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MARÍA HENRIQUETA ARGÚELLO

En las pupilas de la vieja abuela, pupilas grises o pupilas glaucas, una ternura como polvo de oro se detenía cuando los miraba.

Hoy, que esos niños tienen penas hondas y que no existe ya la dulce anciana,

en el recuerdo sus pupilas brillan

como si fueran parte de su alma.

Pupilas glaucas o pupilas grises, mirando nubes o a través de lágrimas, entristecidas, o en feliz sosiego, pupilas grises o pupilas glaucas.

A UNA NIÑA

A Patita, que es serena.

Te has reflejado en los diecinueve años como una estrella sobre un agua mansa.

En invisible aureola te acompañan leyendas viejas, suavidad de infancia.

Quizás alguien ha dicho que posees la palidez de las predestinadas...

Hoy, la emoción cordial de mi palabra, como un dolor, te iba dictando lágrimas...

¡Tu juventud es tan maravillosa! ¡Tu candidez es tan inmaculada!

Juraría que en este instante tienes gotitas de rocio sobre el alma.