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DON QUIJOTE.
y menor, el de las colmenas, finalmente de todo aquello que un tan rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenia yo la cuenta, y era la mayordoma y señora, con tanta solicitud mia y con tanto gusto suyo, que buenamente no acertaré á encarecerlo. Los ratos que del dia me quedaban despues de haber dado lo que convenia á los mayorales ó capataces, y á otros jornaleros, los entretenia en ejercicios que son á las doncellas tan lícitos como necesarios, como son los que ofrece la aguja y la almohadilla, y la rueca muchas veces, y si alguna por recrear el ánimo estos ejercicios dejaba, me acogia al entretenimiento de leer algun libro devoto, ó á tocar una harpa, porque la esperiencia me mostraba que la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu. Esta pues era la vida que yo tenia en casa de mis padres, la cual, si tan particularmente he contado, no ha sido por ostentacion ni por dar á entender que soy rica, sino porque se advierta cuan sin culpa me he venido de aquel buen estado que he dicho, al infelice en que ahora me hallo. Es pues el caso, que pasando mi vida en tantas ocupaciones y en un encerramiento tal, que al de un monasterio pudiera compararse, sin ser vista á mi parecer de otra persona alguna que de los criados de casa, porque los dias que iba á misa era tan de mañana y tan acompañada de mi madre y de otras criadas, y yo tan cubierta y recatada, que apenas vian mis ojos mas tierra de aquella donde ponia los piés; con todo esto, los del amor, ó los de la ociosidad por mejor decir, á quien los de lince no pueden igualarse, me vieron, puestos en la solicitud de Don Fernando, que este es el nombre del hijo menor del duque que os he contado. No hubo bien nombrado á Don Fernando la que el cuento contaba, cuando á Cardenio se le mudó la color del rostro, y comenzó á trasudar con tan grande alteracion, que el cura y el barbero que miraron en ello, temieron que le venia aquel accidente de locura que habian oido decir que de cuando en cuando le venia: mas Cardenio no hizo otra cosa que trasudar y estarse quedo, mirando de hito en hito á la labradora, imaginando quien ella era. La cual sin advertir en los movimientos de Cardenio, prosiguió su historia diciendo: Y no me hubieron bien visto, cuando, segun él dijo despues, quedó tan preso de mis amores, cuanto lo dieron bien á entender sus demostraciones: mas por acabar presto con el cuento, que no le tiene, de mis desdichas, quiero pasar en silencio las diligencias que Don Fernando hizo para declararme su voluntad: sobornó toda la gente de mi casa: dió y ofreció dádivas y merce-