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La MUJER EN 'MERICA LATINA


EL MOVIMIENTO FEMINISTA EN REPUBLICA DOMINICANA

ILET: Mujer NO 45


Sobre el movimiento feminista domini- cano pueden adelantarse muchos criterios. El contenido de los mismos será siempre expresión del nivel de identificación que el/la emisor/a del criterio tenga con la lucha de las mujeres por su liberación.

De ahí que exista la posibilidad de eva- luaciones que puedan tanto exaltar hasta niveles irreales los espacios ganados, como denostar contra la organización de las mu-

jeres y reducir a la nada sus potencialidades :

específicas.

Intentemos, entonces, un balance lo me- nos parcial posible, aunque ello es difícil cuando media un alto contenido subjetivo y una implicación militante con la causa de las mujeres.

Iniciemos preguntando ¿qué ha pasado con las mujeres en la República Dominica- na durante estos últimos veinte años? Con- textualizar la existencia de las mujeres im- porta en la medida en que la concreción y alcance de sus esfuerzos liberadores, son in- disociables del grado de desarrollo alcanza- do en el mismo lapso por la sociedad en su conjunto.

El feminismo en su versión resurgida, lle- ga al país bastante tarde. Mientras desde an- tes de mediados de la década de los '60 las mujeres de otras latitudes impugnaban el poder patriarcal, en República Dominicana las mujeres continuábamos ignorando las reflexiones teóricas que se hacían sobre nuestra condición y sólo sintiendo muy epidérmica y confusamente el grado de

subordinación a que se nos somete por ser mujeres.

Bien por el contrario, el movimiento fe- menino que se potencia concluida la guerra de abril del 65, se adscribe a los discursos más tradicionales sobre la condición gené- rica. haciendo un binomio indisoluble de “la mujer y el niño”, que nos remitía siem- pre a la maternidad sublimada como a la

  • meta irrechazable por aquellas que querían

encontrar su más definitiva realización per- sonal.

Las ideas del sacrificio, de la subalterni- dad de la mujer, nuestro casi agradecimien- to cuando se nos reconocía el mérito de cumplir con eficacia nuestros roles tradicio- nales, normaron durante demasiado tiempo el pensamiento y la praxis de aun aquellas que se inscribían en un quehacer político que preconizaba la ruptura con la sociead caduca.

Al margen de las pioneras inolvidables y solitarias del pensamiento feminista domi- nicano de los últimos tiempos, la coyuntu- ra ofrecida por la declaración del Decenio de la Mujer amplió bastante la perspectiva del análisis de las propias mujeres sobre su condición particular del género.

Muchos de los grupos de mujeres que surgieron entre 1978 y 1980 tenían una matriz partidaria de izquierda. Necesitadas de insertarse en un espacio político de am- plia potencialidad como el femenino, pero también con alguna intención de asumir un discurso distinto sobre las mujeres, las

militantes de los partidos de izquierda auto- generaron la organización femenina con un relativo éxito.

Si ahora muchos de ellos se han disuelto. hay que buscar las raíces y no quedamos en la explicación fácil (y de alto contenido pa- triarcal) de que a las mujeres no les interesa la organización o que no se sienten motiva- das, ni siquiera, por su propia problemática. El fracaso de los grupos de mujeres de pro- veniencia partidaria no cuestiona la sensibi- lidad femenina, sino que obliga -una refle-