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III

Felicitas Guerrero, hija de don Carlos Guerrero, antiguo y conocido agente marítimo, y de doña Felicitas Cueto, cuando ya contaba esa edad en que la niña comienza á ser mujer, vióse solicitada por don Martín de Alzaga, respetabilisimo anciano por la tradición de su nombre y singularmente por los sesenta millones de su saneada fortuna, que era, por aquel entonces y aún hoy, lo suponemos, una fortuna fabulosa.

Cuentan que este altivo personaje se vió forzado á emigrar en la época del terror, y que, confiscados sus bienes, no turo empacho en dedicarse, en pals extranjero, al acarreo de haciendas, con lo que acrecentara su fortuna al volver á su patria y serle devueltas sus heredades.

Y la verdad es que nada de extraño podía tener que aquella niña hubiera impresionado á aquel anciano al extremo de pedirla en casamiento á sus padres, porque la naturaleza habia prodigado en ella sus más preciosos dones. Era tan bella que los diarios y revistas de la época llegaron á considerarla «la joya de los salones.» Sin estar en la plenitud de su desarrollo, se hallaba modelada en la forma casi perfecta de la mujer atrayente. Sin ser muy alta, era esbelta. Su rostro oval, encuadrado en undosa cabellera de castaño obscuro; sus ojos pardos, «de dulce mirar» y de expresión distinguida; la modalidad graciosa de sus labios coralinos que, al sonreir, dejaban entrever el doble arco de su dentadura blanca, igual y apiñonada; el tinte de su tez pálido mate, todo ello, reunido á su na-