Página:Estudios de lírica contemporánea.djvu/40

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boca que ha perdido el habla” (’I‘. LVI) “Y se acabó el diminutivo, para/mi mayoría en el dolor sin ■n” (TXXXIV). ' Esta expropiación pone de manifiesto el vacío como auditorio, como escenario del sujeto en su objeto por encontrar a toda costa interlocución. El público ha desaparecido “partiendo sin cuerpo, vacantes”; ni siquiera en la guardarropía del teatro -el mundo- hay alguien: “En los bastidores donde nos vestimos, no hay/no HAY nadie: hojas tan solo de par en par" (T. XLIX) donde la materialidad del significante corroe el sentido único; la grafía del HAY con mayúscula no desmiente lo dicho, escribe lo que no está escrito: el cuerpo del dolor, del grito, y la h muda multiplica los significados e inaugura la parodia. Y si no hay espectadores en el gran teatro del mundo -en el gran teatro del presente- el sujeto se desdoblará en otro como una tentativa desesperada por llenar su ausencia con la parte de otredad que se posee. Esta falsa sustitución señala un vacío, una irrecuperabilidad (el otrp está de■nitivamente ausente) y un rescate de sí: el sujeto se habla como oyente de sí mismo: destitución del diálogo a monólogo, él _es el locutor y el destinatario. Rescatarse de_sí: autoconmiseración que establece una distancia propicia para recuperarse y, de alguna manera, constituirse como sujeto. Paradójicamente, en Trilce la autoconmiseración es posible por medio de la autoparodia: “No hago más que sonreir a cada púa de las verjas, en la loca búsqueda del conocido” (T. LXII) “Regocíjate huérfano y bebe tu copa de agua desde la pulpería de una esquina cualquiera” (T.LXXI). Como complemento, hay una suerte de representación de una saga familiar centrada en acontecimientos cotidianos cuyo núcleo primordial, la madre, el padre, los hermanos y la prima, están enmarcados en un universo poblado de personajes: el ciego Santiago, el peón decúbito, la lavandera del alma, el hombre guillermosecundario y su hija de tres años, el bizcochero, el cancerbero, el viejo inminente, pitagórico. Nuestro modo de leer intentará desentrañar la función de una anecdótïca narrativa en el seno de la lírica, repelente, en principio, para algunos ismos de vanguardia, como el ultraísmo. El motivo: es la fundación de una genealogía como memoria del sujeto, la existencia de un pasado como documento casi histórico, el testimonio de una identidad irrecusable con una fuerte marca del comienzo, de los umbrales de una trayectoria. El discurso poético ha ficcionalizado estos hechos, los ha vuelto “posibles” en su espacio (más allá de que su facticidad sea o no veri■cada biográ■camente) y ha convertido estos hechos en “posibles” para que el sujeto lírico pueda constituirse como real, como verdadero, como creíble ya que nunca es ficticio, explica Roland Barthes, porque “Decir que la verdad es de origen poético es (sólo) decir que la Palabra poética nunca puede ser falsa, porque es total". La presencia del pasado restaura la ausencia del presente a través del acto de recordar constante en el yo lírico: “En el rincón aquél, donde dormimos juntos/tantas noches ahora me he puesto a caminar (. . .) Me he puesto a recordar los días de verano idos” (T. XV) “En la sala de arriba nos repartías/de mañana/de tarde, de dual estiba, /aquellas ricas hostias de tiempo” (T.XXXIH) “Me he casado -me dice. Cuando lo que hicimos de niños en casa de la tía difunta" (T.XI). La hegemonización del recuerdo sobre el presente es obvia: todos los interlocu- tores son los muertos familiares, los habitantes del pasado, los personajes de la memoria y si para terminar siendo el mismo el Expropíado: “Nadie me hubo oído" (T . XVII) “En la gran 43