Página:Cancionero Manuelita Rosas.djvu/14

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y, guardando en su alma esa pena incomprensible, hizo de la resignación su primera virtud, y de su posición un heroico sacrificio. Reina para los otros, era la primera esclava del sistema de su padre; envidiada de todos los que miran sin ver, adulada en público y compadecida por los pocos que han podido penetrar en el secreto de su vida, esa mujer ha llegado a la plenitud de su existencia sin que el amor de su alma, pasión del ciclo, haya depositado en el altar querido un solo suspiro correspondido, un solo juramento aceptado de rodillas.

Agobiada por los hombres parásitos y despreciables que la rodean, títeres que a sus ojos no pueden representar sino ese papel mecánico de la adulación palaciega, Manuela no pudo recibir de ninguno de ellos la impresión poderosa que debería ahogar los hábitos ficticios de su educación y despertar esa naturaleza, tan dominada, en todo su vigor y en todo tu desarrollo. Los que tienen tan flexible la columna dorsal, no son generalmente los hombres que inspiran pasiones tempestuosas, y Manuela necesitaría hallar en la mirada del hombre de su amor la altanería del hombre libre, sobre cuya frente no se notase el sello del esclavo, del débil o del mercenario. Para que esa criatura salga del círculo de hierro que encadena, necesita encontrar un hombre cuya voluntad sea capaz de afrontar todos los peligros y cuyo corazón sepa derramar en el suyo un torrente de fuego, que, arrasando las malezas de que lo ha hecho rodear el tirano, vivifique y depure la vida de esa mujer. ¿Dónde está ese hombre de resuelto brazo y de mente altiva entre todos los que la rodean?


III

Manuela es hoy el astro fulgente de la corte de Palermo: bajo sus rayos se animan o marchitan las criaturas que forman