Los lobos

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Poesías (1913) de Evaristo Carriego
Los lobos
LOS LOBOS


Una noche de invierno, tan cruda
que se fué del portal la Miseria,
y en sus camas de los hospitales
lloraron al hijo las madres enfermas,
con el frío del Mal en el alma
y el ardor del ajenjo en las venas,
tras un hosco silencio de angustias,
un pobre borracho cantó en la taberna:

— Compañero: no salgas, presiento
algo raro y ostil en la acera.
... La invadieron aullando los lobos...
Asómate, hermano. ¡La calle está llena!

Son los mismos que espían tu paso
en la sombra sin fin de tu senda,
los que en sórdidas tropas se anuncian
y en horas horribles arañan la puerta...

...¿Qué no entiendes? ¿No tiembla tu prole
al salvaje ulular de las bestias?...
¿Nunca vio la Desgracia? ¿Fué siempre
la entraña sin hambre, la entraña repleta?
...Continúan aullando ¿no oiste?
Ritornelo feroz que resuena
como un lúgubre grito flotando
por sobre la cuna que mece la anemia.
¡Y son todos! No falta ninguno;
y la noche no pasa: es eterna.
El Dolor es invierno; te cubre:
No aguardes ni sueñes jamás primaveras.
El olvido está lejos; no viene
a dejar junto a ti su promesa,
su promesa de muerte ¡la Madre,
a veces tan mala y a veces tan buena!

Nunca nadie sabrá de la mano
que pusiese en tus ojos la venda,
con la cual has caído tan hondo
que aquellos que quieren mirarte se ciegan.
En tu anónimo abismo te agitas
sin desear un regreso, en la inquieta
sensación del inmenso desplome
que arrastra consigo tus dudas tremendas.
Sin embargo, quizás te azotaran,
en la calma de tu indiferencia,
— flageladas visiones de ensueño —

posibles terrores de locas tormentas.
En el fondo temible de tu alma
anda suelto un espanto de fiera:
¡qué curioso sería asomarse
a ver si ella tiene también sus violencias!

...¿No los ves? ¡Cómo asustan sus ojos,
sus inmóviles ojos que velan
en las noches infaustas, propicias
al hórrido asedio clavado allí, afuera,
cuando el Miedo desata sus hordas
y las llagas del Crimen revientan,
si, con ruda caricia indeleble,
las toca una mano brutal que no tiembla.
¡Y tú sigues lo mismo! Diría
que en tus sueños mejores tuvieras
pesadillas de murrias de plomo
letales desganos de fiebres ya viejas...
Sin querer en tu ruta inquietante
presentir, ni un momento siquiera,
la amenaza mortal de un perenne
furor sigiloso de fauces que acechan...

...No te rías... Ya vuelven de nuevo
a rondar al amor de la niebla;
las famélicas bocas enormes
parece que llaman, imploran y esperan.
Cubren toda la calle; bravios,

van marcando en la nieve sus huellas,
como estigmas de atroces presagios,
y, sórdidamente cansados, jadean.
¿Quién los trae? No sé. ¿Quién los llama?
¿Por qué huyeron, dejando sus selvas...
Son tropeles que azuza el peligro
y vienen de lejos como una inclemencia...
¿Mas, que buscan? Los lomos hirsutos
extremecen sus rabias sangrientas:
en un torpe rencor incesante
tal vez una vida sus garras laceran.

¿Mujer... hijos? No quiero acordarme.
¿Están ellos aquí?.. No te duermas...
¿Han aullado otra vez, o es el viento?
Los dos se han unido y aguardan la presa.
¡Yo los siento volver: son los mismos,
los conozco, los monstruos que llegan:
de mis largas vigilias guardianes
y junto a mi lecho fatal, centinelas!
...Sus tentáculos hieren mi entraña...
Mira, hermano, la noche ¡cuán negra!
Se creyera que pasa la vida
envuelta en un torvo girón de tinieblas.
¡Cómo cae la nieve, en la calle
sin un rayo de luz! ¡qué tristeza!
Si pudiese pensar, pensaría
que dentro del alma me cabe una estepa...

¡Oh, mi sangre sin sol, mis pasiones
mis oscuras heridas inciertas
que en el borde filoso del vaso
a todos los filtros del Odio se abrieran!
...Ven, acércate más. No te turbes
y verás en la noche agorera
como sobre la fúnebre ronda
medita el Ensueño, con cara de pena...
¿Quién se ha puesto a reir? ¡Compañero:
se han mezclado a los lobos las hienas!... .
El Silencio descubre su esfinge
y, aullando, los monstruos avanzan a tientas!...
...Hubo un ronco gemido en la sombra,
se halló solo el borracho en la tienda
y por eso la loca, la extraña
mitad de aquel canto, quedó en la botella.