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El canto de las sombras

MURMULLOS DE MI OQUEDAL

Aclis trajo a la fronda sus doseles confusos, por el largo camino Libitina cruzaba; Eros, lúgubre, enfermo, sobre el césped dormía, y a la lumbre de Venus, Flora y Céfiro hablaban.

En el fausto silencio, de la lira de Euterpe los ““nocturnos”” brotaron con tristísimas arias. Una ninfa acercóse a la playa desnuda y Selene miróme desde un cielo de plata.

Yo volvía a la cita de recuerdos muy tristes que dejó en ese bosque mi ventura pasa:la, a mover las cenizas de ilusiones nacidas cuando el Héspero escurre sus cortinas violáceas.

¡Oquedal solitario, tumba inmensa de un sueño donde el tiempo ha enterrado la postrera esperanza! Yo volvía... buscando un aliento a mis cuitas o un Leteo siquiera, do olvidar en sus aguas;

cuando Céfiro leve murmuróme al oído, dióme Flora en sus brazos las más tiernas fragancias, y de espesas tinieblas Aclis hízome un lecho en el seno callado de la selva velada.

Impalpable, sensible, la nostálgica Euterpe, acercóse a mi templo, sollozando en el arpa; y no sé qué dijeron sus dolientes acordes al tocar en la noche la quietud de mi alma,

que del mudo letargo en que Eros yacía, levantóse risueño al oir la plegaria,

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