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de los jóvenes, se manejaba con una disciplina militar. De hecho, en La Casa de los Jóvenes, se les enseñaba el manejo de las armas, en especial, las de cacería, pero sin un sentido bélico.

Cierta tarde, cuando los jóvenes llegaban a la sesión de instrucción con su maestro, éste los esperó a que se acomodaran en sus petates y cuando había un silencio total; con voz firme y sonora, empezó a decir:

"Tú, dueño del cerca y del junto, omnipresente,
aquí te damos placer,
junto a ti nada se echa de menos,
¡Oh Dador de la vida!

¡Sólo como una flor nos estimas,
así nos vamos marchitando, tus amigos.
Como una esmeralda,
tú nos haces pedazos.
como a una pintura,
tú así nos borras!

Todos se marcharan a la región de los muertos,
al lugar común de perdernos.
¿Qué somos para ti, oh Dios?
Así vivimos.
Así, en el lugar de nuestra pérdida,
así nos vamos perdiendo.
Nosotros los hombres, ¿a dónde tendremos que ir?

Por eso lloro,
porque tú te cansas,
¡Oh Dador de la vida!
Se quiebra el jade,
se desgarra el quetzal.
tú te estás burlando.
Ya no existimos.
¿Acaso para ti somos nada?
Tú nos destruyes,

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