Libertad de pensar (DFV)

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Diccionario Filosófico - Tomo VII de Voltaire
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Libertad de pensar

Hacia el año de 1707, cuando los Ingleses ganaron la batalla de Zaragoza, protegieron al Portugal, y dieron por algún tiempo un rey a la España, milord Boldmind oficial general, que estaba herido, fue a las aguas de Barege, donde encontró al conde Medroso que habiendo caído del caballo detrás del bagage a legua y media del campo de batalla, tomaba también las aguas. Este conde era familiar de la inquisición, y milord Boldmind no era familiar más que en la conversación. Un día, después de beber tuvieron la siguiente conversación:


BOLDMIND.

Usted es pues sargento de los frailes dominicos. A la verdad no es un oficio muy bonito.

MEDROSO.

Es cierto; pero yo quiero ser mas bien su criado, que su víctima; y he preferido la desgracia de quemar a mi prójimo a la de ser quemado yo mismo.

BOLDMIND.

¡Qué horrible alternativa! Ustedes eran cien veces más felices bajo el yugo de los moros, que los dejaban libremente encenagarse en todas sus supersticiones, y que aunque eran vencedores no se arrogaron el derecho nunca oído de tener las almas en los hierros.

MEDROSO.

¿Qué quiere usted? No nos es permitido, ni escribir, ni hablar, ni aun pensar. Si hablamos, es fácil interpretar nuestras palabras, y aun más todavía nuestros escritos: y en fin, como no se puede condenarnos en un auto de fe por nuestros pensamientos, se nos amenaza con el fuego eterno por orden del mismo Dios, si no pensamos como los dominicos. Estos han persuadido al gobierno, que si tenemos sentido común, se incendiaria todo el Estado, y que la nación sería la mas infeliz de la tierra.

BOLDMIND.

¿Le parece a usted que tan desgraciados somos nosotros los Ingleses que cubrimos los mares con nuestros navíos, y que venimos a ganar batallas al cabo de la Europa? ¿Encuentra usted que los Holandeses que les han tomado a ustedes casi todas sus posesiones de la India, y que en el día están en el rango de sus protectores de ustedes, sean malditos de Dios porque han dado una completa libertad a la imprenta, y porque hacen el comercio de los pensamientos? ¿Fue menos poderoso el imperio romano porque Tulio Ciceron escribió con libertad?

MEDROSO.

¿Quién es ese Tulio Cicerón? Nunca he oído pronunciar ese nombre en la santa Hermandad.

BOLDMIND.

Este era un bachiller de la universidad de Roma, que escribía lo que pensaba, como Julio César, Marco Aurelio, Tito Lucrecio Caro, Plinio, Séneca y otros doctores.

MEDROSO.

Yo no conozco a ninguno: pero me han dicho, que la religión católica, vascongada y romana es perdida si nos ponemos a pensar.

BOLDMIND.

Eso no lo deben ustedes creer; porque ustedes están seguros de que su religión es divina, y que las puertas del infierno no pueden prevalecer contra ella. Si esto es así, nada podrá destruirla.

MEDROSO.

No, señor; pero puede quedar reducida a poca cosa; y por haber pensado la Suecia, la Dinamarca, toda vuestra isla y la mitad de la Alemania, gimen en la espantosa desgracia de no ser súbditos del papa. También se dice que si los hombres continúan siguiendo sus falsas luces, se educirán bien pronto a la adoración sencilla de un solo Dios y a la virtud. Si las puertas del infierno prevalecen hasta este extremo, ¿qué llegará a hacer el santo oficio?

BOLDMIND.

Si los primeros cristianos no hubieran tenido la libertad de pensar, es infalible que no hubiera habido cristianismo.

MEDROSO.

Yo no entiendo lo que usted quiere decir.

BOLDMIND.

Lo creo. Quiero decir, que si Tiberio y los primeros emperadores hubieran tenido frailes domínicos para impedir que los primeros cristianos tuvieran plumas y tinta; si no hubiera sido permitido por mucho tiempo el pensar libremente en el imperio romano, hubiera sido imposible que los cristianos estableciesen sus dogmas. Si pues el cristianismo se ha formado por la libertad de pensar, ¿por qué contradicción, por qué injusticia se quiere aniquilar en el día esta libertad sobre la que está fundado? Cuando se propone algún negocio de interés ¿no lo examinamos mucho tiempo antes de decidir? ¿Y qué interés hay en el mundo mayor que nuestra felicidad o nuestra desgracia eternas? En este globo hay cien religiones, todas las cuales condenan a usted, porque cree sus dogmas que ellas llaman absurdos e impíos: examine usted, pues, estos dogmas.

MEDROSO.

¿Cómo podré yo examinarlos, sin ser fraile domínico?

BOLDMIND.

Usted es hombre, y esto basta.

MEDROSO.

¡Ay! Usted es más hombre que yo.

BOLDMIND.

De usted solamente depende el aprender a pensar; usted ha nacido con talento; usted es un pájaro en la jaula de la inquisición; el santo oficio le ha cortado las alas, pero pueden volverle a nacer. El que no sabe la geometría, puede aprenderla; todo hombre puede instruirse; y es una vergüenza poner su alma en las manos de unos hombres a los que no les confiaría usted su dinero: atrévase usted a pensar por sí mismo.

MEDROSO.

Dicen que si todo el mundo pensara por sí mismo, todo sería una grande confusión.

BOLDMIND.

Precisamente es todo lo contrario. Cuando se asiste a un espectáculo, cada uno dice libremente su dictamen, y no se altera la paz; pero si algún protector insolente de un mal poeta quisiera obligar a todas las gentes de gusto a que encontrasen bueno lo que les pareciera malo, entonces se oirían los silbidos, y pudiera ser que los dos partidos se tirasen berengenas a la cabeza, como sucedió una vez en Londres. Estos tiranos de los entendimientos son los que han causado una parte de las desgracias del mundo. Nosotros no hemos sido felices en Inglaterra, hasta después que hemos gozado libremente del derecho de decir nuestra opinión.

MEDROSO.

Nosotros estamos también muy tranquilos en Lisboa, donde nadie puede decir la suya.

BOLDMIND.

Ustedes están tranquilos, pero no son felices: su tranquilidad es la de los forzados que reman a compás y en silencio.

MEDROSO.

Luego usted cree que mi alma está en galeras.

BOLDMIND.

Sí, Señor: y yo quisiera sacarla de ellas.

MEDROSO.

¿Y si yo me encuentro bien en galeras?

BOLDMIND.

En este caso, merece usted sus galeras.