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Los doctores Montes de Oca y Larrosa examinaron detenidamente á la señora de Alzaga; tenía dos heridas: una en el ángulo izquierdo de la frente que se produjo al caer. Esta era de poca importancia, pues sólo había interesado los tejidos blandos. La otra estaba en la espalda y se encontraba situada en el ángulo superior interno del omoplato, yendo en dirección de la columna vertebral y comprometiendo la médula espinal. El diagnóstico de los dos facultativos era fatal: había desgarramientos y roturas de órganos vitales y cuanto se quisiera hacer sería en vano.

Sólo su amiga íntima, la señorita de Casares, asistía al examen y sólo ella escuchó el pronóstico de los médicos.

Felicitas le leyó en sus ojos y derramó entonces las primeras lágrimas desde que fuera herida.

Exuberante de vida momentos antes no podía..., ¡no quería conformarse!...

Pidió que se llamasen otros facultativos y acudieron los doctores Blancas y González Catan.

La examinaron; celebraron una larga consulta con los doctores Montes de Oca y Larrosa, y resolvieron aplicar todos los resortes al alcance de la ciencia; pero ya lo habían declarado éstos; todo seria inútil: ¡ni la ciencia, ni las fabulosas riquezas contendrían la inexorabilidad de la muerte!

Felicitas quedó á solas con su íntima amiga.

Se había prohibido que la viese ni la molestase nadie más.

Pasaron algunas horas, cuando despertó del amodorramiento en que se hallaba.

Sonrió á su amiga y creyó en la reacción, porque se encontraba aliviada.

Conversó con ella y tuvo palabras de consuelo para sus padres y hermanos, que la rogó les transmitiese.

Supo que Ocampo había sido herido por Cristián, pero no que hubiese muerto, y preguntó por él.

Luego..., lenta y horrible agonía se produjo en ella.

La señorita de Casares pidió á don Bernabé Demaría los auxilios espirituales de un sacerdote.