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rantesus viajes todos los legajos de una escribania, para revisarlos y ver con sus propios ojos[1] como se habia hecho la justicia. Piadosa siempre, daba audiencia pública todos los viernes, en memoria de la pasion y muerte de nuestro señor, y escuchaba las quejas de los desgraciados, y así como atendia misericordiosa á los pobres y á los oprimidos, aterraba á los culpados con su severidad.

Mandó coleccionar las ordenanzas y decretos de Castilla, porque tambien en esto se habia introducido la confusion, contándose nueve códigos distintos y todos vijentes. Encomendó esta difícil tarea al sabio Montalvo, que no la dió por concluida en menos de cuatro años, y se imprimió con el nombre de Ordenanzas reales. Fundó cátedras de leyes, y para estimular á los escolares, reservó todos los cargos de la judicatura y demas carreras civiles á los que se graduaban en las universidades; asistió con frecuencia á los exámenes, y concedió al último título académico el rango de caballero.

Pero los grandes feudatarios, que se abrogaban en sus dominios el derecho de justicia mayor y menor, vieron un atentado á sus privilejios en esta reforma. Entre ellos los había temibles por su fuerza, tanto marítima como terrestre. Sus querellas aflijian á la nacion; y si bien prestaban auxilio á los reyes, se hacian pagar indirectamente su fidelidad en las ocasiones difíciles.

A fin de reducirlos sin sacar la espada, y apoyándose Isabel en el instinto justiciero del pueblo, convocó cortes en Toledo. En ellas perdieron con sus castillos las guaridas en que se hacian impunes tantos malhechores, se prohibieron las fórmulas reales, que usaban algunos en sus cartas, y para refrenar los asesinatos que se cometian con el nombre de singulares combates, se calificaron de crímen de lesa majestad.

  1. Garibay. Compendio historial de las chronicas, etc., tom. I. lib. XVIII. cap. XXXI.