíes, erguíase una especie de oratorio adornado con colgaduras de seda y oro, y al que unas gradas de marfil unían al suelo, donde una magnífica alfombra, diestramente fabricada con lana de colores gloriosos, abría sus flores sin aroma en medio de su césped sin savia, y vivía toda la vida artificial de sus florestas pobladas de pájaros y animales copiados de manera exacta, con su belleza natural y sus contornos verdaderos.

El emir Muza y sus acompañantes subieron por las gradas del oratorio, y al llegar a la plataforma se detuvieron mudos de sorpresa. Bajo un dosel de terciopelo salpicado de gemas y diamantes, en amplio lecho construido con tapices de seda superpuestos, reposaba una joven de tez brillante, de párpados entornados por el sueño tras unas largas pestañas combadas, y cuya belleza realzábase con la calma admirable de sus facciones, con la corona de oro que ceñía su cabellera, con la diadema de pedrerías que constelaba su frente y con el húmedo collar de perlas que acariciaban su dorada piel. A derecha y a izquierda del lecho se hallaban dos esclavos, blanco uno y negro otro, armado cada cual con un alfanje desnudo y una pica de acero. A los pies del lecho había una mesa de mármol, en la que aparecían grabadas las siguientes frases:

¡Soy la virgen Tadnaar, hija del rey de los amalecitas, y esta ciudad es mi ciudad! ¡Puedes llevarte cuanto te plazca a tu deseo, viajero que lograste penetrar hasta aquí! ¡Pero ten cuidado con poner sobre mí una mano violadora, atraído por mis encantos y por la voluptuosidad!

Cuando el emir Muza se repuso de la emoción que hubo de causarle la presencia de la joven dormida, dijo a sus acompañantes: "Ya es hora de que nos alejemos de estos lugares después de ver cosas tan asombrosas, y nos encaminemos hacia el mar en busca de los vasos de cobre. ¡Podéis, no obstante, coger de este palacio todo lo que os parezca; pero guardaos de poner la mano sobre la hija del rey o de tocar sus vestidos!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 349: Y cuando llegó la 355ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 355ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Al ver las dos anguilas, la vieja llegó al límite del júbilo, y exclamó: "¡Da las gracias a Alah, hijo mío! ¡El remedio produjo efecto! Porque has de saber que estas dos anguilas eran la causa del deseo insaciable de que fuiste a quejarte a mí. Una de las anguilas ha nacido de las cópulas con el negro, y la otra de las cópulas con el mono. ¡Ahora que han sido desalojadas, la joven gozará de un temperamento moderado y no volverá a mostrarse fatigosa y desordenada en sus deseos!"

Y efectivamente, noté que desde que volvió en sí la joven, no pedía que satisficieran sus sentidos.

Y la encontré tan tranquila, que no dudé en pedirla en matrimonio. Consintió porque se había acostumbrado a mí. Y desde entonces vivimos juntos la vida más dulce entre las delicias más perfectas, después de recoger en nuestra casa a la vieja que había realizado curación tan asombrosa, enseñándonos el remedio contra los deseos inmoderados.

¡Glorificado sea el Viviente que no muere nunca y tiene en su mano los imperios y los reinados!"

Y continuó Schehrazada: "Tal es ¡oh rey afortunado! todo cuanto sé acerca del remedio que ha de aplicarse a las mujeres de temperamento demasiado molesto". Y dijo el rey Schahriar: "¡Hubiera querido conocer esa receta el año último, para hacer fumigar a la maldita a quien sorprendí en el jardín con el esclavo negro! ¡Pero ahora, Schehrazada, vas a dejar las historias científicas, y a contarme esta noche, si puedes, una historia más asombrosa que todas las ya oídas, porque me siento el pecho más oprimido que de costumbre!"

Y contestó Schehrazada: "¡Sí, puedo!" y al punto dijo:

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Capítulo 340: Historia de Ibn Al-Mansur y los dos jóvenes


HISTORIA DE IBN AL-MANSUR Y LOS DOS JOVENES[editar]

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid sufría con frecuencia insomnios producidos por las preocupaciones que le causaba su reino. Una noche, en vano daba vueltas de un lado a otro en su lecho, porque no lograba amodorrarse, y al fin se cansó de la inutilidad de sus tentativas. Rechazó entonces violentamente con un pie las ropas de su cama, y dando una palmada llamó a Massrur, su porta alfanje, que vigilaba la puerta siempre, y le dijo: "¡Massrur, búscame una distracción, porque no logro dormir!"

El otro contestó: "¡No hay nada como los paseos nocturnos, mi señor, para calmar el alma y adormecer los sentidos! Ahí fuera, en el jardín está hermosa la noche. Bajaremos y nos pasearemos entre los árboles, entre las flores; y contemplaremos las estrellas y sus incrustaciones magníficas, y admiraremos la belleza de la luna que avanza lentamente en medio de ellas y desciende hasta el río para bañarse en el agua". El califa dijo: "¡Massrur, esta noche no desea mi alma ver semejantes cosas!" El otro añadió: "¡Señor, en tu palacio tienes trescientas mujeres secretas, y cada una disfruta de un pabellón para ella sola! Iré a prevenirlas para que todas estén preparadas; y entonces te pondrás tú detrás de los tapices de cada pabellón, y admirarás en su sencilla desnudez a cada una de ellas, sin hacerte traición con tu presencia".

El califa dijo: "¡Massrur, este palacio es mi palacio, y esas jóvenes me pertenecen; pero no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!" El otro contestó: "¡Ordena mi señor, y haré que entre tus manos se congreguen los sabios, los consejeros y los poetas de Bagdad! Los consejeros pronunciarán ante ti hermosas sentencias; los sabios te pondrán al corriente de los descubrimientos que hayan hecho en los anales, y los poetas encantarán tu espíritu con sus versos rítmicos".

El califa contestó: "¡Massrur, no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!" El otro contestó: "En tu palacio, mi señor, hay coperos encantadores y deliciosos jóvenes de aspecto agradable. ¡Si lo ordenas, les haré venir para que te hagan compañía!" El califa contestó:

"¡Massrur, no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!"

Massrur dijo: "¡Córtame, entonces, la cabeza, mi señor! ¡Quizá sea lo único que disipe tu hastío! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 341: Y cuando llegó la 347ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 347ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡...Córtame, entonces, la cabeza, mi señor! ¡Quizá sea lo único que disipe tu hastío!"

Al oír estas palabras. Al-Raschid se echó a reír a carcajadas; luego dijo: "¡Mira, Massrur, puede que lo haga algún día! ¡Pero ahora ve a ver si todavía hay en el vestíbulo alguien que verdaderamente sea agradable de aspecto y de conversación!" Entonces salió a ejecutar la orden Massrur, y volvió enseguida para decir al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes! no encontré ahí fuera más que a este viejo de mala índole, que se llama Ibn Al-Mansur!"

Y preguntó Al-Raschid: "¿Qué Ibn Al-Mansur? ¿Es acaso Ibn Al-Mansur el de Damasco?" El jefe de los eunucos dijo: "¡Ese mismo viejo malicioso!" Al-Raschid dijo: "¡Hazle entrar cuanto antes!" Y Massrur introdujo a Ibn Al-Mansur, que dijo: "¡Sea contigo la zalema, ¡oh Emir de los Creyentes!"

El califa le devolvió la zalema y dijo: "¡Ya Ibn Al-Mansur! ¡Ponme al corriente de una de tus aventuras!" El otro contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿Debo entretenerte con la narración de algo que yo haya visto, o solamente con el relato de algo que haya oído?" El califa contestó: "¡Si viste alguna cosa asombrosa, date prisa a contármela, porque las cosas que se vieron son siempre preferibles a las que se oyeron contar!"

El otro dijo: "¡Entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! presta oído y otórgame una atención simpática!" El califa contestó: "¡Ya Ibn Al-Mansur! ¡Heme aquí dispuesto a escucharte con mis oídos, a verte con mis ojos y a otorgarte de todo corazón una atención simpática!"

Entonces dijo Ibn Al-Mansur: "Has de saber, ¡oh Emir de los Creyentes! que todos los años iba yo a Bassra para pasar algunos días junto al emir Mohammad Al-Haschami, lugarteniente tuyo en aquella ciudad. Un año en que fui a Bassra como de costumbre, al llegar a palacio vi al emir que se disponía a montar a caballo para ir de caza. Cuando me vio, no dejó, tras las zalemas de bienvenida, de invitarme a que le acompañara; pero yo le dije: "Dispénsame, señor, pues la sola vista de un caballo me para la digestión, y a duras penas puedo tenerme en un burro. ¡No voy a ir de caza en burro!" El emir Mohammad me excusó, puso a mi disposición todo el palacio, y encargó a sus oficiales que me sirvieran con todo miramiento y no dejasen que careciera yo de nada mientras durase mi estancia. Y así lo hicieron.

Cuando se marchó, me dije: "¡Por Alah! Ya Ibn Al-Mansur, he aquí que hace años y años que vienes regularmente desde Bagdad a Bassra, y hasta hoy te contentaste con ir del palacio al jardín y del jardín al palacio como único paseo por la ciudad. No basta eso para que te instruyas. Ahora puedes distraerte, trata, pues, de ver por las calles de Bassra alguna cosa interesante. ¡Por cierto que nada ayuda a la digestión tanto como andar; y tu digestión es muy pesada; v engordas y te hinchas como una ostra!"

Entonces obedecí a la voz de mi alma ofuscada por mi gordura, y me levanté al punto, me puse mi traje más hermoso, y salí del palacio con objeto de andar un poco a la ventura, de aquí para allá.

Por lo demás, ya sabes, ¡oh Emir de los Creyentes! que en Bassra hay setenta calles, y que cada calle tiene una longitud de setenta parasangas del Irak. Así es que, al cabo de cierto tiempo, me vi de pronto perdido en medio de tantas calles, y en mi perplejidad hube de andar más de prisa, sin atreverme a preguntar el camino por miedo de quedar en ridículo. Aquello me hizo sudar mucho; y también sentí bastante sed; y creí que el sol terrible iba sin duda a liquidar la grasa sensible de mi piel.

Entonces me apresuré a tomar la primera bocacalle para buscar algo de sombra, y de este modo llegué a un callejón sin salida, por donde se entraba a una casa grande de muy buena apariencia. La entrada medio oculta por un tapiz de seda roja, daba a un gran jardín que había delante de la casa. A ambos lados aparecían bancos de mármol sombreados por una parra, lo que me incitó a sentarme para tomar aliento.

Mientras me secaba la frente, resoplando de calor, oí que del jardín llegaba una voz de mujer, que cantaba con aire lastimero estas palabras:

¡Desde el día en que me abandonó mi gamo joven, se ha tornado mi corazón en asilo de dolor!
¿Acaso, como él cree, es un pecado tan grande dejarse amar por las muchachas?

Era tan hermosa la voz que cantaba y tanto me intrigaron las palabras aquellas, que dije para mí: "¡Si la poseedora de esta voz es tan bella como este canto hace suponer, es una criatura maravillosa!" Entonces me levanté y me acerqué a la entrada, cuyo tapiz levanté con cuidado, y miré poco a poco para no despertar sospechas. Y advertí en medio del jardín a dos jóvenes, de las cuales parecía ser el ama una y la esclava la otra. Y ambas eran de una belleza extraordinaria.

Pero la más bella era precisamente quien cantaba; y la esclava la acompañaba con un laúd. Y yo creí ver a la misma luna que hubiese descendido al jardín en su decimocuarto día, y me acordé entonces de estos versos del poeta:

¡Babilonia la voluptuosa brilla en sus ojos que matan con sus pestañas, más curvadas seguramente que los alfanjes y que el hierro templado de las lanzas!

¡Cuando caen sus cabellos negros sobre su cuello de jazmín, me pregunto si viene a saludarla la noche!

¿Son dos breves esferas de marfil lo que hay en su pecho, o son dos granadas, o son sus senos? ¿Y qué es lo que de tal modo ondula bajo su camisa? ¿Es su talle, o es arena movible?

Y también me hizo pensar en estos versos del poeta:

¡Sus párpados son dos pétalos de narciso; su sonrisa es como la aurora, su boca está sellada por los dos rubíes de sus labios deliciosos y bajo su túnica se mecen todos los jardines del paraíso.'

Entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! no pude por menos de exclamar: "¡Ya Alah! ¡ya Alah!" Y permanecí allí inmóvil, comiendo bebiendo con los ojos encantos tan milagrosos. Así es que, al volver cabeza hacia donde yo estaba, me vio la joven, y bajó vivamente el velillo de su rostro; luego, dando muestras de gran indignación, me mandó a la esclava tañedora de laúd, que se me acercó, y después de arañarme, me dijo: "¡Oh jeique! ¿no te da vergüenza mirar así en su cara a las mujeres? ¿Y no te aconsejan tu barba blanca y tu vejez el respeto para las cosas honorables!" Yo contesté en alta voz para que me oyera la joven sentada: "Tienes razón, ¡oh mi dueña! y mi vejez es notoria, pero con lo que respecta a mi vergüenza, ya es otra cosa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 342: Y cuando llegó la 348ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 348ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... pero en lo que respecta a mi vergüenza, ya es otra cosa".

Cuando la joven hubo oído estas palabras, se levantó y fue a reunirse con su esclava, para decirme, irritada en extremo: "¿Es que hay mayor vergüenza para tus cabellos blancos ¡oh jeique! que la acción de pararte con tal osadía a la puerta de un harem que no es tu harem, y de una morada que no es tu morada?"

Yo me incliné y contesté: "¡Por Alah, ¡oh mi dueña! que la vergüenza para mi barba no es tan considerable, y lo juro por tu vida! ¡Mi presencia aquí tiene una excusa!" Ella preguntó: "¿Y cuál es tu excusa?" Contesté: "¡Soy un extranjero que padece una sed de la que voy a morir!" Ella contestó: "¡Aceptamos esa excusa, pues, ¡por Alah!, que es atendible!" Y enseguida se volvió hacia su joven esclava y le dijo: "¡Gentil, corre pronto a darle de beber!"

Desapareció la pequeña para volver al cabo de un momento con un tazón de oro en una bandeja y una servilleta de seda verde. Y me ofreció el tazón, que estaba lleno de agua fresca, perfumada agradablemente con almizcle puro. Lo tomé y me puse a beber muy lentamente y a largos sorbos, dirigiendo de soslayo miradas de admiración a la joven principal y miradas de notorio agradecimiento a ambas. Cuando me hube servido de este juego durante cierto tiempo, devolví el tazón a la joven, la cual me ofreció entonces la servilleta de seda invitándome a limpiarme la boca. Me limpié la boca, le devolví la servilleta, que estaba deliciosamente perfumada con sándalo, y no me moví de aquel sitio.

Cuando la hermosa joven vio que mi inmovilidad pasaba de los límites correctos, me dijo con acento adusto: "¡Oh jeique! ¿a qué esperas aún para reanudar tu marcha por el camino de Alah?" Yo contesté con aire pensativo: "¡Oh mi dueña! me preocupan extremadamente ciertos pensamientos, y me veo sumido en reflexiones que no puedo llegar a resolver por mí solo!"

Ella me preguntó: "¿Y cuáles son esas reflexiones?" Yo dije: "¡Oh mi dueña! reflexiono acerca del reverso de las cosas y acerca del curso de los acontecimientos que produce el tiempo!" Ella me contestó: "¡Cierto que son graves esos pensamientos, y todos tenemos que deplorar alguna fechoría del tiempo! Pero ¿qué ha podido inspirarte a la puerta de nuestra casa ¡oh jeique! semejantes reflexiones?" Yo dije: "¡Precisamente ¡oh mi dueña! pensaba yo en el dueño de esta casa! ¡Le recuerdo muy bien ahora! Antaño me propuso vivir en este callejón compuesto por una sola casa con jardín. ¡Sí, por Alah! el propietario de esta casa era mi mejor amigo!"

Ella me preguntó: "¿Te acordarás, entonces, del nombre de tu amigo?" Yo dije: "¡Ciertamente, oh mi dueña! ¡Se llamaba Alí ben-Mohammad, y era el síndico respetado por todos los joyeros de Bassra! ¡Ya hace años que le perdí de vista, y supongo que estará en la misericordia de Alah ahora! Permíteme, pues, ¡oh mi dueña! que te pregunte si dejó posteridad".

Al oír estas palabras, los ojos de la joven se humedecieron de lágrimas, y dijo: "¡Sean con el síndico Alí ben-Mohammad la paz y los dones de Alah! Ya que fuiste su amigo, has de saber ¡oh jeique! que el difunto síndico dejó por única descendencia una hija llamada Badr. ¡Y ella sola es la heredera de sus bienes y de sus inmensas riquezas!" Yo exclamé: "¡Por Alah, que no puede ser más que tú misma ¡oh mi dueña! la hija bendita de mi amigo!" Ella sonrió y contestó: "¡Por Alah, que lo adivinaste!" Yo dije: "¡Acumule sobre ti Alah sus bendiciones, ¡oh hija de Alí ben-Mohammad! Pero, a juzgar por lo que puedo ver a través de la seda que cubre tu rostro, ¡ oh luna! me parece que contrae tus facciones una gran tristeza. ¡No temas revelarme su causa, porque quizá me envía Alah para que trate de poner remedio a ese dolor que altera tu hermosura!" Ella contestó: "¿Cómo quieres que te hable de cosas tan íntimas, si ni siquiera me dijiste aún tu nombre ni tu calidad?" Yo me incliné y contesté: "¡Soy tu esclavo Ibn Al-Mansur, oriundo de Damasco, una de las personas a quienes nuestro dueño el califa Harún Al-Raschid honra con su amistad y ha escogido para compañeros íntimos!"

Apenas hube pronunciado estas palabras, ¡oh Emir de los Creyentes! me dijo Sett Badr: "¡Bien venido seas a mi casa, donde puedes encontrar hospitalidad larga y amistosa!, ¡oh jeique Ibn Al-Mansur!" Y me invitó a que la acompañara y a que entrara a sentarme en la sala de recepción.

Entonces entramos los tres en la sala de recepción, y cuando estuvimos sentados, y después de los refrescos usuales, que fueron exquisitos, Sett Badr me dijo: "¡Ya que quieres saber la causa de una pena que adivinaste en mis facciones, ¡oh jeique Ibn Al-Mansur! prométeme el secreto y la fidelidad!"

Yo contesté: "¡Oh mi dueña! en mi corazón está el secreto como en un cofre de acero cuya llave se hubiese perdido!" Y me dijo ella entonces: "¡Escucha, pues, mi historia, oh jeique!" Y después de ofrecerme aquella joven esclava tan gentil una cucharada de confitura de rosas, dijo Sett Badr:

"Has de saber, ¡oh Ibn Al-Mansur! que estoy enamorada, y que el objeto de mi amor se halla lejos de mí. ¡He aquí toda mi historia!" Y tras esas palabras, Sett Badr dejó escapar un gran suspiro y se calló.

Y yo le dije: "¡Oh mi dueña! estás dotada de belleza perfecta, y el que amas debe ser perfectamente bello! ¿Cómo se llama?" Ella me dijo: "Sí, Ibn Al-Mansur, el objeto de mi amor es perfectamente bello, como has dicho. Es el emir Jobair, jefe de la tribu de los Bani Schaibán. ¡Sin ningún género de duda es el joven más admirable de Bassra y del Irak!"

Yo dije: "No podía ser de otro modo, ¡oh mi dueña! Pero, ¿consistió en palabras solamente vuestro mutuo amor, o llegasteis a daros pruebas íntimas de él en diversos encuentros y de agradables consecuencias?" Ella dijo: "¡Ciertamente, hubieran sido de muy agradables consecuencias nuestros encuentros, si su larga duración bastara a enlazar los corazones! ¡Pero el emir Jobair me ha ofendido con una simple suposición!"

Al oír estas palabras, ¡oh Emir de los Creyentes! exclamé: "¿Cómo? ¿Es posible suponer que el lirio ame al barro porque la brisa le incline hacia el suelo? ¡Y aunque sean fundadas las suposiciones del emir Jobair, tu belleza es una disculpa viva, ¡oh mi dueña!" Ella sonrió y me dijo: "¡Si al menos ¡oh jeique! se tratase de un hombre! ¡Pero el emir Jobair me acusa de amar a una joven, a esta misma que tienes delante de tus ojos, a la gentil, a la dulce que nos está sirviendo!" Yo exclamé: "Pido a Alah perdón para el emir ¡oh mi dueña! ¡Sea confundido el Maligno! ¿Y cómo pueden amarse entre sí las mujeres? ¿Quieres decirme, por lo menos, en qué ha fundado sus suposiciones el emir?"

Ella contestó: "Un día, después de haber tomado mi baño en el hammam de mi casa, me eché en mi cama y me puse en manos de mi esclava favorita, esta joven que aquí ves, para que me vistiera y peinara mis cabellos. Era sofocante el calor, y con objeto de que me refrescara algo, mi esclava me despojó de las toallas que abrigaban mis hombros y cubrían mis senos, y se puso a arreglar las trenzas de mi cabellera. Cuando hubo concluido, me miró y al encontrarme hermosa de aquel modo, me rodeó el cuello con sus brazos y me besó en la mejilla, diciéndome: "¡Oh mi señora, quisiera ser hombre para amarte aún más de lo que te amo!" Y trataba, gentil, de divertirme con mil retozos amables. Y he aquí que en aquel momento precisamente entró el emir; nos lanzó una mirada singular a ambas y salió bruscamente, para enviarme algunos instantes después una esquela, en la que aparecían trazadas estas palabras: "El amor no puede hacernos dichosos más que cuando nos pertenece en absoluto". ¡Y desde aquel día no volví a verle; y jamás quiso darme noticias suyas, ya lbn Al-Mansur!"

Entonces le pregunté: "¿Pero os unió algún contrato de matrimonio?" Ella contestó: "¿Y para qué hacer un contrato? Nos habíamos unido por nuestra voluntad, sin intervención del kadí y de los testigos".

Yo dije: "Entonces, ¡oh mi dueña! si me lo permites, quiero ser el lazo de unión entre vosotros dos, simplemente por el gusto de ver reunidos a dos seres selectos". Ella exclamó: "¡Bendito sea Alah, que nos puso en tu camino, ¡oh jeique de rostro blanco! ¡No creas que vas a dar con una persona ingrata que ignora el valor de los beneficios! Voy ahora mismo a escribir de mi puño y letra una carta para el emir Jobair, y tú se la entregarás, procurando hacerle entrar en razón". Y dijo a su favorita: "Anda, gentil, tráeme un tintero y una hoja de papel". Se los trajo la otra, y Sett Badr escribió:

"¿Por qué dura tanto la separación, mi bien amado? ¿No sabes que el dolor ahuyenta (le mis ojos el sueño, y que cuando pienso en tu imagen se me aparece tan cambiada que ya no la reconozco?

"!Te conjuro a que me digas por qué dejaste la puerta abierta a mis calumniadores!" ¡Levántate, sacude el polvo de los malos pensamientos y vuelve a mí sin tardanza! ¡Qué día de fiesta va a ser para ambos el que alumbre nuestra reconciliación!"

Cuando acabó de escribir esta carta, la dobló, la selló y me la entregó ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 343: Pero cuando llegó la 350ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 350ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Cuando acabó de escribir esta carta, la dobló, la selló y me la entregó, y al mismo tiempo deslizó en mi bolsillo, sin dar lugar a que yo lo impidiese, una bolsa que contenía mil dinares de oro, y que me decidí a guardar como recuerdo de los buenos servicios que presté antaño a su difunto padre, el digno síndico, y en previsión del porvenir. Me despedí entonces de Sett Badr y me dirigí a la morada de Jobair, emir de los Bani-Schaibán, a cuyo padre, muerto hacia muchos años, conocí asimismo.

Cuando llegué al palacio del emir Jobair, me dijeron que también estaba de caza, y esperé su regreso. No tardó en llegar, y en cuanto supo mi nombre y mis títulos, me rogó aceptase su hospitalidad y considerase su casa como propia. Y enseguida fue a hacerme honores él en persona.

Por lo que a mí respecta, ¡oh Emir de los Creyentes! al advertir la cumplida belleza del joven me quedé sorprendido, y sentí que mi razón me abandonaba definitivamente. Y al ver él que yo no me movía, creyó que era la timidez lo que me retenía, y fue hacia mí sonriéndose, y me abrazó, según costumbre, y creí abrazar en aquel momento al sol, a la luna y al universo entero con todo su contenido. Y como había llegado la hora de reponer fuerzas, el emir Jobair me cogió de un brazo y me hizo sentarme a su lado en un cojín. Y enseguida pusieron la mesa los esclavos ante nosotros.

Era una mesa llena de vajilla del Khorassán, de oro y de plata, y que ostentaba cuantos manjares fritos y asados pudiesen desear el paladar, la nariz y los ojos. Entre otras cosas admirables, había allí aves rellenas de alfónsigos y de uvas, y pescados servidos en buñuelos de galleta, y especialmente una ensalada de verdolaga, a cuyo solo aspecto se me hacía agua la boca. No hablaré de las demás cosas, por ejemplo, de un maravilloso arroz con crema de búfalo, en el que de buena gana hubiera hundido mi mano hasta el codo, ni de la confitura de zanahorias con nueces, que tanto me gusta -¡oh! estoy seguro de que algún día me hará morir-, ni de las frutas, ni de las bebidas.

¡Sin embargo, ¡oh Emir de los Creyentes! te juro por la nobleza de mis antecesores que reprimí los impulsos de mi alma y no probé bocado! Por el contrario, esperé a que mi huésped me instase con mucho ahínco a servirme de aquello, y le dije: "¡Por Alah! hice voto de no tocar ninguno de los manjares de tu hospitalidad, emir Jobair, mientras no accedas a una súplica que es el móvil de mi visita a tu casa." El me preguntó: "¿Puedo al menos ¡oh mi huésped! saber, antes de comprometerme a una cosa tan grave y que me amenaza con que renuncies a mi hospitalidad, cuál es el objeto de esta visita?" Por toda respuesta, saqué yo de mi pecho la carta y se la di.

La cogió, la abrió y la leyó. Pero al punto la rompió, arrojó a tierra los pedazos, los pisoteó, y me dijo: "¡Ya Ibn Al-Mansur! pide cuanto quieras y te será concedido al instante. ¡Pero no me hables del contenido de esta carta, a la que no tengo nada que contestar!"

Entonces me levanté y quise marcharme enseguida, pero me retuvo asiéndome de la ropa, y me suplicó que me quedase, diciéndome: "¡0h mi huésped! ¡Si supieras el motivo de mi repulsa, no insistirías ni por un instante! ¡Tampoco creas que eres el primero a quien se ha confiado semejante misión! ¡Y si lo deseas, te diré exactamente las palabras que te encargó ella me dijeses!" Y me repitió al punto las palabras consabidas, con tanta precisión como si hubiese estado en presencia nuestra en el momento en que se pronunciaron.

Luego añadió: "¡Créeme que no debes ocuparte de ese asunto! ¡Y quédate en mi casa para descansar todo el tiempo que tu alma anhele!"

Estas palabras me decidieron a quedarme. Y pasé el resto del día y toda la noche comiendo, bebiendo y disfrutando con el emir Jobair. No obstante, como no oía cantos ni música, me asombré al advertir tal excepción de las prácticas establecidas en los festines; y por último hube de decidirme a manifestar al joven emir mi sorpresa. Enseguida vi ensombrecerse su rostro y noté en él un gran malestar; luego me dijo: "Hace ya mucho tiempo que suprimí los cantos y la música en mis festines. ¡Sin embargo, en vista de tu deseo, voy a satisfacerlo!"

Y al instante hizo llamar a una de sus esclavas, que se presentó con un laúd indio, guardado en un estuche de raso, y se sentó delante de nosotros, preludiando inmediatamente en veintiún tonos distintos. Reanudó después el primer tono y cantó:

¡Con los cabellos despeinados, lloran y gimen en el dolor las hijas del Destino, oh alma mía!
¡La mesa, empero, está cargada con los manjares más exquisitos, son aromáticas las rosas, nos sonríen los narcisos y ríe en la jofaina el agua!
¡Oh alma mía, alma triste, ármate de valor! ¡De nuevo lucirá en los ojos la esperanza un día, y beberás en la copa de la dicha!

Pasó después a un tono más triste, y cantó:

¡Quien no saboreó las delicias del amor ni gustó su amargura, no sabe lo que pierde al perder a un amigo!
¡Quien no llegó a sufrir las heridas del amor, no puede saber los tormentos deleitosos que proporcionan!
¿Dónde están las noches dichosas pasadas junto a mi amigo, nuestros retozos amables, nuestros labios unidos, la Miel de su saliva? ¡Oh dulzura! ¡Oh dulzura!
¡Nuestras noches hasta el amanecer, nuestros días hasta la puesta del sol! ¿Qué hacer ¡oh corazón roto! contra los decretos de un destino cruel?

Apenas la cantora dejó expirar estas últimas quejas, cuando vi que mi joven huésped caía desvanecido lanzando un grito doloroso. Y me dijo la esclava: "¡Tú tienes la culpa!, ¡oh jeique! Porque hace largo tiempo que evitamos cantar delante de él, a causa del estado de emoción en que se pone y de la agitación que le produce todo poema amoroso". Y lamenté mucho haber sido causante de un accidente de mi huésped, e invitado por la esclava, me retiré a mi estancia para no importunarle más con mi presencia.

Al día siguiente, en el momento en que me disponía a partir y rogaba a uno de los servidores que transmitiese a su amo mi agradecimiento por aquella hospitalidad, se presentó un esclavo, que me entregó una bolsa con mil dinares, rogándome que la aceptara como compensación por el anterior trastorno, y diciéndome que estaba encargado de recibir mis adioses. Entonces, sin haber conseguido nada, abandoné la casa de Jobair y regresé a la de aquella que me había enviado.

Al llegar al jardín, encontré a Sett Badr, que me esperaba a la puerta, y sin darme tiempo de abrir la boca, me dijo: "¡Ya Ibn Al-Mansur, sé que no tuviste éxito en tu misión!" Y me relató punto por punto todo lo acaecido entre el emir Jobair y yo, haciéndolo con tanta exactitud que sospeché pagaba espías que la tuviesen al corriente de lo que pudiera interesarla.

Y le pregunté: "¿Cómo te hallas tan bien informada, ¡Oh mi dueña!? ¿Acaso estuviste allí sin ser vista?" Ella me dijo: "¡Ya Ibn Al-Mansur! has de saber que los corazones de los amantes tienen ojos que ven lo que ni suponer podrían los demás. ¡Pero yo sé que tú no tienes la culpa de la repulsa! ¡Es mi destino!" Luego añadió, levantando los ojos al cielo: "¡Oh Señor, dueño de los corazones, soberano de las almas, haz que en adelante me amen sin que yo ame nunca! ¡Haz que lo que resta de amor por Jobair en este corazón se desvíe hacia el corazón de Jobair, para tormento suyo! ¡Haz que vuelva a suplicarme que le escuche, y dame valor para hacerlo sufrir!"

Tras de lo cual me dio las gracias por lo que me presté a hacer en su favor, y se despidió de, mí. Y volví al palacio del emir Mohammad, y desde allí regresé a Bagdad.

Pero al año siguiente hube de ir nuevamente a Bassra, según mi costumbre, para ventilar mis asuntos, porque debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que el emir Mohammad era deudor mío, y no disponía yo de otro medio que aquellos viajes regulares para hacerle pagar el dinero que me adeudaba. Y he aquí que al día siguiente de mi llegada me dije: "¡Por Alah! ¡Tengo que saber en qué paró la aventura de los dos amantes!"

Encontré cerrada la puerta del jardín, conmoviéndome con la tristeza que emanaba el silencio reinante en torno mío. Miré entonces por la rejilla de la puerta, y vi en medio de la avenida, bajo un sauce de ramas lagrimeantes, una tumba de mármol completamente nueva todavía, y cuya inscripción funeral no pude leer a causa de la distancia. Y me dije: "¡Ya no está ella aquí! ¡Segaron su juventud! ¡Qué lástima que una belleza semejante se haya perdido para siempre! ¡La debió desbordar la pena, anegándola el corazón...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 344: Pero cuando llegó la 351ª noche


PERO CUANDO LLEGÓ LA 351ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡...Qué lástima que una belleza semejante se haya perdido para siempre! ¡La debió desbordar la pena, anegándola el corazón!" Con el pecho oprimido por la angustia, me decidí entonces a personarme en el palacio del emir Jobair. Allá me esperaba un espectáculo más entristecedor aún. Todo estaba desierto; los muros derrumbábanse ruinosos; habíase secado el jardín, sin la menor huella de que le cuidase nadie. Ningún esclavo guardaba la puerta del palacio, y no había ningún ser vivo que pudiera darme noticia de quienes habitaron en el interior. Ante aquel espectáculo, me dije desde lo profundo de mi alma: ¡También ha debido morir él!"

Muy triste, muy apenado, me senté luego a la puerta, e improvisé esta elegía:

¡Oh morada! ¡En tus umbrales me detengo para llorar con tus piedras al recuerdo del amigo que ya no existe!
¿Dónde está el huésped generoso, cuya hospitalidad se hacía extensiva pródigamente a los viajeros?
¿Dónde están los amigos pletóricos de alegría que te habitaron en la época de tu esplendor, palacio?
¡Sigue su ejemplo, tú que pasas; pero no olvides, por lo menos, los beneficios de que todavía hay señales, a pesar de las ruinas del tiempo!

Mientras yo me dejaba llevar de la tristeza que me poseía, expresándola de aquel modo, apareció un criado, que avanzó hacia mí, diciéndome con acento violento: "¡Cállate, viejo jeique! ¡Te va en ello la vida! ¿Por qué dices cosas fúnebres a nuestra puerta?" Yo contesté: "Me limitaba a improvisar versos a la memoria de un amigo entre mis amigos, que habitaba esta casa y se llamaba Jobair, de la tribu de los Bani-Schaibán". El esclavo replicó: "¡El nombre de Alah sea con él y en torno de él! Ruega por el Profeta, ¡oh jeique! Pero ¿por qué dices que ha muerto el emir Jobair? ¡Glorificado sea Alah! ¡Nuestro amo está con vida, siempre en el seno de los honores y de las riquezas!" Pero yo exclamé: "¿A qué obedece, entonces, ese ambiente de tristeza esparcido por la casa y el jardín?" El contestó: "¡Al amor! El emir Jobair está con vida; pero es lo mismo que si se contara en el número de los muertos. Tendido yace en su lecho sin moverse; y cuando tiene hambre, nunca dice: "¡Dadme de comer!", y cuando tiene sed, no dice nunca: "¡Dadme de beber!"

Al oír estas palabras del negro, dije: "¡Por Alah sobre ti, oh rostro blanco! ¡Ve en seguida a participarle mi deseo de verle! Dile: "¡Es Ibn Al-Mansur quien espera a tu puerta!" Se fue el negro, y al cabo de algunos instantes, volvió para avisarme que su amo podía recibirme. Y me hizo entrar, diciéndome: "Te advierto que no se enterará de nada de lo que le digas, a no ser que sepas conmoverle con ciertas palabras".

Efectivamente, encontré al emir Jobair tendido en su lecho, con la mirada perdida en el vacío, muy pálido y adelgazado el rostro y desconocido en verdad. Le saludé al punto, pero no me devolvió la zalema. Le hablé; pero no me contestó: Entonces me dijo al oído el esclavo: "No comprende más lenguaje que el de los versos". ¡Por Alah, que no encontré nada mejor para entrar en conversación con él!

Me abstraje un instante; luego improvisé estos versos con voz clara:

¿Anida todavía en tu alma el amor de Sett Badr, o hallaste el reposo tras las zozobras de la pasión?
¿Pasas siempre en vigilia tus noches, o al fin conocen tus párpados el sueño?
¡Si aún corren tus lágrimas, si aún alimentas con la desolación a tu alma, sabe que llegarás al colmo de la locura!

Cuando oyó él estos versos, abrió los ojos y me dijo: "¡Bien venido seas, Ibn Al-Mansur! ¡Las cosas tomaron para mí un carácter grave!" Yo contesté enseguida: "¿Puedo, al menos, señor, serte de alguna utilidad?" El dijo: "¡Eres el único que puede salvarme todavía! ¡Tengo el propósito de mandar a Sett Badr una carta por mediación tuya, pues tú eres capaz de convencerla para que me responda!" Yo contesté: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!"

Reanimado entonces, se incorporó, desenrolló una hoja de papel en la palma de la mano, cogió un cálamo v escribió:

"¡Oh dura bienamada! He perdido la razón y me debato en la desesperanza. Antes de este día creí que el amor era una cosa fútil, una cosa fácil, una cosa leve. Pero, al naufragar en sus olas, vi ¡ay! que para quien en él se aventura es un mar terrible y confuso. A ti vuelvo con el corazón herido, implorando el perdón para lo pasado. ¡Ten piedad de mí y acuérdate de nuestro amor! Si deseas mi muerte, olvida la generosidad".

Selló entonces la carta y me la entregó. Aunque yo ignoraba la suerte de Sett Badr, no dudé: cogí la carta y regresé al jardín. Crucé el patio, y sin previa advertencia entré en la sala de recepción.

Pero cuál no sería mi asombro al advertir sentadas en las alfombras a diez jóvenes esclavas blancas en medio de las cuales se encontraba llena de vida y de salud, pero en traje de luto, Sett Badr, que se apareció como un sol puro a mis miradas asombradas.

Me apresuré a inclinarme deseándole la paz; y no bien me vio ella entrar, me sonrió devolviéndome mi zalema, y me dijo: "¡Bien venido seas, Ibn Al-Mansur! ¡Siéntate! ¡Tuya es la casa!" Entonces le dije: "¡Aléjense de aquí todos los males, oh mi dueña! Pero ¿por qué te veo en traje de luto?" Ella contestó: "¡Oh, no me interrogues, Ibn Al-Mansur! ¡Ha muerto la gentil! En el jardín pudiste ver la tumba donde duerme". Y vertió un mar de lágrimas, mientras intentaban consolarla todas sus compañeras.

Ante todo, creí un deber por mi parte guardar silencio; luego dije: "¡Alah la tenga en su misericordia! ¡Y caigan, en cambio, sobre ti, todas las bienandanzas que la vida reservaba aún a esa joven y dulce favorita tuya por quien lloras! ¡Parece mentira que haya muerto!" Ella dijo: "¡Pues murió la pobre!"

Aprovechándome entonces del estado de postración en que se hallaba, la entregué la carta, que hube de sacar de mi cinturón. Y añadí: "¡De tu respuesta ¡oh mi dueña! depende su vida o su muerte! Porque, en verdad, la única cosa que le ata a la tierra todavía es la espera de esta respuesta".

Cogió ella la carta, la abrió, la leyó, sonrió, y dijo: "¿Ha llegado ahora a semejante estado de pasión él, que no quería leer mis cartas otras veces? ¡Fue preciso que guardara yo silencio desde entonces y desdeñara verle, para que volviese a mí más inflamado que nunca!"

Yo contesté: "Tienes razón, y hasta te cabe el derecho de hablar aún con más amargura...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 345: Y cuando llegó la 352ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 352ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...y hasta te cabe el derecho de hablar aún con más amargura. Pero el perdón de las faltas es patrimonio de las almas generosas. Y además, ¿qué harías en este palacio sola con tu dolor, después de haber muerto la gentil amiga que te consolaba con su dulzura?" Al oír estas palabras, se llenaron de lágrimas sus ojos, y permaneció pensativa durante una hora. Tras lo cual me dijo: "Creo que dijiste verdad, Ibn Al-Mansur. ¡Voy a contestarle!"

Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! cogió papel y escribió una carta, cuya elocuencia emocionante no sabrían igualar los mejores escribas de tu palacio. No me acuerdo de los términos exactos de aquella carta pero en sustancia decía así:

"A pesar del deseo, ¡oh mi amante! jamás he comprendido el motivo de nuestra separación. Reflexionando bien, es posible que en el pasado errara yo. Pero el pasado ya no existe, y los celos, cualesquiera sean, deben morir con la víctima de la Separadora.

"Déjame que te tenga ahora al alcance de mi vista, para que descansen mis ojos como no lo harían con el sueño.

"Juntos entonces, beberemos nuevamente los tragos refrigerantes; y si nos embriagamos, no podrá censurarnos nadie".

Selló luego la carta y me la entregó; y le dije: "¡Por Alah! ¡He aquí lo que apacigua la sed del sediento y cura las dolencias del enfermo!" Y me disponía a despedirme para llevar la buena nueva al que la esperaba, cuando me detuvo ella aún para decirme: "¡Ya Ibn Al-Mansur, puedes añadir también que esta noche será para nosotros dos una noche de bendición!"

Y lleno de alegría corrí a casa del emir Jobair, a quien encontré con la mirada fija en la puerta por donde debía yo entrar.

Cuando hubo leído la carta y comprendió su alcance, lanzó un gran grito de alegría y cayó desvanecido. No tardó en volver en sí, y preguntóme, todavía anhelante: "Dime, ¿fue ella misma quien redactó esta carta? ¿Y la escribió con su mano?" Yo le contesté: "¡Por Alah que no supe hasta ahora que se pudiese escribir con los pies!"

Por lo demás, ¡oh Emir de los Creyentes! apenas había yo pronunciado estas palabras, cuando oímos detrás de la puerta un tintinear de brazaletes y un ruido de cascabeles y seda, viendo aparecer, un instante más tarde, a la joven en persona.

Como no puede describirse con la palabra dignamente la alegría, no trataré de hacerlo en vano. Sólo he de decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que ambos amantes corrieron a echarse en brazos uno de otro, entusiasmados y con las bocas juntas.

Cuando salieron de su éxtasis, Sett Badr permaneció de pie, rehusando sentarse a pesar de las instancias de su amigo. Me extrañó aquello mucho, y hube de preguntarle a qué obedecía. Ella me dijo: "¡No me sentaré hasta que se formalice nuestro pacto!" Dije yo: "¿Qué pacto, ¡oh mi dueña!?" Ella dijo: "Es un pacto que sólo incumbe a los enamorados".

Y se inclinó al oído de su amigo y le habló en voz baja. El contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y llamó a uno de sus esclavos, dándole una orden; y el esclavo desapareció.

Algunos instantes después, vi entrar al kadí y a los testigos, que extendieron el contrato de matrimonio de ambos amantes, y se fueron luego, llevando un regalo de mil dinares que les dio Sett Badr. Quise igualmente retirarme; pero no lo consintió el emir, que hubo de decirme: "¡No se dirá que tuviste únicamente parte en nuestras tristezas, sin participar de nuestra alegría!" Y me invitaron a un festín que duró hasta la aurora. Entonces me dejaron retirarme a la estancia que habíanme reservado.

Al despertarme por la mañana, entró en mi estancia un esclavo que llevaba una jofaina y un jarro, e hice mis abluciones, y recé mi plegaria matinal. Tras de lo cual fui a sentarme en la sala de recepción donde vi llegar a poco a los dos esposos, que salían del hammam, frescos aún, después de dedicarse a sus amores. Les deseé una mañana dichosa y les cumplimenté, felicitándoles e invocando bienandanzas sobre ellos; luego añadí: "Soy feliz por haber contribuido en algo a vuestra unión. Pero ¡por Alah! emir Jobair, si quieres darme una prueba de tu estimación para conmigo, explícame qué fue lo que pudo en otro tiempo irritarte hasta el punto de hacer que, para tu desgracia, te separaras de tu enamorada Sett Badr. Ella misma me describió la escena de la pequeña esclava, besándola y mimándola después de haberle peinado y trenzado los cabellos. ¡Pero me parece inadmisible, emir Jobair, que sólo aquello pudiera ocasionar tu resentimiento y no tuvieras otra causa de enojo u otras pruebas y sospechas!"

A estas palabras, el emir Jobair sonrió y me dijo: "Ibn Al-Mansur, tu sagacidad es exclusivamente maravillosa. Ahora que la favorita de Sett Badr ha muerto, se extinguió mi rencor. Puedo, pues, revelarte sin misterio el origen de nuestra desavenencia. Proviene sencillamente de una broma que me gastó, como si ambas fuesen las culpables de ella, un barquero que las llevó en su barca cierto día en que fueron a pasear por el agua.

Me dijo: "Señor, ¿cómo miras siquiera a una mujer que se burla de ti con una favorita a la que ama? Porque has de saber que en mi barca estaban apoyadas con indolencia una contra otra, y cantaban cosas muy inquietantes acerca del amor de los hombres. Y terminaron sus cánticos con estos versos:

¡Menos ardiente que mis entrañas es el fuego; pero en cuanto me acerco a mi amo, el incendio se apaga, y el hielo es menos frío que mi corazón ante sus deseos!
¡Pero no le ocurre así a mi amo! ¡En él, lo que debe estar duro, es blando, y lo que debe tener tierno es duro; pues duro es su corazón como la roca, y su otra cosa es blanda como el agua!

Entonces yo, al oír del barquero semejante relato, sentí oscurecerse el mundo ante mis ojos, y corrí a casa de Sett Badr, donde vi lo que vi. Y bastó aquello para confirmar mis sospechas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 346: Pero cuando llegó la 353ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 353ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...corrí a casa de Sett Badr, donde vi lo que vi. Y bastó aquello para confirmar mis sospechas. ¡Pero gracias a Alah se ha olvidado todo ahora!"

Me rogó entonces que, como prueba de su gratitud por mis buenos oficios, aceptase la suma de tres mil dinares; y le reiteré yo mis cumplimientos... "

Ibn Al-Mansur interrumpió de pronto su relato porque acababa de oír un ronquido que le cortó la palabra. Era el califa que dormía profundamente, dominado al fin por el sueño que hubo de producirle esta historia. Así es que, temiendo despertarle, Ibn Al-Mansur se evadió dulcemente por la puerta que más dulcemente aún le abrió el jefe de los eunucos.

Y acabando de hablar, Schehrazada se calló un instante, miró al rey Schahriar, y le dijo: "¡En verdad, oh rey afortunado, que me asombra que con esta historia no te haya también rendido el sueño!" El rey Schahriar dijo: "¡Nada de eso! ¡Te equivocas, Schehrazada! No siento ganas de dormir esta noche; ¡y ten cuidado, no vaya a ser que, si no me cuentas enseguida una historia instructiva, ponga en práctica la amenaza de Al-Raschid a su portaalfanje!

Por ejemplo, ¿no sabrías decirme algunas palabras acerca del remedio que hay contra las mujeres que atormentan a sus esposos con un deseo de carne nunca satisfecho, y les abren así la puerta de la tumba?"

Al oír estas palabras, Schehrazada reflexionó un instante, y dijo: "¡Precisamente, oh rey afortunado, de ninguna historia me acuerdo tan bien como de una referente a ese asunto, y que en seguida voy a contarte!"


Y dijo Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 347: Historia de Wardán, el carnicero, y de la hija del visir


HISTORIA DE WARDAN, EL CARNICERO, Y DE LA HIJA DEL VISIR[editar]

Se cuenta, entre diversos cuentos, que había en El Cairo un hombre llamado Wardán, que tenía el oficio de carnicero, expendedor de carne de carnero. Todos los días veía entrar en su tienda a una joven espléndida de cuerpo y de rostro, pero con los ojos muy fatigados, y las facciones muy ajadas, y la tez palidísima. Y siempre llegaba seguida de un mandadero cargado con su canasta, escogía el trozo más tierno de carne y también las criadillas de un carnero, pagaba todo con una moneda de oro que pesaba dos dinares o más, metía su compra en una canasta del mandadero, y continuaba su marcha por el zoco, parándose en todas las tiendas y comprando algo a cada mercader. Y continuó conduciéndose así durante un largo espacio de tiempo, hasta que un día el carnicero Wardán, intrigado al límite de la intriga por el aspecto y el silencio y las maneras de su joven clienta, resolvió aclarar la cosa para librarse de los pensamientos que acerca de ello le asaltaban.

Por cierto que encontró precisamente la ocasión que buscaba, una mañana en que vio pasar solo por delante de la tienda al mandadero de la joven. Le detuvo, le puso en la mano una cabeza de carnero lo más excelente posible, y le dijo: "¡Oh mandadero, recomienda bien al dueño del horno que no ase demasiado la cabeza, para que no pierda sabor!" Luego añadió: "¡Oh mandadero, estoy muy perplejo con motivo de esa joven que todos los días te toma a su servicio! ¿Quién es y de dónde viene? ¿Qué hace con esas criadillas de carnero? Y sobre todo, ¿por qué tiene tan fatigados los ojos y las facciones?" El otro contestó: "¡Por Alah! ¡Que estoy tan perplejo como tú por lo que a ella respecta! Enseguida voy a decirte cuanto sé, ya que tu mano es generosa con los pobres como yo. ¡Escucha! Una vez terminadas todas sus compras, adquiere aún en casa del mercader nazareno de la esquina, un dinar o más de cierto precioso vino añejo, y me lleva cargado así hasta la entrada de los jardines del gran visir. Allí me venda los ojos con su velo, me coge de la mano y me conduce hasta una escalera, por cuyos escalones baja conmigo, para luego descargarme mi canasta, darme medio dinar por mi trabajo y una canasta vacía en lugar de la mía, y conducirme de nuevo, con los ojos vendados siempre, hasta la puerta de los jardines, donde me despide hasta el día siguiente. ¡Y no pude saber nunca lo que hace con esa carne, con esos frutos, con esas almendras, con esas velas, y con todas las cosas que me hace llevar hasta esa escalera subterránea!" El carnicero Wardán contestó: "¡No haces más que aumentar mi perplejidad, oh mandadero!" Y como llegaban otros clientes, dejó al mandadero y se puso a despacharles.

Al día siguiente, después de pasarse la noche pensando en aquel estado de cosas que le preocupaba en extremo, vio llegar a la misma hora a la joven seguida del mandadero. Y se dijo: "¡Por Alah, que esta vez, cueste lo que cueste, he de saber lo que quiero saber!" Y luego que la joven se alejó con sus diversas compras, el carnicero encargó a su dependiente que tuviese cuidado de la tienda en lo que afectaba a venta y compra, y se puso a seguirla de lejos, procurando no ser advertido. De esta suerte caminó detrás de ella hasta la entrada de los jardines del visir, y se escondió detrás de los árboles para esperar el regreso del mandadero, a quien vio, en efecto, con los ojos vendados y conducido de la mano por las avenidas. Después de una ausencia de algunos instantes, la vio volver a la entrada quitarle el velo de los ojos del mandadero, despedirle, y aguardar a que hubiese desaparecido el tal mandadero para entrar de nuevo al jardín.

Entonces salió él de su escondite y la siguió con los pies descalzos, ocultándose tras los árboles. De esta suerte la vio llegar ante un peñasco, tocarlo de cierta manera, haciéndolo girar sobre sí mismo, y desaparecer bajo tierra. Esperó entonces algunos instantes, y se acercó al peñasco, con el que manipuló del propio modo, consiguiendo hacerlo girar. Se hundió entonces bajo tierra, colocando otra vez el peñasco en su sitio, y he aquí contado por él mismo lo que vio.

Dijo:

"Al principio no distinguí nada en la oscuridad subterránea; luego acabé por vislumbrar un pasillo, en el fondo del cual se filtraba la luz; le recorrí, siempre descalzo y conteniendo la respiración, y llegué a una puerta tras de la que percibí risas y gruñidos. Apliqué un ojo a una ranura por la que pasaba un rayo de luz, y vi enlazados sobre un diván a la joven y un mono enorme, de rostro completamente humano, haciendo contorsiones y movimientos. Al cabo de algunos instantes se desenlazó de él la joven, se puso en pie y se despojó de toda su ropa para tenderse de nuevo en el diván, pero enteramente desnuda. Y enseguida saltó sobre ella el mono, y la cubrió, cogiéndola en sus brazos.

Y cuando acabó su cosa con ella, se levantó, descansó un instante, y luego la poseyó otra vez, cubriéndola. Se levantó después, y descansó otra vez, pero para caer de nuevo sobre ella y poseerla, y así lo hizo diez veces seguidas de la misma manera, mientras ella, por su parte, le otorgaba cuanto de más fino y delicado otorga la mujer al hombre. Tras de lo cual, cayeron ambos desvanecidos en un aniquilamiento. Y ya no se movieron.

Yo quedé estupefacto...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 348: Pero cuando llegó la 354ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 354ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Yo quedé estupefacto. Y dije desde el fondo de mi alma: "¡Ahora o nunca es la ocasión!" Y empujando con un hombro, derribé la puerta y me precipité en la sala blandiendo mi cuchillo de carnicero, tan afilado, que cortaba el hueso mejor que la carne.

Me abalancé resueltamente sobre el enorme mono, del que no se movió ni un solo músculo de tanto como sus ejercicios le habían extenuado; le apoyé con brusquedad mi cuchillo en la nuca, y de un golpe le separé del tronco la cabeza. Entonces la fuerza vital que residía en él salió de su cuerpo con gran estrépito, estertores y convulsiones, hasta el punto de que la joven abrió de repente los ojos y me vio con el cuchillo lleno de sangre en la mano. Lanzó entonces tal grito de terror, que por un momento creí verla expirar sin remedio. No obstante, al ver que yo no la quería mal, pudo recobrar su ánimo poco a poco y reconocerme. Entonces me dijo: "¿Es así ¡oh Wardán! como tratas a un cliente fiel?" Yo le dije: "¡Oh enemiga de ti misma! ¿Acaso no hay hombres, para que recurras a semejante procedimiento?" Ella me contestó: "¡Oh Wardán, escucha primeramente la causa de todo eso, y tal vez me disculpes!

"Sabrás, en efecto, que soy la hija única del gran visir. Hasta la edad de quince años he vivido tranquila en el palacio de mi padre; pero un día me enseñó un negro lo que tenía yo que aprender, y me tomó lo que de mí podía tomarse. Por lo demás, debes saber que no hay nada como un negro para inflamarnos nuestro interior a las mujeres, sobre todo cuando el terreno ha sentido ese abono negro la primera vez. Así es que no te extrañe saber que mi terreno se quedó tan excitado desde entonces, que se hacía necesario lo regase el negro a todas horas sin interrupción.

"Al cabo de cierto tiempo, murió el negro en la tarea, y yo conté mi pena a una vieja del palacio, que me había conocido desde la infancia. La vieja bajó la cabeza y me dijo: "Lo único que en adelante puede reemplazar junto a ti a un negro, hija mía, es el mono. Porque nadie más fecundo en asaltos que un mono".

"Me dejé persuadir por la vieja, y un día, al ver pasar bajo las ventanas del palacio a un domador de monos que hacía ejecutar cabriolas a sus animales me descubrí el rostro de repente a la vista del más corpulento de entre ellos, que estaba mirándome. En seguida rompió él su cadena, y sin que pudiese detenerle su amo, huyó por las calles, dio un gran rodeo, entró en el palacio por los jardines, y corrió directamente a mi estancia, donde al punto me cogió en sus brazos, e hizo lo que hizo diez veces seguidas sin interrumpirse.

"Pero he aquí que mi padre acabó por enterarse de mis relaciones con el mono, y creí que aquel día me mataba. Entonces, como no podía prescindir de mi mono en lo sucesivo, hice que labraran para mí en secreto este subterráneo, donde le encerré. Y yo misma le traía de comer y de beber, hasta hoy en que la fatalidad te hizo descubrir mi escondrijo y te impulsó a matarle. ¡Ay! ¿Qué será de mí ahora?"

Entonces traté de consolarla, y le dije para calmarla: "Ten la seguridad ¡oh mi señora! que puedo reemplazar junto a ti al mono. ¡Ya lo verás cuando probemos, porque estoy reputado como cabalgador!" Y por cierto que aquel día y los siguientes hube de demostrarla que mi brío superaba al del difunto mono y al del difunto negro.

Aquello, sin embargo, no pudo prolongarse del mismo modo mucho tiempo; porque, al cabo de algunas semanas, yo me perdía allí dentro como en un abismo sin fondo. Y la joven, por el contrario, veía de día en día aumentar sus deseos y progresar su fuego interno.

En tan embarazosa situación, hube de recurrir a la ciencia de una vieja a quien yo conocía como incomparable en el arte de preparar filtros y confeccionar remedios para las enfermedades más rebeldes. Le conté la historia desde el principio hasta el fin, y le dije: "Ahora, mi buena tía, quiero pedirte que me prepares algo capaz de aplacar los deseos de esta mujer y de calmar su temperamento". Ella me contestó: "¡Nada más fácil!"

Dije: "¡Me confío enteramente a tu ciencia y a tu sabiduría!"

Entonces cogió ella una marmita, en la que echó once granos de altramuz de Egipto, una onza de vinagre virgen, dos onzas de lúpulo y algunas hojas de digital. Hizo hervir todo durante dos horas, escurrió cuidadosamente el líquido, y me dijo: "Ya está el remedio". Entonces le rogué que me acompañara al subterráneo; y allí me dijo: "¡Conviene que la cabalgues hasta que caiga extenuada!"

Y se retiró al pasillo cara esperar a que se ejecutase su orden.

Hice lo que me pedía, y con tanto acierto, que la joven perdió el conocimiento. Entonces entró la vieja en la sala, y después de recalentar el líquido consabido, lo echó en una vasija de cobre y lo colocó entre los muslos de la hija del visir. Le dio fumigaciones que le penetraron muy adentro en las partes fundamentales, y debieron producir un efecto radical, porque de pronto vi caer entre los muslos separados dos objetos que empezaron a agitarse. Los examiné de cerca, y vi que eran dos anguilas, una amarilla y otra negra.

Al ver las dos anguilas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 349: Y cuando llegó la 355ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 355ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Al ver las dos anguilas, la vieja llegó al límite del júbilo, y exclamó: "¡Da las gracias a Alah, hijo mío! ¡El remedio produjo efecto! Porque has de saber que estas dos anguilas eran la causa del deseo insaciable de que fuiste a quejarte a mí. Una de las anguilas ha nacido de las cópulas con el negro, y la otra de las cópulas con el mono. ¡Ahora que han sido desalojadas, la joven gozará de un temperamento moderado y no volverá a mostrarse fatigosa y desordenada en sus deseos!"

Y efectivamente, noté que desde que volvió en sí la joven, no pedía que satisficieran sus sentidos.

Y la encontré tan tranquila, que no dudé en pedirla en matrimonio. Consintió porque se había acostumbrado a mí. Y desde entonces vivimos juntos la vida más dulce entre las delicias más perfectas, después de recoger en nuestra casa a la vieja que había realizado curación tan asombrosa, enseñándonos el remedio contra los deseos inmoderados.

¡Glorificado sea el Viviente que no muere nunca y tiene en su mano los imperios y los reinados!"

Y continuó Schehrazada: "Tal es ¡oh rey afortunado! todo cuanto sé acerca del remedio que ha de aplicarse a las mujeres de temperamento demasiado molesto". Y dijo el rey Schahriar: "¡Hubiera querido conocer esa receta el año último, para hacer fumigar a la maldita a quien sorprendí en el jardín con el esclavo negro! ¡Pero ahora, Schehrazada, vas a dejar las historias científicas, y a contarme esta noche, si puedes, una historia más asombrosa que todas las ya oídas, porque me siento el pecho más oprimido que de costumbre!"

Y contestó Schehrazada: "¡Sí, puedo!" y al punto dijo:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 350: Historia de la reina Yamlika, princesa subterránea


HISTORIA DE LA REINA YAMLIKA, PRINCESA SUBTERRÁNEA[editar]

Se cuenta que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los siglos, había un sabio entre los sabios de Grecia que se llamaba Danial. Tenía muchos discípulos respetuosos, que escuchaban su enseñanza y se aprovechaban de su ciencia; pero le faltaba el consuelo de un hijo que pudiese heredarle sus libros y sus manuscritos. Como ya no sabía qué hacer para obtener este resultado, concibió la idea de rogar al Dueño del cielo que le concediese semejante favor. Y el Altísimo que no tiene portero en la puerta de su generosidad, escuchó el ruego, y en aquella hora y aquel instante hizo que quedase encinta la esposa del sabio.

Durante los meses que duró el embarazo de su esposa, se dijo el sabio Danial, que ya se veía muy viejo: "¡La muerte está cercana, y no sé si el hijo que voy a tener podrá encontrar un día intactos, mis libros y mis manuscritos!" Y desde entonces consagró todo su tiempo a resumir en algunas hojas cuanta ciencia contenían sus diversos escritos. Llenó así con una letra muy menuda cinco hojas, que encerraban la quintaesencia de todo su saber y de los cinco mil manuscritos que poseía. Luego las releyó, reflexionó, y le pareció que hasta en aquellas cinco hojas había cosas que podían quintaesenciarse aún más. Entonces consagró todavía un año a la reflexión, y acabó por resumir las cinco hojas en una sola, cinco veces más pequeña que las primeras. Y cuando terminó aquel trabajo, sintió que estaba próximo su fin.

Entonces, para que sus libros y sus manuscritos no llegasen a ser propiedad de otro, el viejo sabio los tiró hasta el último al mar, y no conservó más que la consabida hojita de papel. Llamó a su esposa encinta, y le dijo: "Acabó mi tiempo, ¡oh mujer! y no me es dable educar por mí mismo al hijo que nos concede el cielo y a quien no he de ver. Pero le dejo por herencia esta hojita de papel, que solamente le darás el día en que te pida la parte que le corresponde de los bienes de su padre. Y si llega a descifrarla y a comprender su sentido, será el hombre más sabio del siglo. ¡Deseo que se llame Hassib!" Y tras de haber dicho estas palabras, el sabio Danial expiró en la paz de Alah.

Se le hicieron funerales, a los que asistieron todos sus discípulos y todos los habitantes de la ciudad. Y todos le lloraron mucho v tomaron parte en el duelo por su muerte.

He aquí que algunos días después la esposa de Danial echó al mundo un niño varón, muy proporcionado, a quien se le llamó Hassib, cumpliendo la recomendación del difunto. Al mismo tiempo mandó convocar la madre a los astrólogos, quienes, una vez hechos sus cálculos y terminada su observación de los astros, sacaron el horóscopo del niño, y dijeron: "¡Oh mujer! tu hijo vivirá largos años si escapa a un peligro que está suspendido sobre su juventud. Si evita este peligro, alcanzará un grado sumo de ciencia y de riqueza". Y se fueron por su camino.

Cuando tuvo el niño la edad de cinco años, su madre le llevó a la escuela para que aprendiese algo allí; pero no aprendió nada absolutamente. Le sacó ella entonces de la escuela, y quiso que abrazara una profesión; pero pasaron muchos años sin que el muchacho hiciese nada, y llegó a la edad de quince sin aprender nada tampoco, y sin lograr un medio de vida con qué contribuir a los gastos de su madre. Se echó a llorar entonces ella, y las vecinas le dijeron: "Sólo el matrimonio podría darle aptitud para el trabajo; porque entonces verá que cuando se tiene una mujer hay que trabajar para sostenerla".

Estas palabras decidieron a la madre a ponerse en movimiento y a buscar entre sus conocimientos una joven; y habiendo encontrado una que era de su conveniencia, se la dio en matrimonio. Y el joven Hassib fue perfecto para con su esposa, y no la desdeñó, sino todo lo contrario. Pero continuó sin hacer nada y sin aficionarse a trabajo alguno.

Y he aquí que en la vecindad había leñadores, que dijeron a la madre un día: "Compra a tu hijo un asno, cuerdas y un hacha, y déjale ir a cortar leña a la montaña con nosotros. Luego venderemos la leña y repartiremos el provecho con él. De esta manera podrá ayudarte en tus gastos y sostener mejor a su esposa.

Al oír tales palabras, la madre de Hassib, llena de alegría, le compró en seguida un asno, cuerdas y un hacha, y se lo confió a los leñadores, recomendándoselo mucho; y los leñadores, le contestaron: "No te preocupes por eso. ¡Es hijo de nuestro amo Danial, y sabremos protegerle y velar por él!". Y le llevaron consigo a la montaña, donde le enseñaron a cortar leña y a cargarla a lomos del asno para venderla luego en el mercado. Y Hassib se aficionó en extremo a este oficio, que le permitía pasearse a la vez que ayudar a su madre y a su esposa.

Y un día entre los días, cuando cortaban leña en la montaña, les sorprendió una tempestad, acompañada de lluvia y de truenos, que hubo de obligarles a correr para refugiarse en una caverna situada no lejos de allí, y en la cual encendieron lumbre para calentarse. Y al mismo tiempo encargaron al joven Hassib, hijo de Danial, que hiciese leños para alimentar el fuego.

Mientras Hassib, retirado en el fondo de la caverna, se ocupaba en partir madera, oyó de pronto resonar su hacha sobre el suelo con un ruido sonoro, como si en aquel sitio hubiese un espacio hueco bajo tierra. Empezó entonces a escarbar con los pies, y puso a la vista una losa de mármol antiguo con una anilla de cobre...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 351: Y cuando llegó la 356ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 356ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Una losa de mármol antiguo con una anilla de cobre. Al ver aquello, llamó la atención a sus compañeros, que acudieron v consiguieron levantar la losa de mármol. Y dejaron entonces al descubierto una cueva muy ancha y muy profunda, en la que se alineaba una cantidad innumerable de ollas que parecían viejas, y cuyo cuello estaba sellado cuidadosamente. Bajaron entonces por medio de cuerdas a Hassib al fondo de la cueva, para que viese el contenido de las ollas y las atase a las cuerdas con objeto de que las izaran a la caverna.

Cuando bajó a la cueva el joven Hassib, empezó por romper con su hacha el cuello de una de las ollas de barro, y al punto vio salir de ella una miel amarilla de calidad excelente. Participó su descubrimiento a los leñadores, quienes, aunque un poco desencantados por encontrar miel donde esperaban dar con un tesoro de tiempos antiguos, se alegraron bastante al pensar en la ganancia que había de procurarles la venta de las innumerables ollas con su contenido. Izaron, una tras otra, todas las ollas, conforme las ataba el joven Hassib, cargándolas en sus asnos en vez de la leña, y sin querer sacar del subterráneo a su compañero, marcharon a la ciudad todos, diciéndose: "Si le sacáramos de la cueva, nos veríamos obligados a partir con él el provecho de la venta. ¡Además, es un bribón, cuya muerte será para nosotros preferible a su vida!"

Y se encaminaron, pues, al mercado con sus asnos, y comisionaron a uno de los leñadores para que fuese a decir a la madre de Hassib: "Estando en la montaña, cuando estalló la tempestad sobre nosotros, el asno de tu hijo se dio a la fuga y obligó a tu hijo a correr detrás de él mientras los demás nos refugiábamos en una caverna. Quiso la mala suerte que de repente saliera de la selva un lobo y matara a tu hijo, devorándole con el asno. ¡Y no hemos encontrado otras huellas que un poco de sangre y algunos huesos!"

Al saber semejante noticia, la desgraciada madre y la pobre mujer de Hassib se abofetearon el rostro y cubriéronse con polvo la cabeza, llorando todas las lágrimas de su desesperación. ¡Y esto por lo que a ellas se refiere!

En cuanto a los leñadores, vendieron las ollas de miel a un precio muy ventajoso, y realizaron una ganancia tan considerable, que cada uno de ellos pudo abrir una tienda para vender y comprar. Y no se privaron de ningún placer, comiendo y bebiendo a diario las cosas más excelentes. ¡Y esto por lo que a ellos se refiere!

¡Pero he aquí lo que al joven Hassib le acaeció! Cuando vio que no le sacaban de la cueva, se puso a gritar y a suplicar, pero en vano, porque ya se habían marchado los leñadores, y tenían resuelto dejarle morir sin socorrerle. Trató entonces de abrir en las paredes agujeros donde enganchar manos y pies; pero comprobó que las paredes eran de granito y resistían al acero del hacha. Entonces no tuvo límites su desesperación, e iba a lanzarse al fondo de la cueva para dejarse morir allí, cuando de pronto vio salir de un intersticio de la pared de granito a un escorpión, que avanzó hacia él para picarle. Aplastóle de un hachazo, y examinó el intersticio consabido, por el que vio se escapaba un rayo de luz. Se le ocurrió entonces la idea de meter por aquel intersticio la hoja del hacha, apalancando fuertemente. Y con gran sorpresa por su parte, pudo de tal modo descubrir una puerta, que se alzó poco a poco, mostrando una abertura lo bastante amplia para dar paso a un cuerpo de hombre.

Al ver aquello, no dudó un instante Hassib, penetrando por la abertura, y se encontró en una larga galería subterránea, de cuya extremidad venía la luz. Durante una hora estuvo recorriendo la tal galería, y llegó ante una puerta considerable de acero negro, con cerradura de plata y llave de oro. Abrió aquella puerta, y de repente hallóse al aire libre, en la orilla de un lago, al pie de una colina de esmeralda. En el borde del lago vio un trono de oro resplandeciente de pedrerías, y a su alrededor, reflejándose en el agua, sillones de oro, de plata, de esmeralda, de cristal, de acero, de madera de ébano y de sándalo blanco. Contó estos sillones, y supo que su número era de doce mil, ni más ni menos. Cuando hubo acabado de contarlos, y de admirar su belleza, y el paisaje, y el agua que los reflejaba, fue a sentarse en el trono de en medio para gozar mejor del espectáculo maravilloso que ofrecían el lago y la montaña.

Apenas habíase sentado en el trono de oro el joven Hassib, cuando oyó un son de címbalos y de gongs, y de pronto vio avanzar por la falda de la colina de esmeralda una fila de personas que se desplegaba hacia el lago, deslizándose más que caminando; y no pudo distinguirlas a causa de la distancia. Cuando estuvieron más cerca, vio que eran mujeres de belleza admirable, pero cuya extremidad inferior terminaba como el cuerpo alargado y reptador de las serpientes. Su voz era muy agradable, y cantaban en griego loas a una reina que él no veía. Pero enseguida apareció detrás de la colina un cuadro formado por cuatro mujeres serpentinas, que llevaban en sus brazos, alzados por encima de su cabeza, un gran azafate lleno de oro, en el que se mostraba la reina sonriente y llena de gracia. Avanzaron las cuatro mujeres hasta el trono de oro, del que Hassib se apresuró a alejarse, y colocaron allí a su reina, arreglándola los pliegues de sus velos, y se mantuvieron detrás de ella, en tanto que cada una de las demás mujeres serpentinas habíase deslizado hacia uno de los sillones preciosos dispuestos alrededor del lago. Entonces con una voz de timbre encantador, dijo la reina algunas palabras en griego a las que la rodeaban; y al punto dieron una señal los címbalos, y todas las mujeres serpentinas entonaron un himno griego en honor de la reina y se sentaron en los sillones.

Cuando acabaron su canto, la reina, que había notado la presencia de Hassib, volvió la cabeza gentilmente hacia él y le hizo una seña para animarle a que se aproximara. Y aunque muy emocionado, se aproximó Hassib, y la reina le invitó a sentarse, y le dijo: "¡Bien venido seas a mi reino subterráneo!, ¡oh joven a quien el destino propicio condujo hasta aquí! Ahuyente de ti todo temor, y dime tu nombre, porque soy la reina Yamlika, princesa subterránea. Y todas estas mujeres serpentinas son súbditas mías. Habla, pues, y dime quién eres, y cómo pudiste llegar hasta este lago, que es mi residencia de invierno y el sitio donde vengo a pasar algunos meses cada año, dejando mi residencia veraniega del monte Caucazo".

Al oír estas palabras, el joven Hassib, tras de besar la tierra entre las manos de la reina Yamlika, se sentó a su diestra en un sillón de esmeralda, y dijo: "Me llamo Hassib, y soy hijo del difunto Danial, el sabio. Mi oficio es el de leñador, aunque hubiese podido llegar a ser mercader entre los hijos de los hombres, o hasta un gran sabio. ¡Pero preferí respirar el aire de las selvas y montañas, pensando que habría siempre tiempo para encerrarse, después de la muerte, entre las cuatro paredes de la tumba!"

Luego contó con detalles lo que le había ocurrido con los leñadores, y cómo, por efecto del azar, pudo penetrar en aquel reino subterráneo.

El discurso del joven Hassib complació mucho a la reina Yamlika, que le dijo: "¡Dado el tiempo que estuviste abandonado en la fosa, debes tener bastante hambre y bastante sed, Hassib!" E hizo cierta seña a una de sus damas, la cual se deslizó hasta el joven llevando en su cabeza una bandeja de oro llena de uvas, granadas, manzanas, alfónsigos, avellanas, nueces, higos frescos y plátanos. Luego, cuando hubo él comido y aplacado su hambre, bebió un sorbete delicioso contenido en una copa tallada en un rubí. Entonces se alejó con la bandeja la que le había servido, y dirigiéndose a Hassib le dijo la reina Yamlika: "¡Ahora, Hassib, puedes estar seguro de que mientras dure tu estancia en mi reino no te sucederá nada desagradable! Si tienes, pues, intención de quedarte con nosotras a orillas de este lago y a la sombra de estas montañas una semana o dos, para hacerte pasar mejor el tiempo te contaré una historia que servirá para instruirte cuando estés de regreso en el país de los hombres!"

Y entre la atención de las doce mil mujeres serpentinas sentadas en los sillones de esmeralda y de oro, la reina Yamlika, princesa subterránea, contó en lengua griega lo siguiente al joven Hassib, hijo de Danial, el sabio:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 352: Historia de Belukia


HISTORIA DE BELUKIA[editar]

"Has de saber ¡oh Hassib! que en el reino de Bani-Israil había un rey muy prudente que en su lecho de muerte llamó a su hijo, heredero de su trono, y le dijo: "¡Oh hijo Belukia, te recomiendo que cuando tomes posesión del poder hagas por ti mismo inventario de cuantas cosas hay en este palacio, sin que dejes de examinar nada con la mayor atención!"

Entonces, el primer cuidado del joven Belukia al convertirse en rey fue pasar revista a los efectos y tesoros de su padre, y recorrer las diferentes salas que servían de almacén a todas las cosas preciosas acumuladas en el palacio. De este modo llegó a una sala retirada, en la que halló una arquilla de madera de ébano colocada encima de una columnata de mármol blanco que se elevaba en medio de la habitación. Belukia apresuróse a abrir la arquilla de ébano, y encontró dentro de ella un cofrecillo de oro. Abrió el cofrecillo de oro, y vio un rollo de pergamino, que desplegó al punto.

Y decía en lengua griega: Quien desee llegar a ser dueño y soberano de los hombres, de los genios, de las aves y de los animales, no tendrá más que encontrar el anillo que el profeta Soleimán lleva al dedo en la Isla de los Siete Mares que le sirve de sepultura. Ese anillo mágico es el que Adán, padre del hombre, llevaba al dedo en el paraíso antes de su pecado, y que se lo quitó el ángel Gobrail, donándoselo al prudente Soleimán más tarde. Pero ningún navío podría intentar surcar los piélagos y llegar a esa isla situada allende los Siete Mares. Sólo llevará a cabo esta empresa quien encuentre el vegetal con cuyo jugo basta frotar la planta de los pies para poder caminar por la superficie del mar. Ese vegetal se encuentra en el reino subterráneo de la reina Yamlika. Y únicamente esta princesa sabe el lugar dónde crece tal planta; porque conoce el lenguaje de las plantas y las flores todas, y no ignora ninguna de sus virtudes. Quien quiera dar con este anillo, vaya primero al reino subterráneo de la reina Yamlika.

¡Y si es tan dichoso que triunfa y se apodera del anillo, no solamente podrá entonces dominar a todos los seres creados, sino que también penetrará en la Comarca de las Tinieblas para beber en la Fuente de Vida, que da belleza, juventud, ciencia, prudencia e inmortalidad!

Cuando hubo leído este pergamino el príncipe Belukia, convocó seguida a los sacerdotes, magos y sabios de Bani-Israil...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 353: Pero cuando llegó la 358ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 358ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...convocó enseguida a los sacerdotes, magos y sabios de Bani-Israil, y les preguntó si entre ellos había alguno capaz de enseñarle el camino que conducía al reino subterráneo de la princesa Yamlika. Todos los circunstantes le indicaron entonces con el dedo al sabio Offán, que se encontraba en medio de ellos. Y el sabio Offán era un venerable anciano que había profundizado en todas las ciencias conocidas, y poseía los misterios de la magia, las llaves de la astronomía y de la geometría, y todos los arcanos de la alquimia y de la hechicería. Avanzó, pues, entre las manos del joven rey Belukia, que le preguntó: "¿Puedes, verdaderamente, ¡oh sabio Offán! conducirme al reino de la princesa subterránea?"

Y contestó el otro: "¡Puedo!"

Entonces el joven rey Belukia nombró a su visir para que le sustituyera en la dirección de los asuntos del reino mientras durase su ausencia, se despojó de sus atributos reales, vistióse con la capa del peregrino, y se puso un calzado de viaje. Tras de lo cual, seguido por el sabio Offán, salió de su palacio y de su ciudad y se adentró en el desierto.

Sólo entonces le dijo el sabio Offán: "¡Aquí es el lugar propicio para hacer los conjuros que deben enseñarnos el camino!" Se detuvieron, pues, y Offán trazó sobre la arena, en torno suyo, el círculo mágico, hizo los conjuros rituales, y no dejó de descubrir por aquel lado el sitio en que se hallaba la entrada a mi reino subterráneo. Hizo entonces todavía algunos otros conjuros, y se entreabrió la tierra, y les dio paso a ambos hasta el lago que tienes delante de los ojos, ¡oh Hassib!

Yo les acogí con todas las consideraciones que guardo para quien viene a visitar mi reino. Entonces me expusieron ellos el objeto de su visita y al punto me hice llevar en mi azafate de oro sobre la cabeza de las que me transportan, y les conduje a la cumbre de esa colina de esmeralda, donde a mi paso plantas y flores rompen a hablar cada cual en su lenguaje, unas por la derecha, otras por la izquierda, pregonando en voz alta o en voz baja sus virtudes particulares. Y en medio de aquel concierto que ascendía así hasta nosotros, musical y perfumado por jugos esenciales, llegamos ante las mazorcas de una planta, que con todas las corolas rojas de sus flores cantaban bajo la brisa que la inclinaba: "¡Yo soy la maravillosa que otorga a quien se frota los pies con mi jugo la facultad de caminar sin mojarse por la superficie de todos los mares que creó Alah el Altísimo!"

Dije a mis dos visitantes entonces: "¡He aquí delante de vosotros la planta que buscáis!" Y al punto cortó Offán cuantas plantas de esas quiso, maceró los brotes y recogió el jugo en un frasco grande que le di.

Pensé entonces en interrogar a Offán, y le dije: "¡Oh, sabio Offán!, ¿puedes decirme el motivo que a ambos os impulsa a surcar los mares?"

Me contestó: "¡Oh reina, es para ir a la Isla de los Siete Mares a buscar el anillo mágico de Soleimán, señor de los genn, de los hombres, de los animales y de las aves!"

Yo le dije: "¿Cómo no sabes ¡oh sabio! que nadie que no sea Soleimán, haga lo que haga, podrá apropiarse de ese anillo? ¡Créeme Offán, y tú también, oh joven rey Belukia! ¡Escúchame! Abandonad ese proyecto temerario, ese proyecto insensato de recorrer los mares de la creación para ir en busca de ese anillo que no poseerá nadie. ¡Mejor es que cojáis aquí la planta que otorga una juventud eterna a quienes comen de ella!" Pero no quisieron escucharme, y despidiéndose de mí, desaparecieron por donde habían venido".

Aquí dejó de hablar la reina Yamlika, mandó un plátano, que ofreció al joven Hassib, comiose un higo ella, y dijo: "Antes de continuar ¡oh Hassib! con la historia de Belukia y de contarte su viaje por los Siete Mares y las demás aventuras que le acontecieron, ¿no querrías saber con exactitud la situación de mi reino al pie del monte Cáucaso, que rodea la tierra como un cinturón y conocer su extensión, sus alrededores, sus plantas animadas y parlantes, sus genn y sus mujeres serpentinas, súbditas nuestras, cuyo número sólo conoce Alah? ¿Quieres que te diga cómo reposa todo el monte Cáucaso sobre una roca maravillosa de esmeralda? El Sakhart, cuyo reflejo da a los cielos su color azulado. Podría hablarte también del paraje exacto del Cáucaso en que se halla el Gennistán, capital de los genn sometidos al rey Jan ben-Jan, y revelarte el sitio donde mora en el Valle de los Diamantes el pájaro rokh; de paso te enseñaría los campos de batalla que se estremecen con las hazañas de los héroes famosos".

Pero contestó el joven Hassib: "¡Prefiero mucho más, oh reina Yamlika! conocer la continuación de las aventuras del rey Belukia!"

Entonces prosiguió así la reina subterránea:

"Cuando el joven Belukia y el sabio Offán me dejaron para ir a la isla situada allende los Siete Mares, donde se encuentra el cuerpo de Soleimán, llegaron a la orilla del Primer Mar, y se sentaron allí en tierra, y empezaron por frotarse enérgicamente la planta de los pies y los tobillos con el jugo que habían recogido en el frasco. Luego se levantaron, y con mucha precaución al principio, se aventuraron por mar. Pero cuando comprobaron que podían marchar por el agua sin temor a ahogarse, y aún mejor que en tierra firme, se animaron, y se pusieron en camino muy de prisa para no perder tiempo.

De ese modo anduvieron por aquel mar durante tres días y tres noches, y a la mañana del cuarto día arribaron a una isla que les pareció el paraíso de tanto como hubo de maravillarles su hermosura...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 354: Y cuando llegó la 359ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 359ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... una isla que les pareció el paraíso, de tanto como hubo de maravillarles su hermosura. La tierra que hollaban era de azafrán dorado; las piedras eran de jade y de rubíes; extendíanse las praderas en cuadros de flores exquisitas con corolas ondulantes bajo la brisa que embalsamaban, casándose las sonrisas de las rosas con las tiernas miradas de los narcisos, conviviendo los lirios con los claveles, las violetas, la manzanilla y las anémonas, y triscando ligeras entre las líneas blancas de jazmines las gacelas saltarinas; las frondas de los áloes y de otros árboles de grandes flores refulgentes susurraban con todas sus ramas, desde las que arrullaban las tórtolas en respuesta al murmullo de los arroyos, y con voz conmovida cantaban los ruiseñores a las rosas su martirio amoroso, mientras las rosas escuchábanles atentamente; aquí los manantiales melodiosos se ocultaban bajo cañaverales de azúcar, únicas cañas que en el paraje había; allá, la tierra natural mostraba sin esfuerzo sus riquezas jóvenes y respiraba en medio de su primavera.

Así es que el rey Belukia y Offán se pasearon hasta la noche muy satisfechos en la sombra de los bosquecillos, contemplando aquellas maravillas que les llenaban de delicias el alma. Luego, cuando cayó la noche, se subieron a un árbol para dormir en él; y ya iban a cerrar los ojos, cuando de pronto retembló la isla con un formidable bramido que la conmovió hasta sus cimientos, y vieron salir de las olas del mar a un animal monstruoso que tenía en sus fauces una piedra brillante como una antorcha, e inmediatamente detrás de él, una multitud de monstruos marinos, cada cual con una piedra luminosa en sus fauces. Así es que la isla quedó enseguida tan clara como en pleno día con todas aquellas piedras.

En el mismo momento, y de todos lados a la vez, llegaron leones, tigres y leopardos en tal cantidad, que sólo Alah habría podido contarlos. Y los animales de la tierra encontráronse en la playa con los animales marinos, y se pusieron a charlar y a conversar entre sí hasta la mañana. Entonces volvieron al mar los monstruos marinos, y las fieras se dispersaron por la selva. Y Belukia y Offán, que no habían podido cerrar los ojos en toda la noche a causa del miedo, se dieron prisa a bajar del árbol y correr a la playa, donde se frotaron los pies con el jugo de la planta para proseguir al punto su viaje marítimo.

De tal suerte viajaron por el Segundo Mar durante días y noches, hasta que arribaron al pie de una cadena de montañas, en medio de las cuales se abría un valle maravilloso, en el que todos los guijarros y todos los peñascos eran de piedra imán y no había allá huellas de fieras ni de otros animales feroces. Así es que se pasearon a la ventura durante todo el día, alimentándose con pescado seco, y al caer la tarde se sentaron a la orilla del mar para ver la puesta del sol, cuando de repente oyeron un maullido espantoso, y a algunos pasos detrás de sí vieron a un tigre que se disponía a saltar sobre ellos. Tuvieron el tiempo preciso para frotarse los pies con el jugo de la planta y ponerse fuera del alcance de la fiera huyendo por el mar.

Y se encontraron en el Tercer Mar.

Y fue aquella una noche muy negra, y a impulsos de un viento que soplaba con violencia, el mar se agitó mucho, lo cual hizo la marcha en extremo fatigosa, máxime para viajeros extenuados ya por la falta de sueño. Felizmente, al rayar el alba llegaron a una isla, donde lo primero que hicieron fue echarse para descansar. Tras de lo cual se levantaron con propósito de recorrer la isla, y la hallaron cubierta de árboles frutales. Pero aquellos árboles tenían la facultad maravillosa de que sus frutos crecían confitados en las ramas. Así es que disfrutaron extraordinariamente en aquella isla ambos viajeros, en especial Belukia, a quien gustaban muchísimo las frutas confitadas y todas las cosas almibaradas en general, y se pasó todo el día dedicado a su regalo. Incluso obligó al sabio Offán a detenerse allí diez días enteros, para tener tiempo de saciarse con aquellas frutas deliciosas.

Pero he aquí que al terminar el décimo día había abusado de su dulzor de tal manera, que se le puso malo el vientre, y disgustado, se apresuró a frotarse las plantas de los pies y los tobillos con el jugo del vegetal, haciendo Offán lo propio, y se pusieron en camino por el Cuarto Mar.

Viajaron cuatro días y cuatro noches por este Cuarto Mar, y tomaron tierra en una isla que no era más que un banco de arena muy fina, de color blanco, donde anidaban reptiles de todas formas, cuyos huevos se incubaban al sol. Como no advirtieron en aquella isla ningún árbol ni una sola brizna de hierba, no quisieron pararse allá más que el tiempo preciso para descansar y frotarse los pies con el jugo que contenía el frasco.

Por el Quinto Mar sólo viajaron un día y una noche, porque al amanecer vieron una islita cuyas montañas eran de cristal con anchas venas de oro, y estaban cubiertas de árboles asombrosos que tenían flores de un amarillo brillante. Al caer la noche estas flores refulgían como astros, y su resplandor, reflejado por las rocas de cristal, iluminó la isla y la dejó más brillante que en pleno día. Y dijo Offán a Belukia: "Delante de los ojos tienes la Isla de las Flores de Oro. Se trata de unas flores que, después de caer de los árboles y cuando se secan, se reducen a polvo, y su fusión acaba por formar las venas de donde se saca el oro. Esta Isla de las Flores de Oro no es más que una partícula del sol separado del astro, y caída antaño aquí mismo".

Pasaron, pues, en aquella isla una noche magnífica, y al día siguiente se frotaron los pies con el líquido precioso y penetraron en la sexta región marítima.

Viajaron por el Sexto Mar...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 355: Pero cuando llegó la 360ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 360ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Viajaron por el Sexto Mar el tiempo suficiente para experimentar un placer grande al llegar a una isla cubierta de hermosísima vegetación, en la cual pudieron disfrutar de algún reposo sentados en la playa. Se levantaron luego y comenzaron a pasearse por la isla. ¡Pero cuál no sería su espanto al ver que los árboles ostentaban, a manera de frutos, cabezas humanas sostenidas por los cabellos! No tenían la misma expresión todas aquellas frutas en forma de cabeza humana: sonreían unas, lloraban o reían otras, mientras que las que habían caído de los árboles rodaban por el polvo y acababan por transformarse en globos de fuego que alumbraban la selva y hacían palidecer la luz del sol.

Y no pudieron por menos de pensar ambos viajeros: "¡Qué selva más singular!" Pero no se atrevieron a acercarse a aquellas frutas extrañas, y prefirieron volver a la playa. Y he aquí que a la caída de la tarde se sentaron detrás de una roca, y vieron de repente salir del mar y avanzar por la playa doce hijas del mar, de una belleza sin par, y con el cuello ceñido por un collar de perlas, quienes se pusieron a bailar en corro, saltando y dedicándose a jugar entre ellas con mil juegos locos durante una hora. Tras de lo cual se pusieron a cantar a la luz de la luna, y se alejaron a nado por el agua. Y por más que les encantaran mucho la belleza, los bailes y los cánticos de las hijas del mar, Belukia y Offán no quisieron prolongar más su estancia en la isla a causa de las espantosas frutas en forma de cabeza humana. Se frotaron, pues, la planta de los pies y los tobillos con el jugo encerrado en el frasco, y entraron en el Séptimo Mar.

Su viaje por este Séptimo Mar fue de muy larga duración, porque estuvieron andando dos meses de día y de noche, sin encontrar en su camino tierra alguna. Y para no morirse de hambre se vieron obligados a coger rápidamente los peces que de cuando en cuando salían a la superficie del agua, comiéndoselos crudos, tal y como estaban. Y empezaron a comprender a la sazón cuán prudentes eran los consejos que les di y a lamentarse por no haberlos seguido. Acabaron, empero, por llegar a una isla que supusieron era la Isla de los Siete Mares, donde debía encontrarse el cuerpo de Soleimán con el anillo mágico en uno de sus dedos.

Halláronse con que la Isla de los Siete Mares estaba cubierta de hermosísimos árboles frutales y regada por numerosos caudales de agua. Y como tenían bastante gana y la garganta seca a causa del tiempo que se vieron reducidos a no tomar por todo alimento más que peces crudos, se acercaron con extremado gusto a un gran manzano de ramas llenas de racimos de manzanas maduras. Y Belukia tendió la mano, y quiso coger de aquellos frutos; pero en seguida se hizo oír dentro del árbol una voz terrible que les gritó a ambos: "¡Como toquéis a estas frutas seréis partidos en dos!" Y en el mismo instante apareció enfrente de ellos un enorme gigante de una altura de cuarenta brazos, según medida de aquel tiempo. Y le dijo Belukia en el límite del terror: "¡Oh jefe de los gigantes! vamos a morir de hambre y no sabemos por qué nos prohíbes tocar estas manzanas." El gigante contestó: "¿Cómo pretendes ignorar el motivo de esta prohibición? ¿Olvidasteis ¡oh hijo de los hombres! que Adán, padre de vuestra raza, desobedeció las órdenes de Alah comiendo de estas frutas prohibidas? ¡Y desde aquel mismo tiempo estoy encargado de custodiar este árbol y de matar a cuantos echen mano a sus frutas! ¡Alejaos, pues, y buscad otras cosas con qué alimentaros!"

A estas palabras. Belukia y Offán se apresuraron a abandonar aquel paraje, y avanzaron hacia el interior de la isla. Buscaron otras frutas y se las comieron; luego se pusieron en busca del lugar donde pudiera encontrarse el cuerpo de Soleimán.

Después de caminar sin rumbo por la isla durante un día y una noche, llegaron a una colina cuyas rocas eran de ámbar amarillo y de almizcle, y en cuyas laderas se abría una gruta magnífica con bóveda y paredes de diamantes. Como estaba tan bien alumbrada, cual a pleno sol, se aventuraron bastante en sus profundidades, y a medida que avanzaban, veían aumentar la claridad y ensancharse la bóveda. Así anduvieron maravillándose de aquello, y empezaban a preguntarse si tendría fin la gruta, cuando de repente llegaron a una sala inmensa, tallada de diamante, y que ostentaba en medio un gran lecho de oro macizo, en el cual aparecía tendido Soleimán ben-Daúd, a quien podía reconocerse por su manto verde adornado de perlas y pedrerías, y por el anillo mágico que ceñía un dedo de su mano derecha, lanzando resplandores ante los que palidecía el brillo de la sala de diamantes. La mano que tenía el anillo en el dedo meñique, descansaba sobre su pecho, y la otra mano, extendida, sostenía el cetro áureo de ojos de esmeralda.

Al ver aquello, Belukia y Offán se sintieron poseídos por un gran respeto y no osaron avanzar. Pero enseguida dijo Offán a Belukia: "Ya que afrontamos tantos peligros y experimentamos tantas fatigas, no vamos a retroceder ahora que hemos alcanzado lo que perseguíamos. Yo me adelantaré solo hacia ese trono donde duerme el Profeta, y por tu parte pronunciarás tú las fórmulas conjuratorias que te enseñé, y que son necesarias para hacer escurrir el anillo por el dedo rígido".

Entonces comenzó Belukia a pronunciar las fórmulas conjuratorias, y Offán se acercó al trono y tendió la mano para llevarse el anillo. Pero, en su emoción, Belukia había pronunciado al revés las palabras mágicas, y tal error resultó fatal para Offán, porque enseguida le cayó desde el techo una gota de diamante líquido, que le inflamó por entero y en unos instantes le dejó reducido a un montoncillo de cenizas al pie del trono de Soleimán.

Cuando Belukia vio el castigo infligido a Offán por su tentativa sacrílega, se dio prisa a ponerse en salvo, cruzando la gruta y llegando a la salida para correr directamente al mar. Allí quiso frotarse los pies y marcharse de la isla; pero vio que ya no podía Hacerlo porque...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 356: Pero cuando llegó la 361ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 361ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... pero vio que ya no podía hacerlo porque se había abrasado Offán, y con él se consumió el frasco milagroso.

Muy entristecido entonces, comprendió por fin toda la exactitud y realidad de las palabras que les dije anunciándoles las desgracias que en tal empresa les esperaban, y echó a andar sin rumbo por la isla, ignorando lo que sería de él entonces, que se hallaba completamente solo, sin que pudiese servirle nadie de guía.

Mientras andaba de este modo vio una gran polvareda de la que salía un estrépito que se hizo ensordecedor como el trueno, y oyó chocar lanzas y espadas detrás de ella, y un tumulto producido por galopes y gritos que nada tenían de humano; y de repente vislumbró que de entre el polvo disipado salía un ejército entero de efrits, de genn, de mareds, de ghuls, de khotrobs, de saals, de baharis, en una palabra, de todas las especies de espíritus del aire, del mar, de la tierra, de los bosques, de las aguas y del desierto.

Tanto terror hubo de producirle este espectáculo, que ni siquiera pretendió moverse, y esperó allí hasta que el jefe de aquel ejército se adelantó hacia él, y le preguntó: "¿Quién eres? ¿Y cómo te ingeniaste para poder llegar a esta isla, donde venimos todos los años a fin de vigilar la gruta en que duerme el dueño de todos nosotros, Soleimán ben-Daúd?"

Belukia contestó: "¡Oh jefe de los bravos! Yo soy Belukia, rey de los Bani-Israil. Me he perdido en el mar, y tal es la razón de que me encuentre aquí. Pero permíteme que a mi vez te pregunte quién eres y quiénes son todos esos guerreros". El otro contestó: "Somos los genn, de la descendencia de Jan ben-Jan. ¡Ahora mismo veníamos del país donde reside nuestro rey, el poderoso Sakhr, señor de la Tierra-Blanca en que antaño reinó Scheddad, hijo de Aad!"

Belukia preguntó: "¿Pero dónde está enclavada esa Tierra-Blanca en que reina el poderoso Sakhr?" El otro contestó: "Detrás del monte Cáucaso, que se halla a una distancia de setenta y cinco meses de aquí, según medida humana. Pero nosotros podemos ir allá en un abrir v cerrar de ojos. ¡Si quieres, podemos llevarte con nosotros y presentarte a nuestro señor, ya que eres hijo de rey!"

No dejó de aceptar Belukia, y al punto fue transportado por los genn a la residencia de su rey, el rey Sakhr.

Vio una llanura magnífica surcada por canales con lecho de oro y plata; esta llanura, cuyo suelo aparecía cubierto de almizcle y de azafrán, estaba sombreada por árboles artificiales con ramas de esmeralda y frutos de rubíes, y llena de tiendas soberbias de seda verde sostenidas por columnas de oro incrustadas de pedrerías. En medio de esta llanura se alzaba un pabellón más alto que los demás de seda roja y azul, soportado por columnas de esmeraldas y rubíes, y en el cual se encontraba el rey Sakhr, sentado en un trono de oro macizo, teniendo a su diestra a otros reyes con sus vasallos, y a su izquierda a sus visires y a sus lugartenientes, a sus notables y a sus chambelanes.

Cuando estuvo en presencia del rey, Belukia comenzó por besar la tierra entre sus manos, y le cumplimentó. Entonces, el rey Sakhr, con mucha benevolencia, le invitó a sentarse al lado suyo en un sillón de oro. Luego le pidió que le dijese su nombre y le contara su historia Y Belukia le dijo quién era, y le contó toda su historia desde el principio hasta el fin, sin omitir ningún detalle.

Al oír tal relato, el rey Sakhr y cuantos le rodeaban llegaron al límite del asombro. Luego, a una seña del rey, se extendió el mantel para el festín, y los genn de la servidumbre llevaron las bandejas y porcelanas. Las bandejas de oro contenían cincuenta camellos tiernos cocidos y otros cincuenta asados, mientras que las bandejas de plata contenían cincuenta cabezas de carnero, y las frutas, maravillosas de tamaño y calidad, aparecían dispuestas en fila y bien alineadas en las porcelanas. Y cuando estuvo todo listo, comieron y bebieron en abundancia; y terminada la comida, no quedaba en las bandejas ni en las porcelanas la menor señal de los manjares ni de las cosas exquisitas con que se llenaron.

Sólo entonces dijo el rey Sakhr a Belukia: "Sin duda, ¡oh Belukia! ignoras nuestra historia y nuestro origen. Pues, voy a decirte sobre ello algunas palabras, para que a tu regreso entre los hijos de los hombres puedas transmitir a las edades la verdad sobre tales cuestiones, todavía para ellos muy oscuras.

"Has de saber, pues, ¡oh Belukia! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 357: Pero cuando llegó la 362ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 362ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

". .. Has de saber, pues, ¡oh Belukia! que en el principio de tiempos, Alah el Altísimo creó el fuego, y lo guardó en el Globo en siete regiones diferentes, situadas una debajo de otra, cada cual a una distancia de mil años, según medida humana.

"A la primera región del fuego la llamó Gehannam, y su espíritu la destinó a las criaturas rebeldes que no se arrepienten. A la segunda región la llamó Lazy, porque la construyó en forma de sima, y la destinó a todos aquellos que después de la venida futura del profeta Mohamed (¡con él la plegaria y la paz!) persistiesen en sus errores y sus tinieblas y rehusaran hacerse creyentes. Construyó luego la tercera región, y tras de darle la forma de una caldera hirviente, la llamó El-Jahim, y encerró en ella a los demonios Goy Y Magoy. Después de lo cual formó la cuarta región, la llamó Sair, e hizo de ella la vivienda de Eblis, jefe de los ángeles rebeldes, que se había negado a reconocer a Adán y saludarle, desobedeciendo así órdenes formales del Altísimo. Luego limitó la quinta región, le dio el nombre de Sakhar, y la reservó, para los impíos, para los embusteros y para los orgullosos. Hecho lo cual, abrió una caverna inmensa, la llenó de aire abrasado y pestilente, la llamó Hitmat, y la destinó para las torturas de judíos y cristianos.

En cuanto a la séptima, llamada Hawya, la reservó para meter allí a los judíos y cristianos que no cupiesen en la anterior, y a los que fueran creyentes más que en apariencia. Estas dos últimas regiones son las más espantosas, mientras que la primera resulta muy soportable. Su estructura es bastante parecida. En Gehannam, la primera, por ejemplo, no se cuentan menos de setenta mil montañas de fuego, cada una de las cuales encierra setenta mil valles; cada valle comprende setenta mil ciudades; cada ciudad, setenta mil torres, cada torre, setenta mil casas, y cada casa, setenta mil bancos. Además, cada uno de bancos, cuyo número puede sacarse multiplicando todas estas cifras contiene setenta mil torturas y suplicios diversos, de los que sólo Alah conoce la variedad, la intensidad y la duración. Y como esta región es la menos ardiente de las siete, puedes formarte una idea ¡oh Belukia! de los tormentos guardados en las otras seis regiones.

"Si te facilito este dato y estas explicaciones acerca del fuego, ¡oh Belukia! se debe a que los genn somos hijos del fuego.

"Porque los dos primeros seres que del fuego creó Alah eran dos genn, de los cuales hizo El su guardia particular, y a quienes llamó Khallet y Mallit; y a uno le dio la forma de un león, y a otro la forma de un lobo. Y al león le dio órganos masculinos y al lobo órganos femeninos.

El miembro del león Khallit tenía una longitud igual a una distancia en cuyo recorrido se tardasen veinte años, y la vulva de Mallit, la loba, tenía la forma de una tortuga, y su tamaño guarda proporción con la longitud del miembro de Khallit. Uno era de color jaspeado con blanco y negro; y la otra era rosada y blanca. Y Alah unió sexualmente a Khallit y a Mallit, y de su cópula hizo nacer dragones, serpientes, escorpiones y animales inmundos, con los que pobló las Siete Regiones para suplicio de los condenados. Luego ordenó Alah a Khallit y a Mallit que copularan por segunda vez, e hizo nacer de este segundo enlazamiento siete machos y siete hembras, que crecieron en la obediencia. Cuando fueron mayores, uno de ellos que hacía concebir las mejores esperanzas en vista de su conducta ejemplar, fue especialmente distinguido por el Altísimo, quien hizo de él el jefe de sus cohortes constituidas por la reproducción incesante del león y la loba.

Su nombre era precisamente Eblis. Pero emancipado más tarde de su obediencia a las órdenes de Alah, que le mandaba prosternarse ante Adán, hubo de precipitársele en la cuarta región con todos los que se unieron a él. Y Eblis y su descendencia poblaron de demonios machos y hembras el infierno. En cuanto a los otros seis varones y las otras mujeres, siguieron sumisos, uniéndose entre sí, y tuvieron por hijos a los genn, entre los cuales nos contamos, ¡oh Belukia! Y tal es, en pocas palabras, nuestra genealogía.

No te asombres, pues, al vernos, comer de esta manera, porque nuestro origen está en un león, y en una loba. Para darte una idea de la capacidad de nuestro vientre, te diré que cada uno de nosotros devora en el día diez camellos, veinte carneros, y se bebe cuarenta cucharadas de caldo, advirtiéndote que cada cucharada contiene tanto como un caldero.

"¡Ahora, oh Belukia! para que sea perfecta tu instrucción a tu regreso entre los hijos de los hombres, has de saber que a la tierra que habitamos la están refrescando siempre las nieves del monte Cáucaso, que la rodea cual un cinturón. De no ser así, no podría habitarse nuestra tierra por causa del fuego subterráneo. También está la tal constituida por siete pisos que gravitan sobre los hombros de un genni dotado de una fuerza maravillosa. Este genni está de pie encima de una roca que descansa a lomos de un toro; al toro lo sostiene un pez enorme, y el pez nada en la superficie del Mar de la Eternidad.

"El Mar de la Eternidad tiene por lecho el piso superior del infierno, el cual, con sus siete regiones, está cogido entre las fauces de una serpiente monstruosa que permanecerá quieta hasta el día del Juicio.

"Entonces vomitarán sus fauces el infierno y su contenido en presencia del Altísimo, que dictará sentencia de un modo definitivo. "He aquí ¡oh Belukia!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 358: Y cuando llegó la 363ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 363ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... He aquí ¡oh Belukia! nuestra historia, nuestro origen y la formación del globo, rápidamente resumidos.

"También debo decirte, para acabar tu instrucción a este respecto, que nuestra edad siempre es la misma; mientras sobre la tierra, a nuestro alrededor, la Naturaleza y los hombres, y los seres creados, todos se encaminan invariablemente hacia la decrepitud, nosotros no envejecemos nunca. Esta virtud se la debemos a la fuente de vida donde bebemos, y de la que es guardián Khizr en la región de las tinieblas. Ese venerable Khizr es quien normaliza las estaciones, engalana con sus coronas verdes a los árboles, hace correr las aguas fugitivas, extiende el tapiz verdeante de las praderas, y revestido por las tardes con su manto verde, funde los tintes ligeros con que se coloran los cielos en el crepúsculo.

"Y ahora, ¡oh Belukia! por haberme escuchado con tanta atención, te recompensaré haciendo que te saquen de aquí y te dejen a la entrada de tu país, siempre que lo desees".

Al oír tales palabras, Belukia dio las gracias con efusión al rey Sakhr, jefe de los genn, por su hospitalidad, por sus lecciones y por su ofrecimiento, que aceptó en seguida. Se despidió, pues, del rey, de sus visires y de los demás genn, y se montó en los hombros de un efrit muy robusto, que en un abrir y cerrar de ojos le hizo atravesar el espacio, y le depositó dulcemente en tierra conocida, cerca de las fronteras del país del joven.

Cuando Belukia se disponía a emprender el camino de su ciudad, una vez conocida la dirección que tenía que seguir, vio sentado entre dos tumbas y llorando con amargura a un joven de belleza perfecta, pero de tez pálida y aspecto muy triste. Se acercó a él, le saludó amistosamente, y le dijo: "¡Oh hermoso joven! ¿Por qué te veo llorando sentado entre estas dos tumbas? ¡Dime a qué obedece ese aire afligido, para que trate de consolarte!"

El joven alzó hacia Belukia su mirada triste, y le dijo con lágrimas en los ojos: "¿Para qué te detienes en tu camino, ¡oh viajero!? ¡Deja correr mis lágrimas en la soledad sobre estas piedras de mi dolor!"

Pero Belukia le dijo: "¡Oh hermano de infortunio, sabe que poseo un corazón compasivo dispuesto a escucharte! ¡Puedes, pues, revelarme sin temor la causa de tu tristeza!" Y se sentó junto a él en el mármol, le cogió las manos con las suyas, y para animarle a hablar le contó su propia historia desde el principio hasta el fin.

Luego, le dijo: "¿Y cuál es tu historia, ¡oh, hermano mío!? ¡Te ruego que me la cuentes cuanto antes, porque presiento que debe ser infinitamente atractiva!"

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 359: Historia del hermoso joven triste



HISTORIA DEL HERMOSO JOVEN TRISTE[editar]

El joven de semblante dulce y triste que lloraba entre las dos tumbas dijo entonces al joven rey Belukia:

"Has de saber ¡oh hermano mío! que también soy yo un hijo de rey, y es mi historia tan extraña y tan extraordinaria, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección saludable a quien la leyera con simpatía. ¡No quiero, pues, dejar pasar más tiempo sin contártela!"

Calló por algunos instantes, secó sus lágrimas, y con la frente apoyada en la mano, comenzó así esta maravillosa historia:

"Nací, ¡oh hermano mío! en el país de Kabul, donde reina mi padre, el rey Tigmos, jefe de los Bani-Schalán y del Afghanistán. Mi padre, que es un rey muy grande y muy justiciero, tiene bajo su soberanía a siete reyes tributarios, de los cuales cada uno es señor de cien ciudades y de cien fortalezas. Manda, además, mi padre, en cien mil jinetes valerosos y en cien mil bravos guerreros. En cuanto a mi madre, es la hija del rey Bahrawán, soberano del Khorassán. Mi nombre es Janschah.

Desde mi infancia hizo mi padre que se me instruyera en las ciencias, en las artes y en los ejercicios corporales, de modo que a la edad de quince años me contaba yo entre los mejores jinetes del reino, y dirigía las cacerías y las carreras montado en mi caballo, más veloz que el antílope.

Un día entre los días, durante una cacería en la que se encontraban mi padre el rey y todos sus oficiales, después de estar tres días en las selvas y de matar muchas liebres, a la caída de la tarde vi aparecer, a algunos pasos del lugar en que me hallaba con siete de mis mamalik, una gacela de elegancia extremada. Al advertirnos, ella se asustó, y huyó saltando con toda su ligereza. Entonces yo, seguido por mis mamalik, la perseguí durante varias horas; de tal suerte llegamos a un río muy ancho y muy profundo, donde creímos que podríamos cercarla y apoderarnos de ella. Pero tras una corta vacilación, se tiró al agua v empezó a nadar para alcanzar la otra orilla. Y nosotros nos apeamos vivamente de nuestros caballos, los confiamos a uno de los nuestros, nos abalanzamos a una barca de pesca que estaba amarrada allí, y maniobramos con rapidez para dar alcance a la gacela. Pero cuando llegamos a la mitad del río, no pudimos dominar ya nuestra embarcación, que arrastraron a la deriva el viento y la poderosa corriente, en medio de la oscuridad que aumentaba, sin que nuestros esfuerzos pudiesen llevarnos por buen camino. Y de aquel modo fuimos arrastrados durante toda la noche con una rapidez asombrosa, creyendo estrellarnos a cada instante contra alguna roca a flor de agua o cualquier otro obstáculo que se alzase en nuestra ruta forzosa. Y aquella carrera aún duró todo el día y toda la noche siguientes. Y sólo al otro día por la mañana pudimos desembarcar al fin en una tierra a la que nos arrojó la corriente.

Mientras tanto, mi padre, el rey Tigmos, se enteró de nuestra desaparición al preguntar al mameluco que guardaba nuestros caballos. Y cuando recibió semejante noticia, llegó a tal estado de desesperación, rompió en sollozos, tiró al suelo su corona, se mordió de dolor las manos, y envió en seguida por todas partes en busca nuestra, emisarios conocedores de aquellas comarcas inexploradas. En cuanto a mi madre, al saber mi desaparición, se abofeteó el rostro, desgarró sus vestidos, se mezo los cabellos y se puso trajes de luto.

Volviendo a nosotros, cuando arribamos a aquella tierra dimos con un hermoso manantial que corría bajo los árboles, y nos encontramos con un hombre que se refrescaba los pies en el agua, sentado tranquilamente. Le saludamos con cortesía y le preguntamos dónde estábamos. Pero sin devolvernos el saludo, nos respondió el hombre con una voz de falsete semejante al graznido de un cuervo o de cualquier otra ave de rapiña...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 360: Pero cuando llegó la 364ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 364ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...nos respondió el hombre con una voz de falsete semejante al graznido de un cuervo o de cualquier otra ave de rapiña. Luego se levantó de un salto, se partió en dos partes al hacer un movimiento, cortándose por la mitad, y corrió a nosotros con el tronco solamente, mientras su parte inferior corría en dirección distinta. Y en el mismo momento surgieron de todos los puntos de la selva otros hombres semejantes a aquél, los cuales corrieron a la fuente, se partieron en dos partes con un movimiento de retroceso y se abalanzaron a nosotros con su tronco solamente. Arrojáronse entonces sobre los tres de mis mamalik más próximos a ellos, y se pusieron al punto a devorarlos vivos, mientras que yo y mis otros mamalik nos lanzamos a nuestra barca, y prefiriendo mil veces ser devorados por el agua que devorados por aquellos monstruos, nos dimos prisa a alejarnos de la orilla, dejándonos de nuevo llevar por la corriente.

Y entonces, mientras los troncos devoraban a mis tres desgraciados mamalik, vimos correr por la ribera todas las piernas y nalgas con un galope furioso y desordenado, que nos aterró en nuestra barca, fuera ya de su alcance. Y también nos asombramos mucho del terrible apetito de aquellos troncos cortados por el vientre, y nos preguntamos cómo era posible semejante cosa, deplorando siempre la suerte de nuestros desgraciados compañeros.

Nos impulsó la corriente hasta el siguiente día, y llegamos entonces a una tierra cubierta de árboles frutales y grandes jardines de flores encantadoras. Pero cuando amarramos nuestra barca, no quise echar pie a tierra, y encargué a mis tres mamalik que fuesen primero a inspeccionar el terreno. Así lo hicieron, y después de estar ausentes medio día, volvieron a contarme que habían recorrido una distancia grande, caminando de un lado a otro, sin encontrar nada sospechoso; más tarde habían visto un palacio de mármol blanco, cuyos pabellones eran de cristal puro, y en medio del cual aparecía un jardín magnífico con un lago soberbio; entraron en el palacio y vieron una sala inmensa, donde se alineaban sillones de marfil alrededor de un trono de oro enriquecido con diamantes y rubíes; pero no encontraron a nadie ni en los jardines ni en el palacio.

En vista de un relato tan tranquilizador, me decidí a salir de la barca, y emprendí con ellos el camino del palacio. Empezamos por satisfacer nuestra hambre comiendo las frutas deliciosas de los árboles del jardín, y luego entramos a descansar en el palacio. Yo me senté en el trono de oro y mis mamalik en los sillones de marfil; y aquel espectáculo hubo de recordarnos a mi padre el rey, a mi madre y al trono que perdí, y me eché a llorar; y mis mamalik también lloraron de emoción.

Cuando nos sumíamos en tan tristes recuerdos, oímos un gran ruido semejante al del mar, y enseguida vimos entrar en la sala donde nos hallábamos un cortejo formado por visires, emires, chambelanes y notables; pero pertenecientes todos a la especie de los monos. Los había entre ellos grandes y pequeños. Y creíamos que había llegado nuestro fin. Pero el gran visir de los monos, que pertenecía a la variedad más corpulenta, fue a inclinarse ante nosotros con las más evidentes muestras de respeto, y en lenguaje humano me dijo que él y todo el pueblo me reconocían como a su rey y nombraban jefes de su ejército a mis tres mamalik. Luego, tras de haber hecho que nos sirvieran de comer gacelas asadas, me invitó a pasar revista al ejército de mis súbditos, los monos, antes del combate que debíamos librar con sus antiguos enemigos los ghuls, que habitaban la comarca vecina.

Entonces, yo, como estaba muy fatigado, despedí al gran visir y a los demás, conservando en mi compañía sólo a mis tres mamalik. Después de discutir durante una hora acerca de nuestra nueva situación, resolvimos huir de aquel palacio y de aquella tierra cuanto antes, y nos dirigimos a nuestra embarcación; pero al llegar al río notamos que había desaparecido la barca, y nos vimos obligados a regresar al palacio, donde estuvimos durmiendo hasta la mañana.

Cuando nos despertamos, fue a saludarnos el gran visir de mis nuevos súbditos, y me dijo que todo estaba dispuesto para el combate contra los ghuls. Y al mismo tiempo los demás visires llevaron a la puerta del palacio cuatro perros enormes que debían servirnos de cabalgadura a mí y a mis mamalik, y estaban embridados con cadenas de acero. Y nos vimos obligados yo y mis mamalik a montar en aquellos perros y tomar la delantera, en tanto que a nuestras espaldas, lanzando aullidos y gritos espantosos, nos seguía todo el ejército innumerable de mis súbditos monos capitaneados por mi gran visir.

Al cabo de un día y una noche de marcha, llegamos frente a una alta montaña negra, en la que se encontraban las guardias de los ghuls, los cuales no tardaron en mostrarse. Los había de diferentes formas, a cual más espantables. Unos ostentaban cabeza de buey sobre un cuerpo de camellos, otros parecían hienas, mientras otros tenían un aspecto indescriptible por lo horroroso, y no se asemejaban a nada conocido que permitiera establecer una comparación.

Cuando los ghuls nos vislumbraron, bajaron de la montaña, y parándose a cierta distancia nos abrumaron con una lluvia de piedras. Mis súbditos respondieron del propio modo, y la refriega se hizo terrible por una y otra parte. Armados con nuestros arcos, yo y mis mamalik disparamos a los ghuls una cantidad de flechas, que mataron a un gran número, para júbilo de mis súbditos, a quienes aquel espectáculo llenó de ardor. Así es que acabamos por lograr la victoria, y nos pusimos a perseguir ghuls.

Entonces, yo y mis mamalik determinamos aprovecharnos del desorden de aquella retirada, y montados en nuestros perros, escapar de mis súbditos los monos, poniéndonos en fuga por el lado opuesto, sin que se diesen ellos cuenta; y a galope tendido desaparecimos de su vista.

Después de correr mucho, nos detuvimos para dar un respiro a nuestras cabalgaduras, y vimos enfrente de nosotros una roca grande, tallada en forma de tabla, y en la que aparecía grabada en lengua hebraica una inscripción que decía así:

¡Oh tú, cautivo, a quien arrojó el Destino a esta región para hacer de ti el rey de los monos! Si quieres renunciar a tu realeza por medio de la fuga, dos caminos se abren a tu liberación: uno de estos caminos se halla a tu derecha, y es el que antes te conducirá a orillas del Océano que rodea al mundo; pero cruza por desiertos terribles llenos de monstruos y de genios malhechores. El otro, el de la izquierda, se tarda cuatro meses en recorrerle, y atraviesa un gran valle, que es el Valle de las Hormigas. Si tomas ese camino, resguardándote de las hormigas, irás a parar a una montaña de fuego, al pie de la cual se encuentra la Ciudad de los Judíos. ¡Yo, Soleimán ben-Daúd, escribí esto para tu salvación!

Cuando leímos tal inscripción, llegamos al límite del asombro, y nos apresuramos a emprender el camino de la izquierda, que debía conducirnos a la Ciudad de los Judíos, pasando por el Valle de las Hormigas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 361: Pero cuando llegó la 365ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 365ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... el camino de la izquierda, que debía conducirnos a la Ciudad de los Judíos, pasando por el Valle de las Hormigas. Pero aún no llevábamos una jornada de marcha, cuando sentimos temblar el suelo bajo nuestros pies, y al punto vimos aparecer detrás de nosotros a mis súbditos los monos, que llegaban a toda velocidad con el gran visir a la cabeza. Cuando nos dieron alcance, nos rodearon por todos lados, lanzando aullidos de alegría por habernos encontrado, y el gran visir se hizo intérprete de todos pronunciando una arenga para cumplimentarnos por haber salido con bien.

Aquel encuentro nos contrarió mucho, aunque tuvimos cuidado de ocultarlo e íbamos a emprender de nuevo con mis súbditos el camino de palacio, cuando del valle que en aquel momento atravesábamos vimos salir un ejército de hormigas, cada una de las cuales tenía la corpulencia de un perro. Y en un abrir y cerrar de ojos comenzó una pelea espantable entre mis súbditos y, las hormigas monstruosas, cogiendo con sus patas a los monos y partiéndolos en dos de un golpe, y abalanzándose de diez en diez los monos contra cada hormiga para poder matarla.

En cuanto a nosotros, quisimos aprovecharnos del combate para huir a lomos de nuestros perros; pero desgraciadamente fui yo el único que pude escaparme, porque las hormigas advirtieron a mis tres mamalik y se apoderaron de ellos, partiéndolos en dos con sus garras formidables. Y me salvé, deplorando la pérdida de mis últimos compañeros, y llegué a un río, que atravesé a nado, abandonando mi cabalgadura, y llegué sano y salvo a la otra orilla, donde lo primero que hice fue secar mi ropa; y luego me quedé dormido hasta la mañana, seguro ya de que no me perseguían, pues el río me separaba de las hormigas y de mis súbditos los monos.

Cuando me desperté, eché a andar durante días y días, comiendo plantas y raíces, hasta llegar a la montaña consabida, al pie de la cual vi, efectivamente, una gran ciudad, que era la Ciudad de los Judíos, tal como me lo había indicado la inscripción. Pero me asombró mucho en esta ciudad un detalle del que no hablaba la inscripción, y que noté más tarde; en efecto, hube de comprobar que el río que atravesé a pie enjuto aquel día para llegar a la ciudad estaba lleno de agua todo el resto de la semana; y también supe que aquel río, caudaloso los demás días no llevaba agua el sábado, que es el día de fiesta de los judíos.

Y he aquí que entré en la ciudad aquel día y no vi por las calles a nadie. Me encaminé entonces a la primera casa que encontré en mi camino, abrí la puerta y penetré en ella. Me hallé entonces en una sala donde estaban sentados en corro muchos personajes de aspecto venerable. Entonces, animado por la bondad de sus rostros, me acerqué a ellos respetuosamente, y después del saludo, les dije: "Soy Janschah, hijo del rey Tigmos, señor de Kabul y jefe de los Bani-Schalán. Os ruego ¡oh mis señores! que me digáis a qué distancia estoy de mi país y qué camino debo tomar para llegar a él. ¡Además, tengo hambre!" Entonces me miraron sin contestarme cuantos estaban sentados allí, y el que parecía ser su jeique me dijo por señas solamente y sin pronunciar una palabra: "¡Come y bebe, pero no hables!" Y me mostró una bandeja de manjares asombrosos, que por cierto jamás había yo visto, y que estaban guisados con aceite, a juzgar por el olor. Entonces comí, bebí y guardé silencio.

Cuando hube acabado, se acercó a mí el jeique de los judíos, y me preguntó igualmente por señas: "¿Quién? ¿De dónde? ¿Adónde?" Entonces le pregunté por señas si podía contestar, y tras una señal afirmativa suya seguida de otra que quería decir: ¡No pronuncies más de tres palabras! pregunté: "¿Caravana Kabul, cuándo?"

Me contestó: "¡No lo sé!", siempre sin pronunciar una palabra, y me hizo seña de que me marchara, porque ya había terminado mi comida. Entonces le saludé, como también a todos los circunstantes, y salí, asombrándome en extremo de sus maneras extrañas. Ya en la calle intentaba orientarme, cuando por fin oí a un pregonero público que decía a voces: "¡Quién quiera ganarse mil monedas de oro y poseer una esclava joven de belleza sin igual, que venga conmigo, para efectuar un trabajo de una hora!"

Como yo estaba en la penuria, me acerqué al pregonero, y le dije: "¡Acepto el trabajo, y al mismo tiempo los mil dinares y la esclava joven!" Entonces me cogió de la mano y me llevó a una casa amueblada muy ricamente, en la que estaba sentado en un sillón de ébano un judío viejo, ante el cual se inclinó el pregonero, presentándome, y dijo: "¡He aquí, al fin, a un joven extranjero, que ha sido el único que respondió a mi llamamiento en los tres meses que hace que pregono la cosa!"

Al oír estas palabras, el viejo judío, dueño de la casa, me hizo sentar a su lado, estuvo conmigo muy amable, ordenando que me sirvieran de comer y de beber sin parsimonia, y terminada la comida me dio una bolsa con mil monedas de oro que no eran falsas, a la vez que mandaba a sus esclavas que me pusieran un ropón de seda y me llevaran junto a la joven esclava que me daba anticipadamente por el trabajo en proyecto que yo aún no conocía...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 362: Pero cuando llegó la 366ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 366ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... la joven esclava que me daba anticipadamente por el trabajo en proyecto que yo aún no conocía.

Entonces, después de haberme puesto el ropón de seda consabido, los esclavos me llevaron a la estancia donde me esperaba la joven, que debía ser virgen, según afirmación del viejo judío. Y me encontré, en efecto, con una joven muy bella, en cuya compañía me dejaron solo para pasar la noche. Y al punto me acosté con ella y la encontré perfecta en verdad.

Tres días y tres noches pasé con ella, comiendo y bebiendo y haciendo lo que tenía que hacer, y a la mañana del cuarto día el anciano hizo que me llamaran, y me dijo: "¿Estás ahora dispuesto a ejecutar el trabajo que te he pagado y que de antemano aceptaste?”

Declaré que estaba dispuesto a prestarme a aquel trabajo, sin saber de qué se trataba.

Entonces el viejo judío ordenó a sus esclavos que enjaezaran y llevaran dos mulas; y los esclavos llevaron dos mulas enjaezadas. Montó en una él y yo en otra, y me dijo que le siguiera. Íbamos a buen paso, y de tal suerte caminamos hasta mediodía, hora en la que llegamos al pie de una alta montaña cortada a pico, y en cuyas laderas no se veía ningún sendero por donde pudiese aventurarse un hombre o una cabalgadura cualquiera. Echamos pie a tierra, y el viejo judío me tendió un cuchillo, diciéndome: "¡Clávalo en el vientre de tu mula! ¡Ha llegado el momento de empezar a trabajar!" Yo obedecí y clavé el cuchillo en el vientre de la mula, que no tardó en sucumbir; luego, por orden del judío, desollé al animal y limpié la piel. Entonces mi interlocutor me dijo: "Tienes que echarte ahora encima de esa piel, para que yo la cosa contigo dentro como si estuvieras en un saco". Y obedecí asimismo, y me eché encima de la piel, la cual cosió el anciano cuidadosamente conmigo dentro; luego me dijo: "¡Escucha bien mis palabras! De un instante a otro se arrojará sobre ti un pájaro enorme y te cogerá para llevarte a su nido, que está situado en la cima de esta montaña escarpada. Ten mucho cuidado de no moverte cuando te sientas transportado por los aires, porque te soltaría el pájaro y te estrellarías al caer al suelo; pero cuando te haya dejado en la montaña, corta la piel con el cuchillo que te di y sal del saco. El pájaro se asustará y no te hará nada. Entonces has de recoger las piedras preciosas de que está cubierta la cima de esta montaña y me las arrojas. Hecho lo cual, bajarás a reunirte conmigo".

Y he aquí que apenas había acabado de hablar el viejo judío, me sentí transportado por los aires, y al cabo de algunos instantes me dejaron en el suelo. Entonces corté con mi cuchillo el saco y asomé por la abertura mi cabeza. Aquello asustó al pájaro monstruoso, que huyó volando a toda prisa. Yo me puse entonces a recoger rubíes, esmeraldas y demás piedras preciosas que cubrían el suelo, y se las arrojé al viejo judío. Pero cuando quise bajar advertí que no había ni un sendero donde poner el pie, y vi que el viejo judío montaba en su mula después de recoger las piedras, y se alejaba rápidamente hasta desaparecer de mi vista.

Entonces, en el límite de la desesperación, lloré mi destino y pensando hacia qué lado me convendría más encaminarme, eché a andar todo derecho delante de mí y a la ventura, errando de tal suerte dos meses hasta llegar al final de la cadena de montañas, a la entrada de un valle magnífico, en el que los arroyos, los árboles y las flores glorificaban al Creador entre gorjeos de pájaros.

Allí vi un inmenso palacio que se elevaba a gran altura por los aires y hacia el cual me encaminé. Llegué a la puerta, donde hallé sentado en el banco del zaguán a un anciano cuyo rostro brillaba de luz. Tenía en la mano un cetro de rubíes y llevaba en la cabeza una corona de diamantes. Le saludé y me devolvió el saludo con amabilidad, y me dijo: "¡Siéntate junto a mí, hijo mío!" Y cuando me senté, me preguntó: "¿De dónde vienes a esta tierra que nunca halló la planta de un adamita?" ¿Y adónde te propones ir?"

Por toda respuesta estallé en sollozos, y se diría que me iba a ahogar el llanto. Entonces me dijo el anciano: "Cesa de llorar así, hijo mío, porque me encoges el corazón. Ten valor y empieza por reanimarte comiendo y bebiendo". Y me introdujo en una vasta sala, dándome de comer y de beber. Y cuando me vio en mejor estado de ánimo, me rogó que le contase mi historia, y satisfice su deseo, y a mi vez le rogué que me dijese quién era y a quién pertenecía aquel palacio. Me contestó: "Sabe, hijo mío, que este palacio fue construido antaño por nuestro señor Soleimán, de quien soy representante para gobernar a las aves. Cada año vienen aquí a rendirme pleitesía todas las aves de la tierra. Si deseas regresar a tu país, te recomendaré a ellas la primera vez que vengan a recibir órdenes mías, y te transportarán a tu país. En tanto, para matar el tiempo hasta que lleguen, puedes circular por todo este inmenso palacio, y puedes entrar en todas las salas, con excepción de una sola, la que se abre con la llave de oro que ves entre todas estas llaves que te doy".

Y el anciano gobernador de las aves me entregó las llaves y me dejó en completa libertad.

Empecé por visitar las salas que daban al patio principal del palacio; luego penetré en las otras estancias, que estaban todas arregladas para que sirvieran de jaulas a las aves, y de tal suerte llegué ante la puerta que se abría con la llave de oro...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 363: Y cuando llegó la 367ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 367ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... de tal suerte llegué ante la puerta que se abría con la llave de oro, y permanecí largo tiempo mirándola, sin osar ni siquiera tocarla con la mano en vista de la prohibición que me hizo el anciano; pero al cabo no pude resistir a la tentación que colmaba mi alma, metí la llave de oro en la cerradura, abrí la puerta y presa del temor penetré en el lugar prohibido.

Pero, lejos de tener ante los ojos un espectáculo asombroso, vi, primeramente, en medio de un pabellón con el piso incrustado de pedrerías de todos colores, un estanque de plata rodeado de pájaros de oro que echaban agua por el pico, con un ruido tan maravilloso, que creí oír los trinos de cada uno de ellos resonar melodiosamente contra las paredes de plata. Había en torno al estanque, divididos por clases, cuadros de flores de suaves perfumes que casaban sus colores con los de las frutas de que estaban cargados los árboles que esparcían sobre el agua su frescura asombrosa. La arena que yo hallaba era polvo de esmeralda y diamante, y se extendía hasta las gradas de un trono que se alzaba enfrente del estanque maravilloso. Estaba hecho aquel trono con un solo rubí, cuyas facetas reflejaban en el jardín el rojo de sus rayos fríos, que iluminaban el agua con un brillo de pedrerías.

Me detuve extático ante cosas tan sencillas nacidas de la unión pura de los elementos; luego fui a sentarme en el trono de rubí, que aparecía coronado por un dosel de seda roja, y cerré los ojos un instante para que penetrara mejor aquella fresca visión en mi alma entusiasmada.

Cuando abrí los ojos vi que se adelantaban hacia el estanque, sacudiendo sus plumas blancas, tres elegantes palomas que iban a darse un baño. Saltaron con gracia el ancho borde del estanque de plata, y después de abrazarse y hacerse mil caricias encantadoras, ¡oh mis ojos maravillados! las vi arrojar lejos de sí su virginal manto de plumas y aparecer en una desnudez de jazmín, con el aspecto de tres jóvenes bellas como lunas. Y al punto se sumergieron en el estanque para entregarse a mil juegos y mil locuras, ora desapareciendo, ora reapareciendo entre remolinos brillantes, para volver a desaparecer riendo a carcajadas, mientras sólo sus cabelleras flotaban sobre el agua, sueltas en un vuelo de llama.

Ante tal espectáculo, ¡oh hermano Belukia! sentí que mi corazón nadaba en mi cerebro y trataba de abandonarlo. Y como no podía contener mi emoción, corrí enloquecido hacia el estanque y grité: "¡Oh, jóvenes; oh, lunas, oh, soberanas!"

Cuando me vislumbraron las jóvenes lanzaron un grito de terror, y saliendo del agua con ligereza, corrieron a coger sus mantos de plumas, que echaron sobre su desnudez, y volaron al árbol más alto entre los que daban sombra a la pila, y se echaron a reír mirándome.

Entonces me acerqué al árbol, levanté hacia ellas los ojos, y les dije: "¡Oh, soberanas, os ruego que me digáis quiénes sois! ¡Yo soy Janschah, hijo del rey Tigmos, soberano de Kabul y jefe de los Bani-Schalán!" Entonces la más joven de las tres, precisamente aquella cuyos encantos habíanme impresionado más, me dijo: "Somos las hijas del rey Nassr, que habita en el palacio de los diamantes. Venimos aquí para dar un paseo y con el sólo fin de distraernos".

Dije: "En ese caso, ¡oh mi señora! ten compasión de mí y baja a completar el juego conmigo". Ella me dijo: "¿Y desde cuándo pueden las jóvenes jugar con los jóvenes, ¡oh Janschah!? ¡Pero si deseas absolutamente conocerme mejor, no tienes más que seguirme al palacio de mi padre!" Y habiendo dicho estas palabras, me lanzó una mirada que me penetró el hígado, y emprendió el vuelo en compañía de sus dos hermanas hasta que la perdí de vista.

Al ver aquello, en el límite ya de la desesperación, di un grito agudo y caí desmayado bajo el árbol.

No sé cuánto tiempo permanecí echado de aquel modo; pero cuando volví en mí, el anciano gobernador de las aves estaba a mi lado y me rociaba el rostro con agua de flores. Cuando me vio abrir los ojos, me dijo: "¡Ya ves, hijo mío, lo que te ha costado desobedecerme! ¿No te prohibí que abrieras la puerta de este pabellón?"

Yo, por toda respuesta, me limité a prorrumpir en sollozos, y luego improvisé estos versos:

¡Ha arrebatado mi corazón una esbelta joven de cuerpo armonioso!
¡Arrebatador es su talle entre todos los talles! ¡Cuando sonríe, sus labios excitan los celos de las rosas y los rubíes!
¡Su cabellera oscila por encima de su hermosa grupa redonda!
¡Las flechas que disparan los arcos de sus pestañas dan en el blanco, aun desde lejos, y hacen heridas incurables!
¡Oh belleza suya! ¡No tienes rival y borras las bellezas todas de la India!

Cuando acabé de recitar estos versos, me dijo el anciano: "Comprendo lo que te ha sucedido. Viste a las jóvenes vestidas de palomas, que algunas veces vienen a darse un baño aquí". Yo exclamé: "Las vi, padre mío, y te ruego que me digas dónde se halla el palacio de los diamantes, en que habitan con su padre el rey Nassr".

Contestó: "No hay para qué pensar en ir allí, hijo mío, pues el rey Nassr es uno de los jefes más poderosos de la genn, y dudo mucho que te diera en matrimonio a una de sus hijas. Ocúpate, pues, de preparar tú regreso a tu país. Yo mismo te facilitaré la tarea recomendándote a las aves que enseguida van a venir a presentarme sus respetos, y que te servirán de guías". Contesté: "¡Te doy las gracias, padre mío; pero renuncio a regresar al lado de mis padre, si no debo volver ya a ver a la joven que me habló!" Y al decir estas palabras me arrojé a los pies del anciano llorando, y le supliqué que me indicara el medio de volver a ver a las jóvenes vestidas de palomas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 364: Pero cuando llegó la 368ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 368ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... el medio de volver a ver a las jóvenes vestidas de palomas. Entonces el anciano me tendió la mano, me levantó y me dijo: "Veo que tu corazón está consumido de pasión por la joven, y voy a indicarte el medio de volver a verla. Vas a ocultarte detrás de los árboles y a esperar pacientemente la vuelta de las palomas. Las dejarás desnudarse y meterse en el estanque, y entonces te precipitarás de repente sobre sus mantas de plumas y te apoderarás de ellas. Entonces verás cómo dulcifican contigo su lenguaje; se acercarán a ti, te harán mil caricias y te suplicarán, con palabras extremadamente gentiles, que les devuelvas sus plumas. Pero guárdate bien de dejarte conmover, porque entonces acabarían por siempre para ti las jóvenes. Por el contrario, rehúsa enérgicamente devolvérselas, y diles: "¡Os daré de buen grado vuestros mantos, pero no sin que venga el jeique!" Y efectivamente, esperarás mi regreso entreteniéndolas con galanterías; ¡y yo encontraré el medio de que las cosas se tornen favorables para ti!"

Al oír estas palabras, dí muchas gracias al venerable gobernador de las aves, y enseguida corrí a ocultarme detrás de los árboles, en tanto que se retiraba él a su pabellón para recibir a sus súbditos.

Permanecí bastante tiempo esperando la llegada de las tres palomas. Al fin oí un batir de alas y risas aéreas, y vi que las tres palomas se posaban en el borde del estanque y miraban a derecha y a izquierda para enterarse de si no las observaba nadie. Luego, la que me había hablado se encaró con las otras dos, y les dijo: "¿No creéis, hermanas mías, que puede estar escondido alguien en el jardín? ¿Qué habrá sido del joven a quien vimos?"

Pero le dijeron sus hermanas: "¡Oh Schamsa, no te preocupes por eso y date prisa a hacer como nosotras!" Y las tres se despojaron de sus plumas entonces, y se sumergieron en el agua para entregarse enseguida a mil locos juegos, blancas y desnudas cual la plata virgen. Y creí ver tres lunas reflejadas en el agua.

Esperé a que hubiesen nadado hasta la mitad del estanque, y me erguí sobre ambos pies para ponerme de pronto en movimiento con la rapidez del rayo y apoderarme del manto de la joven a quien amaba. Y respondieron a mi ademán raptor tres gritos de espanto, y vi que las jóvenes, avergonzadas por haber sido sorprendidas en sus retozos, se sumergían enteramente, sin dejar fuera del agua más que la cabeza, y corrían hacia mí lanzándome miradas llorosas. Pero seguro entonces de tenerlas a mi arbitrio, me eché a reír, retrocediendo del borde del estanque y ostentando el manto de plumas con aire victorioso.

Al ver aquello, la joven que me había hablado la primera vez, y cuyo nombre era Schamsa, me dijo: "¿Cómo te atreves ¡oh joven! a apoderarte de lo que no te pertenece?" Yo contesté: "¡Oh paloma mía, sal del baño y ven a conversar conmigo!" Ella dijo: "Bien quisiera conversar contigo, ¡oh hermoso joven! pero estoy completamente desnuda y no puedo salir así del baño. ¡Devuélveme mi manto y te prometo salir del agua para distraerme contigo, y hasta te dejaré que me acaricies y me beses cuanto quieras!" Yo dije: "¡Oh, luz de mis ojos, eh dueña mía, oh soberana de belleza, oh fruto de mi hígado! ¡Si te devolviera tu manto, sería como darme la muerte con mi propia mano! ¡No puedo, pues, hacerlo, por lo menos mientras no llegue mi amigo el jeique, gobernador de las aves!" Ella me dijo: "Entonces, puesto que no cogiste más que mi manto, aléjate un poco y vuelve la cabeza a otro lado para dejarme salir del baño y dar tiempo a que se cubran mis hermanas; ¡y para ocultar lo más esencial, me prestarán ellas entonces algunas de sus plumas!" Yo dije: "¡Eso sí, puedo hacerlo!" Y me alejé y me puse detrás del trono de rubí.

Entonces salieron primeramente las dos hermanas mayores v se pusieron con presteza sus mantos; luego arrancaron algunas de las plumas finas e hicieron con ellas una especie de mandilillo; después ayudaron a salir a su vez del agua a su hermana pequeña, la taparon con aquel mandil lo más esencial y me dijeron: "¡Ya puedes venir!" Y yo corrí a presentarme ante aquellas gacelas, y me eché a los pies de la amable Schamsa y le besé los pies, siempre sujetando con fuerza su manto para que no lo cogiese y emprendiese el vuelo. Entonces me hizo ella levantarme, y empezó a decirme mil palabras gentiles y a hacerme mil caricias para decidirme a que le devolviese su manto; pero me guardé mucho de ceder a sus deseos, y logré arrastrarla hacia el trono de rubí, donde me senté colocándola sobre mis rodillas.

Entonces, al ver ella que no podía escaparse, se decidió por fin a corresponder a mis deseos, y me rodeó el cuello con sus brazos, y me devolvió beso por beso y caricia por caricia, en tanto que nos sonreían sus hermanas, mirando a todos lados para ver si llegaba alguien.

Mientras estábamos de aquella manera, mi protector el jeique abrió la puerta y entró. Entonces, nos levantamos en honor suyo, nos adelantamos a recibirle, y le besamos las manos respetuosamente. Nos rogó él entonces que nos sentáramos, y encarándose con la amable Schamsa, le dijo: "Estoy encantado, hija mía, de la elección que has hecho correspondiendo a este joven que te ama con locura. ¡Porque has de saber que pertenece a un linaje ilustre! Su padre es el rey Tigmos, señor del Afghanistán. ¡Harás bien, pues, al aceptar esa alianza y al decidir igualmente a tu padre el rey Nassr para que otorgue su consentimiento!"

Ella contestó: "¡Escucho y obedezco!"

Entonces le dijo el jeique: "Si verdaderamente aceptas esa alianza, ¡júrame y prométeme ser fiel a tu esposo y no abandonarle nunca!" Y la bella Schamsa se levantó al punto y prestó el consabido juramento entre las manos del venerable jeique. Entonces nos dijo él: "Demos gracias al Altísimo por vuestra unión, hijos míos. ¡Y ya podéis ser dichosos! ¡He aquí que invoco la bendición para vosotros! Ahora podéis amaros libremente. ¡Y tú, Janschah, devuélvele su manto pues no ha de dejarte!"

Y dichas estas palabras, el jeique nos introdujo en una sala, donde había colchones cubiertos con tapices, y también fuentes llenas de hermosas frutas y otras cosas exquisitas. Y tras de rogar a sus hermanas que la precedieran en su vuelta al palacio de su padre para anunciarle su matrimonio y prevenirle de su regreso en mi compañía, Schamsa estuvo extremadamente amable, y quiso mondarme ella misma las frutas y repartirlas conmigo. Tras de lo cual, nos acostamos juntos, en brazos uno del otro y en el límite del júbilo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 365: Pero cuando llegó la 369ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 369ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Tras de lo cual, nos acostamos juntos, en brazos uno del otro y en el límite del júbilo.

Por la mañana fue Schamsa quien se puso primero en pie. Vistióse con su manto de plumas, me despertó, me besó entre los dos ojos, y me dijo: "Ya es hora de que vayamos al palacio de los diamantes a ver a mi padre el rey Nassr. ¡Vístete, pues, cuanto antes!" Obedecí en seguida, y cuando estuve dispuesto, fuimos a besar las manos del jeique gobernador de las aves y le dimos muchas gracias. Entonces me dijo Schamsa: "¡Ahora súbete en mis hombros y sostente bien, porque el viaje será un poco largo, aunque me propongo hacerlo a toda velocidad!" Y me tomó en sus hombros, y después de tributar a nuestro protector las últimas despedidas, me transportó por los aires con la rapidez del rayo, y al poco tiempo me dejó en tierra a alguna distancia de la entrada al palacio de los diamantes. Y desde allí nos encaminamos tranquilamente hacia el palacio, mientras corrían a anunciar nuestra llegada los genn servidores que había instalado el rey por aquellos sitios.

El rey Nassr, padre de Schamsa y, señor de los genn, experimentó una inmensa alegría al verme; me cogió en brazos y me oprimió contra su pecho. Luego ordenó que me vistieran con un magnífico ropón de honor, me puso en la cabeza una corona tallada en un solo diamante, me condujo después a la presencia de la reina, madre de mi esposa, la cual reina me manifestó su júbilo y felicitó a su hija por la elección que de mi persona hizo. Y regaló más tarde a su hija una cantidad enorme de pedrerías, pues el palacio estaba lleno de ellas; y ordenó que a ambos nos llevaran al hammam, en donde nos lavaron y perfumaron con agua de rosas, almizcle, ámbar y aceites aromáticos, que nos refrescaron maravillosamente. Tras de lo cual se dieron en honor nuestro festines que duraron treinta días y treinta noches consecutivas.

Entonces manifesté mis deseos de presentar a mi vez mi esposa a mis padres en mi país. Y aunque muy apenados por tener que separarse de su hija, el rey y la reina aprobaron mi proyecto, pero me hicieron prometer que todos los años iríamos a pasar con ellos una temporada. Después hizo el rey construir un trono de tal magnificencia y tal tamaño, que en sus peldaños podía contener doscientos genios varones y doscientos genios hembras. Subimos al trono los dos, y los cuatrocientos genios de ambos sexos, que se hallaban allí para servirnos, se pusieron de pie en las gradas, mientras actuaban de portadores todo un ejército compuesto por otros genios. Cuando nos despedimos por última vez los portadores se elevaron por los aires con el trono, y empezaron a recorrer el espacio con tanta rapidez, que en dos días hicieron un trayecto de dos años de marcha. Y llegamos sin incidentes al palacio de mi padre en Kabul.

Cuando mi padre y mi madre me vieron llegar después de una ausencia que les había hecho perder toda esperanza de encontrarme, y cuando contemplaron a mi esposa y supieron quién era y en qué circunstancias me case con ella, llegaron al límite de la alegría y lloraron mucho besándome y besando a mi muy amada Schamsa. Y tanto se conmovió mi pobre madre, que cayó desvanecida y no volvió en sí más que gracias al agua de rosas que llevaba en un frasco grande mi esposa Schamsa.

Después de todos los festines y todos los regocijos que se organizaron con motivo de nuestra llegada y del nuestros esponsales, mi padre preguntó a Schamsa: "¿Qué quieres que haga para agradarte, hija mía?"

Y Schamsa, que tenía gustos muy modestos, contestó: "¡Oh rey afortunado! Solamente anhelo tener para nosotros dos un pabellón en medio de un jardín regado por arroyos". Y al punto dió mi padre el rey las órdenes necesarias, y al cabo de un corto espacio de tiempo tuvimos nuestro pabellón y nuestro jardín, donde vivimos en el límite de la felicidad.

Pasado de tal suerte un año en un mar de delicias, mi esposa Schamsa quiso volver al palacio de los diamantes para ver de nuevo a su padre y a su madre, y me recordó la promesa que les hice de ir todos los años a pasar con ellos una temporada. No quise contrariarla, porque la amaba mucho; pero ¡ay! la desgracia debía abatirse sobre nosotros por causa de aquel maldito viaje.

Nos colocamos, pues, en el trono llevado por nuestros genios servidores, y viajamos a gran velocidad, recorriendo cada día una distancia de un mes de camino, y deteniéndonos por las tardes para descansar cerca de algún manantial o a la sombra de los árboles. Y he aquí que un día hicimos alto precisamente en este sitio para pasar la noche, y mi esposa Schamsa quiso ir a bañarse en el agua de ese río que corre ante nosotros. Me esforcé cuanto pude por disuadirla, hablándole del fresco excesivo de la tarde y de los perjuicios que la podría ocasionar; no quiso escucharme, y se llevó en su compañía a algunas de sus esclavas para que se bañaran con ella. Se desnudaron en la ribera y se metieron en el agua, donde Schamsa parecía la luna al salir en medio de un cortejo de estrellas. Estaban retozando y jugando entre sí, cuando de repente Schamsa lanzó un grito de dolor y cayó en brazos de sus esclavas, que se apresuraron a sacarla del agua y llevarla a la orilla. Pero cuando quise hablarle y cuidarla, ya estaba muerta. Y las esclavas me enseñaron en el talón de mi esposa una mordedura de serpiente acuática.

Ante aquel espectáculo, caí desmayado, y permanecí en tal estado tanto tiempo que me creyeron muerto también. Pero ¡ay! hube de sobrevivir a Schamsa para llorar por ella y erigirle esta tumba que ves. En cuanto a la otra tumba, es la mía propia, que hice construir junto a la de mi pobre bienamada. ¡Y dejo transcurrir mi vida ahora entre lágrimas y recuerdos crueles, esperando el momento de dormir al lado dé mi esposa Schamsa, lejos de mi reino, al que renuncié, lejos del mundo, que es para mí un desierto horrible, en este asilo solitario de la muerte!"

Cuando el hermoso joven triste acabó de contar su historia a Belukia, escondió el rostro entre sus manos y se echó a llorar. Entonces le dijo Belukia: "¡Por Alah, oh hermano mío! ¡Tu historia es tan asombrosa y tan extraordinaria, que olvidé mis propias aventuras, aunque las creía prodigiosas entre todas las aventuras! ¡Alah te sostenga en tu dolor ¡oh hermano mío! y enriquezca con el olvido tu alma!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta, según su costumbre, se calló.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 366: Pero cuando llegó la 370ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 370ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡...Alah te sostenga en tu dolor ¡oh hermano mío! y enriquezca con el olvido tu alma!"

Estuvo con él una hora todavía, tratando de decidirle a que le acompañara a su reino para cambiar de aires y horizontes; pero fue en vano. Entonces vióse obligado a abandonarle para no importunarle, y después que le abrazó y le dijo aún algunas palabras de consuelo, emprendió de nuevo el camino de su ciudad, a la que llegó sin incidentes tras una ausencia de cinco años. ¡Y desde entonces no he vuelto a tener noticias suyas!

Y como ahora te hallas aquí tú, ¡oh Hassib! olvidaré completamente a aquel joven rey Belukia, a quien esperaba volver a ver por acá un día u otro. ¡Tú, al menos, no me abandonarás tan pronto, porque pienso retenerte en mi compañía largos años, sin dejarte carecer de nada para persuadirte a que accedas! ¡Por cierto que todavía he de contarte tantas historias asombrosas, que la del rey Belukia y del hermoso joven triste parecerán simples aventuras corrientes! ¡Y para darte desde ahora una prueba de que te quiero bien por haberme escuchado todo este tiempo con tanta atención, he aquí que mis mujeres van a servirnos de comer y beber, y van a cantar para deleitarnos, y nos van a aligerar el espíritu hasta que llegue la mañana!"

Cuando la reina Yamlika, princesa subterránea, hubo acabado de contar al joven Hassib, hijo del sabio Danial, la historia de Belukia y la del hermoso joven triste, y cuando el festín, y los cantos, y las danzas de las mujeres serpientes llegaron a su término, se levantó la sesión y se formó el cortejo para volver a la otra residencia. Pero el joven Hassib, que amaba en extremo a su madre y a su esposa, dijo: "¡Oh reina Yamlika! ¡No soy más que un pobre leñador, y me ofreces aquí una vida llena de delicias; pero en mi casa me esperan una madre y una esposa! Y no puedo ¡por Alah! dejar que me esperen más tiempo sumidas en la desesperación que las producirá mi ausencia. Permíteme, pues, que regrese junto a ellas, porque si no morirían de dolor. ¡Y créeme que en verdad sentiré toda mi vida no haber podido escuchar las demás historias con que tenías la intención de deleitarme durante mi estancia en tu reino!"

Al oír estas palabras, la reina Yamlika comprendió que estaba justificado el motivo de la partida de Hassib, y le dijo: "Consiento ¡oh Hassib! en dejarte regresar junto a tu madre y esposa, aunque me cuesta mucho trabajo separarme de un auditor tan atento como tú. Solamente exijo de ti un juramento, sin el cual me será imposible dejarte partir. Vas a prometerme no ir nunca en lo sucesivo a tomar un baño en el hammam durante toda tu vida. De lo contrario, llegará tu perdición. ¡Por el momento no puedo ser más explícita!"

El joven Hassib, a quien tal petición asombraba en extremo, no quiso contrariar a la reina Yamlika, y prestó el juramento consabido, en el cual prometía no ir en toda su vida a tomar un baño en el hammam. Entonces, después de las despedidas, la reina Yamlika hizo que una de sus mujeres serpientes le acompañara hasta los confines del reino, del que se salía por una abertura escondida en una casa ruinosa que estaba enclavada en el lado opuesto al paraje donde se hallaba el agujero por el cual pudo penetrar Hassib en la residencia subterránea.

Amarilleaba el sol cuando Hassib llegó a su calle y llamó a la puerta de su casa, fue a abrir su madre, y al conocerle lanzó un grito agudo y se arrojó en sus brazos llorando de alegría. Y su esposa, por su parte, al oír el grito y los sollozos de la madre, corrió a la puerta, le reconoció también y le saludó respetuosamente besándole las manos. Después de lo cual entraron en la casa y se entregaron con libertad a los más vivos transportes de júbilo.

Cuando estuvieron un poco calmados, Hassib les pidió noticias de sus antiguos camaradas los leñadores que le habían abandonado en la cueva de la miel. Su madre le contó que fueron a darle la mala nueva de su muerte entre los dientes de un lobo, y que se habían hecho ricos mercaderes y propietarios de muchos bienes y de hermosas tiendas, viendo a diario dilatarse cada vez más el mundo ante sus ojos.

Entonces Hassib reflexionó un instante, y dijo a su madre: "¡Mañana irás a buscarles al zoco, y cuando estén reunidos, les anunciarás mi regreso, diciéndoles que tendré mucho gusto en verles!" Así es que al día siguiente la madre de Hassib no dejó de hacer el encargo, y al saber la noticia, los leñadores cambiaron de color y contestaron escuchando y obedeciendo en lo concerniente a la visita de bienvenida. Luego se concertaron entre sí y resolvieron arreglar el asunto lo mejor posible. Empezaron por regalar a la madre de Hassib sedas hermosas y hermosas telas, y la acompañaron a la casa, aviniéndose a entregar a Hassib cada uno la mitad de las riquezas, esclavas y propiedades que tenían en su poder.

Al llegar a la presencia de Hassib, le saludaron y le besaron las manos, ofreciéndole todo aquello y rogándole que lo, aceptara y olvidara sus yerros para con él. Y Hassib no quiso guardarles rencor, aceptó sus ofrecimientos, y les dijo: "¡Lo pasado, pasado, y ninguna preocupación puede impedir que suceda lo que ha de suceder!" Entonces se despidieron de él, asegurándole su gratitud, y Hassib se convirtió desde aquel día en un hombre rico, y se estableció como mercader en el zoco, abriendo una tienda que llegó a ser la más honrosa entre todas las tiendas.

Un día que iba a su tienda, como de costumbre, pasó por delante del hammam, situado a la entrada del zoco. Y he aquí que el propietario del hammam estaba precisamente tomando el aire a la puerta, y al reconocer a Hassib, le saludó y le dijo: "Hazme el honor de entrar a mi establecimiento. Nunca te he tenido ni una sola vez como cliente. ¡Pero hoy quiero que vengas solamente para complacerme, y los masajistas te frotarán con un guante nuevo de crin y te enjabonarán con filamentos de lifa, que no ha usado nadie!" Pero contestó Hassib, que se acordaba de su juramento: "No, ¡por Alah! no puedo aceptar tu ofrecimiento ¡oh jeique! ¡Porque hice voto de no entrar nunca en el hammam! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 367: Pero cuando llegó la 371ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 371ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Porque hice voto de no entrar nunca en el hammam". Al oír tales palabras, el dueño del hammam, que no podía creer en semejante juramento, ya que ningún hombre puede, a trueque de morir, dejar de tomar baños cuantas veces se acerca sexualmente a su esposa, exclamó: "¿Por qué rehúsas, ¡oh mi señor!?" ¡Pues, ¡por Alah! te juro a mi vez que si persistes en tu resolución iré inmediatamente a divorciarme de mis tres esposas! ¡Lo juro tres veces por el divorcio!" Pero como a pesar del juramento tan grave que acababa de oír, Hassib se obstinaba en no aceptar, el propietario del hammam se echó a sus pies; suplicándole que no le obligara a cumplir su juramento; y le besó los pies llorando, y le dijo: "¡Pongo sobre mi cabeza la responsabilidad de tu acto y todas sus consecuencias!"

Y al enterarse de qué se trataba al oír el juramento del divorcio, los transeúntes que habíanse agrupado en torno suyo se pusieron asimismo a suplicar a Hassib que no ocasionara sin más ni más la desdicha de un hombre que le ofrecía un baño gratuito. Luego como vieran la inutilidad de sus palabras, se decidieron todos a emplear la fuerza, apoderándose de Hassib y llevándole, a pesar de sus gritos terribles, al interior del hammam, donde le despojaron de su ropa, le echaron todos a la vez sobre el cuerpo el agua de veinte o treinta jofainas, le friccionaron, le dieron masaje, le enjabonaron, le secaron y le envolvieron el cuerpo en toallas calientes y le pusieron en la cabeza un pañuelo grande festoneado y bordado. Luego el dueño del hammam, en el límite de la alegría por verse desligado de su juramento, llevó a Hassib una taza de sorbete perfumado con ámbar, y le dijo: "¡Séate leve y bendito el baño! ¡Que te refresque esta bebida como me has refrescado tú!" Pero Hassib, a quien todo aquello aterraba cada vez más, no sabía si rehusar o aceptar esta última invitación, e iba a responder, cuando de pronto invadieron el hammam los guardias del rey, que se precipitaron sobre el joven, apoderándose de él tal y como estaba con su atavío de baño, y a pesar de sus protestas y su resistencia lo llevaron al palacio del rey, y lo pusieron entre las manos del gran visir, que los esperaba a la puerta con la mayor impaciencia.

Al ver a Hassib, el gran visir tuvo una alegría extremada, le recibió con las señales más notorias de respeto, y le rogó que le acompañase a la presencia del rey. Y resuelto ya a dejar correr su destino, Hassib siguió al gran visir, que le introdujo, para presentarle al rey, en una sala donde se alineaban por orden jerárquico dos mil gobernadores de provincia, dos mil jefes militares y dos mil portaalfanjes, que no esperaban más que un signo para hacer volar las cabezas. En cuanto al rey, estaba acostado en amplio lecho de oro y parecía dormir, con la cabeza y el rostro cubiertos por un pañuelo de seda.

Al ver todo aquello, el aterrado Hassib se sintió morir y cayó al pie del lecho, protestando públicamente de su inocencia. Pero el gran visir se apresuró a levantarle con toda clase de respetos, y le dijo: "¡Oh hijo de Danial, esperamos de ti que salves a nuestro rey Karazdan! ¡Una lepra, que hasta ahora no tuvo remedio, le cubre el rostro y el cuerpo! ¡Y hemos pensado en ti para que le cures, ya que eres hijo del sabio Danial!" Y todos los circunstantes, gobernadores, chambelanes y portaalfanjes, gritaron a la vez: "¡Sólo de ti esperamos la curación del rey Karazdán!"

Al oír estas palabras, se dijo el asustado Hassib: "¡Por Alah! ¡Me toman por un sabio!" Luego dijo al gran visir: "En verdad que soy el hijo de Danial! ¡Pero no soy más que un ignorante! Me llevaron a la escuela y no aprendí en ella nada; quisieron enseñarme la medicina, pero al cabo de un mes renunciaron a ello al ver la mala calidad de mi entendimiento. Y como último recurso, mi madre me compró un asno y cuerdas, e hizo de mí un leñador: ¡Y eso es todo lo que sé!"

Pero el visir le dijo: "Es inútil, ¡oh hijo de Danial! que sigas ocultando tus conocimientos. ¡Demasiado sabemos que aunque recorriéramos el Oriente y el Occidente, no encontraríamos quien te igualase como médico!" Aterrado, dijo Hassib: "Pero ¡oh visir lleno de sabiduría! ¿Cómo podré curarle si no conozco las enfermedades ni los remedios?" El visir añadió: "Vamos, joven, es inútil negar más. ¡Todos sabemos que la curación del rey está en tus manos!" Hassib alzó al cielo las manos y preguntó: "¿Cómo es eso?" El visir dijo: "¡Muy sencillo! ¡Puedes obtener esa curación porque conoces a la princesa subterránea, la reina Yamlika, cuya leche virginal, tomada en ayunas o empleada como díctamo, cura las enfermedades más incurables...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 368: Y cuando llegó la 372ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 372ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...la reina Yamlika, cuya leche virginal, tomada en ayunas o empleada como díctamo, cura las enfermedades más incurables!"

Al oír tales palabras, comprendió Hassib que aquellos informes provenían de su entrada en el hammam, y trató de negar. Exclamó, pues: ¡Jamás he visto esa leche, ¡oh señor! y no se quién es la princesa Yamlika! ¡Es la primera vez que oigo semejante nombre!" El visir sonrió y dijo: "¡Puesto que te niegas aún, voy a demostrarte que no te servirá de nada! ¡Te digo que has estado en los dominios de la reina Yamlika! Además, cuantos fueron allá en los tiempos antiguos, volvieron con la piel del vientre negra. Así lo dice este libro que tengo a la vista. Pero la piel del vientre no se le pone negra al visitante de la reina Yamlika más que después de su entrada en el hammam, ¡oh hijo de Danial! Y he aquí que los espías que yo tenía apostados en el hammam para que examinaran el vientre a todos los bañistas, han venido hace un rato a decirme que se te había puesto de pronto negro el vientre mientras te bañaban. ¡Es inútil, pues, que continúes negando!"

Al oír estas palabras; exclamó Hassib: "¡No, por Alah! ¡Nunca estuve en los dominios de la princesa subterránea!" Entonces se acercó a él el gran visir, le quitó las toallas que le envolvían y le dejó el vientre al descubierto. Estaba negro como el vientre de un búfalo.

Al ver aquello, Hassib estuvo a punto de caerse desmayado de espanto; luego tuvo una idea, y dijo al visir: "Debo declararte ¡oh mi señor! que nací con el vientre completamente negro". El visir sonrió v dijo: "Pues no lo estaba cuando entraste en el hammam. ¡Así me lo dijeron los espías!" Pero Hassib, que de ninguna manera quería hacer traición a la princesa subterránea revelando su residencia, siguió negando haber tenido relaciones con ella ni haberla visto nunca. Entonces el visir hizo una seña a dos verdugos, que se acercaron al joven, le echaron en el suelo, desnudo como estaba, y empezaron a administrarle en las plantas de los pies palos tan crueles y tan repetidos, que habría muerto si no se decidiera a pedir gracia confesando la verdad.

En seguida hizo el visir que levantaran al joven, y ordenó que le pusiesen un magnífico ropón de honor en lugar de las toallas con que a su llegada se envolvía. Tras de lo cual lo condujo por sí mismo al patio del palacio, donde le hizo montar en el caballo más hermoso de las caballerizas reales, montando él a caballo también, y acompañados ambos por un séquito numeroso, tomaron el camino de la casa ruinosa por donde salió Hassib de los dominios de la reina Yamlika.

El visir, que había aprendido en los libros la ciencia de los conjuros, se puso a quemar allá perfumes y a pronunciar las fórmulas mágicas que abren las puertas, mientras Hassib, por su parte, siguiendo órdenes del visir, emplazaba a la reina para que se mostrase a él. Y de pronto se produjo un temblor de tierra que tiró al suelo a la mayoría de los circunstantes, y se abrió un agujero por el que surgió, sentada en un azafate de oro transportado por cuatro serpientes con cabeza humana que vomitaban llamas, la reina Yamlika, cuyo rostro tenía áureos resplandores. Y miró a Hassib con ojos preñados de reproches, y le dijo: "¿Es así, ¡oh Hassib! como cumples el juramento que me hiciste?" Y exclamó Hassib: "¡Por Alah! ¡Oh reina! La culpa es del visir, que por poco me mata a golpes." Ella dijo: "¡Ya lo sé! Y por eso no quiero castigarte; te han hecho venir aquí, y hasta a mí misma me obligan a salir de mi morada para curar al rey. Y vienes a pedirme leche para realizar esa curación. ¡De buen grado te la concedo como recuerdo de la hospitalidad que te di y de la atención con que me escuchaste! He aquí dos frascos con leche mía. Para operar la curación del rey, conviene que te enseñe el modo de emplearla. ¡Acércate más a mí!" Hassib se acercó a la reina, la cual le dijo en voz baja para que no la oyese nadie más que él: "Uno de los frascos, el que está marcado con una raya roja, debe servir para curar al rey. Pero el otro lo destino al visir que mandó que te apalearan. En efecto, cuando el visir vea la curación del rey, querrá beber de mi leche para preservarse de las enfermedades, y tú le darás a beber del otro frasco.

Luego, la reina Yamlika entregó a Hassib los dos frascos de leche, y desapareció enseguida, mientras la tierra volvía a cerrarse sobre ella y las que la transportaban.

Cuando llegó Hassib al palacio, hizo exactamente lo que le había indicado la reina. Se acercó, pues, al rey, y le dio a beber del primer frasco. Y no bien el rey hubo bebido aquella leche, se puso a sudar por todo su cuerpo, y al cabo de algunos instantes comenzó a caérsele a pedazos la piel atacada de lepra, a la vez que le nacía otra piel dulce y blanca como la plata. Y quedó curado en el momento. En cuanto al visir, quiso beber también de aquella leche, cogió el segundo frasco y lo vació de un trago. Y al punto empezó a hincharse poco a poco, y después de ponerse gordo como un elefante, estalló de pronto y murió inmediatamente. Y le retiraron de allí enseguida para enterrarle.

Cuando el rey se vio curado de aquel modo, hizo sentarse a Hassib al lado suyo, le dio muchas gracias y le nombró gran visir en lugar del que había muerto en su presencia. Y luego hizo que le pusieran un ropón de honor avalorado con pedrerías, y mandó que proclamaran por todo el palacio su nombramiento, después de regalarle trescientos mamalik y trescientas jóvenes para concubinas, además de tres princesas de sangre real que, con la mujer de Hassib, hicieron cuatro esposas legítimas; y le dio también trescientos mil dinares de oro, trescientas mulas, trescientos camellos y muchos rebaños de búfalos, bueyes y carneros.

Tras de lo cual, todos los oficiales, chambelanes y notables, por orden del rey, que les dijo: "¡Quien me honre que le honre!" se acercaron a Hassib y le besaron la mano por orden de categorías, demostrándole su sumisión y patentizándole su respeto. Luego tomó Hassib posesión del palacio del antiguo visir, y habitó en él con su madre, sus esposas y sus favoritas. Y vivió así rodeado de honores y de riquezas durante largos años, en los cuales tuvo tiempo de aprender a leer y a escribir.

Cuando aprendió Hassib a leer y a escribir, se acordó de que su padre Danial había sido un gran sabio, y tuvo la curiosidad de preguntar a su madre si no le había dejado como herencia sus libros y sus manuscritos. Y la madre de Hassib contestó: "Hijo mío, tu padre destruyó antes de morir todos sus papeles y todos sus manuscritos, y no te dejó como herencia más que una hojita de papel, que me encargó te entregase cuando me expresaras tal deseo". Y dijo Hassib: "¡Anhelo mucho poseerla, porque ahora deseo instruirme para dirigir mejor los asuntos del reino!”

Entonces la madre de Hassib...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 369: Pero cuando llegó la 373ª noche


PERO CUANDO LLEGÓ LA 373ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

.. Entonces la madre de Hassib corrió a sacar de la maleta, donde la había guardado con sus alhajas, la hojita de papel, único legado del sabio Danial, y fue a entregársela a Hassib, que la cogió y la desenrolló.

Y leyó en ella estas sencillas palabras: "Toda ciencia es vana, porque llegaron los tiempos en que el Elegido de Alah indicará a los hombres las fuentes de la sabiduría. ¡Se llamará Mohammed! ¡Con él y con sus compañeros y con sus creyentes sean la paz y la bendición hasta la extinción de las edades!"

Y tal es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la historia de Hassib, hijo de Danial, y de la reina Yamlika, princesa subterránea. ¡Pero Alah es más sabio!

Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia extraordinaria, el rey Schahriar exclamó de repente:

"Siento que me invade el alma un gran fastidio, Schehrazada. ¡Y ten cuidado, porque como esto continúe, me parece que mañana por la mañana estará por un lado tu cabeza y tu cuerpo por el otro!"

Al oír estas palabras, la pequeña Doniazada, compungida, se acurrucó más aún en la alfombra, y Schehrazada contestó sin inmutarse: "En ese caso ¡oh rey afortunado! voy a contarte una o dos historias cortas, lo preciso para pasar el resto de la noche. ¡Al fin y al cabo, Alah es el Omnisciente!"

Y preguntó el rey Schahriar: "¿Pero cómo vas a arreglarte para: encontrar una historia que sea breve y divertida a la vez?" Schehrazada sonrió, y dijo: "Precisamente ¡oh rey afortunado! esas historias son las que mejor conozco. Voy, pues, a contarte al instante una o dos anécdotas entresacadas del PARTERRE FLORIDO DEL INGENIO y del JARDÍN DE LA GALANTERÍA. ¡Y después quiero que me cortes la cabeza!"

Y dijo en seguida:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 370: El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería


AL-RASCHID Y EL CUÉSCO[editar]

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un día en que el califa Harún Al-Raschid se sentía presa del fastidio y se hallaba en el mismo estado de espíritu en que se halla en este momento Tu Serenidad, salió a pasear por el camino que va de Bagdad a Bassra, llevando en su compañía a su visir Giafar Al-Barmaki, a su copero favorito Abu-Ishak y al poeta Abu-Nowas.

Mientras se paseaban y el califa seguía con la mirada torva y los labios apretados, pasó por el camino un jeique montado en un burro. Entonces el califa se encaró con su visir Giafar, y le dijo: "¡Interroga a ese jeique por el lugar adonde se dirige!" Y Giafar, que desde hacía un momento no sabía qué inventar para distraer al califa, resolvió al punto divertirle a costa del jeique, que iba tranquilamente por su camino, dejando el ronzal suelto sobre el cuello del asno que le conducía. Se acercó, pues, al jeique, y le preguntó: "¿Adónde se va, ¡oh venerable!?"

El jeique contestó: "¡A Bagdad, de vuelta de Bassra, que es mi país!" Giafar preguntó: "¿Y a qué obedece un viaje tan largo?" El otro contestó: "¡Por Alah!; voy en busca de un médico bueno que me recete un colirio para mi ojo." Giafar dijo: "¡La suerte y la curación están entre las manos de Alah!, ¡oh jeique! Pero ¿qué me darás si para evitarte pesquisas y gastos te receto yo mismo aquí un colirio que te cure el ojo en una noche?

El otro contestó: "¡Sólo Alah podría remunerarte con arreglo a tus méritos!" Entonces Giafar se volvió hacia el califa y hacia Abu-Novas, y les guiñó el ojo; luego dijo al jeique: "Así es, mi buen tío, y no olvides la receta que voy a darte, porque es sencillísima.

Hela aquí: toma tres onzas de soplo de viento, tres onzas de rayos de sol y tres onzas de luz de linterna; lo mezclas todo cuidadosamente en un mortero sin fondo, y durante tres meses lo dejas expuesto al aire libre. Entonces tendrás que machacarlo durante dos o tres meses y verterlo en una escudilla agujereada, que expondrás al viento y al sol durante otros tres meses todavía. Después de hacer esto estará a punto el colirio, no tendrás más que espolvorearte con él el ojo trescientas veces la primera noche, cogiendo para ello tres dedadas grandes cada vez, y te dormirás. ¡Al día siguiente te despertarás curado, si Alah quiere!"

Al oír estas palabras, en prueba de gratitud y de respeto el jeique se puso de bruces encima de su burro delante de Giafar y de repente soltó un detestable cuesco seguido de dos largos follones, y dijo a Giafar:

"Corre ¡oh médico! para recogerlos antes de que se desparramen. Por el momento es la única respuesta que da mi gratitud a tu remedio ventoso; pero ten la seguridad de que apenas me halle de regreso en mi tierra, si Alah quiere, te enviaré como regalo una esclava de trasero tan arrugado como un higo seco, la cual ha de proporcionarte tanto placer que expirará tu alma; y entonces sentirá tu esclava tanto dolor y tanta emoción al llorar sobre tu cadáver ¡que no podrá menos de mearse en tu rostro frío y regar tu barba seca!"

Y el jeique acarició tranquilamente a su asno y siguió su camino, en tanto que el califa se dejaba caer de trasero en el límite de la convulsión y reventaba de risa al ver la cara de su visir, inmóvil y mudo de sorpresa, y Abu-Nowas, que con un gesto paternal fingía felicitarle.

Al oír esta anécdota, se serenó de pronto el rey Schahriar y dijo a Schehrazada: "¡Date prisa, Schehrazada, a contarme aún esta noche una anécdota que sea tan divertida como la anterior, por lo menos!"

Y exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh Schehrazada; hermana mía, cuán dulces y sabrosas son tus palabras!" Entonces, tras una pausa corta, Schehrazada dijo:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 371: El jovenzuelo y su maestro


EL JOVENZUELO Y SU MAESTRO[editar]

Cuentan que el visir Badreddin, gobernador del Yamán, tenía un hermano que era un joven dotado de una belleza tan incomparable, que a su paso volvían la cabeza hombres y mujeres para admirarle y hartarse los ojos de sus encantos. Así es que temeroso de que le sobreviniera alguna aventura considerable, el visir Badr le tenía cuidadosamente alejado de las miradas de los hombres y le impedía que se tratara con los jóvenes de su edad. Como no quería llevarle a la escuela por no poder vigilarle allí lo suficiente, hizo ir a la casa en calidad de maestro a un jeique venerable y piadoso, de costumbres notoriamente castas, y le puso entre sus manos. Y el jeique iba todos los días a ver a su discípulo, con el cual se encerraba algunas horas en una estancia que les había reservado el visir para dar las lecciones.

Al cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos del joven no dejaron de surtir su efecto habitual en el jeique, que acabó por quedar locamente prendado de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los pájaros de su alma que despertaban con sus cánticos cuanto estaba dormido en él.

Así es que sin saber qué hacer para calmar su emoción, decidióse un día a participar al joven la turbación de su alma y le declaró que no podía ya pasarse sin su presencia. Entonces, muy conmovido por la emoción de su maestro, le dijo el joven: "¡Ay! bien sabes que tengo las manos atadas y que mi hermano vigila todos mis movimientos". El jeique suspiró, y dijo: "¡Quisiera pasar solo contigo una velada!" El joven contestó: "¡Quién piensa en eso!" Si durante el día me vigilan, ¡qué no será por las noches!" El jeique añadió: "Ya lo sé; pero la terraza de mi casa está contigua y al mismo nivel que la terraza de esta casa en que nos hallamos, y te será fácil, cuando tu hermano se durmiera esta noche, subir sigilosamente allá, donde yo te esperaré y te llevaré conmigo, sin más que saltar la tapia divisoria, a mi terraza, en la que no vendrá nadie a vigilarnos".

El joven aceptó la proposición, diciendo: "¡Escucho y obedezco!"...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente:

Y el rey Schahriar se dijo: "¡En verdad que no la mataré antes de saber lo que pasó entre ese jovenzuelo y su maestro!"

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 372: Y cuando llegó la 375ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 375ª NOCHE[editar]

Dijo Schehrazada:

...El joven aceptó la proposición, y llegada la noche, fingió dormir, y cuando el visir se retiró a su estancia, subió él a la terraza, donde ya le esperaba el jeique, que en seguida le cogió de la mano y se dio prisa a conducirle a su terraza, en la que ya estaban dispuestas las copas llenas y las frutas. Se sentaron, pues, a la luz de la luna en la esterilla blanca, y con la inspiración propicia en la serenidad de la hermosa noche, se pusieron a cantar y a beber, en tanto que los dulces rayos del astro les iluminaban hasta el éxtasis.

Mientras dejaban transcurrir así el tiempo ellos, el visir Badr pensó, antes de acostarse, ir a ver a su hermano pequeño, y se sorprendió mucho al no encontrarle. Dedicóse a buscarle por toda la casa, y acabó por subir a la terraza y acercarse a la tapia divisoria; vio entonces a su hermano y al jeique con la copa en la mano, cantando sentados uno junto a otro. Pero el jeique también había tenido tiempo de verle avanzar desde lejos, y con un aplomo admirable interrumpió la canción que estaba diciendo, para improvisar estos versos que cantó con el mismo motivo y sin cambiar de tono:

¡Me hace beber un vino mezclado con la saliva de su boca; y el rubí de la copa brilla en sus mejillas, que se coloran a la vez con la púrpura del pudor!

¿Qué nombre le daré? Su hermano se llama ya la Luna Llena de la Religión, y en verdad que nos alumbra como la luna en este momento. ¡Le llamaré, pues, la Luna Llena de la Belleza!

Cuando el visir Badreddin hubo oído estos versos, que contenían la alusión tan delicada con respecto a él, como era discreto y muy galante, y como tampoco veía que ocurriera nada inconveniente, se retiró, diciendo: "¡Por Alah! ¡No seré yo quien turbe su coloquio!" Y los otros dos llegaron a sentir una felicidad perfecta.

Y después de contar esta anécdota, Schehrazada se detuvo un instante, y dijo luego:

EL SACO PRODIGIOSO[editar]

Cuentan que el califa Harún Al-Raschid, atormentado una noche por uno de sus frecuentes insomnios, llamó a Giafar, su visir, y le dijo: "¡Oh Giafar! esta noche tengo extremadamente oprimido el pecho por el insomnio, y anhelo mucho ver cómo te arreglas para dilatármelo!"

Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! tengo un amigo llamado Alí el Persa, que posee en su alforja una porción de historias deliciosas a propósito para borrar las penas más tenaces y calmar los humores irritados."

Al-Raschid contestó: "¡Venga, pues, a mi presencia al instante tu amigo!" Y Giafar le puso enseguida entre las manos del califa, que le hizo sentarse y le dijo: "¡Escucha, Alí! Me han dicho que sabes historias capaces de disipar la pena y el fastidio, y hasta de procurar el sueño a quien sufre insomnio. ¡Deseo de ti una de esas historias!" Alí el Persa contestó: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes! ¡Pero no sé si debo contarte algo que haya oído con mis oídos o algo que haya visto con mis ojos!" Al-Raschid dijo: "¡Prefiero una historia en que tú mismo intervengas!"

Entonces dijo Alí el Persa:

"Un día estaba yo sentado en mi tienda vendiendo y comprando, cuando llegó un kurdo para ajustar conmigo algunos objetos; pero de pronto se apoderó de un saquito que había delante de mí, y sin tomarse el trabajo de ocultarlo quiso llevárselo, como si le perteneciese absolutamente desde que nació. Entonces me planté en la calle de un salto, le agarré por el faldón de su traje y le insté a que me devolviera mi saco; pero se encogió de hombros, y me dijo: "¡Pero si este saco me pertenece con todo lo que tiene!"

Entonces grité en el límite de la sofocación: "¡Oh musulmanes, salvad de las manos de ese descreído lo que es mío!" Al oír mis gritos, todo el zoco se agrupó a nuestro alrededor, y los mercaderes me aconsejaron que fuese a quejarme al kadí en el instante. Acepté y me ayudaron a arrastrar a casa del kadí al kurdo que me robó mi saco.

Cuando estuvimos en presencia del kadí, nos mantuvimos de pie respetuosamente entre sus manos, y empezó por preguntarnos él: "¿Quién de vosotros es el querellante y de quién se querella?"

Entonces el kurdo, sin darme tiempo para abrir la boca, se adelantó algunos pasos y contestó: "¡Dé Alah su apoyo a nuestro amo el kadí! Este saco que tengo es mi saco, y me pertenece todo lo que contiene. ¡Lo había perdido y acabo de encontrarlo delante de este hombre!"

El kadí le preguntó: "¿Cuándo lo perdiste?" El otro contestó: "¡Durante el día de ayer, y su pérdida me impidió dormir toda la noche!" El kadí le dijo: "¡En ese caso, enumérame los objetos que contiene!"

Entonces, sin dudar un instante, contestó el kurdo: "En mi saco ¡oh nuestro amo el kadí! hay dos frascos de cristal llenos de kohl, dos varillas de plata para extender el kohl, un pañuelo, dos vasos de limonada con el borde dorado, dos antorchas, dos cucharas, un almohadón, dos tapetes para mesa de juego, dos pucheros con agua, dos azafates, una bandeja, una marmita, un depósito de agua de barro cocido; un cazo de cocina, una aguja de hacer calceta, dos sacos con provisiones, una gata preñada, dos perras, una escudilla con arroz, dos burros, dos literas para mujer, un traje de paño, dos pellizas, una vaca, dos becerros, una oveja con dos corderos, una camella y dos camellitos, dos dromedarios de carrera con sus hembras, un búfalo y dos bueyes, una leona y dos leones, una osa, dos zorros, un diván, dos camas, un palacio con dos salones de recepción, dos tiendas de campaña de tela verde, dos doseles, una cocina con dos puertas, y una asamblea de kurdos de mi especie dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco".

Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 373: Y cuando llegó la 376ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 376ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Y qué tienes tú que contestar?"

Yo ¡oh Emir de los Creyentes! estaba estupefacto con todo aquello.

Sin embargo, avancé un poco y contesté: "¡Eleve y honre Alah a nuestro amo el kadí! ¡Yo bien sé que en mi saco solamente hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de salteadores, un ejército con sus jefes, la ciudad de Bassra y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddad ben-Aad, un horno de herrero, una caña de pescar, una cayada de pastor, cinco buenos mozos, doce jóvenes intactas, y mil conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"

Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz entrecortada por las lágrimas: "¡Oh nuestro amo el kadí! este saco que me pertenece es conocido y reconocido, y todo el inundo sabe que es de mi propiedad. ¡Encierra, además, dos ciudades fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un semental y dos jacas, dos lanzas largas, dos liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes y por último, un kadí y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"

Al oír estas palabras se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Qué tienes que contestar a todo eso?"

Yo ¡oh Emir de los Creyentes! me sentía cargado de rabia hasta las narices. Me adelanté, no obstante, algunos pasos y contesté con toda la calma de que era capaz: "¡Alah esclarezca y consolide el juicio de nuestro amo el kadí! ¡Debo añadir que en este saco hay, además, medicamentos contra el dolor de cabeza, filtros v hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros destinados a luchar a cornadas, un parque con ganados, hombres dados a las mujeres, aficionados a los muchachos, jardines llenos de árboles y de flores, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y copas, recién casados con todo el séquito de su boda, gritos y chistes, doce cuescos vergonzosos, y otros tantos follones sin olor, amigos sentados en una pradera, banderas y pendones, una casada saliendo del hammam, veinte cantarinas, cinco hermosas esclavas abisinias, tres indias, cuatro griegas, cincuenta turcas, setenta persas, cuarenta cachemirenses, ochenta kurdas, otras tantas chinas, noventa georginas, todo el país del Irak, el Paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, varios hammams, cien mercaderes, una tabla de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dinares, veinte cajones llenos de tela, veinte danzarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa, la ciudad de Gasa, Damieta, Assuán, el palacio de Khoshú -Anuschriván y el de Soleimán; todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahán, las Indias y el Sudán, Bagdad y el Khorassán; contiene, además -¡ Alah persevere los días de nuestro amo el kadí!- una mortaja, un ataúd y una navaja de afeitar para la barba del kadí, si el kadí no quisiera reconocer mis derechos y sentencias que este saco es mi saco!"

Cuando el kadí hubo oído todo aquello, nos miró y me dijo: "¡Por Alah, o sois dos bribones que os burláis de la ley y de su representante, o este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio Valle del Día del Juicio!"

Y para comprobar mis palabras hizo al punto el kadí que se abriera el saco ante testigos. ¡Contenía unas cáscaras de naranjas y unos huesos de aceitunas!

Entonces, pasmado hasta el límite del pasmo, declaré al kadí que aquel saco pertenecía al kurdo, pero que el mío había desaparecido, y me marché”.

Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo escuchado esta historia, le tiró de espalda la fuerza explosiva de su risa, e hizo un magnífico regalo a Alí el Persa. ¡Y aquella noche durmió con un profundo sueño hasta por la mañana!

Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que es menos deliciosa esta anécdota que aquella otra en que Al-Raschid se encuentra en un apurado caso de amor". Y preguntó el rey Schahriar: "¿Qué anécdota es esa que no conozco?"

Entonces Schehrazada dijo:

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Capítulo 374: Al-Raschid, justiciero de amor


AL-RASCHID, JUSTICIERO DE AMOR[editar]

Cuentan que una noche en que Harún Al-Raschid estaba acostado entre dos hermosas jóvenes que le gustaban por igual, y de las cuales una era de Medina y otra de Kufa, no quería expresar con la terminación final su preferencia por una en detrimento de la otra. Debía, pues, alcanzar tal premio la que hiciera más méritos para ello. Así es que la esclava de Medina empezó por cogerle de las manos y se puso a acariciarle dulcemente, en tanto que la de Kufa, echada un poco más abajo, le frotaba los pies, aprovechándose de la ocasión para deslizar su mano hasta la mercancía de más arriba y sopesarla de cuando en cuando.

Bajo la influencia de este tanteo delicado, la mercancía empezó de pronto a aumentar de peso considerablemente. Entonces se apresuró a apoderarse de ella la esclava de Kufa, y trayéndola toda hacia sí, la ocultó entre sus manos; pero la esclava de Medina, le dijo: "¡Ya veo que guardas el capital para ti sola y no piensas dejarme siquiera los intereses!"

Y con un ademán rápido rechazó a su rival y se apoderó del capital a su vez, oprimiéndole cuidadosamente con las manos.

Entonces la esclava defraudada, que estaba muy versada en el conocimiento de las tradiciones del Profeta, dijo a la esclava de Medina: "Yo soy quien debe tener derecho al capital, en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!): "¡Quien hace revivir una tierra muerta, se convierte en su único propietario!"

Pero la esclava de Medina, que no cedía la mercancía, no estaba menos versada en la suma que su rival de Kufa, y le contestó al punto: "El capital me pertenece en virtud de estas palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) que nos fueron conservadas y transmitidas por Sofián: "¡La casa pertenece, no a quien la levanta, sino a quien le da alcance!"

Cuando oyó estas citas el califa, le parecieron tan justas, que satisfizo por igual a ambas jóvenes aquella noche.

Luego añadió Schehrazada: "Pero ninguna de estas anécdotas ¡oh rey afortunado! vale tanto como aquella en que dos mujeres discuten para saber si en amor conviene dar la preferencia al joven o al hombre maduro.


¿PARA QUIEN LA PREFERENCIA? ¿PARA EL JOVEN O PARA EL HOMBRE MADURO?[editar]

La anécdota siguiente nos la relata Abul-Afina. Dice.

"Un día había yo subido a mi terraza para tomar el aire, cuando oí una conversación de mujeres en la terraza contigua. Las que así charlaban eran dos esposas de mi vecino, cada una de las cuales tenía un amante que la contentaba como no lo hacía el esposo viejo e impotente. Pero el amante de una era un hermoso joven de lo más tierno aún y con las mejillas sonrosadas e imberbes, y el amante de la otra era un hombre maduro y peludo; de barba compacta y espesa. Y he aquí que sin saber que las escuchaban, mis dos vecinas discutían precisamente acerca de los méritos respectivos de sus enamorados. Decía una...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 375: Pero cuando llegó la 377ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 377ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Decía una: "¡Oh hermana mía! ¿Cómo puedes soportar la rudeza de la barba de tu amante cuando, al besarte, te frota con ella los senos y las espinas de su bigote rozan las mejillas y los labios? ¿Qué haces para que no te lastime y desgarre la piel cruelmente cada vez? Créeme, hermana mía; cambia de enamorado y haz lo que yo; búscate a un joven con un ligero vello en las mejillas deseables cual una fruta, con una carne delicada que se derrita en tu boca durante el beso. ¡Por Alah, que ya sabrá él compensar a tu lado su falta de barba con muchas otras cosas llenas de sabor!"

Al oír estas palabras, le contestó su compañera: "¡Qué tonta eres, hermana mía, y cómo careces de finura y buen sentido! ¿Acaso no sabes que el árbol sólo resulta hermoso cuando está lleno de hojas, y el cohombro sólo resulta sabroso con su pelusa y con todas sus asperezas? ¿Hay en el mundo algo más feo que un hombre imberbe v calvo como una cotufa? Has de saber que la barba y el bigote son para el hombre lo que para las mujeres son las trenzas de pelo. ¡Y tan notorio es, que Alah el Altísimo (¡glorificado sea!) creó en el cielo especialmente a un ángel que no tiene otra ocupación que la de cantar alabanzas al Creador por haber dado barba a los hombres y dotado de cabellos largos a las mujeres! ¿A qué me hablas, pues, de elegir como enamorado a un joven imberbe? ¿Crees que consentiría yo en tenderme debajo de quien apenas se pone encima piensa en quitarse, apenas está en tensión piensa en aflojarse, apenas se une piensa en desatar el nudo, apenas se halla en su sitio piensa en abandonarlo, apenas adquiere consistencia piensa en derretirse, apenas erigido piensa en derruirse, apenas enlazado piensa en desligarse, apenas pegado piensa en despegarse, y apenas en funciones piensa en ceder? ¡Desengáñate, pobre hermana mía! ¡Nunca abandonaré al hombre que no se separa de la, que enlaza, que cuando entra permanece en su sitio, cuando se vacía se llena otra vez, cuando acaba recomienza, cuando se mueve es excelente, cuando funciona es superior, cuando da es generoso y cuando empuja perfora!"

Al oír tal explicación, exclamó la mujer que tenía el amante imberbe: "¡Por el Dueño de la Kaaba santa, ¡oh hermana mía! que me hiciste entrar en ganas de probar al hombre barbudo!

Luego, tras una corta pausa, dijo seguidamente Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 376: El precio de los cohombros
Cabellos blancos


EL PRECIO DE LOS COHOMBROS[editar]

Un día en que el emir Moinben-Zaida iba de caza, se encontró con un árabe que volvía del desierto montado en su borrico. Se puso delante de él, y después de las zalemas consiguientes, le preguntó: "¿Adónde vas, hermano árabe, y qué llevas envuelto tan cuidadosamente en ese saquito?" El árabe contestó: "Voy en busca del emir Moinben para llevarle estos cohombros tempranos que ha dado la primera recolección de mis tierras. Como se trata del hombre más generoso que se conoce, estoy seguro que me pagará mis cohombros a un precio digno de su esplendidez". El emir Moinben, a quien el árabe no había visto hasta entonces, le preguntó: "¿Y cuánto esperas que te dé por esos cohombros el emir Moinben?" El árabe contestó: "¡Mil dinares de oro, por lo menos!" El emir preguntó: "¿Y si te dice que eso es mucho?" El otro contestó: "¡No le pediré más que quinientos!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Cincuenta!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Treinta! - "¿Y si te dice todavía que es mucho?" - "¡Oh! ¡Entonces meteré mi borrico en su harem y me daré a la fuga con las manos vacías!"

Al oír estas palabras, Moinben se echó a reír y espoleó a su caballo para reunirse con su séquito y entrar enseguida en su palacio, donde dio orden a sus esclavos y a su chambelán para que dejaran entrar al árabe con sus cohombros.

Así es que cuando una hora más tarde llegó el árabe al palacio, el chambelán se apresuró a conducirle a la sala de recepción, donde le esperaba el emir Moinben sentado majestuosamente en medio de la pompa de la corte y rodeado por sus guardias, que ostentaban la espada desnuda en la mano. Y he aquí que el árabe estuvo muy lejos de reconocer en él al jinete que había encontrado en el camino y con el saco de cohombros en las manos esperó, después de las zalemas, a que el emir le interrogara.

El emir le preguntó: "¿Qué me traes en ese saco, hermano árabe?" El otro contestó: "¡Confiando en la esplendidez de nuestro dueño el emir, le traigo los primeros cohombros tempranos que nacieron en mi campo!" - "¡Qué inspiración tan buena! ¿Y en cuánto estimas mi esplendidez?" - "¡En mil dinares!" - "¡Es mucho!" - "¡En trescientos!" "¡Es mucho!" - "¡En ciento!" - "¡Es mucho!" - "¡En cincuenta!" - "¡Es mucho!" - "¡En treinta, entonces!" - ¡También es mucho!" Entonces exclamó el árabe: "¡Por Alah, que fue de real augurio el encuentro que tuve antes cuando vi en el desierto aquel rostro de brea! ¡No, por Alah, ¡oh emir! no puedo dar mis cohombros en menos de treinta dinares!'"

Al oír estas palabras, sonrió sin contestar el emir Moinben. Entonces le miró el árabe, y al darse cuenta de que el hombre con quien se encontró en el desierto, no era otro que el propio emir Moinben dijo:

"¡Por Alah, oh mi amo! haz que traigan los treinta dinares, porque tengo el borrico atado ahí a la puerta." A estas palabras, el emir Moinben rompió a reír de tal manera, que se cayó de trasero; e hizo llamar a su intendente y le dijo: "¡Es preciso contar inmediatamente mil dinares primero, luego quinientos, luego trescientos, luego ciento, luego cincuenta, y por último, treinta, para dárselos a este hermano árabe con objeto de que se decida a dejar atado donde está a su borrico!" Y el árabe llegó al límite de la estupefacción al recibir mil novecientos ochenta dinares por un saco de cohombros. ¡Tanta era la esplendidez del emir Moinben! ¡Sea por siempre con todos ellos la misericordia de Alah!

Después dijo Schehrazada:


CABELLOS BLANCOS[editar]

Cuenta Aba-Suwaid:

"Un día entré en un huerto para comprar fruta, y he aquí que desde lejos vi sentada a la sombra de un albaricoquero a una mujer peinándose. Cuando me acerqué a ella, noté que era vieja y que estaban blancos sus cabellos; pero su rostro resultaba perfectamente gentil y su tez fresca y deliciosa. Al ver que me acercaba a ella no hizo ningún movimiento para taparse el rostro ni ningún ademán para cubrirse la cabeza, y continuó, sonriendo, en su tarea de alisarse los cabellos con su peine, que era de marfil. Me paré enfrente de ella, y después de las zalemas, le dije: "¡Oh vieja de edad, pero joven de rostro! ¿Por qué no te tiñes los cabellos y parecerías entonces una joven de verdad? ¿A qué obedece el que no lo hagas? ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 377: Pero cuando llegó la 378ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 378ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¿A qué obedece el que no lo hagas?"

Levantó entonces ella la cabeza, me miró con los ojos muy abiertos, y me contestó con los versos siguientes:

¡Teñidos estuvieron antaño, pero desapareció su color y les queda el tiempo!

¿Para qué teñirlos ahora, si cuando quiero puedo balancear mi grupa fastuosamente, y hacérmelo meter a capricho por delante o por detrás?


Y dijo luego Schehrazada:


LA CUESTION ZANJADA[editar]

Cuentan que el visir Giafar recibió en su casa una noche al califa Harún Al-Raschid y no escatimó nada para divertirle agradablemente. De pronto dijo el califa: "Giafar, he sabido que compraste para ti una esclava muy bella, en la que había puesto los ojos yo y que quise comprar para mí mismo. ¡Deseo, pues, que me la cedas por el precio que te convenga!" Giafar contestó: "No tengo la menor intención de venderla, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Entonces, ofrécemela como regalo!" Giafar contestó: "Tampoco tengo esa intención, ¡oh Emir de los Creyentes!"

Entonces frunció las cejas Al-Raschid y exclamó: "¡Juro por los tres juramentos' que al instante me divorciaré de mi esposa Sett Zobeida, si no quieres consentir en venderme la esclava o en cedérmela!" Giafar contestó: "¡Juro por los tres juramentos que al instante me divorciaré de mi esposa, madre de mis hijos, si consiento en venderte la esclava o en cedértela!" (Ver la historia del desligador en Grano de Belleza Tomo 2)

Cuando hubieron hecho tal juramento ambos, comprendieron de pronto que habían ido demasiado lejos, cegados por los vapores del vino, y de común acuerdo se preguntaron qué medio emplearían para salir del apuro. Después de algunos instantes de perplejidad y reflexión, dijo Al-Raschid: "¡Para salir de este trance tan apurado, no tenemos más remedio que recurrir a las luces del kadí Abi-Yussuf, que tan versado está en la jurisprudencia del divorcio!" Enviaron a buscarle en seguida, y Abi-Yussuf pensó: "¡Cuando el califa envía a buscarme a media noche, es porque en el Islam ocurre algún acontecimiento muy grave!" Luego salió de su casa a toda prisa, aparejó su mula, y dijo a su esclavo, que iba detrás de la mula: "¡Llévate el saco de forraje del animal, que no ha terminado su ración todavía, y no te olvides de colgárselo de la cabeza a nuestra llegada, para que siga comiendo!"

Cuando entró en la sala donde le esperaban el califa y Giafar, el califa se levantó en honor suyo y le hizo sentarse a su lado, privilegio que no concedía nunca más que a Abi-Yussuf. Luego le dijo: "¡Te he llamado para un asunto de la mayor gravedad!" Y le explicó el caso. Entonces dijo Abi-Yussuf: "¡Pero si la solución es la cosa más sencilla del mundo!" Se encaró entonces con Giafar, y le dijo: "¡No tienes más que vender al califa media esclava y regalarle la otra media!"

Esta solución entusiasmó en extremo al califa, que admiró toda su sutileza, porque a ambos los desligaba de su juramento, haciéndole beneficiarse con la esclava que anhelaba. Llamaron, pues, a la esclava, y dijo el califa: "No puedo esperar a que pase el tiempo reglamentario para la liberación definitiva que me permite tomar la esclava a su primer amo. Es preciso, pues, ¡oh Abi-Yussuf! que des también con el medio de lograr inmediatamente esa liberación". Abi-Yussuf contestó: "¡La cosa es todavía más fácil! ¡Que hagan venir a un mameluco joven!" Al punto hicieron ir al mameluco en cuestión, y dijo Abi-Yussuf: "Para que sea lícita esta liberación inmediata, es necesario que la esclava esté casada legítimamente. ¡Voy, pues a dársela en matrimonio a este mameluco, quien mediante una retribución se divorciará de ella antes de tocarla! Y solamente ¡oh Emir de los Creyentes! podrá pertenecerte como concubina la esclava". Y se encaró con el mameluco y le dijo: "¿Aceptas como esposa legítima esta esclava?" El otro contestó: "¡La acepto!" Entonces le dijo el kadí: "¡Ya estás casado! ¡He aquí ahora mil dinares para ti! ¡Divórciate de ella!" El mameluco contestó: "¡Ya que me casé legítimamente, quiero permanecer casado, porque me gusta la esclava!"

Al oír esta respuesta del mameluco, el califa frunció las cejas con cólera, y dijo al kadí: "¡Por el honor de mis antepasados, que la solución que buscaste va a llevarte a la horca!" Pero Abi-Yussuf dijo sonriendo: "¡No se preocupe nuestro dueño el califa de la respuesta de este mameluco, y convénzase de que es más fácil que nunca la solución ahora!"

Luego añadió: "Solamente has de permitirme ¡oh Emir de los Creyentes! que me conduzca con este mameluco como si fuera un esclavo mío". El califa le dijo: "¡Te lo permito! ¡Es tu esclavo y tu propiedad!" Entonces Abi-Yussuf se encaró con la joven y le dijo: "¡Te regalo este mameluco y te lo doy como esclavo comprado! ¿Le aceptas así?" Ella contestó: "¡Le acepto!" Abi-Yussuf exclamó: "En ese caso, queda anulado el matrimonio que acaba de contraer contigo. ¡Y ya estás desligada de él! ¡Así lo ordena la ley del matrimonio! ¡He sentenciado!"

Al oír esta sentencia, Al-Raschid se irguió sobre ambos pies y exclamó en el límite de la admiración: "¡Oh Abi-Yussuf, no tienes par en el Islam!" E hizo que le entregaran una gran bandeja llena de oro y le rogó que la aceptase. El kadí dió las gracias al califa; pero no supo como llevar consigo todo aquel oro. De pronto se acordó del saco de la mula, en el que cabía un celemín, y tras de mandar por él vació todo el oro de la bandeja y se marchó.

Esta anécdota nos demuestra que el estudio de la jurisprudencia hace ricos a los hombres. ¡Sea, pues, con todos ellos la misericordia de Alah!"

Luego dijo Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 378: Abú-Nowas y el bañó de Sett Zobeida



ABÚ-NOWAS Y EL BAÑO DE SETT ZOBEIDA[editar]

Cuentan que el califa Harún Al-Raschid, que amaba con un amor extremado a su esposa y prima Sett Zobeida, había hecho construir, en un jardín reservado para ella sola, un estanque de agua rodeado por un bosquecillo de árboles frondosos, donde podía bañarse sin exponerse nunca a las miradas de los hombres y a los rayos del sol, pues el follaje era impenetrable.

Y he aquí que un día en que hacía mucho calor, Sett Zobeida fue al bosquecillo completamente sola, se desnudó del todo al borde del estanque y se metió en el agua. Pero no sumergió más que sus piernas hasta las rodillas, porque la daba miedo el escalofrío que produce el agua al sumergirse de una vez y, además, porque no sabía nadar. Pero con un jarro que había traído se vertía en los hombros agua poco a poco, estremeciéndose con la caricia húmeda de su frescura.

El califa, que la había visto encaminarse al estanque, la siguió sigilosamente, y amortiguando sus pisadas, llegó cuando ella estaba ya desnuda. A través de las hojas, se puso él a observar y admirar la desnudez de su esposa, blanca sobre el agua. Como tenía la mano apoyada en una rama, la rama rechinó de pronto, y Sett Zobeida...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

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Capítulo 379: Y cuando llegó la 379ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 379ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... la rama rechinó de pronto y Sett Zobeida se volvió asustada, llevándose las dos manos a su historia, para sustraerla a las miradas, con un gesto instintivo. Por cierto, que la historia de Sett Zobeida era cosa tan considerable, que podían ocultarla más que a medias las dos manos; y era aquélla historia tan gruesa y tan escurridiza, que Sett Zobeida no logró retenerla, y se le escapó por entre los dedos y apareció en toda su gloria a la vista del califa.

Al-Raschid, que hasta entonces nunca tuvo ocasión de observar al aire libre y al natural la historia de su prima, quedó maravillado y a la vez estupefacto de su enormidad y de su fastuosidad, y se apresuró a alejarse furtivamente como había venido. Pero aquel espectáculo despertó la inspiración en él, que se sintió dispuesto a improvisar. Siguiendo un ritmo ligero, empezó por componer el verso siguiente:

¡En el baño vi la plata cándida!...

Pero en vano siguió torturándose el espíritu para construir otros ritmos, porque no sólo no consiguió acabar el poema, sino que ni siquiera hizo otro verso que rimase; y se puso muy triste, y sudaba repitiendo ¡En el baño vi la plata cándida!... y no salía del apuro. Entonces se decidió a llamar al poeta Abu-Nowas, y le dijo: "Vamos a ver si compones un poema corto cuyo primer verso sea: ¡En el baño vi la plata cándida!..." Entonces Abu-Nowas, que también había merodeado por los alrededores del estanque y observado toda la escena consabida, contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y ante la estupefacción del califa, improvisó enseguida los siguientes versos:

¡En el baño vi la plata cándida, y mis ojos se embriagaron de leche!
¡Una gacela cautivó mi alma a la sombra de sus caderas mientras su historia se escurría entre sus dedos juntos!
¡Oh! ¿Por qué no pude convertirme en onda para acariciar aquella delicada historia escurridiza, o convertirme en pez durante una hora o dos?

El califa no intentó averiguar cómo se había arreglado Abu-Nowas para dar a sus versos una significación tan exacta, y le recompensó espléndidamente para demostrarle su satisfacción.

Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta sutileza de ingenio de Abu-Nowas era menos admirable que su encantadora improvisación en la anécdota que vas a oír:


ABU-NOWAS IMPROVISA[editar]

Presa de un insomnio tenaz, el califa Harún Al-Raschid se paseaba una noche por las galerías de su palacio, cuando se encontró con una de sus esclavas, a la cual amaba en extremo, que se dirigía al pabellón reservado para ella. La siguió y penetró en el pabellón detrás de la joven. La cogió entonces en brazos y se puso a acariciarla y a juguetear con ella de tal modo, que cayó el velo que la envolvía y la túnica también se escurrió de sus hombros.

Al ver aquello, se encendió el deseo en el alma del califa, que al instante quiso poseer a su bella esclava; pero se excusó ella diciendo: "Por favor, ¡oh Emir de los Creyentes! dejemos la cosa para mañana, porque no esperaba el honor de tu visita y no estoy preparada. ¡Pero mañana, si Alah quiere, me encontrarás toda perfumada, y embalsamarán la cama mis jazmines!" Entonces no insistió Al-Raschid y volvió a pasearse.

Al día siguiente, a la misma hora, envió a Massrur, jefe de sus eunucos, para que previniera a la joven de su visita proyectada. Pero precisamente la joven había tenido durante el día un principio de fatiga, y como se sentía floja y peor dispuesta que nunca, se limitó a citar por toda respuesta a Massrur, que le recordaba su promesa de la víspera, este proverbio: "¡El día borra las palabras de la noche!"

En el momento en que Massrur transmitía al califa las palabras de la joven, entraron los poetas Abu-Nowas, El-Rakaschi y Abu-Mossab. Y el califa se encaró con ellos y les dijo: "Improvisadme al instante cada uno de vosotros algunos ritmos donde se pongan en juego estas frases:

Entonces dijo primeramente El-Rakaschi:

Guárdate, corazón mío, de una hermosa niña inflexible que no gusta de hacer ni recibir visitas, que promete una cita sin acudir a ella, y se excusa diciendo: "¡El día borra las palabras de la noche!"

Luego se adelantó Abu-Mossab, y dijo:

¡A toda velocidad vuela mi corazón, y ella se burla de su ardor! ¡Mis ojos lloran, y se abrasan de deseo por ella mis entrañas; pero ella se limita a sonreír! Y si la recuerdo su promesa, me responde: "¡El día borra las palabras de la noche!"

Abu-Nowas se adelantó el último, y dijo

¡Oh, cuán linda estaba en su turbación aquella noche, y qué encanto tenía su resistencia!
¡El viento embriagado de la noche balanceaba lentamente la rama de su talle y su pesada grupa ondulante, y también plegábase su busto, en el que apuntaban las dos leves granadas de sus senos!
¡Con jugueteos amables, con caricias enardecidas, hice escurrirse el velo que ostentaba, y de sus hombros ¡oh redondez de perlas! se escurrió la túnica también!
¡Y apareció medio desnuda entonces, surgiendo de la ropa que la rodeaba cual surge de su cáliz una flor!
Como la noche corría ante nosotros su cortina de sombras, quise ser más audaz a la sazón; y le dije: ¡Coronemos el acto!"
Pero ella contestó: "¡Mañana seguiremos!"
Fuí a ella al día siguiente, y le dije: "¡Cumple tu promesa!" Se echó a reír y me contestó: "¡El día borra las palabras de la noche!"

Al oír tan diversas improvisaciones, Al-Raschid hizo que dieran una gruesa suma de plata a cada uno de los poetas, exceptuando a Abu-Nowas, a quien ordenó que condenaran a muerte al instante, exclamando: "¡Por Alah, tú estás de acuerdo con esa joven! De no ser así, ¿cómo pudiste hacer una descripción tan exacta de una escena que presencié yo solo?"

Abu-Nowas se echó a reír y contestó: "¡Nuestro dueño el califa olvida que el verdadero poeta sabe adivinar en lo que se le dice aquello que se le oculta! Y por cierto que nos pintó excelentemente el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) cuando dijo hablando de nosotros:

"Los poetas van como insensatos por todos los caminos. ¡Sólo les guían su inspiración y el demonio! ¡Cuentan y dicen cosas que no hacen!"

Ante tales palabras, no quiso Al-Raschid profundizar más en este misterio y después de perdonar a Abu-Nowas, le dió una suma doble de la recibida por los otros poetas.

Cuando el rey Schahriar hubo oído esta anécdota, exclamó: "¡No, por Alah! no sería yo quien perdonase a ese Abu-Nowas, y habría profundizado en aquel misterio y hubiera hecho que cortaran la cabeza a ese pillo. ¡No quiero, Schehrazada, que me hables más de ese canalla que no respetaba a califas ni a leyes! ¿Lo oyes bien?"

Y dijo Schehrazada: "Entonces ¡oh rey afortunado! voy a contarle la anécdota del asno.


EL ASNO[editar]

Un día, un buen hombre entre esos hombres que parecen llamados a que se burlen de ellos los demás, iba por el zoco llevando detrás de él a su asno atado con una sencilla cuerda que servía de cabestro al animal. Le divisó un ladrón muy experimentado, y resolvió robarle el asno. Participó su proyecto a uno de sus compañeros, que hubo de preguntarle: "¿Pero cómo te vas a arreglar para no llamar la atención del hombre?" El otro contestó: "¡Sígueme y ya verás!..."

En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 380: Pero cuando llegó la 380ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 380ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"..¡Sígueme y ya verás!" Se acercó entonces por detrás al hombre, y con mucho cuidado quitó el cabestro al asno, se lo puso él mismo, sin que el hombre notase el cambio, y echó a andar como una acémila, mientras su compañero se alejaba con el asno que habían libertado.

Cuando estuvo seguro el ladrón de que el burro iba ya lejos, detuvo su marcha bruscamente, y sin volverse, intentó el hombre obligarle a marchar, tirando de él. Pero al sentir aquella resistencia, se volvió para regañar al borrico, y vió sujeto con el cabestro al ladrón en lugar del animal y mirándole con aspecto humilde y ojos implorantes. Se quedó tan estupefacto, que permaneció inmóvil frente al ladrón; y al cabo de un momento, pudo por fin articular algunas sílabas y preguntar: "¿Quién eres?" El ladrón exclamó con voz lacrimosa: "¡Soy tu asno, oh amo mío! ¡Pero mi historia es asombrosa! Porque has de saber que en mi juventud era yo un bribón dado a toda clase de vicios vergonzosos. Un día entré completamente borracho y repugnante en casa de mi madre, la cual, al verme, sin poder dominar su ira, me colmó de reproches y quiso echarme de la casa. Pero yo la rechacé y hasta le pegué, influido por mi borrachera. Entonces, indignada ante mi conducta para con ella, mi madre me maldijo, y el efecto de su maldición fue variar repentinamente mi forma y convertirme en borrico. A la sazón ¡oh amo mío! me compraste por cinco dinares en el zoco de los burros, y me has tenido todo este tiempo, y te he servido como animal de carga, y me pinchabas en la grupa cuando, rendido ya, me negaba a andar, y lanzabas contra mí mil juramentos que no me atreveré a repetir nunca. ¡Eso es todo! Y no podía yo quejarme porque me faltaba el don de la palabra, y lo más que hacía a veces, aunque raramente, era recurrir al cuesco para reemplazar así el lenguaje que carecía. Por último, sin duda ha debido recordarme con agrado hoy mi madre, y debió entrar la piedad en su corazón e incitarla a implorar para mí la misericordia del Altísimo. ¡Porque indudablemente obedece esta misericordia el que ahora haya yo vuelto a mi primitiva forma humana, oh amo mío!"

Al oír estas palabras, exclamó el pobre hombre: "¡Oh semejante mío, perdóname mis yerros para contigo, ¡por Alah sobre ti! y olvida los malos tratos que te hice sufrir sin darme cuenta! ¡No hay recurso más que en Alah!" Y se apresuró a quitar el ronzal que sujetaba al ladrón, y se fue muy arrepentido a su casa, donde pasó la noche sin poder pegar los ojos de tantos remordimientos y pena como sentía.

Algunos días después, fue el pobre hombre al zoco de los burros para comprarse otro asno; ¡y cuál no sería su sorpresa al encontrar en el mercado a su primer borrico con el aspecto que tenía antes de transformación! Y pensó: "¡Sin duda debió el bribón cometer ya algún otro delito!" Y se acercó al asno, que se había puesto a rebuznar al reconocerle, se inclinó a su oreja y le dijo con todas sus fuerzas: "¡Oh bribón incorregible!, has debido ultrajar y pegar otra vez tu madre para transformarte de nuevo en borrico. Pero ¡por Alah! ¡No seré yo quien vuelva a comprarte!" Y le escupió furioso en la cara, y se fue a comprar otro asno notoriamente conocido como hijo de padre y madre pertenecientes a la especie de los asnos.

Y Schehrazada dijo todavía aquella noche:


EL FLAGRANTE DELITO DE SETT ZOBEIDA[editar]

Cuentan que el Comendador de los Creyentes, Harún Al-Raschid, entró un día a dormir la siesta en las habitaciones de su esposa Sett Zobeida, y ya iba a echarse cuando notó precisamente en mitad del lecho una extensa mancha, fresca todavía, de cuyo origen no podía dudarse. Al ver aquello, se ennegreció el mundo ante el califa, que llegó al límite de la indignación. Hizo llamar al punto a Sett Zobeida, y con los ojos inflamados de cólera y temblándole la barba, le dijo: "¿De qué es esa mancha que hay en nuestro lecho?" Sett Zobeida acercó la cabeza a la mancha consabida, la olió y dijo: "Es de licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" Conteniendo a duras penas el estallido de su cólera, exclamó él: "¿Y puedes explicarme la presencia de ese líquido aún tibio en un lecho donde no me he acostado contigo desde hace más de una semana?" Ella exclamó muy conmovida: "La fidelidad sobre mí y alrededor de mí ¡oh Emir de los Creyentes! ¿Acaso me acusas de fornicación?"

Al-Raschid dijo: "Tanto te acuso, que ahora mismo voy a hacer venir al kadí Abi-Yussuf para que examine la cosa y me dé su parecer acerca de ella. ¡Y te juro por el honor de mis antecesores ¡oh hija de mi tío! que no retrocederé ante nada si el kadí te declara culpable!"

Cuando llegó el kadí, Al-Raschid le dijo: "¡Oh Abi-Yussuf, dime qué puede ser esa mancha!"

El kadí se acercó al lecho, puso el dedo en la mancha, se lo llevó luego a la altura de los ojos y de la nariz, y dijo: "¡Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!..."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 381: Pero cuando llegó la 381ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 381ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Y cuál puede ser su origen inmediato?"

Muy perplejo y sin querer afirmar una cosa que le hubiera atraído la enemistad de Sett Zobeida, el kadí se puso a mirar al techo como si reflexionase, y divisó en una grieta el ala de un murciélago que se había metido allí.

Y le iluminó el entendimiento una idea salvadora, y dijo: "¡Dame una lanza, oh Emir de los Creyentes!" El califa le entregó una lanza, y Abi-Yussuf pinchó con ella al murciélago, que hubo de caer pesadamente. Entonces dijo el kadí: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Los libros de medicina nos enseñan que el murciélago tiene un licor que se parece de un modo asombroso al del hombre. Sin duda que el delito lo cometió él mirando a Sett Zobeida dormida! ¡Ya ves que acabo de castigarle con la muerte!"

Aquella explicación satisfizo completamente al califa, que sin dudar ya de la inocencia de su esposa, colmó de presentes al kadí en prueba de gratitud. Y por su parte, Sett Zobeida, en el límite del júbilo, le hizo suntuosos regalos y le invitó a quedarse con ella y el califa para comerse algunos frutos y primicias que les habían llevado. El kadí se sentó en la alfombra entre el califa y Sett Zobeida, y Sett Zobeida mondó un plátano y le dijo, ofreciéndoselo: "En mi jardín tengo otras frutas raras en esta época del año; ¿las prefieres a los plátanos?"

El kadí contestó: "Tengo por norma ¡oh mi señora! no sentenciar nunca acerca de lo que no conozco. ¡Es preciso, pues, que vea esas primicias para compararlas con estas primicias y dar luego mi opinión sobre sus respectivas excelencias!" Sett Zobeida hizo que cogieran las primicias de su jardín y se las trajeran enseguida, y cuando las probó el kadí, le preguntó: "¿Qué frutas prefieres ahora?" El kadí sonrió con suficiencia, miró al califa, después a Sett Zobeida, y les dijo: "¡Por Alah, que es muy difícil la respuesta! ¡Porque si prefiero una de estas frutas, condenaré la otra, y me expongo así a la indigestión que el rencor de esta última me ocasionaría!"

¡Y al oír semejante respuesta, Al-Raschid y Sett Zobeida se echaron a reír de tal modo, que se cayeron de espaldas!

Y como Schehrazada notó por ciertos indicios que el rey Schahriar parecía condenar sin misericordia a Sett Zobeida; culpándola a ella sola del delito, se apresuró a contarle, para distraerle, la siguiente anécdota:


¿MACHO O HEMBRA?[editar]

Entre diversas anécdotas del gran Khosrú, rey de Persia, cuentan que este rey era muy aficionado al pescado. Un día en que estaba sentado en su terraza, con su esposa la bella Schirín, llegó un pescador que le llevaba como presente un pez de tamaño y hermosura extraordinarios. Maravillado quedó el rey con aquel presente, y ordenó que dieran al pescador cuatro mil dracmas. Pero la bella Schirín, que jamás aprobada la generosa prodigalidad del rey, esperó a que el pescador se fuera, y dijo: "No conviene ser pródigo hasta el punto de dar a un pescador cuatro mil dracmas por un solo pez. Deberías hacer que te devolviera esa suma, porque si no, en lo sucesivo, cuantos te traigan un presente regularán sus pretensiones tomando como punto de partida ese precio; ¡y no podrás entonces complacerles!"

El rey Khosrú contestó: "¡Pero sería indigno de un rey admitir de nuevo lo que dio! ¡Olvidemos, pues, lo pasado!" Pero Schirín contestó: "No, no es posible dejar así la cosa. Hay un medio de recuperar la suma sin que el pescador ni nadie tenga nada que decir. No tienes más que hacer venir otra vez al pescador y preguntarle: "¿Es macho o hembra el pez que me has traído?" Si te contesta es macho, se lo devuelves, diciendo: "¡Lo que yo quiero es una hembra!"; y si te dice que es hembra, se lo devuelves también, diciendo: "¡Lo que yo quiero es un macho!"

El rey Khosrú, que amaba con un amor extremado a la bella Schirín, no quiso contrariarla, y aunque a disgusto; se apresuró a hacer lo que le aconsejaba ella. Pero el pescador era un hombre dotado precisamente de un ingenio muy fino, y cuando Khosrú, después de llamarle, le preguntó: "¿Es macho o hembra el pez?", besó la tierra y contestó: "¡Ese pez ¡oh rey! es hermafrodita!"

Al oír estas palabras, Khosrú se sintió satisfecho y se echó a reír: luego ordenó a su intendente que diera al pescador ocho mil dracmas en lugar de cuatro mil. El pescador se fue con el intendente, que le contó los ocho mil dracmas, y los puso en el saco que le había servido para llevar el pez, y salió.

Cuando pasaba por el patio del palacio, dejó caer del saco, inadvertidamente, un dracma de plata. Enseguida se apresuró a poner su saco en el suelo, buscando aquel dracma y recogiéndolo con verdadera satisfacción.

Y he aquí que Khosrú y Schirín le observaban desde la terraza y vieron lo que acababa de ocurrir. Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, exclamó Schirín...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 382: Pero cuando llegó la 382ª noche


PERO CUANDO LLEGÓ LA 382ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, exclamó Schirín: "¡Mira el pescador! ¡Qué ignominia la suya! ¡Se le cae un dracma, y en vez de dejarlo para que se lo lleve algún pobre, es tan vil que lo recoge a despecho del menesteroso!"

Estas palabras impresionaron mucho a Khosrú, que hizo llamar de nuevo al pescador y le dijo: "¡Oh ser abyecto! ¡Parece mentira que seas un hombre con alma tan pequeña! ¡Te pierde esa avaricia que te impulsa a dejar un saco lleno de oro por recoger un solo dracma que ha caído para suerte del menesteroso!"

Entonces el pescador besó la tierra y contestó: "¡Alah prolongue la vida del rey! Si recogí ese dracma, no es porque me seduzca su importe, sino porque tiene otro gran valor a mis ojos. ¿No lleva, en efecto, sobre una de sus caras la imagen del rey y su nombre sobre la otra? No he querido dejarlo expuesto a que, por inadvertencia, lo pisaran los pies de alguno. ¡Y me apresuré a recogerlo, siguiendo así el ejemplo del rey que me sacó del polvo, aunque apenas valgo lo que un dracma!"

Tanto gustó esta respuesta al rey Khosrú, que hizo que dieran cuatro mil dracmas más al pescador, y ordenó a los pregoneros públicos que gritaran por todo el Imperio: "No hay que dejarse guiar nunca por el consejo de las mujeres. ¡Porque quien las escucha comete dos faltas cuando quiere evitar la mitad de una!"

Al oír esta anécdota, dijo el rey Schahriar: "Apruebo completamente la conducta de Khosrú y su desconfianza con respecto a las mujeres. ¡Ellas son la causa de muchas calamidades!"

Pero ya decía Schehrazada sonriendo:


EL REPARTO[editar]

Una noche, el califa Harún Al-Raschid se quejaba de insomnios ante su visir Giafar y su portaalfanje Massrur, cuando de pronto soltó Massrur una carcajada. El califa le miró frunciendo las cejas, y le dijo: "¿De qué te ríes así? ¿Es que estás loco, es que te burlas?" Massrur contestó: "¡No, por Alah ¡oh Emir de los Creyentes! te juro por el parentesco que te une al Profeta que mi risa no obedece a ninguna de esas causas, sino sencillamente a que me he acordado de las buenas ocurrencias de un tal Ibn Al-Karabí, alrededor del cual hacían corro ayer en el Tigris para escucharle".

El califa dijo: "En tal caso, ve enseguida a buscar a ese Ibn Al-Karabí. ¡Acaso consiga dilatarme un poco el pecho!"

Al punto corrió Massrur en busca del chistoso Ibn Al-Karabí, y habiéndole encontrado, le dijo: "Le hablé de ti al califa, y me ha enviado a buscarte para que le hagas reír".

El otro contestó: "Escucho y obedezco". Massrur añadió entonces: "¡Sí, te conduzco muy gustoso a presencia del califa; pero ha de ser con la condición de que desde luego me darás las tres cuartas partes de lo que el califa te regale como remuneración!" Ibn Al-Karabí dijo: "¡Eso es demasiado! Te daré dos terceras partes por tu corretaje. ¡Creo que es bastante!"

Después de algunas dificultades respecto al pago, Massrur acabó por aceptar el convenio, y condujo al hombre a presencia del califa.

Al verle entrar, le dijo Al-Raschid: "Parece ser que tienes ocurrencias muy divertidas. ¡A ver cómo las hilvanas! ¡Pero has de saber que si no consigues hacerme reír te espera una paliza!"

El resultado de esta amenaza fué helar completamente el ingenio de Ibn Al-Karabí, que no supo encontrar entonces más que banalidades de efecto desastroso; porque, en vez de reír, Al-Raschid sentía aumentar su irritación, y exclamó por último:

"¡Que le administren cien bastonazos en las plantas de los pies, para desviar la sangre que le obstruye el cerebro!"

Al punto acostaron al hombre y le fueron administrando por cuenta bastonazos en las plantas de los pies. De repente, cuando pasaron del número treinta, exclamó el hombre: "¡Que remuneren ahora a Massrur con las dos terceras partes que quedan de bastonazos, porque así lo hemos convenido entre nosotros!"

Entonces, a una señal del califa, se apoderaron de Massrur los guardias, le acostaron y comenzaron a hacerle sentir en las plantas de los pies el compás del bastón. Pero, a los primeros golpes, exclamó Massrur: "¡Por Alah, que me contento muy gustoso con la tercera parte, y aun con la cuarta, y le cedo todo lo demás!"

Al oír estas palabras, el califa se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero, e hizo que a cada uno de los dos pacientes le dieran mil dinares.

Luego no quiso Schehrazada dejar transcurrir la noche sin contar la siguiente anécdota:


EL MAESTRO DE ESCUELA[editar]

Una vez, un hombre cuyo oficio consistía en vagabundear y vivir a costa de los demás, tuvo la idea de hacerse maestro de escuela aunque no sabía leer ni escribir, porque aquel era el único oficio capaz de permitirle ganar dinero sin tener que hacer nada porque es notorio que se puede ser maestro de escuela, e ignorar completamente las reglas y rudimentos de la lengua; basta con ser un taimado que haga creer a los demás que es un gran gramático; y ya se sabe que el gramático sabio es, por lo general, un pobre hombre de ingenio corto, mezquino, humillante, incompleto e impotente. Así, pues, nuestro vagabundo se erigió en maestro de escuela sin necesitar más que aumentar el número de vueltas y el volumen de su turbante, y de esta guisa abrió al final de una callejuela una sala que decoró con muestras de escritura y otras cosas semejantes, y esperó allá a que llegasen los clientes.

Y he aquí que al ver un turbante tan imponente, los vecinos del barrio no dudaron por un instante de la ciencia de su convecino, y se apresuraron a enviarle sus hijos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 383: Y cuando llegó la 383ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 383ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...y se apresuraron a enviarle sus hijos.

Pero como no sabía leer ni escribir, se valió él de un medio muy ingenioso para salir del compromiso; consistía este medio en hacer que los chicos que sabían leer y escribir un poco dieran la lección a los que no sabían nada absolutamente, en tanto que él hacía como que vigilaba, aprobando y desaprobando. De este modo prosperó la escuela, y los negocios del maestro iban viento en popa.

Un día que estaba con su varita en la mano y lanzaba miradas terribles a los pobres niños, cohibidos por el espanto, entró en la sala una mujer llevando en la mano una carta, y se dirigió al maestro para rogarle que se la leyese, lo cual es muy corriente en las mujeres que no saben leer. Al verla, el maestro de escuela no supo qué hacer para evitar semejante prueba, y de pronto se levantó muy presuroso para salir. Pero la mujer le detuvo, suplicándole que antes de salir le leyera la carta.

El contestó: "¡No puedo esperar más, porque el muecín acaba de anunciar la plegaria del mediodía y tengo que ir a la mezquita!" Pero la mujer no le dejó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti! ¡Acaba de llegarme esta carta de mi esposo, que está ausente hace cinco años, y sólo tú en el barrio puedes leérmela!" Y le obligó a coger la carta.

El maestro de escuela se vió obligado entonces a coger la carta; pero la había puesto invertida, y en vista del apuro en que se encontraba, empezó a fruncir las cejas, mirando la escritura, y a golpearse la frente y a quitarse el turbante, sudando de angustia.

Al ver aquello, pensó la pobre mujer: "¡No cabe duda! ¡Cuando el maestro de escuela se pone tan agitado, debe estar leyendo malas noticias! ¡Qué calamidad! ¡Tal vez haya muerto mi esposo!" Luego, llena de ansiedad, preguntó al maestro de escuela: "¡Por favor, no me ocultes nada! ¿Ha muerto?" Por toda respuesta, levantó la cabeza con un gesto vago y guardó silencio. Ella exclamó entonces: "¡Qué calamidad ha caído sobre mi cabeza! ¿Debo desgarrarme los vestidos?"

El contestó: "¡Desgárratelos!" Ella preguntó, en el límite de la ansiedad: "¿Debo abofetearme y arañarme las mejillas?" El contestó: "¡Abofetéate y aráñate!"

Al oír estas palabras, la pobre mujer, enloquecida salió de la escuela y corrió a su casa, llenándola con sus gritos de dolor. Entonces acudieron a ella todos los vecinos, y se pusieron a consolarla; mas en vano. En aquel momento entró uno de los parientes de la desdichada, vió la carta, y cuando la leyó, dijo a la mujer: "¿Pero quién ha podido anunciarte la muerte de tu esposo? En la carta no se habla de semejante cosa. Mira lo que dice: "Después de las zalemas y los votos, ¡oh hija de mi tío! continúo gozando de una salud excelente, y espero estar de vuelta a tu lado dentro de quince días. Pero antes, para probarte mi solicitud, te enviaré una tela de lino envuelta en una manta. ¡Uassalam!"

La mujer cogió entonces la carta y volvió a la escuela para reprochar al maestro que la hubiese engañado de aquel modo. Le encontró sentado a la puerta, y le dijo: "¿No es para ti una vergüenza engañar de esta manera a una pobre mujer anunciándola la muerte de su esposo, cuando en la carta se dice que mi esposo ha de volver muy pronto y que me envía de antemano una tela y una manta?"

Al oír estas palabras, contestó el maestro de escuela: "Ciertamente ¡oh pobre mujer!, que tienes razón para reprocharme. Pero perdóname, pues en el momento en que yo tenía tu carta entre las manos estaba muy preocupado, y al leer un poco de prisa y de cualquier modo, creí que la tela y la manta eran un recuerdo que te enviaban por haber pertenecido a tu esposo muerto."

Luego dijo Schehrazada:


LA INSCRIPCION DE UNA CAMISA[editar]

Cuentan que habiendo ido un día El-Amín, hermano del califa ElMamúm, de visita a casa de su tío El-Mahdí, vió a una esclava muy bella que tocaba el laúd, y quedó enamorado de ella al punto. Como El-Mahdí no tardó en notar la impresión que la esclava había producido en su sobrino, con objeto de darle una sorpresa agradable esperó a que se marchase para enviarle la esclava con alhajas y ricos trajes. Pero a El-Amín le pareció que ya su tío habría gustado las primicias de la joven y se la daba desflorada, porque sabía que su tío era excesivamente aficionado a la fruta verde aún. No quiso, pues, aceptar la esclava, y se la devolvió con una carta en que le decía que una manzana mordida por el jardinero antes de madurar, no endulzará nunca la boca del comprador.

Entonces El-Mahdí hizo desnudarse por completo a la joven, la puso en la mano un laúd, y se la envió de nuevo a El-Amín vestida solamente con una camisa de seda, en la cual aparecía esta inscripción con letras de oro:

¡El botín oculto en la sombra de mis pliegues está virgen de todo tocamiento!
¡Sólo lo ha examinado la mirada para admirar sus perfecciones!

Al ver los encantos de la esclava vestida con aquella camisa tan gentil, y al leer la inscripción, El-Amín no tuvo ya motivo para rehusar, y aceptó el regalo, honrándolo particularmente.

Aquella noche todavía dijo Schehrazada:


LA INSCRIPCION DE UNA COPA[editar]

El califa El-Motawakkel cayó un día enfermo, y su médico Yahia le recetó remedios tan excelentes, que se disipó la enfermedad y sobrevino la convalecencia. Entonces afluyeron a él de todas partes regalos de felicitación. Y he aquí que, entre otros obsequios, el califa recibió de Ibn-Khatán, como presente, una joven intacta, cuyos senos desafiaban por su hermosa forma a los senos de todas las mujeres de su época.

Al propio tiempo que su belleza, la joven llevaba para el califa, al presentarse a él, una botella de cristal llena de un vino selecto. Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 384: Pero cuando llegó la 384ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 384ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción:

¿Qué filtro o qué tríaca, qué bálsamo o qué díctamo vale lo que este licor purpúreo, de sabor exquisito, remedio universal para los males del cuerpo y para el fastidio?

Y he aquí que el sabio médico Yahia encontrábase en aquel momento junto al califa, y al leer esta inscripción se echó a reír, y dijo al califa: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! esta joven y la medicina que te trae te harán recuperar las fuerzas mejor que todos los remedios antiguos y modernos!"

Luego, sin interrumpirse, comenzó inmediatamente Schehrazada la siguiente anécdota:


EL CALIFA EN EL CESTO[editar]

Esta historia nos la transmitió el famoso cantor Ishak de Mossul.

Dice:

"Una noche había yo salido tarde de un festín en el palacio del califa El-Mamúm, y como estaba muy molesto a causa, de una retención de orina que padecía, me metí por una callejuela en la que no se veía luz, me acerqué a una tapia, aunque no me puse tan cerca de ella como para que me salpicaran mis propios orines, me agaché cómodamente y sentí un gran alivio meando cuanto pude. Apenas acabé y me sacudí, noté que en medio de la oscuridad me caía una cosa encima de la cabeza. Salté sobre mis piernas, muy sorprendido en verdad; atrapé el objeto, y después de palparlo por todos lados, observé con verdadero asombro que era un cesto grande atado por sus cuatro asas con una cuerda que pendía de la casa ante la cual me hallaba yo. Lo palpé más aún, y encontré que por dentro estaba forrado de seda y tenía dos cojines que olían bien.

Como había yo bebido un poco más que de costumbre, mi espíritu enervado me impulsó a sentarme en aquel cesto que me invitaba al reposo. No pude resistir a la tentación, y me senté en el cesto, y antes de que tuviera tiempo de echar pie a tierra, me vi elevado rápidamente hasta la terraza, donde me cogieron sin decir una palabra cuatro jóvenes, que me llevaron a la casa y me invitaron a seguirlas. Una de ellas echó a andar delante de mí con una antorcha en la mano, y las otras tres se mantuvieron detrás de mí, e hiciéronme bajar por una escalera de mármol y entrar en una sala de magnificencia comparable a la del palacio del califa. Y pensé para mi ánima: "¡Me deben tomar por otro a quien hayan dado cita esta noche! ¡Alah arreglará la situación!"

Estando yo aún en aquella perplejidad, se alzó un cortinaje de seda que ocultaba una parte de la sala, y vi a diez jóvenes arrebatadoras, y de talle frágil y andares exquisitos, llevando antorchas unas y las otras pebeteros de oro, donde ardían nardo y áloe de la mejor calidad. En medio de ellas avanzaba como una luna otra joven que hubiera dado celos a las estrellas todas. Se balanceaba al andar y miraba graciosamente de soslayo, levantando las almas más pesadas. Y he aquí que al verla salté sobre ambos pies y me incliné hasta el suelo ante ella. Y me miró sonriendo, y me dijo: "¡Bien venido sea el visitante!"

Luego se sentó y añadió con una voz encantadora: "¡Descansa, señor!"

Me senté, disipada ya la borrachera de vino, pero presa de otra embriaguez más fuerte. Entonces me dijo ella: "¿Y cómo se te ha ocurrido venir a nuestra casa y sentarte en el cesto?" Contesté: "¡Oh mi señora! es la molestia que me ocasionaba mi mal de orina la que solamente me ha impulsado a venir a esta calle; luego el vino me hizo sentarme en el cesto, y ahora es tu generosidad quien me introduce en esta sala, donde tus encantos reemplazaron en mi cerebro la borrachera con otra clase de embriaguez".

Al oír estas palabras, la joven pareció muy satisfecha, y me preguntó: "¿Qué oficio tienes?"

Me guardé bien de decirle que era cantor y músico del califa, y le contesté: "¡Soy tejedor del zoco de los tejedores de Bagdad!" Ella me dijo: "Pues tus maneras son exquisitas y honran al zoco de los tejedores. ¡Si a ellas unes el conocimiento de la poesía, no tendremos que arrepentirnos de haberte recibido entre nosotras! ¿Sabes versos?" Contesté: "¡Uno que otro!" Dijo ella: "¡Recítanos algunos, entonces!" Contesté: "¡Oh mi señora! siempre está el visitante un poco sobrecogido por el recibimiento que se le hace. ¡Aliéntame, pues, empezando tú la primera por recitarnos algunas poesías de tu agrado!"

Ella me contestó: "¡Con mucho gusto!" Y al punto me recitó admirables poemas escogidos de los poetas más antiguos, como Amri'lkais, Zohair, Antara, Nabigha, Amrú ben-Kalthum, Tharafa y Chanfara, y de los poetas más modernos, como Abu-Nowas, El-Rakaschí, Abu-Mossab y los demás. Y estaba yo tan maravillado de su dicción como deslumbrado por su hermosura. Luego me dijo: "¡Creo que ya se te habrá pasado la emoción!"

Dije: "¡Sí, por Alah!" Y a mi vez escogí entre los versos que conocía los más delicados, y se los recité con mucho sentimiento. Cuando terminé, me dijo ella: "¡Por Alah!, que no sabía que hubiese individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 385: Pero cuando llegó la 385ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 385ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores!"

Tras de lo cual sirvieron un festín, en el que no escatimaron las frutas ni las flores; y ella misma me ofrecía los mejores bocados.

Luego, cuando levantaron el mantel, trajeron las bebidas y las copas, y ella misma me echó de beber, y me dijo: "He aquí el momento mejor de la conversación. ¿Sabes historias bonitas?" Me incliné y enseguida le conté una porción de detalles divertidos acerca de los reyes, de su corte y de sus maneras, hasta el punto de que me interrumpió de pronto ella para decirme: "¡En verdad que estoy sorprendida prodigiosamente de ver a un tejedor tan al corriente de las costumbres de los reyes!" Contesté: "¡Pues no tiene nada de particular, porque un vecino mío, que es un hombre delicioso, tiene entrada en el palacio del califa, y en sus momentos de ocio se complace en afinarme el ingenio con sus propios conocimientos!"

Ella me dijo: "¡En ese caso, no admiro menos la firmeza de tu memoria, que con tanta exactitud retiene detalles tan preciosos!"

¡Eso fué todo! Y aspirando los perfumes de nardo y áloe que aromaban la sala, y contemplando aquella belleza y escuchando cómo me hablaba con los ojos y los labios, me sentía yo en el límite del entusiasmo, y pensaba para mi ánima: "¿Qué haría el califa si estuviese aquí en mi caso? ¡Seguramente que no sería ya dueño de sí y estallaría de amor!"

La joven me dijo después: "En verdad, eres un hombre excesivamente distinguido; adornan tu espíritu conocimientos muy interesantes y tus maneras son en extremo refinadas. ¡Ya no me queda más que una cosa que pedirte!"

Contesté: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!" Ella dijo: "¡Deseo oírte cantar algunos versos acompañándote con el laúd!" Pero a mí, como músico de profesión, no me agradaba cantar yo mismo; así es que contesté: "En otro tiempo cultivé el arte del canto, pero, como no llegué a obtener un resultado apetecible, preferí abandonarlo. Bien quisiera ejecutar algo; pero me sirve de excusa mi ignorancia. En cuanto a ti, ¡oh señora mía! todo me indica que debes tener una voz perfectamente hermosa. ¿Por qué no nos cantas algo, para hacernos la noche más deliciosa aún?"

Hizo ella entonces que le llevaran un laúd, y cantó. Y en mi vida hube de oír timbre de voz más lleno, más grave y más perfecto, unido a una ciencia de los efectos tan consumada. Vió ella mi delectación, y me preguntó: "¿Sabes de quién son los versos y de quién la música?" Aunque lo había notado, contesté: "Lo ignoro por completo, ¡oh mi señora!" Ella exclamó: "¿Pero es posible que pueda ignorar este aire alguien en el mundo? ¡Sabe, pues, que los versos son de Abu-Nowas, y la música, que es admirable, es del gran músico Ishak de Mossul!"

Yo contesté, sin descubrirme: "¡Por Alah! ¡Ishak no supone ya nada a tu lado!" Ella exclamó: "¡Bakh! ¡bakh! ¡en que error estás! ¿Hay en el mundo alguien que pueda igualarse a Ishak? ¡Bien se ve que no le oíste nunca!" Luego siguió cantando más todavía e interrumpíase para ver si no carecía yo de nada; y continuamos disfrutando de tal suerte hasta la aparición de la aurora.

Entonces, una vieja, que debía ser la nodriza de la joven, fue a prevenirla de que había llegado la hora de separarnos; y antes de retirarse, me dijo la joven: "¿Tendré que recomendarte discreción, ¡oh mi huésped!? ¡Las reuniones íntimas son como la prenda que se deja a la puerta antes de marchar!" Yo contesté, inclinándome: "¡No soy de quienes necesitan semejantes recomendaciones!" Y una vez que me despedí de ella, me metieron en el cesto y me bajaron a la calle.

Llegué a mi casa y recé la plegaria de la mañana, metiéndome luego en la cama donde estuve durmiendo hasta la tarde. Cuando me desperté, me vestí de prisa y me presenté en el palacio, pero los chambelanes me dijeron que el califa había salido y dejó para mí recado de que esperara su regreso, porque tenía por la noche un festín y le era necesaria mi presencia para que cantase. Le esperé un buen rato; pero como el califa tardaba en volver, me dije que sería una locura faltar a una velada como la de la víspera y corrí a la callejuela, donde encontré el cesto colgante. Me metí dentro, y ya arriba, me presenté a la dama.

Al verme, me dijo ella riendo: "¡Por Alah! ¡Me parece que tienes intención de aposentarte entre nosotras!"

Me incliné y contesté: "¿Y quién no lo anhelaría? Pero ya sabes ¡oh mi señora! que los derechos, de hospitalidad duran tres días, y no estamos más que en el segundo. ¡Si vuelvo después de pasado el tercero, podrás tomar mi sangre!"

Pasamos aquella noche muy agradablemente, charlando, contándonos historias, recitando versos y cantando, como la víspera. Pero en el momento de bajar dentro del cesto, pensé en la cólera del califa, y me dije: "No admitirá excusa ninguna, a no ser que le cuente la aventura. ¡Y no creerá la aventura, a no ser que la compruebe por sí mismo!" Me encaré entonces con la joven, y le dije: "¡Oh mi señora! ¡Veo que te gustan el canto y las buenas voces! ¡Y he aquí que tengo un primo mucho más guapo de cara que yo, mucho más distinguido de modales, con mucho más talento que yo y que conoce mejor que nadie en el mundo los aires de Ishak de Mossul! ¿Quieres, pues, permitirme que le traiga conmigo mañana, que es el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora? ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 386: Pero cuando llegó la 386ª noche


PERO CUANDO LLEGÓ LA 386ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora?" Ella me contestó: "Ya empiezas a ser indiscreto. ¡Pero, puesto que tan agradable es tu primo, puedes traérmele!" Le di las gracias y me fuí por el mismo camino que la víspera.

Al llegar a mi casa, encontré allí a los guardias del califa, que me abrumaron con injurias, se apoderaron de mí y me arrastraron a la presencia de El-Mamúm. Le vi sentado en el trono como en sus peores días de cólera, con los ojos llameantes y terribles. Y apenas me divisó, exclamó: "¡Ah hijo de perro, osaste desobedecerme!" Yo le dije: "¡No, por Alah! ¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡Puedo justificarme!" Dijo él: "¿Y cómo?" Yo contesté: "¡No te lo puedo decir más que en secreto!" Ordenó al punto a todos los circunstantes que se retiraran, y me dijo: "¡Habla!" Entonces le conté la aventura con todos sus detalles y añadí: "¡Y ahora la joven nos espera a los dos para esta noche, porque así se lo he prometido!"

Cuando oyó El-Mamúm estas palabras, se serenó y me dijo: "¡Cierto que es excelente la razón que alegas! ¡Y estuviste muy inspirado al pensar en mí para esta noche!" Y desde aquel instante ya no supo qué hacer para esperar con paciencia la llegada de la noche. Y le recomendé mucho que tuviese cuidado de no descubrirse y descubrirme llamándome por mi nombre delante de la joven. Me lo prometió formalmente, y en cuanto llegó el momento oportuno se disfrazó de mercader y me acompañó a la callejuela.

Encontramos en el sitio de costumbre dos cestos en lugar de uno, y cada cual nos colocamos en uno de ellos. Subimos así, y ya en la terraza, bajamos a la magnífica sala consabida, donde fue a reunirse con nosotros la joven, más bella que nunca aquella noche.

Al verla, noté que el califa quedaba locamente prendado de ella. Pero cuando se puso a cantar, llegó él al delirio, tanto más cuanto que los vinos que nos servía la joven graciosamente nos habían ya turbado la razón. En su alegría y su entusiasmo, el califa olvidó de pronto la resolución tomada, y me dijo: "Bueno, Ishak, ¿a qué esperas para responderle con algún cántico basado en un aire nuevo de tu invención?"

Entonces, muy azorado, me vi en la obligación de contestar: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los Creyentes!"

No bien hubo oído estas palabras la joven, nos contempló un instante y se levantó a toda prisa para cubrirse el rostro y desaparecer, como cumple a cualquier mujer que se halle en presencia del Emir de los Creyentes. Entonces, El-Mamúm, un poco contrariado por la marcha de la joven a causa del olvido que tuvo él, me dijo: "¡Infórmate al instante quién es el dueño de esta casa!" Entonces hice llamar a la vieja nodriza y se lo pregunté de parte del califa. Me contestó ella: "¡Qué calamidad cae sobre nosotros! ¡Qué oprobio se cierne sobre nuestra cabeza! ¡Esa joven es la hija del visir Hassán ben-Sehl!" Enseguida dijo El-Mamúm: "¡A mí el visir!" La vieja desapareció temblando, y algunos momentos después hacía su entrada entre las manos del califa el visir Hassán ben-Sehl en el límite de la estupefacción.

Al verle, se echó a reír El-Mamúm, y le dijo: "¿Tienes una hija?" El otro contestó: "¡Sí! ¡Oh Emir de los Creyentes!" el califa preguntó: "¿Cómo se llama?" El visir contestó: "¡Khadiga!" El califa preguntó: "¿Está casada o es virgen?" El visir contestó: "Es virgen, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Quiero que me la des por esposa legítima!"

El visir exclamó: "¡Mi hija y yo somos los esclavos del Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Le asigno cien mil dinares de dote, que tú mismo cobrarás del tesoro en palacio mañana por la mañana! ¡Y al propio tiempo harás conducir a tu hija a palacio, con toda la magnificencia adecuada a la ceremonia del matrimonio, y sortearás entre todas las personas del cortejo de la recién casada mil poblados y mil tierras de mis propiedades particulares, como regalo de mi parte!"

Tras de lo cual se levantó el califa, y le seguí. Salimos por la puerta principal aquella vez, y me dijo él: "Guárdate bien, Ishak, de hablar de la aventura a nadie. ¡Tu cabeza me responderá de tu discreción!"

Y guardé el secreto hasta la muerte del califa y de Sett Khadiga, que sin duda era la mujer más bella que han visto mis ojos entre las hijas de los hombres. ¡Pero Alah es más sabio!"

Cuando Schehrazada acabó de contar esta anécdota, la pequeña Doniazada exclamó desde el sitio en que permanecía acurrucada: "¡Oh hermana mía, cuán dulces y sabrosas, y gentiles son tus palabras!"

Y Schehrazada sonrió, y dijo: "¿Pues qué será cuando oigas la anécdota del MONDONGUERO?" Y dijo en seguida:


EL PARTERRE FLORIDO DEL INGENIO Y EL JARDIN DE LA GALANTERIA[editar]

(Continuación)


EL MONDONGUERO[editar]

Cuentan que un día, en la Meca, en la época de la peregrinación anual, cuando la multitud compacta de los hadjs daba las siete vueltas alrededor de la Kaaba, se destacó del grupo un hombre, que se acercó a la pared de la Kaaba, y cogiendo con las dos manos el velo sagrado que cubría todo el edificio, se puso en actitud de orar, y exclamó con acento que le salía del fondo del corazón: "¡Haga Alah que de nuevo se enfade con su marido esa mujer, para que pueda yo acostarme con ella!"

Cuando los hadjs oyeron formular tan extraña plegaria en aquel lugar santo, se escandalizaron de tal manera, que se precipitaron sobre el hombre, lo arrojaron a tierra y lo molieron a golpes. Tras de lo cual lo arrastraron a presencia del emir el-hadj, que tenía amplios poderes para ejercer su autoridad sobre todos los peregrinos, y le dijeron: "Hemos oído a este hombre, ¡oh emir! proferir palabras impías mientras tenía cogido el velo de la Kaaba". Y le repitieron las palabras pronunciadas.

Entonces dijo el emir el-hadj: "¡Que le cuelguen! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 387: Y cuando llegó la 387ª noche



Y CUANDO LLEGÓ LA 387ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Entonces dijo el emir el-hadj: “¡Que le cuelguen!” Pero el hombre se echó a los pies del emir y le dijo: “¡Oh emir! Por los méritos del Enviado de Alah (¡con él la plegaria y la paz) te conjuro que escuches mi historia, y luego harás de mí lo que juzgues equitativo hacer!" Accedió el emir con un signo de cabeza, y el condenado la horca dijo:

"Has de saber ¡oh emir nuestro! que tengo por oficio recoger las inmundicias de las calles, y además limpio tripas de carnero, para venderlas y ganarme la vida. Pero he aquí que un día iba yo tranquilamente detrás de mi borrico, cargado con tripas sin vaciar aún, que acababa de sacar del matadero, cuando me encontré con una muchedumbre de personas asustadas que huían por todas partes o se ocultaban detrás de las puertas; y un poco más lejos vi unos esclavos armados con largas varas, para dispersar a su paso a todos los transeúntes. Me informé de lo que podría ser aquello, y me contestaron que iba a pasar el harén de un gran personaje, y era preciso que no subiese por la calle ningún transeúnte. Entonces, como sabía que me exponía a un verdadero peligro si me obstinaba en continuar mi camino, paré mi borrico y me metí con él en el rincón de una muralla procurando que no me advirtieran y volviendo la cara al muro para no sentir la tentación de mirar a las mujeres de aquel gran personaje. No tardé en oír que pasaba el harén, al cual no me atrevía a mirar, y ya pensaba en volverme y continuar mi camino, cuando me sentí cogido bruscamente por dos brazos de negro, y vi mi asno entre las manos de otro negro que se alejó con él. Y aterrado volví la cabeza, y vi en la calle, mirándome todas, treinta jóvenes, en medio de las cuales se hallaba otra, comparable por sus miradas lánguidas a una gacela a quien la sed hiciese menos huraña, y por su talle frágil y elegante a la rama flexible del bambú. Y con las manos atadas a la espalda por el negro, me arrastraron a la fuerza los otros eunucos, a pesar de mis protestas y a pesar de los gritos y testimonios de todos los transeúntes que me vieron adosado al muro y que decían a mis raptores: "¡Pero si no ha hecho nada! ¡Es un pobre hombre que barre basuras y limpia tripas! ¡Es ilícito ante Alah detener y maniatar a un inocente!" Pero sin querer escuchar nada, continuaron arrastrándome en pos del harén.

"En tanto, yo pensaba para mí: ¿Qué delito he podido cometer? Sin duda todo se debe al olor bastante desagradable de las tripas que ha herido el olfato de esa dama, la cual acaso esté encinta y haya sentido entonces algún trastorno interno. Creo que tal será el motivo, quizá también mi aspecto un tanto repugnante y mi traje roto, que deja ver las vergüenzas de mi persona. ¡No hay recurso más que en Alah!

"Siguieron, pues, arrastrándome los eunucos, entre las protestas de los transeúntes apiadados de mí, hasta que llegamos todos a la puerta de una casa grande, y me hicieron entrar en una antesala cuya magnificencia no sabría yo describir nunca.

Y pensé en mi ánima «He aquí el sitio que se reserva para mi suplicio. ¡Me matarán, y nadie de mi familia sabrá la causa de mi desaparición!» Y en aquellos instantes también pensé en mi pobre borrico, que era tan servicial y que jamás coceaba ni derribaba las tripas o las canastas de basura.

Pero pronto me sacó de mis aflictivos pensamientos la llegada de un guapo esclavito, que fué a rogarme dulcemente que le siguiera, y me condujo a un hammam, donde me recibieron tres hermosas esclavas, que me dijeron: «¡Date prisa a quitarte esos andrajos!» Así lo hice, y al punto me introdujeron ellas en la sala caldeada, en la cual me bañaron con sus propias manos, encargándose una de mi cabeza, otra de mis piernas, otra de mi vientre: me dieron masaje, me friccionaron, me perfumaron y me secaron. Tras de lo cual lleváronme ropas magníficas y me rogaron que me las pusiese. Pero yo estaba muy perplejo y no sabía por dónde cogerlas ni cómo ponérmelas, porque nunca en mi vida las había visto iguales; y dije a las jóvenes: «¡Por Alah, oh mis señoras! ¡Creo que voy a seguir desnudo, pues jamás conseguiré yo solo vestirme con estas ropas tan extraordinarias!»

Entonces se acercaron ellas a mí riendo, y me ayudaron a vestirme, haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 388: Pero cuando llegó la 388ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 388ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que encontraron enorme y de buena calidad. Y en medio de ellas no sabía yo lo que iba a ser de mí, cuando, después de vestirme y rociarme con agua de rosas, me cogieron del brazo, e igual que se conduce a un recién casado, me guiaron a una sala amueblada con una elegancia que nunca sabrá describir mi lengua, y adornada de pinturas con líneas entrelazadas y coloreadas de un modo muy agradable. Y apenas entré allí, vi tendida perezosamente en un lecho de bambú y marfil, y vestida con un traje ligero de tela de Mossul, a la propia dama consabida, que estaba rodeada por algunas de sus esclavas.

Al verme me llamó, haciéndome señas para que me acercara. Me acerqué, y me dijo que me sentase; me senté. Ordenó a las esclavas entonces que nos sirvieran la comida; y nos sirvieron manjares asombrosos, cuyo nombre no podré citar nunca, pues nunca en mi vida los vi semejantes. Comí de algunos para satisfacer mi hambre, y después me lavé las manos para comer frutas. Entonces trajeron las copas de bebidas y los pebeteros llenos de perfumes; y cuando nos perfumaron con vapores de incienso y benjuí, la dama me sirvió de beber con sus propias manos, y bebió conmigo en la misma copa, hasta que nos pusimos ebrios ambos.

Entonces hizo una seña a sus esclavas, que desaparecieron todas y nos dejaron solos en la sala. Al punto ella me atrajo hacia sí y me cogió en sus brazos. Y la serví la confitura para que se endulzase, dándola los pedazos de fruta a la vez que el escarchado. Y cuando la oprimía contra mí, me sentía embriagado por el perfume de almizcle y ámbar de su cuerpo, y creía soñar o tener en mis brazos alguna hurí del paraíso.

"Así estuvimos enlazados hasta por la mañana; luego me dijo ella que había llegado el momento de que me retirara, pero no sin preguntarme dónde vivía; y cuando le di las indicaciones necesarias acerca del particular, me dijo que mandaría que me avisaran en el momento favorable, y me entregó un pañuelo bordado de oro y plata, en el cual había algo atado con varios nudos, diciéndome: “¡Para que compres un pienso a tu burro!" Y salí de su casa absolutamente en el mismo estado que si saliera del paraíso.

"Cuando llegué a la mondonguería donde tenía yo mi vivienda, desaté el pañuelo, diciéndome: «¡Tendrá cinco monedas de cobre, con las que al fin y al cabo habrá para comprar el almuerzo!» Pero ¡cuál no sería mi sorpresa al encontrar cincuenta mitkales de oro!

Me apresuré a hacer un agujero, enterrándolos allí, en previsión de días peores, y por dos monedas de cobre me compré un pan y una cebolla, con lo cual hice mi comida, sentado a la puerta de mi tripería y soñando con la aventura que me acaeció.

"A la caída de la tarde fué un esclavito a buscarme de parte de la que me amaba; y le seguí. Cuando llegué a la sala en que me esperaba ella, besé la tierra entre sus manos; pero me levantó ella enseguida y se echó conmigo en el lecho de bambú y de marfil, y me hizo pasar una noche tan bendita como la anterior. Y por la mañana me dió otro pañuelo de oro. Y seguí viviendo de tal suerte durante ocho días enteros, disfrutando cada vez un festín de confitura seca por una parte y otro de confitura húmeda por otra, y cincuenta mitkales de oro para mí.

"Y he aquí que una noche me había presentado en su casa, y estaba ya en el lecho dispuesto a desempaquetar mi mercancía, como de costumbre, cuando de pronto entró una esclava, dijo algunas palabras al oído de su ama, y me arrastró vivamente fuera de la sala para llevarme al piso de encima, donde me encerró con llave, y se fué. Y al propio tiempo oí en la calle patear de caballos, y por la ventana que daba al patio vi entrar en la casa a un joven como la luna, acompañado por un séquito numeroso de guardias y de esclavos.

Entró en la sala donde se hallaba la joven, y pasó con ella toda la noche, entre holgorios, asaltos y demás cosas parecidas. Y yo oía sus movimientos y podía contar con los dedos el número de clavos que sepultaban por el ruido asombroso que cada vez hacían.

Y pensaba en mi ánima: «¡Por Alah! ¡han instalado en la cama una herrería, y debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque! ...»

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 389: Y cuando llegó la 389ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 389ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

«...debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque!

"Por fin cesó el ruido a la mañana, y vi al joven del martillo retumbante salir por la puerta grande y marcharse seguido de su escolta. Apenas desapareció, cuando fué a buscarme la joven, y me dijo: «¿Viste al joven que acaba de partir?» Contesté: «¡Sí, por cierto!» Ella me dijo: «¡Es mi marido! ¡Pero voy a contarte enseguida lo que ha pasado entre nosotros y a explicarte el porqué hube de escogerte por amante!

Has de saber que un día estaba yo sentada junto a él en el jardín, cuando me dejó de repente para desaparecer hacia la cocina. Primeramente creí que iba a satisfacer una necesidad apremiante; pero al cabo de una hora, como no le veía volver, fui en busca suya adonde pensaba encontrarle, mas no estaba allí. Volví sobre mis pasos entonces, y me dirigí a la cocina, para preguntar por él a los criados. Y al entrar le vi acostado en la estera con la servidora más ordinaria, la que fregaba los platos. Al ver aquello, me retiré a toda prisa e hice juramento de no recibirle en mi lecho mientras no me hubiese vengado de él entregándome a mi vez a un hombre de la condición más baja y del más repulsivo aspecto. Y al punto empecé a recorrer la ciudad en busca de aquel hombre.

Y he aquí que hacía ya cuatro días que recorría las calles con tal propósito, cuando te encontré, y tu aspecto sucio y tu olor infecto me decidieron a escogerte como el hombre más repugnante entre todos los que había visto. Ahora ha pasado lo que ha pasado, y yo cumplí mi juramento al no reconciliarme con mi marido más que después de haberme entregado a ti.

¡Ya puedes retirarte, por tanto, y ten la seguridad de que si mi marido volviera a acostarse con alguna de sus esclavas, no dejaría yo de hacer que te llamasen, para darle su merecido!»

Y me despidió, regalándome cuatrocientos mitkales más como gratificación. ¡Me marché entonces, y vine aquí a implorar de Alah que incitara al marido a volver al lado de la sirvienta, para que la mujer me llamase a su lado! Y tal es mi historia, ¡oh señor emir el-hadj!"

Y al oír estas frases, el emir el-hadj se encaró con los circunstantes, y les dijo: "Hay que perdonar sus palabras condenables a este hombre, porque lo excusa su historia!"

Luego dijo Schehrazada:

LA JOVEN FRESCURA-DE-LOS-OJOS[editar]

Amrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:

"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham, una esclava joven, llamada Frescura-de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el mayor cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los sentimientos que experimentaba; pero hizo cuanto pudo para decidir indirectamente a Alí a que le vendiera su esclava.

Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-Mamúm, hijo de Al-Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una sorpresa con su visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el palacio de Alí, hijo de Hescham.

Cuando Alí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los festines en la cual les introdujo. Se encontraron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros eran de mármoles de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que trazaban dibujos muy agradables a la vista; y el piso de la sala estaba cubierto por una estera de Indias, sobre la que se extendía una alfombra de Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a lo largo y a lo ancho.

Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y luego dijo: "Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una palmada, y entraron unos esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases, calientes y fríos; había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y especialmente mucha caza rellena con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una manera extraordinaria la caza, principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida, llevaron un vino asombroso extraído de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras telas ondulantes de Alejandría adornadas con delicados bordados de plata y oro; al mismo tiempo que presentaban las copas a los comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almizclada, valiéndose de hisopos enriquecidos con pedrerías.

Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah, oh Alí! ¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a quien desde entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del califa, y luego hizo una seña a su chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron diez jóvenes cantoras, vestidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se adelantaron y fueron a sentarse en unos sillones de oro que habían puesto en corro en la sala diez esclavos negros. Y preludiaron algo en instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando luego a coro una oda de amor.

Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes llevar muy bien el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"

Entonces Armonía templó su laúd y cantó:


¡Mi dulzura
tiene miedo de las miradas,
y mi corazón sensible
teme
a los ojos de los enemigos!
¡Pero cuando se acerca el amigo
el placer
me hace estremecerme
y toda derretida
me entrego a él!
¡Pero si se aleja,
tiemblo de emoción,
como la gacela
que pierde a su cría!


Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella contestó: "Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano, y su hermano Abú-Issa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya dejaban las copas, entraron otras diez cantoras, vestidas de seda azul y ceñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se acomodaron en los sitios de las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus laúdes preludiaron un coro con notable maestría.

A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"

El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza templó su laúd y cantó...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 390: Pero cuando llegó la 390ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 390ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Entonces la que se llamaba Corza, templó su laúd y cantó:

¡Libres huríes y vírgenes,
nos reímos de las sospechas!
¡Somos las gacelas de la Meca,
a las que está prohibido espantar!
¡La gente soez
nos acusa de vicios
porque tenemos los ojos lánguidos
y porque es encantador nuestro lenguaje!
¡Hacemos ademanes indecentes
que obligan a desviarse
a los musulmanes piadosos!


A Al-Mamúm le pareció deliciosa esta canción, y preguntó a la joven: "¿De quién es?" Ella contestó: "Los versos son de Jarir, y la música es de Ibn-Soraij". Entonces, el califa y los otros dos vaciaron sus copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras diez cantoras, vestidas de seda escarlata, ceñidas con cendales escarlata, y mostrando suelto el cabello, que les caía pesadamente por la espalda. Ataviadas con aquel color rojo, semejábanse a un rubí de múltiples reflejos. Se sentaron en los sillones de oro y cantaron a coro, acompañándose cada cual con su laúd.

Y Al-Mamúm se encaró con la que brillaba más en medio de sus compañeras, y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella contestó: "Seducción, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Entonces, ¡oh Seducción! date prisa a hacernos oír tu voz sola".

Y acompañándose con el laúd, Seducción cantó:

Los diamantes y los rubíes,
los brocados y las sedas,
importan poco a las bellas!
Sus ojos son de diamantes,
sus labios son de rubíes,
Y de seda es lo demás!

Extremadamente encantado, preguntó el califa a la cantora: "¿De quién es ese poema, ¡oh Seducción!?" Ella contestó: "Es de Adí ben-Zeid; en cuanto a la música, es muy antigua, y se desconoce al autor".

Al-Mamúm, su hermano Abú-Issa y Alí ben-Hescham vaciaron sus copas, y diez nuevas cantoras, vestidas de tisú de oro y con el talle oprimido por cinturones de oro resplandecientes de pedrerías, fueron a sentarse en los sillones y cantaron como las anteriores. Y el califa preguntó a la de cintura fina: "¿Tu nombre?"

Ella dijo: "Gota-de-Rocío, ¡oh Emir de los Creyentes!" Dijo él: "¡Pues bien, Gota-de-Rocío, esperamos de ti unos versos!" Y al punto cantó ella:

¡He bebido vino en su mejilla,
y se me huyó la razón!
¡Y vestida solamente
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas;
saldré a la calle
para dar fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!

Al oír estos versos, exclamó Al-Mamúm: "¡Ya Alah! ¡Triunfaste, oh Gota-de-Rocío! ¡Repíteme los últimos versos!" Y pulsando las cuerdas de su laúd, Gota-de-Rocío los repitió en un tono más sentido:

¡Saldré a la calle
para darte fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!

Y el califa le preguntó: " ¿De quién son esos versos, ¡oh Gota-de- Rocío? Ella dijo: "De Abu-Nowas, ¡oh Emir de los Creyentes! y la música es de Ishak".

Cuando acabaron de tocar las diez esclavas, el califa quiso dar por terminada la fiesta y levantarse. Pero se adelantó Alí ben-Hescham, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! todavía tengo una esclava que he comprado por diez mil dinares y que deseo mostrar al califa; dígnese, pues, permanecer aún algunos momentos.

Si le gusta, podrá guardarla como suya; si no le gusta, no habré dejado de someterla a su opinión".

Al-Mamúm dijo: "¡Venga a mí, pues, esa esclava!" En el mismo momento apareció una joven de incomparable belleza, flexible y delgada como una rama de bambú, con ojos babilónicos llenos de hechizos, con cejas de arco riguroso y con tez robada a los jazmines; ceñía a su frente una diadema enriquecida con perlas y pedrerías, sobre la cual corría este verso en letras de diamantes:

¡Encantadora y educada por los genios, sabe punzar los corazones con las flechas de un arco sin cuerda!

La joven continuó avanzando lentamente, y fué a sentarse sonriendo en el sillón de oro que estaba reservado para ella. Pero apenas la vió entrar Abú-Issa, el hermano del califa, cambió de color de manera tan inquietante, que Al-Mamúm se dio cuenta de ello, y le preguntó: "¿Qué te pasa, ¡oh, hermano mío! para cambiar de color así?"

El interpelado contestó: "¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡sólo es una molestia en el hígado, que ya me ha dado otras veces!" Pero Al-Mamúm insistió y le dijo: "¿Acaso conoces a esa joven y la viste antes de hoy?" Abú-Issa no quiso negarlo, y dijo: "¿Habrá ¡oh Emir de los Creyentes! quien ignore la existencia de la luna?"

El califa se encaró entonces con la joven, y le preguntó: "¿Cómo te llamas, joven?" Ella contestó: "Frescura-de-los-Ojos, ¡oh Emir de los Creyentes!"

Él dijo: "¡Pues bien, Frescura-de-los-Ojos, cántanos cualquier cosa!" Y cantó ella:

¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua, y aloja la diferencia en su corazón?
¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?
¡Me han dicho que la ausencia cura las torturas del amor! Pero ¡ay! ¡no nos curó la ausencia!
¡Nos dicen que volvamos junto al ser amado, pero el remedio no surte efecto, porque el ser amado desconoce nuestro amor!

Maravillado de su voz, le preguntó el califa: "¿Y de quién es esa canción, ¡oh Frescura-de-los-Ojos!?" Ella dijo: "Los versos son de El-Kherzaí y la música es de Zarzur". Pero Abú-Issa, a quien sofocaba la emoción, dijo a su hermano: "¡Permíteme responderle, oh Emir de los Creyentes!"

Dio el califa su aprobación, y Abú-Issa cantó:

¡En mis ropas hay un cuerpo adelgazado, y un corazón torturado dentro de mi seno!
¡Si mantuve mi amor sin que me saliera a los ojos, fue por temor de ofender a la luna en quien se cifra!

Cuando Alí, Padre-de-la-Belleza, hubo oído esta respuesta, comprendió que Abú-Issa amaba locamente a su esclava Frescura-de-los-Ojos. Levantóse al punto, e inclinándose ante Abú-Issa, le dijo: "¡Oh huésped mío! no se dirá que nadie formuló en mi casa un anhelo, aunque fuera mentalmente, sin haberlo realizado al instante. ¡Así, pues, si el califa quiere permitirme que haga una oferta en su presencia, Frescura-de-los-Ojos se convertirá en tu esclava!"

Y como el califa dió su consentimiento, Abú-Issa se llevó a la joven.

¡Porque tanta era la generosidad sin par de Alí y de los hombres de su época!"

Luego, para terminar, aún contó Schehrazada esta anécdota:


¿MUJERES O JOVENZUELOS?[editar]

Cuenta el sabio Omar Al-Homs:

"En el año quinientos sesenta y uno de la hégira hizo un viaje a Hama la mujer más instruida y más elocuente de Bagdad, la que todos los sabios del Irak llamaban la Maestra de los Maestros. Y he aquí que aquel año llegaron a Hama desde todas las comarcas de los países musulmanes los hombres más versados en las diversas ramas de los conocimientos; y todos se alegraban de poder oír e interrogar a esta mujer maravillosa entre todas las mujeres, que viajaba de aquel modo de país en país, en compañía de un joven hermano suyo, para sostener tesis públicas acerca de las cuestiones más difíciles, e interrogar y ser interrogada sobre todas las ciencias, la jurisprudencia, la teología y las bellas letras.

Deseoso de oírla, rogué a mí amigo el sabio jeique El-Salhaní que me acompañara al sitio donde argumentaba ella aquel día. El jeique El-Salhaní aceptó, y nos presentamos ambos en la sala donde Sett Zahía se mantenía detrás de una cortina de seda para no contravenir la costumbre de nuestra religión. Nos sentamos en un banco de la sala, y su hermano cuidó de nosotros, sirviéndonos frutas y refrescos.

Después de haberme hecho anunciar a Sett Zahía, declinando mi nombre y mis títulos, empecé con ella una discusión acerca de la jurisprudencia divina y acerca de las diferentes interpretaciones que a la ley dieron los más sabios teólogos de los tiempos antiguos. En cuanto a mi amigo el jeique El-Salhaní, desde el instante que divisó al joven hermano de Sett Zahía, jovenzuelo de una belleza extraordinaria de rostro y de formas, quedó maravillado de admiración en el límite del entusiasmo, y no separó de él ya sus miradas. Así es que no tardó Sett Zahía en darse cuenta de la distracción de mi compañero, y cuando le observó, acabó por comprender los sentimientos que le animaban. Le llamó de pronto por su nombre, y le dijo: "Me parece ¡oh jeique! que eres de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 391: Y cuando llegó la 391ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 391ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"...de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres". Mi amigo sonrió, y dijo: "¡Así es!" Ella preguntó: "¿Y por qué? ¡oh jeique!"

El dijo: "¡Porque Alah ha modelado el cuerpo de los jovenzuelos con una perfección admirable, en detrimento de las mujeres, y mis gustos me impulsan a preferir en toda cosa lo perfecto a lo imperfecto!" Ella se rió detrás de la cortina, y dijo: "¡Pues bien; si quieres defender tu opinión, estoy dispuesta a responderte!" El dijo: "¡Con mucho gusto!"

Entonces le preguntó ella: "¡En tal caso, explícame cómo podrás probarme la superioridad de los hombres y de los adolescentes sobre las mujeres y las jóvenes!"

El dijo: "¡Oh mi señora! la prueba que me pides puede hacerse de una parte por la lógica del razonamiento y de otra parte por el Libro y por la Sunna.

"En efecto, dice el Corán: "Los hombres superan con mucho a las mujeres, porque Alah les ha dado la superioridad". También dice: "En cualquier herencia, la parte correspondiente al hombre debe ser el doble de la correspondiente a la mujer; así es que el hermano heredará dos veces más que su hermana". Estas palabras santas nos prueban, pues, y establecen de manera permanente, que a una mujer no se la debe considerar más que como a la mitad de un hombre.

"En cuanto a la Sunna, nos enseña que el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) estimaba el sacrificio expiatorio de un hombre como si tuviese dos veces más valor que el de una mujer.

"Si recurrimos ahora a la lógica pura, veremos que la razón confirma la tradición y la enseñanza. En efecto, si nos preguntamos sencillamente: "¿Quién tiene la prioridad, el ser activo o el ser pasivo?", la respuesta será sin duda alguna en favor del ser activo. Y el principio activo es el hombre, y la mujer es el principio pasivo. No hay que vacilar, por tanto. ¡El hombre se halla por encima de la mujer, y el joven es preferible a la joven!"

Pero Sett Zahía contestó: "¡Tus citas son exactas!, ¡oh jeique! Y contigo reconozco que en su Libro Alah ha dado a los hombres preferencia sobre las mujeres. Pero no especificó nada y habló de una manera general. ¿Por qué, pues, si buscas la perfección de las cosas, te diriges solamente a los jóvenes? ¡Deberías preferir a los hombres de barba, a los venerables jeiques de frente arrugada, pues que fueron más lejos en la vía de la perfección!"

El contestó: "Sí, por cierto, ¡oh mi señora! Pero no comparo ahora a los ancianos con las mujeres viejas, pues no se trata de eso, sino solamente de sacar deducciones de los jóvenes. En efecto, me concederás, ¡oh mi señora! que nada en la mujer puede compararse a las perfecciones de un joven hermoso, a su talle flexible, a la finura de sus miembros, al conjunto de colores tiernos que hay en sus mejillas, a la gentileza de su sonrisa y al encanto de su voz. Por cierto que para ponernos en guardia contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!"

Además, ya sabes que la mayor alabanza que puede hacerse de la belleza de una joven es compararla con la de un mozuelo. Bien conoces los versos en que el poeta Abu-Nowas habla de todo eso, y el poema en que dice:

¡Tiene ella las caderas de un mozo, y se balancea al viento ligero como al soplo del Norte se balancea la rama del ban!

"Así, pues, si los encantos de los jóvenes no fueran notoriamente superiores a los de las jóvenes, ¿por qué se sirven de ellos los poetas como término de comparación?

"Además, no ignoras que el adolescente no se limita a estar bien formado, sino que sabe arrebatarnos los corazones con el encanto de su lenguaje y lo agradable de sus maneras. ¡Y es tan delicioso cuando un bozo incipiente comienza a sombrear sus labios y sus mejillas, donde anidan pétalos de rosa! ¿Y es que puede encontrarse en el mundo algo comparable al encanto que en aquel momento despide? ¡Qué razón tenía el poeta Abu-Nowas al exclamar:

Me dicen sus calumniadores envidiosos: "¡Ya empiezan los pelos a hacer rugosos sus labios!" Pero yo les digo: "¡Cuán grande es vuestro error! ¿Cómo puede pareceros un defecto ese adorno?

"¡Ese bozo realza la blancura de su cara y de sus dientes, como un engarce verde realza el brillo de las perlas! ¡Es un indicio encantador de las fuerzas nuevas que adquiere su grupa!

"Han hecho las rosas juramento solemne de no borrar jamás de las mejillas de él sus colores milagrosos! ¡Saben sus párpados hablarnos con lenguaje más elocuente que el de sus labios, y sus cejas saben contestar con precisión!

"¡Los pelos, objeto de vuestra maledicencia, sólo han crecido para preservar sus encantos y ponerlos al abrigo de vuestros ojos groseros! ¡Dan al vino de su boca un sabor más pronunciado; y el verde de su barba en sus mejillas de plata les añade un color más vivo para entusiasmarnos!”

"También ha dicho otro poeta:

Me dicen los envidiosos: "¡Cuán ciega es tu pasión! ¿No ves que ya los pelos cubren sus mejillas?"
Yo les digo: "¡Si no estuviera la blancura de su rostro atenuada por la sombra dulce de su bozo, sería imposible que sostuvieran su resplandor mis ojos!
"Y además, ¿cómo, después de haber cultivado una tierra mientras era fértil, voy a abandonarla cuando la fertiliza la primavera?"

"Por último, ha dicho otro entre mil:

¡Esbelto mozo! ¡Sus miradas y sus mejillas luchan entre sí por quién hará más víctimas entre los hombres!
¡Derrama sangre de corazones con una espada hecha de pétalos de narciso, y cuya vaina y cuyo tahalí se lo robaron a los mirtos!
¡Tantas envidias suscitan sus perfecciones, que la misma belleza desea convertirse en mejilla velluda!

"He aquí ¡oh mi señora! pruebas bastantes para demostrar la Superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 392: Pero cuando llegó la 392ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 392ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... la superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general".

Al oír estas palabras, contestó Sett Zahía: "Alah perdone tus argumentos erróneos, si es que no hablaste solamente por hablar o en broma. ¡Pero ahora va a triunfar la verdad! No endurezcas tu corazón y prepara tu oído para escuchar mis argumentos.

¡Por Alah sobre ti! Dime dónde se halla el joven cuya belleza puede compararse con la de una joven. ¿Olvidas que la piel de una joven, no sólo tiene el resplandor y la blancura de la plata, sino también la dulzura de los terciopelos y las sedas? ¡Su cintura es la rama del mirto y del ban! ¡Su boca es una manzanilla en flor, y sus labios dos anémonas húmedas! Sus mejillas, manzanas; calabacitas de marfil, sus senos.

Su frente irradia claridad, y de continuo dudan sus dos cejas, sin saber si deben reunirse o separarse. Cuando habla, se desgranan en su boca perlas finas; cuando sonríe, se escapan torrentes de luz de sus labios, que son más dulces que la miel y más suaves que la manteca. En el hoyo de su mentón está impreso el sello de la belleza. En cuanto a su vientre, ¡qué bonito es! Tiene a los lados líneas admirables y pliegues generosos que se superponen unos a otros. Sus muslos están hechos con una sola pieza de marfil y los sostienen las columnas de sus pies, formados con pasta de almendra.

¡Pero por lo que respecta a sus nalgas, son de buena ley, y cuando suben y bajan se las creería las olas de un mar de cristal o montañas de luz! ¡Oh pobre jeique!, ¿acaso pueden compararse los hombres a los genios? ¿No sabes que los reyes, los califas y los más grandes personajes de que hablan los anales fueron esclavos obedientes de las mujeres y consideran como una gloria soportar su yugo?

¡Cuántos hombres eminentes bajaron la frente, sojuzgados por sus encantos! ¡Cuántos abandonaron por ellas riquezas, país, padre y madre! ¡Cuántos reinos perdiéronse por ellas! ¡Oh pobre jeique!, ¿no es para ellas para quienes se levantan los palacios, se borda la seda y los brocados y se tejen las telas más ricas? ¿No es para ellas para quienes tan buscados son por su perfume agradable y dulce el ámbar y el almizcle? ¿Olvidas que sus encantos han condenado a los habitantes del paraíso, y han trastornado la tierra y el universo y han hecho correr ríos de sangre?

"Pero respecto a las Palabras que citaste del Libro, son más favorables a mi causa que a la tuya.

Son esas Palabras: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!" Ya ves que se trata de una alabanza directa a las huríes del paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos. ¡Y hasta vosotros, los aficionados a los adolescentes, cuando queréis describir a vuestros amigos, comparáis sus caricias con las de las jóvenes! No os da vergüenza de vuestros gustos corrompidos, os complacéis en ellos y los satisfacéis en público.

Olvidáis las palabras del Libro: "¿Por qué buscar el amor de los varones? ¿No ha creado Alah a las mujeres para satisfacción de vuestros deseos?' ¡Gozad, pues, con ellas a vuestro sabor! ¡Pero sois un pueblo terco!"

"Si a veces comparáis a las jóvenes con los mozuelos, únicamente se debe a vuestros deseos corrompidos y a vuestro gusto pervertido!

Sí, conocemos bien a vuestros poetas aficionados a los mozos! ¿No ha dicho el más grande de ellos, el jeique de los pederastas, Abu-Nowas, hablando de una joven:

¡Igual que un joven, no tiene caderas, y hasta se ha cortado los cabellos! ¡Y he aquí que un tierno bozo sombrea su rostro y da doble valor a sus encantos! ¡Así puede satisfacer al pederasta y al adúltero!

"Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes...

En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 393: Cuando llegó la 393ª noche



CUANDO LLEGO LA 393ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes, ¿no sabes ¡oh jeique! los versos del poeta a este respecto?

Escucha:

¡He aquí que al nacer en su mejilla los primeros pelos, ha huido su amante!

¡Porque cuando el carbón de la barba ennegrece el mentón, convierte en humo los encantos del joven!

Y cuando la página en blanco del rostro se llena con lo negro de la escritura, ¿quién que no sea un ignorante querrá tomar la pluma todavía?

"Así, pues, ¡oh jeique! rindamos homenaje a Alah el Altísimo, que supo reunir en las mujeres todos los goces que pueden llenar la vida, y prometió a los profetas, a los santos y a los creyentes darles el paraíso como recompensa a las huríes maravillosas. Y claro que, si Alah el infinitamente bueno comprendiera que había en realidad fuera de las mujeres otras voluptuosidades, sin duda se las hubiese prometido y reservado a sus fieles creyentes. Sin embargo, Alah no habla nunca de los mozuelos más que para presentarlos como servidores de los elegidos en el paraíso; pero a nadie se los prometió ninguna vez con otros fines. ¡Y el mismo Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) no se inclinó jamás en tal sentido, sino al contrario! Porque acostumbraba repetir a sus compañeros: "¡Tres cosas te hacen amar este mundo: las mujeres, los perfumes y la frescura que presta al alma la plegaria!".

Pero mejor de lo que yo sabría hacerlo, resumen mi opinión ¡oh jeique! estos versos del poeta:

¡Entre trasero y trasero hay diferencia! ¡Si os acercáis a uno, se os tizna de amarillo el traje; pero si os acercáis al otro se os perfuma!

¿Cómo hay quien compare al mozo con la moza? ¿Se atrevió nunca nadie a preferir la madera olorosa del nadd a los excrementos de los cetáceos?

"Pero veo que la discusión me excitó demasiado y me hace rebasar los límites de la conveniencia en que deben mantenerse las mujeres, principalmente en presencia de los jeiques y los sabios. Me apresuro, pues, a pedir perdón a quienes hayan podido molestarse u ofenderse, y cuento con su discreción para cuando salgan de esta entrevista, porque dice el proverbio:

"¡El corazón de los hombres bien nacidos es una tumba para los secretos!"

Cuando hubo acabado de contar esta anécdota, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey afortunado! lo que pude recordar de las anécdotas encerradas en el Paraíso florido del ingenio y el Jardín de la galantería!"

Y dijo el rey Schahriar: "¡En verdad, Schehrazada, que me encantaron en extremo esas anécdotas, y me entran ahora deseos de oír una historia como las que me contabas antes!"

Schehrazada contestó:

"¡En ello pensaba precisamente!" Y dijo enseguida:


EL FALSO CALIFA[editar]

Cuentan que una noche el califa Harún Al-Raschid, presa del insomnio, hizo llamar a su visir Giafar Al-Barmaki, y le dijo: "¡Tengo oprimido el pecho, y deseo ir a pasearme por las calles de Bagdad y llegar hasta el Tigris, para ver si paso la noche distraído!" Giafar contestó oyendo y obedeciendo, y al punto se disfrazó de mercader, tras de ayudar al califa a que se disfrazara de lo mismo y de llamar al portaalfanje Massrur para que les acompañara disfrazado como ellos. Luego salieron del palacio por la puerta secreta, y empezaron a recorrer lentamente las calles de Bagdad, silenciosas a aquella hora, y de esta guisa llegaron a la orilla del río. En una barca amarrada vieron a un barquero viejo que se disponía a arroparse en su manta para dormir.

Se acercaron a él, y después de las zalemas, le dijeron: "¡Oh jeique! ¡deseamos de tu amabilidad que nos lleves en tu barca para pasearnos un poco por el río, ahora que hace fresco y es deliciosa la brisa! ¡Y he aquí un dinar por tu trabajo!" Y el interpelado contestó con acento de terror en la voz: "¿Sabéis lo que pedís, señores? Por lo visto no conocéis la prohibición. ¿No veis venir hacia nosotros el barco en que se halla el califa con todo su séquito?"

Preguntaron muy asombrados: "¿Estás seguro que ese barco que se acerca lleva al propio califa?" El otro contestó: "¡Por Alah! ¿y quién no conoce en Bagdad la cara de nuestro amo el califa? ¡Sí, mis señores, es el mismo, con su visir Giafar y su portaalfanje Massrur! ¡Y mirad con ellos a los mamalik y a los cantores! Oíd cómo grita el pregonero, de pie en la proa: ".Prohibido a grandes y pequeños a jóvenes y a viejos, a notables y a plebeyos, pasearse por el río! ¡A quien contravenga esta orden se le cortará la cabeza o será colgado del mástil de su barco!"

Al oír tales palabras...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 394: Y cuando llegó la 394ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 394ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Al oír tales palabras, Al-Raschid llegó al límite del asombro, porque no había dado nunca semejante orden, y hacía más de un año que no se paseaba por el río. Miró, pues, a Giafar y le interrogó con los ojos acerca de lo que significaba aquello. Pero Giafar, tan asombrado como el califa, se encaró con el barquero viejo, y le dijo: "¡Oh jeique" he aquí dos dinares para ti. Pero date prisa a llevarnos en tu barca y a ocultarnos en una de esas casetas abovedadas que hay a flor de agua, sencillamente para que podamos ver el paso del califa y su séquito sin que nos vean y nos prendan". Tras de dudar mucho, el barquero aceptó la oferta, y después de llevar en su barca a los tres, los guareció en una caseta y extendió sobre ellos una manta negra para que se les divisase menos aún.

Apenas se habían colocado así, vieron acercarse el barco, iluminado por la claridad de teas y antorchas que alimentaban con madera de áloe, esclavos jóvenes vestidos de raso rojo, con los hombros cubiertos con mantos amarillos y la cabeza envuelta en muselina blanca. Unos se hallaban a proa y otros a popa, y levantaban sus teas y sus antorchas, pregonando de cuando en cuando la prohibición consabida. También vieron a doscientos mamalik de pie, alineados a ambos lados del barco, rodeando un estrado situado en el centro, donde aparecía sentado en trono de oro un joven vestido con un traje de paño negro realzado con bordados de oro; y a su derecha se mantenía un hombre que se asemejaba asombrosamente al visir Giafar; y a su izquierda se mantenía con el alfanje desenvainado, otro hombre que se asemejaba exactamente a Massrur, mientras en la parte baja del estrado estaban sentadas por orden veinte cantarinas y tañedoras de instrumentos.

Al ver aquello, exclamó Al-Raschid: "¡Giafar!"

El visir contestó: “!A tus órdenes, oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Seguramente debe ser uno de nuestros hijos, quizá Al-Mamúm o quizá Al-Amín! Y de los dos que están de pie a su lado, uno se parece a ti y el otro a mi portaalfanje Massrur. ¡Y las que se sientan al pie del estrado parecen de un modo extraño a mis cantarinas habituales y a mis tañedoras de instrumentos! ¿Qué piensas de todo esto? ¡Yo estoy sumido en una perplejidad grande!" Giafar contestó: "¡Yo también, ¡por Alah! oh Emir de los Creyentes!"

Pero ya habíase alejado de su vista el barco iluminado, y libre su angustia exclamó el viejo barquero: "¡Por fin estamos seguros! ¡No nos ha visto nadie!"

Y salió de la caseta y condujo a la orilla a sus tres pasajeros. Cuando desembarcaron, se encaró con él el califa, y le preguntó: "¡Oh jeique! ¿dices que el califa viene todas las noches a pasearse como hoy en ese barco iluminado?" El otro contestó: "¡Sí, señor, y ya hace un año de esto!" El califa dijo: "¡Oh jeique! somos extranjeros que estamos de viaje, y nos gusta regocijarnos con todos los espectáculos y pasear por todos los sitios donde hay cosas hermosas que ver! ¿Quieres, pues, admitir estos diez dinares y esperarnos aquí mismo mañana a esta hora?" El barquero contestó: "¡Quiero y me honro!" Entonces se despidieron de él el califa y sus dos acompañantes y regresaron al palacio comentando aquel espectáculo extraño.

Al día siguiente, después de tener reunido el diwán durante toda la jornada y de recibir a sus visires, chambelanes, emires y lugartenientes, y de despachar los asuntos corrientes, y juzgar y condenar, y absolver, el califa se retiró a sus habitaciones, quitándose sus ropas reales para disfrazarse de mercader, y acompañado de Giafar y Massrur tomó el mismo camino que la víspera, y no tardaron en llegar al río, donde les esperaba el viejo barquero. Se metieron en la barca y fueron a ocultarse en la caseta, en la cual esperaron la llegada del barco iluminado.

No tuvieron tiempo de impacientarse, porque algunos instantes después apareció el barco sobre el agua encendida por las antorchas y al son de los instrumentos. Y divisaron a las mismas personas que la víspera, el mismo número de mamalik y los mismos invitados, en medio de los cuales se hallaba sentado en el estrado el falso califa entre el falso Giafar y el falso Massrur.

Al ver aquello, Al-Raschid dijo a Giafar: "¡Oh visir, estoy viendo una cosa que nunca habría creído si fueran a contármela!" Luego dijo al barquero: "¡Oh jeique toma diez dinares más y condúcenos a la zaga de ese barco; y nada temas, pues no nos han de ver porque están en medio de la luz y nosotros en las tinieblas. Nuestro objeto es disfrutar el hermoso espectáculo de esta iluminación sobre el agua!" El barquero aceptó los diez dinares, y aunque muy atemorizado, empezó a remar sin ruido por la estela del barco, cuidando de no entrar en el círculo luminoso...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 395: Pero cuando llegó la 395ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 395ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... cuidando de no entrar en el círculo luminoso, hasta que llegaron todos a un parque que bajaba en cuesta hasta el río, y en aquel sitio amarraron el barco. Desembarcaron el falso califa y todo su séquito, y al son de los instrumentos penetraron en el parque.

Cuando estuvo lejos el barco, el viejo jeique costeó la orilla con su barca en la oscuridad para que a su vez desembarcaran sus pasajeros. Ya en tierra, fueron a mezclarse con la muchedumbre de individuos que rodeaban al falso califa llevando antorchas en la mano.

Y he aquí que, mientras seguían de tal modo al cortejo, fueron advertidos por algunos mamalik y reconocidos como intrusos. Al punto, los prendieron y condujeron a presencia del joven, que les preguntó: ¿Cómo os arreglasteis para entrar aquí y por qué razón vinisteis?

Contestaron: "¡Oh señor nuestro! somos mercaderes extranjeros en este país. Hemos llegado hoy precisamente, y nos hemos aventurado al acceso a este jardín. ¡Íbamos tan tranquilos, cuando nos ha prendido vuestra gente, conduciéndonos entre vuestras manos!"

El joven les dijo: "¡No temáis, ya que sois extranjeros en Bagdad! De no ser así, sin duda haría que os cortaran la cabeza!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "Déjales que vengan con nosotros. ¡Serán nuestros huéspedes por esta noche!" Acompañaron entonces al cortejo, y llegaron de tal suerte a un palacio que no podía compararse en magnificencia más que con el del Emir de los Creyentes.

En la puerta de aquel palacio aparecía grabada esta inscripción:

"En esta morada donde siempre es bienvenido el huésped, puso el tiempo la belleza de sus matices y lo decoró el arte, y la acogida generosa de su dueño contenta el espíritu".

Entraron entonces en una sala magnífica, con el piso cubierto por una alfombra de seda amarilla, y sentándose en un trono de oro, el falso califa permitió a los demás sentarse a su alrededor. Se sirvió inmediatamente un festín; y todos comieron y se lavaron las manos; luego, cuando pusieron las bebidas encima del mantel, bebieron prolongadamente en la misma copa, que se pasaban de unos a otros. Pero cuando le llegó la vez, el califa Harún Al-Raschid no quiso beber. Entonces se encaró el falso califa con Giafar y le preguntó: "¿Por qué no quiere beber tu amigo?" Giafar contestó: "¡Hace mucho tiempo, señor, que dejó de beber!" El otro dijo: "¡En tal caso, mandaré que le sirvan otra cosa!"

Al punto dió una orden a uno de sus mamalik, que se apresuró a traer un frasco lleno de sorbete de manzanas, y se lo ofreció a Al-Raschid, que lo aceptó aquella vez y se puso a bebérselo con mucho gusto.

Cuando se hizo sentir en los cerebros la bebida, el falso califa, que tenía en la mano una varita de oro, dió con ellas tres golpes en la mesa, y al momento se abrieron las dos hojas de una ancha puerta que estaba al fondo de la sala, para dar paso a dos negros que llevaban a hombros un sillón de marfil, en el cual aparecía sentada una joven esclava blanca, de rostro brillante como el sol. Colocaron el sillón frente a su amo, y se quedaron detrás en pie y sin moverse. Entonces cogió la esclava un laúd indio, lo templó, y preludió de veinticuatro modos distintos con un arte que entusiasmó al auditorio.

Luego volvió al primer tono, y cantó:

¿Cómo puedes consolarte lejos de mí, cuando mi corazón está de duelo por tu ausencia?

¡El Destino ha separado a los amantes y está vacía la morada que resonaba con cánticos de dicha!

Cuando el falso califa oyó cantar estos versos, lanzó un grito agudo, desgarró su hermoso traje constelado de diamantes, su camisa y la demás ropa, y cayó desvanecido. Enseguida apresuráronse los mamalik a echarle encima un manto de raso, pero no con la rapidez suficiente para que el califa, Giafar y Massrur no tuvieran tiempo de notar que el cuerpo del joven ostentaba extensas cicatrices y huellas de bastonazos y latigazos.

Al ver aquello, el califa dijo a Giafar: "¡Por Alah! ¡qué lástima que un joven tan hermoso tenga en el cuerpo señales que nos muestran de manera evidente que nos las tenemos que haber con algún criminal escapado de la cárcel!" Pero ya los mamalik habían vestido a su amo con otra ropa más hermosa y más rica que la anterior, y el joven volvió a sentarse en el trono como si no hubiese sucedido nada.

Advirtió entonces que los tres invitados se hablaban en voz baja, y les dijo: "¿A qué vienen esa cara de asombro y esas palabras dichas en voz baja?" Giafar contestó: "Este compañero mío me decía que ha recorrido todos los países y tratado muchos personajes y reyes, sin que jamás haya visto ninguno tan generoso como nuestro huésped. Y también se asombraba de ver que desgarrabas un traje que seguramente vale diez mil dinares. Y me citaba en tu honor estos versos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 396: Pero cuando llegó la 396ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 396ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y me citaba en tu honor estos versos:

¡La generosidad erigió su morada en medio de la palma de tu mano, e hizo de tal morada el asilo deseado!
¡Si un día cerrase sus puertas la generosidad, tu mano sería la llave que abriera sus cerraduras!

Al oír estos versos, se mostró muy satisfecho el joven, y ordenó que obsequiasen a Giafar con mil dinares y con un ropón tan hermoso como el que había desgarrado él, y siguieron bebiendo y divirtiéndose.

Pero Al-Raschid, que no estaba tranquilo desde que advirtió huellas de golpes en el cuerpo del joven, dijo a Giafar: "¡Pídele una explicación de la cosa!" Giafar contestó: "¡Mejor será tener paciencia todavía y no resultar indiscretos!" El califa dijo: "¡Por mi cabeza y por la tumba Abbas, que como no le interrogues enseguida acerca del particular Giafar! dejará de pertenecerte tu alma en cuanto lleguemos a palacio!”

Y he aquí que el joven, que les estaba mirando, se dió cuenta de que aún hablaban en voz baja, y les preguntó: "¿Tanta importancia tiene eso que os decís en secreto?" Giafar contestó: "¡Nada malo es!" El joven añadió: "¡Por Alah! te suplico que me pongas al corriente de lo que os decís, sin ocultarme nada!" Giafar dijo: "¡Señor, mi compañero ha notado que tienes en los costados cicatrices y huellas de vergajos y latigazos! ¡Y está asombrado hasta el límite del asombro! ¡Y desearía ardientemente saber a consecuencia de qué aventura ha sufrido nuestro dueño el califa semejante trato, tan poco compatible con su dignidad y sus prerrogativas!"

Al oír estas palabras, sonrió el joven, y dijo: "¡Sea! ¡Puesto que sois extranjeros, os revelaré la causa de todo! ¡Y es mi historia tan prodigiosa y tan llena de maravillas, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la escuchase atentamente!"

Luego dijo:

"Sabed, señores míos, que yo no soy el Emir de los Creyentes, sino sencillamente el hijo del síndico de los joyeros de Bagdad. Me llamo Mohammad-Alí. Al morir mi padre, me dejó en herencia mucho oro, plata, perlas, rubíes, esmeraldas, alhajas y objetos de orfebrería; me dejó además propiedades edificadas, terrenos, huertos, jardines, tiendas y almacenes de reserva; y me hizo dueño de este palacio con todo lo que contiene, esclavos de ambos sexos, guardias y criados, mozos y mozas.

Y he aquí que, estando yo sentado un día en mi tienda en medio de los esclavos que ejecutaban mis órdenes, vi que a la puerta se paraba, y bajaba de una mula ricamente enjaezada, una joven, a la que acompañaban otras tres jóvenes, hermosas como lunas las tres. Entró en mi tienda y se sentó, mientras yo, en honor suyo, me ponía de pie; luego me preguntó: "¿Verdad que eres Mohammad-Alí el joyero?" Contesté: "¡Claro que sí, ¡oh mi señora! y soy tu esclavo, dispuesto a servirte!" Ella me dijo: "¿Tendrías alguna alhaja verdaderamente hermosa y que pudiera gustarme?" Yo le dije: "¡Oh mi señora! voy a traerte lo más hermoso de mi tienda y a ponerlo en tus manos. ¡Si llega a convenirte algo, nadie se considerará por ello más dichoso que tu esclavo; y si nada logra detener tus miradas, deploraré mi mala suerte durante toda mi vida!"

Precisamente tenía yo en mi tienda cien collares preciosos, maravillosamente labrados, que en seguida hice que me trajeran y se los enseñaran. Los cogió y los miró despacio uno por uno, demostrando entender más de lo que en su caso hubiera entendido yo mismo; luego me dijo: "¡Lo quiero mejor!"

Entonces me acordé de un collarcito que mi padre compró por cien mil dinares en otro tiempo, y que tenía yo guardado, al abrigo de todas las miradas, en un precioso cofrecillo para él sólo, me levanté entonces y traje el cofrecillo en cuestión con mil precauciones y le abrí ceremoniosamente en presencia de la joven, diciéndole: "¡No creo que lo tengan igual reyes ni sultanes, grandes ni pequeños!"

Cuando la joven hubo echado una rápida ojeada al collar, lanzó un grito de júbilo y exclamó: "¡Esto es lo que en vano anhelé toda mi vida!" Luego me dijo: "¿Cuánto vale?" Contesté: "Su precio exacto de reventa fue para mi difunto padre el de cien mil dinares. ¡Si te gusta, ¡oh mi señora! llegaré al límite de la felicidad ofreciéndotelo por nada!" Me miró ella, sonrió ligeramente, y me dijo: "¡Añade al precio que acabas de decir cinco mil dinares por los intereses del capital muerto, y será de mi propiedad el collar!"

Contesté: "¡Oh mi señora! el collar y su propietario actual son ya de tu propiedad y se hallan entre tus manos! ¡Nada más tengo que añadir!" Volvió ella a sonreír, y contestó: "¡Ya he dicho las condiciones de compra, y añado que te soy deudora de gratitud!" Y tras de pronunciar estas palabras, se levantó vivamente, saltó a la mula con una ligereza extrema, sin recurrir a la ayuda de sus servidores, y me dijo al partir: "¡Oh mi señor! ¿quieres acompañarme ahora mismo para llevarme el collar y cobrar el dinero en mi casa? ¡Créeme que gracias a ti el día de hoy ha sido para mí como la leche!" No quise insistir más para no contrariarla, ordené a mis criados que cerraran la tienda, y seguí a pie a la joven hasta su casa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 397: Pero cuando llegó la 397ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 397ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y seguí a pie a la joven hasta su casa. Allí le entregué el collar, y ella penetró en sus habitaciones después de rogarme que me sentara en el banco del vestíbulo para esperar la llegada del cambista que debía pagarme los cien mil dinares con sus intereses.

Estando sentado en aquel banco del vestíbulo, vi llegar a una sirviente joven, que me dijo: "¡Oh mi señor, tómate la molestia de entrar a la antecámara de la casa, pues la espera a la puerta no se hizo para personas de tu calidad!" Me levanté entonces y penetré en la antecámara, donde me senté en un escabel tapizado de terciopelo verde y así, permanecí esperando algún tiempo. Entonces vi entrar a una segunda sirviente, que me dijo: "¡Oh señor mío, mi señora te ruega que entres en la sala de recepción, donde desea que descanses hasta que llegue el cambista!" No dejé de obedecer, y seguí a la joven a la sala de recepción. Apenas llegué allá, se descorrió un gran cortinaje al fondo, y se adelantaron hacia mí cuatro esclavas que llevaban un trono de oro en el que aparecía sentada la joven, con un rostro hermoso como una luna llena y con el collar al cuello.

Al ver su rostro sin velo y completamente descubierto, sentí turbárseme la razón y acelerarse los latidos de mi corazón. Y he aquí que ella hizo seña de que se retiraran a sus esclavas, avanzó hacia mí, y me dijo: "¡Oh luz de mis ojos! ¿crees que todo ser bello debe conducirse con la que le ama tan duramente como tú lo haces?" Contesté: "¡En ti está la belleza entera, y lo que de ella sobra, si sobra algo, se distribuyó entre los demás seres humanos!"

Ella me dijo: "¡Oh joyero Mohammad-Alí, has de saber que te amo, y que si me he valido de este medio ha sido sólo para decidirte a que vengas a mi casa!" Y tras de pronunciar estas palabras se inclinó sobre mí perezosamente, y me atrajo hacia ella mirándome con ojos lánguidos. Extremadamente emocionado, cogí entonces su cabeza con mis manos y la besé varias veces, en tanto que ella me devolvía largamente mis besos y me oprimía contra sus senos duros, que sentía yo incrustarse en mí pecho. Comprendí a la sazón que no debía retroceder y quise poner en ejecución lo que en mí estaba ejecutar. Pero en el preciso momento en que el niño, completamente despierto, reclamaba con ardor a su madre, me dijo ésta: "¿Qué pretendes hacer con eso, ¡oh mi señor!?" Contesté: "¡Ocultarlo para que me deje tranquilo!" Dijo ella: "El caso es que no vas a poder ocultarlo en mí, porque no está abierta la casa. ¡Sería preciso para ello abrir una brecha antes! ¡Pues has de saber que soy una virgen intacta de toda perforación! ¡Y si crees que hablas con una mujer cualquiera o con alguna meretriz entre las meretrices de Bagdad, debes desengañarte en seguida! Porque sabrás que tal como me ves, ¡oh Mohammad-Alí! soy la hermana del gran visir Giafar, la hija de Yahía ben-Khaled Al-Barmaki".

Al oír estas palabras ¡oh señores míos! sentí que el niño caía en un profundo sueño, y comprendí cuán impropio estuvo por mi parte el escuchar sus gritos y querer acallarlos pidiendo ayuda a la joven. Sin embargo, le dije: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que no es mía la culpa si quise que el hijo se aprovechara de la hospitalidad que al padre se le ha dado! ¡Tú misma eres quien se mostró generosa conmigo, haciéndome ver el paraíso por las puertas abiertas de tu hospitalidad!" Ella me contestó: "¡No tienes por qué hacerme reproches, sino al contrario! Y si quieres lograrás tus fines; pero por los únicos caminos legales. ¡Todo puede ser con la voluntad de Alah! ¡Soy, en efecto, dueña de mis actos, y nadie tiene el derecho de intervenir en ellos! ¿Me quieres, pues, por esposa legítima?" Contesté "¡Claro que sí!" Al punto hizo ella ir al kadí y a los testigos, y les dijo: "He aquí a Mohammad-Alí, hijo del difunto síndico Alí. Me pide en matrimonio y me reconoce como dote este collar que me ha dado. ¡Yo acepto y consiento!" Se redactó enseguida nuestro contrato de matrimonio, y después de extenderlo nos dejaron solos. Trajeron los esclavos bebidas, copas y laúdes, y empezamos ambos a beber hasta que resplandeció nuestro ingenio. Tomó ella entonces el laúd, y cantó acompañándose con él:

¡Por la finura de tu talle, por tu andar orgulloso, te juro que sufro con tu alejamiento!
¡Ten piedad de un corazón abrasado en el fuego de tu amor!
¡Me exalta la copa de oro, donde al beber de su licor, encuentro vivo tu recuerdo!
¡Así en medio de las rosas brillantes, la flor de mirto me hace apreciar mejor los colores vivos!

Cuando hubo ella acabado de cantar, tomé a mi vez el laúd, y después de demostrar que sabía sacar de él el mejor partido, dije estos versos del poeta, acompañándome en sordina:

¡Oh prodigio! ¡En tus mejillas veo unirse cosas contrarias: la frescura del agua y el rojo de la llama!
¡Eres para mi corazón fuego y frescura! ¡Oh, cuán amarga y dulce eres en mi corazón!

Cuando acabamos de cantar, notamos que ya era hora de ir pensando en acostarse. La cogí en mis brazos y la tendí en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 398: Cuando llegó la 398ª noche



CUANDO LLEGO LA 398ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas. Entonces, cuando la desnudé, pude comprobar que era una perla sin perforar y una yegua que no habían cabalgado. Mucho me regocijé con ello, ¡y puedo, por cierto, asegurar que en mi vida pasé una noche tan agradable como aquella noche en que, hasta que llegó la mañana tuve apretada contra mí a mi esposa como podría tenerse en la mano a un pichón con las alas plegadas!

Y no fue solamente una noche la que pasé de esta manera, sino un mes entero, sin interrupción. Y olvidé mis intereses, mi tienda, los bienes que manejaba y mi casa con todo lo que contenía, hasta que un día, el primero del segundo mes, fué a buscarme ella, y me dijo: "Tengo precisión de ausentarme algunas horas, el tiempo preciso para ir al hammam y regresar. Te suplico que no abandones el lecho, y no te levantes hasta que esté yo de vuelta. ¡Y volveré del hammam completamente fresca, y ligera, y perfumada!" Luego, para estar más segura de que ejecutaría yo su orden, me hizo prestar juramento de que no me movería del lecho. Tras de lo cual, se llevó a dos de sus esclavas, que cogieron las toallas y los líos de ropa blanca y vestidos, y se fué con ellas al hammam.

Y he aquí ¡oh señores míos! que no bien salió ella de la casa ¡por Alah! vi abrirse la puerta y entrar en mi cámara a una vieja, que me dijo, después de las zalemas: "¡Oh mi señor Mohammad! Sett Zobeida, la esposa del Emir de los Creyentes, me envía a ti para rogarte que te presentes en palacio, donde desea verte y oírte porque le han hablado en términos tan admirativos de tus maneras distinguidas, de tu cortesía y de tu hermosa voz, que tiene muchas ganas de conocerte." Contesté: "¡Por Alah! mi buena tía, Sett Zobeida me hace un honor extremado al invitarme a ir a verla; pero no puedo dejar la casa antes de que vuelva mi esposa, que ha ido al hamman."

La vieja me dijo: "Hijo mío, en interés tuyo te aconsejo que no difieras un instante la visita que se te pide, si no quieres que Sett Zobeida sea tu enemiga! ¡Porque te advierto, por si lo ignoras, que la enemistad de Sett Zobeida es muy peligrosa! ¡Luego regresarás a tu casa enseguida!"

Estas palabras me decidieron a salir, a despecho del juramento que presté a mi esposa, y seguí a la vieja, que echó a andar delante de mí y me condujo al palacio, en el cual me introdujo sin dificultad.

Cuando Sett Zobeida me vió entrar, me sonrió, hízome acercarme a ella, y me dijo: "¡Oh luz de los ojos! ¿eres tú el bienamado de la hermana del gran visir?" Contesté: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"

Ella me dijo: "¡En verdad que no exageraron tus méritos quienes me describieron tus modales encantadores y tu manera de hablar distinguida! Deseo verte y conocerte, para juzgar con mis ojos la elección y los gustos de la hermana de Giafar. Por ahora estoy satisfecha. ¡Pero harás que mi placer llegue a sus límites extremos, si quieres dejarme oír tu voz cantando cualquier cosa!"

Contesté: "¡Quiero y me honro!" Y cogí un laúd que llevó una esclava y canté dos o tres estrofas sobre el amor correspondido. Cuando cesé de cantar, me dijo Sett Zobeida: "Remate Alah su obra haciéndote más perfecto todavía de lo que eres, ¡oh joven encantador! Te agradezco que hayas venido a verme. ¡Ahora date prisa a entrar en tu casa antes del regreso de tu esposa, para que no se imagine que quiero sustraerte a su afecto!" Besé entonces la tierra entre sus manos, y salí del palacio por la misma puerta que entré.

Cuando llegué a la casa, encontré en el lecho a mi esposa, que me había precedido. Dormía ya, y no hizo ningún movimiento indicador de que fuera a despertarse. Me eché entonces a sus pies y empecé a acariciarle las piernas con mucha suavidad. Pero de pronto abrió los ojos y me asestó fríamente en el costado un puntapié, que me hizo rodar por tierra debajo del lecho, y exclamó: "¡Oh traidor! ¡oh perjuro! ¡Faltaste a tu juramento, y has ido a ver a Sett Zobeida! ¡Por Alah, que si no tuviese horror al oprobio y a revelar en público mis intimidades, ahora mismo iría a hacer saber a Sett Zobeida las consecuencias que trae el seducir a los maridos ajenos! ¡Pero hasta entonces vas a pagar por ella y por ti!" Y dió una palmada y exclamó "¡Ya Sauab!" Al punto apareció el jefe de sus eunucos, un negro que siempre me miró atravesado, y le dijo ella: "¡Corta en seguida el cuello a este traidor, a este embustero, a este perjuro!" Inmediatamente blandió el negro su espada, se desgarró un pedazo del borde del ropón y me vendó los ojos con el jirón de tela que se había arrancado. Luego me dijo: "¡Haz tu acto de fe!" y se dispuso a cortarme la cabeza. Pero en aquel momento entraron todas las esclavas, grandes y pequeñas, jóvenes y viejas, con las cuales había yo sido siempre generoso ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 399: Y cuando llegó la 399ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 399ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... grandes y pequeñas, jóvenes y viejas con las cuales había yo sido siempre generoso, y le dijeron: "¡Oh señora nuestra! te suplicamos que le perdones, en gracia a que ignoraba la gravedad de su falta. ¡No sabía él que nada podía contrariarte más que su visita a tu enemiga Sett Zobeida! ¡Desconocía absolutamente la rivalidad que pudiera existir entre vosotras dos! ¡Perdónale, oh señora nuestra!"

"¡Está bien! le dejaré salvar la vida; pero deseo que le quede un recuerdo imborrable de su falta". E hizo seña a Sauab de que cambiase la espada por el palo. Y al punto cogió el negro una vara de flexibilidad terrible, y empezó a golpearme con ella en los sitios más sensibles de mi cuerpo. Tras de lo cual cogió un látigo y me asestó con él quinientos latigazos, enroscándolo cruelmente a mis partes más delicadas y a mis costillas. Esto os explicará, señores míos, las huellas y cicatrices que hace un rato pudisteis observar en mi cuerpo.

Después de infligirme este tratamiento, hizo que me sacaran de allí y me arrojaran a la calle, como una espuerta de basura. Entonces, arreglándome como pude, me arrastré hasta mi casa todo ensangrentado, para caer desvanecido cuan largo era apenas entré en mi habitación, abandonada desde hacía tanto tiempo. Cuando, al cabo de un largo espacio de tiempo volví de mi desmayo, acudí a un sabio cirujano, de mano muy suave, que me cuidó delicadamente las heridas, y a fuerza de bálsamos y de ungüentos logró obtener mi curación. Permanecí dos meses, empero, acostado y sin moverme; y cuando pude salir, lo primero que hice fué ir al hammam, y después de bañarme, me personé en mi tienda. En ella me apresuré a subastar cuantas cosas preciosas contenía, realicé todo lo que pude realizar, y con la suma que su importe me produjo compré cuatrocientos jóvenes mamalik, a los cuales vestí ricamente, y ese barco donde me habéis visto esta noche en su compañía. Escogí para que se mantuviese a mi derecha a uno de ellos que se parecía a Giafar, y a otro para darle las prerrogativas de portaalfanje, a ejemplo de lo que hace el Emir de los Creyentes. Y con el objeto de olvidar mis tribulaciones, me disfracé yo mismo de califa, y adquirí la costumbre de pasearme por el río todas las noches en medio de la iluminación de mi barco y de los cánticos y sones de instrumentos. ¡Y así transcurre mi vida desde hace un año, conservando la ilusión suprema de que soy el califa, por ver si con ello consigo ahuyentar de mi espíritu la pena que lo invade a partir del día en que mi esposa hizo que me castigaran tan cruelmente por culpa de la mutua rivalidad que alimentaban Sett Zobeida y ella!

¡Y sólo yo, que ignoraba todo aquello, sufrí las consecuencias de semejante disputa de mujeres! ¡He aquí mi triste historia, oh mis señores! ¡Y ya no me resta más que daros las gracias por haber querido reuniros con nosotros para pasar la noche amistosamente!"

Cuando el califa Harún Al-Raschid oyó esta historia, exclamó: "¡Loor a Alah, que hace que cada efecto tenga su causa!" Luego se levantó y pidió permiso al joven para retirarse con sus compañeros. Se lo permitió el joven, y el califa salió de allí para regresar al palacio, pensando en el modo de reparar la injusticia cometida con el joven por las dos mujeres. Y por su parte, estaba Giafar muy desolado de que su hermana fuese la causante de tal aventura, destinada entonces a que todo el palacio se enterase de ella.

Al día siguiente, revestido con las insignias de su autoridad, en medio de sus emires y chambelanes, el califa dijo a Giafar: "¡Haz que se presente a mí el joven que nos dió hospitalidad ayer por la noche!" Y Giafar salió inmediatamente, para volver muy pronto con el joven, que besó la tierra entre las manos del califa, y después de las zalemas, le cumplimentó en versos.

Encantado Al-Raschid, le mandó acercarse y sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Oh Mohammad-Alí!, te he llamado para oír de tus labios la historia que ayer contaste a los tres mercaderes. ¡Es prodigiosa y está llena de enseñanzas útiles!"

El joven dijo, muy emocionado: "¡No podré hablar ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me des el pañuelo de seguridad!" El califa le tiró al punto su pañuelo en prueba de que estaba seguro, y el joven repitió su relato sin omitir detalle. Cuando acabó, Al-Raschid le dijo: "¿Y quisieras que tu esposa volviese ahora a tu lado, a pesar de sus yerros para contigo?"

El joven contestó: "¡Bien venido sea todo lo que me venga de mano del califa, porque los dedos de nuestro amo son las llaves de los beneficios, y sus acciones no son acciones, sino collares preciosos, adorno de los cuellos!"

Entonces el califa dijo a Giafar: "Venga a mí ¡oh Giafar! tu hermana, la hija del emir Yahía".

Y Giafar hizo que se presentara su hermana en seguida; y el califa le preguntó: "Dime, ¡oh hija de nuestro fiel Yahía! ¿conoces a este joven?" Ella contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿desde cuándo saben las mujeres conocer a los hombres?" El califa sonrió y dijo: "Pues bien; voy a decirte su nombre. Se llama Mohammad-Alí, y es hijo del difunto síndico de los joyeros. ¡Lo pasado, pasado, y al presente deseo darte a él por esposo!" Ella contestó: "¡La dádiva de nuestro amo está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!"

Al momento llamó el califa al kadí y a los testigos, e hizo extender legalmente el contrato de matrimonio, uniendo aquella vez a los dos jóvenes de un modo duradero para su dicha, que fué perfecta. Y quiso retener junto a él a Mohammad-Alí para contarle entre sus íntimos hasta el fin de sus días. ¡Y he aquí cómo Al-Raschid sabía consagrar sus ocios a unir lo que estaba desunido y a hacer felices a aquellos a quienes traicionó el Destino!

Pero no creas, ¡oh rey afortunado! continuó Schehrazada, que esta historia, que sólo te conté para distraerte de las anécdotas cortas, pueda igualar de cerca ni de lejos a la maravillosa Historia de Rosa-En-El-Cáliz y de Delicia-Del-Mundo

HISTORIA DE ROSA-EN-EL-CALIZ Y DE DELICIA-DEL-MUNDO[editar]

Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:

Cuentan que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy ilustre lleno de poderío y de gloria. Tenía un visir llamado Ibrahim, cuya hija era una maravilla de gracia y de belleza, superando a todas en elegancia y perfección, y estaba dotada de una inteligencia notable y de maneras notoriamente exquisitas. Además, le gustaban en extremo las reuniones animadas y el vino que da alegría, sin que desdeñase los semblantes lindos, los versos en cuanto de más refinado tienen y las historias extraordinarias. Atesoraba en sí tantas delicadas delicias, que atraía enamorados de ella a los corazones y a las cabezas, como le dijo cierta vez uno de los poetas que le cantaron:

¡Estoy prendado de la seductora! ¡Encantadora de turcos y árabes, conoce todas las finuras de la jurisprudencia, de la sintaxis y de las bellas letras!

Así es que cuando discutimos ambos acerca de estas cosas, he aquí lo que me dice a veces la maligna:

"¡Yo soy agente pasivo, y tú te obstinas en ponerme en el caso indirecto! ¿Por qué? ¡En cambio, dejas siempre en el acusativo a tu régimen, cuya misión es ser activo, y jamás le otorgas el signo de la erección!"

Yo le digo: "¡No sólo te pertenece mi régimen, ¡oh mi señora! sino también mi vida y toda mi alma! Pero no te asombres ya de este trueque de papeles. Hoy cambiaron los tiempos y se trastornaron las cosas.

No obstante, si a pesar de lo que te digo no quieres creer en tal cambio, ¡no dudes más y mira mi régimen! ¿No has notado que el nudo de la cabeza lo tiene en la cola?"

Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 400: Pero cuando llegó la 400ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 400ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz.

El rey, a quien gustaba mucho que estuviera ella a su lado en los festines, por lo bien dotada que se hallaba de finura de ingenio y distinción, tenía por costumbre dar todos los años grandes fiestas, y con esta ocasión aprovecharse de la presencia en palacio de los principales personajes de su reino para jugar con ellos a la pelota.

Cuando llegó el día en que los invitados del rey se reunían con motivo de este juego de pelota, Rosa-en-el-Cáliz se sentó a su ventana para disfrutar del espectáculo. Enseguida empezó a animarse el juego, y la hija del visir, que seguía con la vista a los jugadores y observaba sus movimientos, divisó entre ellos a un joven infinitamente hermoso, de rostro encantador, de dientes sonrientes, de cintura breve y de anchos hombros. Al verle, experimentó tal placer que no pudo hartarse de contemplarle ni dejar de lanzarle ojeadas repetidas. Acabó por llamar a su nodriza, y le preguntó: "¿Sabes el nombre de ese joven exquisito, tan lleno de distinción, que está en medio de los jugadores?" La nodriza contestó: "¡Oh hija mía, todos son hermosos! No sé de cuál quieres hablar". La joven dijo: "¡Espera, que voy a enseñártelo!"

Y cogió al punto una manzana y se la arrojó al joven, que se volvió y levantó la cabeza en dirección a la ventana. Vió entonces a Rosa-en-el-Cáliz, sonriente y bella como la luna llena al iluminar las tinieblas; y de repente, sin tener tiempo de separar de allí ya su mirada, se sintió extremadamente conmovido de amor; y recitó estos versos del poeta:

¿Quién punzó mi corazón enamorado? ¿Fue el arquero o la flecha de tus pupilas?
¿De dónde vienes tan veloz, flecha acerada? ¿De la muchedumbre de guerreros o de una ventana simplemente?

Rosa-en-el-Cáliz preguntó a su nodriza: "Y ahora, ¿puedes ya decirme el nombre de ese joven?"

La nodriza contestó: "Se llama Delicia-del-Mundo". Al oír tales palabras, la joven echó atrás la cabeza con placer y emoción, dejóse caer en el diván, gimió profundamente e improvisó estas estrofas:

No ha tenido por qué arrepentirse quien te llamó Delicia-del-Mundo, ¡oh tú que unes una delicadeza exquisita de modales a todas las cualidades excelentes!
¡Oh naciente luna llena! ¡Oh rostro brillante que alumbras el universo e iluminas el mundo!
¡Entre todas las criaturas, eres el único sultán de la belleza! ¡Y tengo testigos que me den la razón!
¿No es tu ceja la letra nun, perfectamente trazada? ¿No se asemeja la almendra de tu ojo a la letra sad, escrita por los dedos amorosos del Creador?
¡Y tu cintura! ¿No es la joven, la tierna rama flexible que toma todas las formas deseables?
Si ya tu intrepidez ¡oh jinete! sobrepujó al valor de los más fuertes, ¿qué no diré de tu gracia superior y de tu hermosura?


Terminada esta improvisación, Rosa-en-el-Cáliz cogió una hoja de papel y transcribió los versos cuidadosamente. La dobló luego y la metió en una bolsita de seda bordada en oro, la cual escondió debajo del cojín del diván.

Y he aquí que la vieja nodriza, que había observado estos diversos movimientos de su señora, se puso a charlar con ella de unas cosas y de otras hasta que la dejó dormida. Entones sacó cuidadosamente de debajo del cojín la hoja de papel, la leyó, y convencida de la pasión que sentía Rosa-en-el-Cáliz, la colocó en el mismo sitio. Luego, cuando se despertó la joven, le dijo: "¡Oh mi señora, soy para ti la mejor y más tierna de las consejeras! Debo, pues, decirte cuán violenta es la pasión de amor, y prevenirte de que cuando se concentra en un corazón sin poder expansionarse, lo derrite aunque sea de acero, y produce en el cuerpo muchas enfermedades y deformidades. ¡Por el contrario, si la persona que sufre de este mal de amor se lo revela a otra, tal cosa sólo alivio ha de proporcionarle!"

Al oír estas palabras de su nodriza, Rosa-en-el-Cáliz dijo: "¡Oh nodriza! ¿conoces un remedio para el amor?" La nodriza contestó: "Lo conozco. ¡Consiste en poseer a la persona amada!" La joven preguntó: "¿Y qué hacer para conseguir esa posesión?" La nodriza dijo: "¡Oh mi señora! por el pronto basta con cambiar cartas llenas de palabras dulces, de salutaciones y de cumplimientos; porque tal es el medio mejor a que para reunirse recurren dos amigos, y lo primero que hay que hacer para resolver dificultades y prevenir complicaciones. Así, pues ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 401: Cuando llegó la 401ª noche



CUANDO LLEGO LA 401ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Así, pues, ¡oh mi señora! en caso de que ocultes en tu corazón alguna cosa, no temas confiármela; porque si es un secreto lo guardaré intacto de toda divulgación ¡y nadie como yo sabrá servirte con sus ojos y su cabeza para satisfacer tus menores deseos y llevar discretamente tus misivas!"

Cuando Rosa-en-el-Cáliz hubo oído estas palabras de su nodriza, sintió que la alegría le arrebataba la razón; pero retuvo en su alma cualquier palabra imprudente que revelase la causa de la turbación que la agitaba, diciendo para sí: "Nadie conoce todavía mi secreto; y para mayor seguridad, más vale no informar de nada a esta mujer mientras no posea pruebas ciertas de su fidelidad".

Pero ya añadía la nodriza: "¡Oh hija mía! la noche última vi a un hombre que se me apareció en sueños y me dijo: "¡Has de saber que tu joven señora y Delicia-del-Mundo están enamorados uno de otro, y a ti te incumbe favorecer la aventura y encargarte de sus misivas, haciéndoles toda clase de servicios con gran discreción, si quieres disfrutar tranquilamente una porción de ventajas!" Yo ¡oh mi señora! te cuento lo que he visto. ¡Tú serás ahora quien decida!"

Rosa-en-el-Cáliz contestó: "¡Oh nodriza! ¿te sientes verdaderamente capaz de callar secretos?" La nodriza dijo: "¿Cómo puedes dudarlo ni un instante, cuando soy una esencia entre las esencias de los corazones selectos?"

Entonces ya no dudó la joven, exhibiéndole el papel en que había escrito los versos y se lo entregó, diciéndole: "¡Date prisa a llevar esto a Delicia-del-Mundo y a traerme la respuesta!" La nodriza se levantó al punto y se presentó en casa de Delicia-del-Mundo, empezando por besarle la mano para luego cumplimentarle con las expresiones más amables y corteses. Tras de lo cual le entregó el billete.

Delicia-del-Mundo desdobló el papel y lo leyó. Luego, cuando se enteró bien del contenido, escribió al dorso de la hoja los versos siguientes:

¡Exaltado por el amor, late mi corazón apasionadamente, y en vano trato de contener su ímpetu tumultuoso! ¡El estado en que me hallo descubre mis sentimientos!
Si mis lágrimas se desbordan, le digo a mi censor: "¡Es porque tengo los ojos malos!" Así creo engañarle acerca del verdadero motivo, ocultándole mis intimidades.
¡Libre aún ayer de toda ligadura y con el corazón tranquilo, yo ignoraba el amor! ¡Y he aquí que me despierto con el corazón dominado por el amor!
¡Voy a revelaros mi estado y a contaros mi cuita de amor, a fin de que vuestro corazón se compadezca del desgraciado que arde de pasión y a quien tortura la suerte!
¡Con las lágrimas de mis ojos trazo aquí este lamento, para con ello daros una prueba del amor a que obedece!
¡Preserve Alah de toda asechanza a un rostro que la belleza se encargó de cubrir con su velo, y ante el cual se inclina la luna, honrándole las estrellas cual esclavas!
¡Como hermosura, no he visto nada parecido! ¡Oh, su talle! ¡Las flexibles ramas aprenden a ondular viéndolo balancearse!
¡Ahora, si no os fastidia, me atrevo a suplicaros que vengáis a verme! ¡Oh, eso tiene para mí un valor muy grande!
¡No me resta ya más que haceros don de mi alma, con la esperanza de que acaso la aceptéis! ¡Vuestra llegada será para mí el Paraíso, y la Gehenna vuestra repulsa!

Después de escribir lo anterior, dobló la hoja, la besó y se la entregó a la nodriza, diciéndole: "¡Madre mía, cuento con tu bondad para predisponer en mi favor la voluntad de tu señora!" Ella contestó: "¡Escucho y obedezco!" Cogió el billete y volvió a toda prisa al lado de su señora, a quien se lo entregó.

Al tomar el billete, Rosa-en-el-Cáliz se lo llevó a los labios y luego a la frente, lo desdobló y lo leyó.

Y cuando se hubo enterado bien de su contenido, escribió debajo los siguientes versos:

¡Oh tú cuyo corazón se prendó de nuestra belleza, no te arrepientas de unir la paciencia al amor! ¡Tal vez sea un medio de llegar a poseernos!
¡Cuando hemos advertido que tu amor era sincero y que tu corazón sufrió los mismos tormentos que nuestro corazón, sentimos un deseo igual a tu deseo de vernos por fin unidos; pero nos retuvo el temor a nuestros guardianes!
¡Sabe que, al descender sobre nos la noche llena de tinieblas, se exalta tanto nuestro ardor, que se encienden hogueras en nuestras entrañas!
¡Las tiránicas torturas del deseo que nos llama a ti ahuyentan de nuestra cama el sueño entonces, y de nuestro cuerpo se apodera el dolor!
¡Pero no olvides que el primer deber de los enamorados es ocultar a los demás su amor! ¡Guárdate, pues, de descorrer ante extrañas miradas el velo que nos protege!
¡Y ahora quiero gritar que mis entrañas se hallan rebosando amor a cierto jovenzuelo! ¡Oh! ¿por qué no se quedó para siempre en nuestra morada?

Cuando acabó de escribir estos versos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 402: Pero cuando llegó la 402ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 402ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Cuando acabó de escribir estos versos, dobló el papel y se lo entregó a la nodriza, que lo cogió y salió del palacio. Pero quiso el Destino que se encontrase precisamente con el chambelán del visir, padre de Rosa-en-el-Cáliz, que le preguntó: "¿Adónde vas así a esta hora?" A estas palabras se sintió ella presa de una turbación extremada, y contestó: "¡Al hammam!" Y continuó su camino, pero tan turbada, que dejó caer, sin advertirlo, el billete mal guardado en un pliegue de su cinturón. ¡Y esto en cuanto a ella!

Pero por lo que respecta al billete caído a tierra cerca de la puerta del palacio, lo recogió uno de los eunucos, que apresuróse a llevárselo al visir.

Y he aquí que precisamente el visir acababa de salir de su harén y había entrado en la sala de recepción para sentarse en su diván. Y mientras permaneció sentado de tal guisa tan tranquilo, el eunuco se adelantó con el billete consabido en la mano y le dijo: "Mi señor, acabo de encontrar por el suelo en la casa este billete, que me he apresurado a recoger". El visir se lo arrebató de las manos, lo desdobló, y vio escritos allí los versos en cuestión. Los leyó, y cuando se penetró de su sentido, examinó la letra, que le pareció ser, sin género de duda, la de su hija Rosa-en-el-Cáliz.

Al ver aquello, se levantó y fue en busca de su esposa, madre de la joven, llorando tan abundantemente, que se mojó con lágrimas toda la barba.

Y le preguntó su esposa: "¿Qué te impulsa a llorar de esa manera, ¡oh mi dueño!?" El contestó: "¡Toma este papel y mira lo que dice!" Cogió ella el papel, lo leyó, y se dio cuenta que había correspondencia entre su hija Rosa-en-el-Cáliz y Delicia-del-Mundo. Al averiguarlo, acudieron a sus ojos las lágrimas; pero torturó su alma sin llorar, y dijo al visir: "Oh mi señor, de ninguna utilidad serán las lágrimas, y la única idea excelente consiste en imaginar la manera de poner a salvo tu honor y ocultar el enredo en que se ha metido tu hija!" Y siguió consolándole y mitigándole las penas. El contestó: "¡Mucho me aflige por mi hija esa pasión! ¿No sabes que el sultán experimenta por Rosa-en el-Cáliz una afección muy grande? Así es que mi temor en este asunto obedece a dos causas: primero por lo que me concierne, pues que se trata de mi hija; después por lo que afecta al sultán, ya que Rosa-en-el-Cáliz es la favorita del sultán, y pueden originarse de ahí graves complicaciones. ¿Y qué opinas tú de todo esto?"

Ella contestó: "¡Espera un poco, para darme tiempo a que pronuncie la plegaria que me ha de iluminar en cuanto al partido que debe tomarse!" Y al punto colocose en actitud de orar, según el rito y la Sunna, ejecutando las prácticas piadosas prescritas para tal caso".

Terminada la plegaria, dijo a su esposo: "Has de saber que en medio del mar llamado Bahr Al-Konuz hay una montaña que se llama la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Nadie puede arribar a ese paraje más que con dificultades infinitas. Te aconsejo, pues, que instales allí una vivienda para tu hija".

Conforme en este punto con su esposa, el visir resolvió hacer que se construyera en aquella Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo un palacio inaccesible, en el cual confinaría a Rosa-en-el-Cáliz, cuidando de surtirla de provisiones para un año, que se renovaría a principios del año siguiente, y dándole un séquito que la hiciere compañía y la sirviese.

Una vez que hubo tomado semejante resolución, el visir congregó a carpinteros, albañiles y arquitectos y los mandó a aquella montaña, donde no dejaron de edificar un palacio inaccesible y tal como no se había visto otro en el mundo.

Entonces el visir hizo preparar las provisiones para el viaje, organizó la caravana, y penetró de noche en las habitaciones de su hija, ordenándola que se pusiera en marcha. Ante una orden así, Rosa-en-el-Cáliz sintió con violencia las angustias de la separación, y cuando salió del palacio y se dio cuenta de los preparativos del viaje, no pudo menos de llorar con un llanto abundante. Con objeto de informar a Delicia-del-Mundo del ardor amoroso que pasaba por ella, capaz por lo violento de estremecer la piel, fundir las rocas más duras y hacer desbordarse las lágrimas, se le ocurrió entonces escribir sobre la puerta los versos siguientes:

¡Oh casa! ¡Si a la mañana pasase el ser amado, saludando con señas amorosas,

Devuélvele de parte nuestra un saludo delicioso y perfumado, porque no sabemos adónde nos llevará la suerte esta noche!

¡Ni yo misma sé hacia qué lugares me transporta el viaje, pues me conducen de prisa, y con equipaje reducido!

¡Vendrá la noche, y un pájaro oculto en los ramajes anunciará con sus endechas moduladas la noticia de nuestro triste destino!

Dirá con su lenguaje: "¡Qué dolor! ¡Cuán cruel es separarse de quien se ama!"

¡Y cuando vi ya llenas las copas de la separación y a la suerte dispuesta a ofrecérnoslas a pesar nuestro,

He gustado con resignación el amargo brebaje! ¡Pero la resignación ¡ay! no podrá nunca procurarme el olvido!

Cuando trazó sobre la puerta estos versos ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 403: Y cuando llegó la 403ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 403ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Cuando trazó sobre la puerta estos versos, se colocó en su palanquín, y la caravana se puso en marcha. Franquearon llanuras y desiertos, terrenos uniformes y montes accidentados, y llegaron de tal suerte al mar de Al-Konuz, a la orilla del cual armaron sus tiendas; y construyeron un gran navío, en el que hicieron embarcarse con su séquito a la joven.

Y como el visir había dado orden a los conductores de la caravana de que cuando dejasen a la joven confinada en el palacio enclavado en la cima de la montaña volviesen a la playa y destruyesen el navío, se guardaron muy mucho de desobedecer, y ejecutaron puntualmente la misión que se les encargó, para regresar luego a presencia del visir, llorando por todo aquello. ¡Y he aquí cuanto a ellos se refiere!

Pero respecto a Delicia-del-Mundo, cuando se despertó al día siguiente no dejó de hacer su oración matinal y de montar a caballo para ponerse al servicio del sultán, como de costumbre. Al pasar por la puerta del visir, advirtió los versos escritos en ella, y al leerlos creyó perder el sentido, y se encendió el fuego en sus entrañas trastornadas. Volvióse entonces a su casa, donde no pudo estarse quieto ni un momento, presa de la impaciencia, de la inquietud y de la agitación.

Luego, al caer la noche, temeroso de revelar su estado a la servidumbre, se apresuró a salir, vagando a la ventura por los caminos, perplejo y hosco.

Anduvo de tal modo toda la noche y parte de la mañana siguiente, hasta que el calor intenso y la sed torturadora le obligaron a descansar algo. Y he aquí que precisamente había llegado al borde de un arroyo sombreado por un árbol, y se sentó allí y cogió agua en el hueco de las manos. Pero al llevar a sus labios esta agua no le encontró sabor ninguno; al mismo tiempo sintió que se le demudaba el semblante y se le ponía amarillo el color; y vió que tenía los pies hinchados por la marcha y el cansancio.

Entonces se echó a llorar copiosamente, y con las mejillas empapadas de lágrimas recitó estos versos:

¡Se embriaga el enamorado con el amor de su amigo, y aumenta su embriaguez la intensidad de sus deseos!
¡La locura de su amor le hace vagar exaltado y frenético; no halla en ninguna parte asilo; no tiene gusto ninguno en alimentarse!
¿Cómo puede encontrar alegría el enamorado, viviendo lejos de su amiga? ¡Ah! ¡sería prodigioso!
¡Derretido estoy desde que el amor habita en mí; y torrentes de llanto me lavan las mejillas!
¡Oh! ¿cuándo veré al amigo o a alguien de su tribu que traiga un poco de calma a este torturado corazón?

Cuando hubo recitado estos versos, Delicia-del-Mundo lloró hasta mojar la tierra; luego se levantó y alejóse de aquellos parajes. Caminando de tal manera, desolado por llanuras y desiertos, vio de pronto ante sí un león de hirsuta crin, formidable cuello, cabeza enorme como una cúpula, fauces más anchas que una puerta y dientes parecidos a colmillos de elefante. Al verlo no dudó ni por un momento de su perdición; se volvió en dirección a la Meca, pronunció su acto de fe y se preparó a morir.

Pero en aquel preciso instante acordóse de pronto de haber leído antaño en los libros antiguos que el león era sensible a la dulzura de las palabras, se complacía con las adulaciones, y de este modo se dejaba amansar fácilmente. Entonces empezó a decirle: "¡Oh león de las selvas! ¡oh león de las llanuras! ¡oh león intrépido! ¡oh jefe temido de los bravos! ¡oh sultán de los animales! ¡delante de tu grandeza tienes a un pobre enamorado aniquilado por la separación y con la mente enloquecida, a quien la pasión redujo hasta este extremo! ¡Escucha mis palabras y apiádate de mi perplejidad y mi dolor!"

Cuando el león hubo oído este discurso, retrocedió unos pasos, se sentó, levantó la cabeza mirando a Delicia-del-Mundo, y púsose a jugar con su cola y sus patas delanteras.

Al ver aquellos movimientos del león, Delicia-del-Mundo recitó estos versos:

¡Oh león del desierto! ¿vas a matarme antes de que encuentre a quien me ató el corazón?
¡Oh, no soy caza preciada, ni siquiera gorda, porque consumido está mi cuerpo por la pérdida del amigo, y tengo el corazón devastado!
¿Qué harás con un muerto a quien sólo el sudario falta?
¡Oh león tumultuoso en la refriega!
¡Si me maltratas, alegrarás con ello a los que me envidian!
¡No soy más que un pobre enamorado anegado en lágrimas, con el corazón oprimido por la ausencia del amigo!
¿Qué ha sido del amigo? ¡Oh tristes pensamientos de mis noches inquietas!
¡He aquí que no sé si mi vida se debate en la nada!

Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 404: Y cuando llegó la 404ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 404ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó, y con los ojos llenos de lágrimas, avanzó con mucha dulzura hacia Delicia-del-Mundo, poniéndose a lamerle pies y manos con la lengua. Tras de lo cual hízole señas de que le siguiera y echó a andar delante de él.

Delicia-del-Mundo siguió al león, y caminaron ambos de tal suerte durante cierto tiempo. Después de escalar una montaña alta y descender por la vertiente, vieron en la llanura huellas de la caravana. Entonces Delicia-del-Mundo empezó a seguir con atención aquellas huellas, y al verle ya sobre la pista, el león le dejó que continuase solo sus pesquisas y volvió pies atrás para emprender de nuevo su camino.

En cuanto a Delicia-del-Mundo, continuó siguiendo día y noche las huellas de la caravana, y de tal suerte llegó a orillas del mar rugiente, de olas tumultuosas, donde los pasos se perdían en el agua. Comprendió entonces que la caravana habíase embarcado y había proseguido por el mar su ruta, y perdió toda esperanza de encontrar a su bienamada.

A la sazón dejó correr sus lágrimas y recitó estos versos:

¡Muy lejos está la amiga ahora, y mi paciencia llega al límite!
¿Cómo ir en pos de ella por los abismos del mar?
¿Cómo resignarme cuando están consumidas mis entrañas, y el insomnio sustituyó al sueño de mis ojos?
¡Desde que abandonó las moradas y nuestra tierra, mi corazón está inflamado!
¡Y qué llama le inflama!
¡Oh grandes ríos Seyhún, Jeyhún y tú, Eufrates! ¡Cual vosotros corren ya mis lágrimas!
¡Corren y se desbordan con más intensidad que los diluvios y las lluvias!
¡De tanto como los golpean esos torrentes de lágrimas, se me han ulcerado los párpados, y se incendió mi corazón al contacto de tantas chispas!
¡Las hordas de mi pasión y de mis deseos han salido al asalto de mi corazón!
¡Y el ejército de mi paciencia quedó vencido y derrotado!...
¡Sin cálculo arriesgué mi vida por su amor, pero el riesgo de mi vida es el menor de los peligros que corrí!
¡Ojalá no sean castigados mis ojos por haber visto en el recinto prohibido a esa maravillosa belleza, más resplandeciente que la luna!
¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan sus anchos ojos maravillosamente rasgados!
¡Me ha seducido con la armonía de sus movimientos y su ligereza; Su ligereza que no igualaría la flexibilidad de la rama joven sobre tronco del sauce!
¡Con toda mi alma le imploro socorro para mis penas y quebrantos!
¡Pero ella me redujo al triste estado en que me veis, y sólo su mirada seductora causó mi perdición!

Cuando acabó de recitar estos versos, se echó a llorar de tal manera, que cayó sin conocimiento, y permaneció mucho tiempo así. Pero vuelto ya de su desmayo, giró la cabeza a la derecha y a la izquierda, y como se veía en un desierto sin habitantes, tuvo miedo a ser presa de los animales salvajes, y se puso a trepar por una alta montaña, en la cima de la cual oyó que salían de una caverna sonidos de voz humana. Escuchó la voz atentamente, y observó que era la de un ermitaño que había dejado el mundo para consagrarse a la devoción. Se acercó a aquella caverna y golpeó tres veces la puerta, sin obtener respuesta del ermitaño y sin verle salir.

Entonces suspiró profundamente y recitó estos versos:

¡Oh deseos míos! ¿cómo alcanzaréis vuestro fin?
¡Oh alma mía! ¿cómo olvidarás tus quebrantos, tus penas y tus fatigas?
¡Una a una, vinieron todas las calamidades a envejecer mi corazón y a blanquear mi cabeza en mi primera juventud!
¡Ningún socorro dulcifica la pasión que me consume, ningún amigo aligera la carga que pesa sobre mi alma!
¡Ah! ¿quién sabrá decir los tormentos de mis deseos, ahora que se volvió en contra mía el Destino?
¡Gracia, piedad para el pobre enamorado desolado, el que bebió en el cáliz de la separación y el abandono!
¡Hay fuego en este corazón; se consumieron las entrañas, y de tanto como la pasión la ha torturado, la razón ha huido!
¡Ningún día fue más terrible que el de mi llegada a su morada, cuando vi los versos escritos en la puerta!
¡Oh, cuánto lloré! ¡A la tierra hice beber mis lágrimas ardientes, pero callé mi secreto ante allegados y extraños!
¡Oh ermitaño que buscaste el refugio de esta gruta para no ver nada de este mundo! ¡Acaso gustaras por ti mismo el amor, y se te huyera la razón también!
¡Yo, no obstante, a pesar de esto y aquello, a pesar de todo, olvidaría sin duda mis penas y fatigas si lograra mi propósito.

Cuando acabó de recitar estos versos, vió abrirse de pronto la puerta de la gruta y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre ti!"

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 405: Pero cuando llegó la 405ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 405ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre ti!" Entonces franqueó la puerta y deseó la paz al ermitaño, que le devolvió su saludo y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" El joven dijo: "¡Me llamo Delicia-del-Mundo!" El ermitaño le preguntó: "¿A qué obedece tu llegada?" El joven le contó entonces su historia desde el principio hasta el fin, y también cuanto le había acaecido. Y el ermitaño se echó a llorar, y le dijo: "¡Oh Delicia-del-Mundo! Veinte años hace que yo habito estos lugares y jamás vi a nadie durante mi estancia aquí, si exceptuamos al día de ayer. Porque oí llantos y tumultos, y al mirar por el lado de donde venían aquellas voces, vi una muchedumbre de gente y tiendas de campaña armadas en la playa. Luego vi que aquellas gentes construían un navío, en el que se embarcaron para desaparecer por alta mar. Volvieron poco tiempo después, aunque eran menos en número que a la ida; desarmaron el navío y de nuevo emprendieron el camino por donde habían venido. ¡Y me parece que los que partieron sin volver son precisamente los que tú buscas, ¡oh Delicia-del-Mundo! ¡Comprendo, pues, la intensidad de tu dolor, y te compadezco! Pero sabe que es imposible dar con un enamorado que no haya sufrido penas de amor!" Y el ermitaño recitó estos versos:

¡Oh Delicia-del-Mundo! Me crees despreocupado y con el corazón lleno de quietud,
¡Y no sabes que el ardor de la pasión me dobla y me desdobla como a un lienzo!
¡Desde mi primera infancia conocí el amor; cuando mamaba aún, conocí los transportes de amor! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Practiqué el amor durante tanto tiempo, que hube de hacerme célebre; ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Bebí en la copa del amor y gusté su languidez amarga!
¡Tanto se estropeó mi cuerpo, que no soy ya más que una apariencia de mí mismo!
¡Lleno de fuerza estuve antaño; ahora ha desaparecido mi vigor. Y el ejército de mi paciencia quedó maltrecho bajo los alfanjes de las miradas!
¡No creas que llegarás al amor sin sufrir sinsabores, porque desde tiempos antiguos los extremos se tocan!
¡Para todos los enamorados decretó el amor que el olvido es lo mismo de ilícito que la impiedad!

Y cuando el ermitaño hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a Delicia-del-Mundo, y le estrechó en sus brazos; y juntos lloraron ambos de tal modo, que las montañas retemblaron con sus gemidos, y acabaron ellos por caer desmayados.

Cuando recobraron el conocimiento, se juraron mutuamente que en adelante se considerarían como hermanos en Alah (¡exaltado sea!); y dijo el ermitaño a Delicia-del-Mundo: "Esta noche voy a orar y a consultar a Alah acerca de lo que debes hacer". Delicia-del-Mundo contestó: "¡Escucho y obedezco!" ¡Y he aquí lo que a ellos atañe!

Pero he aquí lo que afecta a Rosa-en-el-Cáliz:

Cuando las gentes que la acompañaban la condujeron a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo, y entró ella en el palacio que habíanle preparado, lo examinó con atención y miró todo su mobiliario; luego se echó a llorar, y exclamó: "¡Oh morada, deliciosa eres, ¡por Alah! pero falta entre tus muros la presencia del amigo!" Después, al notar que la isla estaba habitada por pájaros; ordenó a su séquito que tendieran redes para capturar estos pájaros y que los enjaularan conforme los fueran capturando, para más tarde llevarlos al interior del palacio. E inmediatamente se ejecutó su orden. Entonces Rosa-en-el-Cáliz se acodó en la ventana y dejó a su pensamiento ir en pos de los recuerdos. Y aquello despertaba en ella ardores pasados, deseos abrasadores y transportes, y le hacía verter lágrimas de sentimiento, trayéndole a la memoria estos versos, que recitó:

¿A quién dirigiré la cuita de amor que hay en mi alma, hablándome de las angustias que la alejan del amigo y del fuego que arde en mis costillas? ¡Pero me callaré por temor a mi guardián!
¡Más flaco que un mondadientes tengo el cuerpo, pues estoy consumida por los ardores, las tristezas de la ausencia y las lamentaciones!
¿En dónde están los ojos del amigo, para que vean el triste estado de extravíos a que me ha reducido su recuerdo?
¡Se han excedido en sus derechos al transportarme a un paraje donde no puede venir mi bienamado!
¡Al sol le encargo que por tarde y mañana transmita a millares mis saludos al amante cuya hermosura cubre de vergüenza a la luna llena naciente, y cuya figura de talle supera a la de la rama tierna!
Si las rosas quisieran imitar a su mejilla, diría yo a las rosas: "¡No conseguiréis pareceros a una mejilla suya ¡oh rosas! mientras no seáis las rosas de su otra mejilla!"
¡Destila su boca una saliva que refrescaría la lumbre de un brasero encendido!
¿Cómo olvidarle, cuando es mi corazón, mi alma, mi sufrimiento, mi mal, mi médico y mi bienamado?

Pero cuando avanzó la noche con sus tinieblas, Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 406: Y cuando llegó la 406ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 406ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos y avivarse el recuerdo abrasador de sus desventuras. Entonces recitó estos versos:

¡He aquí la noche, que con sus tinieblas me trae ardores intensos y molestias; y mis deseos avivan en mí dolores abrasadores!
¡En mis entrañas habita ahora el tormento de la separación; mis pensamientos me aniquilan, mis ardores me agitan, mis transportes me queman y mis lágrimas traicionan un querido secreto!
¡Enamorada como estoy, no sé el modo de hacer cesar mi delgadez, mi debilidad y mi dolor!
¡Cada vez se enciende más el incendio de mi corazón, y la intensidad de su llama me devora el hígado!
¡En el día de la separación, no pude despedirme de mi bienamado. ¡Qué pena! ¡Que dolor!
¡Pero tú caminante que has de informar de todos mis tormentos al amigo, dile que he soportado sufrimientos que no sabría describir ninguna pluma!
¡Por Alah! ¡Juro que mi amor será fiel siempre al bienamado! Porque en el código del amor es lícito el juramento!
¡Oh noche! ¡Ve a llevar mi saludo al bienamado, y dile que eres testigo de mis insomnios!

Y así era como se lamentaba Rosa-en-el-Cáliz.

¡He aquí lo relativo a Delicia-del-Mundo! El ermitaño le dijo: "Baja al valle y tráeme una cantidad grande de fibras de palmera". Bajó el joven, para regresar luego con las fibras que se le habían pedido; y el ermitaño las cogió y confeccionó con ellas una especie de red semejante a las redes donde se transporta la paja, después dijo a Delicia-del-Mundo: "Has de saber que en el fondo del valle crece una clase de calabaza que cuando está madura se seca y se separa de sus raíces. Baja a coger una porción de esas calabazas secas, sujétalas a esta red y tíralo todo al mar. No dejes de subirte encima, y la corriente te llevará entonces a alta mar y te hará alcanzar el fin que persigues. ¡Y no olvides que sin riesgos no se consigue nunca lo que uno se propone!" El joven contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y después que el ermitaño le deseó buena suerte, se despidió de él y bajó al valle, donde no dejó de hacer lo que se le había aconsejado.

Cuando, llevado por la red de calabazas, llegó en medio del mar, levantóse con violencia un viento que le impulsó rápidamente y le hizo desaparecer a la vista del ermitaño. Zarandeándole las olas, alzándole unas veces sobre montes de espumas, hundiéndolas otras en su seno anchuroso, y de este modo fué juguete de los terrores del mar durante tres días y tres noches, hasta que los destinos le arrojaron al pie de la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Llegó a la playa en un estado análogo al de un pollo mareado, con hambre y sed; pero no tardó en encontrar cerca de allí arroyos de agua corriente, aves canoras y árboles cargados de racimos de fruta, y así pudo satisfacer su hambre comiendo de aquellas frutas y aplacar su sed bebiendo de aquella agua pura. Tras de lo cual se dirigió hacia el interior de la isla, y vio a lo lejos una cosa blanca, a la que fué aproximándose y observó que era un palacio imponente, de muros escarpados, y se dirigió a la puerta, encontrándola cerrada. Entonces se sentó y no se movió ya durante tres días; al cabo de los cuales vió abrirse por fin la puerta y salir un eunuco, que le preguntó: "¿De dónde vienes?" ¿Y cómo te arreglaste para llegar hasta aquí?

El joven contestó: "¡Vengo de Ispahán! ¡Viajaba por mar con mis mercancías, cuando se estrelló el navío en que yo iba, y las olas me arrojaron a esta isla!" Al oír tales palabras, el esclavo se puso a llorar; luego se echó al cuello de Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Consérvele con vida Alah, ¡oh rostro amigo! Ispahán es mi tierra, y también vivía allá la hija de mi tío, la que amé en mi primera infancia y a la que estuve ligado estrechamente. Pero un día nos atacó una tribu más numerosa que la nuestra, capturando a una gran parte de nosotros; y yo estaba comprendido en el botín. Como en aquella época era yo un niño todavía, me cortaron los compañones para que aumentara mi precio y me vendieron como eunuco. ¡Y en este estado es como me ves! Luego, tras de desear la paz una vez más a Delicia-del-Mundo, el eunuco le hizo entrar al patio principal del palacio.

Vio entonces el joven un maravilloso estanque rodeado de árboles de hermosas ramas frondosas, donde piaban agradablemente, bendiciendo al creador, pájaros encerrados en jaula de plata con puertas de oro. Se aproximó a la primera jaula, la examinó con atención y vio que contenía una tórtola, que al punto lanzó un grito que significaba: "¡Oh generoso!" Y al oír aquel grito, Delicia-del-Mundo, cayó desmayado; luego, cuando volvió en sí dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos . . .

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 407: Y cuando llegó la 407ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 407ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:

¡Si estás prendada de amor como yo, oh tórtola! invoca al Señor y arrulla: "¡Oh generoso!" ¿Quién sabe si es tu canto un grito de alegría o la queja de amor de un corazón turbado?!
¿Gimes a causa de la partida de tu amigo, o porque te dejó débil y lánguida, o acaso porque perdiste al objeto de tu amor? ¡Si es así, no temas exhalar tus quejas y proclamar a gritos el amor antiguo que te rebosa del corazón!
¡En cuanto a mí, conserve Alah a mi bienamada, y prometo no olvidarle nunca, hasta cuando mis huesos sean ya polvo!

Después de recitar estos versos se echó a llorar de tal manera, que cayó desvanecido. Y cuando recobró el conocimiento anduvo hasta llegar a la segunda jaula, en la que halló una paloma zorita, que al verle se puso a cantar, diciendo: "¡Oh Eterno, yo te glorifico!" Entonces Delicia-del-Mundo suspiró prolongadamente, y recitó estos versos:

¡La paloma zorita ha dicho quejosa!: ¡Oh Eterno, yo te glorifico a pesar de mis calamidades!
¡Oh Eterno, espero que tu bondad me permita reunirme con la bienamada en este destierro!
¡Cuántas veces se me apareció con sus labios de miel aromática, y me dejó más abrasado que nunca!
Mientras el fuego consume mi corazón y lo reduce a cenizas, lloro lágrimas de sangre, que se desbordan inundando mis mejillas, y me digo: "¡La criatura no se fortalece más que con sinsabores!"
¡Por eso es que quiero tomar mis males con paciencia!
¡Y si quiere Alah que me reúna con la dueña de mi corazón, gastaré mis riquezas en albergar a la tribu de mis semejantes los enamorados!
¡Libertaré de su prisión a las aves, y en mi felicidad, me despojaré de mi duelo!

Cuando hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a la tercera jaula, y vió que contenía un ruiseñor, que, tan pronto como se dió cuenta que le observaban, se puso a cantar. Y al oírle, recitó estos versos Delicia-del-Mundo:

¡Oh! ¡cómo me encanta el ruiseñor cuando deja oír su voz gentil, que se asemeja a una enamorada voz desfalleciente de amor!
¡Piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches no pasan víctimas de las zozobras, los deseos y la inquietud!¡Tan crueles son sus angustias, que parece que nunca conocieron ellos más que noches sin sueño y sin mañana!
¡En cuanto a mí, desde que vi a mi amiga me encadenó su amor, y encadenado de tal suerte, dejo que de mis ojos se deslicen cadenas de lágrimas! Y me digo: "¡He aquí las cadenas que al deslizarse de mis ojos encadenan toda mi persona!" ¡Y en esta forma se desborda mi ardor!
¡Al mismo tiempo estoy herido por el alejamiento de la amiga! ¡Se agotaron los tesoros de mi paciencia, y mis fuerzas se rindieron!
¡Si, de ser equitativa la suerte, me reuniría con mi amiga!
¡Y ahora, cúbrame con su velo Alah, para que pueda yo desnudar mi cuerpo ante la amiga y hacerle ver así el grado de agotamiento a que me redujeron las alarmas, la inquietud y el abandono!

Cuando acabó de recitar estos versos, se adelantó hasta la cuarta jaula y vió en ella un bulbul que al punto se puso a modular notas melancólicas. Y al oír aquel canto, Delicia-del-Mundo dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:

¡En las albas y las auroras, el bulbul consuela el corazón del enamorado con el sonido melodioso de las cuerdas de su voz!
¡Oh Delicia-del-Mundo, quejumbroso y languideciente! ¡Aniquilado por el amor está tu ser!
¡Hasta mí llegan no sé cuántos cánticos maravillosos, que enternecerían la dureza del hierro y de la piedra!
¡Y he aquí que el aire ligero de la mañana viene a nosotros pasando por los edenes de las praderas y las flores exquisitas!
¡Oh, los cantos de pájaros en las albas y las mañanas, y tú, embalsamada brisa de las primeras claridades del día, cómo transportáis mi alma!
¡Pienso entonces en la amiga lejana, y mis lágrimas se precipitan en lluvia torrencial, mientras en mis entrañas arde un fuego terrible entre chispas y llamas!
¡Haga por fin Alah que el enamorado apasionado vuelva a ver a su amiga y a disfrutar de sus encantos! Porque, ¿acaso el enamorado no tiene una excusa manifiesta? ¡Digo esto porque sé que no hay como el hombre avisado para ver claro y disculpar!

Luego, cuando acabó de recitar estos versos, Delicia-del-Mundo anduvo un poco...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 408: Y cuando llegó la 408ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 408ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Delicia-del-Mundo anduvo un poco, y vio una jaula maravillosa, mucho más bonita que todas las demás jaulas. Aquella jaula aprisionaba a un pichón salvaje, que tenía al cuello un collar de perlas admirables. Y al ver Delicia-del-Mundo a aquel pichón, conocido por su canto melancólico y amoroso, y a la sazón preso en aquella jaula con un aire muy triste y soñador, empezó a sollozar, y recitó estos versos:

¡Oh pichón de los bosques frondosos! ¡Oh hermano de los amantes, compañero de las almas sensibles, yo te saludo!
¡Amo a una tierna gacela, cuya mirada penetró en mi corazón más profundamente que el filo de una hoja cortante!
¡Su amor abrasó mi corazón y mis entrañas, y su lejanía arruinó mi cuerpo con enfermedades!
¡Desde hace largo tiempo no saboreo las dulzuras del comer y del dormir!
¡De mi alma huyeron la paciencia y la tranquilidad, y la pasión vino a instalarse en ella para siempre!
¿Cómo podré en lo sucesivo encontrar alegría viviendo lejos de la amiga ausente? ¿Acaso no es ella mi aspiración, mi deseo y mi alma toda?

Cuando el pichón oyó estos versos de Delicia-del-Mundo, salió de su ensueño y empezó a gemir y a arrullar de manera tan quejumbrosa y melancólica, que parecía ser humana su voz, y que en su lenguaje recitaba estos versos:

¡Oh joven enamorado! ¡Acabas de recordarme la época de mi juventud sumergida en el pasado, cuando me seducía mi amigo, cuyas formas graciosas adoraba yo, porque era maravillosamente hermoso!
¡A través de las ramas del montículo arenoso, su voz sumíase en un éxtasis entusiasmado con los caros acordes de la flauta!
¡Un día tendió una red el cazador y le apresó! Y exclamó mi amigo: "¡Oh mi libertad en el espacio! ¡Oh felicidad fugitiva!"
¡Sin embargo, yo esperaba que el cazador se compadeciese de mi amor y me devolviera a mi amigo; pero fué cruel!
¡Y ahora son ya excesivas mis torturas, y mis deseos se avivan con el fuego de tan dura ausencia!
¡Oh! ¡Proteja Alah a los amantes enloquecidos y torturados por angustias como las mías! ¡Y ojalá alguno de ellos, al mirarme tan triste en mi jaula, me abra la puerta de ella y me devuelva a mi amigo!

Entonces Delicia-del-Mundo se encaró con su amigo el eunuco de Ispahán, y le dijo: "¿Qué palacio es éste? ¿Quiénes lo habitan? ¿Y quién lo construyó?" El eunuco contestó: "¡Es el visir de tal rey quien lo construyó para su hija, con objeto de resguardarla de los acontecimientos del tiempo y de los accidentes del Destino! Acá la confinó con sus servidores y su séquito. ¡Y no se abren sus puertas más que una vez al año, el día en que nos mandan provisiones!"

Al oír estas palabras, pensó para su alma Delicia-del-Mundo: "¡Por fin consigo mi propósito! Pero ¡cuán penoso me resulta tener que esperar tanto antes de verla!"

Y he aquí lo que a él atañe.

¡Pero he aquí ahora lo concerniente a Rosa-en-el-Cáliz!

Desde que llegó al palacio, no tuvo gusto ya para saborear el placer de beber y comer, ni el del reposo y el sueño. Por el contrario, sentía aumentar en ella los tormentos de sus transportes apasionados; y mataba el tiempo recorriendo todo el palacio en busca de una salida, pero sin resultado.

Y un día en que no podía más, estalló en sollozos, y recitó estos versos:

¡Para torturarme, me han aprisionado lejos de mi amigo, y en mi prisión me hacen sufrir toda clase de tormentos!
¡Con los fuegos de la pasión, me quemaron el corazón, alejándolo del amigo de mis ojos!
¡Me encerraron en fortificadas torres que alzaron sobre montañas entre los abismos marinos!
¿Es que con ello quisieron que olvidara? ¡Pues desde entonces creció más aún mi amor!
¿Cómo podré olvidar? ¿No se debe todo lo que sufro a una sola mirada que dirigí al rostro del amado?
¡Entre penas se deslizan mis días, y me paso la noche asaltada por tristes pensamientos!
¡Pero aunque carezco de la presencia amada, me queda su recuerdo para consolarme en la soledad!
¡Ah! ¡Ojalá, después de todo esto, pueda ver un día que el Destino me reúna con el bienamado!

Cuando acabó de recitar estos versos, Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 409: Cuando llegó la 409ª noche


CUANDO LLEGO LA 409ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek, con las cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida como estaba con sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías, atravesó las llanuras desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.

Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arrojado a lo largo de aquella costa mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y creyéndola una aparición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para alejarse de allí cuanto antes.

Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó repetidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó estos versos:

¡Oh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!
¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!
¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado, Alah te preservará de los ardores que me abrasan!
¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace palidecer el brillo del sol y de la luna, cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpándose: "¡Soy tu esclava!"
¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso: "¡Quién le mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de él, comete una falta grave y una impiedad!"
¡Oh pescador! ¡ Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que le encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces !¡Te daría pedrerías y joyas, y perlas cogidas en el agua, y cuantas cosas preciosas hay!
¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi corazón y se desmenuza!

Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los días de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por zozobras y deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos versos:

¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!
¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus dulzuras engañosas!
¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!
¡No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!

Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la orilla, y dijo a la joven: "¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!" Entonces se embarcó Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.

Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con tanta velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde se hallaba. Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la venia de Alah (¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad situada a orillas del mar.

Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la barca del pescador, el rey de la ciudad, que era el rey Derbas, estaba sentado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al mar; y vio entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna llena en el seno del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al cuello un collar de maravillosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un soberano, y seguido de su hijo abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta que daba al mar.

En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dormía en ella tranquilamente.

Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a llorar. Y el rey le preguntó: "¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada a esta comarca?"

Ella contestó: "Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Schamikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a algo extraordinario y a una aventura muy extraña!" Luego contó al rey toda su historia, desde el principio hasta el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió llanto y recitó estos versos:

¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Para que se desborden de tal modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!
¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed de mis deseos!
¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de turcos y árabes!
¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, prendados de sus encantos, y rivalizaron en galanterías para con él!
¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazones fascina con su tirante arco dispuesto a lanzar flechas!
¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amargas, ten piedad de un enamorado convertido en juguete de las vicisitudes del amor!
¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad tengo ya esperanza!
¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza, por lo general, una obra muy meritoria!
¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector sobre la tribu de los enamorados, y has ¡oh mi señor! que se reúnan!

Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 410: Pero cuando llegó la 410ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 410ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más después quedose hecha un mar de lágrimas, e improvisó los versos siguientes:

¡He podido disfrutar de la vida hasta el día en que conocí a aquel prodigio de amor! ¡Ojalá todos los meses del año sean para el amigo meses de tranquilidad, como lo es el mes sagrado de Bagdad!
¡Cuán asombroso sería que el día de mi destierro las lágrimas que vertí pudieran transformarse en fuego líquido dentro de mis entrañas!
¡Aquel día cayó de mis párpados una lluvia de sangre en gotas redondas; y la superficie de mis mejillas se coloreó de rojo!
¡Y los lienzos con que se enjugaron todas estas lágrimas se tiñeron tan de rojo, que parecían la túnica de Joset coloreada de una sangre engañosa!

Cuando oyó el rey las palabras de Rosa-en-el-Cáliz, no dudó ni por un instante de la profundidad del mar de amor que la aquejaba; y se compadeció de ella y le dijo: "¡No temas ni te aterres, conseguiste tu propósito! ¡Porque heme aquí dispuesto a hacer que logres tus aspiraciones y a darte al que pides! ¡Créeme, pues, y escucha algunas palabras mías!"

Y al punto el rey recitó estos versos:

¡Oh hija de raza noble y generosa, llegaste a la meta perseguida! ¡Te lo anuncio con alegría! ¡Nada tienes que temer ya aquí!
¡Hoy mismo acumularé grandes riquezas y se las enviaré al rey Schamikh custodiadas por jinetes y guerreros!
¡Le enviaré cofrecillos de almizcle y fardos con brocados, añadiendo a ello oro y plata virgen!
¡Sí! ¡Y mis cartas enterarán, por medio de la escritura, de que deseo ser su aliado y su pariente!
¡Hoy mismo te ayudaré con todas mis fuerzas para que te unas lo más pronto posible al que amas!
¡Por mí propio gusté siempre la amargura del amor! ¡Y he aprendido a complacer y disculpar a quienes bebieron en tan amargo cáliz!

Cuando acabó de recitar estos versos, fué el rey en busca de sus soldados, y después de llamar a su visir, hízole que preparara un número incalculable de fardos con los presentes consabidos, dándole orden de que él mismo se pusiera en camino para llevarlas al rey Schamikh, y le dijo: "¡Es preciso, además, que sin remisión traigas de allá contigo a una persona que se llama Delicia-del-Mundo! Y dirás al rey: "Mi amo desea ser tu aliado, y el pacto de alianza entre tú y él será el matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo, que es uno de los personajes de tu séquito. ¡Así, pues, has de confiarme a ese joven y le conduciré junto al rey Derbas para que en su presencia se extienda el contrato de matrimonio!"

Tras de lo cual el rey Derbas escribió al rey Schamikh una carta alusiva, se la entregó al visir, reiterándole las órdenes concernientes a Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Has de saber que como no me lo traigas, se te destituirá de tu cargo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto se puso en camino, con los presentes aquellos, hacia las comarcas del rey Schamikh.

Cuando llegó a presencia del rey Schamikh, le transmitió la zalema de parte del rey Derbas, y le entregó la carta y los presentes que había traído para el.

Al ver aquellos presentes y al leer la carta, donde se hacía referencia a Delicia-del-Mundo, el rey Schamikh vertió abundantes lágrimas y dijo al visir del rey Derbas: "¡Ay! ¿Dónde estará ahora Delicia-del-Mundo? ¡Porque ha desaparecido! ¡E ignoramos en qué sitio se encuentra! ¡Si puedes traérmelo, ¡oh visir embajador te daré el doble de lo que suponen los presentes que me ofreces!" Y al decir estas palabras, quedó hecho un mar de lágrimas el rey, lanzando gemidos, lamentándose y estallando en sollozos.

Luego recitó estos versos:

¡Devolvedme a mi bienamado, y os obsequiaré con tesoros de perlas y diamantes!
¡Era él para mí la luna llena en el seno de un cielo puro y bello! ¡Era el amigo predilecto, por sus modales exquisitos y encantadores!
¡No podría compararse con él la fina gacela! ¡Es su talle la rama del bambú, del que serían frutos sus maneras deliciosas!
¡Pero ni la frágil rama, a pesar de su belleza joven, podría seducir a la razón humana como él!
¡Entre las caricias le eduqué en sus tiernos años! ¡Y heme aquí ahora triste y desolado por su alejamiento, y con el espíritu poseído de una turbación sin límite!

Tras de lo cual se encaró con el visir emisario que le llevó regalos y carta, y le dijo: "Regresa a tu país y dile a tu rey: «¡Delicia-del-Mundo se marchó hace ya más de un año, y su amo el rey ignora lo que de él ha sido!»" El visir contestó: "¡Oh mi señor! mi amo me ha dicho: «¡Si no traes a Delicia-del-Mundo, se te destituirá del visirato y nunca más pondrás los pies en la ciudad! » ¿Cómo voy a regresar, por consiguiente, sin el joven?"

Entonces el rey Schamikh se encaró con su propio visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo: "¡Vas a acompañar al visir emisario, y llevarás contigo una escolta importante; y de ese modo le ayudarás a hacer por todas las comarcas las pesquisas necesarias para encontrar a Delicia-del-Mundo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!"

Y al punto se hizo escoltar por una tropa de guardias, y en compañía del visir emisario partió en busca de Delicia-del-Mundo.

De esta suerte viajaron durante mucho tiempo y cada vez que se cruzaban con beduinos o caravanas, les pedían noticias de Delicia-del-Mundo, diciéndole: "¿Habéis visto pasar a un individuo así, cuyo nombre es éste y cuyas señas son tales y cuales?" Y la gente contestaba...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 411: Y cuando llegó la 411ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 411ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y la gente contestaba: "¡No le conocemos!" Y continuaron informándose de esta manera por ciudades y poblados, y haciendo pesquisas por llanuras y terrenos accidentados, por tierras y desiertos, hasta que llegaron a la orilla del mar. Se embarcaron entonces a bordo de un navío, y viajaron por mar para arribar un día a la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-a-su-hijo.

El visir del rey Derbas dijo entonces al visir del rey Schamikh: "¿Por qué motivo dieron ese nombre a esta montaña?" El otro contestó: "¡Voy a decírtelo enseguida!

"Has de saber que en los tiempos antiguos bajó a esta montaña una gennia de la raza de los genn chinos. Y he aquí que un día, en sus excursiones terrestres, se tropezó con un hombre, y le amó con un amor apasionado. Pero temiendo ella la cólera de los genn de su raza, si se divulgaba la aventura, cuando ya no pudo reprimir el ardor de sus deseos, se puso en busca de un paraje solitario donde ocultar su amante a los ojos de sus parientes los genn, y acabó por dar con esta montaña desconocida de hombres y genn, por no ser camino de éstos ni de aquéllos. Se apoderó entonces de su amante y le transportó por los aires para depositarle en esta isla, donde hubo de vivir con él. Y de cuando en cuando se ausentaba de aquí para hacer acto de presencia entre sus parientes, dándose prisa por regresar enseguida, ocultamente, junto a su bienamado.

Al cabo de cierto tiempo de llevar aquella vida, quedó encinta de él varias veces, y echó al mundo en esta montaña numerosos hijos. Y cuando pasaban cerca de esta montaña los mercaderes que viajaban por acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos quejumbrosos de una madre lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna pobre madre que perdió a sus hijos! Y ése es el motivo de tal nombre".

Al oír aquellas palabras, se asombró en extremo el visir del rey Derbas.

Pero ya habían echado pie a tierra, y llegaron al palacio, llamando a la puerta. Se abrió la puerta al punto, y salió de ella un eunuco, que reconoció inmediatamente a su amo el visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz. Enseguida le besó la mano y le introdujo en el palacio con su compañero y su séquito.

Llegado que fué al patio del palacio, el visir Ibrahim advirtió entre los servidores a un hombre de aspecto miserable, a quien no reconoció, y que no era otro que Delicia-del-Mundo. Así es que preguntó a su gente:

"¿De dónde viene este individuo?" Le contestaron: "Es un pobre mercader que naufragó, perdiendo todas sus mercancías, y pudo salvarse él sólo. ¡Se trata de un hombre inofensivo, de un santo sumido de continuo en el éxtasis de la plegaria!" El visir no insistió más y penetró en el interior del palacio.

Se dirigió al aposento de su hija, y cuando llegó a él, no la encontró allí. Preguntó a las jóvenes que la servían de esclavas, y le contestaron: "¡No sabemos cómo ha salido de aquí! ¡Lo único que podemos decirte es que con nosotros sólo estuvo muy poco tiempo, porque desapareció!"

A estas palabras, el visir derramó muchas lágrimas e improvisó estos versos:

¡Oh casa amenizada por los cantos de tus pájaros, y cuyos umbrales fueron tan soberbios y hermosos, hasta el momento en que el enamorado vino a ti llorando su deseo, y encontró abiertas de par en par tus puertas hospitalarias!
¡Aquí, antaño, vivían los chambelanes, entre el lujo, la felicidad y los honores! ¡Y se tendían por todas partes estofas de brocado! ¡Ay! ¿quién me dirá ya la suerte que corrieron los dueños que la habitaron?

Luego, cuando acabó de recitar estos versos, el visir Ibrahim empezó a llorar, a gemir y a lamentarse, y dijo: "¡Nadie puede escapar a los designios de Alah ni burlar lo que trazó El de antemano!" Después subió a la terraza del palacio, y encontró allá las telas de Baalbek que estaban atadas por un extremo a las almenas y pendían hasta la parte baja de los muros. Entonces comprendió que su hija había huido valida de este medio, y extraviada por la pasión y enloquecida de dolor, se había marchado. Al mismo tiempo divisó dos pájaros grandes: un cuervo el uno y un búho el otro; y sin dudar ya de que aquello era un triste presagio, estalló en sollozos y recitó estos versos:

¡He venido a la morada de mi amigo con la esperanza de. que al verle se extinguiera la llama de mi amor y mis tormentos! ¡Pero el amigo no estaba en la casa, y sólo vi la aparición siniestra de un cuervo y de un búho!

Y me decía este espectáculo: "!Oprimiste a dos seres que se amaban con ternura, separándoles con violencia!" "¡Ahora te toca a ti acercar a tus labios la copa de amargura que les diste a beber! ¡Y pasarás tu vida con dolor, entre lágrimas y quemaduras!"

Tras de lo cual bajó de la terraza...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 412: Y cuando llegó la 412ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 412ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"Tras de lo cual bajó de la terraza llorando, y dió orden a los esclavos para que fueran por la montaña haciendo todas las pesquisas necesarias para dar con su ama. Y los esclavos ejecutaron la orden. Pero no dieron ya con su señora. ¡Y he aquí lo que atañe a ellos!

¡Pero he aquí ahora lo referente a Delicia-del-Mundo!

Cuando el joven adquirió la certeza de la fuga de Rosa-en-el-Cáliz lanzó un grito terrible y cayó desmayado al suelo. Como no recobraba el conocimiento y seguía tendido sin moverse, las gentes del palacio creyeron que le poseía el éxtasis divino y que tenía el alma absorta en la belleza de la contemplación augusta del Altísimo. ¡Y tal es lo concerniente a él!

En cuanto al visir del rey Derbas, cuando vió que el visir Ibrahim había perdido toda esperanza de encontrar a su hija y a Delicia-del-Mundo y que tenía afectado muy penosamente con todo aquello el corazón, resolvió regresar a la ciudad del rey Derbas sin haber cumplido la misión de que estaba encargado. Se despidió, pues, del visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo, mostrándole al pobre joven: "Quisiera llevarme conmigo a este santo hombre. ¡Tal vez, merced a sus méritos, caiga la bendición sobre nosotros y Alah (¡exaltado sea!) conmueva el corazón de mi amo el rey y le impida destituirme de mis funciones! Y después no dejaré yo de enviar este santo hombre a Ispahán, su ciudad, que no está lejos de nuestro país". El visir Ibrahim le contestó: "¡Haz lo que quieras!"

Luego se separaron los dos visires, y cada uno tomó el camino de su país respectivo, no sin haber tenido cuidado el visir del rey Derbas de llevarse consigo a Delicia-del-Mundo, cuya identidad estaba muy lejos de suponer, y le acondicionó en una mula en vista del estado de inconsciencia tenaz en que se hallaba el joven.

Tres días duró este estado de inconsciencia mientras viajaban, y Delicia-del-Mundo ignoraba absolutamente cuanto pasaba a su alrededor. Por fin volvió de su desmayo, y dijo: "¿Dónde estoy?" Le contestaron: "¡Estás en compañía del visir del rey Derbas!" Luego fueron a prevenir al visir de que había vuelto de su desmayo el santo hombre. Entonces le mandó el visir agua de rosas azucarada y le hicieron que se la bebiera, con lo que acabó de reanimarse. Tras de lo cual siguieron el viaje y llegaron a la ciudad del rey Derbas.

El rey Derbas al punto envió a decir a su visir: "¡Si no está contigo Delicia-del-Mundo, guárdate bien de ponerte en mi presencia!" Al recibir esta orden, el desgraciado visir no supo qué partido tomar. Porque ignoraba completamente la presencia de Rosa-en-el-Cáliz cerca del rey, ni el porqué deseaba el rey encontrar a Delicia-del-Mundo y aliarse con él; e ignoraba asimismo que Delicia-del-Mundo estaba con él allí y era el joven que había estado inconsciente. Por su parte, Delicia-del-Mundo no sabía adónde le llevaban ni que el visir estaba precisamente encargado de buscarle.

De modo que cuando el visir vió que Delicia-del-Mundo había recobrado el conocimiento, le dijo: "¡Oh santo hombre de Alah! Deseo recurrir a tus consejos en la perplejidad cruel en que me hallo. Has de saber que mi amo el rey me despachó con una misión que no logré cumplir. Y al informarse de mi regreso ahora, me ha enviado una carta en la que me dice: "¡Si no cumpliste tu misión, no debes entrar en mi ciudad!"

El joven le preguntó: "¿Y qué misión era esa?" Entonces le contó el visir toda la historia, y Delicia-del-Mundo dijo: "¡Nada temas! Preséntate al rey y llévame contigo. ¡Y yo asumo la responsabilidad de la vuelta de Delicia-del-Mundo!" Mucho se regocijó con aquello el visir, y dijo: "¿Hablas de verdad?" El joven contestó: "¡Sí, por cierto!" Montó a caballo entonces el visir, y llevando consigo a Delicia-del-Mundo, se presentó con él al rey.

Cuando se personaron ante el rey, preguntó éste al visir: "¿Dónde está Delicia-del-Mundo?" Entonces se adelantó el santo hombre y contestó: "¡Oh gran rey, yo sé dónde se encuentra Delicia-del-Mundo!" Hízole el rey señas para que se acercara más, y en extremo emocionado, le preguntó: "¿En qué sitio se encuentra?" El joven contestó: "¡En un sitio que está muy cerca de aquí! Pero dime antes para qué lo buscas, y me apresuraré a hacerle venir entre tus manos". Dijo el rey: "¡Cierto que te lo diré con mucho gusto y obligado; pero el caso exige que estemos solos!" Y al punto ordenó a su gente que se alejara, se llevó al joven a una sala retirada, y le contó la historia desde el principio hasta el fin.

Entonces Delicia-del-Mundo dijo al rey: "Haz que me traigan vestidos suntuosos y dámelos para vestirme con ellos. ¡Y al instante haré venir a Delicia-del-Mundo!" Hizo el rey que le llevaran enseguida un traje suntuoso, y Delicia-del-Mundo se vistió con él, y exclamó: "¡Yo soy Delicia-del-Mundo, la desolación de los envidiosos!" Y tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 413: Y cuando llegó la 413ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 413ª NOCHE[editar]

Ella dijo;

...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos:

¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí los penosos pesares de la ausencia!
¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese manantial, mitiga mis angustias!
¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! ¡Ah! ¿habrá algo más prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?
¡Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa transcurre en el infierno y el paraíso!
¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción es el don único que me legó el amor!
¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la pasión!
¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡he perdido el corazón! ¡Ah! ¡las penas siguen a las penas!
¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos como consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!
¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es volver a verme y poseerme!
¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá todavía con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este tiempo, y permitirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!
¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres en nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!

Cuando Delicia-del-Mundo hubo acabado de recitar estos versos, rey Derbas le dijo: "¡Por Alah! ahora veo bien claro que ambos os amabais con la misma sinceridad y la misma intensidad. ¡En verdad que en el cielo de la belleza sois dos astros luminosos! ¡Prodigiosa es vuestra historia y sorprendentes vuestras aventuras!"

Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del-Mundo le preguntó: "¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?"

El rey contestó: "¡Está en mi palacio!" Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo extender el contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le colmó de honores y beneficios, y despachó en seguida un correo para que informase al rey Schamikh de todo lo acaecido a Delicia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.

Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y envió al rey Derbas una carta en la cual le decía: "¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de matrimonio, deseo que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar en mi palacio!" Y al punto hizo preparar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a los recién casados.

Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas considerables, les dió un séquito magnífico y se despidió de ellos.

Y partieron.

Y he aquí que fué un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país, donde reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca viose un día más hermoso ni siquiera comparable con aquél! Porque, para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a todos los tañedores de instrumentos armónicos y dió grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales el rey distribuyó al pueblo muchas dádivas y regaló numerosos ropones de honor.

¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez concluido el festín de la primera noche, Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos en brazos uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su encuentro; y fue tanta su felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen rato. Y Rosa-en-el-Cáliz improvisó estos versos:

¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran confusión de los que nos envidian!
¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reanimándonos el corazón, las entrañas y el cuerpo!
¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!
¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos hace llorar es la dicha!
¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufrido! ¡Con qué resignación hemos soportado dolores angustiosos!
¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon mi cabeza!

Terminada que fué esta improvisación, se abrazaron estrechamente y permanecieron enlazados en brazos uno de otro, hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 414: Pero cuando llegó la 414ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 414ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.

Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:

¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel a su promesa y se entrega a su amiga!
¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos tenían cautivos en la separación!
¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede sus favores diligentemente!
¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos brindó la copa pura del placer!
Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas
¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el olvido el Dispensador de misericordias!
¡Ah! ¡Cuán dulce es la vida! ¡Cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi llama y mi ardor!

Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades; y continuaron acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de instrumentos, comprendieron que se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosa-en-el Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:

¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!
¡Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!
¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace saborear su saliva voluptuosa?
¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el olvido! ¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches enteras sin que nos enteráramos?
Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: "¡Alah eternice tu unión con tu amigo!"

Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó un número incalculable de veces, y luego improvisó estos versos:

¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del aislamiento!
¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Que encanto tiene su lenguaje espiritual!
¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del mundo a mis sentidos!
¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado tendidos en nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!
¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos distinguir el primer día del último!
¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a los míos!
¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo mismo que me favoreció a mí!

Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos y presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran evacuar para ella sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: "¡Oh frescura de mis ojos! ¡Ahora quiero verte por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!" Y llegando en aquel momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:

¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! – no quiero hablar de cosas pretéritas-!
¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya, sustituir en mi intimidad, ven al hammam, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de un paraíso de delicias!
¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la sala toda y se esparzan en todos sentidos!
¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad de nuestro Señor!
Y al mirarte en el baño, cantaré: “!Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!"

Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fueron al hammam, donde pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida en medio de las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fué a visitarle la Destructora de placeres y la Separadora de amigos!

¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!

"¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada que esta historia puede asemejarse a la HISTORIA MÁGICA DEL CABALLO DE ÉBANO!"

Y dijo el rey Schahriar: "¡Entusiasmado estoy ¡oh Schehrazada! con los versos nuevos que se recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica que no conozco!"

Y dijo Schehrazada:

HISTORIA MAGICA DEL CABALLO DE EBANO[editar]

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y lo pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas, que se llamaba Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y tenía siempre abierta sin desmayo la mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar nunca a quienes le solicitaban un socorro. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a los que sólo le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus palabras y sus maneras impregnadas de dulzura y de amenidad, a los corazones heridos. Era bueno y caritativo con los pobres; y los extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los palacios de aquel soberano. En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgencia de su severa justicia. Y así era, en verdad, él.

El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o como tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma luna y se llamaba Kamaralakmar. (Luna de las Lunas)

Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de la primavera, la de Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas de todos sus palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos proclamasen edictos de indulto, nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus lugartenientes y chambelanes. Así es que de todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para rendir pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.

Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera precisamente, estaba sentado en el trono de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la geometría y a la astronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los cuales sabían modelar la forma con una perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban ninguno de los misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a la ciudad del rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y hablando diferente lengua cada uno: el primero era hindí, el segundo rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia.

Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus manos, y después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente verdaderamente real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran precio, que tenía en la mano una trompeta de oro.

Y le dijo el rey Sabur: '”¡Oh, sabio! ¿Para que sirve esta figura?" El sabio contestó: "¡Oh mi señor! este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será un guardián a toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura de su rostro, le paralizará y le hará caer muerto de terror!" Y al oír estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh sabio! que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus deseos!"

Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció como regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro rodeado por veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y encarándose con el rumí, le dijo: "¡Oh sabio! ¿para qué sirven este pavo y estas pavas?"

El sabio contestó: "¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da un picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así sucesivamente cabalga a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto creciente de la luna nueva".

Y exclamó el rey maravillado: "¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus aspiraciones!"

El tercero que avanzó fué el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después de los cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más negra y más rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de los reyes. Así es que el rey Sabur quedó maravillado hasta el límite de la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de aquel caballo; luego dijo: "¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano?"

El persa contestó: "¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa, hasta el punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la rapidez del relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar". Prodigiosamente asombrado con aquellas tres cosas prodigiosas que se habían sucedido en un mismo día, el rey encarose con el persa, y le dijo: "¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado sea!), que crea los seres todos y les da de comer y de beber, que si me pruebas la verdad de tus palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor de tus deseos!"

Tras de lo cual el rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los tres regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de oro sopló con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 415: Pero cuando llegó la 416ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 416ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un gran espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio círculo, en el mismo sitio de donde partió.

Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal manera que parecía iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: "¡Oh sabios ilustres! ahora tengo ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa. ¡Pedidme, pues, lo que deseéis, y se os concederá al instante!"

Entonces contestaron los tres sabios: "¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de nosotros y de nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos que nos dé en matrimonio a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada podrá turbar tal cosa la tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus promesas nunca!" El rey contestó: `'¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo!" Y al punto dió orden de hacer ir al kadí y a los testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres hijas con los tres sabios.

¡Eso fué todo!

Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sentadas precisamente detrás de una cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres hermanas se puso a considerar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí su descripción! Era un viejo muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese más; con restos de cabellos blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de tiña; orejas colgantes y hendidas; barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se miraban atravesados; carrillos fláccidos, amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el delantal de un zapatero remendón; dientes saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos y jadeantes como los testículos del camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un horror compuesto de monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su época, pues ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus mandíbulas vacías de molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que asustan a los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros.

¡Eso fué todo!

Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba la joven más bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave que la brisa más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdaderamente estaba hecha para los escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus balanceos ondulantes; andaba, y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin disputa superaba con mucho a sus hermanas en hermosura, en blancura, en encantos y en dulzura.

Y así era ella, en verdad.

De modo que cuando vió al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó caer de bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y lamentándose.

Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la quería mucho y la prefería a sus otras hermanas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse y llorar a su hermana, penetró en su aposento y le preguntó: "¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido? ¡Dímelo enseguida y no me ocultes nada!"

Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido nada te ocultaré. ¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta a abandonarlo; y si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de aquí sin que me dé provisiones para el camino, porque Alah proveerá!"

Al escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo:

"¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus humores!" La joven princesa contestó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido! has de saber que mi padre me prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un caballo de madera de ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con su astucia y su perfidia! ¡En cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a ese viejo asqueroso!"

Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, acariciándola y mimándola, y luego se fué en busca de su padre el rey, y le dijo: "¿Quién es ese hechicero a quien prometiste casarle con mi hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para decidirte así a hacer que muera de pena mi hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder!"

Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy furioso y muy mortificado.

Pero el rey contestó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 416: Pero cuando llegó la 417ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 417ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... el rey contestó: "¡Oh hijo mío Kamaralakmar! ¡no estarías tan turbado y tan estupefacto si vieras el caballo que me ha dado el sabio!" Y salió en seguida con su hijo al patio principal del palacio, y dió orden a los esclavos de que llevaran el caballo consabido. Y los esclavos ejecutaron la orden.

Cuando el joven príncipe vió el caballo, lo encontró muy hermoso y le entusiasmó mucho. Y como era un jinete excelente, saltó con ligereza a lomos del bruto y le pinchó de pronto en los flancos con las espuelas, metiendo los pies en los estribos. Pero no se movió el caballo. Y el rey dijo al sabio: "¡Ve a mirar por qué no se mueve, y ayuda a mi hijo, quien a su vez tampoco dejará de ayudarte para que realices tus anhelos!”

De modo que el persa, que guardaba rencor al joven a causa de su oposición al matrimonio de su hermana, se acercó al príncipe caballero, y le dijo: "Esta clavija de oro que hay a la derecha del arzón de la silla es la clavija que sirve para subir. ¡No tienes más que darle la vuelta!"

Entonces el príncipe dió la vuelta a la clavija que servía para subir, ¡y he aquí lo que pasó! Al punto se elevó por los aires el caballo con la rapidez del ave, y a tanta altura, que el rey y todos los circunstantes le perdieron de vista a los pocos momentos.

Al ver desaparecer así a su hijo, sin que regresara al cabo de algunas horas que estuvieron esperándole, inquietose mucho el rey Sabur, y muy perplejo, dijo al persa: "¡Oh sabio! ¿qué vamos a hacer ahora para que vuelva?" El sabio contestó: "¡Oh mi amo! ¡nada puedo hacer ya, y no verás de nuevo a tu hijo hasta el día de la Resurrección! ¡Porque el príncipe no ha querido escuchar más que a su presunción y a su ignorancia, y en vez de darme tiempo para que le explicase el mecanismo de la clavija de la izquierda, que es la clavija que sirve para bajar, ha puesto en marcha el caballo antes de lo debido!"

Cuando el rey Sabur hubo oído estas palabras del sabio, se llenó de furor, e indignándose hasta el límite de la indignación, ordenó a los esclavos que dieran una paliza al persa y le arrojaran después al calabozo más lóbrego, en tanto que se quitaba él de la cabeza la corona, golpeándose en la cara y mesándose las barbas, tras de lo cual se retiró a su palacio, hizo cerrar todas las puertas, y empezaron a sollozar, a gemir y a lamentarse con él su esposa, sus tres hijas, su servidumbre y todos los habitantes del palacio, como también los de la ciudad. Y he aquí cómo se tornó su alegría en aflicción, y su felicidad en tristeza y desesperación.

¡Y esto en cuanto a ellos atañe!

Por lo que afecta al príncipe, el caballo continuó elevándose por los aires con él, sin detenerse y como si fuera a tocar el sol. Entonces comprendió el joven el peligro que corría y cuán horrible muerte le esperaba en aquellas regiones del cielo; y se inquietó bastante y se arrepintió mucho de haber subido en el caballo, y pensó para su ánima: "¡Sin duda, la intención del sabio fué perderme en vista de lo que opiné con respecto a mi hermana menor! ¿Qué hacer ahora? ¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el Omnipotente! ¡heme aquí perdido sin remisión!" Luego se dijo: "Pero ¿quién sabe si no hay una segunda clavija que sirva para bajar, lo mismo que la otra sirve para subir?" Y como estaba dotado de sagacidad, de ciencia y de inteligencia, se puso a buscarla por todo el cuerpo del caballo, y acabó por encontrar, en el lado izquierdo de la silla, un tornillo minúsculo, no mayor que la cabeza de un alfiler; y se dijo: "¡No veo más que esto!" Entonces apretó aquel tornillo y al punto comenzó a disminuir la ascensión poco a poco y el caballo se paró un instante en el aire, para empezar inmediatamente después a descender con la misma rapidez de antes, amenguando luego la marcha poco a poco según se acercaba al suelo; y acabó por tocar en tierra sin ninguna sacudida ni contratiempo, mientras su jinete respiraba con libertad y se tranquilizaba por su vida.

Y he aquí que entre las ciudades que de aquella suerte se mostraban por debajo de él, divisó una ciudad de casas y edificios alineados con simetría y de manera encantadora en medio de una comarca surcada por numerosas aguas corrientes y rica en prados donde triscaban en paz saltarinas gacelas.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 417: Y cuando llegó la 418ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 418* NOCHE[editar]

Ella dijo:

... donde triscaban en paz saltarinas gacelas.

Como por temperamento era aficionado a distraerse y a observar, Kamaralakmar se dijo: "¡Es necesario que sepa yo el nombre de esa ciudad y la comarca en que está situada!" Y empezó a dar vueltas en el aire alrededor de la ciudad, deteniéndose encima de los parajes más hermosos.

Mientras tanto, empezaba a declinar el día y el sol había llegado en el horizonte a lo más bajo de su carrera; y pensó el príncipe: "¡Por Alah, que no encontraré indudablemente sitio mejor para pasar la noche que esta ciudad! Por consiguiente, dormiré aquí, y al apuntar el día de mañana, emprenderé de nuevo la ruta de mi reino para regresar con mis parientes y mis amigos. ¡Y contaré entonces a mi padre cuanto me acaeció y cuanto han visto mis ojos!" Y echó en torno suyo una mirada para escoger un lugar donde pasar la noche con seguridad y sin que se le importunase, y donde resguardar a su caballo, y acabó por dejar recaer su elección, en un palacio elevado que aparecía en medio de la ciudad, y lo flanqueaban torres almenadas, y lo guardaban cuarenta esclavos negros vestidos con cotas de malla y armados con lanzas, alfanjes, arcos y flechas. Así es que se dijo el joven: "¡He ahí un lugar excelente!" Y apretando el tornillo que servía para bajar, guió hacia aquel lado a su caballo, que fué a posarse dulcemente, como un pájaro cansado, en la terraza del palacio. Entonces dijo el príncipe: "¡Loor a Alah!" Y se apeó de su caballo. Púsose luego a dar vueltas en torno al animal y a examinarle, diciendo: "¡Por Alah! ¡Quien con tal perfección te fabricó es un maestro como obrero y el más hábil de los artífices! ¡De modo que si el Altísimo prolonga el término de mi vida y me reúne con mi padre y con los míos, no dejaré de colmar con mis bondades a ese sabio y de hacer que se beneficie con mi generosidad!"

Pero ya había caído la noche, y el príncipe permaneció en la terraza, esperando que en el palacio estuviese dormido todo el mundo. Después, como se sentía torturado por el hambre y la sed ya que desde su partida no había comido ni bebido nada, se dijo: "¡En verdad que no debe carecer de víveres un palacio como éste!" Dejó, pues, el caballo en la terraza, y resuelto a buscar algo con que alimentarse, se encaminó a la escalera del palacio y descendió por sus peldaños hasta abajo. Y de pronto se encontró en un ancho patio con piso de mármol blanco y de alabastro transparente, en el que se reflejaba por la noche la luz de la luna. Y le maravilló la belleza de aquel palacio, y de su arquitectura; pero en vano miró a derecha y a izquierda, porque no vió alma viviente ni oyó sonido de una voz humana; y se notó muy inquieto y muy perplejo, y no supo qué hacer. Se decidió, sin embargo, a salir de su estupor al fin, pensando. "¡Por el momento no puedo hacer nada mejor que volver a subir a la terraza de donde he bajado, y pasar la noche junto a mi caballo; y mañana a los primeros resplandores del día, montaré de nuevo en mi caballo y me marcharé!" Y cuando ya iba a poner en práctica este proyecto, advirtió una claridad en el interior del palacio, y avanzó por aquel lado para saber de qué provenía. Y vió que aquella luz era la de una antorcha encendida delante de la puerta del harén, a la cabecera del lecho de un eunuco negro que dormía roncando de una manera muy ruidosa, y se asemejaba a algún efrit entre los efrits a las órdenes de Soleimán o a algún genni de la tribu negra de los genn; estaba acostado en un colchón a lo ancho de la puerta, y la atrancaba mejor que lo hubiera hecho un tronco de árbol o el banco de un portero; y a la luz de la antorcha resplandecía furiosamente el mango de su alfanje, mientras que por encima de su cabeza colgaba de una columna de granito su saco de provisiones.

Al ver a aquel negro espantable, el joven Kamaralakmar quedó aterrado, y murmuró: "¡Me refugio en Alah el Todopoderoso! ¡Oh dueño único del cielo y de la tierra! ¡Tú que ya me salvaste de una perdición segura, socórreme otra vez y sácame sano y salvo de la aventura que me espera en este palacio!" Dijo, y tendiendo la mano hacia el saco de provisiones del negro, lo cogió con presteza, salió de la habitación, lo abrió, y encontró dentro víveres de la mejor calidad. Se puso a comer, y acabó por dejar completamente vacío el saco; y después de haberse reanimado así, fué a la fuente del patio y aplacó su sed bebiendo del agua pura y dulce que manaba. Tras de lo cual volvió junto al eunuco, colgó el saco en su sitio, y sacando de la vaina el alfanje del esclavo, lo cogió en tanto que el otro dormía y roncaba más que nunca, y salió sin saber aún lo que le deparaba su destino...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 418: Y cuando llegó la 419ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 419ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... sin saber aún lo qué le deparaba su destino.

Siguió, pues, avanzando por dentro del palacio y llegó a una segunda puerta, sobre la cual caía una cortina de terciopelo. Levantó aquella cortina, y encontrose en una sala maravillosa, en la cual vió un amplio lecho del marfil más blanco, incrustado de perlas, rubíes, jacintos y otras pedrerías, y tendidas en el suelo cuatro jóvenes esclavas, que dormían. Se acercó entonces sigilosamente al lecho para saber quién podría estar acostado en él. ¡Y vió a una joven que tenía por toda camisa nada más que su cabellera! ¡Y era tan hermosa, que se la hubiera tomado, no ya por la luna cuando sale en el horizonte oriental, sino por otra luna más maravillosa que surgiese de las manos del Creador! ¡Su frente era una rosa blanca, y sus mejillas dos anémonas de un rojo tenue, cuyo brillo se realzaba con un delicado grano de belleza a cada lado!

Al ver tal cúmulo de hermosura y de gracias, de encantos y de elegancia, Kamaralakmar creyó caerse de espaldas desvanecido, si no muerto. Y cuando pudo dominar un poco su emoción, se aproximó a la joven dormida, temblándole todos los músculos y todos los nervios y estremeciéndose de placer y voluptuosidad la besó en la mejilla derecha.

Al contacto de aquel beso la joven se despertó sobresaltada, abrió mucho los ojos, y advirtiendo al joven príncipe que permanecía de pie a su cabecera, exclamó: "¿Quién eres y de dónde vienes?" El contestó: "¡Soy tu esclavo y el enamorado de tus ojos!"

Ella preguntó: "¿Y quién te condujo hasta aquí?"

El contestó: "¡Alah, mi destino y mi buena suerte!"

Al oír estas palabras, la princesa Schamsennahar (que tal era su nombre), sin mostrar demasiada sorpresa ni espanto, dijo al joven:

"¿Acaso eres el hijo del rey de la India que me pidió ayer en matrimonio, y a quien mi padre el rey no aceptó como yerno a causa de su pretendida fealdad?

Porque si eres tú, ¡por Alah! no tienes nada de feo, y tu belleza ya me ha subyugado, ¡oh mi señor!" Y como, efectivamente, era él tan radiante cual la brillante luna, le atrajo a sí y le abrazó, y la abrazó él, y embriagados ambos de su mutua hermosura y de su juventud, se hicieron mil caricias, acostados uno en brazos de otro, y se dijeron mil locuras, entregándose a mil juegos amables, y prodigándose mil mimos dulces y ardientes.

Mientras ellos se divertían de tal manera, las servidoras despertáronse de pronto, y al advertir con su ama al príncipe, exclamaron: "¡Oh, ama nuestra! ¿quién es ese joven que está contigo?" Ella contestó: "¡No lo sé! ¡Le encontré a mi lado al despertarme! ¡Sin embargo, supongo que es el que ayer me solicitó a mi padre en matrimonio!" Turbadas por la emoción, exclamaron ellas: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh señora nuestra! Ni por asomo es éste el que te pidió en matrimonio ayer; porque aquél era muy feo y muy repulsivo, y este joven es gentil y deliciosamente bello, y sin duda procede de ilustre estirpe. ¡En cuanto al otro, el feo de ayer, ni de ser tu esclavo es digno!"

Tras de lo cual se levantaron las servidoras y fueron a despertar al eunuco de la puerta, y le pusieron la alarma en el corazón, diciéndole: "¿Cómo se explica que siendo guardián del palacio y del harén, dejes a los hombres penetrar en nuestros aposentos mientras dormimos?"

Cuando oyó estas palabras el eunuco negro, saltó sobre ambos pies y quiso apoderarse de su alfanje; pero no encontró más que la vaina. Aquello le sumió en un terror grande, y todo tembloroso levantó el tapiz y entró en la sala. Y vió con su ama en el lecho al hermoso joven, sintiéndose de tal modo deslumbrado, que hubo de decirle: "¡Oh mi señor! ¿eres un hombre o un genni?"

El príncipe contestó: "¿Cómo te atreves confundir a los hijos de los reyes Khosroes con un genn demoníaco y efrits, tú, miserable esclavo y el más maléfico de los negros de betún?" Y así diciendo, furioso cual un león herido, empuñó el alfanje y gritó al eunuco: "¡Soy yerno del rey, que me ha casado con su hija y me mandó que penetrara en ella!"

Al oír esas palabras, contestó el eunuco: "¡Oh mi señor! ¡si verdaderamente eres un hombre de la especie de los hombres y no un genni, digna de tu belleza es nuestra joven ama, y te la mereces mejor que cualquier otro rey, hijo de rey o de sultán!"

Después corrió el eunuco en busca del rey, lanzando gritos terribles, desgarrando sus vestidos y cubriéndose con polvo la cabeza. De modo que, al oír sus gritos de loco, le preguntó el rey: "¿Qué calamidad te aqueja? ¡Habla pronto y sé breve, porque me estás estremeciendo el corazón!" El eunuco contestó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 419: Y cuando llegó la 420ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 420ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... El eunuco contestó: "¡Oh rey! ¡date prisa a volar en socorro de tu hija, porque un genni entre los genn, con la apariencia de un hijo de rey, se ha posesionado de ella y ha hecho en ella su domicilio! ¡Eso es todo! ¡Corre! ¡Duro con él!"

Al oír estas palabras de su eunuco, el rey llegó al límite del furor, y a punto estuvo de matarle; pero le gritó: "¿Cómo te atreviste a ser negligente hasta el extremo de perder de vista a mi hija, cuando te tengo encargado de su custodia diurna y nocturna, y cómo dejaste que penetrara en su aposento y se posesionara de ella ese efrit demoníaco?" Y loco de emoción se abalanzó hacia las habitaciones de la princesa, donde se encontró con las servidoras, que a la puerta le esperaban pálidas y temblorosas, y les preguntó: "¿Qué le ha pasado a mi hija?" Ellas contestaron: "¡Oh rey! no sabemos lo que ha sucedido mientras estábamos dormidas; pero cuando nos hemos despertado encontramos en el lecho de la princesa a un joven, que nos pareció la luna llena de tan hermoso como era, y que charlaba con tu hija de una manera deliciosa y sin dejar lugar a dudas. Y en verdad que nunca vimos a nadie más hermoso que ese joven. Sin embargo, le preguntamos quién era, y nos contestó: "¡Soy aquel a quien el rey concedió en matrimonio a su hija!"

¡Nada más que eso sabemos! Y no podemos decirte si se trata de un hombre o un genni. ¡De todos modos, hemos de asegurarte que es amable, bien intencionado, modesto, cortés, e incapaz de cometer la menor fechoría o de hacer cosa censurable! ¿Cómo, siendo tan bello, se puede hacer cosa censurable?"

Cuando el rey hubo oído estas palabras, se le enfrió la cólera y su inquietud se apaciguó; y muy suavemente y con mil precauciones, levantó un poco la cortina de la puerta y vió acostado junto a su hija en el lecho, y charlando graciosamente a un príncipe de lo más encantador, cuyo rostro resplandecía como la luna llena.

En vez de tranquilizarle por completo, el resultado de aquello fue excitar hasta el último extremo su celo paternal y sus temores por el peligro que corría el honor de su hija. Así es que, precipitándose por la puerta se abalanzó a ellos con la espada en la mano y furioso y feroz cual un ghul monstruoso. Pero el príncipe, que desde lejos viole llegar, preguntó a la joven: "¿Es ése tu padre?" Ella contestó: "¡Sí!"

Al punto saltó sobre ambos pies el joven, y empuñando su alfanje lanzó a la vista del rey un grito tan terrible, que hubo de asustarle. Más amenazador que nunca, entonces Kamaralakmar se dispuso a arrojarse sobre el rey y a atravesarle; pero el rey, que se comprendió el más débil, se apresuró a envainar su espada y tomó una actitud conciliadora. De modo que cuando vió ir hacia él al joven, le dijo con el tono más cortés y más amable: "¡Oh jovenzuelo! ¿eres hombres o genni?" El otro contestó: "¡Por Alah, que si no respetara tus derechos tanto como los míos, y si no me preocupase del honor de tu hija, ya hubiera vertido sangre tuya! ¿Cómo te atreves a confundirme con los genn y los demonios, cuando soy un príncipe real de la raza de los Khosroes, que si quisieran apoderarse de tu reino sería para ellos cosa de juego el hacerte saltar de tu trono como si sintieras un temblor de tierra, y frustrarte los honores, la gloria y el poderío?"

Cuando el rey hubo oído estas palabras, le invadió un gran sentimiento de respeto, y temió mucho por su propia seguridad. Así es que se dió prisa a responder: "¿Cómo se explica entonces, si eres verdaderamente hijo de reyes, que te hayas atrevido a penetrar en mi palacio sin mi consentimiento, a destruir mi honor y hasta a posesionarte de mi hija, pretendiendo ser su esposo y proclamando que yo te la había concedido en matrimonio, cuando hice matar a tantos reyes e hijos de reyes que querían obligarme a que se la diera por esposa?" Y excitado por sus propias palabras, continuó el rey: "¿Y quién podrá ahora salvarte de entre mis manos poderosas cuando yo ordene a mis esclavos que te condenen a la peor de las muertes, y obedezcan ellos en esta hora y en este instante?"

Cuando el príncipe Kamaralakmar oyó del rey estas palabras, contestó: "¡En verdad que estoy estupefacto de tu corta vista y del espesor de tu entendimiento! Dime, ¿podrás encontrar jamás mejor partido que yo para tu hija? ¿Y acaso viste nunca a un hombre más intrépido o mejor formado, o más rico en ejércitos, esclavos y posesiones que yo mismo?"

El rey contestó: "¡No, por Alah! pero ¡oh jovenzuelo! yo hubiese querido ver que te convertías en marido de mi hija ante el kadí y los testigos. ¡Pero un matrimonio efectuado de esta manera secreta, sólo podrá destruir mi honor!" El príncipe contestó: "Bien hablas, ¡oh rey! ¿Pero es que no sabes que si verdaderamente tus esclavos y tus guardias vinieran a precipitarse sobre mí todos y me condenaran a muerte, según tus recientes amenazas, no harías más que correr de un modo cierto a la perdición de tu honor v de tu reino haciendo pública tu desgracia y obligando a tu mismo pueblo a revolverse contra ti?

Créeme, pues, ¡oh rey! ¡Sólo te queda un partido que tomar, y consiste en escuchar lo que tengo que decirte y en seguir mis consejos!' Y exigió el rey: "¡Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 420: Y cuando llegó la 421ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 421ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme!" El otro contestó: "¡Helo aquí! Una de dos: o te avienes a luchar conmigo en singular combate, y el que venza a su adversario será proclamado el más valiente y ostentará así un título serio que le dé opción al trono del reino, o bien me dejas pasar aquí toda esta noche con tu hija, y mañana por la mañana mandas contra mí al ejército entero de tu caballería, y tu infantería, y tus esclavos y... ¡pero dime antes a cuántos asciende su número!"

El rey contestó: "¡Son cuatro mil jinetes, sin contar a mis esclavos, que son otros tantos!" Entonces dijo Kamaralakmar. "Está bien. Así, pues, a las primeras claridades del día, haz que vengan contra mí en orden de batalla y diles: "¡Ese hombre que ahí tenéis acaba de solicitar de mí en matrimonio a mi hija, con la condición de luchar él solo contra todos vosotros juntos y venceros y derrotaros, sin que podáis salir con bien! ¡Y eso es lo que pretende!" ¡Luego me dejarás luchar yo solo contra todos ellos! Si me mataran, quedaría a salvo tu honor y mejor guardado que nunca tu secreto. ¡Si, por el contrario, triunfo yo de todos ellos y les derroto, habrás encontrado un yerno del que podrían enorgullecerse los reyes más ilustres!"

No dejó de compartir el rey esta última opinión y de aceptar tal proposición, si bien estaba estupefacto de la seguridad con que hablaba el joven y no sabía a qué atribuir una pretensión tan loca; porque en el fondo de su corazón se hallaba persuadido de que el príncipe perecería en aquella lucha insensata, y así quedaría a salvo su honor y mejor guardado su secreto. De modo que llamó al jefe eunuco y le dió orden de que sin dilación fuera en busca del visir y le mandara que congregase a todas las tropas y las tuviese preparadas con sus caballos y dispuestas con sus armas de guerra. Y el eunuco transmitió la orden al visir, que al punto reunió a los oficiales y a los principales notables del reino y les dispuso en orden de batalla a la cabeza de sus tropas revestidas con las armas de guerra.

¡Y he aquí lo que atañe a ellos!

En cuanto al rey, se quedó todavía por algún tiempo charlando con el joven príncipe, pues estaba encantado de sus palabras sesudas, de su buen criterio, de sus maneras distinguidas y de su belleza, además que no quería dejarle solo con su hija aquella noche. Pero apenas apuntó el día, se volvió a su palacio y se sentó en su trono y dió orden a sus esclavos de que tuvieran preparado para el príncipe el caballo más hermoso de las caballerizas reales, le ensillaran con magnificencia y le enjaezaran con gualdrapas suntuosas. Pero el príncipe dijo: "¡No quiero montar a caballo mientras no esté en presencia de las tropas!" El rey contestó: "¡Hágase conforme deseas!" Y salieron ambos al meidán, donde estaban las tropas alineadas en orden de batalla, y así pudo el príncipe juzgar su número y calidad. Tras de lo cual se encaró el rey con todos y exclamó: "¡Oíd, guerreros! este joven que ahí tenéis ha venido en busca mía y me ha pedido a mi hija en matrimonio. Y a la verdad, jamás vi nada más bello ni caballero más intrépido que él. Pero he aquí que pretende que él solo puede triunfar de todos vosotros y derrotaros; que aunque fueseis cien mil veces más numerosos, no os daría la menor importancia, y a pesar de todo, habría de venceros.

¡Así, pues, cuando arremeta contra vosotros, no dejéis de recibirle con la punta de vuestros alfanjes y de vuestras lanzas! ¡Eso le enseñará lo que cuesta meterse en empresas tan graves!" Luego el rey se encaró con el joven y le dijo: "¡Ánimo, hijo mío, y haznos ver tus proezas!" Pero el joven contestó:

"¡Oh rey, no me tratas con justicia ni imparcialidad! porque ¿cómo quieres que luche con todos, estando yo a pie y ellos a caballo?"

El rey le dijo: "¡Ya te ofrecí caballo para que montaras, y rehusaste! ¡Escoge ahora para cabalgadura el que te parezca mejor de todos mis caballos!"

Pero contestó el príncipe: "¡No me gusta ninguno de tus caballos, y sólo montaré en el que me ha traído hasta tu ciudad!"

El rey le preguntó: "¿Y dónde está tu caballo?" El príncipe dijo: "Está encima de tu palacio".

El rey preguntó: "¿Qué sitio es ese que está encima de mi palacio?" El príncipe contestó: "La terraza de tu palacio".

Al oír estas palabras, le miró con atención el rey y exclamó: "¡Qué extravagancia! ¡Esa es la mejor prueba de tu locura! ¿Cómo es posible que un caballo suba a una terraza? ¡Pero enseguida vamos a ver si mientes o si dices la verdad!"

Luego se encaró con el jefe de sus tropas y le dijo: "¡Corre al palacio y vuelve a decirme lo que veas! !Y tráeme lo que haya en la terraza!"

Y el pueblo se maravillaba de las palabras del joven príncipe; y se preguntaba la gente: "¿Cómo va a poder bajar un caballo por la escalera desde la altura de la terraza? ¡Verdaderamente, es una cosa de la que nunca en nuestra vida oímos hablar!"

Entretanto, el mensajero del rey llegó al palacio, y cuando subió a la terraza encontró allí al caballo y le pareció que jamás había visto otro igual en belleza; pero no bien se acercó a él y le hubo examinado, vio que era de madera de ébano y de marfil. Entonces, al darse cuenta de la cosa, se echaron a reír él y todos los que le acompañaban, y se decían unos a otros...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 421: Pero cuando llegó la 422ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 422ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y se decían unos a otros: "¡Por Alah! he aquí el caballo de que hablaba ese jovenzuelo, al que no debemos mirar en adelante más que como a un loco. Sin embargo, veamos lo que puede haber de verdad en todo eso. ¡Porque después de todo, podría suceder que se tratase de un asunto más importante de lo que parece, y que ese joven procediese realmente de alta estirpe y gozara de excelentes méritos!" Así diciendo, cargaron entre todos con el caballo de madera, y transportándolo a cuestas, lo pusieron delante del rey, mientras toda la gente se agrupaba a su alrededor para mirarlo, maravillándose de su hermosura, de sus proporciones, de la riqueza de su silla y de sus arneses. Y también el rey se admiró mucho y se maravilló hasta el límite de la maravilla; luego preguntó a Kamaralakmar: "¡Oh joven! ¿es ése tu caballo?

El príncipe contestó: "Sí, ¡oh rey! ¡Es mi caballo, y no tardarás en ver las cosas maravillosas que va a mostrarte!" Y le dijo el rey: "¡Tómale y móntate en él entonces!" El príncipe contestó: "¡No lo enseñaré mientras no se alejen toda esa gente y esas tropas que se agrupan a su alrededor!"

Entonces el rey dio a todo el mundo orden de que se distanciaran de allí a un tiro de flecha. Y le dijo el joven príncipe: "Mírame bien, ¡oh rey! Voy a subir en mi caballo y a precipitarme a todo galope sobre tus tropas, dispersándolas a derecha y a izquierda, ¡e infundiré el espanto y el pavor en sus corazones!" Y contestó el rey: "Haz ahora lo que quieras, ¡y no tengas compasión de ellos, porque ellos no la tendrán de ti!"

Y Kamaralakmar apoyó ligeramente su mano en el cuello de su caballo, y de un salto se plantó en el lomo del bruto.

Por su parte, las tropas, ansiosas habíanse alineado más lejos en filas apretadas y tumultuosas; y decíanse los guerreros unos a otros: "¡Cuando llegue a nuestras filas ese jovenzuelo le clavaremos la punta de nuestras picas y le recibiremos con el filo de nuestras cimitarras!" Pero decían otros: "¡Por Alah! hay que ser muy insensato para creer que vamos a vencer futilmente a ese joven! Cuando se ha metido él en semejante aventura, sin duda es porque tiene la seguridad de salir airoso. ¡Aunque así no fuese, lo que hace nos da ya prueba de su valor y de la intrepidez de su alma y de su corazón!"

En cuanto a Kamaralahmar, una vez que se afirmó bien sobre la silla, hizo jugar la clavija que servía para subir, en tanto que se volvían hacia él todos los ojos para ver qué iba a hacer. Y al punto empezó su caballo a agitarse, a piafar, a balancearse, a inclinarse, a avanzar y a retroceder para comenzar luego con una elasticidad maravillosa, a caracolear y a andar de lado de la manera más elegante que caracolearon nunca los caballos mejor guiados de reyes y sultanes. Y de pronto se estremecieron y se hincharon de viento sus flancos, ¡y más rápido que una flecha disparada al aire, emprendió con su jinete el vuelo en línea recta por el cielo!

Al ver aquello, creyó el rey volverse loco de sorpresa y de furor, y gritó a los oficiales de sus guardias: "¡La desgracia sobre vosotros! ¡cogedle! ¡cogedle! ¡Que se nos escapa!" Pero le contestaron sus visires y lugartenientes: "¡Oh rey! ¿puede el hombre alcanzar al pájaro que tiene alas? ¡Sin duda no se trata de un hombre como los demás, sino de un poderoso mago o de algún efrit o mared entre los efrits y mareds del aire! ¡Y Alah te ha librado de él, y a nosotros contigo! ¡Demos, pues, gracias al Altísimo que ha querido salvarte de entre sus manos, y contigo a tu ejército!"

Emocionado hasta el límite de la perplejidad el rey regresó entonces a su palacio, y entrando en el aposento de su hija, la puso al corriente de lo que acababa de ocurrir en el meidán. Y al saber la noticia de la desaparición del joven príncipe, la joven se quedó afligida y desesperada, y lloró y se lamentó de manera tan dolorosa, que cayó gravemente enferma y la acostaron en su lecho, presa del calor de la fiebre y de la negrura de sus ideas. Y al verla en aquel estado, empezó su padre a abrazarla, a mecerla, a estrecharla contra su pecho y a besarla entre los ojos repitiéndole lo que había visto en el meidán y diciéndole: "¡Hija mía, da más bien gracias a Alah (¡exaltado sea!) y glorifícale por habernos librado de las manos de ese insigne mago, de ese embustero, de ese seductor, de ese ladrón, de ese cerdo!" Pero en vano le hablaba y la mimaba para consolarla, porque ella no oía, ni escuchaba, sino al contrario. Cada vez sollozaba más, y lloraba y gemía suspirando: "¡Por Alah ya no quiero comer ni beber hasta que Alah me reúna con mi enamorado encantador! ¡Y ya no quiero saber nada que no sea verter lágrimas y enterrarme en mi desesperación!" Entonces al ver que no podía sacar a su hija de aquel estado de languidez y de aflicción, quedó el padre muy apenado, y se entristeció su corazón, y el mundo se ennegreció ante él. ¡Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 422: Y cuando llegó la 423ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 423ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

¡... Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar! ¡Pero he aquí ahora lo relativo al príncipe Kamaralakmar! Cuando se elevó muy alto por los aires, hizo volver la cabeza a su caballo en dirección a su tierra natal, y puesto ya en el buen camino, se dedicó a soñar con la belleza de la princesa, con sus encantos y con los medios de que se valdría para volver a encontrarla. Y le parecía muy difícil la cosa, aunque tuvo cuidado de que ella le informara acerca del nombre de la ciudad de su padre. Así había sabido que aquella ciudad se llamaba Sana y era la capital del reino de Al-Yamán.

Mientras duró el viaje continuó él pensando en todo aquello, y merced a la gran rapidez de su caballo, acabó por llegar a la ciudad de su padre.

Entonces hizo ejecutar a su caballo un círculo aéreo por encima de la ciudad, y fue a echar pie a tierra en la terraza del palacio. Dejó entonces a su caballo en la terraza y bajó al palacio, donde notó por todas partes un ambiente de duelo y vio regadas de ceniza todas las habitaciones, y creyendo que habría muerto alguien de su familia, penetró, como tenía por costumbre, en los aposentos privados, y encontró a su padre, a su madre y a sus hermanas vestidas con trajes de luto, y muy amarillos de cara, y enflaquecidos, y demudados, y tristes, y desolados. Y he aquí que, cuando entró él, su padre se levantó de pronto al advertirle, y cierto ya de que aquel era verdaderamente su hijo, lanzó un gran grito y cayó desmayado; luego recobró el sentido y se arrojó en los brazos de su hijo, y le abrazó y le estrechó contra su pecho con trasportes de la más loca alegría y emocionado hasta el límite de la emoción; y su madre y sus hermanas, llorando y sollozando se le comían a besos a cual más, y bailaban y saltaban en medio de su dicha.

Cuando se calmaron un poco le interrogaron acerca de lo que había acaecido; y les contó él la cosa desde el principio hasta el fin; pero no hay para qué repetirla. Entonces exclamó su padre: "¡Loores a Alah por tu salvación, ¡oh frescura de mis ojos y mucho de mi corazón!"

E hizo celebrar grandes fiestas populares y grandes regocijos durante siete días enteros, y repartió dádivas al son de pífanos y címbalos, e hizo adornar todas las calles y proclamar un indulto general para todos los presos, haciendo abrir de par en par las puertas de cárceles y calabozos. Luego, acompañado de su hijo, recorrió a caballo los diversos barrios de la ciudad para dar a su pueblo la alegría de volver a ver al joven príncipe, a quien se creyó perdido para siempre.

Pero una vez terminadas las fiestas, Kamaralakmar dijo a su padre: "¡Oh padre mío! ¿qué ha sido del persa que te dio el caballo?" Y contestó el rey: "¡Confunda Alah a ese sabio! y retire su bendición para él y para la hora en que mis ojos le vieron por vez primera, pues él fue causa de que te separaras de nosotros, ¡oh hijo mío! ¡En este momento está encerrado en un calabozo, y es el único a quien no perdoné!" Pero como se lo suplicó su hijo, el rey le hizo salir de la prisión, y ordenándole que fuera a su presencia, le volvió a la gracia, y le dió un ropón de honor y le trató con gran liberalidad, concediéndole toda clase de honores y riquezas; pero no le mencionó siquiera a su hija ni pensó dársela en matrimonio. Así es que el sabio rabió hasta el límite de la rabia y se arrepintió mucho de la imprudencia que había cometido dejando montar en el caballo al joven príncipe, ¡pues comprendió que se había descubierto el secreto del caballo, como también su manejo!

En cuanto al rey, que no estaba muy tranquilo todavía con respecto al caballo, dijo a su hijo: "¡Soy de opinión, hijo mío, de que no debes acercarte en adelante a ese caballo de mal agüero, y sobre todo de que nunca más le montes, ya que estás lejos de conocer las cosas misteriosas que puede contener aún, y no te hallas sobre él seguro!" Por su parte, Kamaralakmar contó a su padre su aventura con el rey de Sana y su hija, y cómo había escapado a la furia de este rey; y contestó su padre: "¡Si debiera matarte el rey de Sana, hijo mío, te hubiera matado: pero el Destino no habría fijado todavía tu hora!"

Durante este tiempo, a pesar de los regocijos y festines que su padre continuaba dando con motivo de su regreso, Kamaralakmar estaba lejos de olvidar a la princesa Schamsennahar, y lo mismo cuando comía que cuando bebía, pensaba siempre en ella. Y he aquí que un día, el rey, que tenía esclavas muy expertas en el arte del canto y en el de tocar el laúd, les ordenó que hicieran resonar las cuerdas de los instrumentos y cantaran algunos versos hermosos. Y tomó una de ellas su laúd, y apoyándoselo en las rodillas cual podría una madre colocar en su regazo a su hijo, cantó, acompañándose, estos versos entre otros versos:

¡Tu recuerdo ¡oh bienamado! no se borrará de mi corazón ni con la ausencia ni con la distancia!
¡Pueden pasar los días y morir el tiempo, pero jamás podrá morir en mi corazón tu amor!
¡Con este amor quiero morir yo misma, y con este amor resucitar!

Cuando hubo oído el príncipe estos versos, en su corazón chispeó el fuego del deseo, redoblaron su calor las llamas de la pasión, las tristezas le llenaron de duelo el espíritu y el amor le trastornó las entrañas. Así es que, sin poder ya resistir a los sentimientos que le animaban con respecto a la princesa de Sana, se levantó en aquella hora y aquel instante, subió a la terraza del palacio, y a pesar del consejo de su padre, saltó a lomos del caballo de ébano y dió una vuelta a la clavija que servía para subir. Al punto se elevó por los aires como un pájaro el caballo con él, remontando su vuelo hacia las altas regiones del cielo.

Y he aquí que al día siguiente por la mañana le buscó por el palacio su padre el rey, y como no le encontró, subió a la terraza y quedó consternado al notar la desaparición del caballo; y se mordió los dedos, arrepentido de no haber hecho trizas aquel caballo, y se dijo: "¡Por Alah, que si vuelve a regresar mi hijo, destruiré ese caballo para que pueda estar tranquilo mi corazón y no se alarme mi espíritu!" Y bajó de nuevo a su palacio, donde estalló en llantos, sollozos y lamentaciones. ¡Y esto por lo que atañe a él!

En cuanto a Kamaralakmar, prosiguió su rápido viaje aéreo, y llegó a la ciudad de Sana. Echó pie a tierra en la terraza del palacio, bajó por la escalera sin hacer ruido v se dirigió hacia el aposento de la princesa. Allí encontróse al eunuco dormido, como de costumbre, delante de la puerta; pasó por encima de él, y cuando hubo penetrado en el interior de la estancia, llegó a la segunda puerta. Se acercó entonces muy sigilosamente a la cortina, y antes de levantarla escuchó con atención.

Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y recitar versos quejumbrosos, mientras trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: "¡Oh ama nuestra! . ..

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 423: Y cuando llegó la 424ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 424ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh ama nuestra! ¿por qué lloras a quien seguramente no te llora a ti?"

Ella contestó: "¿Qué decís, ¡oh faltas de juicio!? ¿Acaso creéis que el encantador a quien amo y por quien lloro es de los que olvidan o de aquellos a quienes se puede olvidar?" Y redobló en sus llantos y gemidos, y lo hizo tan fuerte y durante tanto tiempo, que le dió un desmayo. Entonces el príncipe sintió que se le partía a causa de ello el corazón y que la vejiga de la hiel le estallaba en el hígado. Así es que levantó la cortina sin tardanza y penetró en la habitación. Y vio a la joven acostada en su lecho, con su cabellera por toda camisa y con su abanico de plumas blancas por toda sábana. Y como parecía amodorrada, se acercó a ella y le hizo una caricia muy dulcemente. Al punto abrió ella los ojos y le vió de pie a su lado, inclinado con una actitud interrogante de ansiedad, y murmurando: "¿A qué vienen esas lágrimas y esos gemidos?"

Al ver aquello, reanimada con una vida nueva, se irguió de pronto la joven, y arrojándose a él, le rodeó el cuello con sus brazos y empezó a cubrirle de besos el rostro, diciéndole: "¡Todo era por causa de tu amor y de tu ausencia, ¡oh luz de mis ojos!" El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡pues si supieras en qué desolación estuve yo sumido por causa tuya durante todo este tiempo!" Ella añadió: "¡Pues y yo! ¡qué desolada por tu ausencia estuve también! ¡Si hubieras tardado algo más en volver, sin duda me habrías encontrado muerta!"

El dijo: "¡Oh dueña mía! ¿qué te parece lo que me ocurrió con tu padre y la manera que tuvo de tratarme? ¡Por Alah, que si no hubiera sido por tu amor, ¡oh seductora de la Tierra, del Sol y de la Luna, y tentadora de los habitantes del Cielo, de la Tierra y del Infierno! le hubiera degollado seguramente, dando así ejemplo y enseñanza a todos los observadores! ¡Pero, como te amo, le amo a él también ahora!"

Ella preguntó: "¿Qué te decidió a abandonarme? ¿Crees que la vida podría parecerme dulce sin ti?" El dijo: "Ya que me amas, ¿quieres escucharme y seguir mis consejos?" Ella contestó: "¡No tienes más que hablar, y te obedeceré y escucharé tus consejos y me conformaré con todas tus opiniones!" El dijo: "¡Empieza, entonces, por traerme de comer y de beber, porque tengo hambre y sed! ¡Y después hablaremos! "

Entonces dió orden la joven a sus servidoras de que le llevaran manjares y bebidas; y se pusieron ambos a comer y a beber y a charlar hasta que casi hubo transcurrido toda la noche. Entonces, como comenzaba a apuntar el día, Kamaralakmar se levantó para despedirse de la joven y marcharse antes de que se despertara el eunuco; pero le preguntó Schamsennahar: "¿Y adónde vas a ir así?" El contestó: "¡A casa de mi padre! ¡Pero me comprometo bajo juramento a volver a verte una vez a la semana!"

Al oír estas palabras, ella rompió en sollozos y exclamó: "¡Oh! ¡te conjuro por Alah el Todopoderoso a que me cojas y me lleves contigo adonde quieras, antes que hacerme saborear de nuevo la amargura de la coloquíntida de la separación!"

Y exclamó él, entusiasmado: "¿Quieres verdaderamente venir conmigo?" Ella contestó: "¡Sí! El dijo: "¡Entonces, levántate y partamos!" De modo que se levantó ella, abrió un cofre lleno de vestidos suntuosos y de objetos de valor, y se arregló y se puso encima todo lo más rico y precioso que había entre las cosas hermosas de su pertenencia, sin olvidar collares, sortijas, brazaletes y diversas joyas engastadas con las más bellas pedrerías; luego salió en compañía de su bienamado, sin que ni por pienso lo impidieran sus servidoras.

Entonces la condujo Kamaralakmar, y tras de hacerla subir a la terraza del palacio, saltó a lomos de su caballo, la sentó a ella en la grupa, le recomendó que se sujetara con fuerza y la ató a él con cuerdas sólidas. Tras de lo cual dio vuelta a la clavija que servía para subir, y remontó el vuelo el caballo y se elevó con ellos por los aires.

Al ver aquello, empezaron a gritar tan alto las servidoras, que el rey y la reina acudieron a la terraza a medio vestir, mal despiertos aún, y sólo tuvieron tiempo para ver al caballo mágico emprender su vuelo aéreo con el príncipe y la princesa. Y el rey, emocionado y consternado hasta el límite de la consternación, tuvo alientos, no obstante, para gritar al joven, que cada vez se elevaba más: "¡Oh hijo de rey! ¡te conjuro a que tengas compasión de mí y de mi esposa, que es esta anciana que aquí ves, y no nos prives de nuestra hija!"

Pero no le contestó el príncipe. Sin embargo, por si acaso la joven sentía pena al dejar así a su padre y a su madre, le preguntó: "Dime, ¡oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 424: Pero cuando llegó la 425ª noche



PERO CUANDO LLEGÓ LA 425ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo es estar contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y olvidarlo todo, incluso a mi padre y a mi madre!"

Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su caballo con la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron de aquel modo en llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica pradera regada por aguas corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron, bebieron y descansaron algo, para volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico y a partir a toda velocidad con dirección a la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió un gran placer al pensar que por fin iba a poder mostrar a la princesa las propiedades y territorios que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y la gloria de su padre el rey Sabur, probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana, padre de la joven, era el rey Sabur!

Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde su padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al pabellón de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para él mismo, y le dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra llegada. Mientras esperas, ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puerta, y no le pierdas de vista. ¡Y en seguida te enviaré a un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al palacio especial que voy a hacer que preparen para ti sola!" Y la joven quedó en extremo encantada con estas palabras, y comprendió que, efectivamente, no debía entrar en la ciudad más que entre los honores y homenajes propios de su rango. Luego se despidió de ella el príncipe, y encaminose al palacio de su padre el rey.

Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de los abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la tumba a todos. Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá conmigo?" El rey contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"

El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia! ¡La he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que hagas que dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más espléndido posible, para darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con alegría y generosidad, por darte el gusto!"

E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado más hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él mismo se puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al encuentro de la princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la aglomeración de los habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de pífanos, clarinetes, timbales y tambores, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados, gente del pueblo, mujeres y niños.

Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus arquillas y sus tesoros, y sacó de ellos lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se atavían los hijos de los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e hizo preparar para la joven un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual se alzaba un trono de oro resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono coronado por un pabellón de sedas doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras que a los cuatro lados del trono se mantenían cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes abanicos de plumas de aves de especie extraordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a hombros el estrado aquel en pos del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la anterior, y entre los gritos jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-les estridentes que salían de las gargantas de las mujeres sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor, emprendieron el camino de los jardines.

En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando su caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde había dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la princesa ni al caballo de ébano.

Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abofeteó con ira el rostro, rompió sus vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con toda la fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!

Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha podido dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se relacionase? ¡Como no sea el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso y se la haya llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 425: Pero cuando llegó la 426ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 426ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó: "¿Habéis visto pasar por aquí o cruzar el jardín a alguien? ¡Decidme la verdad, o haré saltar vuestras cabezas al instante!" Aterrados con sus amenazas quedaron los guardas, y contestaron como una sola voz: "¡Por Alah, que nadie vimos entrar en el jardín, a no ser el sabio persa, que vino aquí para coger hierbas curativas, y a quien no vimos salir aún!"

Al oír estas palabras, el príncipe tuvo ya certeza de que era el sabio persa quien le arrebató a la joven, y llegó al límite de la consternación y de la perplejidad; y muy conmovido y desconcertado salió al paso del cortejo, y encarándose con su padre, le contó lo que había sucedido, y le dijo: "Vuélvete a tu palacio con tus tropas; en cuanto a mí, ¡no volveré hasta que no haya aclarado este asunto negro!"

Al oír estas palabras y enterarse de la determinación tomada por su hijo, el rey empezó a llorar, a lamentarse y a golpearse el pecho, y le dijo: "Por favor, ¡oh hijo mío! calma tu cólera, reprime tu pena y vuélvete a casa con nosotros. ¡Y escogerás entonces a la hija del rey o del sultán que quieras, y te la daré en matrimonio!" Pero Kamaralakmar no se avino a prestar la menor atención a las palabras de su padre ni a escuchar sus ruegos, le dijo algunas frases de despedida y se marchó montado en su caballo, mientras el rey, en el límite de la desesperación, regresaba a la ciudad con llantos y gemidos. Y así fué como su alegría se tornó en tristeza, en sobresaltos y en tormentos. ¡Y esto en cuanto a ellos!

¡Pero he aquí ahora lo que aconteció al mago y a la princesa!

Como lo había decretado de antemano el Destino, el mago persa fué aquel día al jardín, para coger, efectivamente, hierbas curativas y simples y plantas aromáticas y sintió un olor delicioso de almizcle y otros perfumes admirables; así es que, venteando con la nariz, se encaminó hacia el lado por donde llegaban hasta él aquel olor extraordinario. Y aquel olor era precisamente el que despedía la princesa, embalsamando con él todo el jardín. De modo que, guiado por su olfato perspicaz, no tardó el mago tras algunos tanteos en llegar al propio pabellón en que se encontraba la princesa. ¡Y cuán no sería su alegría al ver desde el umbral, de pie sobre las cuatro patas, al caballo mágico; obra de sus manos! ¡Y cuáles no serían los estremecimientos de su corazón al ver aquel objeto cuya pérdida le había quitado la gana de comer y de beber y el reposo y el sueño!

Se puso entonces a examinarlo por todas partes y lo encontró intacto y en buen estado. Luego, cuando se disponía a saltar encima y hacerlo volar, dijo para sí: "¡Antes conviene que vea qué ha podido traer en el caballo y dejar aquí el príncipe!" Y penetró en el pabellón. Entonces vio perezosamente tendida en el diván a la princesa, a quien tomó primero por el sol cuando sale de un cielo tranquilo. Y ni por un instante dudó ya de que tenía ante sus ojos a alguna dama de ilustre nacimiento y de que el príncipe la había llevado en el caballo y la dejó en aquel pabellón para ir a la ciudad él mismo a preparar un cortejo espléndido. Así es que, por su parte, se adelantó el sabio, se prosternó delante de ella y besó la tierra entre sus manos, a tiempo que la joven levantaba a él los ojos, y encontrándole extraordinariamente horrible y repulsivo, se apresuró a volver a cerrarlos para no verle, y le preguntó: "¿Quién eres?"

El sabio contestó: "¡Oh mi dueña! soy el mensajero que te envía el príncipe Kamaralakmar para que te conduzca a otro pabellón más hermoso que éste y más próximo a la ciudad; porque hoy está un poco indispuesta mi ama la reina, madre del príncipe, y como no quiere, sin embargo, que se la adelante nadie a verte, pues tu llegada ha producido mucho júbilo, ha dispuesto este pequeño cambio que la ahorrará una caminata prolongada". La joven preguntó: "¿Pero dónde está el príncipe?" El persa contestó: "¡Está en la ciudad con el rey, y pronto vendrá a tu encuentro con gran aparato y en medio de un cortejo espléndido!"

Ella dijo: "Pero dime, ¿es que no ha podido el príncipe encontrar otro mensajero un poco menos repulsivo que tú para enviármele?" Al oír estas palabras, aunque le mortificaron mucho, el mago se echó a reír con el mandil arrugado de su cara amarilla, y contestó: "¡Ciertamente, ¡por Alah, oh mi dueña! que no hay en el palacio otro mameluco tan repulsivo como yo! ¡Pero acaso la mala apariencia de mi fisonomía y la abominable fealdad de mi cara te induzcan a error con respecto a mi valer! ¡Y ojalá puedas un día comprobar mi capacidad y aprovecharte, como el príncipe, del don precioso que poseo! ¡Y al saber entonces cómo soy, me alabarás! ¡En cuanto al príncipe, si me escogió para que viniera a tu lado, lo ha hecho precisamente a causa de mi fealdad y de mi odiosa fisonomía, y con el fin de que sus celos no tengan nada que temer con tus encantos y tu belleza! Y no son mamelucos, ni esclavos jóvenes, ni hermosos negros, ni eunucos, ni servidores, lo que faltan en palacio. ¡Gracias a Alah, su número es incalculable, y son todos a cual más seductores ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 426: Pero cuando llegó la 427ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 427ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... y son todos a cuál más seductor!" Y he aquí que estas palabras del mago tuvieron el poder de persuadir a la joven, que se levantó al punto, puso su mano en la mano del viejo sabio, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¿qué cabalgadura me trajiste contigo para que la monte?" El persa contestó: "¡Oh mi dueña, montarás en el caballo en que viniste!" Ella dijo: "¡Pero si yo no sé montar ahí sola!" Entonces sonrió él y comprendió que la tendría a merced suya en adelante y contestó: "¡Yo mismo montaré contigo!" Y saltó a su caballo, sentó en la grupa a la joven, sujetándola contra él y atándola sólidamente con cuerdas, en tanto que la princesa estaba muy ajena de lo que con ella iba a hacer. Dio vuelta entonces él a la clavija que servía para subir, y súbito el caballo llenó de viento su vientre, se movió y, se agitó saltando como las olas del mar; remontó el vuelo, elevándose por los aires cual un pájaro, y en un instante dejó detrás de sí en la lejanía, la ciudad y los jardines.

Al ver aquello, exclamó la joven, muy sorprendida: "¡Oye! ¿adónde vas sin ejecutar las órdenes de tu amo?" El sabio contestó: "¡Mi amo! ¿Y quién es mi amo?" Ella dijo: "¡El hijo del rey!" El sabio preguntó: "¿Qué rey?" Ella dijo: "¡No sé cuál!" Al oír estas palabras se echó a reír el mago, y dijo: "Si te refieres al joven Kamaralakmar, ¡confunda Alah a ese bribón estúpido, que en suma no es más que un pobre muchacho!"

Ella exclamó: "¡La desgracia sobre ti, ¡oh barba de mal agüero! ¿Cómo te atreves a hablar así de tu amo y a desobedecerle?" El mago contestó: "¡Te repito que ese jovenzuelo no es mi amo! ¿Sabes quién soy?"

La princesa dijo: "¡No sé de ti más que lo que tú mismo me has contado!" El sabio sonrió y dijo: "¡Lo que te conté sólo era una estratagema ideada por mí en contra tuya y del hijo del rey! Porque has de saber que ese canalla logró robarme este caballo en que estás ahora, y que es obra de mis manos; y me quemó durante mucho tiempo el corazón haciéndome llorar tal pérdida. ¡Pero he aquí que de nuevo soy dueño de lo mío, y a mi vez quemo el corazón a ese ladrón y hago que sus ojos lloren por haberte perdido! Reanima, pues, tu alma y seca y refresca tus ojos, porque seré para ti yo más provechoso que ese joven alocado. Además, soy generoso poderoso y rico; mis servidores y mis esclavos te obedecerán como a su ama; te vestiré con los más hermosos vestidos y te engalanaré con las galas más hermosas, ¡y realizaré el menor de tus deseos antes de que me lo formules!"

Al oír estas palabras, la joven se golpeó el rostro y empezó a sollozar; luego dijo: "¡Ah, qué desgracia la mía! ¡Ay! ¡Acabo de perder a mi bienamado, y antes perdí a mi padre y a mi madre!" Y siguió vertiendo lágrimas muy amargas y muy abundantes por lo que le sucedía, en tanto que el mago guiaba el vuelo de su caballo hacia el país de los rums, y después de un largo aunque veloz viaje, aterrizó sobre una verde pradera rica en árboles y en aguas corrientes.

Pero aquella pradera estaba situada cerca de una ciudad donde reinaba un rey muy poderoso. Y precisamente aquel día salió de la ciudad el rey para tomar el aire, y encaminó su paseo por el lado de la pradera. Y divisó al sabio junto al caballo y la joven. Y antes de que el mago tuviese tiempo de evadirse, los esclavos del rey habíanse precipitado sobre él, la joven y el caballo y los habían llevado entre las manos del rey.

Cuando vio el rey la horrible fealdad del viejo y su horrible fisonomía, y la belleza de la joven y sus encantos arrebatadores, dijo: "¡Oh mi dueña! ¿qué parentesco te une a este viejo tan horroroso?" Pero el persa se apresuró a responder: "¡Es mi esposa y la hija de mi tío!" Entonces, a su vez se apresuró la joven a contestar, desmintiendo al viejo: "¡Oh rey! ¡por Alah, que no conozco a este adefesio! ¡Qué ha de ser mi esposo! ¡No es sino un pérfido hechicero que me ha raptado a la fuerza y con astucias!"

Al oír estas palabras de la joven, el rey de los rums dió orden a sus esclavos de que apalearan al mago; y tan a conciencia lo hicieron, que estuvo a punto de expirar bajo los golpes. Tras de lo cual mandó el rey que se lo llevaran a la ciudad y le arrojaran en un calabozo, mientras él mismo conducía a la joven y hacía transportar el caballo mágico, cuyas virtudes y manejo secreto estaba muy lejos de suponer.

¡Y he aquí lo referente al mago y a la princesa!

En cuanto al príncipe Kamaralakmar, se vistió de viaje, tomó consigo los víveres y el dinero de que tenía necesidad, y emprendió el camino, con el corazón muy triste y el espíritu en muy mal estado. Y se puso en busca de la princesa, viajando de país en país y de ciudad en ciudad; y en todas partes pedía noticias del caballo de ébano, y aquellos a quienes interrogaban se asombraban en extremo de su lenguaje y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 427: Pero cuando llegó la 428ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 428ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes. Y así continuó durante mucho tiempo, haciendo pesquisas más activas cada vez y pidiendo cada vez más datos, sin llegar a saber ninguna noticia que lo orientase. Tras de lo cual acabó por llegar a la ciudad de Sana, donde reinaba el padre de Schamsennahar, y pidió informes al llegar; pero nadie había oído nada relacionado con la joven, ni pudieron decirle lo que fue de ella desde su rapto; y le enteraron del estado de aniquilamiento y desesperación en que se hallaba sumido el viejo rey.

Entonces continuó su ruta y se encaminó al país de los rums, inquiriendo siempre nuevas de la princesa y del caballo de ébano en todos los sitios por donde pasaba y en todas las etapas del viaje.

Y he aquí que durante su caminata se detuvo cierto día en un khan donde vio a un grupo de mercaderes sentados en corro y charlando entre sí; y se sentó a su lado y oyó que decía uno de ellos: "¡Oh amigos míos! ¡acaba de sucederme muy recientemente la cosa más prodigiosa entre las cosas prodigiosas!" Y todos le preguntaron: "¿De qué se trata?"

El mercader aquel dijo: "Había ido yo con mis mercancías a la ciudad tal (y dijo el nombre de la ciudad donde se hallaba la princesa), en la provincia de cual, y oí que los habitantes se contaban unos a otros una cosa muy extraña que acababa de suceder. ¡Decían que, habiendo salido un día de cacería con su séquito el rey de la ciudad, se había encontrado a un viejo muy repulsivo que estaba de pie junto a una joven de belleza incomparable y junto a un caballo de ébano y marfil!" Y el mercader contó a sus compañeros, que se maravillaron extremadamente, la historia consabida, que no tiene ninguna utilidad repetir ahora.

Cuando Kamaralakmar hubo oído esta historia, no dudó ni por un instante de que se trataba de su bienamada y del caballo mágico. Así es que, tras de informarse bien del nombre y situación de la ciudad, se puso en camino enseguida, dirigiéndose hacia aquel lado, y viajó sin dilación hasta que llegó allá. Pero cuando quiso franquear las puertas de la ciudad aquella, los guardias se apoderaron de él para conducirle a presencia de su rey, según los usos en vigor dentro de aquel país, a fin de interrogarle por su condición, por la causa de su ida al país y por su oficio. Y he aquí que ya era muy tarde el día en que llegó el príncipe; y como sabían que el rey estaba muy ocupado, los guardias dejaron para el día siguiente la presentación del joven y le llevaron a la cárcel para que pasase allí la noche. Pero cuando los carceleros vieron la belleza y gentileza del joven, no pudieron determinarse a encerrarle, y le rogaron que se sentara con ellos y les hiciese compañía; y le invitaron a compartir con ellos su comida.

Cuando hubieron comido, se pusieron a charlar y preguntaron al príncipe: "¡Oh jovenzuelo! ¿de qué país eres?" El príncipe contestó: "¡Del país de Persia, tierra de los Khosroes!" Al oír estas palabras se echaron a reír los carceleros, y uno de ellos dijo al joven: "¡Oh natural del país de los Khosroes! ¿acaso eres un embustero tan prodigioso como ese compatriota tuyo que está encerrado en nuestros calabozos?" Y dijo otro: "¡En verdad que conocí gentes y escuché sus discursos e historias, y observé su manera de ser; pero nunca tropecé con nadie tan extravagante como ese viejo loco que tenemos encerrado!" Y añadió otro: "¡Y jamás ¡por Alah! vi yo nada tan repulsivo como su cara ni tan feo y odioso como su fisonomía!"

El príncipe preguntó: "¿Y qué sabéis de sus mentiras?" Le contestaron: "¡Dice que es un sabio e ilustre médico! El rey se encontró con él durante una partida de caza, y el viejo iba en compañía de una joven y de un caballo maravilloso de ébano y marfil. Y prendose el rey en extremo de la belleza de la joven, y quiso casarse con ella ¡pero ella se volvió loca de pronto! Así, pues, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"

Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada. ¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!"

Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tardaron los carceleros en conducirle al interior de la prisión y cerrar tras él la puerta. Entonces oyó el joven al sabio, que lloraba y gemía y deploraba en lengua persa su desdicha, diciendo: "¡Ay! ¡En qué calamidad caí, por no haber sabido combinar mejor mi plan, perdiéndome yo mismo sin haber realizado mis anhelos ni satisfecho mi deseo en esa joven! ¡Todo esto me sucede por culpa de mi poco juicio y por ambicionar lo que no estaba destinado para mí!"

Entonces Kamaralakmar se dirigió a él en persa, y le dijo: "¿Hasta cuándo van a durar esos llantos y esas lamentaciones? ¿Acaso crees ser el único que ha sufrido desventuras? Y animado por estas palabras, el sabio se puso en conversación con él, ¡y empezó a quejársele de sus penas e infortunios, sin conocerle!

Y así pasaron la noche, hablando como dos amigos.

Al día siguiente por la mañana, los carceleros fueron a sacar de la prisión a Kamaralakmar, y le llevaron a presencia del rey diciendo: "¡Este joven...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 428: Pero cuando llegó la 429ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 429ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y le llevaron a presencia del rey, diciendo: "¡Este joven llegó ayer por la noche muy tarde, y no pudimos traerle a tu presencia antes, ¡oh rey! para que sea sometido a interrogatorio!"

Entonces le preguntó el rey: "¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y a qué obedece tu venida a nuestra ciudad?" El príncipe contestó: "¡Respecto a mi nombre, me llamo en persa Harjab! ¡En cuanto a mi país, es Persia! Y por lo que afecta a mi oficio, soy un sabio entre los sabios, especialmente versado en la medicina y en el arte de curar a locos y alienados.

¡Y con tal objeto recorro comarcas y ciudades para ejercer mi arte y adquirir nuevos conocimientos que añadir a los que poseo ya! Y hago todo esto sin ataviarme como por lo general lo hacen los astrólogos y los sabios; no ensancho mi turbante ni aumento el número de sus vueltas, no me alargo las mangas, no llevo bajo el brazo un gran paquete de libros, no me ennegrezco los párpados con kohl negro, no me cuelgo al cuello un inmenso rosario con millares de cuentas grandes, y curo a mis enfermos sin musitar palabras en un lenguaje misterioso, sin soplarles en la cara y sin morderles el lóbulo de la oreja. ¡Y tal es ¡oh rey! mi profesión!"

Cuando el rey hubo oído estas palabras, se regocijó con una alegría considerable, y le dijo: "¡Oh excelentísimo médico, llegas a nosotros en el momento en que más necesidad tenemos de tus servicios!" Y le contó el caso de la joven, y añadió:

"¡Si quieres ponerla en tratamiento y la curas de la locura en que la sumieron gentes perversas, no tienes más que pedir lo que desees y te será concedido!"

El príncipe contestó: "¡Conceda Alah sus gracias y favores a nuestro amo el rey! ¡Pero ante todo es preciso que me cuentes detalladamente cuanto hayas notado en su locura, y me digas los días que hace que se encuentra en tal estado, sin olvidarte de contarme cómo la trataste a ella, al viejo persa y al caballo de ébano!"

Y el rey le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡En cuanto al viejo, está en el calabozo!"

El príncipe preguntó: "¿Y el caballo?"

El rey contestó: "¡Le tengo cuidadosamente guardado en uno de los pabellones de mi morada!"

Y Kamaralakmar dijo para sí: "Antes que nada, me conviene ver el caballo y asegurarme por mis propios ojos del estado en que se halla. Si está intacto y en buen estado, todo irá bien y conseguiré mi propósito; pero si se ha deteriorado su mecanismo, tendré que pensar en libertar de otra manera a mi bienamada".

Entonces se encaró con el rey y le dijo: "¡Oh rey! primeramente es necesario que vea yo el caballo, pues quizás examinándole encuentre algo que me sirva para curar a la joven". El rey contestó: "¡Con mucho gusto y de buena gana!" Y le cogió de la mano y le condujo al recinto donde se hallaba el caballo de ébano. Y el príncipe empezó a dar vueltas alrededor del caballo, le examinó atentamente, y encontrándolo intacto y en buen estado, se alegró mucho, y dijo al rey: "¡Alah favorezca y exalte al rey! ¡Heme aquí dispuesto a ir en busca de la joven para ver lo que tiene! ¡Y espero llegar a curarla con la ayuda de Alah y valiéndome de este caballo de madera!"

Y mandó a los guardias que vigilasen bien el caballo, y se dirigió con el rey al aposento de la princesa.

En cuanto penetró en la estancia donde estaba ella, la vió que se retorcía las manos, y se golpeaba el pecho, y se arrojaba al suelo revolcándose, y hacía jirones sus vestidos, como tenía por costumbre. Y comprendió que no se trataba más que de una locura simulada, sin que ni genn ni hombres la hubiesen trastornado la razón, sino al contrario.

¡Y advirtió que no hacía todo aquello más que con el fin de impedir cualquier asechanza!

Al darse cuenta, Kamaralakmar se adelantó hacia ella, y le dijo: "¡Oh encantadora de los Tres Mundos, lejos de ti penas y tormentos!" Y cuando le hubo mirado, reconociole ella enseguida, y llegó a una alegría tan enorme, que lanzó un gran grito y cayó sin conocimiento.

Y el rey no dudó que aquella crisis era efecto del temor que le inspiraba el médico. Pero Kamaralakmar se inclinó sobre ella, y tras de reanimarla, le dijo en voz baja: "¡Oh Schamsennhar! ¡oh pupila de mis ojos, núcleo de mi corazón! cuida de tu vida y de mi vida y ten valor y un poco de paciencia aún; porque nuestra situación reclama gran prudencia y precauciones infinitas, si queremos evadirnos de las manos de ese rey tiránico.

Por lo pronto, voy a afirmarle en su idea con respecto de ti, diciéndole que estabas poseída por los genn, y que a eso obedecía tu locura; pero le aseguraré que acabo de curarte en el instante por medio de medicinas misteriosas que poseo. ¡Tú no tienes más que hablarle con calma y amenidad para probarle así tu curación con mi ciencia! ¡Y de ese modo lograremos nuestro deseo y podremos realizar nuestro plan!" Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!"

Entonces Kamaralakmar se acercó al rey, que se mantenía en un extremo de la estancia, y con un semblante de buen augurio le dijo:

"¡Oh rey afortunado! merced a tu buena suerte, he podido conocer la enfermedad y dar con el remedio de la dolencia. ¡Y la he curado! Puedes, pues, acercarte a ella y hablarle dulcemente y con bondad, y prometerle lo que tienes que prometerle, ¡y se cumplirá cuanto desees de ella!"

Y en el límite de la maravilla, acercose el rey a la joven, que se levantó al punto y besó la tierra entre sus manos, dándole luego la bienvenida, y le dijo:

"¡Tu servidora está confundida por el honor que le haces visitándola hoy!"

Y al oír y ver todo aquello, el rey estuvo a punto de volverse loco de alegría...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 429: Y cuando llegó la 430ª noche


Y CUANDO LLEGÓ LA 430ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... estuvo a punto de volverse loco de alegría, y dió orden a las servidoras, a las esclavas y a los eunucos para que se pusieran al servicio de la joven, la condujeran al hammam y le prepararan trajes y atavíos. Y entraron las mujeres y las esclavas, y le hicieron zalemas; y les devolvió ella las zalemas de la manera más amable y con el más dulce tono de voz. Entonces la vistieron con vestiduras rojas, le rodearon el cuello con un collar de pedrerías y la condujeron al hammam, donde la bañaron y la arreglaron para llevarla a su aposento luego, igual que la luna en su decimocuarto día.

¡Eso fué todo!

De modo que el rey, con el pecho dilatado en extremo y satisfecha el alma, dijo al joven príncipe: "¡Oh prudente! ¡oh sabio médico! ¡oh tú el dotado de filosofía! ¡Toda esta dicha que nos llega ahora se la debemos a tus méritos y a tu bendición! ¡Aumente Alah en nosotros los beneficios de tu soplo curativo!"

El joven contestó: "¡Oh rey! para dar cima a la curación, es preciso que con todo tu séquito, tus guardias y tus tropas vayas al paraje donde encontraste a la joven, llevándola contigo y haciendo transportar allá el caballo de ébano que estaba al lado suyo y que no es otra cosa que un genn demoníaco; y él es precisamente el que la poseía y la había vuelto loca. Y allí haré entonces los exorcismos necesarios, sin lo cual tornaría ese genni a poseerla a primeros de cada mes, y no habríamos conseguido nada; ¡mientras que ahora, en cuanto me haya adueñado de él, le acorralaré y le mataré!"

Y exclamó el rey de los rums: "¡De todo corazón y como homenaje debido!" Y acompañado por el príncipe y la joven y seguido de todas sus tropas, el rey emprendió inmediatamente el camino de la pradera consabida.

Cuando llegaron allá, Kamaralakmar dió orden de que montaran a la joven en el caballo de ébano y se mantuvieran todos a bastante distancia, con objeto de que ni el rey ni sus tropas pudiesen fijarse bien en sus manejos. Y se ejecutó la orden al instante.

Entonces dijo él al rey de los rums: "¡Ahora con tu permiso y tu venia, voy a proceder a las fumigaciones y a los conjuros, apoderándome de ese enemigo del género humano para que no pueda ser dañoso en adelante! Tras de lo cual también yo me montaré en ese caballo de madera que parece de ébano, y pondré detrás de mí a la joven. Y verás entonces cómo se agita el caballo en todos sentidos, vacilando hasta decidirse a echar a correr para detenerse entre tus manos. Y de este modo te convencerás de que le tenemos por completo a nuestro albedrío. ¡Después podrás ya hacer con la joven cuanto quieras!"

Cuando el rey de los rums oyó estas palabras, se regocijó, en tanto que Kamaralakmar subía al caballo y sujetaba fuertemente detrás de sí a la joven. Y mientras todos los ojos estaban fijos en él y le miraban maniobrar, dio vuelta a la clavija que servía para subir; y el caballo, emprendiendo el vuelo, se elevó con ellos en línea recta, desapareciendo por los aires en la altura.

El rey de los rums, que estaba lejos de sospechar la verdad, continuó en la pradera con sus tropas, esperando durante medio día a que regresaran. Pero como no les veía volver, acabó por decidirse a esperarles en su palacio. Y su espera fué igualmente vana. Entonces pensó en el horrible viejo que estaba encerrado en el calabozo, y haciéndole ir a su presencia, le dijo: "¡Oh viejo traidor! ¡oh posaderas de mono! ¿cómo te atreviste a ocultarme el misterio de ese caballo hechizado y poseído por los genn demoníacos?

He aquí que acaba de llevarse por los aires ahora al médico que ha curado de su locura a la joven, y hasta a la propia joven. ¡Y quién sabe lo qué les ocurrirá! ¡Además, te hago responsable por la pérdida de todas las alhajas y cosas preciosas con que hice que la ataviaran a ella al salir del hammam, y que valen un tesoro! ¡Así, pues, al instante va a saltar de tu cuerpo tu cabeza!" Y a una señal del rey, se adelantó el portaalfanje, ¡y de un solo tajo hizo del persa-dos persas!

¡Y he aquí lo concerniente a todos éstos!

Pero en cuanto al príncipe Kamaralakmar y la princesa Schamsennahar, prosiguieron tranquilamente su veloz viaje aéreo, y llegaron con toda seguridad a la capital del rey Sabur. Aquella vez no aterrizaron ya en el pabellón del jardín, sino en la misma terraza del palacio. Y el príncipe se apresuró a dejar en sitio seguro a su bienamada, para ir cuanto antes a avisar a su padre y a su madre de su llegada.

Entró, pues, en el aposento donde se hallaban el rey, la reina y sus hermanas las tres princesas, sumidos en lágrimas y desesperación, y les deseó la paz y les abrazó, mientras ellos, al verle, sentían que se les llenaba de felicidad el alma y se les aligeraba el corazón del peso de aflicciones y tormentos.

Entonces, para conmemorar aquel regreso y la llegada de la princesa hija del rey de Sana, el rey Sabur dio a los habitantes de la ciudad grandes festines, y festejos, que duraron un mes entero. Y Kamaralakmar entró en la cámara nupcial y se regocijó con la joven en el transcurso de largas noches benditas.

Tras de lo cual, para estar en lo sucesivo con el espíritu tranquilo, el rey Sabur mandó hacer añicos el caballo de ébano y él mismo destruyó su mecanismo.

Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 430: Y cuando llegó la 432ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 432ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre su esposa, una carta, en la que le ponía al corriente de toda su historia, anunciándole su matrimonio v la completa dicha en que vivían ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban presentes magníficos y cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y entregó la carta y los regalos al padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el límite de la alegría y aceptó los obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se los envió con el mensajero.

Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso príncipe Kamaralakmar se regocijó extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la conducta de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos presentes. Y continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.

Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del Yamán. Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal manera adquirió en todas las comarcas supremacía y la felicidad de corazón de todos los habitantes. Y continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más serena y la más tranquila, ¡hasta que fué a verles la Destructora de delicias, la Separadora de sociedades y de amigos, la Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la Proveedora de los cementerios!

Y ahora, ¡gloria al Único Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de los Mundos y el imperio de lo Visible y de lo Invisible!

Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le dijo el rey Schahriar: "¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el mecanismo extraordinario de aquel caballo de ébano!"

Schehrazada dijo: "¡Ay, se destruyó!" Y dijo Schahriar: "¡Por Alah, que he torturado mucho mi espíritu tratando de averiguarlo!"

Schehrazada contestó: "Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy dispuesta, si tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!"

Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, puedes hablar! ¡Porque no conozco esa historia!

¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!"

Entonces dijo Schehrazada:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 431



HISTORIA DE LOS ARTIFICIOS DE DALILA LA TAIMADA Y DE SU HIJA ZEINAB LA EMBUSTERA CON AHMAD-LA-TIÑA, HASSAN-LA-PESTE Y ALI AZOGUE[editar]

Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un hombre llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados ambos por su maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respecto eran completamente prodigiosas, por lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de cualquier clase que fueran, les llamó y les nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su cargo, dándole a cada uno un ropón de honor, mil dinares de oro mensuales como emolumentos, y una guardia de cuarenta jinetes sólidos.

Ahmad-la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassán-la-Peste del lado del río. Y en las grandes ceremonias marchaban ambos a los lados del califa, uno a su derecha y otro a su izquierda.

Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo salieron con el walí de Bagdad, el emir Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un heraldo que pregonaba el decreto del califa, y decía: "¡Oh vosotros todos, habitantes de Bagdad! ¡Por orden del califa sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que Ahmad-la-Tiña, y el jefe de policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la-Peste! ¡Y en toda ocasión les deberéis obediencia y respeto!"

Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con el nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un bribonzuelo al que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la coconocía con el nombre de Zeinab la Embustera.

El marido de la vieja Dalila fué en otra época un gran personaje, el director de las palomas que servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a causa de los servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el esposo de Dalila tenía honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensuales. ¡Pero murió v se le olvidó!, y había dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal Dalila era una vieja experta en astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de toda especie, una bruja capaz de engañar a la serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de embaucamientos.

Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassánla-Peste en las funciones de jefes de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su madre:

"¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bagdad antaño fugitivo, expulsado de Egipto, y no hay trapacería y hazaña importante que no haya cometido aquí desde que llegó. ¡Y de esta manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo de jefe de policía de su Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese sarnoso, de jefe de policía de la Mano Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día y de noche en el palacio del califa, y una guardia, y mil dinares de emolumentos mensuales, y honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nosotros, en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y sin que nadie se preocupe por nuestra suerte!" Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo "¡Así es, ¡por Alah! hija mía".

Entonces le dijo Zeinab: "¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso capaz de darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad hasta el punto de que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y prerrogativas de que nuestro padre disfrutaba!"

Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada: "¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 432: Y cuando llegó la 433ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 433ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de primera calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!" Y se irguió en aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre, sufi poniéndose un gran hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó el talle con un ancho cinturón de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y metió tres dinares en la abertura, que obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se rodeó los hombros y el cuello con varias sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas como una carga de leña, y tomó en la mano una bandera semejante a la que llevan los sufis pordioseros, hecha con jirones de trapo encarnado, amarillo y verde; y ataviada de este modo, salió de su casa, diciendo en alta voz: "¡Alah! ¡Alah!" Orando así con la lengua mientras su corazón corría por el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar estratagemas perversas y temibles.

De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pasando de una calle a otra calle, hasta que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del cual vió una Puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba sentado el portero, un moghrabín (Marroquí) vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de madera de sándalo, guarnecida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí que aquella casa pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado y propietario de grandes bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes emolumentos para subvenir a las funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un hombre muy violento y de malos modales; y por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles, porque hacía preceder siempre los golpes a las palabras.

Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado, desde la noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese, ni dormiría nunca fuera de su casa ninguna noche. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá Azote-de-las-Calles vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.

Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un espejo, vió que los pelos blancos de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente, y dijo para sí: "¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?"

Y fué en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle la palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: "¡Buenas noches!"

El contestó: "¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada bueno!"

Ella preguntó: "¿A qué viene eso?" El dijo: "La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! Y he aquí que hoy, en el diván, vi a cada emir con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me afectó en extremo porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!

¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal humor, ¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!"

A estas palabras replicó la ruborosa joven: "¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado de tal modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos especies, pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el retraso está en ti! ¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compañones son transparentes, con semilla sin consistencia y grano que no fecunda!"

El contestó: "¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una segunda mujer!"

Ella contestó: "Mi destino y mi suerte están con Alah!" Entonces salió él de su casa; pero al llegar a la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también de las palabras un poco vivas que dirigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la casa situada en el callejón sin salida pavimentado de mármol!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la casa, vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada, ¡tan bella y tan brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la adornaban, y luminosa cual una cúpula de cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!

Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: "¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el momento de abrir el saco de tus trapacerías! Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la casa de su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para apoderarte de todo ello!" Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en alta voz el nombre de Alah, diciendo: "Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los walíes bienhechores, iluminadme!"

Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros, todas las mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó la joven esposa del emir Azote-de-las-Calles: "¡Alah nos concederá sus gracias por intercesión de esa santa vieja!" Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: "Ve a buscar a nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: "¡Mi ama Khatún te ruega que dejes entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah!" Y la servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: "¡Oh jeique Abu-Alí! mi ama Khatún te dice: "¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!" Entonces se acercó el portero a la vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella retrocedió con viveza y se lo impidió, diciendo: "¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones, como todos los criados, me mancharías con tu contacto impuro y haría nula y vana mi ablución! Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí! porque te distinguen los santos de Alah y los walíes".

Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el terrible emir Azotede-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal motivo y no sabía qué medio emplear para recobrarlo.

Así es que dijo a la vieja: "¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que con ello pueda ganar tu bendición!" Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó en el aire varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del cacharro y los tres dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a recogerlos, y dijo para su ánima: "¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los santos que tienen a su disposición tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre portero que no ha cobrado su salario y tiene mucha necesidad de dinero para atender a los gastos indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener para mí tres dinares, atrayéndolos del espacio".

Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: "¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se han caído de tu jarra!" Ella contestó: "¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se ocupan de las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la existencia, resarciéndote de los salarios que te debe el emir!" Entonces el portero alzó los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah por su ayuda! ¡He ahí una revelación!"

Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se apresuraba a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 433: Pero cuando llegó la 434ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 434ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arrojarse a los pies de la vieja y a besarle las manos; y la vieja le dijo: "¡Oh hija mía! ¡no vengo más que porque he adivinado, con la inspiración de Alah, que tienes necesidad de mis consejos!" Y Khatún comenzó primeramente por servirle de comer, según costumbre establecida con los santos pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los manjares, y dijo: "¡Ya no quiero comer más que manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año! ¡Pero te veo afligida ¡oh hija mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!" La joven contestó: "¡Oh madre mía! el día de la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda mujer; pero ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres estéril!» Y le contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me dice: «¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» Y yo ¡oh madre mía! tengo ahora miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es rico, pues posee tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera hijos, ¡me quedaría yo privada de todos esos bienes!”

La vieja contestó: "¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de los-Embarazos! ¿Acaso no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico acreedor y de una mujer estéril un granero de fecundidad?"

La bella Khatún contestó: "¡Oh madre mía! ¡desde el día de mi matrimonio no he salido una sola vez de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!" La vieja dijo: "Oh, hija mía! quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos y Multiplicador-de-los-Embarazos. Y no temas confiarle la pesadumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y puedes estar segura entonces de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo, uniéndose a ti por la copulación; y por obra suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero sea tu hijo varón o hembra, has de hacer la promesa de consagrarle como derviche al servicio de mi señor el Padre-de-los-Asaltos! "

Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con sus más hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: "¡Cuida bien de la casa!" Y la servidora contestó: "¡Escucho y obedezco, ¡oh mi ama!" Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que le preguntó: "¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-de-los-Embarazos!"

El portero dijo: "¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi situación sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sabido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá caiga sobre mi cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!"

Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: "¿Cómo voy a arreglarme para quitarle sus alhajas y dejarla desnuda en medio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?" Luego dijo de pronto: "¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme de vista; porque yo, tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden soportar los demás; y a todo lo largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas piadosas consagradas a mi mejor jeique, y me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que vaya yo sola por el momento!"

Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal de los mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido de los cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan melodioso y cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!

Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi-Mohsen, y era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza de la joven y se puso a lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así es que se volvió hacia la joven, y le dijo: "¡Vas a sentarte un momento separada de mí para que descanses, hija mía, mientras yo hablo de un asunto con ese mercader joven que está allá!"

Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla mejor, y creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él en punto, se le aproximó la vieja alcahueta y le dijo, después de las zalemas: "¿No eres Sidi-Mohsen el mercader?" El contestó: "¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre? ...

En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 434: Pero cuando llegó la 435ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 435ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡ ... Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre, que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga, pues dicen los prudentes: "¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡ De esta manera no solamente serás gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!”

Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío, con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"

Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"

Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose: "No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del contrato". Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"

Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader, llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias, que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.

Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió.

Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose: "¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?" Ella contestó: "¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa, porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"

Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!"

Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas, y dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo de manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me traen índigo". Ella contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más, y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer con ellos y a dormir con ellos!"

Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una pequeña y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena madre!" Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta se apresuró ella a abrir con la llave grande...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 435: Pero cuando llegó la 436ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 436ª NOCHE[editar]

Ella dijo

... Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.

Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le introdujo en el vestíbulo, diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!"

Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-de-los-Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me atemoriza por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos. ¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos". Entonces se quitó la joven todas sus alhajas, se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padre-de-los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con todo hecho un lío, y por el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró esperando a la jovenzuela.

Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?" Pero de improviso comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader: "¿Qué te pasa?" Ella contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente desnudo!"

Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como la plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada que temer!" Y exclamó él: "¡Que venga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la bolsa con los mil dinares.

Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a ponerlas en lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.

Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos, depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay, tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y ve a la casa para almorzar con ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu dependiente!"

El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a encontrar!

Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!"

El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó, gritando: "¡Eh, arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó: "¿Conoces a mi hijo el tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh mi ama!?"

Ella le dijo: "Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 436: Y cuando llegó la 437ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 437ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre que le han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero que se declare en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de los clientes para llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para cargarle con todas estas ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.

Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y destruyendo las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para comprobar la quiebra no encuentre en la tienda nada que llevarse". (antiguamente la quiebra de un negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso demostraba la falta de dinero del comerciante, de ahí su nombre actual).

El arriero contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el maestro tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde este servicio y romper y destruir todo lo de la tienda, ¡por Alah!"

Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa, llevando del ronzal al asno.

Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija Zeinab, que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: "¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre mía! ¿Cuántos chascos has dado? Dalila contestó: "¡En este primer día he jugado cuatro malas pasadas a cuatro personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero libidinoso y un arriero! ¡Y te traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!

Y exclamó Zeinab: "¡Oh madre mía! ¡en lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a causa del capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus clientes, y del arriero amo del burro!" Dalila contestó: "¡Bah! ¡todos me tienen sin cuidado, menos el arriero, que me conoce!" Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.

En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas rellenas, se las dió a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante de su tintorería. ¡Y he aquí lo que pasó! Vió al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y romper las cubas grandes y las tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de barro azul que corría por todas partes. Y exclamó al ver aquello: "¡Detente, oh arriero!" Y el arriero interrumpió su tarea, y dijo el tintorero: "¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel, ¡oh maestro tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdaderamente!"

El otro preguntó: "¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?" El arriero dijo: "¡Durante tu ausencia se ha declarado tu quiebra!" Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los ojos desorbitados, preguntó el tintorero: "¿Quién te lo ha dicho?" El arriero replicó: "¡Me lo ha dicho tu propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí, para que los enviados del kadí no puedan llevarse nada!"

En el límite de la estupefacción, contestó el tintorero: "¡Alah confunda al Lejano-Maligno! ¡Hace ya mucho tiempo que está muerta mi madre!" Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando con toda su alma: "¡Ay! ¡he perdido lo mío y lo de mis clientes!" Y el arriero, por su parte, empezó a llorar y a gritar: "¡Ay! ¡he perdido mi borrico!" Luego dijo al tintorero: "¡Oh tintorero de mi trasero, devuélveme mi borrico, que me lo ha robado tu madre!"

Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos, exclamando: "¿Dónde está tu zorra vieja?" Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus entrañas: "¡Mi borrico! ¿dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi borrico!"

Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al adversario para espachurrárselos entre los dedos.

Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez; y por fin lograron separarlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circunstantes: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¿qué ha pasado entre vosotros?" Pero el arriero se apresuró a contestar contando a voces su historia, y terminó así: "¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!"

Entonces preguntaron al tintorero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡tú, sin duda, conocerás a esa vieja para confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!" El interpelado contestó: "¡Hasta hoy no la conocí! ¡Pero ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!" Entonces opinó uno de los circunstantes: "¡Yo creo en conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero; porque si el arriero no advirtiese que el tintorero había confiado la custodia de su tienda a la vieja, no hubiera él a su vez confiado a tal vieja su burro!" Y añadió un tercero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en tu casa, debes devolver al arriero el borrico o pagarle una indemnización!"

Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 437: Pero cuando llegó la 438ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 438ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

¡...Eso fue todo!

¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!

Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para examinarla, ésta por su parte, esperaba en la habitación de arriba a que la vieja santa regresase con el permiso del idiota representante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-los-Asaltos ella. Pero como la vieja tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la escalera, vestida solamente con su sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven mercader, quien al reconocer el tintineo de los cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos, le decía: "¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que te trajo para casarte conmigo!" Pero la joven contestó: "¡Mi madre ha muerto Eres el idiota!, ¿verdad? ¿Y no eres también el representante del Padre-de-los-Asaltos?" El contestó inmediatamente: "¡No, ¡por Alah! ¡oh ojos míos! no estoy todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy reputado como tal!" Al oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar de las objeciones del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del Multiplicador-de-los-Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.

Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba nadie, echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vieron al joven mercader completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía al aire. Y le dijo el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿dónde está tu calamitosa madre?"

El otro contestó: "¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa sólo es mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con todo género de detalles. Y añadió: "¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás de esa puerta!"

Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que con sólo la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero le preguntó: "¡Ah hija adulterina! ¿dónde está tu madre, la alcahueta?" Ella contestó muy avergonzada: "Mi madre murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una santa al servicio de mi señor el jeique Multiplicador!"

Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda destruida, y el arriero, a pesar de su borrico robado, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de su bolsa y sus trajes, se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.

Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y apresuróse a regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su esposo.

En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconciliaron, pidiéndose perdones mutuamente, y en compañía del joven mercader fueron en busca del walí de la ciudad, el emir Khaled, a quien contaron su aventura, demandando de él venganza contra la vieja calamitosa.

Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contáis, buena gente!" Ellos contestaron: "¡Oh amo nuestro! ¡por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que no te decimos más que la verdad!”

Y les dijo el Walí: “!Oh buena gente! ¿cómo queréis que encuentre a una vieja determinada entre todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres recorran los harenes levantando el velo a las mujeres!”

Ellos exclamaron: "¡Qué calamidad! ¡ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil dinares!" Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: "¡Oh buena gente! ¡recorred toda la ciudad y procurad encontrar a esa vieja y capturarla! Y si lo conseguís, os prometo que la someteré a tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!"

Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direcciones, a la busca y captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el comento, pues ya volveremos a encontrarlos!

En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: "¡Oh hija mía, todo esto no es nada! ¡Voy a hacer algo mejor!" Y le dijo Zeinab: "¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!" La vieja contestó: "No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 438: Pero cuando llegó la 439ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 439ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡ ... Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!" Y se levantó, quitose sus vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y salió reeditando la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.

Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empavesada a todo lo largo y a todo lo ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras. Y oyó dentro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabukas sonoras y estridor de címbalos. Y vio en la puerta de la morada empavesada a una esclava que llevaba a horcajadas en su hombro un tierno niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y tocado con un tarbush rojo adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro incrustado de pedrerías y con los hombros cubiertos por una manteleta de brocado.

Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al síndico de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y también se enteró que el síndico tenía una hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y tal era el motivo de semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy ocupada en recibir a las damas invitadas por ella y hacerles los honores de su casa, había confiado el niño, que la importunaba pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava recomendándole que le distrajera y jugara con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la vieja Dalila vió a aquel niño montado en el hombro de la esclava y se informó con respecto a los padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para sí: "¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa esclava!" Y se adelantó hacia ella, exclamando: "¡Qué vergüenza para mí haber llegado con tanto retraso a casa de la digna esposa del síndico!" Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la mano una moneda falsa: "¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile: "¡Tu vieja nodriza Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades tiene que agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!"

La esclava contestó: "Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo pequeño, que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a sus vestidos". La vieja contestó: "¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!" Y la esclava se guardó la moneda falsa y entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su encargo.

En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura, donde le quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: "¡Todavía no lo has hecho todo, ¡oh Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este monigote todo el partido posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad respetable!"

Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fué al zoco de los joyeros, donde vió en una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en la tienda del judío, diciéndose: "¡Ya hice negocio!" Cuando el judío la vio por sus propios ojos entrar, miró al niño que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy rico, aquel judío no dejaba de envidiar a sus vecinos cuando hacían una venta si, por casualidad, no hacía él otra en el mismo momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le preguntó: "¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "Eres maese Izra el judío?"

El contestó: "¡Naam!" Ella le dijo: "La hermana de este niño, hija del schahbandar de los mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un puñal con puño de jade inscrustado de rubíes y una sortija de sello!" Enseguida se apresuró el judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le dijo: "¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, quédate con el niño hasta que yo vuelva!" El judío contestó: "¡Como gustes!" Y se llevó ella las joyas, dándose prisa por llegar a su casa.

Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: “¿Qué hazaña acabas de emprender, ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!"

Entonces exclamó su hija: "¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a poder salir y circular por Bagdad!" La vieja contestó: "¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!"

Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: "¡Oh ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!"

Su ama le preguntó: "¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?" La esclava contestó: "¡Lo he dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡y aquí tienes una moneda de oro que me dió tu nodriza para las cantarinas!" Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: "¡He aquí el aguinaldo!" Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la servidora: "¡Ah, perra! ¡vete ya a buscar a tu amo pequeño!" Y la esclava apresurose a bajar; pero no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces, mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar. Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: "¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?"

Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!"

El síndico exclamó, cada vez más indignado: "¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo! Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: "¡Socorro, oh musulmanes!" Y precisamente, viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y exclamaron: "¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que a vosotros!"

Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó, conformándose: "Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder reclamárselas a la vieja!" Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la alegría de haber recuperado su hijo.

En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: "¿Qué pensáis hacer ahora?" Le contestaron: "¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!" El les dijo: "¡Llevadme con vosotros!" Luego preguntó: "¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?"

El arriero contestó: "¡Yo!"

El judío dijo: "¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por separado para no ponerla alerta!" Entonces contestó el arriero: "¡Muy bien!; y para encontrarnos, nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!" Se citaron, y cada uno púsose en camino por su parte.

Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 449: Y cuando llegó la 451ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 451ª NOCHE[editar]

Ella Dijo:

"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:

¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construido en el aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera valido no construirlo!

Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique! quisiera encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta carta y entrégasela en propia imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi parte: "¡Tu jefe te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"

"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!

"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".

Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer compañero de Ahmad-la-Tiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta, abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:

"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue! "Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.

"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un tratamiento tan considerable como el mío.

"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada! "¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"

Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos. Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.

Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!" Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó: "¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo: "¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su caballo y se marchó.

Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 440: Y cuando llegó la 442ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 442ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!"

De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la ciudad; pero de improviso, al volver una esquina el arriero fué también el primero en divisar y reconocer a Dalila la Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la vió, se abalanzó a ella el arriero, gritando: "¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!" Y la arrastraron a casa del walí de la ciudad, que era el emir Khaled.

Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron: "¡Queremos ver al walí! Los guardias contestaron: "Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a que se despierte! Y los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían entrega de la vieja a los eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se despertase el walí.

En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa del walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de suponer la verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!" La dama contestó: "¡ El walí está durmiendo la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?" La vieja dijo: "Mi marido, que es mercader de muebles y esclavos, antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de vendérselos al mejor postor. Y precisamente los vió conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por ellos mil doscientos dinares, consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a entregárselos!" Y he aquí que, efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma víspera, sin ir más lejos, había dado a su esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no dudó ella de las palabras de la vieja, y le preguntó: "¿Dónde están los cinco esclavos?" La vieja contestó: "¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de tus ventanas!" Y la dama se asomó al patio y vio a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se despertase. Entonces dijo: "¡Por Alah! ¡son muy hermosos, y especialmente uno de ellos vale él sólo los mil dinares!" Luego abrió su cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: "Mi buena madre, te debo todavía doscientos dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte el walí". La vieja contestó: "¡Oh ama mía! ¡de esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la jarra de jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me vean mis antiguos esclavos!" Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector la protegió y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.

Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: "¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?" La vieja contestó: "Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares, como esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mercader! Sin embargo, hija mía, entre todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero! ¡Siempre me reconoce ese hijo de zorra!" Y le dijo su hija: "¡Entonces, madre mía, déjate ya de salidas!" Cuida ahora de la casa, y no olvides el proverbio que dice:

¡No es cierto que el jarro
No se rompa nunca, por mucho que le tiren!

Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.

¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su esposa: "¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco esclavos que compraste!"

El preguntó: "¿Qué esclavos?" Ella dijo: "¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos como tú me engañas!" El dijo: "¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado tan mal?" Ella contestó: "¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los trajo aquí y me lo enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil dinares!" El preguntó: "¿Y le has dado el dinero?" Ella dijo: "¡Si, por Alah!" Entonces el walí bajó al patio, donde no vio a nadie más que al arriero, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero, y preguntó a sus guardias: "¿Dónde están los cinco esclavos que la vieja comerciante acaba de vender a vuestra ama?" Le contestaron: "¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto más que a esos cinco que están ahí!" Entonces el walí se encaró con los cinco y les dijo: "¡Vuestra ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares! ¡Vais a dar comienzo a vuestro trabajo limpiando los pozos negros!" Al oír estas palabras, exclamaron los cinco querellantes, en el límite de la estupefacción: "¡Si así es como haces justicia, no nos queda más remedio que recurrir a nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos puede vender ni comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 441: Y cuando llegó la 443ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 443ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos, seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinasteis con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares cada uno!"

Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"

Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: "¿Eres tú quien así permite que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!"

Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: "¡Oh, emir! ¡Oh valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó él: "¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"

Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les preguntó: "¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los demás: "¡Todos sabremos reconocerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.

Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza, cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó: "¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador mayor de las prisiones, y le dijo:

"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"

Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi custodia!"

Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla mañana!" Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche hasta la mañana.

Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos. Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los cabellos Dalila la Taimada.

Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos beduinos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban impresiones. Porque uno de los beduinos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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Capítulo 442: Y cuando llegó la 444ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 444ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? Después de una pausa, contestó el otro: "¡Por Alah! ¡he comido deliciosos buñuelos de miel y crema, que tanto me gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!"

Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos fritos en aceite y rellenos de crema y endulzados con miel: "Por el honor de los árabes, que ahora mismo me vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis correrías por el desierto!". A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de crema y miel se despidió de su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro, volviendo sobre sus pasos a Bagdad, llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los cabellos y con los cinco hombres dormidos en torno suyo.

Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: "¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?" Ella dijo llorando: "¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!" Dijo él: "¡No hay mayor Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?" Ella contestó: "Has de saber, ¡oh jeique árabe! ¡oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos rellenos de crema y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que confecciona y fríe esos buñuelos. Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido, el otro día me acerqué a su mostrador y escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fué a querellarse contra mí al walí el cual me condenó a estar atada a este poste y permanecer en él mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas enteramente llenas de buñuelos. Y mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas de buñuelos. Pero el caso es ¡por Alah! ¡oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron todos los dulces, y principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!" Al oír estas palabras, exclamó el beduino: "¡Por el honor de los árabes! ¡no me separé de mi tribu y no volví a Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré por ti los de las bandejas!" Ella contestó: "¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a este poste! ¡Y como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni sabrán adivinar el cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de desatarme!" El beduino, que no deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de traje con ella, hizo que le atara al poste en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del beduino y ceñida la cabeza con sus cordones negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y desapareció en la lejanía camino de Bagdad.

Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la noche para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduino: "¿Dónde están los buñuelos? ¡Mi estómago los anhela ardientemente!"

Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: "¡Por Alah! ¡si es un hombre! ¡Y habla como los beduinos!"

Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: "¡Ya Badawi! ¿qué haces ahí? ¿Y cómo te atreviste a desatar a la vieja?"

El interpelado contestó: "¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre todo, no economicéis la miel! Ella, la pobre vieja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a la mía le gustan mucho".

Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado la vieja al beduino, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron: "¡Nadie puede rehuír su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!"

Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus guardias al paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduino: "¿Dónde están las bandejas con buñuelos de miel?" Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia el poste y vió al beduino en lugar de la vieja; y preguntó a los cinco: "¿Qué es esto?"

Le contestaron: "¡Es el Destino!" Y añadieron: "La vieja se escapó embaucando a este beduino. Y a ti es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos hubieras dado guardias para vigilarla, no hubiera conseguido escaparse. ¡Nosotros no somos guardias, como tampoco somos esclavos a quienes se vende o se compra!"

Entonces el walí se encaró con el beduino y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin fin de exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: "¡Pronto, que me traigan los buñuelos!" Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable, mientras los cinco, con los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: "¡No nos separaremos de ti más que ante nuestro amo el Emir de los Creyentes!" Y acabando de comprender que se habían burlado de él, el beduino dijo igualmente al walí: "¡Yo a ti solo te hago responsable de la pérdida de mi caballo y de mi traje!" Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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Capítulo 443: Y cuando llegó la 445ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 445ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid.

Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán Azote-de-las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.

El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interrogarles uno tras de otro, al arriero el primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles.

Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: "¡Por el honor de mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto! ¡Tú, arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tu, barbero, tendrás todos tus muebles y utensilios! ¡Tú, mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda nueva! ¡Y tú, jeique árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda anhelar la capacidad de tu alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!"

Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: "¡A ti, emir Khaled, te serán igualmente restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa, amén de una indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello.

Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando: "¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de semejante tarea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que no dé ella con algún otro medio para lucrarse a mis expensas!"

Y el califa se echó a reír y le dijo: "¡Encarga a otro de esa misión entonces!" El walí dijo: "En ese caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil de Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha tenido nada que hacer, no obstante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante sueldo que cobra!"

Entonces llamó el califa: "¡Ya mokaddem Ahmad!" Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las manos del califa, y dijo: "A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!"

El califa dijo: "¡Escucha, capitán Ahmad! ¡hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú eres el encargado de encontrarla y traérmela!" Y dijo Ahmad-la-Tiña: "Te garantizo de que te la traeré, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa hacía que se quedaran con él los cinco y el beduino.

Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase de pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con libertad a su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: "Capitán Ahmad, en Bagdad hay más de una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!" Y Ahmad-la-Tiña le preguntó: "¿Qué quieres decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?" El otro contestó: "Jamás seremos lo bastante numerosos para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer al capitán Hassán-la-Peste para que nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más experiencia que nosotros en esta clase de expediciones". Pero Ahmadla-Tiña, que no quería compartir con su colega la gloria de la captura, contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-Peste, que estaba en la puerta principal del palacio: "¡Por Alah! ¡oh Lomo-de-Camello! ¿desde cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros asuntos?" Y pasó orgullosamente a caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste, a quien mortificó mucho aquella respuesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a Ahmadla-Tiña y desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: "¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán necesidad de mí!"

Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza enclavada delante del palacio del califa, arengó a sus hombres para animarlos y les dijo: "¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro grupos para hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis a reuniros conmigo en la taberna de la calle Mustafá para darme cuenta de lo que hicisteis o encontrasteis!" Y tras de acordar de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos, cada uno de los cuales fué a recorrer un barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña se dedicaba a husmear el aire a su paso.

En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las indagaciones que el califa encargó a Ahmad-la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona cuyas bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: "¡Oh hija mía! nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque Hassán es en Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me conoce y te conoce, y en cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera posible la menor estratagema para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos protege!" Su hija Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡qué buena ocasión es ésta para jugarles alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus cuarenta idiotas! ¡qué alegría, oh madre mía!" Dalila contestó: "¡Oh hija de mis entrañas! como hoy me siento un poco indispuesta, cuento contigo para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es fácil, y no dudo de tu sagacidad!" Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos oscuros en un rostro encantador y claro...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 444: Pero cuando llegó la 446ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 446ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro encantador y claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una ligera muselina de seda, de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y subyugante. Adornada a la sazón de esta manera, fué a abrazar a su madre, y le dijo:

"¡Oh madre! ¡juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré de los cuarenta y uno y serán mi juguete!" Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró en la taberna de Hagg-Karim el de Mossul.

Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg-Karim, quien se la devolvió con creces, encantado. Entonces le dijo ella: "¡Ya Hagg-Karim! ¡he aquí cinco dinares para ti si quieres alquilarme hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que puedan penetrar allí tus parroquianos habituales!"

El tabernero contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las bebidas a tus invitados!" Ella sonrió, y le dijo: "¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se olvidó de cerrar el alfarero que hubo de construirlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu tienda! ¡No tengas cuidado por eso!" Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y el caballo del beduino, cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas, platos y otros utensilios, y a toda prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de todas aquellas cosas para colocarlas en la sala grande que había alquilado. Extendió los manteles, puso en orden los frascos de bebidas, las copas y los platos que compró, y cuando hubo acabado este trabajo, fué a apostarse en la puerta de la taberna.

No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto muy feroz. Y precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la bella joven, que había tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de muselina que le cubría la cara. Y Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado de aquella tierna belleza tan agradable, y le preguntó: "¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?"

Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: "¡Nada! ¡Espero mi Destino! ¿Acaso eres el capitán Ahmad?" El dijo: "¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de hacerte algún servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de-Camello, tu esclavo, ¡oh ojos de gacela!"

Ella le sonrió otra vez, y le dijo: "¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil! que si la cortesía y las buenas maneras quisieran elegir un domicilio seguro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad, pues, aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un homenaje merecido por tan encantadores huéspedes!" Y les introdujo en la sala dispuesta de antemano, e invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dió de beber vino mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los diez se cayeron de espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y se sumergieron en un profundo sueño.

Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arrojó a lo último de la tienda, amontonándolos unos sobre otros, y escondiéndolos debajo de una manta grande, corrió por delante de ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.

Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por los ojos oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e igual hubo de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos encima de otros detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a esperar la llegada del propio Ahmad-la-Tiña.

No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña, amenazador y con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los de la hiena hambrienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal a una de las anillas de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: "¿Dónde están todos esos hijos de perro? ¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?

Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, luego a la derecha, sonrió con los labios, y dijo: "¿A quién, ¡oh mi amo?”

Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas le trastornaban el estómago y que gemía el niño, única herencia que le quedaba como capital e intereses.

Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: "¡Oh jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!"

Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se adelantó hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: "¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha del califa! los cuarenta alguaciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela han visto a la vieja Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero aseguraron que volverían con ella pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de la taberna, donde yo misma te serviré con mis ojos".

Entonces, precedido por la joven, Ahmad-la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los encantos de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras copa, cayendo como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las bebidas.

A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y cuanto llevaba encima de él, no dejándole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio calzoncillo; luego fue adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual recogió todos sus utensilios y todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de la-Tiña en el del beduino y en el burro del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo entregó todo a su madre Dalila, que hubo de abrazarla llorando de alegría.

En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 445: Pero cuando llegó la 447ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 447ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario, no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo, hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se encontró por su camino fué Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de vista la aventura que acababa de ocurrirles.

Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se puso a cantar estos versos:

¡Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos parecemos más que en nuestros turbantes!
¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin fulgor y otras como perlas?
¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se posan sobre los cadáveres!

Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo reconocido , le dijo:

"¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!"

Y contestó Ahmad-la-Tiña: "¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fué vernos burlados por una joven. ¿Acaso la conoces?"

Hassán contestó: "¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las capturaré".

Ahmad preguntó: "¿Y cómo?" Hassán contestó: "¡No tienes más que presentarte al califa, y para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la captura en lugar tuyo!"

Entonces Ahmad-laTiña, después de vestirse, fué al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le preguntó: "¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?" El aludido agitó su collar y contestó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!"

Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: "¿Es cierto, mokaddem Hassán? ¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?" El interpelado contestó: "¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!"

Entonces exclamó el califa: "¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!"

Y dijo Hassán-la-Peste: "Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto de seguridad". Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.

Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fué a abrirle la propia Zeinab. Preguntó él: "¿Dónde está tu madre?" Ella dijo: "¡Arriba!" Dijo él: "Vé a decirle que abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!"

Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: "¡Tírame el pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!" Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados. Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: "¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta hombres!" Ella contestó: "¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de ellos!"

Hassán se echó a reír y dijo: "¡Es verdad! ¡Fué tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta! ¡Guárdalos, pues!" Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 446: Pero cuando llegó la 448ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 448ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.

Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces, exclamó ella: "Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"

Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del antiguo director de tus palomares!"

Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás Dalila la Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?" Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que no fué por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis pobres hijas!"

Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me cauterizara las sienes con clavos al rojo!"

Y también el beduino se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"

Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado, y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.

En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel soberano".

Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "También quisiera ¡oh Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la vigilancia general". Y el califa le dió autorización para ello.

Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.

¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad, merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero Alah es más sabio!

Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!"

Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las aventuras de Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 447: Pero cuando llegó la 449ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 449ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmadla-Tiña y Hassán-la-Peste, había en Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía; pues no bien creía tenerle ya cogido, se le escapaba como se escurre entre los dedos una bola de azogue que se quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de Alí Azogue.

Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cairo, y partió de allí para ir a Bagdad con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta historia.

Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado, contraídas las facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: "¡Oh jefe nuestro! ¡para dilatarte el pecho, nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!" Y Alí Azogue acabó por levantarse y salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no se le aclaró su negro humor. Y llegó de tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se retiraba presurosa en prueba de consideración y respeto hacia él.

Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde acostumbraba a embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la espalda y el cual seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de cobre en que echaba de beber a los sedientos. Y canturreaba su pregón, diciendo unas veces que su agua era como miel y otras veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel día, acompasando su pregón al tintineo de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este modo:

¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!

Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y cantó:

¡Oh transeúnte! ¡he aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡mi agua, que es el ojo del gallo! ¡mi agua, que es el cristal! ¡mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas, el diamante! ¡agua, agua, mi agua!

Luego preguntó: "¿Quieres una taza, mi señor?" Azogue contestó: "¡Dámela!" Y el aguador le llenó una taza, que tuvo cuidado de enjuagar previamente, y se la ofreció, diciendo: "¡Es una delicia!" Pero Alí Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo: "¡Dame otra!" Entonces se puso serio el aguador, considerándole con la mirada, y exclamó: "¡Por Alah! ¿y qué encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?" Alí contestó: "¡Me da la gana! ¡Échame otra taza!" Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza y se la ofreció religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo: "¡Llénamela otra vez!" Y exclamó el aguador: "¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame proseguir mi camino!" Y le brindó una tercera taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y se la entregó al aguador, depositando en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el aguador, lejos de mostrarse satisfecho por semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le dijo con tono zumbón: "¡Que tengas buena suerte, mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy distinta!"

Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la cólera, cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandeándoles a él y a su odre, le arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: "¡Ah hijo de alcahuete! ¿te parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿conque es muy poco? ¡Pues si tal como está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua que he tirado al barro no llega ni a una pinta!"

El aguador contestó: "¡Así es, mi señor!" Azogue preguntó: "Pues entonces, ¿por qué me hablaste de esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui contigo?"

El aguador contestó: "¡Sí, por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú! ¡Porque mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra hombres de corazón generoso!" Azogue preguntó: "¿Y podrías decirme quién es ese hombre que encontraste más generoso que yo?"

El aguador contestó: "¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te contaré mi aventura, que es extremadamente extraña!"

Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 448: Pero cuando llegó la 450ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 450ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:

"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.

"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa. ¡Aquello era más de lo que necesitaba para vivir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de allí a Bagdad.

"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad, cantando mi pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece pobre porque tal es su destino!

"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de beber ahora?"

Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo! se debe a motivos que afectan a tu persona.

"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté: «¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»

"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo, exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío! ¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgaba de mi cinturón. Luego me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.

Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además, tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 449: Y cuando llegó la 451ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 451ª NOCHE[editar]

Ella Dijo:

"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:

¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construido en el aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera valido no construirlo!

Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique! quisiera encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta carta y entrégasela en propia imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi parte: "¡Tu jefe te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"

"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!

"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".

Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer compañero de Ahmad-la-Tiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta, abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:

"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue! "Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.

"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un tratamiento tan considerable como el mío.

"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada! "¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"

Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos. Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.

Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!" Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó: "¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo: "¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su caballo y se marchó.

Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 450: Y cuando llegó la 452ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 452ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí, que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra los beduinos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.

Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.

No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a varias personas que no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"

Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban, y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!" Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y seducirle, y le gritó:

"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo dirán!"

Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tres bravos!" Luego Alí llamó a la puerta de Ahmad-la-Tiña.

Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"

Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda aquella noche.

Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que son pegajosos! ¡No creas que Bagdad sea El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí como por allá las ocas y los sapos!"

Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se marchó al diwán al frente de sus alguaciles.

En cuanto à Alí Azogue...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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Capítulo 451: Pero cuando llegó la 453ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 453ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su amigo. Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó a Ahmad si era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de los favores del califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el cuidado de ocuparme de ti y predisponer para contigo al califa antes de que emprendas tus hazañas!"

Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a tomar un poco de aire nada más para dilatarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las calles de Bagdad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un pastelero o en la tienda de un cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes machetes de acero. Iban ordenados de dos en dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos jaeces; cubierta con un casco de oro coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla de acero, avanzaba, en medio de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.

... Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí Azogue, a quien no conocía y que no la conocía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su juventud, de su buen aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de su semejanza en la expresión de la mirada con el propio Ahmad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto dijo unas palabras a uno de sus negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes del zoco, acerca del nombre y la condición del hermoso joven; pero ninguno pudo decirle nada. Así es que cuando Dalila regresó a su pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara la mesa de la arena adivinatoria; luego añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un joven tan hermoso, que la belleza le reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su mirada se asemeja de un modo muy extraño a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco conoce, haya venido a Bagdad para jugarnos alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a mi mesa adivinatoria!"

Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmurando palabras talismánicas y leyendo al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones algebraicas y químicas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese hermoso joven se llama Alí Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña, que no le ha hecho venir a Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así de la que tú misma le jugaste emborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además, sé que vive en casa de Ahmad-la-Tiña".

Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imberbe!"

La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese joven sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh madre!" Y enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su barrita de kohl y juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al consabido joven.

Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los ojos por debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso sonrisas para unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con las pupilas, preguntas con las cejas, asesinatos con las pestañas, despertares con los brazaletes, música con sus cascabeles y fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un vendedor de kenafa se encontró con el propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura. Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia le dio con él hombro un golpe que le hizo vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh clarividente!"

Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le traspasaba ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién perteneces?" Ella entornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello que se parezca a ti!" Azogue preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada para suerte tuya!" El dijo: "¿Será, entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en mi casa. Sabe que estoy casada con un mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez primera que por fin puedo salir de casa, porque mi esposo acaba de ausentarse por una semana. Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a mi servidora que guisara para mí manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no serían deliciosos sin la sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan bien educado como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró en el corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado de comida en mi casa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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Capítulo 452: Y cuando llegó la 454ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 454ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

".. y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan, no es posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle, caminando a cierta distancia.

Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte en venganza tu gallo y los huevos que empolla? Y he aquí que el Sabio ha dicho:

"¡Al que copula en un país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran Hospitalario!"

Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella, diciéndole algunas palabras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar retirado, se acercó a ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra entrevista para otro día". Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso que seas hoy mi huésped, porque nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos múltiples y a los juegos ardorosos".

Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba cerrada con fuerte cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó luego contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?" Después fingió tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una cerradura? ¡No me atrevo a forzarla!"

Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas hermosas y alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sentarse. Extendió sin tardanza el mantel, y sentándose junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la comida entre los labios, bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o la diera un beso, o un pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para besarla, ella interponía la mano vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a darle en la mano solamente. Y a las demandas apremiantes de Alí, contestaba Zeinab:

"¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”

Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio, acercándose al pozo; y Zeinab quiso manejar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del fondo del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y retorciéndose los brazos presa de una desesperación extremada; y le preguntó Azogue: "¿Qué te ocurre, ojos míos?" Ella contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija de rubíes, que me estaba grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y como me estaba muy grande, la achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de caérseme ahí abajo!"

Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo, para buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero Azogue contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te tomaras el trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento se desnudó completamente, cogiose con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la garucha, y se dejó bajar en el cubo al fondo del pozo.

Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los hombros el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo instante Zeinab la Embustera tiró con viveza del cubo y gritó a Azogue: “¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-Tiña!" Y se apresuró a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de ella la puerta, se volvió con su madre.

Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del diwán, ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y vio la puerta abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero y empezó a hacer pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no había huellas de ladrones, no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones, dijo a su palafrenero: "¡Coge el jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al pozo e hizo bajar el cubo, y cuando lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró extraordinariamente pesado. Entonces miró al fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello, soltó la cuerda y echó a correr, gritando enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en el cubo!

Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y gruñía como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cuatro sabios lectores del Korán para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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Capítulo 453: Y cuando llegó la 455ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 455ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle!" Y el palafrenero salió al punto corriendo en busca de los sabios lectores del Korán, que se instalaron alrededor del pozo. Y comenzaron a recitar los versículos conjuratorios, mientras el palafrenero y su amo tiraban de la cuerda y sacaban el cubo fuera del pozo. Y en el límite del espanto, vieron todos al efrit consabido, que no era otro que Alí Azogue saltar del cubo sobre ambos pies y exclamar: "¡Alah Akbar!" Y se dijeron los cuatro lectores: "¡Es un efrit de los creyentes, porque pronuncia el Nombre!" Pero el emir no tardó en ver que era un hombre de la especie de los hombres, y le dijo: "¿Acaso eres un ladrón?"

El joven contestó: "¡No, por Alah! pero soy un pobre pescador. Estando dormido a orillas del Tigris, he copulado con el aire en sueños, y como al, despertarme me encontré mojado, me metí en el agua para lavarme; pero un remolino me arrastró al fondo del agua, y una corriente subterránea me impulsó entre las sábanas líquidas hasta este pozo donde estaban mi destino y mi salvación, gracias a ti".

Ni por un instante dudó el emir de la veracidad de aquel relato, y dijo: "¡Todo sucede porque así está escrito!" Y le dio un manto viejo para que se cubriese y le despidió condoliéndose de su estancia en el agua fría del pozo.

Cuando Alí Azogue llegó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde ya estaban muy inquietos por su ausencia, y contó su aventura, se burlaron mucho de él, especialmente Ayub Lomo-de-Camello, que le dijo: "¡Por Alah! ¿Cómo puedes haber sido jefe de banda en El Cairo, dejándote engañar y robar en Bagdad por una jovenzuela?" Y Hassán-la-Peste, que precisamente estaba de visita en casa de su colega, preguntó a Azogue: "¡Oh, inocente egipcio! ¿conoces por lo menos el nombre de la joven que jugó contigo, y sabes quién es y de quién es hija?" Alí contestó: "¡Sí, por Alah! ¡es hija de un mercader y esposa de un mercader! ¡Pero no me dijo su nombre!" Al oír estas palabras soltó una carcajada Hassán-la-Peste, y le dijo: "¡Voy a describírtela! ¡La que tú crees una mujer casada, es una joven virgen, y de ello te respondo! ¡Se llama Zeinab! ¡Y no es hija de ningún mercader, sino de Dalila-la-Taimada, directora de nuestras palomas mensajeras! Con su dedo meñique hacían dar vueltas a todo Bagdad ella y su madre, ¡ya Alí! y se trata de la misma que embaucó a tu maestro, robándole los trajes a él y a sus cuarenta aquí presentes!"

Y como Alí Azogue reflexionara profundamente, Hassán-la-Peste le preguntó: "¿Qué piensas hacer ahora?" Alí contestó: "¡Casarme con ella! ¡Porque la amo locamente a pesar de todo!" Entonces le dijo Hassán: "¡En ese caso te auxiliaré, pues sin mí ya puedes abandonar de antemano un proyecto tan temerario, renunciando a él y acallando tu hígado con respecto a la lista jovenzuela!"

Azogue exclamó: "¡Ya Hassán, ayúdame con tus consejos!" Hassán le dijo: "¡De todo corazón amistoso! ¡Pero con la condición de que en lo sucesivo no bebas más que en la palma de mi mano, ni obres más que bajo mis banderas! ¡Y en tal caso, te prometo el logro de tu proyecto y la satisfacción de tus deseos!" El joven contestó: "¡Ya Hassán, soy tu criado y tu discípulo!" Entonces le dijo la-Peste: "¡Empieza por desnudarte completamente!" Y Azogue se quitó el manto viejo que llevaba, y quedose desnudo por completo.

Entonces Hassán-la-Peste cogió un puchero lleno de pez y una pluma de gallina, y barnizó con aquello todo el cuerpo de Azogue y la cara, de modo que le dio apariencia de un negro; luego, para completar la semejanza, le tiñó de rojo vivo los labios y el borde de los párpados, le dejó secar un momento, le tapó con un paño blanco la venerable herencia de su padre, y le dijo después: "¡Hete aquí transformado en negro, ¡ya Alí! y también vas a convertirte en cocinero! ¡Porque has de saber que el cocinero de Dalila, de Zeinab, de los cuarenta negros y de los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán, es un negro como tú!

Vas a procurar encontrarte con él, y le hablarás en lengua negra, y después de las zalemas, le dirás: "¡Hace mucho tiempo, hermano negro, que no nos hemos reunido para beber nuestra bebida fermentada, la excelente buza, y comer kabad de cordero! ¿Vamos a festejar el día de hoy?" Pero te contestará que se lo impiden sus ocupaciones y los cuidados de su cocina. Entonces tratarás de emborracharle y de interrogarle de la calidad y cantidad de los manjares que guisa para Dalila y su hija, del alimento de los cuarenta negros y los cuarenta perros, del sitio en que están las llaves de la cocina y de la despensa, y de todo. ¡Y todo te lo dirá! Porque el borracho no oculta nada de lo que deja de contar cuando no le domina la embriaguez. Una vez que hayas adquirido de él estos diversos datos, le narcotizas con bang; te vestirás con sus propios trajes; te meterás en el cinturón sus cuchillos de cocina; cogerás el cesto de provisiones; irás al zoco a comprar carne y verduras; volverás a la cocina; irás a la despensa para sacar lo que necesites, como manteca, aceite, arroz y otras cosas por el estilo; guisarás los manjares conforme a las indicaciones aprendidas; los presentarás bien, echarás bang en ellos, y te irás a servírselos a Dalila, a su hija, a los cuarenta negros y a los cuarenta perros, durmiéndoles de aquel modo.

Entonces les quitarás todos sus efectos y sus ropas, y me los traerás. ¡Pero si ¡ya Alí! deseas obtener por esposa a Zeinab, has de apoderarte, además de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.

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Capítulo 454: Pero cuando llegó la 456ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 456ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... has de apoderarte, además, de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas en una jaula y traérmelas también!"

Al oír estas palabras, Alí Azogue se llevó la mano a la frente por toda respuesta, y sin decir nada salió en busca del cocinero negro. Le encontró en el zoco, se arrimó a él, y después de las zalemas de reconocimiento, le invitó a beber buza. Pero el cocinero pretextó sus ocupaciones, e invitó a Alí a que le acompañara al khan. Allí obró Azogue, exactamente conforme con las instrucciones de Hassán-la-Peste, y una vez que hubo emborrachado a su huésped le interrogó acerca de los platos del día. El cocinero contestó: "¡Oh hermano negro! a diario, para la comida de mediodía, hay que preparar cinco platos diferentes y de diferente color para Sett Dalila y Sett Zeinab; y el mismo número de platos para la comida de la noche. Pero hoy me han pedido dos platos más. Y he aquí los platos que voy a guisar para mediodía: lentejas, guisantes, una soja, un cochifrito de carnero y sorbete de rosa; en cuanto a los dos platos suplementarios, son: arroz con miel y azafrán, y una bandeja de granos de granada con almendras mondadas, azúcar y flores".

Alí le preguntó: "¿Y cómo les sirves de ordinario la comida a tus amas?" El otro contestó: "A cada una le pongo su mantel aparte". Alí preguntó: "¿Y a los cuarenta negros?" El cocinero dijo: "¡Les doy habas cocidas con agua y condimentadas con manteca y cebollas, y para beber, un cántaro de buza! ¡Bastante es para ellos!" Alí preguntó: "¿Y a los perros?" El cocinero dijo: "¡A esos les doy tres onzas de carne para cada uno y los huesos sobrantes de la comida de mis amas!"

Cuando Azogue estuvo en posesión de estas diversas indicaciones, echó con presteza bang en la bebida del cocinero, que en cuanto la absorbió se cayó al suelo como un búfalo negro. Entonces Azogue se apoderó de las llaves que colgaban de un clavo y distinguió la llave de la cocina por las telas de cebollas y las plumas que tenía pegadas, y la llave de la despensa por el aceite y la manteca de que estaba impregnada. Y fué cogiendo y comprando todas las provisiones que necesitaba, y guiado por el gato del cocinero, a quien engañaba la semejanza de Alí con su amo, circuló por todo el khan como si habitase en él desde su infancia, guisó los manjares, puso los manteles y sirvió de comer a Dalila, a Zeinab, a los negros y a los perros, después de haber echado bang en la comida, sin que nadie extrañase el condimento ni al cocinero.

Cuando Azogue vio que en el khan dormía todo el mundo por efecto del narcótico, comenzó por desnudar a la vieja, y la encontró extremadamente fea y detestable en absoluto. Se apoderó de su traje de parada y de su casco, y penetró en el aposento de Zeinab, a la que amaba y en honor de la cual estaba realizando su primera hazaña.

La desnudó completamente, y la encontró maravillosa y de lo más deseable, y cuidada y limpia y oliendo bien; pero como era muy escrupuloso, no quiso abrirla sin su consentimiento, y se contentó con tocarla y palparla por todas partes, como entendido, para juzgar mejor acerca de su valor futuro, de su consistencia, de su grado de ternura; de su aterciopelado y de su sensibilidad; y para efectuar esta última experiencia, la hizo cosquillas en la planta de los pies, y en vista del violento puntapié que ella le dio, hubo de comprender que era sensible en extremo. Entonces, seguro ya de su temperamento, se llevó sus vestidos, y fue a despojar a todos los negros; luego subió a la terraza, entró en el palomar y se apoderó de todas las palomas, metiéndolas en una jaula, y tranquilamente, sin cerrar las puertas, regresó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde le esperaba Hassán-la-Peste, que maravillado de su destreza, le felicitó y le prometió su concurso a fin de obtener para él a Zeinab en matrimonio.

En cuanto a Dalila la Taimada, fue la primera en salir del sueño en que la había sumido el bang. Necesitó algún tiempo para recobrar completamente el sentido; pero cuando comprendió que la habían narcotizado, se cubrió con sus acostumbradas vestiduras de vieja y corrió primeramente al palomar, encontrándolo vacío de sus palomas. Y bajó entonces al patio del khan, y vio a sus perros dormidos todavía y echados como muertos en sus perreras. Buscó a los negros, y los halló sumergidos en el sueño, como también al cocinero. A la sazón, en el límite del furor, fue corriendo al aposento de su hija Zeinab, y la vio durmiendo, toda desnuda y colgándole del cuello un hilo y un papel. Abrió el papel, y leyó en él las siguientes palabras: "¡Yo Alí Azogue, de El Cairo, y nada más que yo, soy el bravo, el valiente, el listo, el diestro autor de todo esto!" Al ver aquello, pensó Dalila: "¿Quién sabe si ese maldito no le ha roto el candado?" Y se inclinó con viveza sobre su hija, examinándola, y vio que su candado seguía intacto.

Esta seguridad la consoló un poco y la decidió a despertar a Zeinab, haciéndole aspirar contrabang. Luego de contarle lo que acababa de suceder, y añadió: "¡Oh hija mía! ¡después de todo debes estar agradecida a ese Azogue, porque no te ha roto el candado, aunque hubiera podido hacerlo impunemente!

En vez de hacer sangre a tu pájaro, se ha contentado con llevarse las palomas del califa. ¿Qué va a ser de nosotras ahora?"

Pero enseguida dio con un medio de recobrar las palomas y dijo a su hija: "Espérame aquí. ¡No voy a ausentarme por mucho tiempo!" Y salió del khan y se dirigió a casa de Ahmad-la-Tiña y llamó a la puerta.

Al punto exclamó Hassán-la-Peste, que estaba allí: "¡Es Dalila la Taimada! La conozco por su manera de llamar. ¡Ve a abrirle en seguida, ¡ya Alí!". Y Alí, en compañía de Lomo-de-Camello, fue a abrir la puerta a Dalila, que entró con cara sonriente y saludó a toda la concurrencia.

Y he aquí que precisamente Hassán-la-Peste, Ahmad-la-Tiña y los demás, estaban en aquel momento sentados en tierra alrededor del mantel, y comían pichones asados, rábanos y cohombros. Y cuando entró Dalila, la-Peste y la-Tiña se levantaron en honor suyo, y le dijeron: "¡Oh, vieja llena de espiritualidad, madre nuestra, siéntate a comer de estos pichones con nosotros! ¡Te hemos reservado tu parte de festín!"

Al oír estas palabras, Dalila sintió ennegrecerse el mundo ante ella, y exclamó: "¿No os da a todos vosotros vergüenza robar y asar las palomas que el califa prefiere a sus propios hijos?"

Ellos contestaron: "¿Y quién ha robado las palomas del califa, ¡oh madre nuestra!?" Ella dijo: "¡El egipcio Alí Azogue!"

Este contestó: "¡Oh madre de Zeinab! cuando hice asar estas palomas, no sabía que eran mensajeras! ¡De todos modos, aquí tienes una que vuelve a ti!" Y le ofreció uno de los pichones asados. Entonces Dalila cogió un trozo de alón, se lo llevó a los labios, lo saboreó un instante y exclamó: "¡Por Alah, mis palomas viven todavía, porque no es su carne ésta! ¡Las alimenté con grano mezclado con almizcle, y las distinguiría en el olor y en el sabor que conservan!"

Al oír estas palabras de Dalila, toda la asistencia se echó a reír, y dijo Hassán-la-Peste: "¡Oh madre nuestra, tus palomas están seguras en mi casa! ¡Y consentiré gustoso en devolvértelas, pero con una condición!"

Ella dijo: "¡Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 455: Pero cuando llegó la 457ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 457ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condiciones, y entre tus manos tienes mi cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que complacer en su deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella preguntó: "¿Y cuál es su deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en matrimonio a tu hija Zeinab!"

La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de mis ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por devolverme mis palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino con los procedimientos de la galantería!"

Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que le dijo: "Si verdaderamente deseas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a quien tienes que dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito. ¡Porque el tutor legal de Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento! ¡Pero te prometo que hablaré de ti a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zoraik!"

Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en matrimonio Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese matrimonio, porque Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto conmigo al no romper durante mi sueño lo que pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura de que antes de lograr que consienta tu tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo referente a ellas!

En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde está su tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste contestó: "¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses obtenerla más que de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo Zoraik, actualmente vendedor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el Irak por sus hazañas que superan a las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el kohl que embellece los ojos de la luna. Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias y en jugarretas de toda clase. Cierto es que ahora se ha corregido, y habiendo renunciado a su antiguo oficio de ladrón y jefe de banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a pesar de todo, no obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.

Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este forajido, no te contaré más que la última estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar salida a su pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil dinares, que es toda su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el zoco: "¡Oh vosotros todos, ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto, bandidos de Egipto, escuchad la noticia! ¡Y vosotros todos, genn y efrits dei aire y de debajo de la tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik vendedor de pescado frito, será su legítimo poseedor!"

Fácilmente comprenderás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la tienda clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han tenido éxito en su tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo que por medio de un bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la tocan, empieza a funcionar el mecanismo, compuesto de una combinación asombrosa de campanillas y cascabeles que arman tal estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo último de la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a coger un pedazo grueso de plomo de una provisión de ellos que hay amontonados a sus pies, y tirárselo con todas sus fuerzas al ladrón, rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces. Así, pues, ¡ya Alí! te aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un entierro y se lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.

Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lugar, yo me olvidaría de Zeinab y del casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa puede pasarse sin ella en lo sucesivo!"

Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-la-Peste, exclamó: "¡No, ¡por Alah! no podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada, de temperamento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues, que vaya a intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que consienta en mi matrimonio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante buscó trajes como los que usan las jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y teñirse las uñas con henné. Tras de lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y ensayó a andar balanceándose como las mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso todo! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 456: Y cuando llegó la 458ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 458ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

¡...Pero no fue eso todo! ¡Hizo que le llevaran un carnero, le degolló, recogió la sangre, le sacó el estómago, llenó este estómago con sangre y se lo colocó en su vientre por debajo de los vestidos, de modo que parecía una mujer encinta. Tras de lo cual degolló dos pollos, les sacó el buche, llenó de leche tibia las dos mollejas, y se aplicó una encima de cada seno para que aquella parte le abultase mucho y le diese apariencia de una mujer que está próxima a dar a luz. ¡Aún queda más! para no dejar nada que desear, se puso detrás varias ristras de pañuelos almidonados, los cuales, cuando se secaron, formáronle una grupa montuosa y sólida a la vez. Transformado de aquel modo, salió Azogue a la calle y se dirigió lentamente a la tienda de Zoraik el vendedor de pescado frito, haciendo que a su paso exclamasen los hombres: "¡Ya Alah, qué trasero tan gordo!"

Por el camino, como Azogue se encontraba muy molesto con aquella grupa hecha de pañuelos almidonados que le mortificaban, llamó a un arriero que pasaba con su asno, e hizo que le encaramaran encima del burro con mil precauciones para no romper la vejiga llena de sangre o las mollejas llenas de leche, y de este modo llegó delante de la tienda de pescado frito, donde vio la bolsa colgada a la puerta, efectivamente, y a Zoraik ocupado en freír pescado, mirándolo con un ojo mientras que con el otro ojo vigilaba las idas y venidas de los clientes y de los transeúntes. Entonces Azogue dijo al arriero: "¡Ya hammar! ¡mi olfato se ha impresionado con el olor de pescado frito, y mi deseo de mujer encinta se fija con intensidad en ese pescado! ¡Date prisa, pues, a buscarme uno de esos peces para que me lo coma enseguida, porque si no, voy a abortar sin duda en medio de la calle!"

Entonces el arriero paró su burro delante de la tienda, y dijo a Zoraik: "¡Dame pronto un pescado frito para esta dama encinta, cuyo hijo, a causa de este olor a fritura, ha empezado a agitarse de un modo tremendo y amenaza con salir provocando un aborto!"

El viejo bribón contestó:

"Espera un poco. ¡Todavía no está frito el pescado! ¡Y si no puedes esperar, haz que yo vea la anchura de tu espalda!"

El arriero dijo: "¡Dame uno de esos peces que tienes de muestra!" Zoraik contestó: "¡Esos no se venden!" Luego, sin volver a preocuparse del arriero, que ayudaba a la pretendida mujer encinta a bajar del borrico y a apoyarse con ansiedad en el mostrador de la tienda, Zoraik, con la sonrisa del oficio, continuó su tarea de dar vuelta al pescado en la sartén, cantando su pregón de vendedor:

¡Comida de los delicados!
¡Oh carne de los pájaros del agua!
¡Oro y plata que se compra con una moneda de cobre!
¡Oh pescados que bullís en el aceite feliz por conteneros!
¡Oh comida de los delicados!

Y he aquí que mientras Zoraik cantaba su pregón de vendedor, la mujer encinta lanzó de pronto un grito estridente al tiempo que por debajo de sus vestidos se escapaba una ola de sangre e inundaba la tienda; y gemía ella dolorosamente: "¡Ay! ¡ay! ¡uy! ¡uy! ¡el fruto de mis entrañas! ¡Ay! ¡se me rompe la espalda! ¡Ah! ¡Mis costados! ¡Ah! ¡Mi hijo!"

Al ver aquello, gritó el arriero a Zoraik: "Ya lo ves, ¡oh barba calamitosa! ¡Te lo había dicho! ¡Por no darte la gana de satisfacer su deseo, la hiciste abortar! ¡Ante Alah y ante su marido eres responsable de ello!" Entonces Zoraik, un poco asustado por aquel accidente y temiendo que le manchase la sangre que vertía la mujer, retrocedió hasta lo último de la tienda, perdiendo de vista por un instante su bolsa colgada a la puerta. Entonces Azogue quiso aprovecharse de este corto momento para apoderarse de la bolsa; pero apenas había puesto en ella la mano, cuando un estrépito extraordinario de campanillas, cascabeles y cascajo repercutió por todos los rincones de la tienda y descubrió la tentativa a Zoraik, que acudió, y al ver con la mano tendida a Azogue, comprendió de una ojeada la jugarreta que querían hacerle, cogió un gran trozo de plomo y se lo tiró al vientre a Azogue, exclamando: "¡Ah! ¡toma, pájaro de patíbulo!"

Y disparó el pastel de plomo con tanta violencia, que Alí rodó por medio de la calle enredándose con sus pañuelos, manchado de sangre y de la leche de las mollejas rotas, y creyó rendir al golpe el alma. Sin embargo, pudo incorporarse y arrastrarse hasta la casa de Ahmad-la-Tiña, donde dio cuenta de su tentativa infructuosa, mientras los transeúntes se agrupaban delante de la tienda de Zoraik, y le decían: "¿Eres mercader del zoco o batallador de profesión? ¡Si eres mercader ejerce tu oficio sin bravatas, quita esa bolsa tentadora; y libra así a la gente de tu malicia y tu maldad!"

El aludido contestó en broma: "¡Por el Nombre de Alah! ¡Bismílah! ¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!"

Volviendo a Alí Azogue, una vez que entró en la casa y se repuso la violenta sacudida que había sufrido, no quiso, a pesar de todo, renunciar a llevar a cabo su proyecto. Se lavó y se limpió, se disfrazó palafrenero, cogió con una mano una fuente vacía y cinco monedas cobre con la otra mano, y se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

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Capítulo 457: Y cuando llegó la 459ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 459ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado. Dió las cinco monedas de cobre a Zoraik, y le dijo: "¡Echame pescado en esta fuente!" Y Zoraik contestó: "¡Por encima de mi cabeza, ¡oh mi amo!" Y quiso dar al palafrenero del pescado que estaba expuesto en la bandeja de muestra; pero el palafrenero lo rechazó diciendo: "¡Lo quiero caliente!" Y contestó Zoraik: "Todavía está por freír. ¡Espera un poco, que atizaré el fuego!" Y entró en la trastienda.

Al punto se aprovechó de aquel momento Azogue para echar mano a la bolsa; pero de pronto retembló toda la tienda con el estrépito ensordecedor de las campanillas, cascabeles, sonajas y cascajo; y Zoraik saltando de un extremo a otro de su tienda, agarró una pella de plomo y la tiró con toda su fuerza a la cabeza del falso palafrenero, gritando: "¡Ah viejo marica! ¿acaso crees que no había adivinado tus intenciones sólo con ver tu modo de llevar la fuente y las monedas?" Pero Azogue, a quien ya había puesto en guardia la primera experiencia, esquivó el golpe, bajando la cabeza con rapidez, y abandonó la tienda; ¡en tanto que la pella de plomo iba a estrellarse contra una bandeja que contenía porcelanas llenas de leche cuajada y que llevaba a la cabeza el esclavo del kadí! Y la leche cuajada saltó a la cara y a la barba del kadí y le inundó su traje y su turbante. Y los transeúntes, reunidos frente a la tienda, gritaron a Zoraik: "Esta vez ¡oh Zoraik! el kadí te hará pagar los intereses del capital encerrado en tu bolsa, ¡oh jefe de los batalladores!"

Volviendo a Azogue, una vez que hubo llegado a casa de Ahmad-la-Tiña, a quien dio cuenta, a la vez que a la-Peste, de su segunda tentativa fracasada, no quiso desalentarse, porque le sostenía el amor de Zeinab. Se disfrazó de encantador de serpientes y prestidigitador, y se puso delante de la tienda de Zoraik. Se sentó en el suelo, sacó de su saco tres serpientes gordas, de cuello hinchado y lengua puntiaguda como un dardo, y se puso a tocar la flauta, interrumpiéndose de cuando en cuando para hacer una multitud de juegos de manos; pero de pronto, con un movimiento brusco, lanzó la serpiente más gorda en medio de la tienda, a los pies de Zoraik, que huyó aullando espantado al último rincón de su establecimiento, porque nada le asustaba tanto como las serpientes. Y Azogue saltó inmediatamente sobre la bolsa, y quiso llevársela.

Pero no contaba con Zoraik que a pesar de su terror le vigilaba con un ojo, y logró primero asestar a la serpiente con una pella de plomo un golpe tan certero que le aplastó la cabeza, y con la otra mano arrojó luego con todas sus fuerzas una nueva pella a la cabeza de Azogue, el cual la esquivó inclinándose y huyó, mientras la pella formidable iba a dar a una vieja y la aplastaba sin remedio. Entonces gritaron todas las personas agrupadas en torno: "¡Ya Zoraik ! eso no es lícito, ¡por Alah! ¡Es absolutamente necesario que descuelgues de ahí tu bolsa calamitosa o te la quitaremos a la fuerza! ¡Bastantes desgracias suscitaste ya con tu maldad!"

Y contestó Zoraik: "¡Sobre mi cabeza!"

Y aunque de muy mala gana, se decidió a descolgar la bolsa y a ocultarla en su casa, diciéndose: "¡Si no lo hago así, ese bergante de Alí Azogue, con lo terco que es, llegaría a introducirse por la noche en mi tienda y me arrebataría la bolsa!"

Y he aquí que Zoraik estaba casado con una negra que en otro tiempo fué esclava de Giafar Al-Barmaki, y a quien la generosidad de su amo había libertado después. Y Zoraik había tenido de su esposa la negra un hijo varón cuya circuncisión iba a celebrarse pronto. Así es que cuando Zoraik entregó la bolsa a su mujer, le dijo ésta: "¡He ahí una generosidad que no sueles tener, oh padre de Abdalah! ¡La circuncisión de Abdalah va a celebrarse, pues, suntuosamente!" Zoraik contestó: "¿Pero acaso crees que te traigo la bolsa para que la dejes vacía gastando en la circuncisión? ¡No, por Alah! ¡Vé ya a ocultarla abajo dentro de un agujero abierto en el suelo de la cocina! ¡Y vuelve pronto para que durmamos!" Y la negra bajó a abrir un agujero en la cocina, enterró allí la bolsa y volvió a acostarse a los pies de Zoraik. Y con el calor que despedía la negra, Zoraik se sintió invadido por el sopor, y tuvo un sueño en el cual le parecía ver que un pájaro muy grande abría con el pico un agujero en su cocina, desenterraba la bolsa y se la llevaba en las garras volando por los aires. Y se despertó sobresaltado y gritando: "¡Oh madre de Abdalah, acaban de robar la bolsa! ¡Ve a ver a la cocina, rápido!" Y despierta de su sueño, la negra se apresuró a bajar a la cocina con luz, y efectivamente, vio, no un pájaro, sino un hombre que con la bolsa en la mano huía por la puerta abierta y corría a la calle. Era Azogue, que había seguido a Zoraik, espiando sus movimientos y los de su esposa, y oculto detrás de la puerta de la cocina acabó por conseguir apoderarse al fin de aquella bolsa tan codiciada.

Cuando supo Zoraik la pérdida de su bolsa, exclamó: "¡Por Alah, que la recuperaré esta misma noche!"

Y le dijo su esposa la negra: Como no la traigas, no te abro la puerta de nuestra casa y te dejo dormir en la calle!"

Entonces Zoraik ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

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Capítulo 458: Y cuando llegó la 460ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 460ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Entonces Zoraik salió de su casa a toda prisa, y por atajos llegó antes que Azogue a casa de Ahmad-la-Tiña, donde sabía que se alojaba el joven; abrió el picaporte de la puerta valiéndose de diversas llaves con que iba siempre pertrechado, la cerró con cuidado tras él y esperó tranquilamente a Azogue que no tardó en llegar a su vez y llamar como tenía por costumbre. Entonces preguntó Zoraik, simulando la voz de Hassán-la-Peste: "¿Quién es?" El joven contestó: "¡Alí el egipcio!" El viejo le preguntó: "¿Y traes la bolsa de ese bribón de Zoraik?" Alí contestó: "¡La traigo!" El otro dijo: "¡Pásamela entonces por el ventanillo antes de que te abra la puerta, porque he hecho con la Tiña una apuesta de la que ya te hablaré!" Y Azogue pasó la bolsa por el ventanillo de la puerta de Zoraik, quien al punto escaló la terraza y desde allí saltó a la terraza de una casa contigua, por cuya escalera bajó, y abriendo la puerta, se escapó a la calle y se encaminó a su casa.

En cuanto a Alí Azogue, estuvo esperando en la calle mucho rato; pero cuando vio que no se decidía nadie a abrirle, llamó a la puerta con un golpe terrible, que despertó a toda la casa, y exclamó Hassán-la-Peste: "¡Alí está a la puerta! ¡Ve a abrirle enseguida, ¡oh Lomo-de-Camello!" Luego, cuando hubo entrado Azogue, le preguntó irónico: "¿Y la bolsa del bribón?" Azogue exclamó: "¡Basta de chanzas, maestro! ¡Ya sabes que te la he dado por el ventanillo de la puerta!" Al oír estas palabras, Hassán-la-Peste se cayó de trasero por la fuerza explosiva de su risa, y exclamó: "¡Todo está por hacer de nuevo, ¡ya Alí! ¡Zoraik ha recuperado lo suyo!"

Entonces Azogue reflexionó un instante, y exclamó: "¡Por Alah, oh maestro! que como de esta hecha no te traiga la tal bolsa, no quiero considerarme digno de mi nombre!" Y sin tardanza corrió por el camino más corto a casa de Zoraik, llegando antes que éste; penetró en ella por la terraza contigua, y empezó por entrar al aposento donde dormía la negra con su hijo, el pequeñuelo a quien debían circuncidar al día siguiente. Y se abalanzó primeramente a la negra, la inmovilizó en su colchón atándole brazos y piernas y la amordazó; luego cogió al pequeñuelo, a quien también amordazó, le puso en un cesto lleno de pasteles, calientes todavía, que estaban preparados para la fiesta del día siguiente, y fue a asomarse a la ventana, esperando la llegada de Zoraik, que no tardó en llamar a la puerta.

Entonces Azogue, simulando la voz y el modo de hablar de la negra, preguntó: "Eres tú, ¡ya sidi!?" El viejo contestó: "¡Sí, soy yo!" Azogue dijo: "¿Traes la bolsa?" Zoraik dijo: "¡Mírala!" "¡No la veo en la oscuridad! ¡Y no te abriré la puerta mientras no haya contado el dinero! ¡Voy a bajar por la ventana un cesto y la pondrás en él! ¡Y te abriré la puerta luego!" Después Azogue bajó por la ventana un cesto, donde Zoraik puso la bolsa; y entonces se apresuró a subirlo el joven. Cogió la bolsa, el pequeñuelo y el cesto de pasteles y huyó por el camino por donde había ido, para llegar a casa de Ahmad-la-Tiña y poner por fin entre las manos de Hassán-la-Peste el triple botín triunfal. Al ver aquello, la-Peste le felicitó mucho y quedó muy complacido de él; y todos se pusieron luego a comer los pasteles de la fiesta, gastando mil bromas a costa de Zoraik.

En cuanto a Zoraik, esperó en la calle mucho rato a que le abriese su esposa la negra; pero la negra no acudía, e impaciente, acabó por llamar a la puerta con golpes tan redoblados, que despertaron todos los vecinos y perros del barrio. Y no le abría nadie. Entonces derribó la puerta, y subió al aposento de su esposa, y vio lo que vio.

Cuando tras de libertar a su esposa se enteró por ella de lo que acababa de ocurrir, se golpeó con fuerza el rostro, se mesó la barba, y de aquella manera corrió a llamar a la puerta de Ahmad-la-Tiña. Ya había amanecido, y estaba levantado todo el mundo. Así es que Lomo-de-Camello fue a abrir e introdujo a Zoraik en un estado deplorable en la sala de reunión, donde se le acogió con una carcajada general. Entonces se encaró él con Azogue, y le dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí! te has ganado la bolsa! ¡Pero devuélveme a mi hijo!" Y contestó Hassán-la-Peste: "Has de saber ¡oh Zoraik! que mi discípulo Alí Azogue está dispuesto a devolverte tu hijo y hasta tu bolsa, si quieres consentir en darle en matrimonio a la hija de tu hermana Dalila, a la joven Zeinab de quien está enamorado". El viejo contestó: "¿Y desde cuándo se imponen condiciones al padre para pedirle en matrimonio su hija?

¡Devuélvanseme antes el niño y la bolsa, y después ya hablaremos del asunto!" Entonces Hassán hizo una seña a Alí, quien al punto entregó a Zoraik el niño y la bolsa, y le dijo: "¿Cuándo va a ser el casamiento?"

Y Zoraik sonrió, y contestó: "¡Despacio! ¡Despacio! ¿Acaso crees, ¡ya Alí! que puedo disponer de Zeinab como de un carnero o de un pescado frito? ¡No puedo concedértela mientras no le aportes la dote que reclama!"

Azogue contestó: "¡Dispuesto estoy a aportarle la dote que reclama. “¿Qué es?"

Zoraik dijo: "¡Has de saber que hizo juramente no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la hubiese llevado antes como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 459: Pero cuando llegó la 461ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 461ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

¡... Has de saber que hizo juramento de no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la hubiese llevado antes, como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro!" Entonces exclamó Azogue: "¡Si no es más que eso, deseo perder todo derecho a casarme con Zeinab como no la lleve esta misma noche los presentes reclamados!"

Al oír estas palabras, le dijo Hassán-la-Peste: "¡Desgraciado de ti, ¡ya Alí! lo que acabas de jurar! ¡Eres hombre muerto! ¿Acaso no sabes que el judío Azaria es un mago pérfido, taimado y lleno de malicia? ¡A sus órdenes tiene a todos los genn y los efrits! ¡Vive fuera de la ciudad en un palacio construido con ladrillos de oro y plata alternados! Pero ese palacio, visible sólo cuando le habita el mago, desaparece a diario cuando su propietario viene a la ciudad para ventilar sus asuntos de usurero. Todas las noches, una vez que ha regresado a él, el judío se asoma a su ventana y enseña en una bandeja de oro el traje de su hija, gritando: "¡Oh vosotros todos, maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros del traje de mi hija Kamaria! ¡Y daré a Kamaria en matrimonio al que logre llevarse su traje!" Pero, ¡ya Alí! ni los ladrones más listos ni los bergantes más astutos de entre nosotros pudieron hasta ahora intentar la aventura sin sufrir sus consecuencias; porque el insigne mago ha convertido, a los que pretendieron emprender la hazaña, en mulas, en osos, en burros o en monos. ¡Te aconsejo, pues, que renuncies a la cosa y te quedes con nosotros!"

Pero Alí exclamó: "¡Qué vergüenza para mí si por esa dificultad renunciara yo al amor de la sensible Zeinab! ¡Por Alah, que me traeré el traje de oro y vestiré a Zeinab con él la noche de la boda, y pondré en su cabeza la corona de oro, y el cinturón de oro en torno de su talle exquisito, y la babucha de oro en su pie!" Y salió inmediatamente en busca de la tienda del judío mago y usurero Azaria.

Llegado que fué al zoco de los cambistas, Alí preguntó por la tienda, y le enseñaron al judío, que precisamente estaba ocupado en pesar oro en sus balanzas para meterlo luego en sacos y cargar los sacos a lomos de una mula atada a la puerta. ¡Era muy feo y de aspecto avinagrado! Y a Alí le impresionó un poco su fisonomía. Sin embargo, esperó a que el judío acabase de alinear los sacos, de cerrar su tienda y de cinchar su mula, siguiéndole sin ser notado. Y de tal suerte llegó tras él fuera de las murallas de la ciudad.

Comenzaba a preguntarse Alí hasta dónde iba a seguir andando aún, cuando de pronto vio al judío extraer del bolsillo de su manto un saco, meter en él la mano, sacarla llena de arena y arrojar la arena al aire soplando por encima de ella. Y al punto vio elevarse ante él un magnífico palacio de ladrillos de oro y plata alternados, con un inmenso pórtico de alabastro y escalones de mármol, por los que subió el judío con su mula para desaparecer en el interior. Pero algunos instantes más tarde, apareció en la ventana con una bandeja de oro en la que había un traje espléndido recamado de oro, una corona, un cinturón y la babucha de oro, y exclamó: "¡Oh vosotros todos, maestros en el arte de robar y bergantes del Irak, de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros de todo esto, y os pertenecerá mi hija Kamaria!"

Al ver y oír aquellas cosas, Azogue, que era muy juicioso, se dijo: "¡Por lo pronto, lo más prudente es ir a buscar a ese maldito judío y pedirle el traje con buenas palabras, explicándole lo que me ocurre con Zoraik!" Y levantó un dedo en el aire, gritando al mago: "¡Yo, Alí Azogue, el primero de los subalternos de Ahmad el mokaddem del califa, deseo hablarte!"

Y le dijo el judío: "¡Puedes subir!" Y cuando estuvo Alí en su presencia, le preguntó: "¿Qué quieres?" Y Alí le contó su historia, y le dijo: "¡Ahora, por último, necesito ese traje de oro y los demás objetos para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila!"

Al oír estas palabras, el judío se echó a reír, enseñando unos dientes espantosos, cogió una mesa con arena adivinatoria, y después de haber sacado el horóscopo de Alí, le dijo: "¡Escucha! ¡si aprecias tu vida y no quieres perderte sin remedio, sigue mi consejo! ¡Renuncia a tu proyecto! ¡Porque los que te impulsaron a emprender esa aventura no lo hicieron más que para perderte, como se han perdido todos los que intentaron ya la cosa! ¡Y cuenta que si no acabase yo de sacar tu horóscopo y saber por la arena que tu fortuna sobrepujará a mi fortuna, no hubiera vacilado, ciertamente, en cortarte el cuello!" Pero Alí, a quien inflamaron y estimularon estas últimas palabras, sacó de repente su alfanje, y amenazando con él al pecho del mago judío, exclamó: "¡Si no consientes en darme esos efectos ya, y en abjurar, además, de tus herejías y hacerte musulmán pronunciando el acto de fe, tu alma va a salir de tu cuerpo!" Entonces el judío extendió la mano como para pronunciar el acto de fe, y dijo: "¡Que se te seque la mano derecha!" E inmediatamente la mano derecha de Alí, con la cual sostenía el alfanje, se secó en la posición en que estaba, y el alfanje cayó al suelo. Pero lo recogió Alí con la mano izquierda y amenazó de nuevo el pecho del judío; mas éste pronunció: "¡Oh mano izquierda, sécate!" Y se secó la amenazadora mano izquierda de Alí, y el alfanje cayó al suelo. Entonces Alí, en el límite del furor, levantó la pierna derecha y quiso dar una patada en el vientre al judío; pero extendiendo éste su mano, pronunció: "¡Oh pierna derecha, sécate!" Y la pierna derecha de Alí se secó en el aire en la misma posición en que estaba, y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 460: Y cuando llegó la 462ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 462ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo. Y por más que quiso servirse de sus miembros inútiles, no consiguió más que perder el equilibrio, tan pronto cayéndose como levantándose, hasta que se quedó rendido, y le dijo el mago: "¿Has renunciado a tu proyecto?" Pero Alí replicó: "¡Necesito absolutamente los efectos de tu hija!" Entonces le dijo el judío: "¡Ah! ¿quieres los efectos? ¡Pues bien; voy a hacer que te los traigan!"

Y cogió una taza llena de agua, con la que le roció, y gritó: "¡Conviértete en burro!" Y al instante Alí Azogue se transformó en burro, con figura de burro, cascos herrados y orejas monumentales. Y se puso desde luego a rebuznar como un burro, levantando el hocico y la cola y sorbiendo el aire. Y el judío pronunció las palabras dominadoras para adueñarse de él completamente, y le obligó a bajar la escalera sobre sus patas traseras; y una vez que estuvieron en el patio del palacio, trazó un círculo mágico en la arena alrededor del burro; y al punto alzóse en torno a él una muralla que le encerraba en un recinto muy estrecho, del que no podía escaparse.

Por la mañana fué allá el judío, lo ensilló, lo embridó, lo montó, y le dijo al oído: "¡Vas a reemplazar a la mula!" Y le hizo salir del palacio encantado, el cual desapareció en seguida, y le guió por el camino de la tienda, adonde no tardó en llegar. Abrió su tienda, ató al borrico Alí en el sitio en que estaba atada la mula el día anterior y se puso a maniobrar con sus balanzas, sus pesos, su oro y su plata. Y el borrico Alí, que dentro de su piel conservaba todas sus facultades, excepto la de la palabra, se vio obligado, para no morirse de hambre, a morder con sus dientes su ración de habas secas; pero para consolarse desahogaba su mal humor soltando varias series de cuescos sonoros en la cara de los clientes.

Entretanto, llegó en busca del judío usurero Azaria un joven mercader arruinado por reveses de fortuna, y le dijo: "Estoy arruinado, y sin embargo, necesito ganarme la vida y mantener a mi esposa. ¡He aquí que te traigo sus brazaletes de oro, única y última propiedad que nos resta, para que me des a cambio su valor en dinero y pueda yo comprarme una mula o un asno y ejercer el oficio de vendedor de agua de riego". El judío contestó: "¿Piensas maltratar al asno que vas a comprar y darle mala vida si se niega a andar o a llevar cargas pesadas de agua?" El futuro arriero contestó: "¡Por Alah! ¡si se niega a trabajar, le obligaré a cumplir su tarea!" ¡Eso fué todo! Y el borrico Alí oyó semejantes palabras, y a manera de protesta, lanzó un cuesco espantoso.

En cuanto al judío Azaria, contestó a su cliente: "En ese caso, te cederé a cambio de esos brazaletes mi propio burro, que está ahí atado a la puerta. No tengas con él contemplaciones para que no se acostumbre a holgazanear; y cárgale bien el lomo, porque es robusto y joven".

Luego, terminada la compra, el vendedor de agua se llevó al borrico Alí, en tanto que pensaba éste para su ánima: "¡Ya Alí! ¡tu amo está dispuesto a cargarte al lomo unas aguaderas de madera dura y pesados odres grandes, y te obligará a hacer cada día diez carreras largas o más! ¡Indudablemente, estás perdido sin remedio!"

Cuando el vendedor de agua condujo el asno a su casa, dijo a su esposa que bajara a la cuadra a dar el pienso al animal. Y la esposa, que era joven y muy agradable a la vista, cogió la ración de habas y bajó en busca del borrico Alí para colgarle del pescuezo el saco de pienso. Pero el borrico Alí, que desde hacía un momento la miraba de reojo, se puso de pronto a resollar con fuerza y le dio un cabezazo que la tiró con las ropas desordenadas encima de la pila de beber las caballerías, la cubrió, acariciándole la cara con sus gruesos labios temblorosos, y puso de manifiesto su mercancía de burro, considerable herencia de burros antepasados.

Al ver aquello, la esposa del vendedor de agua empezó a lanzar gritos tan agudos que al punto acudieron a la cuadra todas las vecinas, y al ver el espectáculo, se apresuraron a hacer bajar el asno de la mujer derribada. Y he aquí que también llegó el marido que hubo de preguntarle: "¿Qué te pasa?" Ella le escupió en la cara y le dijo: "¡Ah hijo de adulterinos! ¿no supiste comprar en todo Bagdad más que este asno acosador de mujeres? ¡Por Alah! ¡escoge entre el divorcio o la devolución de este borrico!". El marido preguntó: "¿Pero qué ha hecho este borrico?" Ella dijo: "¡Me ha derribado y me ha cubierto! ¡Y si no es por las vecinas, me habría penetrado espantosamente!" Entonces el vendedor de agua la emprendió a estacazos con el asno, y acabó por llevársele de nuevo al judío, a quien dio cuenta de sus atentados inconvenientes y le obligó a quedarse con él otra vez y a restituirle los brazaletes.

Cuando se hubo marchado el vendedor de agua, el mago Azaria se encaró con el borrico Alí y le dijo: "¿Conque te dedicas a hacer bribonadas con las mujeres, !oh malvado!? ¡Espera! ¡ya que estás contento con tu condición de asno y no refrenas tus caprichos desvergonzados, te voy a convertir en algo que sea la irrisión de pequeños y grandes!" Y cerró su tienda, cinchó al burro y salió de la ciudad.

Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 461: Y cuando llegó la 463ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 463* NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado, y penetró con el burro en el recinto protector alzado en un extremo del patio. Comenzó por murmurar ante el borrico Alí palabras cabalísticas, y le roció con algunas gotas de agua, que le tornaron a su primera forma humana; luego, manteniéndose a cierta distancia de él, le dijo: "¿Quieres ¡ya Alí! seguir ahora mis consejos, y antes de que te metamorfosee bajo cualquier otra forma peor que la primera, renunciar a tu proyecto temerario y marcharte por tu camino?" El joven contestó: "¡No, ¡por Alah! ya que está escrito que mi fortuna sobrepujará a tu fortuna, necesito matarte o apoderarme del traje de Kamaria y convertirte a la fe del Islam!"

Y quiso precipitarse sobre el mago Azaria, que, al ver aquello, extendió la mano y le arrojó al rostro algunas gotas del agua que contenía la taza grabada con palabras talismánicas, gritándole: "¡Conviértete en oso!" Y al punto Alí Azogue quedó transformado en oso, con una gruesa cadena unida a una anilla de hierro que le atravesaba el hocico, y con bozal, como los osos amaestrados para que bailen. Luego se inclinó el judío al oído del joven, y le dijo: "¡Ah malvado, eres semejante a la nuez, de la que no puede uno servirse mientras no le rompe la cáscara!" Y le ató a una estaca hincada en el recinto fortificado, y no fue a buscarle hasta el día siguiente. Montó entonces en su mula de los días anteriores y arrastró detrás de él al oso Alí a la tienda después de haber hecho desaparecer el castillo encantado, y le ató junto a la mula, para ocuparse luego de su oro y de sus clientes. ¡Y el oso Alí oía y comprendía, pero no podía hablar!

Entretanto, acertó a pasar por delante de la tienda un hombre que vio al oso encadenado, y entró al instante para preguntar al judío: "¡0h maese Azaria! ¿quieres venderme ese oso? A mi esposa, que está enferma, la han recetado carne de oso y grasa de oso para ungüentos: pero no encuentro nada de eso por ninguna parte". El mago le dijo: "¿Vas a inmolarle en seguida o le cebarás primero para que te dé más ungüento?" El otro contestó: "Está bastante gordo así para lo que necesita mi esposa. ¡Y hoy mismo voy a hacer que le degüellen!" El mago repuso en el límite de la alegría: "¡Puesto que es para bien de tu esposa, te lo cedo de balde!" Entonces el hombre se llevó al oso a su casa y llamó a un carnicero que llegó con dos hachas grandes, poniéndose a afilarlas una contra otra después de remangarse. Al ver aquello, el aprecio en que tenía su alma duplicó las fuerzas del oso Alí, que, en el momento en que le derribaban para degollarle, saltó súbito de entre las manos de sus verdugos, y voló más que corrió hasta el palacio del mago.

Cuando Azaria vió volver al oso Alí, se dijo: "¡Voy a hacer aún con él la última tentativa!" Le roció, como de costumbre, y le devolvió su forma humana después de haber llamado aquella vez a su hija Kamaria para que presenciase la metamorfosis. Y la joven vio a Alí en su forma humana y le encontró tan hermoso, que concibió en su corazón un amor violento hacia él. Así es que encarándosele, le preguntó: "¿Es verdad, ¡oh hermoso joven! que no es a mí a quien deseas, sino sólo mi traje y mis efectos?" El contestó: "¡Es verdad! ¡Porque se los destino a Zeinab, la sensible hija de Dalila, la lista!" Estas palabras sumieron a la joven en un dolor y una consternación grandes,'haciendo exclamar a su padre: "¡Tú misma oíste al malvado! ¡No se arrepiente!" Y roció al instante a Alí con el agua de la taza talismánica, gritándole: "¡Vuélvete perro!" Y Alí se encontró en seguida convertido en perro callejero; y el mago le escupió en la cara y le dió un puntapié, echándole del palacio.

El perro Alí empezó a vagabundear extramuros de la ciudad; pero como no encontraba nada que comer, se decidió a entrar en Bagdad. Y he aquí que inmediatamente le acogieron los ladridos de todos los perros de los diversos barrios por donde pasaba, que al ver a aquel extranjero a quien no conocían y que así violaba las fronteras de que eran ellos guardianes, hubieron de perseguirle a dentelladas hasta los límites respectivos. Y de tal suerte iba el intruso de sitio en sitio, acosado y mordido cruelmente por doquiera; pero por fin pudo refugiarse en una tienda abierta que por casualidad estaba enclavada en territorio neutral. Por cierto que el propietario, que era un prendero vendedor de objetos de segunda mano, al ver a aquel desgraciado perro con la cola entre piernas, perseguido furiosamente por el ejército de los demás perros, cogió su bastón y le defendió contra los agresores, que acabaron por dispersarse ladrando desde lejos. Entonces, para demostrar su agradecimiento al prendero, el perro Alí se echó a sus pies con lágrimas en los ojos y le acarició, lamiéndole y moviendo la cola con emoción. Y permaneció a su lado hasta la noche, diciéndose: "¡Más vale ser perro que mono, por ejemplo, o algo peor todavía!" Y por la noche, cuando el prendero cerró su tienda, se pegó a él y le siguió a su casa.

Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro, y exclamó ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 462: Pero cuando llegó la 464ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 464ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro y exclamó: "¡Oh padre mío! ¿cómo te atreves a hacer entrar en el aposento de tu hija a un extraño?" El prendero dijo: "¿Quién es ese extraño? ¡No hay aquí nadie más que un perro!" Ella contestó: "¡Ese perro no es otro que Alí Azogue, de El Cairo, que fué hechizado por el judío Azaria el mago a causa del traje de su hija Kamaria!" Al oír estas palabras, el prendero se encaró con el perro, y le preguntó: "¿Es verdad eso?" Y el perro hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Y continuó la joven: "¡Dispuesta estoy, si quiere casarse conmigo, a devolverle su primitiva forma humana!" Y exclamó el prendero: "¡Por Alah! ¡oh hija mía! ¡Devuélvele su forma, y sin duda se casará contigo! Luego se volvió hacia el perro, y le preguntó:

"¡Ya lo has oído! ¿Consientes en ello?" El perro meneó la cola e hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Entonces la joven cogió una taza talismánica llena de agua, y comenzaba a pronunciar sobre ella las palabras conjuratorias, cuando de improviso se dejó oír un grito estridente y la esclava de la joven entró entonces en el aposento diciendo a su ama: "¿Qué fué ¡oh mi señora! de la promesa y del pacto que entre las dos hicimos? ¡Cuando te enseñé la hechicería, me juraste no verificar nunca una operación mágica sin consultarme! precisamente también yo quiero casarme con el joven Alí Azogue, que ahora está convertido en perro: y no consentiré que se le transforme en hombre más que con la condición de que nos pertenezca a ambas en común y pase una noche conmigo y una noche contigo!" Y en cuanto la joven accedió a este arreglo, su padre le preguntó, muy asombrado de todo aquello: "¿Y desde cuándo estás iniciada en la hechicería?" Ella contestó: "¡Desde que llegó esta esclava nueva, que la había aprendido estando al servicio del judío Azaria, pues a hurtadillas hojeaba los libros mágicos y los volúmenes antiguos de ese insigne mago!"

Tras de lo cual cada una de las dos jóvenes cogió una taza talismánica, y después de haber murmurado en lengua hebrea algunas palabras, rociaron con el agua al perro Alí, diciéndole: "¡Por las virtudes, y los méritos de Soleimán, torna a convertirte en un ser humano vivo! Y al instante saltó sobre sus dos pies Alí Azogue, más joven y más hermoso que nunca. Pero en aquel mismo momento se dejó oír un grito estridente, abriose de par en par la puerta, y una maravillosa joven hizo su entrada en la estancia, llevando en sus brazos dos bandejas de oro superpuestas; en la bandeja áurea de abajo estaban el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro, y en la bandeja de arriba, que era más pequeña, estaba la cabeza cortada del judío Azaria, sanguinolenta y con los ojos extraviados.

"Porque aquella tercera joven tan bella no era otra que Kamaria, la hija del mago, que poniendo las dos bandejas a los pies de Alí Azogue le dijo: "¡Aquí te traigo, ¡oh Alí! los efectos que codiciabas y la cabeza de mi padre el judío, porque te amo! ¡Sabrás también que me he vuelto musulmana ahora!" Y pronunció: "¡No hay más dios que Alah! ¡Y Mohammed es el enviado de Alah!".

Al oír estas palabras, contestó Alí Azogue: "¡Consiento en casarme contigo a la vez que con estas dos jóvenes que están aquí, ya que siendo mujer y contra los usos corrientes, me traes un presente nupcial tan hermoso! ¡Pero es con la condición de regalar estos objetos a Zeinab, hija de Dalila, a quien deseo tener como cuarta esposa, pues que la ley permite cuatro esposas legítimas!'" Kamaria accedió a ello, y también las otras dos jóvenes. Y preguntó, el prendero: "¿Nos prometerás, por lo menos, no tomar concubinas además de tus cuatro esposas legítimas?" Alí contestó: "¡Lo prometo!" Y cogió la bandeja de oro que contenía los efectos de Kamaria, y salió para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila.

Mientras se dirigía a casa de Dalila, vió a un vendedor ambulante que llevaba a la cabeza una bandeja grande con confituras secas, halawa y almendras garrapiñadas, y se dijo: "¡Estará bien que lleve conmigo dulces de estos para dárselos a Zeinab!" Y he aquí que el vendedor, que parecía acecharle, le dijo: "¡Oh mi amo, no hay en Bagdad quien saque como yo la confitura de zanahorias con nueces! ¿Cuánto necesitas? ¡Pero antes de comprarme nada, prueba este pedacito y dime cómo lo encuentras!" Y Azogue cogió el pedazo y se lo tragó. Pero en el mismo momento cayó al suelo como inanimado. El pedazo de confitura estaba mezclado con bang; y el vendedor no era otro que Mahmud el Aborto, que ejercía el oficio lucrativo de despojar a sus clientes. Había visto todas las cosas hermosas que llevaba Azogue, y le había narcotizado para robárselas. En efecto, no bien quedó Azogue tendido sin movimiento, el Aborto se apoderó del traje de oro y de las demás cosas y se dispuso a huir; pero de pronto apareció a caballo Hassán-la- Peste, acompañado por sus cuarenta guardias, y vio al ladrón y le detuvo. Y el Aborto no tuvo más remedio que declarar y enseñar a Hassán aquel cuerpo tendido en el suelo. Al punto Hassán, que desde la desaparición de Alí recorría en busca suya con sus guardias todos los barrios de Bagdad, hizo traer contrabang y se lo administró. Y cuando hubo despertado el joven, sus primeras palabras fueron para pedir noticias de los efectos que llevaba a Zeinab. Y Hassán se los enseñó, y después de las efusiones propias del encuentro, le felicitó por su destreza, y le dijo: "¡Por Alah, nos superas a todos!" Luego le condujo a casa de Ahmad-la-Tiña, y tras nuevas zalemas por una y otra parte, se hizo contar toda la aventura, y le dijo: "¡Pues entonces el palacio encantado del mago te corresponde por derecho propio, ya que una de tus cuatro esposas va a ser Kamaria! ¡Allí celebraremos tus bodas cuádruples! Voy al instante a llevar a Zeinab de tu parte los presentes y a decidir a su tío Zoraik a que te la conceda en matrimonio. ¡Y te lo prometo que no rehusará esta vez el viejo bribón! ¡En cuanto a Mahmud el Aborto no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en su familia...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 463: Pero cuando llegó la 465ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 465* NOCHE[editar]

Ella dijo.

"¡... En cuanto a Mahmud el Aborto, no podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al entrar tú en la familia!"

Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a Zeinab dedicadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les dijo que hicieran ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nupciales que habían reclamado para dote de Zeinab, y les dijo: "¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para Hassán!" Y Dalila y Zoraik aceptaron los presentes, y dieron su consentimiento para el casamiento de Zeinab con Alí Azogue.

Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche, ante el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste con su cuarenta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab, hija de Dalila; con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del prendero. Y se celebraron suntuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda era Zeinab, según todas las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de desposada. Y por cierto que iba vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro; y las otras tres jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor de la luna.

Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales, penetrando primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla imperforada y una cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y luego penetró por turno en cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló absolutamente perfectas de belleza y de virginidad, se deleitó también con ellas y les tomó lo que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se hizo por una y otra parte con toda generosidad y a completa satisfacción.

Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta noches; y no se perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se rió, y se cantó, y se divirtieron extremadamente los invitados.

Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de reiterarle sus felicitaciones, le dijo: "¡Ya Alí! ¡he aquí que te llegó la hora de ser presentado a nuestro amo el califa para que te otorgue sus favores!" Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer su entrada el califa.

Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del joven predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y empujado por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos. Luego se levantó, y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de seda, la descubrió ante el califa. Y se vió la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.

Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: "¿De quién es esta cabeza?" Y contestó Azogue: "¡Del mayor de tus enemigos, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne mago capaz de destruir Bagdad con todos sus palacios!" Y contó a Harún Al-Raschid toda la historia desde el principio hasta el fin sin omitir un detalle.

Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente general de policía, con la misma categoría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos que Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: "¡Vivan los bravos como tú, ¡ya Alí! ¡Quiero que me pidas alguna cosa mas!" Azogue contestó: "¡La eterna duración de la vida del califa, y permiso para hacer venir de El Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles aquí como guardias, al igual de los de mis dos colegas!" Y contestó el califa: "¡Ya puedes hacerlo!" Luego ordenó a los más hábiles escribas del palacio que escribieran cuidadosamente aquella historia y la encarpetaran en los archivos del reino para qué a la vez sirviese de lección y de diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros creyentes en Alah y en su profeta Mahomed, el mejor de los hombres (¡con El la plegaria y la paz!).

¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fué a visitarles la Destructora de Alegrías y la Separadora de los Amigos!

¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia verídica de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-Peste, Alí Azogue y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glorificado y exaltado sea!) es más sabio y más penetrante!

Luego añadió Schehrazada: "No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es más verídica que la de JUDER EL PESCADOR y sus hermanos". Y en seguida contó:

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 464: Historia de Juder el pescador o el saco encantado



HISTORIA DE JUDER EL PESCADOR O EL SACO ENCANTADO[editar]

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había antaño un mercader llamado Omar, que tenía una posteridad de tres hijos: uno se llamaba Salem, el segundo se llamaba Salim y el más pequeño se llamaba Juder. Les educó hasta que llegaron a la edad de hombres; pero como quería a Juder mucho más que a sus hermanos, notaron éstos tal preferencia, se apoderó de ellos la envidia y detestaron a Juder. Así es que, cuando el mercader Omar, que era hombre cargado ya de años, notó a su vez el odio que sus dos hijos mayores tenían al hermano, temió que a su muerte hiciesen sufrir a Juder. Congregó, pues, a los miembros de su familia y a algunos hombres de ciencia, así como a diversas personas que por orden del kadí se ocupaban de las sucesiones, y les dijo: "¡Que traigan todos mis bienes y todas las telas de mi tienda!" Y cuando se lo llevaron todo, dijo: "¡Dividid estos bienes y estas telas en cuatro partes, como manda la ley!" Y lo dividieron en cuatro partes. Y el anciano dio a cada uno de sus hijos una parte, guardó para sí la cuarta parte, y dijo: "Esa era toda mi fortuna y se la he repartido en vida para que nada tengan que reclamarme ni reclamarse entre ellos y no disputen a mi muerte. ¡En cuanto a la cuarta parte que me reservé, será para mi esposa, la madre de mis hijos, a fin de que con ella pueda atender a sus necesidades!"

Y he aquí que poco tiempo después murió el anciano; pero sus hijos Salem y Salim no quisieron contentarse con el reparto que se había hecho, y reclamaron a Juder parte de lo que le había tocado, diciéndole: "¡La fortuna de nuestro padre fué a parar a tus manos...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 465: Y cuando llegó la 466ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 466ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos!"

Y Juder se vio obligado a recurrir en contra de ellos a los jueces y a hacer comparecer a los testigos musulmanes que habían asistido al reparto y que dieron fe de lo que sabían; así es que el juez prohibió a los dos hermanos mayores que tocaran el patrimonio de Juder. Pero los costos del proceso hicieron perder a Juder y a sus hermanos parte de lo que poseían. Aquello, sin embargo, no impidió que estos últimos conspiraran contra Juder, el cual se vio obligado a apelar una vez más en contra de ellos a los jueces; y de nuevo el pleito les hizo gastar a los tres una buena parte de su peculio en las costas. Pero no cejaron en sus propósitos, y fueron a un tercer juez, y luego al cuarto, y así sucesivamente, hasta que los jueces se comieron toda la herencia, y los tres quedaron tan pobres que no tenían ni una moneda de cobre para comprarse un panecillo y una cebolla.

Cuando los dos hermanos Salem y Salim se vieron en aquel estado, como ya no podían reclamar nada a Juder, que estaba tan miserable como ellos, conspiraron contra su madre, a la que engañaron y despojaron después de maltratarla. Y la pobre mujer fué llorando en busca de su hijo Juder, y le dijo: "¡Tus hermanos me han hecho tal y cual cosa! ¡Y me han privado de mi parte de herencia!" Y empezó a proferir imprecaciones contra ellos.

Pero Juder le dijo:

"¡Oh madre mía! ¡no lances contra ellos imprecaciones! ¡Porque ya se encargará Alah de tratar a cada cual según sus actos! Por lo que a mí respecta, no quiero denunciarles al kadí y a los demás jueces, porque los procesos exigen dispendios, y en juicios perdí todo mi capital. Vale más, pues, que nos resignemos al silencio ambos. Después de todo, ¡oh madre! no tienes más que venirte a vivir conmigo y te cederé el pan que yo coma. Encárgate tú ¡oh madre mía! de hacer votos por mí, y Alah me concederá lo necesario para mantenerte.

En cuanto a mis hermanos, déjales, que ya recibirán del Juez Soberano la recompensa por su acción, y consuélate con estas palabras del poeta:

¡Si te oprime el insensato, sopórtale con paciencia; y no cuentes para vengarte, más que con el tiempo!
¡Pero evita la tiranía! ¡porque si una montaña oprimiera a otra montaña, sería rota a su vez por otra más sólida que ella y volaría hecha trizas!

Y Juder siguió prodigando a su madre palabras de consuelo, acariciándola y calmándola, y consiguió así aliviarla y decidirla a que se fuera a vivir con él. Y para ganarse el sustento, se procuró una red de pesca, y todos los días se iba a pescar al Nilo, en Bulak, a los estanques grandes o a otros sitios en que hubiese agua; y de aquel modo sacaba una ganancia de diez monedas de cobre unas veces, de veinte, otras, de treinta otras; y se lo gastaba todo en su madre y en sí mismo; así es que comían bien y bebían bien.

En cuanto a sus dos hermanos, no poseían nada; ni oficio, ni venta, ni compra. Abrumábanles la miseria, la ruina y todas las calamidades; y como no tardaron en disipar lo que habían arrebatado a su madre, quedaron reducidos a la más miserable condición, y se convirtieron en dos mendigos desnudos que carecían de todo. Así es que se vieron obligados a recurrir a su madre y a humillarse ante ella hasta el extremo, y a quejársele del hambre que les torturaba. ¡ Y el corazón de una madre es compasivo y piadoso! Y conmovida de su miseria, su madre les daba los mendrugos que sobraban y que con frecuencia estaban mohosos; y les servía también las sobras de la comida de la víspera, diciéndoles: "¡Comed pronto y marchaos antes de que vuelva vuestro hermano, pues al veros aquí se disgustará y se le endurecerá el corazón en contra mía, con lo que me comprometeréis ante él!"

Y se daban prisa ellos a comer y a marcharse. Pero un día entre los días, entraron en casa de su madre, que, como de costumbre, les sacó manjares y pan para que comiesen; y entró de pronto Juder. Y la madre se quedó muy avergonzada y bastante confusa; y temiendo que se enfadase con ella, bajó la cabeza, con miradas muy humildes para su hijo. Pero Juder lejos de mostrarse contrariado sonrió a sus hermanos, y les dijo: '¡Bienvenidos seáis, oh hermanos míos! ¡ Y bendita sea vuestra jornada! ¿Pero qué os ocurrió para que al fin os hayáis decidido a venir a vernos en este día de bendición?" Y se colgó a su cuello, y les abrazó con efusión, diciéndoles: "¡En verdad que hicisteis mal en dejarme languidecer así con la tristeza de no veros! ¡No vinisteis nunca a mi casa para saber de mí y de vuestra madre!" Ellos contestaron: "¡Por Alah! ¡oh hermano nuestro! también nos hizo languidecer el deseo de verte; y no nos ha alejado de ti más que la vergüenza por lo que hubo de pasar entre nosotros y tú. ¡Pero henos aquí ya en extremo arrepentidos! ¡Sin duda aquella fué obra de Satán (¡maldito sea por Alah el Exaltado!), y ahora no tenemos otra bendición que tú y nuestra madre!"

Y Juder, muy conmovido con estas palabras, les dijo: "¡Y yo no tengo otra bendición que vosotros dos, hermanos míos!" Entonces la madre se encaró con Juder, y le dijo: "¡Oh hijo mío, blanquee Alah tu rostro y aumente tu prosperidad, pues eres el más generoso de todos nosotros, ¡oh hijo mío!" Y dijo Juder: "¡Bienvenidos seáis y venid conmigo! ¡Alah es generoso, y en la morada hay abundancia!" Y acabó de reconciliarse con sus hermanos, que cenaron en su compañía y pasaron la noche en su casa.

Al día siguiente almorzaron todos juntos, y Juder, cargado con su red, se marchó confiando en la generosidad del Abridor, mientras sus dos hermanos se iban por otra parte y permanecían ausentes hasta mediodía para volver a comer con su madre. En cuanto a Juder, no volvía hasta la noche llevando consigo carne y verduras compradas con su ganancia del día. Y así vivieron durante el transcurso de un mes, pescando Juder peces para venderlos y gastar el producto con su madre y sus hermanos, que comían y triunfaban.

Pero un día entre los días...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 466: Y cuando llegó la 467ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 467* NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Pero un día entre los días, Juder echó su red al río, y cuando la recogió, la encontró vacía; la echó por segunda vez, y la recogió vacía; entonces dijo para sí: "¡No hay pescado en esta parte!" Y cambió de sitio, y echando su red, la recogió vacía de nuevo. Cambió de sitio por segunda vez, por tercera vez, y así sucesivamente, desde por la mañana hasta por la noche, sin conseguir pescar ni un solo gobio. Entonces exclamó: "¡Oh prodigios! ¿No habrá ya peces en el agua? ¿0 será otra cosa la causa de ello?" Y como caía la tarde, se cargó la red a la espalda y regresó muy apenado, muy triste, apesadumbrándose y preocupándose por sus hermanos y su madre, sin saber cómo iba a arreglarse para darles de cenar; y de tal suerte pasó por delante de una panadería, donde tenía costumbre de entrar a comprar el pan para la noche. Y vio a la muchedumbre de clientes que con el dinero en la mano se apretujaban para comprar pan, sin que el panadero se fijase en él. Y Juder se apartó tristemente, mirando a los compradores y suspirando. Entonces le dijo el panadero: "¡La bienvenida sobre ti, oh Juder! ¿Necesitas pan?" Pero Juder guardó silencio. El panadero le dijo: "¡Aunque no traigas dinero encima, llévate lo que necesites, y ya me lo pagarás!"

Y Juder le dijo entonces: "¡Dame pan por valor de diez monedas de cobre, y quédate con mi red en prenda!" Pero contestó el panadero: "No, ¡oh pobre! tu red es la puerta de tu ganancia, y si me quedara yo con ella, te cerraría la puerta de la subsistencia. ¡He aquí, pues, los panes que sueles comprar! Y he aquí la parte mía de diez monedas de cobre, por si acaso las necesitas. ¡Y mañana ¡ya Juder! me traerás pescado por valor de veinte monedas de cobre!"

Y contestó Juder: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y después de dar al panadero muchas gracias, cogió el pan y las diez monedas de cobre, con las cuales fué a comprar carne y verduras, diciéndose: "¡Mañana el Señor me procurará los medios de desquitarme, y disipará mis preocupaciones!" Y volvió a su casa, y su madre hizo la cena como de ordinario. Y Juder cenó y se fue a dormir.

Al día siguiente cogió su red y se preparó para salir; pero le dijo su madre: "¡Qué ¿te vas sin comer el pan que tomas por la mañana?!" El contestó: "Cómetelo tú con mis hermanos, ¡oh madre!" Y se fue al río, donde echó su red por primera, segunda y tercera vez, cambiando de sitio varias veces, y llegó la hora de la plegaria de la siesta sin que pescase nada. Entonces recogió su red y regresó desolado en extremo; y como no había otro camino para dirigirse a su casa, se vio obligado a pasar por delante de la panadería, y al verle el panadero le contó diez nuevos panes y diez monedas de cobre, y le dijo: "¡Toma eso y vete! ¡Y mañana llegará lo que la suerte ha decidido que no llegue hoy!" Y Juder quiso excusarse; pero el panadero le dijo: "No tienes para qué disculparte conmigo, ¡oh pobre! ¡Si hubieras pescado algo, ya me habrías pagado! ¡Y si no pescas nada mañana, ven sin vergüenza aquí, porque tienes crédito a plazo ilimitado!"

Tampoco al día siguiente pescó Juder nada en absoluto, y una vez más se vio obligado a presentarse en casa del panadero; y tuvo la misma mala suerte durante siete días seguidos, al cabo de los cuales se le puso muy angustiado el corazón, y dijo para sí: "Hoy voy a ir a pescar al lago Karún. ¡Acaso encuentre mi destino allí!"

Fue, pues, al lago Karún, situado no lejos de El Cairo, y se disponía a echar su red, cuando vio ir hacia él a un moghrabín montado en una mula. Iba vestido con un traje extraordinariamente hermoso, y tan envuelto estaba en su albornoz y en su pañuelo de la cabeza, que no se le veía más que un ojo. También la mula estaba cubierta y enjaezada con tisú de oro y sedas, y a la grupa llevaba unas alforjas de lana de color.

Cuando el moghrabín estuvo junto a Juder, se apeó de su mula, y dijo: "¡La zalema contigo, ¡oh Juder! ¡Oh hijo de Omar!" Y contestó Juder: "¡Y contigo la zalema, ¡oh mi señor peregrino!" El moghrabín dijo: "¡Oh, Juder, te necesito! ¡Si quieres obedecerme, alcanzarás grandes ventajas y una ganancia inmensa, y serás mi amigo, y arreglarás todos mis asuntos!"

Juder contestó: "¡Oh mi señor peregrino! dime ya lo que estás pensando, y te obedeceré en seguida!" Entonces le dijo el moghrabín: "¡Empieza, pues, por recitar el capítulo liminar del Korán!" Y Juder recitó con él la fatiha del Korán.

Entonces le dijo el moghrabín: "¡Oh, Juder, hijo de Omar! Vas a atarme los brazos con estos cordones de seda lo más sólidamente que puedas! Después de lo cual me arrojarás al lago y esperarás algún tiempo. Si ves aparecer por encima del agua una mano mía antes que mi cuerpo, echa en seguida tu red y sácame con ella a la orilla; pero si ves aparecer un pie mío fuera del agua, sabe que habré muerto. No te inquietes por mí ya entonces, coge la mula con las alforjas y ve al zoco de los mercaderes, donde encontrarás a un judío llamado Schamayaa. ¡Le entregarás la mula, y te dará él cien dinares, con los cuales te irás por tu camino!

¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 467: Pero cuando llegó la 468ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 468* NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!" Entonces contestó Juder: "¡Escucho y obedezco!" Y ató los brazos al moghrabín, que le decía: "¡Más fuerte todavía!" Y cuando acabó la cosa, lo levantó y lo tiró al lago. Luego esperó algunos instantes para ver qué pasaba.

Pero al cabo de cierto tiempo vió de pronto surgir del agua los dos pies del moghrabín.

Entonces comprendió que había muerto el hombre, y sin inquietarse más por él cogió la mula y fue al zoco de los mercaderes, donde, efectivamente, vio sentado en una silla, a la puerta de su tienda, al consabido judío, que exclamó al ver la mula: "¡No hay duda! ha perecido el hombre!" Luego prosiguió: "¡Ha sido víctima de la codicia!" Y sin añadir una palabra, tomó de manos de Juder la mula, v le contó cien dinares de oro, recomendándole que guardara el secreto. Juder cogió, pues, el dinero del judío, y se apresuró a ir en busca del panadero, al cual tomó el pan de costumbre, y dándole un dinar, le dijo: "¡Esto es para pagarte lo que te debo, oh mi amo!" Y el panadero echó la cuenta, y le dijo: "¡Todavía con lo que sobra, tienes pagado en mi casa el pan de dos días!"

Juder le dejó y fue en busca del carnicero y del verdulero, y dándoles un dinar a cada uno, les dijo: "¡Dadme lo que necesito y quedaos con el resto del dinero a cuenta de lo que compre más adelante!" Y compró carne y verduras y lo llevó todo a su casa, donde encontró a sus hermanos con mucha hambre y a su madre que les decía que tuviesen paciencia hasta la vuelta del hermano. Entonces dejó ante ellos las provisiones, sobre las cuales se precipitaron como ghuls, y empezaron por devorar todo el pan mientras se hacía la comida.

Al día siguiente, antes de marcharse, Juder entregó a su madre todo el oro que tenía, diciéndole: "¡Guárdalo para ti y para mis hermanos, a fin de que nunca carezcan de nada!"

Y cogió su red de pesca, y volvió al lago Karún; y ya iba a comenzar su trabajo, cuando vio avanzar hacia él a un segundo moghrabín que se parecía al primero e iba vestido con más riqueza y montado en una mula: "¡La zalema contigo, oh Juder, hijo de Omar!"

El pescador contestó: "¡Y contigo la zalema, oh mi señor peregrino!"

El otro dijo: "¿Viste ayer a un moghrabín montado en una mula como ésta?" Pero Juder, que tenía miedo que le acusaran por la muerte del hombre, se dijo que valdría más negar absolutamente, y contestó: "¡No, no vi a nadie!"

El segundo moghrabín sonrió y dijo: "¡Oh pobre Juder! ¿Acaso no sabes que no ignoro nada de lo que ha pasado? ¡El hombre a quien tiraste al lago y cuya mula vendiste al judío Schamayaa por cien dinares es mi hermano! ¿Por qué intentas negar?"

El pescador contestó: "Si sabías todo eso, ¿para qué me lo preguntas?"

El otro dijo: "Porque necesito ¡oh Juder! que me hagas el mismo servicio que a mi hermano". Y sacó de sus alforjas preciosas unos cordones gordos de seda, que entregó a Juder, diciéndole:

"¡Atame todo lo sólidamente que puedas y arrójame al agua! ¡Si ves salir mi pie antes que nada, es que habré muerto! Entonces cogerás la mula y se la venderás al judío por cien dinares!" Juder contestó: "¡Acércate, entonces!"

Y se acercó el moghrabín y Juder le ató los brazos, y levantándolo en alto lo tiró al fondo del lago.

Y he aquí que al cabo de algunos instantes vio salir del agua dos pies. Y comprendió que había muerto el moghrabín y se dijo:

"¡Ha muerto! ¡Que no vuelva y quédese con su calamidad! ¡Inschalah! ¿Vendrá a mí cada día un moghrabín para que le tire al agua, haciéndome ganar cien dinares?

Y cogió la mula y se fue en busca del judío, que exclamó al verle: "¡Ha muerto el segundo!"

Juder contestó: ¡Ojalá viva tu cabeza!" Y añadió el judío: "¡Esa es la recompensa de los ambiciosos!" Y se quedó con la mula y dio cien dinares a Juder, que volvió con su madre y se los entregó. Y le preguntó su madre: "¿Pero de dónde sacas tanto dinero, ¡oh hijo mío!?" Entonces le contó él lo que le había pasado; y su madre le dijo muy asustada: "¡No debes volver al lago Karún! ¡Tengo miedo que los moghrabines te acarreen alguna desgracia!"

El contestó: "¡Pero si los tiro al agua con su consentimiento! ¡oh madre! Además, ¿por qué no hacerlo, si el oficio de ahogador me reporta cien dinares diarios? ¡Por Alah! ¡que ahora quiero ir todos los días al lago Karún hasta que con mis manos ahogue al último de los moghrabines y no quede la menor señal de moghrabines!"

Al tercer día, pues, volvió Juder al lago Karún, y en el mismo instante vio llegar a un tercer moghrabín, que se parecía asombrosamente a los dos primeros, pero que les superaba aún en la riqueza de sus vestidos y en la hermosura de los jaeces con que estaba adornada la mula en que montaba; y detrás de él, en cada lado de las alforjas, había un bote de cristal con su tapadera. Se acercó aquel hombre a Juder, y le dijo: "¡La zalema contigo, oh, Juder, hijo de Omar!"

El pescador le devolvió la zalema, pensando: "¿Cómo me conocerán y sabrán mi nombre todos?"

El moghrabín le preguntó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 468: Cuando llegó la 469ª noche


CUANDO LLEGO LA 469* NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... El moghrabín le preguntó: "¿Has visto pasar moghrabines por aquí?" El pescador contestó: "¡Dos!" El otro preguntó: "¿Por dónde han ido?" El pescador dijo: "¡Les até los brazos y les tiré a este lago, en donde se ahogaron! ¡Y si te conviene seguir su suerte, puedo hacer contigo lo mismo!"

Al oír estas palabras, el moghrabín se echó a reír y contestó: "¡Oh, pobre! ¿No sabes que toda vida tiene fijado de antemano su término?"

Y se apeó de su mula, y añadió tranquilamente: "¡Oh Juder, deseo que hagas conmigo igual que hiciste con ellos!" Y sacó de sus alforjas unos cordones gordos de seda y se los entregó; y le dijo Juder: "¡Entonces deja que te coja las manos para atártelas a la espalda; y date prisa, porque estoy muy atareado y el tiempo apremia! ¡Por lo demás, estoy muy al corriente del oficio, y puedes tener confianza en mi habilidad de ahogador!"

Entonces el moghrabín le presentó los brazos. Juder se los ató a la espalda; luego lo levantó en alto y lo arrojó al lago, en donde le vió hundirse y desaparecer. Y antes de marcharse con la mula, esperó a que saliesen del agua los pies del moghrabín; pero con gran sorpresa por su parte, vió que surgían del agua las dos manos precediendo a la cabeza y al moghrabín entero, que le gritó: "¡No sé nadar! ¡Cógeme en seguida con tu red, oh pobre!" Y Juder le echó la red y consiguió sacarle a la orilla. A la sazón vió en las manos de aquel hombre, sin que lo hubiese notado antes, dos peces de color rojo como el coral, un pez en cada mano. Y el moghrabín se apresuró a coger de su mulo los dos botes de cristal, metió un pez en cada bote, los tapó, y colocó de nuevo los botes en las alforjas. Tras de lo cual volvió hacia Juder, y cogiéndole en brazos, se puso a besarle con mucha efusión en la mejilla derecha y en la mejilla izquierda; y le dijo: "¡Por Alah! ¡Sin ti no estaría vivo yo ahora, y no hubiera podido atrapar estos dos peces!" ¡Eso fué todo!

Y he aquí que Juder, que estaba inmóvil de sorpresa, acabó por decirle: "¡Por Alah, oh mi señor peregrino! ¡Si verdaderamente crees que intervine algo en tu liberación y en la captura de esos peces, cuéntame pronto, como única prueba de gratitud, lo que sepas con respecto de los dos moghrabines ahogados, y la verdad acerca de los dos peces consabidos y acerca del judío Schamayaa el del zoco!"

Entonces dijo el moghrabín:

"¡Oh Juder! Sabe que los dos moghrabines que se ahogaron eran hermanos míos. Uno se llamaba Abd Al-Salam y el otro se llamaba Abd Al-Abad. En cuanto a mí me llamo Abd Al-Samad. Y el que tú crees judío no tiene nada de judío, pues es un verdadero musulmán del rito malekita; su nombre es Abd Al-Rahim, y también es hermano nuestro. Y he aquí ¡ya Juder! que nuestro padre, que se llamaba Abd Al-Wadud, era un gran mago que poseía a fondo todas las ciencias misteriosas, y nos enseñó a sus cuatro hijos la magia, la hechicería y el arte de descubrir y abrir los tesoros más ocultos. Así es que hubimos de dedicarnos incesantemente al estudio de esas ciencias en las que logramos alcanzar tal grado de sabiduría, que acabamos por someter a nuestras órdenes a los genn, a los mareds y a los efrits.

"Cuando murió nuestro padre, nos dejó muchos bienes y riquezas inmensas. Entonces nos repartimos equitativamente los tesoros que nos dejó, los talismanes y los libros de ciencia; pero no nos pusimos de acuerdo sobre la posesión de ciertos manuscritos. El más importante de aquellos manuscritos era un libro titulado Anales de los Antiguos, verdaderamente inestimable de precio y de valor, que ni siquiera podría pagarse con su peso en pedrerías. Porque en él se encontraban indicaciones precisas acerca de la solución de los enigmas y los signos misteriosos. Y en aquel manuscrito precisamente había agotado nuestro padre toda la ciencia que poseía.

"Cuando comenzaba a acentuarse entre nosotros la discordia, vimos entrar en nuestra casa a un venerable jeique, el mismo que había educado a nuestro padre y le había enseñado la magia y la adivinación. Y aquel jeique, que se llamaba El Profundísimo Cohén, nos dijo: "¡Traedme ese libro!" Y le llevamos los Anales de los Antiguos, que cogió él y nos dijo: "¡Oh hijos míos, sois hijos de mi hijo, y no puedo favorecer a uno de vosotros en detrimento de los demás! ¡Es necesario, pues, que aquel de vosotros que desee poseer este libro vaya a abrir el tesoro llamado Al-Schamardal, y me traiga la esfera celeste, la redomita de kohl, el alfanje y el anillo, que todos estos objetos contiene el tesoro! ¡Y son extraordinarias sus virtudes! En efecto, el sello está guardado por un genni, cuyo sólo nombre da miedo pronunciarlo: se llama el Efrit Trueno-Penetrante. Y el hombre que se haga dueño de este anillo, puede afrontar sin temor el poderío de los reyes y sultanes; y cuando quiera podrá ser el dominador de la tierra en todo lo que tiene de ancha y larga. Quien posea el alfanje, podrá destruir a su albedrío ejércitos sin más que blandirlo, pues al punto saldrán de él llamas y relámpagos, que reducirán a la nada a todos los guerreros. Quien posea la esfera celeste, podrá viajar a su antojo por todos los puntos del universo sin molestarse ni cambiar de sitio, y visitar todas las comarcas de Oriente a Occidente. Para ello, le bastará tocar con el dedo el punto adonde quiere ir y las regiones que desea recorrer, y la esfera empezará a dar vueltas, haciendo desfilar ante sus ojos todas las cosas interesantes del país en cuestión, así como sus pobladores, todo cual si lo tuviese entre las manos. Y si a veces está quejoso de la hospitalidad de los indígenas de cualquier país o el recibimiento que le dispensó una ciudad entre las ciudades, le bastará dirigir el sol hacia el punto en que se encuentra la región enemiga, e inmediatamente será la tal presa de las llamas y arderá con todos sus habitantes. En cuanto a la redomita de kohl, quien se frota los párpados con el kohl que contiene, ve al instante todos los tesoros ocultos en la tierra. ¡Ya lo sabéis! Así, pues, el libro no le pertenecerá de derecho más que a quien realice la empresa; y quienes fracasen, no podrán hacer reclamación ninguna. ¿Aceptáis estas condiciones?" Contestamos: "Las aceptamos, ¡oh jeique de nuestro padre! ¡Pero no sabemos nada relativo a ese tesoro de Schamardal!" Entonces nos dijo: "Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 469: Pero cuando llegó la 470ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 470* NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra bajo la dominación de los dos hijos del rey Rojo. En otro tiempo vuestro padre trató de apoderarse de ese tesoro; pero para abrirlo era necesario apoderarse antes de los hijos del rey Rojo. Y he aquí que en el momento en que vuestro padre iba a ponerles la mano encima, se escaparon y fueron a arrojarse, transformados en peces rojos, al fondo del lago Karún, en las proximidades de El Cairo. Y como aquel lago estaba también encantado, por mucho que hizo vuestro padre no pudo atrapar a los dos peces. Entonces fué a buscarme y se me quejó de la ineficacia de sus tentativas. Y enseguida hice yo mis cálculos astrológicos y saqué el horóscopo; y descubrí que aquel tesoro de Schamardal no podía abrirse más que con ayuda y en presencia de un joven de El Cairo llamado Juder ben-Omar, pescador de oficio. Se encontrará el tal Juder a orillas del lago Karún. Y el encanto de ese lago no puede romperse más que por el propio Juder, que deberá atar los brazos a aquel cuyo destino sea bajar al lago; y le tirará al agua. Y el que se arroje allí tendrá que luchar contra los dos hijos encantados del rey Rojo; y si tiene la suerte de vencerlos y apoderarse de ellos, no se ahogará, y sobrenadará por encima del agua su mano antes que nada. ¡Y le recogerá Juder con su red! ¡Pero el que perezca, sacará del agua antes que nada los pies, y deberá ser abandonado!"

"Al oír estas palabras del jeique Profundísimo Cohén, contestamos: «¡Ciertamente, intentaremos la empresa, aun a riesgo de perecer!' Sólo nuestro hermano Abd Al-Rahim no quiso intentar la aventura, y nos dijo: "¡Yo no quiero!" Entonces le decidimos a que se disfrazara de mercader judío; y juntos convinimos en enviarle la mula y las alforjas para que se las comprase al pescador, dado caso de que pereciéramos en nuestra tentativa.

"Por lo demás, ya sabes ¡oh Juder! lo ocurrido. ¡Mis dos hermanos perecieron en el lago, víctimas de los hijos del rey Rojo! Y también yo creí sucumbir a mi vez luchando contra ellos cuando me tiraste al lago, pero gracias a un conjuro mental, logré desembarazarme de mis ligaduras, romper el encanto invencible del lago y apoderarme de los dos hijos del rey Rojo, que son estos dos peces color de coral que me has visto encerrar en los botes de mis alforjas. Y he aquí que esos dos peces encantados, hijos del rey Rojo son nada menos que dos efrits poderosos; y merced a su captura, por fin voy a poder abrir el tesoro de Schamardal.

"¡Pero para abrir el tal tesoro, es absolutamente necesario que estés presente, porque el horóscopo sacado por El Profundísimo Cohén predecía que la cosa no podría hacerse más que a tu vista!

"¿Quieres, pues, ¡oh Juder! consentir en ir conmigo al Maghreb, a un paraje situado cerca de Fas y Miknas, para ayudarme a abrir el tesoro de Schamardal? ¡Y te daré todo lo que pidas! ¡Y serás por siempre mi hermano en Alah! ¡Y después de ese viaje, regresarás entre tu familia con el corazón jubiloso!"

Cuando Juder hubo oído estas palabras, contestó: "¡Oh mi señor peregrino, tengo pendientes de mi cuello a mi madre y a mis hermanos! ¡Y soy yo el encargado de mantenerles! Así, pues, si consiento en marcharme contigo, ¿quién les dará el pan para alimentarse?" El moghrabín contestó: "¡Te abstienes sólo por pereza! ¡Si verdaderamente no te impide partir más que la falta de dinero y el cuidado de tu madre, estoy dispuesto a darte ya, mil dinares de oro para que subsista tu madre mientras tú vuelves, que será al cabo de una ausencia de cuatro meses apenas!" Al oír lo de los mil dinares, Juder exclamó: "¡Dame ¡oh peregrino! los mil dinares para que vaya a llevárselos a mi madre y parta luego contigo!" Y el moghrabín le entregó al punto los mil dinares, y el pescador fué a dárselos a su madre, diciéndole: "¡Toma estos mil dinares para tus gastos y los de mis hermanos, porque me marcho con un moghrabín a hacer un viaje de cuatro meses al Maghreb! Y haz votos por mí durante mi ausencia, ¡oh madre! y tu bendición me colmará de beneficios". Ella contestó: "¡Oh hijo mío, cómo me va a hacer languidecer de tristeza tu ausencia! ¡Y qué miedo tengo por ti!"

El joven dijo: "¡Oh madre mía! ¡nada hay que temer por quien está bajo la guarda de Alah! ¡Además, el moghrabín es un buen hombre!" Y le elogió mucho el moghrabín. Y su madre, le dijo: "¡Incline Alah hacia ti el corazón de ese moghrabín de bien! ¡Vete con él, hijo mío! ¡Acaso sea generoso contigo!"

Entonces Juder dijo adiós a su madre y se fué en busca del moghrabín.

Y al verle llegar el moghrabín le preguntó: "¿Consultaste a tu madre?" Juder contestó: "¡Sí, por cierto, e hizo votos por mí y me bendijo!" Díjole el otro: "¡Sube detrás de mí a la grupa!" Y Juder montó a lomos de la mula detrás del moghrabín, y de aquel modo viajó desde mediodía hasta media tarde.

Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 470: Pero cuando llegó la 471ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 471ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre. Pero como no veía provisiones en el saco de viaje, dijo al moghrabín: "¡Oh mi señor peregrino, me parece que se te olvidó de coger víveres para comer durante el viaje!" El otro contestó: "¿Acaso tienes hambre?" Juder dijo: "¡Ya lo creo! ¡Ualah!" Entonces el moghrabín paró la mula, echó pie a tierra seguido de Juder, y dijo a éste: "¡Dame el saco!"

Y cuando le dio el saco Juder, le preguntó: "¿Qué anhela tu alma, oh hermano mío?" Juder contestó: "¡Cualquier cosa!" El moghrabín dijo: "¡Por Alah sobre ti, dime qué quieres comer!" Juder contestó: "¡Pan y queso!" El otro sonrió, y dijo: "¿Nada más que pan y queso, ¡oh pobre!? ¡Verdaderamente, es poco digno de tu categoría! ¡Pídeme, pues, algo excelente!"

Juder contestó: "¡En este momento todo lo encontraría excelente!" El moghrabín le preguntó: "¿Te gustan los pollo asados?" Juder dijo: "¡Ya Alah! ¡Sí!" El otro le preguntó: "Te gusta el arroz con miel?" Juder dijo: "¡Mucho!" El otro le preguntó: "¿Te gustan las berenjenas rellenas? ¿Y las cabezas de pájaros con tomate? ¿Y la cotufas con perejil y las colocasias? ¿Y las cabezas de carnero al horno? ¿Y los buñuelos de harina de cebada rebozados? ¿Y las hojas de vid rellenas? ¿Y los pasteles? ¿Y ésta y aquella cosa y la de más allá?" Y enumeró así hasta veinticuatro platos distintos, en tanto que Juder pensaba: "¿Estará loco? Porque, ¿de dónde va a sacar los platos que acaba de enumerarme, si no hay aquí cocina ni cocinero? ¡Voy a decirle que ya basta en verdad!" Y dijo al moghrabín: "¡Basta! ¿Hasta cuándo vas a estar haciéndome desear esos diferentes manjares sin mostrarme ninguno?"

Pero contestó el moghrabín: "¡La bienvenida sobre ti, ¡oh Juder!" Y metió la mano en el saco, y extrajo de él un plato de oro con dos pollos asados y calientes; luego metió la mano por segunda vez, y sacó un plato de oro con chuletas de cordero, y uno tras otro, sacó exactamente los veinticuatro platos que había enumerado.

Estupefacto quedó Juder al ver aquello. Y le dijo el moghrabín: Come, pobre amigo mío!" Pero exclamó Juder: "¡Ualah! ¡oh mi señor peregrino! sin duda has colocado en ese saco una cocina con sus utensilios y cocineros!" El moghrabín se echó a reír, y contestó: Oh Juder, este saco está encantado! ¡Lo sirve un efrit que, si quisiéramos nos traería al instante mil manjares indios y mil manjares chinos!"

Y exclamó Juder: "¡Oh, qué hermoso saco, y qué prodigios contiene y qué opulencia!" Luego comieron ambos hasta saciarse, y tiraron lo que les sobró de la comida. Y el moghrabín guardó otra vez en el saco los platos de oro; luego metió la mano en el otro bolso de las alforjas, y sacó una jarra de oro llena de agua fresca y dulce.

Y bebieron e hicieron sus abluciones y recitaron la plegaria de la tarde, metiendo después la jarra en el saco junto a uno de los botes, poniendo el saco a lomos de la mula y montando en la mula ellos para continuar su viaje.

Al cabo de cierto tiempo, el moghrabín preguntó a Juder: "¿Sabes ¡oh Juder! el camino que hemos recorrido desde El Cairo hasta aquí?" Juder contestó: "¡Por Alah, que no lo sé!" El otro dijo: "En dos horas hemos recorrido exactamente un trayecto que exige un mes de camino, por lo menos!" Juder preguntó: "¿Y cómo es eso?"

El otro dijo: "¡Sabe oh Juder que esta mula que montamos es nada menos que una gennia entre los genn. En un día suele recorrer el trayecto de un año de camino; pero hoy va despacio, al paso, para que no te fatigues".

Y así prosiguieron su camino hacia el Maghreb; y todos a días, por la mañana y por la tarde, el saco atendía a todas las necesidades; y Juder no tenía más que desear un manjar, aunque fuera el más complicado y el más extraordinario, para encontrarlo al punto en el fondo del saco, completamente guisado y servido en un plato de oro.

Y de tal suerte, al cabo de cinco días llegaron al Maghreb y entraron en la ciudad de Mas y Miknas.

Y he aquí que todos los transeúntes que se encontraban a lo largo de las calles conocían al moghrabín, y le deseaban la zalema o iban besarle la mano, hasta que llegaron a la puerta de una casa, donde se apeó el moghrabín para llamar. Y enseguida se abrió la puerta y en el umbral apareció una joven absolutamente como la luna, y bella esbelta cual una gacela sedienta, que les sonrió con una sonrisa de bienvenida.

Y el moghrabín le dijo, paternal: "¡Oh Rahma, hija mía! Date prisa a abrirnos la sala principal del palacio!" Y contestó la joven Rahma: "¡Sobre la cabeza y sobre los ojos!" Y los precedió al interior del palacio, balanceando sus caderas. Y Juder perdió la razón; y dijo para sí: "¡No cabe duda! ¡Esta joven es, indiscutiblemente, la hija de un rey!"

En cuanto al moghrabín, comenzó primero por coger del lomo de la mula el saco, y dijo: "¡Oh, mula, vuélvete al sitio de donde viniste! ¡Y Alah te bendiga!"

Y he aquí que de pronto se abrió la tierra y recibió en su seno a la mula para cerrarse sobre ella inmediatamente.

Y exclamó Juder: "¡Oh, Protector! ¡Loores a Alah, que nos libró de tal cosa y veló por nosotros mientras estuvimos a lomos de esta mula!" Pero el moghrabín dijo: "¿Por qué te asombras, ¡oh Juder!? ¿No te previne que era una gennia entre los efrits? ¡Pero démonos prisa a entrar en el palacio y a subir a la sala principal!"

Y siguieron a la joven.

Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado...

En este momento de su narración, Schherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 471: Y cuando llegó la 472ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 472ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbrado por el esplendor y la multitud de riquezas que encerraba y por la hermosura de las arañas de plata y las lámparas de oro, así como la profusión de pedrerías y metales. Y una vez sentados en la alfombra, el moghrabín dijo a su hija: "¡Ya Rahma, ve a traernos el paquete de seda que sabes!" Y al punto echó a correr la joven, volviendo con el paquete consabido, y se lo dio a su padre, que lo abrió y sacó de él un traje que valía mil dinares por lo menos, y dándoselo a Juder, le dijo: "¡Póntelo, ¡oh Juder! y bienvenido seas como huésped aquí!" Y Juder se vistió con aquella ropa, y quedó tan espléndido que parecía un rey entre los reyes de los árabes occidentales.

Tras de lo cual, el moghrabín, que tenía ante sí el saco, metió la mano en él y sacó multitud de platos, que colocó en el mantel puesto por la joven, y no se detuvo en su tarea mientras no hubo alineado de aquel modo cuarenta platos de color diferente y con manjares diferentes. Luego dijo a Juder: "Extiende la mano y come, ¡oh mi señor! y dispénsanos por lo poco que te servimos; porque verdaderamente aún no sabemos tus gustos y preferencias sobre manjares. ¡No tienes más que decir lo que quieres mejor y lo que anhela tu alma, y te lo presentaremos sin tardanza!" Juder contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señor peregrino! que me gustan todos los manjares, sin excepción, y ninguno me repugna! ¡No me interrogues, pues, acerca de mis preferencias y ponme todo lo que te parezca! ¡Porque lo único que sé es comer, y eso es lo que más me gusta en el mundo! ¡Ya sabes que tengo buen diente!"

Y comió mucho aquella noche, y también los demás días, sin que nunca viese salir humo de la cocina. Porque no tenía el moghrabín más que meter su mano en el saco, pensando en un manjar, y al punto lo sacaba en un plato de oro. Y lo mismo ocurría con las frutas y las cosas de repostería. Y de tal suerte vivió Juder en el palacio del moghrabín durante veinte días, cambiando de traje todas las mañanas; y cada traje era más maravilloso que el anterior.

Por la mañana del vigésimo primer día, fue a buscarle el moghrabín, y le dijo: "¡Levántate, oh Juder! ¡Hoy es el día fijado para la apertura del tesoro de Schamardal!" Y Juder se levantó y salió con el moghrabín. Y cuando llegaron extramuros de la ciudad, aparecieron de pronto dos mulas, en las que se montaron ellos, y dos esclavos negros que echaron a andar detrás de las mulas. Y caminaron de aquel modo hasta mediodía, en que llegaron a orillas de un río; y el moghrabín echó pie a tierra, y dijo a Juder: "¡Apéate!" Y cuando se hubo apeado Juder, el otro hizo una seña con la mano a los dos negros, diciéndoles: "¡Vamos! Los dos negros se llevaron las mulas, que desaparecieron, volviendo luego los esclavos cargados con una tienda de campaña y una alfombra y pusieron dentro alrededor los cojines y las almohadas. Tras de lo cual aportaron el saco y los dos botes en que estaban encerrados los dos peces de color de coral. Después extendieron el mantel y sirvieron una comida de veinticuatro platos que sacaron del saco. Tras de lo cual desaparecieron.

Entonces levantose el moghrabín, colocó ante él encima de un taburete los dos botes, y se puso a murmurar sobre ellos fórmulas mágicas y conjuros, hasta que empezaron a gritar ambos peces dentro: "¡Henos aquí! ¡Oh, soberano mago, ten misericordia de nosotros!" Y continuaron suplicándole en tanto que formulaba él los conjuros.

De pronto estallaron a la vez y volaron en pedazos ambos botes, mientras aparecían frente al moghrabín dos personajes que decían, con los brazos cruzados humildemente: "¡La salvaguardia y el perdón, oh poderoso adivino! ¿Qué intención abrigas para con nosotros?"

El moghrabín contestó: "¡Mi intención es estrangularos y quemaros a menos que me prometáis abrir el tesoro de Schamardal!" Los otros dijeron: "¡Te lo prometemos y abriremos para ti el tesoro! Pero es absolutamente preciso que hagas venir aquí a Juder, el pescador de El Cairo. ¡Porque está escrito en el libro del Destino que el tesoro no puede abrirse más que en presencia de Juder! ¡Y nadie puede entrar en el lugar en que se encuentra el tal tesoro, no siendo Juder, hijo de Omar!" El moghrabín contestó: "¡Ya he traído al individuo de quien habláis!

¡Aquí mismo está presente! ¡Este es! ¡Os está viendo y oyendo!" Y los dos personajes miraron a Juder con atención, y dijeron: "¡Ya están salvados todos los obstáculos y puedes contar con nosotros! ¡Te lo juramos por el Nombre!" Así es que el moghrabín les permitió marcharse adonde tenían que ir. Y desaparecieron en el agua del río.

Entonces el moghrabín cogió una gruesa caña hueca, encima de la cual colocó dos láminas de cornalina roja, y encima de estas dos láminas puso un braserillo de oro lleno de carbón, soplándolo una sola vez. Y al punto encendió el carbón y hubo de tornarse brasa ardiente. A la sazón el moghrabín esparció incienso sobre las brasas, y dijo: "¡Oh Juder, ya se eleva el humo del incienso, y en seguida voy a recitar los conjuros mágicos de la apertura! ¡Pero como una vez comenzados los conjuros no podré interrumpirlos sin riesgo de anular los poderes talismánicos, voy antes a instruirte acerca de lo que tienes que hacer para lograr el fin que nos hemos propuesto al venir al Maghreb!" Y contestó Juder: "¡Instrúyeme, oh mi señor soberano!"

Y el moghrabín dijo: "¡Sabe, oh Juder! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 472: Pero cuando llegó la 473ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 473ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Sabe ¡oh Juder! que en cuanto yo me ponga a recitar las fórmulas mágicas sobre el incienso humeante, el agua del río empezará a disminuir poco a poco, y el río acabará por secarse completamente y dejar su lecho al descubierto. Entonces verás que en la pendiente del cause seco se te aparece una gran puerta de oro, tan alta como la puerta de la ciudad, con dos aldabas del mismo metal. Dirígete a esa puerta y golpéala muy ligeramente con una de las aldabas que tiene en cada hoja, y espera un instante. Llama luego con un segundo aldabonazo más fuerte que el primero, ¡y espera todavía! Después llamarás con un tercer aldabonazo más fuerte que los otros dos, y no te muevas ya. Y cuando hayas llamado así con tres aldabonazos consecutivos, oirás gritar a alguien desde dentro: «¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?» Tú contestarás: «¡Soy Juder el pescador, hijo de Omar, de El Cairo! Y se abrirá la puerta y en el umbral se te aparecerá un personaje que ha de decirte, alfanje en mano: «¡Si eres verdaderamente ese hombre, presenta el cuello para que te corte la cabeza! Y le presentarás tu cuello sin temor, y alzará sobre ti el alfanje, cayendo a tus pies inmediatamente, ¡y no verás ya más que un cuerpo sin alma! Y no te habrá hecho daño alguno. Pero si por miedo te niegas a obedecerle, te matará en aquella hora y en aquel instante.

"Cuando hayas roto de tal modo ese primer encanto, pasarás dentro y verás una segunda puerta, a la que llamarás con un aldabonazo solo, pero muy fuerte. Entonces se te aparecerá un jinete con una lanza grande al hombro, y te dirá, amenazándote con su lanza enristrada de repente: «¿Qué motivo te trae a estos lugares que no frecuentan ni pisan nunca las hordas humanas ni las tribus de los genn?» Y por toda respuesta, le presentarás resueltamente tu pecho descubierto para que te hiera; y te dará con su lanza. Pero no sentirás daño ninguno, y caerá él a tus pies, ¡y no verás más que un cuerpo sin alma! ¡Pero te matará si retrocedes!

"Llegarás entonces a una tercera puerta, por la que saldrá a tu encuentro un arquero que te amenazará con su arco armado de flecha; pero preséntale resueltamente tu pecho como blanco, ¡y caerá a tus pies convertido en un cuerpo sin alma! ¡No obstante, te matará, como vaciles!

"Penetrarás más adentro y llegarás a una cuarta puerta, desde la cual se abalanzará sobre ti un león de cara espantosa, que abrirá las anchas fauces para devorarte. No has de tenerle ningún miedo ni huir de él, sino que le tenderás tu mano, y en cuanto le des con ella en la boca, caerá a tus pies sin hacerte daño.

"Dirígete entonces a la quinta puerta, de la que verás salir a un negro de betún que te preguntará: «¿Quién eres» Tú dirás: «¡Soy Juder!» Y te contestará él: «¡Si eres verdaderamente ese hombre, intenta abrir la sexta puerta!»

"Al punto irás a abrir la sexta puerta, y exclamarás: «¡Oh Jesús, ordena a Moisés que abra la puerta! » Y la puerta se abrirá ante ti y verás aparecer dos dragones enormes, uno a la derecha y otro a la izquierda, los cuales saltarán sobre ti con las fauces abiertas. ¡No tengas miedo! Tiéndele a cada uno una de tus manos, en las que te querrán morder; pero en vano, porque ya habrán caído impotentes a tus pies. Y sobre todo no aparentes temerlos, pues tu muerte sería segura.

"Llegarás a la séptima puerta, por último, y llamarás en ella. ¡Y la persona que ha de abrirte y aparecerte en el umbral, será tu madre! Y te dirá: «¡Bienvenido seas, hijo mío! ¡Acércate a mí para que te desee la paz!» Pero le contestarás: «¡Sigue donde estabas! ¡Y desnúdate!»

Ella te dirá: «¡Oh hijo mío, soy tu madre! ¡Y me debes alguna gratitud y respeto, en gracia a que te amamanté y a la educación que te di ¿Cómo quieres obligarme a que me ponga desnuda?» Tú le contestarás, gritando: «¡Si no te quitas la ropa, te mato!» Y cogerás un alfanje que hallarás colgado en la pared, a la derecha, y le dirás: «¡Empieza pronto!» Y ella procurará conmoverte y hará para engañarte, para que te apiades de ella. Pero guárdate de dejarte persuadir por sus ruegos, y cada vez que se quite una prenda de vestir, has de gritarle: «¡Quítate lo demás!» Y continuarás amenazándola con la muerte hasta que esté completamente desnuda. ¡Pero entonces verás que se desvanece y desaparece!

"Y de esta manera ¡oh Juder! habrás roto todos los encantos y disuelto todos los hechizos, a la vez que pondrás en salvo tu vida. Y te restará sólo recoger el fruto de tus trabajos.

"A tal fin, no tendrás más que franquear esa séptima puerta, y dentro encontrarás montones de oro. Pero no les prestes la menor atención, y dirígete a un pabellón pequeño que hay en medio de la estancia del tesoro, y sobre el cual se extiende una cortina corrida. ¡Levanta entonces la cortina, y verás, acostado en un trono de oro, al gran mago Schamardal, el mismo a quien pertenece el tesoro! Y junto a su cabeza verás brillar una cosa redonda como la luna: es la esfera celeste. ¡Le verás con el alfanje consabido a la cintura, con el anillo en un dedo y con la redomita del kohl sujeta al cuello por una cadena de oro! ¡No vaciles entonces! ¡Apodérate de esos cuatro objetos preciosos, y date prisa a salir del tesoro para venir a entregármelos!

"Pero ten mucho cuidado ¡oh Juder! con no olvidar nada de lo que acabo de enseñarte o con no obrar conforme a mis recomendaciones. En ese caso, te arrepentirás de ello más tarde, y habría que temer mucho por ti!"

Y cuando hubo hablado, así, el moghrabín reiteró a Juder sus recomendaciones una, dos, tres y cuatro veces para que se las aprendiera bien, y siguió repitiéndoselas, hasta que el propio Juder le dijo: "¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano. . .

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 473: Y cuando llegó la 474ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 474ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano podrá afrontar esos formidables talismanes de que hablas y soportar tan terribles peligros?" El moghrabín contestó: "¡Oh Juder, no les tengas ningún temor! ¡Los diversos personajes a quienes verás en las puertas, no son más que vanos fantasmas sin alma! ¡Puedes, pues, estar verdaderamente tranquilo!"

Y pronunció Juder: "¡Pongo mi confianza en Alah!" Al punto comenzó el moghrabín con sus fumigaciones mágicas. Y echó de nuevo incienso en la lumbre del brasero, y se puso a recitar las fórmulas conjuratorias. Y he aquí que el agua del río disminuyó poco a poco y desapareció, y el lecho del río quedó seco, ostentando la enorme puerta del tesoro.

Al ver aquello, Juder, sin dudar ya, avanzó por el cauce del río y se encaminó a la puerta de oro, llamando a ella ligeramente una, dos y tres veces. Y desde dentro se hizo oír una voz que decía: "¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?"

El contestó: "¡Soy Juder-ben-Omar!" Y al instante se abrió la puerta, y en el umbral apareció un personaje que hubo de gritarle, alfanje en mano: "¡Presenta el cuello!" Y Juder le presentó su cuello; y el otro iba a darle con su alfanje, pero cayó en el mismo momento. Y sucedió lo propio con las otras puertas, hasta la séptima, exactamente como se lo había predicho y recomendado el moghrabín. Y a cada vez rompía Juder con gran valor todos los encantos, hasta que se le apareció su madre saliendo de la séptima puerta. Le miró, y le dijo: "¡Contigo todas las zalemas, ¡oh hijo mío!"

Pero Juder le gritó: "¿Y quién eres tú?" Ella contestó: "Soy tu madre, ¡oh hijo mío! ¡Soy la que te ha llevado nueve meses en su seno, la que te ha amamantado y te ha dado la educación que tienes, ¡oh hijo mío!" El exclamó: "¡Quítate la ropa!" Ella replicó: "¿Cómo, siendo mi hijo, me pides que me ponga desnuda?" El dijo: "¡Quítatelo todo, o si no, te derribaré la cabeza con este alfanje!" Y echó mano al alfanje que pendía de la pared, y lo empuñó, gritando: "¡Como no te desnudes, te mato!" Entonces decidiose ella a quitarse parte de sus vestiduras; pero le dijo él: "¡Quítate lo demás!" Y se quitó ella algo más. El le dijo: "¡Más todavía!" Y continuó apremiándola hasta que se quitó ella toda la ropa y no tuvo encima más que el calzón, y hubo de decirle avergonzada: "¡Ah hijo mío! ¡todo el tiempo que empleé en educarte lo perdí! ¡Qué decepción! ¡Tienes un corazón de piedra! ¡Y he aquí que quieres ponerme en una posición vergonzosa, obligándome a mostrar mi desnudez más íntima! ¡Oh hijo mío! ¿no te parece una cosa ilícita y un sacrilegio?"

El dijo: "¡Es verdad! ¡Quédate, pues, con el calzón!" Pero apenas hubo pronunciado Juder estas palabras, exclamó la vieja: "¡Ha consentido! ¡Pegadle!" Y al punto sintió él que le daban en los hombros golpes fuertes y tan numerosos como gotas de lluvia, los cuales le eran asestados por todos los guardianes invisibles del tesoro. ¡Y en verdad que aquello fue para Juder una paliza sin precedentes y que nunca en su vida olvidaría! ¡Luego, en un abrir y cerrar de ojos, los efrits invisibles le echaron a golpes fuera de las salas del tesoro y de la última puerta, la cual dejaron cerrada, como estaba antes!

Y he aquí que el moghrabín vio que le arrojaban de la puerta, y se apresuró a recogerle, pues ya las aguas surgían otra vez con gran estrépito, invadiendo el lecho del río y tornando a su curso interrumpido. Y le transportó a la orilla, desmayado, y se puso a recitar sobre él versículos del Korán hasta que recobró el sentido.

Entonces le dijo: "¡Ya había salvado todos los obstáculos y roto todos los encantos! ¡Fué el calzón de mi madre lo que me hizo perder cuanto gané antes, y me atrajo esa paliza de la que aun tengo señales!" Y le contó todo lo que le había ocurrido en el sitio del tesoro.

Entonces le dijo el moghrabín: "¿No te recomendé que no me desobedecieras? ¡Ya lo ves! ¡Me has defraudado y te has defraudado a ti mismo por no querer obligarla a que se quitara el calzón! ¡Por este año todo ha terminado! ¡Y tendremos que esperar hasta el año próximo para repetir nuestras tentativas! ¡Desde ahora hasta entonces vivirás conmigo!"

Y llamó a los dos negros, que aparecieron en seguida, y plegaron la tienda de campaña, y recogieron lo que estaba por recoger y se ausentaron un momento para volver con las dos mulas, sobre las cuales montaron Juder y el moghrabín, regresando inmediatamente a la ciudad de Fas.

Juder vivió, pues, en casa del moghrabín un año entero, poniéndose cada día un traje nuevo de gran valor y comiendo bien y bebiendo de cuanto salía del saco, conforme a sus anhelos y deseos.

Y he aquí que llegó el día de la nueva tentativa, a primeros del año siguiente, y el moghrabín fué en busca de Juder, y le dijo: "¡Levántate! ¡Y vamos adonde tenemos que ir!"

Juder contestó: "¡Bueno!" Y salieron de la ciudad, y vieron a los dos negros, que les presentaron las dos mulas, y subieron al punto a ellas y las guiaron en dirección del río, a cuyas orillas no tardaron en llegar. Se levantó, y alfombró, y amuebló la tienda de campaña como la vez anterior.

Y después de comer, el moghrabín cogió la caña hueca, las tabletas de cornalina roja, el braserillo con lumbre y el incienso; y antes de comenzar las fumigaciones mágicas, dijo a Juder: "¡Oh Juder, tengo que hacerte una recomendación!"

Juder exclamó: "¡Oh mi señor peregrino, en verdad que no vale la pena! ¡Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 474: Pero cuando llegó la 475ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 475ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado!" El otro preguntó: "¿De verdad las recuerdas!" Juder contestó: "¡Ah, sí por cierto!"

El otro dijo: "¡Pues bien, Juder, conserva tu alma! ¡Y sobre todo, no vayas a imaginarte otra vez que la vieja es tu madre, pues no es más que un fantasma que toma la apariencia de tu madre para inducirte a error! ¡Y sabe que si la primera vez saliste de allá con tus huesos cabales, si te dejas engañar, es seguro que los perderás en el tesoro!" Juder contestó: "¡Me dejé engañar una vez! ¡Pero si ahora volviera a engañarme merecería que me quemaran!"

Entonces el moghrabín echó incienso en la lumbre y formuló sus conjuros. Y al punto se secó el río, y permitió a Juder adelantarse hacia la puerta de oro. Llamó a ella, y se abrió; y consiguió él romper los encantos diversos de las puertas hasta que llegó a presencia de su madre, que le dijo: "¡Bienvenido seas, oh hijo mío!"

El contestó: "¿Y desde cuándo y por qué soy tu hijo, ¡oh maldita!? ¡Quítate la ropa!" Entonces ella, tratando de engañarle empezó a quitarse la ropa lentamente y prenda a prenda hasta que no tuvo encima más que el calzón. Y exclamó Juder: "¡Quítatelo! ¡oh maldita!" Y se quitó ella el calzón, desvaneciéndose cual fantasma sin alma.

Juder penetró entonces sin dificultad en la estancia del tesoro, y vio los montones de oro agrupados en apretadas filas; pero se dirigió al pabellón sin prestarles la menor atención, y cuando hubo levantado la cortina, vió al gran adivino Al-Schamardal acostado en el trono de oro, con el alfanje talismánico a la cintura, el anillo en un dedo, la redomita de kohl sujeta al cuello por una cadena de oro, y encima de su cabeza aparecía la esfera celeste, brillante y redonda como la luna.

Entonces se adelantó Juder sin vacilar y quitó del tahalí el alfanje, sacó el anillo talismánico, desató la redoma de kohl, cogió la esfera celeste y retrocedió para salir. Y al punto se hizo oír a su alrededor un concierto de instrumentos que hubo de acompañarle triunfalmente hasta la salida, en tanto que de todos los puntos del tesoro subterráneo se elevaban las voces de los guardianes que le felicitaban gritando:

"¡Que te haga buen provecho ¡oh Juder! lo que supiste ganar! ¡Enhorabuena! ¡Enhorabuena!" Y no dejó de tocar la música ni dejaron de felicitarle las voces hasta que estuvo fuera del tesoro subterráneo.

Y al verle llegar cargado con los talismanes, el moghrabín cesó en sus fumigaciones y conjuros, y se levantó y empezó a besarle, oprimiéndole contra su pecho y haciéndole zalemas cordiales. Y cuando Juder le hubo entregado los cuatro talismanes, llamó a los dos negros, que llegaron desde el fondo del aire, cerraron la tienda de campaña y les presentaron las dos mulas, en las que se montaron Juder y el moghrabín para regresar a la ciudad de Fas.

Cuando estuvieron en el palacio, se sentaron ante el mantel puesto y servido con innumerables platos sacados del saco, y el moghrabín dijo a Juder: "¡Oh hermano mío! ¡oh Juder, come!" Y Juder comió y se hartó. Entonces metieron otra vez en el saco los platos vacíos, levantaron el mantel y el moghrabín Abd-Al-Sanad dijo: "¡Oh Juder, abandonaste tu tierra y tu país por mi causa! ¡Y has sacado a flote mis asuntos! ¡Y he aquí que te soy deudor de los derechos que sobre mí adquiriste! ¡No tienes más que estipular tú mismo esos derechos, porque Alah (¡exaltado sea!) se sentirá generoso para contigo por intercesión nuestra! ¡Pide, pues, lo que anheles, y no te avergüences de hacerlo, ya que lo has merecido!"

Juder contestó: "¡Oh mi señor! ¡solamente anhelo de Alah y de ti que me des el saco!" Y al punto el moghrabín le puso el saco entre las manos, diciéndole: "¡Sin duda lo mereciste! ¡Y si hubieras deseado cualquier otra cosa, la hubieras tenido! Pero ¡oh pobre! este saco sólo te servirá para comer". Juder contestó: "¿Y qué más podría yo anhelar?"

El otro dijo: "Soportaste en mi compañía bastantes fatigas, y te prometía reconducirte a tu país con el corazón jubiloso y satisfecho. Y he aquí que este saco no puede suministrarte más que la comida, pero no te enriquecerá. ¡Y yo quiero, además, enriquecerte! Toma, pues, el saco para extraer de él todos los manjares que anheles pero voy a darte también un saco lleno de oro y de joyas de todas clases, para que cuando te halles de regreso en tu país, te hagas mercader en grande escala y puedas atender con exceso a todas tus necesidades y a las de tu familia, sin preocuparte nunca de economizar".

Luego añadió: "¡Con respecto al saco de la comida, voy a enseñarte cómo te has de servir de él para extraer los manjares que desees! No tienes más que meter la mano, formulando: "¡Oh servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que desees! ¡No tienes más que meter la mano, formulando: "¡Oh servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que hayas deseado, aunque cada día fueran mil de colores diferentes v de diferente sabor!"

Luego el moghrabín hizo aparecer a uno de los dos Negros con una de las dos mulas, cogió unas alforjas grandes parecidas al saco de la comida, y llenó uno de los bolsos con oro en moneda y en lingote, y el otro bolso con joyas y pedrerías; lo puso a lomos de la mula, la tapó con el saco de la comida, que parecía completamente vacío, y dijo a Juder: "¡Monta en la mula! El negro irá delante de ti y te enseñará el camino que has de seguir, y te conducirá de tal suerte hasta la misma puerta de tu casa de El Cairo. ¡Y cuando llegues, coge los dos sacos y deja la mula al negro, que él me la traerá! ¡Y no pongas a nadie al corriente de nuestro secreto! ¡Y ahora, me despido de ti en Alah ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 475: Pero cuando llegó la 476ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 476ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Y ahora, me despido de ti en Alah!" Juder contestó: "¡Alah aumente tu prosperidad y tus beneficios! ¡Muchas gracias!" Y subió a los lomos de la mula, llevando consigo los dos sacos dobles, y se puso en camino precedido por el negro.

Y la mula siguió fielmente al negro conductor durante el transcurso del día y de la noche; y únicamente necesitó un día para efectuar el viaje del Maghreb a El Cairo; porque al día siguiente por la mañana Juder se vio ante las murallas de El Cairo y entró en su ciudad natal por la Puerta de la Victoria. Y llegó a su casa. Y vio sentada en el umbral a su madre, que, con la mano tendida a los transeúntes, pedía limosna, diciendo: "¡Dadme algo, por Alah!"

Al ver aquello, abandonó la razón a Juder, que apeóse de la mula, y con los brazos abiertos se abalanzó a su madre, la cual hubo de echarse a llorar al verle. Y la arrastró a la casa, después de coger los dos sacos y confiar la mula al negro para que se la llevara al moghrabín; porque la mula era una gennia y el negro un genni.

Cuando Juder estuvo con su madre dentro de la casa, la hizo sentarse en la estera, y afectado muy penosamente de verla mendigar por la calle, le dijo: "¡Oh madre! ¿están bien mis hermanos?" Ella contestó: "¡Bien están!" El preguntó: "¿Por qué mendigas en la calle?" Ella contestó: "¡Oh hijo mío, porque tengo hambre!" El dijo: "¿Cómo es eso? ¡Antes de partir te di cien dinares un día, cien dinares otro día y mil dinares el día de la marcha!" Ella dijo: "¡Oh hijo mío, tus hermanos imaginaron contra mí una estratagema y consiguieron cogerme todo ese dinero, echándome luego de la casa! ¡Y para no morirme de hambre me he visto obligada a mendigar por las calles!"

El dijo: "¡Oh madre mía, ya no tienes nada por qué sufrir estando yo de vuelta! ¡No te preocupe, pues, lo más mínimo! ¡He aquí un saco lleno de oro y de joyas! ¡Y la riqueza abunda hoy en la morada!" Ella contestó: "¡Oh hijo mío, verdaderamente naciste bendito y afortunado! ¡Concédale Alah sus buenas mercedes y aumente sobre ti sus beneficios! ¡Vé ahora, hijo mío, en busca de un poco de pan para ambos, porque ayer me acosté sin haber comido nada, y esta mañana estoy en ayunas todavía!" Y al oír hablar de pan, Juder sonrió, y dijo: "La bienvenida y la liberalidad sobre ti, ¡oh madre mía! ¡No tienes más que pedir los manjares que anheles, y te los daré al instante, sin tener que ir a comprarlos al zoco ni guisarlos en la cocina!" Ella dijo: "¡Oh hijo mío! ¡el caso es que no veo que tengas nada de comer! ¡Y por todo equipaje no has traído más que esos dos sacos, vacío uno de ellos!" El dijo: "¡Tengo todos los manjares que quieras y de todos los colores!" Ella dijo: "¡Hijo mío. el hambre!" El dijo: "¡Es verdad! :Cuando el hombre está necesitado se contenta con la menor cosa! ¡Pero habiendo abundancia de todo, da gusto escoger y comer sólo las cosas más delicadas! ¡Y he aquí que tengo en abundancia de todo, y puedes elegir!"

Ella dijo "¡Entonces, hijo mío, deseo un panecillo caliente y un pedazo de queso!"

El contestó: "¡Oh madre mía! ¡eso no es digno de tu categoría!" Ella dijo: "Más bien que yo sabrás tú lo que es mejor. ¡Has, pues, lo que mejor te parezca!" El dijo: "¡Oh madre mía! ¡me parece lo mejor y más digno de tu categoría un cordero asado, y también unos pollos asados y arroz sazonado con pimienta! ¡Asimismo, me parecen propios de tu categoría las tripas rellenas, las calabazas rellenas, los carneros rellenos, las chuletas rellenas, la kenafa hecha con almendras, miel de abejas y azúcar, los pasteles rellenos de alfónsigos y perfumados con ámbar y los losanges de Baklaua!"

Al oír estas palabras, la pobre mujer creyó que su hijo se burlaba de ella o que había perdido la razón, y exclamó: "¡Yuh! ¡Yuh! ¿Qué te ha sucedido, ¡oh hijo mío! ¡oh Juder!? ¿Sueñas, o acaso te has vuelto loco?" El dijo: "¿Y por qué,?" Ella contestó: "¡Pues porque acabas de citarme cosas tan asombrosas y tan caras y tan difíciles de preparar, que costaría un trabajo ímprobo poseerlas!" El dijo: "¡Por mi vida, que necesito absolutamente que comas al instante cuanto acabo de enumerar!"

Ella contestó: "¡Pues aquí no veo por ninguna parte nada de eso!" El dijo: "¡Tráeme el saco!" Y le llevó ella el saco, y lo palpó y lo encontró vacío. Se lo dio, sin embargo, y al punto metió la mano él en el saco y extrajo primero un plato de oro en que se alineaban, olorosas y húmedas y nadando en su propia salsa apetitosa, las tripas rellenas; luego metió la mano por segunda vez, y una porción de veces más, para ir sacando sucesivamente todas las cosas que había enumerado y hasta algunas otras que no hubo de enumerar. Y le dijo su madre: "¡Hijo mío, el saco es pequeñito y estaba completamente vacío, y he aquí que sacaste de él todos esos manjares y todos esos platos! ¿Dónde estaba todo eso?" El dijo: "¡Oh madre mía! ¡has de saber que este saco me lo dio el moghrabín! ¡Y está encantado! ¡Tiene por servidor un genni que obedece las órdenes que se le dan según tal fórmula!" Y le dijo la fórmula. Y le preguntó su madre: "Así, pues, si yo meto la mano en este saco pidiendo un manjar con arreglo a la fórmula, ¿lo encontraré?" El dijo: "¡Sin duda!" Entonces metió la mano ella, y dijo: "¡Oh servidor de este saco! ¡por la virtud de los Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 476: Pero cuando llegó la 477ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 477° NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena!" Y al punto notó debajo de su mano el plato, y lo sacó del saco. ¡Y era una chuleta rellena maravillosamente y aromatizada con clavo y otras especias finas! Entonces dijo ella: "¡A pesar de todo, deseo también un panecillo caliente y queso, porque estoy acostumbrada a ello y nada me satisface tanto!" Y metió la mano, pronunció la fórmula, y extrajo lo que había pedido. A la sazón le dijo Juder: "¡Oh madre mía! ¡es preciso que cuando acabemos de comer metamos otra vez en el saco los platos vacíos, porque así lo exige el talismán! ¡Y sobre todo, no divulgues el secreto y oculta bien este saco en tu cofre para no sacarlo más que en el momento que se necesite! Pero no tengas cuidado por lo demás, sé generosa con todo el mundo, con los vecinos y los pobres; y sirve de todos los manjares a mis hermanos, igual estando yo presente que en mi ausencia".

¡Y he aquí que, apenas había acabado de hablar Juder, entraron sus dos hermanos y vieron la comida maravillosa!

Porque acababan de saber la noticia de la llegada de su hermano Juder por un hombre del barrio, que les dijo: "¡Vuestro hermano acaba de llegar de viaje, montado en una mula, precedido por un negro y vestido con trajes que no tienen igual!"

Y se dijeron entonces: "¡Pluguiera a Alah que no hubiésemos maltratado a nuestra madre nunca! ¡Porque sin duda va a contarle ahora lo que le hicimos sufrir! ¡Y cuál será nuestra confusión frente a él entonces!"

Pero añadió uno de ellos: "¡Nuestro hermano es compasivo! ¡De todos modos, aunque ella le contara la cosa, nuestro hermano es aún más compasivo que ella y más indulgente! ¡Y si alegamos cualquier disculpa de nuestra conducta, admitirá nuestra disculpa y nos excusará!" Y al cabo decidieronse a buscarle.

Así, pues, cuando entraron y los vio Juder, se levantó en honor suyo y hubo de desearles la paz con las mayores muestras de consideración, y les dijo: "¡Sentaos y comed con nosotros!" Y se sentaron y comieron. ¡Y estaban muy debilitados y enflaquecidos por el hambre y las privaciones!

Cuando acabaron de comer y se sintieron saciados Juder les dijo: "¡Oh hermanos míos! ¡coged lo que sobró de la comida y repartídselo a los pobres y a los mendigos de nuestro barrio!" Ellos contestaron: "¡Oh hermano nuestro! ¡mejor será que nos lo guardemos para cenar!" Juder les dijo: "¡A la hora de cenar tendréis bastante más!" Entonces recogieron las sobras y salieron para repartirlas entre los pobres y los mendigos que pasaban, diciéndoles: "¡Tomad y comed!" Tras de lo cual, devolvieron los platos vacíos a Juder, que se los entregó a su madre, diciéndole: "¡Mételos en el saco!"

Por la noche, a la hora de cenar, Juder cogió el saco y sacó de él cuarenta especies de platos que su madre puso sobre el mantel uno tras de otro; luego invitó a sus hermanos a que entrasen para comer. Y cuando hubieron acabado, les sacó pasteles para que se endulzasen; y se endulzaron. Entonces les dijo: "¡Coged lo que sobró de la comida y repartidlo entre los pobres y los mendigos!" Al día siguiente les sirvió comidas no menos espléndidas; y lo mismo ocurrió en el transcurso de diez días consecutivos.

Pero al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¿Sabes cómo se arregla nuestro hermano para servirnos comidas tan espléndidas a diario, una por la mañana, otra a mediodía, otra por la noche, y por la noche también pasteles? ¡En verdad que ni los sultanes comen así! ¿De dónde pudo venirle semejante fortuna y tanta opulencia? ¡Y es cosa de preguntarse asimismo de dónde saca todos esos manjares asombrosos y esa pastelería, si jamás le vemos comprar nada, ni encender lumbre, ni atender a la cocina, ni poseer cocinero!"

Y contestó Salim: "¡Por Alah, que no sé nada! ¿Pero conoces a alguien que pueda revelarnos la verdad de todo eso?" El otro dijo: "¡Únicamente nuestra madre! podría ilustrarnos acerca del particular!" Y al instante imaginaron una estratagema y entraron en casa de su madre en ausencia de su hermano, y le dijeron: "¡Oh madre nuestra, tenemos hambre!" Ella contestó: "¡Pues regocijaos porque vais a satisfacerla enseguida!"

Y entró en la sala donde estaba el saco, metió la mano en él pidiendo al servidor algunos manjares bien calientes, y los sacó al punto para llevárselos a sus hijos, que le dijeron: "¡Oh madre nuestra, estos manjares están calientes, y el caso es que jamás te vemos cocinar ni soplar la lumbre!" Ella contestó: "¡Los cojo del saco!" Ellos preguntaron: "¿Y qué saco es ése?" Ella contestó: "¡Es un saco encantado. Y el genni servidor del saco proporciona cuanto se le pide!" Y les explicó la fórmula, y les dijo: "¡Guardad el secreto!" Ellos contestaron: "Puedes estar tranquila. ¡Guardaremos el secreto!" Y después de haber experimentado por sí mismos las virtudes del saco y conseguir extraer de él varios manjares, se quedaron tranquilos por aquella noche.

Pero al día siguiente Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a continuar viviendo en casa de Juder como unos criados, comiendo de limosna? ¿No te parece mejor que nos valgamos de alguna estratagema para coger ese saco y llevárnoslo para nosotros solos?" Salim contestó: "¿Y qué estratagema inventaríamos?" El otro dijo: "¡Sencillamente, venderle nuestro hermano Juder al capitán mayor del mar de Suez!"

Salim preguntó: "¿Y cómo nos arreglaremos para venderle?" Salem contestó: "!Iremos tú y yo a ver a ese capitán mayor, que en este momento se halla en El Cairo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 477: Y cuando llegó la 478ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 478ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Iremos tú y yo a ver a ese capitán mayor, que en este momento se halla en El Cairo, y le invitamos a que venga con dos de sus marineros a comer en nuestra compañía! ¡Y ya verás! ¡Tú no tienes más que asentir a todas las palabras que yo diga a Juder, y ya verás lo le hago antes de que acabe la noche!"

Cuando se pusieron de acuerdo acerca de la venta de su hermano le proyectaban, fueron en busca del capitán mayor de Suez, y le dijeron después de las zalemas: "¡Oh capitán, venimos a verte para algo que te regocijará sin duda!" El capitán contestó: "¡Bueno!"

Ellos dijeron: "Somos dos hermanos pero tenemos otro hermano que es un bergante que no sirve para nada. Cuando murió nuestro padre, nos dejó una herencia que repartimos entre los tres; y nuestro hermano cogió su parte y ocupose de derrocharla en el libertinaje y la corrupción. ¡Y cuando viose reducido a la miseria, empezó a tratarnos con una injusticia extraordinaria, y acabó por citarnos ante jueces inicuos y opresores, acusándonos de haberle privado de su parte de herencia. ¡Y no tardaron los jueces inicuos y corrompidos en hacernos proceso! ¡Pero no se contentó él con esta primera fechoría y hubo de citarnos por segunda vez ante los opresores, y de tal modo consiguió reducirnos a la última miseria! ¡Y como no sabemos lo que medita ahora contra nosotros, venimos en tu busca para pedirte que nos libres de su presencia, comprándonosle para utilizarle como remero en alguno de tus navíos!"

El capitán mayor contestó: "¿Podríais dar con cualquier estratagema para traerle aquí? ¡En ese caso, yo me encargo de hacer que le transporten al mar sin tardanza!" Ellos contestaron: "Muy difícil será traerle hasta aquí! Pero deja que te invitemos esta noche, y llévate consigo sólo dos de tus hombres. ¡Y cuando esté dormido, le cogeremos entre los cinco, le pondremos en la boca una mordaza y te lo entregaremos! ¡Y a favor de la noche puedes sacarle de la casa y hacer con él lo que quieras!" El capitán les contestó: "¡Con todo el oído y la obediencia! ¿Queréis cedérmelo por cuarenta dinares?"

Ellos contestaron: "¡Muy poco es, en verdad, pero por ser para ti, accederemos! ¡A la caída de la tarde, irás, pues, a tal calle junto a la mezquita tal, donde encontrarás esperándote a uno de nosotros! ¡Y no te olvides de llevar contigo dos de tus hombres!"

Y se fueron en busca de Juder, y al cabo de cierto tiempo que pasaron con él hablando de distintas cosas, Salem le besó la mano en actitud suplicante. Y Juder le dijo: "¿Qué quieres, ¡oh hermano mío!?" El otro contestó: "Sabrás ¡oh hermano mío ¡oh Juder! que tengo un amigo que hubo de invitarme bastantes veces a su casa durante tu ausencia, y siempre me trató con muchos miramientos; así es que le estoy muy agradecido. Hoy estuve a hacerle una visita para darle las gracias, y me invitó a cenar con él; pero yo le dije: "¡En verdad que no puedo dejar solo en casa a mi hermano Juder!" Me dijo él: "¡Tráele contigo!" Contesté: "¡No creo que acepte! ¡Pero acepta tú nuestra invitación, y ven esta noche a comer con mis hermanos!" Y como estaban presentes sus hermanos, los invité también, creyendo que no aceptarían la invitación; pero, desgraciadamente, no pusieron ninguna dificultad, y su hermano, al ver que aceptaban, aceptó asimismo, y me dijo: "¡Espérame a la entrada de tu calle junto a la puerta de la mezquita, y allí estaré con mis hermanos para reunirme contigo!" Y el caso es ¡oh hermano mío Juder! que ya deben estar allá, y me tienes muy avergonzado en tu presencia por haberme tomado esa libertad. Y si quieres, en verdad, que por siempre te esté reconocido, acéptales como huéspedes por esta noche!

¡Nos colmaste de beneficios, y en tu morada reside la abundancia, ¡oh hermano mío! ¡Pero si por cualquier razón no los quieres como huéspedes en tu casa, permíteme que les invite en casa del vecino, adonde yo mismo les serviré!"

Juder contestó: "¿Y por qué invitarle en casa del vecino, ¡oh Salem!? ¿Acaso es nuestra casa tan estrecha y tan inhospitalaria? ¿O tal vez no tenemos qué darle de cenar? ¿No te da verdaderamente vergüenza consultarme semejante cosa? ¡No tienes más que hacerles entrar y servirles en abundancia manjares y confituras, sin parsimonia y disponiendo de todo! ¡Y si en lo sucesivo invitas a tus amigos durante mi ausencia, bastará con que pidas a nuestra madre todos los manjares necesarios, y aun los superfluos!

¡Ve pues, a buscar a tus amigos de esta noche! ¡Las bendiciones han bajado hasta nosotros por mediación de tales huéspedes, ¡oh hermano mío!"

Al oír estas palabras, Salem besó la mano de Juder, y se fue a la puerta de la mezquita en busca de los individuos consabidos, con quienes se apresuró a volver a la casa. Y Juder levantose en honor suyo, y les dijo: "¡La bienvenida sea con vosotros!" Luego les hizo sentarse a su lado, y se puso a charlar con ellos amistosamente, ¡sin sospechar lo que le ocultaba el Destino, de quien aquella gente era instrumento!

Y rogó a su madre que extendiera el mantel y les sirviera una comida de cuarenta platos de distinto color, diciéndole: "¡Tráenos tal color, y tal color y tal color." Y comieron y se hartaron los invitados, creyendo que tan espléndida comida era debida a la generosidad de los hermanos Salem y Salim. Luego, transcurrida ya la tercera parte de la noche, se sirvieron los dulces y pasteles; y se comió hasta media noche. Entonces, a una señal de Salem, los marineros se precipitaron sobre Juder, y entre todos le sujetaron, le amordazaron, le ataron sólidamente los brazos, le agarrotaron los pies; y le sacaron de la casa, a favor de las tinieblas, poniéndose al punto en camino para Suez, y cuando llegaron, arrojáronle al fondo de uno de los navíos, con grillos en los pies, entre otros esclavos y forzados, y le condenaron a prestar servicio un año entero en los bancos de los remeros!

Y esto en cuanto a Juder ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 478: Y cuando llegó la 479ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 479ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... ¡Y esto en cuanto a Juder!

Respecto de sus hermanos, no bien se despertaron a la mañana siguiente, entraron en el aposento de su madre, que no se había enterado de nada, y le dijeron: "¡Oh madre nuestra, todavía no se ha despertado Juder!" Ella dijo: "¡Podéis ir a despertarle!"

Ellos contestaron: "¿Dónde se acostó?" Ella dijo: "¡En la estancia de los invitados!"

Ellos añadieron: "¡No hay nadie en esa estancia! ¡Acaso se haya marchado anoche con esos marineros! Porque ¡oh madre nuestra! nuestro hermano Juder les tomó gusto a los viajes lejanos. Y además, le oímos hablar con esos extranjeros que le decían: "¡Te llevaremos con nosotros y abrirás los tesoros ocultos de que tenemos noticia!" Ella dijo: "¡Es probable, entonces, que se haya marchado sin avisarnos! ¡Podemos estar tranquilos por él, pues Alah sabrá llevarle por el buen camino, y como nació afortunado y el Destino le favorece, pronto volverá a nosotros con inmensas riquezas!"

Luego, como a pesar de todo, se echó a llorar. Entonces ellos exclamaron: "¡Oh maldita malvada, cómo quieres a Juder! ¡en cambio, si nos ausentáramos o regresáramos nosotros, que también somos tus hijos, ni te afligirías ni te alegrarías! ¿Es que no somos tan hijos tuyos como Juder?" Ella contestó: "¡También sois hijos míos; pero sois dos miserables, dos infames! ¡Desde el día en que murió vuestro padre, no me hicisteis ningún bien, y ni un día dichoso me disteis ni tuvisteis por mí el menor cuidado! Juder por el contrario, fué muy bondadoso conmigo; me ha complacido siempre de buena gana y me ha guardado respeto y me ha tratado con generosidad. ¡Así es que bien merece que llore por él, pues disfruté de sus beneficios y también disfrutasteis vosotros!"

Al oír hablar con semejante lenguaje a su pobre madre, los dos miserables empezaron a injuriarla y a pegarla; luego entraron en la otra habitación y buscaron por todas partes el saco encantado y el saco de las cosas preciosas; y acabaron por dar con ellos y los cogieron, sacando del segundo todo el oro que había en uno de sus bolsos, y todas las joyas y pedrerías que se encontraban en el otro bolso; y dijeron: "¡Esta es la fortuna de nuestro padre!" Pero la madre exclamó: "¡No, por Alah! ¡es la fortuna de vuestro hermano Juder, que la trajo del país de los moghrabines!" Entonces le dijeron ellos: "¡Mientes! ¡es la fortuna de nuestro padre! Y tenemos derecho a usar de ella a nuestro antojo!" Y al punto se dispusieron a repartirla entre los dos.

Pero no lograron ponerse de acuerdo acerca de la posesión del saco encantado porque decía Salem: "¡Me lo llevo yo!" y decía Salim: "¡Me lo llevo yo!" y surgió entre ellos la disputa y la querella.

A la sazón hubo de decirles su madre: "¡Oh hijos míos! ya os repartisteis el saco del oro y las joyas; pero este otro saco no puede repartirse ni cortarse, pues se rompería su encanto y perdería sus virtudes. Lo mejor es que me lo dejéis; y todos los días sacaré de él los manjares que deseéis y tantas veces como lo deseéis. Y por lo que a mí afecta, os prometo contentarme con un pedazo de pan o con lo que me dejéis vosotros. Y si además quisierais darme lo indispensable, como vestidos, será por una generosidad de parte vuestra y no por obligación. ¡De tal modo cada uno de vosotros podrá dedicarse sin contratiempos a ejercer el comercio que le parezca! No me olvido de que ambos sois hijos míos y de que yo soy vuestra madre. ¡Permanezcamos unidos y pongámonos de acuerdo, para que cuando regrese vuestro hermano no tengáis que reprocharos nada ni avergonzaros frente a él de vuestras acciones!"

Pero no quisieron aceptar sus consejos, y se pasaron la noche disputando a voces y regañando tan fuerte, que un alguacil del rey, que estaba invitado en la casa contigua, oyó lo que decían y comprendió al dedillo el motivo del litigio. Así es que por la mañana se apresuró a ir a palacio, pidiendo que le concediera audiencia el rey de Egipto, que se llamaba Schams Al-Daula, y le contó cuanto había oído. Y enseguida envió el rey a buscar a los dos hermanos de Juder y les hizo sufrir tortura hasta que hicieron declaraciones completas. Entonces el rey les quitó los dos sacos, y los arrojó a ellos en un calabozo. Tras de lo cual señaló a la madre de Juder una pensión suficiente para sus necesidades cotidianas.

¡Y esto en cuanto a todos ellos!

¡Pero volvamos a Juder! Cuando ya hacía un año que estaba de esclavo en el navío perteneciente al capitán mayor de Suez, se levantó una tempestad que puso en peligro el navío, y lo desamparó y lo arrojó contra una costa escarpada, de modo que se estrelló el barco y se ahogaron todos los que en él iban, excepto Juder, que pudo ganar a nado la orilla. Y logró adentrarse por tierra; y de tal suerte llegó a un campamento de beduinos nómades, que le interrogaron acerca de su estado y le preguntaron si era marino. Y les contó que, efectivamente era marino a bordo de un navío que había naufragado; y les dio detalles de su historia.

Y he aquí que en el campamento había un mercader oriundo de Jedda, que sintió compasión por Juder, y le dijo: "¿Quieres entrar a mi servicio, ¡oh egipcio!? Y te daré ropa y te llevaré conmigo a Jedda" Y Juder consintió entrar a su servicio y partió con él y llegó a Jedda, donde el mercader le trató generosamente y le colmó de beneficios.

Algún tiempo después el mercader fue en peregrinación a la Meca y le llevó también consigo.

Cuando llegaron a la Meca...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 479: Y cuando llegó la 480ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 480ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Cuando llegaron a la Meca, Juder se apresuró a agregarse a la procesión que rodeaba el recinto sagrado de la Kaaba para dar las siete vueltas rituales, y he aquí que precisamente encontró entre los peregrinos a su amigo el jeique Abd Al-Samad el moghrabín, que también estaba dando sus siete vueltas. Y el moghrabín le vio a su vez, y le hizo una zalema fraternal y le pidió noticias suyas. Entonces se echó a llorar Juder. Luego le contó lo que había ocurrido. Y el moghrabín le cogió de la mano y le condujo a la casa en que se hospedaba, le trató generosamente, le vistió con un traje espléndido y sin par, le dijo: "¡La desgracia se alejó de ti en absoluto, ¡oh Juder!"

Luego hubo de sacar su horóscopo, viendo lo que les había sucedido a los hermanos del pescador, y le dijo: "Sabe ¡oh Juder! que ha acaecido tal y cuál cosa a tus hermanos, y que a la hora de ahora están presos en el calabozo del rey de Egipto. ¡Pero estás de bienvenida en mi casa, donde vas a permanecer hasta la terminación de los ritos prescritos! ¡Y ya verás cómo todo saldrá bien en adelante!"

Juder contestó: "Permíteme ¡oh mi señor! que vaya en busca del mercader con quien vine, para pedirle su beneplácito y despedirme de él. ¡Y volveré a tu lado enseguida!" El otro le preguntó: "¿Le debes dinero?" Juder contestó: "¡No!" El otro dijo: "¡Vé, pues, a pedirle su beneplácito y a despedirte de él sin tardanza, porque en verdad que se deben consideraciones a la gente honrada en cuya casa hemos comido el pan!"

Y Juder fué en busca de su amo, el mercader de Jedda, le pidió su beneplácito, y le dijo: "¡Acabo de encontrar a mi amigo, a quien quiero más que a un hermano!" El mercader contestó: "¡Ve por él y daremos un festín en honor suyo!" Juder dijo: "¡Por Alah, no necesita él de festines! ¡Es uno de los hijos de la opulencia, y tiene muchos servidores!" Entonces el mercader le dio veinte dinares, diciéndole:”! Tómalos y libra mi conciencia y mi responsabilidad!”

Juder contestó: " ¡Que Alah te indemnice por todo lo que hiciste por mí!" Y se despidió de él y salió para buscar a su amigo el moghrabin. Pero encontró en el camino a un pobre hombre y le dio de limosna los veinte dinares; luego llegó a casa del moghrabín, y vivió con él hasta que se terminaron todos los ritos y obligaciones de la peregrinación.

Entonces el moghrabín fué en busca suya, y sacándose del dedo el anillo que en otro tiempo había cogido Juder del tesoro de Scharamardal, se lo dio, diciendo: "¡Oh Juder, toma este anillo que realizará todos tus anhelos! Porque has de saber que este anillo tiene por servidor a un genni, llamado Trueno-Penetrante, que estará a tus órdenes para cuanto le pidas. ¡No tienes más que frotar el engarce del anillo, y al punto se te aparecerá Trueno-Penetrante, que se encargará de ejecutar todas tus voluntades y de darte, si se los pides, todos los bienes del universo que desees!" Y para enseñarle su manejo, lo frotó delante de él con el pulgar. Al punto apareció el efrit Trueno-Penetrante, e inclinándose ante el moghrabín, dijo: "¡Heme aquí, ¡ya sidi! ¡Ordena y serás obedecido! ¡Pide y recibirás! ¿Quieres reconstruir una ciudad en ruinas o destruir una ciudad floreciente? ¿Quieres matar y asesinar? ¿Quieres arrancar el alma a un rey o solamente diezmar sus ejércitos? ¡Habla!"

El moghrabín contestó: "¡Oh Trueno! ¡ahí tienes al que será tu amo en adelante! ¡Te lo recomiendo mucho! ¡Sírvele bien!" Después le despidió, y encarándose con Juder, le dijo: "No olvides ¡oh Juder! que por medio de este anillo podrás deshacerte y vengarte de todos tus enemigos! ¡Y experimenta sin cuidado su poder!"

Juder dijo: "En ese caso, ¡oh mi señor! desearía volver a mi país y a mi morada".

El otro contestó: "Frota el anillo, y cuando el efrit Trueno se te aparezca y te diga: «¡Heme aquí! ¡ Pide y obtendrás! », respóndele: « ¡Quiero subir a tu espalda! ¡Llévame a mi país hoy mismo! ¡Y te obedecerá!"

Entonces Juder se despidió de Abd Al-Samad el moghrabín y frotó el anillo. Y al instante apareció Trueno-Penetrante, que le dijo: "¡Heme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Y Juder contestó: "¡Condúceme a El Cairo hoy mismo!" El genni dijo: "¡Fácil es!" Y encorvándose por completo, se lo puso a la espalda y echó a volar con él. Y duró el viaje desde mediodía hasta media noche; y el efrit dejó a Juder en El Cairo, en la propia casa de su madre y desapareció.

Cuando la madre de Juder vió entrar a éste, se levantó y lloró, deseándole la paz. Luego le contó lo que les había sucedido a sus hermanos, y cómo el rey había hecho que les apalearan y les había quitado el saco encantado y el saco del oro y de las joyas. Y al oír aquello, Juder no pudo permanecer indiferente a la suerte de sus hermanos, y dijo a su madre: "¡No te aflijas por eso! ¡Al instante te probaré lo que puedo y te traeré a mis hermanos!"

Y al mismo tiempo frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el servidor, que dijo: "¡Heme aquí! ¡Pide y obtendrás!"

Juder dijo: "¡Te ordeno que vayas a sacar a mis hermanos del calabozo del rey para traérmelos aquí!" Y desapareció el genni para ejecutar la orden.

Y he aquí que Salem y Salim yacían en un calabozo, llenos de grandes sufrimientos y de las penas y angustias más profundas, a causa de las torturas y privaciones experimentadas, hasta tal punto, que deseaban la muerte como una liberación y un término de sus males. Y precisamente hablaban entre sí con gran amargura a este respecto, llamando a la muerte, cuando vieron que a sus pies se abría de pronto el suelo y se les aparecía Trueno-Penetrante, quien, sin darles tiempo para nada, se los llevó a ambos, y desapareció con ellos en las profundidades de la tierra., en tanto que los dos hermanos se le desmayaban en sus brazos para no recobrar el sentido hasta que estuvieron en casa de su madre, y se encontraron echados en la alfombra entre su hermano Juder y su madre que los cuidaban con solicitud. Y al verles abrir los ojos, les dijo Juder: "¡Sean con vosotros todas las zalemas!, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me habéis olvidado? ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 480: Pero cuando llegó la 481ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 481ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Sean con vosotros todas las zalemas, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me habéis olvidado?" Bajaron ellos la cabeza y se echaron a llorar en silencio, entonces les dijo Juder: "¡No lloréis! ¡Porque fueron Satán y la codicia los que hubieron de obligaros a obrar cual obrasteis! ¿Mas cómo pudisteis decidiros a venderme? ¡Pero no lloréis! ¡Si para mi es un consuelo pensar que me parezco en eso a José, hijo de Jacob, a quien también vendieron sus hermanos! ¡No obstante, los hermanos de José se portaron con él peor que vosotros conmigo, pues además le arrojaron al fondo de una cisterna! ¡Limitaos a pedir perdón a Alah, arrepintiéndoos, y os perdonará (porque es el Clemente Ilimitado y el Gran Perdonador) como yo os perdono!

¡Sea con vosotros la bienvenida! ¡Y estad en adelante tranquilos, sin ningún temor y sin ningún encogimiento! Y siguió consolándolos y reconfortándolos hasta que hubo colmado sus corazones; luego empezó a contarles todos los sinsabores y sufrimientos que soportó hasta encontrar en la Meca al jeique Abd Al-Samad. Y también les enseñó el anillo mágico.

Entonces le contestaron ellos: "¡Oh hermano nuestro, perdónanos por esta vez! ¡Si volviéramos a reincidir, haz con nosotros lo que te parezca!”

Juder repuso: "¡No os apenéis ni os preocupéis por eso ya! ¡Y daos prisa a contarme lo que os hizo el rey!" Ellos dijeron: "¡Hizo que nos apalearan, y nos amenazó con algo peor; luego acabó por quitarnos los dos sacos!"

Juder dijo: "¡Ahora va a ver él!" Y frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el efrit Trueno-Penetrante.

Al verle, quedaron espantados ambos hermanos, y creyeron de corazón que no le había llamado Juder más que para que los matara. Y se precipitaron en el aposento de su madre, gritando: "¡Oh madre nuestra, nos ponemos bajo tu generosa protección! ¡Oh madre nuestra intercede por nosotros!"

Ella contestó: "¡Oh hijos míos, no tengáis miedo!"

Entretanto, Juder había dicho a Trueno: "¡Te ordeno que me traigas todas las joyas y cosas preciosas que hay en los armarios del rey, sin dejar nada, y trayéndome al mismo tiempo el saco encantado el saco de las cosas preciosas que fueron sustraídos a mis hermanos!" Y contestó el genni del anillo: "¡Escucho y obedezco!" Y al instante fue a ejecutar la orden y volvió para poner entre las manos de Juder los dos sacos intactos y los tesoros del rey, diciendo: "¡Ya sidi! ¡no he dejado nada en los armarios!"

Entonces Juder entregó a su madre el saco de las cosas preciosas y los tesoros del rey, recomendándole que los guardara bien, y colocó ante sí el saco encantado. Luego dijo al genni del anillo: "Te ordeno que esta misma noche me construyas un palacio alto y espléndido, decorándolo con oro y tapizándolo y amueblándole suntuosamente. Y quiero que al despuntar el día esté terminado todo!"

Y el genni del anillo, Trueno-Penetrante, contestó: "¡Se cumplirá tu voluntad!" Y desapareció en el seno de la tierra, mientras Juder sacaba del saco encantado manjares deliciosos que se puso a comer con su madre y sus hermanos en el límite del contento, durmiéndose luego hasta por la mañana.

En cuanto al genni del anillo, congregó al punto a sus compañeros los efrits subterráneos, escogiendo a los más hábiles en albañilería; y pusieron todos manos a la obra. Y unos tallaron piedras, otros edificaron, revocaron otros las paredes, esculpieron y grabaron otros, y otros, en fin, tapizaron y amueblaron las salas, de modo que al despuntar el día estaba el palacio enteramente terminado y decorado. Entonces se presentó el genni del anillo a Juder en cuanto se despertó éste, y le dijo: "¡Ya sidi! ¡el palacio está concluido! ¿Quieres venir a verlo y examinarlo?" Entonces se levantó Juder y salió en compañía de su madre y de sus hermanos; y examinaron el palacio todos juntos y vieron que no tenía igual de tanto como confundía la razón con la belleza de su arquitectura y de su feliz emplazamiento.

Y encantado quedó Juder al mirar su fachada imponente en verdad, y se maravilló pensando que no le había costado nada todo aquello. Y se encaró con su madre, y le preguntó: "¿Quieres habitar en este palacio?" Ella contestó: "¡Vaya si quiero!" E hizo votos por él e invocó sobre su cabeza las bendiciones de Alah. Entonces Juder frotó el anillo talismánico y dijo al genni, que apareció al punto: "¡Té ordeno que me traigas al instante cuarenta esclavas jóvenes, blancas y muy hermosas; cuarenta negras jóvenes y bien formadas; cuarenta criados jóvenes y cuarenta negros!"

El genni contestó: "¡Todo es ya tuyo!" Y con cuarenta de sus compañeros voló a las comarcas de la India, de Sindh y de Persia; y se llevaron a toda joven a quien encontraron completamente hermosa y a todo joven completamente hermoso. Y reunieron así cuarenta de cada especie, tras de lo cual escogieron cuarenta negras hermosas y cuarenta negros hermosos, y los transportaron ante Juder, que los encontró de su gusto a todos, y dijo: "¡Ahora hay que dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 481: Pero cuando llegó la 482ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 482ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡...dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor!" El genni contestó: "¡Helo aquí!" Juder dijo: "¡Hay que traer, además, un traje para mi madre y otro traje para mí!" Y Trueno lo llevó todo, y él mismo vistió a las jóvenes esclavas blancas y negras, diciéndoles: "¡Id ahora a besar la mano de vuestra ama, madre de vuestro amo! ¡Y cumplid bien las órdenes que os dé, y seguidla con los ojos, ¡oh blancas y negras!" Luego fue también el genni Trueno a vestir a los jóvenes y a los negros, y les mandó besar la mano de Juder. Después vistió a Salem y Salim con especial cuidado. Y cuando estuvo vestido todo el mundo, Juder parecía verdaderamente un rey y visires sus hermanos.

Como el palacio era muy grande, Juder hizo habitar en uno de los lados del edificio a su hermano Salem y a sus servidores y mujeres, y en el otro a su hermano Salim con sus servidores y mujeres. En cuanto a él, habitó con su madre en el centro del palacio. Y cada uno tenía sus aposentos como un sultán. ¡Y esto respecto de ellos!

¡Pero volvamos al rey!

Cuando el tesorero mayor fue por la mañana a coger del armario del tesoro algunos objetos que necesitaba para el rey, lo abrió, y se encontró con que no había nada.

Y a fe que podría aplicarse a aquel armario este dicho del poeta:

¡Este viejo tronco de árbol era opulento y hermoso con su colmena de abejas sonoras y sus chorros de miel dorada; pero cuando le abandonó el enjambre de abejas y desapareció la colmena, ya no fue más que un hueco vacío!

Y al ver aquello, el tesorero mayor lanzó un grito estridente y cayó sin conocimiento. Y cuando volvió en sí, se precipitó fuera de la estancia del tesoro, y con los brazos en alto corrió en busca del rey Schams Al-Daula, al cual dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡vengo a informarte que esta noche dejaron vacío el tesoro!"

Y exclamó el rey: "¡Oh miserable! ¿qué hiciste de las riquezas que contenía el tesoro?" El otro contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Y ni sé qué ha sido de ellas ni cómo se ha vaciado el tesoro! ¡Ayer por la noche, sin ir más lejos, revisé el tesoro, como de costumbre, y lo encontré lleno; y fui allí esta mañana y me lo encuentro vacío, sin nada! ¡No obstante, las puertas están sin forzar, y las he hallado cerradas y sin huellas de perforación o fractura, con los candados intactos y las cerraduras también cerradas! ¡No es, pues, un ladrón quien dejó vacío el tesoro!"

El rey preguntó: "¿Y han desaparecido asimismo los dos sacos?" El otro contestó: "¡Sí!"

Al oír estas palabras, la razón huyó de la cabeza del rey, que irguiose sobre sus pies, y gritó al tesorero mayor: "¡Echa a andar delante de mí!"

Y el tesorero se dirigió al tesoro; y el rey le siguió y llegó al tesoro, encontrándolo, en efecto, completamente vacío por dentro e intacto por fuera; y hubo de quedar estupefacto y aniquilado el rey, y dijo: "¡He aquí que robaron mi tesoro sin temor a mi poder y a mi cólera!"

Y se enojó con mucho enojo y al instante fue a reunir su diwán; y los emires y notables de la corte entraron en el diwán, y cada cual se preguntaba con espanto si no sería él causa del enojo del rey. Pero el rey les dijo: "¡Oh vosotros todos! ¡Sabed que mi tesoro fué saqueado esta noche; e ignoro quién cometió esta acción, infligiéndome tal afrenta y ultrajándome con tamaño ultraje, sin temer mi cólera!"

Y preguntaron todos: "Pero, ¿cómo ha sido?" El rey contestó: "¡No tenéis más que interrogar al tesorero mayor, que está ahí presente!" Y le interrogaron, y les dijo él: "¡Ayer mismo el tesoro estaba lleno, y lo he visitado y lo encontré vacío, sin nada, y por fuera no hay en la puerta perforación ni fractura!" Y se quedaron todos prodigiosamente asombrados; y sin saber qué contestar, bajaron la cabeza ante las miradas fulgurantes del rey y guardaron silencio

Pero en aquel mismo momento entró el alguacil que había denunciado la otra vez a vez a Salem y a Salim, y dijo:

"¡Oh rey del tiempo, me han tenido sin dormir toda la noche las cosas extraordinarias que he visto!" Y preguntó el rey: "¿Pues qué viste?"

El otro dijo: "Sabrás ¡oh rey del tiempo! que me pasé toda la noche distraído y agradablemente divertido con mirar a unos albañiles que se disponían a edificar trabajando con martillo, llanas y todas las demás herramientas. Y al despuntar el día he visto en aquel paraje un magnífico palacio enteramente acabado y que no tiene igual en el mundo. He pedido entonces detalles, y me los han dado, diciendo: "¡Es que Jader, hijo de Omar, ha vuelto de viaje y construyó este palacio! ¡Trajo consigo numerosos esclavos y muchos criados jóvenes! ¡Y viene cargado de riquezas y colmado de dinero! ¡Y libertó del calabozo a sus hermanos! ¡Y ahora está sentado en su palacio como un sultán!"

Al oír estas palabras del kawas, dijo el rey: "¡Qué vayan en seguida a ver el calabozo!" Y fueron a ver el calabozo y volvieron para anunciar al rey que Salem y Salim no estaban allí ya. Entonces el rey exclamó: "¡Ya di con el ladrón! ¡Quien sacó de la cárcel a Salem y a Salim tiene que ser el mismo que robó mi tesoro!"

Y preguntó el gran visir: "¿Pero quién es?" El rey contestó: "¡Juder, el hermano de los presos! ¡Y también es el quien robó los dos sacos!

Pero ¡oh visir mío! al instante vas a enviar contra todos esos individuos a un emir con cincuenta guerreros que los capturarán, y después de sellarles todos sus bienes, me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.

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Capítulo 482: Y cuando llegó la 483ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 483ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue". Y aumentó su enojo. y exclamó: "¡Sí, que vayan a buscarlos enseguida, porque quiero matarlos!” : El gran Visir contestó: "¡Oh rey, sé clemente e indulgente, porque clemente es Alah y no se apresura a a castigar a su esclavo rebelde y caído en falta! ¡Y además, el hombre que ha podido levantar un palacio en el transcurso de una noche, no tendrá, en verdad, nada que temer de nadie en el mundo! ¡En cambio, tengo miedo por el emir que envíes y temo que se encolerice Juder con él! ¡Paciencia, pues, hasta que dé yo con un medio de que llegues a conocer la verdad sobre el asunto, y sólo entonces podrás realizar sin inconveniente lo que resolviste realizar!"

Y contestó el rey: "Entonces, ¡oh visir mío! dime lo que tengo que hacer". El visir dijo: "Manda que vaya un emir para invitarle a que venga a palacio. ¡Y ya encontraré a la sazón un modo de capturarle; le fingiré mucha amistad y le preguntaré hábilmente acerca de lo que hace y de lo que no hace! ¡Y veremos entonces! Si es verdaderamente grande su poder, le capturaremos con astucia; pero si su poder es débil, le capturaremos a la fuerza; y te lo entregaremos. ¡Y harás con él lo que quieras!"

Dijo el rey: "¡Que se le invite!" Y el gran visir dio orden a un emir llamado el emir Othmán que fuera en busca de Juder y le invitara, diciéndole: "¡El rey desea verte entre sus huéspedes de hoy!" Y añadió el propio rey: "¡Y no dejes de venir con él!"

Y he aquí que el tal emir Othmán era un hombre estúpido, orgulloso e infatuado. Al llegar a la puerta del palacio vio a un eunuco sentado sobre el umbral en una hermosa silla de bambú. Y avanzó a él; pero el eunuco no se levantó ni se preocupó por el emir lo más mínimo, como si no le viera. ¡Y sin embargo, el emir Othmán era muy visible, y llevaba consigo cincuenta hombres muy visibles! Se acercó, a pesar de todo, y le preguntó: "¡Oh esclavo! ¿dónde está tu amo?" El esclavo contestó: "¡En el palacio!", sin volver siquiera la cabeza ni salir de su actitud indiferente y de su postura indolente.

Entonces sintiose muy enfurecido el emir Othmán y el gritó: "¡Oh calamitoso eunuco de pez! ¿No te da vergüenza permanecer, mientras hablo yo, tendido en postura indolente como un holgazán cualquiera?"

El eunuco contestó: "¡Vete ya! ¡Y no repliques ni una palabra más!" Al oír aquello, el emir Othmán llegó al límite de la indignación, y blandiendo su maza, quiso pegar con ella al eunuco. Pero ignoraba que el tal eunuco no era otro que Trueno-Penetrante, el efrit del anillo, a quien Juder había encargado que actuase de portero del palacio. Así es que cuando el presunto eunuco vio el movimiento del emir Othmán, se levantó, mirándole sólo con un ojo y manteniendo cerrado el otro ojo, le sopló en la cara, y bastó aquel soplo para tirarle al suelo. Luego le quitó de las manos la maza y sin más ni más, le asestó cuatro mazasos.

Al ver aquello, se indignaron los cincuenta soldados del emir, y no pudiendo soportar la afrenta infligida a su jefe, sacaron sus alfanjes y se precipitaron sobre el eunuco para exterminarle. Pero el eunuco sonrió con calma, y les dijo: "¡Ah! ¿sacáis vuestros alfanjes, ¡oh perros!? ¡Pues esperad un poco!" Y cogió a algunos y les hundió en el vientre sus propios alfanjes y los ahogó en su propia sangre! Y siguió diezmándolos de tal manera que los que quedaron huyeron poseídos de espanto con el emir a la cabeza, y no pararon hasta llegar a la presencia del rey, en tanto que Trueno volvía a tomar en la silla su postura indolente.

Cuando el rey se enteró por el emir Othmán de lo que acababa de suceder, llegó al límite del furor, y dijo: "¡Que vayan contra ese eunuco cien guerreros!" Y llegados que fueron los cien guerreros a la puerta del palacio, el eunuco los recibió a mazazos, zurrándolos y poniéndolos en fuga en un abrir y cerrar de ojos. Y volvieron a decir al rey: "¡Nos ha dispersado y aterrado!" Y el rey dijo: "¡Que vayan doscientos!" Y salieron doscientos, y fueron destrozados por el eunuco. Entonces gritó el rey a su gran visir: "¡Tú mismo irás ahora con quinientos guerreros para traérmele al instante! ¡Y también me traerás a su amo Juder con sus dos hermanos!" Pero contestó el gran visir: "¡Oh rey del tiempo, prefiero no llevar conmigo guerrero ninguno e ir en su busca completamente solo y sin armas!"

El rey dijo: "¡Ve, y haz lo que te parezca mejor!"

Entonces arrojó el gran visir de sí sus armas y se vistió con un largo ropón blanco; luego se puso en la mano un rosario muy grande, y se encaminó con lentitud a la puerta del palacio de Juder, pasando las cuentas del rosario. Y vio sentado en la silla al eunuco consabido, y se le acercó sonriendo, se sentó en el suelo frente a él con mucha cortesía, y le dijo: "¡La zalema sea con vos!" El otro contestó: "¡Sea contigo la zalema, oh ser humano! ¿Qué deseas?" Cuando el gran visir hubo oído lo de "ser humano", comprendió que el eunuco era un genni entre los genn, y tembló de espanto. Luego le preguntó humildemente: "¿Está tu amo, el señor Juder?" El otro contestó: "¡Sí, está en el palacio!" El visir añadió: "¡Ya sidi! te ruego que vayas a buscarle y a decirle: "¡Ya sidi! el rey Schams Al-Daula te invita a que te presentes a él, pues da un festín en tu honor. ¡Y él mismo te transmite la zalema y te ruega que honres su morada aceptando su hospitalidad!"

Trueno contestó: "¡Espérame aquí mientras voy a pedirle; su beneplácito...!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente

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Capítulo 483: Y cuando llegó la 484ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 484ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... Espérame aquí mientras voy a pedirle su beneplácito!" Y el gran visir se puso a esperar en una actitud muy cortés, en tanto que el mared iba en busca de Juder, al cual dijo: "Has de saber, ¡ya sidi! que el rey envió por ti primero a un emir muy presuntuoso, a quien he agredido, y luego a doscientos, a quienes deshice y puse en fuga. ¡Entonces ha enviado a su gran visir sin armas y vestido de blanco para invitarte a que comas manjares de su hospitalidad! ¿Qué te parece?"

Juder contestó: "¡Tráeme aquí al gran visir!" Y bajó Trueno a decirle: "¡Oh visir, ven a hablar con mi amo!" El visir contestó: "¡Sobre la cabeza!" Y subió al palacio, y entró en la sala de recepción, donde vio a Juder, más imponente que los reyes, sentado en un trono como no podría poseerlo ningún sultán, con un tapiz de lo más espléndido extendido a sus pies. Y quedó estupefacto, y permaneció pasmado, y absorto, y deslumbrado por la belleza del palacio, por sus adornos, por su decorado, por sus esculturas y por sus muebles; y vio que en comparación era él menos que un mendigo junto a cosas tan hermosas y frente al dueño de aquel recinto. Así es que se inclinó y besó la tierra entre las manos de Juder e hizo votos por su prosperidad. Y Juder le preguntó: "¿Qué tienes que pedirme, ¡oh visir!?"

El visir contestó: "¡Oh mi señor, tu amigo el rey Schams Al-Daula te transmite la zalema! ¡Y desea ardientemente alegrarse los ojos con tu cara; y a tal objeto da un festín en tu honor! ¿Querrás aceptarlo por complacerle?" Juder contestó: "¡Desde el momento en que es mi amigo, ve a transmitirle mi zalema, y dile que venga antes él mismo a mi casa!"

Dijo el visir: "¡Sobre la cabeza!" Entonces Juder frotó el engarce del anillo; y cuando apareció Trueno, le dijo: "¡Tráeme un ropón de lo más hermoso!" Y cuando Trueno le llevó el ropón, Juder dijo al visir: "¡Es para ti, oh visir! ¡Póntelo!" Y cuando el visir se puso el ropón, Juder le dijo: "¡Vé a decir al rey lo que oíste y viste!" Y el visir salió llevando aquel traje tan magnífico, que nadie lo llevó semejante, y fue en busca del rey, le puso al corriente de la posición de Juder, le hizo una admirable descripción del palacio y de lo que contenía, y le dijo: "¡Juder te invita!"

Dijo el rey: "¡Vamos, oh soldados!" Y se irguieron todos sobre sus pies, y el rey les dijo: "¡Montad en vuestros caballos! ¡Y que me traigan mi corcel de guerra para ir a ver a Juder!" Luego montó a caballo, y seguido por sus guardias y soldados, se dirigió al palacio de Juder.

Cuando Juder vio desde lejos llegar al rey con su séquito, dijo al efrit del anillo: "Deseo que me traigas a tus compañeros los efrits para que, con aspecto de seres humanos, formen el paso del rey en el patio principal del palacio. Y como el rey advertirá su número y calidad, quedará aterrado y espantado, y se estremecerá su corazón. ¡Y comprenderá entonces para su bien que mi poder supera al suyo!" Y al instante el efrit Trueno convocó e hizo aparecer a doscientos efrits con aspecto de guardias armados y de estatura enorme. Y entró el rey en el patio y pasó por entre las dos filas de soldados; y al ver su aspecto terrible, sintió estremecérsele el corazón. Luego subió al palacio y entró en la sala donde se hallaba Juder; y le encontró sentado de una manera y con una apostura que no tuvo nunca verdaderamente ningún rey ni sultán. Y le hizo la zalema, y se inclinó entre sus manos, y formuló sus votos, sin que Juder se levantase en honor suyo o le guardara consideraciones o le invitara a sentarse. Por el contrario, le tuvo de pie para hacerse valer, así, de modo que el rey perdió por completo la serenidad, y ya no supo si debía permanecer allí o marcharse.

Y al cabo de cierto tiempo, le dijo Juder por fin: "¿Te parece, en verdad, manera de conducirse el oprimir, como lo has hecho, a personas indefensas, despojándolas de sus bienes?" El rey contestó: "¡Oh mi señor, dígnate excusarme! ¡Me impulsaron a obrar así la codicia y la ambición, y tal era mi destino! ¡Y por otra parte, si no hubiera falta, no habría perdón!" Y continuó excusándose por cuanto pudo cometer en el pasado y suplicando indulgencia y perdón; y entre otras excusas, hasta le recitó estos versos:

¡Oh tú, carácter generoso, hijo de ilustres antecesores y de una raza noble, no me reproches por el daño que en el pasado pudiera hacerte!
¡Lo mismo que nosotros te perdonaríamos si fueses culpable de cualquier mala acción, debes perdonarnos cuando los culpables somos nosotros!”

Y no cesó de humillarse de aquel modo entre las manos de Juder, hasta que Juder hubo de decirle: "¡Que te perdone Alah!" Y le permitió sentarse, y se sentó el rey. Entonces Juder le puso el ropón de la salvaguardia, y dio a sus hermanos orden de que extendieran el mantel y sirvieran manjares extraordinarios y numerosos. Y después de la comida regaló hermosas vestiduras a todos los individuos del séquito del rey, y les trató con miramientos y generosidad. Sólo entonces fue cuando el rey se despidió de Juder y salió del palacio; pero fue para volver todos los días a pasarlos por entero con Juder y hasta reunió en casa de éste su diwán, ventilando allí los asuntos del reino. Y la amistad entre ambos no hizo más que aumentar y consolidarse. Y así vivieron algún tiempo.

Pero un día en que el rey se hallaba solo con su gran visir, le dijo: "j Oh visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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Capítulo 484: Y cuando llegó la 485ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 485ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... 0 visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!" El visir contestó: "¡Oh rey del tiempo! no temas que Juder se apodere de tu trono! ¡Porque el poderío y la opulencia de Juder son mucho más considerable que los del rey! ¿Qué quieres que haga con tu trono? ¡Además que la posesión de tu trono sería en él una prueba de decadencia, dada su actual posición! Pero en cuanto a matarte, si lo temes verdaderamente, ¿para qué tienes una hija? ¡Bastará con que se la des en matrimonio, y de ese modo compartirás con él el poder supremo; y estaréis ambos en las mismas condiciones!"

El rey contestó: "¡Oh visir, actúa de intermediario entre él y yo!" El visir dijo: "No tienes para eso más que invitarle a tu casa; y pasaremos la velada en la sala principal del palacio. Entonces ordenarás a tu hija que se atavíe con sus mejores galas y pase como un relámpago por delante de la puerta de la sala. Y Juder la divisará; y como ha de excitarse mucho su curiosidad y su espíritu se preocupará por la princesa entrevista, quedará locamente enamorado; y me preguntará quién es ella. Entonces yo me inclinaré misteriosamente hacia él, le diré: "¡es la hija del rey!" ¡Y me pondré a conversar con él acerca del particular, dejando escapar palabras y palabras, sin que sepa que estás al corriente, hasta que le decida a venir a pedírtela en matrimonio! ¡Y cuando de tal suerte le hayas casado con la joven, vuestra alianza será firme para lo sucesivo; y a su muerte heredarás la mayor parte de lo que él posea!" Y el rey contestó: "¡Verdad dices, oh visir!" Y dio el festín e invito a Juder, que se presentó en el palacio y sentóse en la sala principal, acogido con júbilo y agasajo, hasta la noche.

Y he aquí que el rey había enviado a decir a su esposa que pusiera a la joven sus mejores preseas, y la adornara con sus adornos más hermosos, y la hiciera pasar muy de prisa por delante de la puerta de la sala del festín. Y la madre de la joven ejecutó lo que le habían ordenado ejecutar. Así es que cuando la joven pasó por delante de la sala del festín como un relámpago, bella y enjoyada y brillante y maravillosa, Juder la divisó y lanzó un grito de admiración y un profundo suspiro, y hubo de modular: "¡Ah!" ¡Y se relajaron sus miembros, y se le puso amarillo el rostro! Y el amor, y la pasión, y el deseo, y el ardor entraron en él y le dominaron.

Entonces le dijo el visir: "¡Lejos de ti toda pena y todo mal, mi señor! ¿Por qué te veo súbitamente demudado, y sufriendo, y dolorido?" Juder contestó: "¡Oh visir, la culpa es de esa joven!

¿De quién es hija? ¡Me ha avasallado y me ha arrebatado la razón!" El visir contestó: "¡Es la hija de tu amigo el rey! ¡Si te gusta, verdaderamente, hablaré al rey para que te la dé en matrimonio!"

Juder dijo: "¡Oh visir, háblale! ¡Y por mi vida, que te daré todo lo que me pidas! ¡Y daré al rey cuanto me reclame como dote de su hija! ¡Y seremos amigos y parientes por alianza!"

El visir contestó: "¡Voy a emplear toda mi influencia a fin de obtener para ti lo que anhelas!" Y habló al rey en secreto, y le dijo: "¡Oh rey Schams Al-Daula, he aquí que tu amigo Juder desea aproximarse a ti con alianza! ¡Y se ha encomendado a mí para que te hable con objeto de que le concedas en matrimonio tu hija El-Sett Asia! ¡No me rechaces, pues, y acepta mi intercesión! ¡Y te pagará Juder cuanto pidas como dote de tu hija!" El rey contestó: "¡Pagada y recibida está ya la dote! ¡Y la hija es una esclava a su servicio! ¡Se la doy por esposa, y con aceptarla él de mí, me hace el mayor de los honores!" Y dejaron transcurrir aquella noche sin concretar más.

Pero al día siguiente por la mañana el rey congregó su diwán, y convocó a él a grandes y a pequeños, a amos y a servidores; e hizo ir al jeique al-Islam para la circunstancia. Y Juder formuló su demanda de matrimonio, y el rey la aceptó, y dijo: "¡En cuanto a la dote, ya la recibí!" Y se extendió el contrato.

Entonces Juder hizo llevar allí el saco de las joyas y de las pedrerías, y se lo regaló al rey como dote de su hija. Y al punto resonaron los timbales y los tambores, y tocaron las flautas y los clarinetes, y la fiesta y la alegría llegaron a su apogeo, en tanto que Juder penetraba en la cámara nupcial y poseía a la joven.

Y Juder y el rey vivieron juntos, estrechamente unidos, durante días numerosos. Tras de lo cual murió el rey.

Entonces las tropas reclamaron a Juder para el sultanato, y como él rehusara, siguieron importunándole hasta que aceptó. Y le nombraron sultán.

Y he aquí que el primer acto de Juder sultán consistió en erigir una mezquita sobre la tumba del rey Schams Al-Daula; y llevó a ellos ricos donativos; y para emplazamiento de aquella mezquita escogió el barrio de los Bundukania, elevándose su palacio en el barrio de los Yamania. Y desde aquel entonces el barrio de la mezquita y la propia mezquita tomaron el nombre de Judería.

Luego se apresuró el sultán Juder a nombrar visires a sus dos hermanos, a Salem visir de Su Derecha y a Salim visir de Su Izquierda. Y vivieron así en paz sólo un año, no más.

Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo? ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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Capítulo 485: Y cuando llegó la 486ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 486ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a permanecer en tal estado? ¿Nos vamos a pasar toda la vida como servidores de Juder, sin disfrutar a nuestra vez de la autoridad y la felicidad mientras Juder viva?

Salim contestó: "¿Qué podríamos hacer para matarle y quitarle el anillo y el saco? ¡Sólo tú sabrás combinar alguna estratagema para llegar a matarle, porque eres más experto y más inteligente que yo!" Dijo Salem: "Si combinara yo una estratagema para su muerte, ¿te conformarías con que yo fuese sultán y te tuviese a ti por visir de Mi Derecha! ¡Y sería para mí el anillo y para ti el saco!" El otro dijo: "¡Acepto!" Y acordaron el asesinato de Juder para alcanzar el poder soberano y disfrutar como reyes los bienes de este mundo.

Cuando hubieron combinado la estratagema, fueron en busca de Juder y le dijeron: "¡Oh hermano nuestro! ¡quisiéramos que esta tarde te dignaras darnos el gusto de ir a merendar en nuestro mantel, por que hace mucho tiempo que no te hemos visto franquear el umbral de nuestra hospitalidad!" Dijo Juder: "¡Pues no os atormentéis por eso! ¿En casa de cuál de vosotros dos debo presentarme a aceptar la invitación?

Salem contestó: "¡Primero en mi casa! ¡Y cuando hayas probado los manjares de mi hospitalidad, irás a aceptar la invitación de mi hermano!" Juder repuso: "No hay inconveniente. Y fué a ver a Salem en sus habitaciones del palacio.

¡Pero no sabía lo que le esperaba, porque apenas tomó el primer bocado del festín, cayó hecho trizas, con la carne por un lado y los huesos por otro! El veneno había surtido su efecto.

Entonces se levantó Salem y quiso sacarle del dedo el anillo; pero como el anillo no quería salir, le cortó el dedo con un cuchillo. Cogió entonces el anillo y frotó el engarce. Al punto apareció el efrit Trueno-Penetrante, servidor del anillo, que dijo: "¡Heme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Salem le dijo: "Te ordeno que te apoderes de mi hermano Salim y le mates. ¡Luego le cogerás y también cogerás a Juder, que está ahí sin vida, y arrojarás los dos cuerpos, el del envenenado y el del asesinado, a los pies de los principales jefes de las tropas!" Y el efrit Trueno, que obedecía todas las órdenes dadas pos cualquier poseedor del anillo, fue a buscar a Salim y le mató; después cogió los dos cuerpos sin vida y los arrojó a los pies de los jefes de las tropas, que precisamente estaban reunidos comiendo en la sala de las comidas.

Cuando los jefes de las tropas vieron los cuerpos sin vida de Juder y de Salim, dejaron de comer y alzaron los brazos, encantados y temblorosos, preguntando al mared: "¿Quién cometió ese crimen en las personas del rey y del visir?" El otro contestó: "¡Su hermano Salem!" Y en aquel mismo momento hizo Salem su entrada, y les dijo: "¡Oh jefe de mis tropas y vosotros todos, soldados míos, comed y estad contentos! Me he hecho dueño de este anillo que arrebaté a mi hermano Juder. Y este mared que tenéis ante vosotros es el mared Trueno-Penetrante, servidor del anillo. ¡Y soy yo quien le ha ordenado que diera muerte a mi hermano Salim para no tener que compartir el trono con él! ¡Por otra parte, era un traidor, temía que me traicionase! ¡Así es que, como Juder ha muerto, quedo yo por sultán único! ¿Queréis aceptarme para rey, o queréis mejor que frote el anillo y haga que el efrit os mate a todos, grandes y pequeños, hasta el último?"

Al oír estas palabras, los jefes de las tropas, poseídos de un temor grande, no osaron protestar, y contestaron: "¡Te aceptamos por rey y sultán!"

Entonces ordenó Salem que se celebraran los funerales de sus hermanos. Luego convocó al diwán, y cuando todo el mundo estuvo de vuelta de los funerales, se sentó en el trono; y recibió como rey los homenajes de sus súbditos, después de lo cual, dijo: "¡Ahora quiero que se extienda mi contrato matrimonial con la esposa de mi hermano!"

Le contestaron: "¡No hay inconveniente! ¡Pero es preciso esperar a que pasen los cuatro meses y diez días de viudedad!"

Salem contestó: "Conmigo no rezan esas formalidades ni otras fórmulas análogas! ¡Por la vida de mi cabeza, que necesito entrar en la esposa de mi hermano esta misma noche!" No hubo más remedio que extender el contrato de matrimonio, y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

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Capítulo 486: Y cuando llegó la 487ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 487ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga!" Y cuando llegó la noche, Salem penetró en el aposento de la esposa de Juder, que hubo de recibirle con las demostraciones de la alegría más viva y con los deseos de bienvenida. Y le ofreció, para que se refrescase, una copa de sorbete, bebiéndola él para caer destrozado, como cuerpo sin alma. Y así acaeció su muerte.

A la sazón El-Sett Asia cogió el anillo mágico y lo hizo añicos para que nadie en adelante lo utilizase de un modo culpable, y cortó en dos el saco encantado, rompiendo así el encanto que poseía.

Tras de lo cual, mandó prevenir al jeique al-Islam de cuanto había sucedido, y avisó a los notables del reino que ya podían elegir nuevo rey, diciéndoles: "¡Escoged otro sultán para que os gobierne!"

"¡Y he aquí -continuó Schehrazada- todo lo que sé de la historia de Juder, de sus hermanos y del saco y el anillo encantados! Pero también sé, ¡oh rey afortunado! una historia asombrosa que se llama...


HISTORIA DE ABU-KIR Y DE ABU-SIR[editar]

Dijo Schehrazada:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de lskandaria había antaño dos hombres, uno de los cuales era tintorero y se llamaba Abu-Kir, y el otro era barbero y se llamaba Abu-Sir. Y eran vecinos uno de otro en el zoco, porque se tocaban las puertas de sus tiendas.

¡Y he aquí que el tintorero Abu-Kir era un insigne bribón, un embustero de lo más detestable, un desvergonzado! ¡Ni más ni menos! ¡Sin duda alguna, debieron tallarse sus sienes con algún granito irreducible y debió labrarse su cabeza con la piedra de los escalones de una iglesia de judíos!

De no ser así, ¿cómo hubiera él tenido tan desvergonzada audacia para las fechorías y las ruindades todas? Entre otras diversas estafas, acostumbraba a hacer que sus clientes le pagasen por adelantado, con pretexto de que necesitaba dinero para comprar colores, y nunca devolvía las telas que le llevaban a teñir. Por el contrario, no sólo se gastaba el dinero que había cobrado de antemano, comiendo y bebiendo a su sabor, sino que vendía en secreto las telas depositadas en su casa, y con ello se pagaba toda clase de regocijos y diversiones de primera calidad. Y cuando volvían los clientes para reclamarle sus efectos, siempre encontraba medio de entretenerles y hacerles esperar indefinidamente, unas veces con un pretexto y otras con otro.

Por ejemplo, decía: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que ayer parió mi esposa, y me he visto obligado a correr de un lado para otro durante todo el día!" 0 decía también: "Ayer tuve invitados y me ocuparon todo el tiempo mis deberes de hospitalidad para con ellos; pero, si vuelves dentro de dos días, desde el amanecer encontrarás terminada tu tela". Y dilataba todo lo posible los compromisos con sus parroquianos, hasta que alguno exclama, impacientado: "¡Bueno! ¿vas a decirme la verdad de lo que ocurre con mis telas? ¡Devuélvemelas! ¡Ya no quiero teñirlas!" Entonces contestaba él: "¡Por Alah, que estoy desesperado!" Y alzaba al cielo las manos, haciendo toda clase de juramentos de que iba a decir la verdad. Y después de lamentarse y golpearse las manos una contra otra, exclamaba: "Figúrate, ¡oh mi amo! que cuando estuvieron teñidas las telas, las puse a secar bien tendidas en las cuerdas que hay delante de mi tienda, y me ausenté un instante para ir a orinar; cuando volví habían desaparecido, robándomelas algún forajido, ¡quizá mi mismo vecino, ese barbero calamitoso!"

Al oír estas palabras, si el cliente era un buen hombre entre las personas tranquilas, se contentaba con responder: "¡Alah me indemnizará!" y se iba. Pero si el cliente era hombre irritable, se ponía furioso y llenaba de injurias al tintorero y comenzaba a golpes con él, provocando una disputa pública en la calle en medio de la aglomeración de gente. Y a pesar de todo, y aun a despecho de la autoridad del kadí, no conseguía recobrar sus efectos, ya que faltaban pruebas, y por otra parte, en la tienda del tintorero no había nada que pudiese embargarse y venderse. Y aquel comercio duró bastante tiempo, el necesario para chasquear uno tras de otro a todos los mercaderes del zoco y a todos los habitantes del barrio. Y el tintorero Abu-Kir vio a la sazón perdido irremediablemente su crédito y aniquilado su comercio, pues no había ya nadie a quien pudiese despojar. Y fue objeto de la desconfianza general, y se le citaba en proverbios cuando se quería hablar de las bribonadas que hacen las gentes de mala fe.

Cuando el tintorero Abu-Kir viose reducido a la miseria, fué a sentarse delante de la tienda de su vecino el barbero Abu-Sir, y le puso al corriente del mal estado de sus negocios, y le dijo que ya no le quedaba más que morirse de hambre. Entonces el barbero Abu-Sir, que era un hombre que marchaba por la senda de Alah, y aunque muy pobre era escrupuloso y honrado, se compadeció de la miseria de quien era más pobre que él y contestó:

"¡El vecino se debe a su vecino! ¡Quédate aquí y come y bebe y participa de los bienes de Alah hasta que lleguen días mejores!" Y le recibió con bondad, y atendió a todas sus necesidades durante un largo transcurso de tiempo.

Pero he aquí que un día el barbero Abu-Sir se quejaba al tintorero Abu-Kir de los rigores de la suerte, y le decía: "Ya lo ves, hermano mío! No soy, ni mucho menos, un barbero torpe y mi mano es ligera en la cabeza de mis clientes. ¡Pero como mi tienda es pobre y yo también soy pobre, nadie viene a afeitarse en mi casa! ¡Apenas si por la mañana, en el hammam, algún mandadero o algún fogonero se dirige a mí para que le afeite los sobacos o le aplique en el vientre pasta depilatoria! ¡Y con las pocas monedas que esos pobres dan a un pobre como yo, puedo alimentarte, alimentarme y subvenir a las necesidades de la familia que soporto a mi cuello!

¡Pero Alah es grande y generoso!"

El tintorero Abu-Kir contestó: "Verdaderamente eres muy infeliz al aguantar con tanta paciencia la miseria y los rigores de la suerte, habiendo medios de enriquecerse y de vivir con holgura. Te disgusta tu oficio, que no te produce nada, y yo no puedo ejercer el mío en este país lleno de gentes malévolas. No nos queda otro recurso que abandonar esta tierra cruel y marcharnos a viajar en busca de alguna ciudad donde nos sea fácil ejercer nuestro arte con fruto y satisfacción.

¡Por lo demás, cuántas ventajas reportan los viajes! ¡Viajar es alegrarse, es respirar el aire libre, es descansar de las preocupaciones de la vida, es ver nuevos países y nuevas tierras, es instruirse, y cuando se tiene entre las manos un oficio tan honorable y excelente como el mío y el tuyo, y sobre todo tan admitido generalmente en todas las tierras y en los pueblos más diversos, es ejercerlo con grandes beneficios, honores y prerrogativas.

Y además, no ignoras lo que ha dicho el poeta acerca del viaje:

¡Deja las moradas de tu patria, si aspiras a cosas grandes, e invita a viajar a tu alma!
¡En el umbral de tierras nuevas te esperan los placeres, las riquezas, los buenos modales, la ciencia y las amistades escogidas!

Y si te dicen: "¡Qué de penas y preocupaciones y peligros vas a soportar en tierra lejana, amigo!" contesta: "¡Vale más estar muerto que vivo, si ha de vivirse siempre en el mismo lugar, cual insecto roedor, entre envidiosos y espías!”

"¡Así pues, hermano mío, no podemos hacer nada mejor que cerrar nuestras tiendas y viajar juntos para mejorar de suerte!" Y continuó hablándole con lengua tan elocuente, que el barbero Abu-Sir quedó convencido de la urgencia de la marcha, y se apresuró a hacer sus preparativos, que consistieron en envolver en un retazo viejo de tela remendada su bacía, sus navajas, sus tijeras, su suavizador y algunos otros pequeños utensilios, yendo luego a despedirse de su familia y volviendo a la tienda en busca de Abu-Kir, que le esperaba.

Y le dijo el tintorero: "Ahora sólo nos resta recitar la Fatiha liminar del Korán para dar fe de que somos hermanos y comprometernos juntos a guardar en lo sucesivo en la misma arca nuestras ganancias, repartiéndolas con toda imparcialidad a nuestro regreso a Iskandaria. ¡Como también debemos prometernos que aquel de entre nosotros que encuentre antes trabajo se obligará a mantener al que no pueda ganar nada"

El barbero Abu-Kir no puso ninguna dificultad al reconocer la legitimidad de estas condiciones; y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 487: Pero cuando llegó la 488ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 488ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán. Tras de lo cual el honrado Abu-Sir cerró su tienda y entregó la llave al propietario, a quien pagó en seguida; luego tomaron ambos el camino del puerto, y sin ninguna clase de provisiones, embarcaron en un navío que se hacía a la vela. El Destino les favoreció durante el viaje y hubo de ayudarles por mediación de uno de ellos. En efecto, entre los pasajeros y la tripulación, cuyo número total ascendía a ciento cuarenta hombres, sin contar al capitán, no había más barbero que Abu-Sir; y por consiguiente, él solo podía afeitar convenientemente a los que necesitaban afeitarse. Así es que, en cuanto el navío se hizo a la vela, el barbero dijo a su compañero: "Hermano mío, nos hallamos en mitad del mar, y es preciso que encontremos de comer y beber. ¡Voy, pues, a intentar ofrecer mis servicios a los pasajeros y a los marineros, por si me dice alguno: «¡Ven ¡oh barbero! a afeitarme la cabeza!» ¡Y le afeitaré la cabeza mediante un pan o algún dinero o un trago de agua, de lo cual podremos aprovechar tú y yo!"

El tintorero Abu-Kir, contestó: "¡No hay inconveniente!" Y se echó en el puente, colocó la cabeza lo mejor que pudo y se durmió sin más ni más, mientras el barbero se disponía a buscar trabajo.

A este fin, Abu-Sir cogió sus pertrechos y una taza de agua, se echó al hombro un pedazo de lienzo a modo de toalla, pues era pobre, y empezó a circular entre los pasajeros. A la sazón uno de ellos le dijo: "¡Ven, ¡oh maestro! a afeitarme!" Y el barbero le afeitó la cabeza. Y cuando hubo acabado, como el pasajero le ofreciera alguna moneda de cobre, le dijo él: "¡Oh hermano mío! ¿qué voy a hacer aquí con este dinero? ¡Si quisieras darme un pedazo de pan me resultaría más ventajoso y más bendito en este mar, porque traigo conmigo un compañero de viaje y son exiguas nuestras provisiones!" Entonces el pasajero le dió un pedazo de pan y un trozo de queso y le llenó de agua la taza. Y Abu-Sir cogió aquello y fué a ver a AbuKir, y le dijo: "¡Toma este pedazo de pan y cómetelo con este trozo de queso y bebe agua de esta taza!"

Y Abu-Kir lo tomó, y comió y bebió. Entonces Abu-Sir el barbero volvió a coger sus pertrechos, se echó al hombro la tela, cogió en la mano la taza vacía, y empezó a recorrer el navío entre las filas de pasajeros, agrupados o echados, y afeitó a uno por dos panecillos, a otro por un pedazo de queso, o un cohombro, o una raja de sandía, o incluso por dinero; y tuvo tanta suerte, que al fin de la jornada había recogido treinta panecillos, treinta medios dracmas, y una porción de queso, y aceitunas, y cohombros, y varias tortas de lechecilla seca de Egipto, que se extrae de los excelentes pescados de Damieta. Y además, supo ganarse tantas simpatías entre los pasajeros, que podía obtener de ellos cuanto les pidiera. Y se hizo tan popular, que su habilidad llegó a oídos del capitán el cual quiso que también le afeitara a él la cabeza. Y Abu-Sir afeitó la cabeza al capitán y no dejó de quejársele de los rigores de la suerte y de la penuria en que se hallaba y de las escasas provisiones que poseía. Y asimismo le dijo que llevaba con él un compañero de viaje. Entonces el capitán, que era un hombre espléndido y que, además. estaba encantado de los buenos modales y de la ligereza de mano del barbero, contestó: "¡Bienvenido seas! Deseo que todas las noches vengas con tu compañero a cenar conmigo. ¡Y no os preocupéis por nada ninguno de los dos mientras viajéis en nuestra compañía!"

El barbero fué entonces a buscar al tintorero, que, como de costumbre, estaba durmiendo, y que cuando una vez despierto vió junto a su cabeza tanta abundancia de panecillos, queso, sandía, aceitunas, cohombros y lechecillas secas, exclamó maravillado: "¿De dónde sacaste todo eso?"

Abu-Sir contestó: "De la munificencia de Alah (¡exaltado sea!").

Entonces el tintorero se arrojó sobre las provisiones, como si fuese a pasarlas todas de una vez a su estómago querido; pero le dijo el barbero: "No comas de esas cosas, hermano mío, que pueden sernos útiles en un momento de necesidad, y escúchame. Has de saber, en efecto, que he afeitado al capitán, y me he quejado ante él de nuestra escasez de provisiones; y me contestó: "¡Bienvenido seas, y ven todas las noches con tu compañero a cenar conmigo!" Y he aquí que precisamente esta noche comeremos por primera vez con él!"

Pero AbuKir contestó: "¡Me tienen sin cuidado todos los capitanes! ¡Estoy mareado y no puedo abandonar mi sitio! ¡Déjame aplacar el hambre con estas provisiones y vé a cenar con el capitán tú solo!" Y dijo el barbero: "¡No hay inconveniente en hacerlo!" Y en espera de la hora de cenar, se quedó mirando comer a su compañero.

Y he aquí que el tintorero se puso a partir y a probar los alimentos como el picapedrero que parte bloques de piedra en las canteras, y a devorarlos con un ruido igual al que haría un elefante que estuviera días y días sin comer y tragara con gruñidos y gargarizaciones; y unos bocados ayudaban a otros bocados, empujándolos a las puertas del gaznate; y cada pedazo entraba antes de que hubiera desaparecido el anterior; y los ojos del tintorero se abrían exageradamente como los ojos de un ghul al desfilar cada trozo y lo cocían con sus resplandores, abrasándolo, y resoplaba y berreaba cual un buey que bramase ante las habas y el heno.

Entretanto, apareció un marinero, que dijo al barbero: "¡Oh maestro de tu oficio! el capitán te dice: "¡Trae a tu compañero y ven a cenar!" Entonces Abu-Sir preguntó a Abu-Kir: "¿Te decides a acompañarme?" El otro contestó: "¡No tengo fuerzas para andar!" Y se fue el barbero solo y vio al capitán sentado en el suelo ante un amplio mantel encima del cual había veinte manjares, o acaso más, de diferentes colores; y no esperaban más que a que llegase para empezar la comida, a la que también estaban invitadas diversas personas de a bordo. Y al verle solo, el capitán le preguntó...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 488: Y cuando llegó la 489ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 489ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y al verle solo, el capitán le preguntó: "¿Dónde está tu compañero?" El barbero contestó: "¡Oh mi amo, se ha mareado y está aturdido!" El capitán dijo: "Esto no tiene la menor importancia. ¡Ya se le pasará el mareo! ¡Siéntate junto a mí, y en el nombre de Alah!" Y cogió un plato y lo llenó de manjares de todos colores con tan poca paciencia que cada ración podría satisfacer a diez personas. Y cuando el barbero hubo acabado de comer, el capitán le ofreció otro plato, diciéndole: "¡Lleva este plato a tu compañero!" Y Abu-Sir se apresuró a llevar el plato lleno a Abu-Kir, a quien encontró masticando con los colmillos y trabajando con las muelas corno un camello, en tanto que seguían desapareciendo rápidamente en sus fauces bocados enormes, uno tras de otro. Y le dijo Abu-Sir: "¿No te dije que no te hartaras con esas provisiones? ¡Mira! He aquí las cosas admirables que te envía el capitán. ¿Qué tienes que decir de estas excelentes agujas de kabad de cordero que vienen de la mesa de nuestro capitán?" Abu-Kir dijo con un gruñido: "¡Dámelo!" Y se precipitó sobre el plato que le ofrecía el barbero, y se puso a devorarlo todo a dos manos con la voracidad del lobo, o la rapacidad del león, o la ferocidad del águila que se abate sobre las palomas, o la furia del hambriento que creyó perecer de hambre y no hace remilgos para rellenarse desaforadamente. Y en algunos instantes dejó limpio el plato y lo lamió para tirarlo luego vacío en absoluto. Entonces el barbero recogió el plato y se lo dio a unos tripulantes para ir después él a beber algo con el capitán, volviendo más tarde para pasar la noche al lado de Abu-Kir, que ya roncaba por todos los agujeros de su cuerpo, produciendo tanto estrépito como el agua al azotar el barco.

Al día siguiente y en los posteriores el barbero Abu-Sir siguió afeitando a los pasajeros y a los marineros, ganando víveres y provisiones, cenando por la noche con el capitán y sirviendo con toda generosidad a su compañero, quien, por su parte, se limitaba a dormir, sin despertarse más que para comer o hacer sus necesidades, y así durante veinte días de navegación, hasta que, por la mañana del vigésimo primer día, el navío entró en el puerto de una ciudad desconocida.

Entonces Abu-Kir y Abu-Sir bajaron a tierra y fueron a alquilar en un khan una vivienda pequeña, que se apresuró a amueblar el barbero con una estera nueva comprada en el zoco de los estereros, y dos mantas de lana. Tras de lo cual el barbero, no bien atendió a todas las necesidades del tintorero, que continuaba quejándose del mareo, le dejó dormido en el khan, y se fue por la ciudad, cargado con sus pertrechos, para ejercer su profesión por las esquinas, al aire libre, afeitando a mandaderos, a arrieros, a barrenderos, a vendedores ambulantes y hasta a mercaderes de bastante importancia, que fueron a él atraídos por su navaja experta. Y por la noche, volvió para poner los manjares a la vista de su compañero, al cual halló dormido y no consiguió despertarle más que haciéndole oler las emanaciones de las agujas de cordero. Y duró de tal forma aquel estado de cosas cuarenta días enteros, quejándose siempre Abu-Kir de un resto de marco: y a diario, una vez a mediodía y otra vez al ponerse el sol, iba el barbero al khan para servir y dar de comer al tintorero con la ganancia que le proporcionaba el destino del día y su navaja; y el tintorero se tragaba panecillos, cohombros, cebollas frescas y agujas de kabab sin fatiga ninguna de su cuidado estómago; y en vano el barbero le encomiaba la belleza sin par de aquella ciudad desconocida y le invitaba a que le acompañase a dar un paseo por los zocos o los jardines, pues Abu-Kir contestaba invariablemente: "¡Todavía tengo mareo en la cabeza!" y después de exhalar diversos regüeldos y soltar diversos cuescos de diversas calidades, se sumergía de nuevo en su pesado sueño.

Y el excelente y honrado barbero Abu-Sir no hacía el menor reproche a su desvergonzado compañero ni le importunaba con quejas o disputas.

Pero, al cabo de aquellos cuarenta días el pobre barbero cayó enfermo, y como no podía salir para dedicarse a su trabajo, rogó al portero del khan que cuidase a su compañero Abu-Kir y le comprara todo lo que necesitase. Pero algunos días después empeoró tan gravemente el estado del barbero, que el pobre perdió sus facultades y quedose inerte y como muerto.

Así es que, como ya no le alimentaban ni le compraban lo necesario, el tintorero acabó por sentir la cruel quemadura del hambre y se vio obligado a levantarse para buscar a derecha y a izquierda algo que echarse a la boca. Pero ya había limpiado toda la vivienda, y no encontró absolutamente nada que comer; entonces registró la ropa de su compañero, que yacía inerte en el suelo, encontró una bolsa con la ganancia del pobre acumulada moneda a moneda durante la travesía y en los cuarenta días de trabajo, se la guardó en el cinturón, y sin preocuparse de su compañero enfermo, como si no existiese, salió, cerrando tras de sí el picaporte de la puerta de su vivienda. Y como en aquel momento estaba ausente el portero del khan, nadie le vió salir ni le preguntó adónde iba.

Y he aquí que lo primero que hizo Abu-Kir fué correr a casa de un pastelero, donde se compró una bandeja entera de kenafa y otra de hojaldres escarchados; y encima se bebió un cántaro de sorbete de almizcle y otro de ámbar y azufaifas. Tras de lo cual...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 489: Y cuando llegó la 490ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 490ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Tras de lo cual se dirigió al zoco de los mercaderes y se compró hermosos vestidos y preseas hermosas, y suntuosamente ataviado empezó a pasearse despacio por las calles, distrayéndose y divirtiéndose con las cosas nuevas que a cada paso descubría en aquella ciudad sin par en el mundo, según creía él. Pero, entre otras cosas, le llamó la atención particularmente un hecho extraño. Notó, en efecto, que todos los habitantes, sin excepción, iban vestidos iguales, con telas de los mismos colores: no se veían más que azules y blancas y no otras. Hasta en las tiendas de los mercaderes no había más que telas blancas y telas azules, sin que las hubiese de otro color. En los establecimientos de los vendedores de perfumes tampoco había más que blanco y azul; y el kohl mismo era visiblemente azul. Los expendedores de sorbetes no tenían en las garrafas más que sorbetes blancos, sin que los tuviesen rojos, o rosados o violados. Y aquel descubrimiento le asombró en extremo. Pero donde su estupefacción llegó a los últimos límites, fue a la puerta de un tintorero; en las cubas del tintorero sólo vio, efectivamente, tinte azul índigo y ninguno otro más. Entonces, sin poder reprimir su curiosidad y su asombro, Abu-Kir entró en la tienda y sacó del bolsillo un pañuelo blanco, dándoselo al tintorero, y diciéndole: "¿Cuánto me llevarás ¡oh maestro de tu oficio! por teñirme este pañuelo? ¿Y de qué color le dejarás?" El maestro tintorero contestó: "¡Por teñirte ese pañuelo no te llevaré más que veinte dracmas!" Indignado ante demanda tan exorbitante, exclamó Abu-Kir: "¡Cómo! ¿pides veinte dracmas por teñirme este pañuelo, y lo vas a hacer de azul? ¡Pero en mi país no cuesta más que medio dracma!" El maestro tintorero contestó: "¡En ese caso, buen hombre, vuélvete a tu país para teñirlo! ¡Aquí no podemos hacerlo por menos de veinte dracmas, sin rebajar ni una moneda de cobre!"

Entonces repuso Abu-Kir: "¡Bueno! pero no quiero teñirlo de azul. ¡Es rojo como lo quiero!" El otro preguntó: "¿En qué lengua estás hablando? ¿Y qué entiendes por rojo? ¿Acaso hay tinte rojo?"

Abu-Kir dijo estupefacto: "¡Entonces de amarillo!" El otro contestó: "¡No conozco, ese tinte!" Y Abu-Kir siguió enumerándole diversos colores de tintes, sin que el maestro tintorero comprendiese lo que le decía.

Y como le preguntase Abu-Kir si los demás tintoreros eran tan ignorantes como él, le contestó: "En esta ciudad hay cuarenta tintoreros que formamos una corporación inasequible para todos los demás habitantes, y nuestro arte se transmite de padres a hijos y solamente al morir uno de nosotros. ¡En cuanto a emplear otro tinte que el azul jamás pensamos en semejante cosa!"

Al oír estas palabras del tintorero, dijo Abu-Kir: "Mas de saber ¡oh maestro en tu oficio! que también yo soy tintorero y sé teñir las telas no sólo de azul, sino de una infinidad de colores que ni siquiera sospechas. ¡Tómame, pues, a tu servicio, mediante un salario, y te enseñaré todos los detalles de mi arte, y entonces podrás gloriarte de tu saber ante toda la corporación de tintoreros!" El otro contestó: "¡No podemos aceptar extranjeros en nuestra corporación y en nuestro oficio!" Abu-Kir preguntó: "¿Y si yo abriera por mi cuenta una tintorería?" El otro contestó: "¡Tampoco podrás hacerlo!" Entonces no insistió más Abu-Kir, salió de la tienda y fue en busca de un segundo tintorero, luego de un tercero, y de un cuarto, y de todos los demás tintoreros de la ciudad, y todos le recibieron igual y le dieron las mismas respuestas, sin aceptarle ni como maestro ni como aprendiz. Y fue a exponer su queja al jeique síndico de la corporación, que le contestó: "Nada puedo hacer. Nuestra costumbre y nuestras tradiciones nos prohíben que admitamos entre nosotros un extranjero".

Ante semejante recibimiento de unánime repulsa por parte de todos los tintoreros, Abu-Kir sintió que se le hinchaba de furor el hígado, y fue a palacio y se presentó al rey de la ciudad, y le dijo: Oh rey del tiempo! soy extranjero y ejerzo la profesión de tintorero, sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 490: Y cuando llegó la 491ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 491ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... y sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas. Y sin embargo, me ha sucedido tal y cual cosa con los tintoreros de esta ciudad, que no saben teñir más que de azul. No obstante, yo puedo dar a una tela los colores y matices más encantadores; el rojo en sus diversos tonos, como el rosa y el azufaifa; el verde en sus diversos tonos, como verde vegetal, verde alfónsigo, verde aceituna y verde ala de cotorra; el negro en sus diversos tonos, como negro carbón, negro de brea y negro azulado de kohl; el amarillo anaranjado: amarillo limón y amarillo de oro, ¡y otros muchos colores extraordinarios! ¡Ni más ni menos! ¡Y he aquí que, a pesar de todo, los tintoreros de acá no han querido admitirme ni como maestro ni como aprendiz a jornal!"

Al oír estas palabras de Abu-Kir y esta enumeración prodigiosa de colores de que nunca había oído hablar ni supuesto su existencia, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Ya Alah, eso es admirable!"

Luego dijo a Abu-Kir: "Si es verdad lo que dices, ¡oh tintorero! y si verdaderamente puedes, merced a tu arte, regocijarnos la vista con tantos colores maravillosos, desecha toda preocupación y tranquilízate. Yo mismo voy a abrirte una tintorería y a darte un fuerte capital en dinero. ¡Y no tienes nada que temer de los de la corporación, pues si alguno de ellos, por desgracia, intentara molestarte, haría que le colgaran a la puerta de su tienda!"

Y al punto llamó a los arquitectos de palacio, y les dijo: "Acompañad a este maestro admirable, recorred con él toda la ciudad, y cuando haya encontrado un lugar de su gusto, sea tienda o khan, o casa jardín, echad de allí inmediatamente a su propietario, y construid a toda prisa en aquel emplazamiento una gran tintorería con cuarenta cubas de grandes dimensiones y otras cuarenta de dimensiones más pequeñas. Y obrad en todo conforme a las indicaciones de este gran maestro tintorero; observad puntualmente sus órdenes ¡y guardaos de desobedecerle en nada, ni siquiera con un gesto!" Luego el rey regaló a Abu-Kir un hermoso ropón de honor y una bolsa con mil dinares, diciéndole: "¡Diviértete con este dinero en tanto está lista la nueva tintorería!" Y le regaló, además, dos mozos jóvenes para su servicio y un maravilloso caballo enjaezado con una hermosa silla de terciopelo azul y una gualdrapa de seda del mismo color. Además, puso a su disposición, para que la habitara, una casa ricamente amueblada bajo su dirección y servida por gran número de esclavos.

¡Así es que Abu-Kir, vestido de brocado a la sazón y montado en un hermoso caballo aparecía brillante y majestuoso como un emir hijo de emir! Y al día siguiente, montado siempre en su caballo y precedido por dos arquitectos y por los dos mozos jóvenes, que hacían separarse a la multitud al pasar él, no dejó de recorrer las calles y los zocos en busca de un lugar donde levantar su tintorería. Y acabó por elegir una inmensa tienda abovedada, que estaba situada en medio del zoco, y dijo: "¡Este sitio es excelente!" Al punto los arquitectos y los mozos echaron al propietario, y comenzaron en seguida a demoler por un lado y a edificar por otro, y tanto celo pusieron en el cumplimiento de su tarea a las órdenes de Abu-Kir, que les decía desde su caballo: "¡Haced aquí tal y cual cosa, y allá tal y cual otra!", que en muy poco tiempo terminaron la construcción de una tintorería que no tenía igual en ningún lugar de la tierra.

Entonces hizo el rey que le llamaran, y le dijo: "Ahora hay que poner en movimiento la tintorería; pero sin dinero nada puede ponerse en movimiento. He aquí, pues, para empezar, cinco mil dinares de oro como primeros fondos". Y Abu-Kir cogió los cinco mil dinares, guardándolos cuidadosamente en su casa, y con algunos dracmas -pues los ingredientes necesarios estaban muy baratos y no tenían salida-compró en casa de un droguero todos los colores que estaban apilados en sacos intactos todavía, y los hizo transportar a su tintorería, donde los preparó y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente. Las mil y una noches:491