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IV

Apenas contaba veintiséis años la señora de Alzaga, cuando se encontró viuda. Joven pues, atrayente, en toda la plenitud de su belleza y con caudal inagotable, que le dejara su esposo, nombrándola, al morir, única y universal heredera de sus sesenta millones de pesos, no faltaron, natural y lógico es suponerlo, codiciadores á tan envidiable y apetecible partido.

La plaza fué sitiada en toda regla y el asedio formidable, sin que hubiera paladín que pudiera jactarse del menor triunfo obtenido de aquella fortaleza al parecer inexpugnable. Á todos trataba por igual y para todos tenia iguales exterioridades bondadosas y sonrientes, hasta que llegó á decirse que la bella cuanto rica viudita «andaba» dando su preferencia, distinguiéndolo, á uno de sus más asiduos pretendientes: Enrique Ocampo.

Y aquella sociedad murmuradora se preguntaba: ¿Amaba Enrique «á la mujer» desinteresadamente ó buscaba «en la mujer» el inmenso caudal que le legara su esposo?

Sus amigos íntimos aseguraban lo primero.

Los que no lo eran aseguraban lo segundo.

Los indiferentes y humanamente bien intencionados, aseguraban que una y otra cosa: la mujer con su fortuna.

Enrique Ocampo, además de ser miembro de una antigua y considerada familia, como ya lo llevamos dicho, no era