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LIBRO IV.

del trabajo y pobre; pero muy agradable y dulce en la conversación. Dícese que era muy particular acerca de la economía; pues cuando sacaba alguna cosa de la despensa, sellaba la cerradura y arrojaba el anillo del sello por un agujero dentro de la despensa misma, a fin de que nada le quitasen de lo que tenía en ella. Advertido esto por sus criados, quitaban el sello y tomaban lo que les daba la gana; luego con el anillo mismo volvían a sellar, y lo arrojaban dentro por el agujero. Y aunque lo hicieron repetidas veces, nunca fueron cogidos en el hurto.

2. Tenía su escuela en la Academia, en el huerto que había hecho el rey Átalo, que por su nombre lo apodaban Lacidio. Es Lacides el único filósofo que sepamos cediese en vida su escuela a otro, como efectivamente lo hizo, entregándola a Telecles y a Evandro, ambos focenses. A Evandro sucedió Hegesino Pergameno, y a éste Carnéades. Gracioso es lo que se cuenta de Lacides: habiéndolo Átalo llamado a su casa, dicen que respondió: «Las imágenes de los reyes se deben mirar de lejos»[1]. A uno que se dedicó

  1. Ni el texto griego ni las versiones antiguas ponen las palabras de los reyes, regum; no obstante, parece cosa natural, por las circunstancias del hecho, que Laercio quiso decirlo así. En efecto, la edición de Meibomio, 1698, y la de Lipsia, 1759, ponen dicha voz regum en la versión latina. Sin embargo, puede traducirse literalmente así: Las imágenes se deben mirar de lejos: τάς έιχόνας πο΄ρρωθεν δεϊν θεωρεϊσθαι.