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Cuando éstos llegaron se encontraron con el cuerpo agonizante de Enrique Ocampo allá en la sala.

¿Se había suicidado? Así consta en la causa criminal de que fuera juez el historiador doctor don Ángel Justiniano Carranza.

Pero las versiones son distintas y hay quien asegura haberle oído contar á don Bernabé Demaría, que en el instante de hacerle fuego Ocampo, sin tocarlo, incrustándose la bala en el marco de la ventana, su hijo Cristián saltó sobre aquél, que no solamente esgrimia el arma de fuego, sino un estoque desenvainado de un grueso bastón.

«—Cristián fué á él con la rapidez del rayo; le tomó ambas muñecas. Lucharon y Ocampo cayó soltando el revólver del que se apoderó mi hijo para hacerle fuego junto al corazón. He oído muchas veces hablar de «un tiro á quema ropa» y, efectivamente, yo ví que el chaleco blanco de Ocampo humcaba de sangre y fuego; pero..., aún con vida, Ocampo pretendió herir á Cristián con el estoque. Cristián, entonces, diciéndole: —¡Vas á morir como un perro, miserable asesino de mujeres!,— le introdujo el cañón del revólver en la boca y, sonando una nueva detonación, le destrozó el cráneo.»

¡Y aún vivia, vivía cuando llegaron los doctores Montes de Oca y Larrosa!...

Fuera como fuera no hubo duda de que Enrique Ocampo tenia el propósito de suicidarse después de cometer su espantoso crimen; si lo que aseguraban haberle oído á don Bernabé era cierto, en último caso no implicaba su ataque y defensa contra los Demaría, sino el impulso natural del desesperado que ve interrumpida su obra, pues ignoraba si aquel tiro había terminado la vida de Felicitas.

La noticia de esta horrible catástrofe, como ya lo llevamos dicho, cundió inmediatamente por todas partes.

Los vecinos de los alrededores de la quinta acudieron en seguida, como acudieron también los deudos de Ocampo, cuyo cuerpo, ya cadáver, fué transportado, en el mismo carruaje que lo condujera á la quinta, á la capilla de Santa Lucía.