Martín de Azpilcueta (Retrato)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


MARTIN DE AZPILCUETA NAVARRO.[editar]


MARTIN DE AZPILCUETA
Natural de Navarra. Profundo teólogo y canonista, el mas famoso del siglo XVI. Catedrático de Derecho Pontificio en Tolosa, Cahors, Salamanca y Coimbra. Murió en Roma coronado de gloria por sus obras y virtudes en 1586, de edad de 94 años.

Martin de Azpilcueta, ilustre por el nombre de Navarro con que es vulgarmente conocido, nació en Barsoain cerca de Pamplona en 1493, descendiente por linea paterna de la noble familia de Azpilcueta, y por la materna de la de Jaureguizar. Si debió á Navarra el nacimiento; á Castilla debió la educación, á Francia la ciencia, á Portugal la fortuna, y á Roma los honores y la fama. Por la muy larga edad que le concedió el Cielo alcanzó la dicha y gloria de aprender en várias escuelas, de ensenar en diversos países, de igualarse con algunos insignes varones del siglo antecedente, y de contar por favorecedores y panegiristas á muchos, que habiendo sido sus discípulos, vió después colocados en la cumbre de eminentes dignidades.

De tierna edad entró en la carrera eclesiástica abrazando el instituto de los Canónigos Reculares en el Monasterio de Roncesvalles. En Alcalá de Henares estudió las Artes liberales, enriqueciéndolas con la Filosofia Moral y la Natural. Instruido mas adelante en las doctrinas teológicas, se transfirió á Francia para aprovechar y exercitar su talento en la Jurisprudencia con motivo de acompañar á Juan de Labrit Rey de Navarra, destronado por la Silla Apostólica. Azpilcueta siguió la suerte de la Real familia desgraciada, arrimándose al hermano del Mariscal Señor de la sangre Real, de cuya compañía, ya como amigo, ya como maestro, no se separó en los catorce años que duró su destierro.

En 1520 enseñó Navarro Cánones en Tolosa, y después en Cahors. Reconciliados con Cárlos I los Príncipes emigrados de Navarra, regresó a España, trasladándose á Salamanca, en cuya Universidad llenó la expectación de los entendimientos su rara virtud y su doctrina le alcanzó la primacía en el Derecho Canónico, en cuya facultad cifraba él toda su felicidad y gloria. Como encaminaba todos sus pensamientos no menos á la piedad que á los estudios, siempre se dedicó á la doctrina que versa sobre la disciplina de la Iglesia, con la qual explanaba y aclaraba la que trata del fuero de la conciencia, haciéndola familiar á sus discípulos en tiempo que se combatían en las Cátedras las opiniones. La firmeza y tesón con que sostuvo su doctrina, le ganó el aplauso de su escuela, le aumentó el número de sus oyentes, y le alcanzó por unanimidad de votos la Cátedra de Prima de Decretos, y después la de Derecho Pontificio. Habiendo leido en esta catorce años, tuvo que dexarla por otra de igual clase y facultad en la Universidad de Coimbra, que acababa de fundar el Rey D. Juan I de Portugal, ofreciéndole remuneración mas aventajada que la que hasta entonces habla logrado ningún profesor en España ni en Francia. Obtenida su jubilacion á los diez y seis años de enseñanza, se restituyó á Castilla, y después á su patria. En este retiro permaneció doce años sirviendo al Estado con obras y con consejos. Mereció ser Confesor de la Infanta Doña Juana viuda del Príncipe de Portugal, y de sus sobrinos los Príncipes de Bohemia. Quando consultaba con su conciencia y gratitud volver á Portugal, llevado de las mercedes que habia recibido de la Reyna Doña Catalina, le nombró el Señor Felipe II por patrono del Arzobispo de Toledo Fr. Bartolomé de Carranza en aquella tan ruidosa causa que sufría en el Santo Oficio, escogiéndole por su doctrina y reputación como el defensor mas digno de la calidad del reo, y de la gravedad y delicadeza del negocio. Fiel siempre á sus principios, primero en Valladolid, y después en Roma defendió con esmero, mas sin fruto, al desgraciado Prelado.

Bien hallado en aquella Capital del Orbe Católico por esta estraña casualidad, pensó en domiciliarse en ella para producir nuevos frutos de sus estudios, ó á lo menos comunicarlos renovados y mas sazonados á la república de las letras. Su fama, que había llegado á Roma mucho antes que su persona, creció y se ilustró mas por el amor con que fue tratado del Papa S. Pio V, por las singulares y públicas demostraciones con que le honró Gregorio XIII, y por el aprecio y distinción que mereció a los Cardenales. Andando el tiempo la plenitud de su saber le ensalzó hasta tal punto, que por antonomástica comparación apellidaban en Roma con el nombre de Navarro á qualquiera que sobresalía en alguna facultad. Esta general y última reputación á que puede aspirar un mortal, no era hija solo de su sabiduría y erudición, éralo también de sus puras y religiosas costumbres: así su casa era concurrida de los que ivan á consultar á su dueño como oráculo de ciencia, y de los que deseaban verle y oirle como exemplo de virtud. Fue tan exemplar su castidad como su parsimonia y desinterés: con la primera mantuvo fresca y robusta su salud para los estudios hasta la extrema vejéz; y con la última acaudaló para ejercitar su caridad con los necesitados en las miserias públicas y privadas.

Con haber residido la mayor parte de su vida en Cortes de Príncipes y Papas, fue tan grande su moderación y desprecio de los honores y puestos, que en todas fue tan negligente para desearlos, como inexorable para admitirlos. Prefirió la presidencia de sus cátedras y el sabroso exercicio de los estudios á los canonicatos, á los supremos ministerios del foro, y á las ínfulas episcopales; y aun después de separado por jubilación de las tareas de la enseñanza pública, supo comprar su retiro y ocio literario con la renunciación de los cargos mas honoríficos.

La muerte al fin, como envidiosa de tan larga carrera, le cortó los pasos en el año 1586 á los noventa y quatro de su edad. La pompa fúnebre con que fue acompañado su cadáver á la sepultura por orden de Sixto V, fue de las mas solemnes y autorizadas que vió Roma en aquel siglo. A un lado de la Iglesia de S. Antonio de los Portugueses, donde fue enterrado, se descubre su efigie. Fue de rostro feo, nariz aguileña, tan macilento y flaco, que mas parece la imagen de un hombre que espira, que la de un viviente.

Sus obras várias, recopiladas en tres volúmenes en folio, impresos en Roma en 1590, y reimpresos en Venecia en 1602, serán un perpétuo testimonio de su vasto y profundo estudio en el Derecho Canónico, Teología Moral, y Disciplina Eclesiástica, que son el asunto de sus diferentes opúsculos y tratados, cuyo índice solo no cabe en la estrechez del epítome de una vida tan larga en años como en útiles trabajos.


Véase también a Martín de Azpilcueta en Wikipedia y en Wikisource.