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ra que seais, me parece que sois un muerto que huele á cerveza más que á ataúd[1].

Scrooge no acostumbraba á hacer retruécanos, y verdaderamente entonces no se hallaba muy en disposición de hacerlos. En realidad lo que quería en toda aquella broma era distraerse y dominar su espanto, porque el acento del fantasma le producía frío hasta en la médula de los huesos.

Permanecer sentado, siquiera por breves instantes, con la mirada fija en los vidriosos ojos del espectro, constituia para Scrooge una prueba infernal. Además, en aquella diabólica atmósfera que circundaba al aparecido, había algo positivamente terrible. A Scrooge no le era dado experimentarla por sí mismo, mas no por eso dejaba de ser cierta, pues aunque el espectro permanecía sentado é inmóvil, sus cabellos, sus vestiduras y las borlas de sus botas, se movían á impulsos de un vapor cálido como el que se desprende de un horno.

—¿Veis este limpia-dientes? dijo Scrooge volviendo á su sistema, con objeto de sobreponerse al espanto que le poseía, y de apartar de sí aunque no fuera más que por un segundo, la mirada del aparecido, fría como el mármol.

—Sí.

  1. Juego de palabras