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22 Margarita Eyherabide

Es un cuadro poéticamente bello el que ofrece la naturaleza visto desde el punto que os describo, en la margen del Yaguarón. — A un ser caprichoso, invita al reconocimiento; á un corazón ardiente, á la más entusiasta alegría; á un espíritu melancólico, á la meditación : he ahí el mágico encanto del paraje que os describo.

Don Alvaro volvía del saladero. costeando el río, hasta llegar á los primeros árboles del monte de cei- bos. Desde allí. ya se distinguían perfectamente las altas copas de los álamos que prestaban tranquila sombra al jardín de la easa blanca, su morada.

Sonreía dulcemente. don Alvaro, recordando á la amable compañera de su vida. que saldría á espe- rarlo.

—Un pañuelo blanco se agitó en el aire, tres veces: Una figura, blanca. vaporosa, no muy alta, delgada y flexible. caminando á pasos menudos y precipitados. recogía flores del césped.

— Alvaro —- murmuró la joven con fingido enojo — hoy has tardado más que de costumbre.

Se abrazó á su cuello y añadió: ¿Se olvida ya, pues. á Jovita?

—Sí — respondió cariñosamente don Alvaro — se la olvida para amarla de lejos.

La joven sonrió.

— ¡Ah! — dijo — ¿Es eso un proverbio, un enig-

ma?... Yo nada entiendo de ésto, Alvaro, ¿me olvidas, dime? — ¡Mi adorada !-— contestó el joven esposo en-

ternecido ¡olvidarte yo, tu Alvaro!

— la joven se sonrojó de placer, mientras son- reía.

-—¿De ver


y

? — murmuró — Alvaro, cuan feliz