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32 Margarita Eyherabide pectiva de un sueño de hadas en paz con la realidad que aun no le hiere.

— Una mujer, joven y muy interesante y sim- pática. viene á alcanzarle, remangadas las faldas, las trenzas rodando graciosamente á la espalda, una sonrisa de felicidad en el semblante y mostrando apenas. entre los pliegues del vestido, casi velados por la amplitud del ruedo, los pies de nítida blan- eura con suaves pinceladas de rosa. La joven seño- re siente verdadera complacencia al caminar por el rocío y sostiene siempre que con este ejercicio diario su salud se conserva inalterable.

El joven le presenta la frente y ella lo besa.

—¡Oh. mamá, mamá! — buenos días — mur- Mura.

— ¡Hijo! qué bien te sientan estos paseos, dice ella y añade: — Vienes fresco como un capullo de azucena.

— Lo siento, mamá. Aquí se adivina la vida ¡qué hermoso es vivir!

— ¡Mi hijo! —$Sí, es bello vivir, cuando la con- ciencia no acusa, el remordimiento no desasosiega,... ¿Y no ha de ser hermosa para tí. la vida, Amir, si eres tan bueno, si tu corazón es puro como el de un ángel, si tu alma es blanca como un ensueño?... ¡Oh, sí; serás feliz!

— Seré bueno mamá mía. ¿No eres tú feliz?

El joven rodeó eon sus brazos el cuello de su madre. ¿No has de ser tú, feliz, pues. madre mía, la dijo riendo. si eres buena como una santa, si cui- das á mi padre como un hada, si adoras á tu hijo como un Dios?...

— Ustedes lo merecen; tú Amir, eres mi vida.

— ¡Oh! ¿sabes que papá se pondría celoso? y el