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34 Margarita Eyherabide

mente. — A tu edad, se puede abrigar sonriendo ma esperanza más lisonjera.

—-¡Ah! ¿será verdad? Si fuera posible, mamá, me gustaría ser ingeniero, murmuró entonces el joven. ¡Mucho — continnó diciendo con entusias- mo; mucho me agradaría seguir un estudio serio! ¿Te gustaría, mamá?

— ¡Oh sí!—pero el rostro de doña Jova se apenó. Amir continuó: — No temas, pero casi en seguida añadió: —¡Oh, si fuera posible, si papá pudiera costearme los estudios!...

— Doña Jova era muy susceptible, y sintió deseos de llorar. Amir lo notó desde luego.

-—No quiero que llores — la dijo cogiéndola las manos y mirándola con dulzura. Llorona, mamá llorona. ¿No sabes que todo eso es broma mía? Una broma, creelo, sólo una broma, mamita mía.

—-Sí-— confesó doña Jova— ya puedes reirte de mí, pues para llorar soy como mandada hacer. Pero, no seas terco y no niegues que, en efecto querrías ser ingeniero...

— ¡Bah! sueños, sueños y sueños...

— Eso quiere decir que acaricias esa ilusión y que quisieras verla convertida en una realidad.

— No creas, mamá —en mi corazón no caben las quimeras; soy muy positivista. Si las cireunstancias lo permitieran, si, quizá diera otros vuelos á mi pen- samiento. Pero, ¿no sé acaso que no cuento con recursos suficientes para estudiar?... Claro que no seré nunca ingeniero y Amir añadió: — Madre buena, cuan grande es tu cariño. No sé que tienes de buena, de santa. ¡Te quiero tanto! —Eres la más pura, la más dulce de las madres y yo, en cambio, sólo soy un insensato, que te lastima con sus necias