Odas seculares/Los hombres

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Los hombres

Á LOS GAUCHOS

VIII

Raza valerosa y dura
Que con pujanza silvestre
Dió á la patria en garbo ecuestre
Su primitiva escultura.
Una terrible ventura
Vá á su sacrificio unida,
Como despliega la herida
Que al toro desfonda el cuello,
En el raudal del degüello
La bandera de la vida.
Es que la fiel voluntad
Que al torvo destino alegra,
Funde en vino la uva negra
De la dura adversidad.
Y en punto de libertad
No hay satisfacción más neta,
Que medírsela completa
Entre riesgo y corazón,
Con tres cuartas de facón
Y cuatro pies de cuarteta.


En la hora del gran dolor
Que á la historia nos paría,
Así como el bien del dia
Trova el pájaro cantor,
La copla del payador
Anunció el amanecer,
Y en el fresco rosicler
Que pintaba el primer rayo,
El lindo gaucho de Mayo
Partió para no volver.
Asi salió á rodar tierra
Contra el viejo vilipendio,
Enarbolando el incendio
Como estandarte de guerra.
Mar y cielo, pampa y sierra,
Su galope al sueño arranca,
Y bien sentada en el anca
Que por las cuestas se empina,
Le sonríe su Argentina
Linda y fresca, azul y blanca.



Desde Suipacha á Ayacucho
Se agotó en el gran trabajo,
Como el agua cuesta abajo
Por haber corrido mucho;
Mas siempre garboso y ducho
Aligeró todo mal,
Con la gracia natural
Que en la más negra injusticia
Salpicaba su malicia
Clara y fácil como un real.


Luego el amor del caudillo
Siguió muriendo admirable,
Con el patriótico sable
Ya rebajado á cuchillo;
Pensando, alegre y sencillo,
Que en cualesquiera ocasión,
Desde que cae al montón
Hasta el día en que se acaba,
Pinta el culo de la taba
La existencia del varón.


Su poesía es la temprana
Gloria del verdor campero
Donde un relincho ligero
Regocija la mañana.
Y la morocha lozana
De sediciosa cadera,
En cuya humilde pollera,
Primicias de juventud
Nos insinuó la inquietud
De la loca primavera.


Su recuerdo, vago lloro
De guitarra sorda y vieja,
A la patria no apareja
Preocupación ni desdoro.
De lo bien que guarda el oro,
El guijarro es argumento;
Y desde que el pavimento
Con su nivel sobrepasa,
Va sepultando la casa
Las piedras de su cimiento.


GRANADEROS Á CABALLO

IX


Con arrebato de horda va el corcel formidable,
Enredado á sus crines ruge el viento de Dios
Sobre el bosque de hierro vibra en llamas un sable
Que divide á lo lejos el firmamento en dos.


La montaña congénere donde el cóndor empluma,
Sonreída de aurora despertó á ese tropel
De patria, y la simétrica marea ungió en la espuma
De un brindis gigantesco los flancos del corcel.
La tierra devorada por los cascos se abisma
En el tremendo vértigo que arrastra aquel alud.
Y el Himno natal surge del trueno con la misma
Voz que estalló en clarines en los campos del Sud


!Tufo de potro; aroma de sangre; olor de gloria !...
La hueste bebe el triunfo cual sublime alcohol,
Y la muerte despliega sobre su trayectoria,
Acabada la tierra, la mar de luz del sol.


LOS PRÓCERES

X


Aquellos grandes hombres, con dignidad severa
Que es la lección más alta de su ilustre carrera,
En la bella y difícil conciencia del deber,
Para honra de la patria dicen como hay que ser.


Mandan que en una vida de sencilla nobleza,
Tengamos bien unidos corazón y cabeza;
Como el pilar constante, si es sólido su ajuste,
Un sólo miembro íntegra con la basa y el fuste.


Proclaman que adoptemos la honradez valerosa
Que asegura la fama de la joven esposa;
Porque la patria es bella y es joven todavía,
Y es propio de la llama consumir la bujía.
Que el egoísmo es perro traicionero, y guarda
Mal la heredad hermosa cuando la ración tarda.
Que no hay casa estimable cuando no tiene adentro
La llama hospitalaria por amistoso centro.
Y que no hay garantía tan fiel para la puerta,
Como la del vecino que la halla síempre abierta.


Que el sol de la bandera no cobije intereses
Bastardos, proveyendo la igualdad de las mieses
Y la paz de los hombres con justiciero rayo;
Pues ya la junta el mismo 25 de Mayo,
Ordenó en su proclama que el porvenir encierra:
«Llevad hasta los últimos términos de la tierra»
La persuación de vuestra cordialidad». Y el Canto
De las primeras glorias, con grito sacrosanto
Que habló en mares y cumbres como un viento profundo,
Nos predijo por libres los plácemes del mundo.
Y la sólida regla de la Constitución,
Abrió á todos los hombres el noble pabellón,
Como árbol de justicia donde la primavera,
Con sus flores azules y blancas se embandera.
Quieren que realicemos con dicha más segura,
Sin espadas ni leyes la libertad futura;
Asi como bebemos con sencillo alborozo,
El agua que el pocero nos alumbró en el pozo.
Que nuestros brazos libres sean gajos de fuerza,
Para que no haya cepo de opresión que los tuerza.
Que para nuestro espíritu, de todo justo hermano,
Una amistad inmensa sea el Género Humano.
Que hagamos de sus tumbas las macetas de flores
Con que los buenos muertos prorrogan sus amores,
Como si nos dijeran con su palabra honrada
Que la eternidad fórmase de vida renovada;
Y que así como ellos precisamos vivir,
No de pasado ilustre, sino de porvenir.
Que sea, al completarse cada fasto sonoro,
Nuestra espalda la puerta cerrada del decoro;
Y el animoso pecho la delantera proa,
Para mejores hechos dignos de nueva loa;
Pues ellos nos dejaron en sus actos más bellos,
El duro y noble encargo de ser mejores que ellos.
Su probidad sencilla, su piedad grave y recta,
El porfiado heroismo de su vida imperfecta,
El timbre igualitario que dieron á sus nombres,
Nos prueba que, ante todo, cuidaban de ser hombres.
Y lo que nos los torna más buenos y admirables
En los póstumos días, es que son imitables.


Quiere el viejo fecundo florecer en la prole,
Y ser el fundamento de progresiva mole
Enaltecida en causa genial de fortaleza.
El árbol valeroso no se esparce en maleza.
Antes pujando el bosque con formidable anhelo,
Cada año engendra y lanza nuevo vástago al cielo;
Que sobre los ramages, sonoros de huracán,
Cruza como una espada su hombro de capitán.