Lepra y Gálico (DFV)

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Diccionario Filosófico - Tomo VII de Voltaire
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Lepra y Gálico

Se trata de dos grandes divinidades, una antigua y otra moderna, que han reinado en nuestro hemisferio. El reverendo Padre Don Calmet, grande anticuario, es decir, gran compilador de lo que se ha dicho antiguamente, y de lo que se ha repetido en nuestros días, ha confundido el gálico y la lepra. Pretende que el buen hombre Job estuvo atacado del gálico, y supone según un soberbio comentador, llamado Pineda, que el gálico y la lepra son una misma cosa. Esto no es decir que Calmet era médico, ni tampoco es decir que raciocina; sino solamente que cita; y en su oficio de comentador las citas han tenido siempre lugar de razones. Entre otros cita al cónsul Ausonio, gascón y poeta de nacimiento, preceptor del desgraciado emperador Graciano, y que algunos han creído que fue obispo.

En su disertación sobre la enfermedad de Job, remite Calmet al lector a este epigrama de Ausonio sobre una dama romana, llamada Crispa:


Crispa con sus amantes
feroz jamás ha sido;
la lengua y boca ofrece
a sus placeres vivos:

Todos sus agugeros
siempre estuvieron listos,
Franqueza y bondad tanta,
Celebremos, amigos.


No se ve lo que este supuesto epigrama tiene de común con lo que se imputa a Job, que además no ha existido nunca, y que no es más que un personaje alegórico de una fábula árabe como lo hemos observado.

Cuando Astruc en su Historia del gálico alega autoridades para probar que esta enfermedad viene de Santo Domingo y que los Españoles la trajeron de América, son sus citas más concluyentes.

A mi modo de pensar dos cosas prueban que el gálico viene de América, la primera la multitud de autores, de médicos y de cirujanos del siglo dieciséis que atestiguan esta verdad; y la segunda el silencio de todos los médicos y de todos los poetas de la antigüedad, que nunca conocieron esta enfermedad, y que jamás han pronunciado su nombre. Yo considero el silencio de los médicos y de los poetas como una prueba igualmente demostrativa. Los primeros, principiando por Hipócrates, no hubieran dejado de describir esta enfermedad, de caracterizarla, de darle un nombre, y de buscar algunos remedios. Los poetas, que son tan malignos como los médicos laboriosos, hubieran hablado en sus sátiras de las purgaciones, de los cancros, de los incordios; y de todo lo que precede y sigue a este horroroso mal. Ni una palabra se encuentra en Horacio, en Cátulo, en Marcial, ni en Juvenal, que tenga la menor relación con el gálico; ínterin que se extienden con tanta complacencia sobre todos los efectos del libertinaje.

Es muy cierto que las viruelas no fueron conocidas de los Romanos hasta el siglo sexto; que el gálico americano no vino a la Europa hasta fines del siglo quince, y que la lepra es tan extraña a estas dos enfermedades, como la perlesía y el baile de San Vito, o de San Guy.

La lepra era una sarna de una especie horrible: los judíos fueron atacados de ella mas que ningún otro pueblo de los países calientes, porque no tenían ni lienzos ni baños domésticos. Este pueblo era tan sucio, que sus legisladores se vieron obligados a hacer una ley para que se lavasen las manos.

Todo lo que ganamos al fin de nuestras cruzadas, fue esta sarna; y de todo lo que habíamos tomado, ella fue lo único que nos quedó. Fue necesario construir por todas partes lazaretos para encerrar a los infelices atacados de una sarna pestilencial e incurable.

La lepra había sido el carácter distintivo de los judíos, como igualmente el fanatismo y la usura. Como estos desdichados no tenían médicos, se pusieron los sacerdotes en posesión de gobernar la lepra, y de hacer de ella un punto de religión: que es lo que ha hecho decir a algunos temerarios, que los judíos eran unos verdaderos salvajes, dirigidos por sus truhanes. A la verdad, sus sacerdotes no curaban la lepra; pero separaban a los sarnosos de la sociedad, con lo que adquirieron un poder prodigioso. Todo hombre atacado por este mal, era preso como un ladrón; de manera que una mujer que quería deshacerse de su marido, no tenia mas que ganar a un sacerdote, y este encerraba al marido; esta era una especie de orden de destierro de aquellos tiempos. Los judíos y los que los gobernaban, eran tan ignorantes que tomaron las polillas de las ropas y el moho de las paredes por una especie de lepra. Y así imaginaron la lepra de las casas y de los vestidos; de manera que el pueblo, sus andrajos y sus cabañas, todo estuvo bajo la vara sacerdotal.

Una prueba de que cuando se descubrió el gálico, no había ninguna relación entre este mal y la lepra, es que los pocos leprosos que quedaban entonces, no quisieron ser comparados con los galicosos.

Al principio pusieron algunos galicosos en los hospitales de san Lázaro; pero los leprosos los recibieron con indignación, y presentaron pedimento para ser separados de ellos, como los presos por deudas, o por asuntos de honor, piden no ser confundidos con la canalla de los criminales.

Ya hemos dicho que en 6 de marzo de 1496 dio el parlamento de París un decreto, mandando que saliesen de la ciudad todos los galicosos que no estuviesen avecindados en ella, bajo pena de horca. La providencia no era ni cristiana, ni legal, ni sensata; y tenemos otras muchas de esta especie; pero prueba que se consideraba el gálico como una plaga nueva, que no tenia nada de común con la lepra, pues que no se ahorcaba a los leprosos por haber dormido en París; y sí se ahorcaba a los galicosos.

Los hombres pueden darse la lepra por su porquería; así como una cierta especie de animales, a los que se parece bastante la canalla; pero respecto al gálico, es la naturaleza la que ha hecho este presente a la América. Ya hemos reconvenido a esta naturaleza, tan buena y tan mala, tan ilustrada y tan ciega, por haber obrado contra su fin envenenando el origen de la vida; y lloramos todavía, por no haber encontrado la solución a esta terrible dificultad.

En otra parte hemos visto, que los hombres, uno con otro, no tienen en general mas que veintidós años de vida; y sin embargo está sujeto en estos veintidós años a mas de veintidós mil males, muchos de ellos incurables.

En este horrible estado, todavía se pavonea; se hace el amor, a riesgo de podrirse, se intriga, se hace la guerra, y se hacen proyectos, como si se debiera vivir mil siglos en las delicias.