Página:Estudios de lírica contemporánea.djvu/21

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cuyo eje pase por el problema de las ideologías y el de la función ideológica de su particular constitución del sujeto, reside justamente en ese carácter fuertemente “ideológico” que exhiben: la presencia inmediata y a veces abrumadora de materiales verbales y de representa- ción con una marcada identidad política, social, ideológica. Aquí el riesgo de la crítica es la tautología, la recurrencia a la instancia extratextual como dadora casi exclusiva del sentido. Los propios textos y las normativas en circulación parecen propiciarla. Algo de esa inferencia innecesaria hay en fórmulas tales como “poesía social" o “poesía politizada”, que sugieren que, en lo que respecta a ideologías, se trata de una literatura en la que “está todo dicho”. Por eso, “la idea de que la ideología se relaciona mucho más con los programas narrativos y textuales, con las configuraciones de la sintaxis, las posturas diversas de los sujetos” (Ludmer, 1., 1985 -subrayado nuestro) puede resultar aquí otro punto de partida. Sobre todo porque implica sortear la trampa inicial que tienden los textos (esa naturalización más "o menos univoca que proporcionan) y pensar lo ideológico en términos de lo no dicho, como instancia de reconfonnación del sistema poético en lo que tiene de práctica diferencial. Esto significa aquí, específicamente, pensar la categoría de sujeto lírico como instancia decisiva en el diseño del texto, entendido éste como un sistema sui generis de relaciones sociales. Por tanto, sistema que, desde la específica constitución de sus fonnas verbales, construye evaluaciones sociales, esto es, ideologías (Voloshinov,V., 1926). En base a lo expuesto, y como esquema provisional, conviene adelantar aquí que la tendencia poética emergente intentará inscribir todo texto poético en un eje que opone, a veces en forma irreductible, dos redes de convenciones o repertorios: 1°) Los presupuestos de la lírica como género relativamente codificado, ligado especialmente a la tradición de la poesía pura que reconoce su raíz en los simbolistas franceses y en el trabajo de experimentación verbal de las vanguardias europeas. Las principales constantes de esta primera red serían: el yo y sus relaciones con la palabra como referente casi exclusivo; el apartamiento o la ruptura respecto de todo contexto no poético; la autorreferen- cialidad casi absoluta de la palabra; y la multiplicación de los caminos de la lectura mediante la desestabilización del sentido. El rasgo que evidentemente resulta más conflictivo en relación con el momento histórico que nos ocupa es ese principio de alteridad de la poesía respecto de la realidad (en otras palabras: la desaparición del objeto/realidad en la esfera de experiencia del sujeto). Alejandra Pizarnik lo describe así: Ahora bien, a partir de lo expuesto, la di■cultad de una lectura de estos textos del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad. Decir libertad o yerdad y referir estas palabras al mundo en que vivimos es decir una mentira. No lo es cuando se las atribuye a la poesía: lugar donde todo es posible (. . .) . El poema debe crear su lector y de ninguna manera expresar ideas comunes. (Alonso, R., y otros, 1968). La poesía es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor, 21