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Médicos acudieron, hombres grandes que llegaron á mi puerta en lujosos carruages con hermosos caballos, y criados con librea. Semanas enteras pasaron à su cabecera: tuvieron una gran junta, y en bajas y solemnes voces consultaron en un cuarto léjos del dormitorio. Uno, el mas hábil y mas célebre entre ellos, me llevó â un lado, y disponiéndome para oír lo peor me dijo à mí—el loco!­—que mi muger estaba loca. Estaba junto á mí en una abierta ventana, sus ojos fijos en mi rostro , y sus manos sobre mi hombro.

Con un solo esfuerzo podía haberlo arrojado á la calle: me hubiera divertido estraordinariamente haciéndolo; pero hubiera descubierto mi secreto, y este temor me hizo renunciar á mi deseo. Unos cuantos dias despues me dijeron que debia ponerla bajo restriccion: yo! yo fui al campo donde nadie podía oírme, y allí estuve hasta que el aire resonó con mis carcajadas.

Murió al dia siguiente: el anciano la siguió á la tumba, y los orgullosos hermanos derramaron una lágrima sobre el insensible cadáver de aquella cuyos sufrimientos habían mirado durante su vida con mùsculos de hierro. Todo esto era alimento para mi alegría secreta, y me reia ocultando el rostro con el pañuelo blanco cuando volviamos del entierro, hasta que las lágrimas me vinieron á los ojos; pero aunque yo había conseguido mi objeto , y la había matado , estaba inquieto , y conocía que antes de mucho tiempo mí secreto seria descubierto No podía yo por mas tiempo ocultar mí salvage gozo que me hacia cuando estaba solo en casa, saltar, golpear las manos y bramar con ruidosos acentos. Cuando salía, y veía las calles llenas de transeuntes, ó iba al teatro, y oia música ó veía las bailarinas, sentía tanto júbilo que me hubiera arrojado entre ellos, y los hubiera destrozado, ahullando con mí arrebato.

Pero rechinaba los dientes, pateaba, y dando las uñas en mis manos, sofocaba mi furia, y nadie sabia aun que estaba loco.

Habia salido. La noche era entrada citando llegué á casa , y encontré al mas altivo de los tres altivos hermanos que dijo me estaba esperando para hablarme sobre asuntos urgentes; Aborrecía á aquel hombre con todo el aborrecimiento de un loco. Muchas y muchas veces habían deseado mis manos desgarrarlo: me dijeron que me esperaba, voté á su presencia. Tenía que hablarme, despedi á los criados; era tarde, y nos quedamos solos por la primera vez en nuestra vida.

Evité mirarlo al principio, pero conocía lo que él estaba léjos de imaginar, y me regocijaba en ello; que la locura brillaba como ascuas en mis ojos. Permanecimos callados por algunos momentos: él fué el primero en romper el silencio; mi reciente disipacion y estraños discursos despues de el fallecimiento de su hermana, eran un insulto á su memoria: y recopilando varias circunstancias que al principio no había ob-