Página:Daany Beédxe.djvu/95

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empezó a declinar en forma espectacular. El cielo, que todo el día había estado de un azul intenso y transparente, empezó lentamente a tornarse en un naranja encendido. Águila Nocturna caminaba de cara al poniente y unió sus pensamientos a la muerte ritual del sol. Con el lucero de la tarde llegó la comitiva al Valle de Etla y en la mente de Águila Nocturna se repetía un poema aprendido en La Casa de los Jóvenes:

“Me siento fuera de sentido,
lloro, me aflijo y pienso,
digo y recuerdo:
Oh, si nunca yo muriera,
si nunca desapareciera
¡Vaya yo donde no hay muerte,
donde se alcanza la victoria!
Oh, si nunca yo muriera,
si nunca desapareciera
Oye un canto mi corazón:
me pongo a llorar; me lleno de dolor.
¡Nos vamos entre flores:
tenemos que dejar esta tierra:
estamos prestados unos a otros:
iremos a la Casa del Sol!
¿Póngame yo un collar de variadas flores:
en mis manos estén;
florezcan en mis guirnaldas!
¡Tenemos que dejar esta tierra:
estamos prestados unos a otros:
nos vamos a la Casa del Sol!”

Los meses transcurrían en La Casa de la Medida. Los estudios cada vez se profundizaban más. Aquellos jóvenes que entraron, ahora habían sufrido un cambio notable. Su conducta era más mesurada y reflexiva. El temple de su espíritu estaba dando los frutos esperados.

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