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Voy á cantar las amorosas quejas de Aminta y Nemorin.

Ya estaba Phebo casi en el fin de su carrera, y las nubes del ocaso brillaban con encarnados celages, cuando el desconsolado Aminta hizo oir á las rocas y á las montanas estos acentos dolorosos, llenos de la mayor ternura.

“Dulces céfiros, volad, y sobre vuestras alas, llevad á los oidos de mi Delia mis tiernos suspiros. Mis gemidos se pierden en los aires sin ser oidos de Delia, como los de la afligida tortolilla que acaba de perder su amoroso compañero.

„Dulces céfiros, volad, y lle-