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El Dilettantismo sentimental

ción. Y en el fondo sentíase impotente para dominar y dirigir su vida entera.

La muerte de Emilio cerró para. siempre, en Koberto, la manifestación de su verdadera personalidad.

Su afectividad desviada, enviciada, fué la válvala de seguridad que permitió a la locura lúcida conservar íntegra la personalidad subjetiva, que un doloroso escepticismo amenazaba minar.

Le faltó el remedio supremo; el régimen a seguir con estos desequilibrados, dotados de poderosa fuerza de abstracción, sería el de enseñarles a amar. El amor, irradiación de nuestra personalidad, restablece el equilibrio entre el sentimiento y la ideación concentrada, unifica los procesos internos, aumenia la vitalidad, da fuerza de resistencia en la lucha por la vida, permite al ser superior adaptarse al medio y dominarlo en vez de ser dominado. "El hombre es un punto que vuela llevado por dos grandes alas:

la una es el pensamiento, la otra el amor", como decía Hugo.

Roberto, en este momento decisivo, en lugar de amar se apasionó por una teoría que, acallando sus remordimientos, hablaba a su imaginación con hechos, como su padre habló al despertarla. Se apoderó de él la fiebre del neófito, semejante a la del primer amor en sus entusiasmos y en sus fervores.

Desgraciadamente el carácter de Roberto, peligroso de suyo, halló en esas doctrinas una orientación para el desarrollo de sus peores instintos: las teorías de Alejandro Sixto le demostraron que esa simulación, que él creyera hipocresía, le era impuesta fatalmente por la herencia, por su vocación de psicólogo, y que esas caídas sombrías en un sensualismo brutal, esos innobles placeres gustados más en imaginación que en acción, eran científicamente ló-